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LA VISION SOBRE JESUCRISTO (NEGACION de la HISTORICIDAD de los EVANGELIOS II)

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Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-28)

      Hemos presentado oportunamente diversos estudios acerca de las negaciones de la historicidad de los evangelios, negaciones que eran comunes en ambientes protestantes desde fines del siglo XIX en adelante. Hoy día lo son en ambientes católicos y con una extensión que causa pavor. Pareciera que es difícil encontrar exégetas, estudiosos de sagrada Escrituras, universidades, centros de estudio bíblico, predicadores y hasta catequistas, que crean realmente que los evangelios canónicos son verdaderos testimonios oculares sobre Jesús, y que tienen valor histórico. Sería superfluo hablar de todo lo que se deduce de ello; el fundamento real de todos nuestros misterios de Fe, que no son tales sólo porque creamos en ellos, sino porque son verdaderos y reales en su misma esencia.

Creemos que el tema principal, y más discutido, al menos en lo que se refiere a los evangelios canónicos, se encuentra en la visión sobre Jesucristo, el pretender divorciar la “visión o mentalidad de la Fe” de la “visión histórica y real” del paso de Jesús por este mundo, sobre lo cual los evangelios canónicos, de por sí principal fuente de información, no serían, según algunos, testimonios confiables. Más allá de la gratuidad y poco fundamento de dicha visión, encontramos en ella, especialmente, un problema de carácter filosófico, o para decirlo con palabras llanas, de mentalidad colonizada por una ideología, la vieja ideología de pensar que hay “dos verdades”, una por la cual yo podría creer que Jesucristo es hijo de Dios tal como lo definen los dogmas de Fe (sería la verdad de Fe) y otra por la cual puedo creer que Jesucristo existió o no, y si existió, fue un simple hombre, al máximo enviado por Dios como cualquier otro profeta, y sobre el cual las comunidades cristianas posteriores construyeron un complejo ensamblaje de dogmas y misterios de Fe (sería la verdad histórica).

De nuevo tomamos como ejemplo concreto algunas de las afirmaciones del sacerdote marianista Xavier Aguirre, de quien ya dijimos respetamos su persona y su esfuerzo intelectual, que ciertamente no ha sido pequeño, pero con quien disentimos profundamente no sólo en afirmaciones varias, sino en su misma visión y valoración de la verdad acerca de Jesucristo en los evangelios, que consideramos sea su principal problema. Volvemos a referirnos a su obra: Xavier de Aguirre, Tan hombre que es Dios: Jesús histórico, en los evangelios y entre nosotros; PPC, Buenos Aires 2015, 294 pp.[1]

[1] Referencia a nuestro post anterior: http://vozcatolica.com/la-negacion-de-la-historicidad-de-los-evangelios-su-proceso-y-un-ejemplo-concreto/

Trataremos de seguir con el método ya probado anteriormente, presentando el texto en diversas secciones, seguidas de un comentario nuestro, para dejar en claro lo que criticamos en cada una (las indicaciones de página corresponden a la edición citada del libro).

Presupuesto ideológico

– Texto (pp. 221-222): «Como ya he repetido hasta cansar al lector, los evangelios no fueron escritos como biografías de Jesús, sino desde la fe de las comunidades despertada por un personaje histórico al que los mismos evangelistas no habían conocido. Fueron escritos al revés, empezando por el final, por el misterio pascual. Luego se le adjuntaron hechos, palabras, recuerdos, narraciones de la vida pública del nazareno. Y, tiempo después, se le agregaron los relatos de la infancia o el prólogo en el cuarto evangelio. Todos fueron escritos con la intención de mostrar narrativamente la identidad mesiánica y la filiación divina de Jesús. Al judío Jesús se lo presentó a través de la óptica de “Jesucristo el Señor e Hijo de Dios”.»

Comentario nuestro: Si hay algo que compartimos con el autor, es su afirmación que “ha repetido (estas ideas) hasta cansar al lector…” Y así es como hacen este tipo de exégetas: La falta de fundamentación de sus postulados los lleva a repetirlos hasta el cansancio como si tratase de un ‘jingle’, como para intentar sensibilizar, con la insistencia y con la fuerza, lo que no puede justificarse racionalmente.

