Homilética – Domingo II después de Navidad
El Verbo en la Encarnación unge con unción santísima todas y cada una de las células del cuerpo de Jesús, y el alma entera en su esencia y en sus facultades. No hay nada en Cristo que no sea tres veces santo, y por tanto, infinitamente adorable. Todo en El es transparencia, autenticidad, sinceridad, coherencia, verdad: Yo soy… la Verdad (Jn 14,6). Es el Amén (Apoc 3,14). Cuantas promesas hay en Dios son en Él Sí; y por Él decimos Amén, para gloria de Dios (2 Cor 1,20), en Él habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9). En El no hay nada vacío, hueco, o no asumido hipostáticamente. No hay nada de barniz o cáscara. Nada de simulado o camuflado. Nada de mentira, falsedad, inseguridad, velación o hipocresía. Es Uno Solo -el Verbo- en dos naturalezas distintas, ambas perfectas, íntegras e hipostáticamente unidas.