Afirmar que los evangelios no son biografías de Jesús (estamos de acuerdo en que no son una biografía en el sentido restrictivo del término, pues no pretenden hacer una narración exhaustiva de cada año de la vida de Jesús, sino que se concentran principalmente en su vida pública, pasión y resurrección,), significa, en este contexto, que no son documentos dignos de ser testimonios históricos, como lo afirma el resto del parágrafo: “Desde la fe de las comunidades despertada por un personaje histórico al que los evangelistas no habían conocido”. Una tal aseveración contradice el testimonio de los mismos evangelios, el muy claro de Lucas, por ejemplo, que bien se encarga de resaltarlo al inicio de su evangelio: Puesto que muchos emprendieron la tarea de relatar los sucesos que nos han acontecido, tal como nos lo transmitieron los primeros testigos presenciales y servidores de la Palabra, también yo he pensado, ilustre Teófilo, escribirte todo por orden y exactamente, comenzando desde el principio; así comprenderás con certeza las enseñanzas que has recibido (Lc 1, 1-4). Habla de testigos presenciales, de trasmisión exacta y ordenada, de certeza en lo enseñado. Lo coloca además, como prólogo de su evangelio, separándolo del resto de la narración, afirmando que su intención es justamente el poner por escrito la fiel transmisión recibida. Para poder decir que es falso un texto como el presentado, que ha sobrevivido durante dos mil años y ha convencido a millones de personas perfectamente normales, habría que fudamentarlo muy bien, con pruebas fehacientes. Eso es justamente lo que no ocurre.

 

Papiro P 52 de la Rylands Library conteniendo versículos del cap. 18 del evangelio de Juan – datado como del siglo II d.C.

Las pruebas de la historicidad de los evangelios, como los conocemos, son abrumadoras. Hay testimonios muy calificados, de los primeros siglos, que dan cuenta de ello, como San Justino, Taciano, el canon muratoriano, Tertuliano e Ireneo, todos del siglo II básicamente. Además, los evangelios canónicos constituyen el texto mejor documentado de la historia antigua: Se han conservado 5300 manuscritos griegos, 8000 latinos, y unos 2000 o 3000 de las viejas versiones en lengua árabe, copta, siríaca, etiópica, armenia y otros. Y la totalidad de los manuscritos – unos 15.000 – reportan el mismo tipo de texto. Además, son el texto más citado de la antigüedad: Entre el año 30 y el 200 de nuestra era, según se calcula, el Nuevo Testamento se encuentra citado unas 20.000 veces, de las cuales la mitad corresponde a los evangelios canónicos. La cifra se quintuplica si añadimos los dos siglos siguientes.[1] Incluso hasta exégetas osados, ‘de avanzada’ y de pensamiento progresista, muy críticos para admitir nuevas evidencias de manuscritos y testimonios antiguos, como el difunto cardenal Martini, defiende claramente la historicidad y autenticidad de los evangelios canónicos.[2]

La presunta reconstrucción de la elaboración de los evangelios, tal como la presenta nuestro autor en el párrafo citado, va contra toda la evidencia histórica y contra toda metodología sana uy coherente de datación. Es una mera reconstrucción ideológica, sin fundamento.

Texto (p. 222): «En los sinópticos prima una cristología de tipo ascendente partiendo de la vida de Jesús; en Juan es más descendente, partiendo de la encarnación del Verbo: pero ambas aparecen entrelazadas en los evangelios. En general, aunque los evangelios muestran a un Jesús que crece y madura, en la Iglesia posterior ha predominado una visión del Cristo divino que incluso llegó a vaciar su condición humana (influencia gnóstica). Así la mayoría de los evangelios apócrifos armaron un personaje de ficción, tan divino, que difícilmente se reconocía en él a un ser humano como nosotros. Los apócrifos de la infancia son relatos ridículos que a veces no llegan al nivel de las historietas, pintando un niño súper- dotado, extravagante y, por momentos, arbitrario y pendenciero. En cambio, los evangelios canónicos aciertan a mostrar que sólo a través de Jesús hombre, podemos descubrir y conocer el verdadero rostro de Dios.»

– Comentario nuestro: El párrafo es muy contradictorio. En efecto, en primer lugar, se afirma que los evangelios han sido imbuidos de un cierto pensamiento teológico que influyó fuertemente en la redacción. Si buscamos coherencia con el párrafo anterior, al cual este sigue inmediatamente, pareciera que esta orientación teológica del redactor, para cada evangelio, lo condicionó en tal medida que terminó construyendo una imagen de Jesús que no era la real. Y estamos hablando de los evangelios canónicos, ciertamente. Sin embargo, en las líneas que siguen pasa a hablar mal de los evangelios apócrifos defendiendo los canónicos (“muestran a un Jesús que crece y madura”), dando a entender que la Iglesia elaboró su teología con clara influencia gnóstica, tomada en gran medida de los evangelios apócrifos. Además de no ser históricamente cierta (y de ser infamante), esta afirmación contradice lo sostenido anteriormente, donde se responsabilizaba a los Padres y teólogos católicos (de la Iglesia, por lo tanto) de haber construido la trama de los evangelios canónicos, como los conocemos, los que ahora el autor parece defender (“aciertan a mostrar que sólo a través de Jesús hombre, podemos descubrir y conocer el verdadero rostro de Dios”). Un hilo de pensamiento bastante difícil de seguir, en caso que esto pueda hacerse.

Este desarrollo del autor pretende comentar los llamados “títulos” de Jesús en los evangelios (“hijo del Hombre, hijo de Dios, Señor, Mesías”, etc.). Se inclina porque “la mayoría de dichos títulos, desenganchados de la vida de Jesús de Nazaret, no dicen nada y son cáscaras vacías, sin pulpa ni jugo” (p. 222). El problema reside en que nadie afirma que dichos títulos deban ser desenganchados de la vida de Jesús. Justamente son los evangelios mismos los que conectan (o “enganchan”) unos con otros, y la Iglesia siempre los enseñó como realidades del mismo Jesús, íntimamente ligadas al misterio del Dios- hombre. El autor todo lo presenta en un contexto de permanente oposición entre el hombre Jesús de Nazaret y el Jesús como hijo de Dios, con todos los atributos que están presentes en el evangelio y que de él fácilmente se deducen. No existe tal oposición.

Cristologías y humanidad de Jesús

Después de una larga exposición sobre la labor teológica de los concilios ecuménicos de los primeros siglos, nuestro autor prosigue con un párrafo que parece la continuación de lo que ha dicho precedentemente:

– Texto (pp. 234-235): «Durante muchos siglos se habló, incluso hasta hoy, de las cristologías “desde abajo” o “desde arriba”, como ya mencionamos antes, haciendo referencia a los sinópticos por un lado y el cuarto evangelio por el otro. Aunque es obvio que hay perspectivas diversas entre ambos, en el fondo esa categorización mantiene un esquema sagrado/profano, trascendente/inmanente, propio de la visión religiosa que justamente Jesús vino a superar. Cuanto más miramos y conocemos a Jesús, intuimos que ese mismo planteo carece de sentido, pues no hay un “afuera/adentro”, sino un Dios totalmente identificado con la creación y muy especialmente con sus hijos, los seres humanos. Por eso el único camino de reconocimiento de Dios es la humanidad y, más específicamente hablando, la humanidad de Jesucristo.»

– Comentario nuestro: Cabe recordar que es el autor el que toma partido, a lo largo de su libro, por diferenciar históricamente “cristologías desde abajo” y “desde arriba” (con toda la carga de imprecisión que dicha burda distinción supone), atribuyéndoselas a los sinópticos y a Juan por un lado y por el otro. Justamente, es verdad que Jesús supera esa dialéctica, como lo hace con todas las dialécticas. Que eso suponga que Jesús “supera una visión religiosa” es opinión exclusiva del autor. La misión de Jesús en este mundo fue profundamente religiosa, en el sentido estricto de posibilitar a los hombres la unión con Dios, un Dios que es necesariamente trascendente, porque de lo contrario no sería Dios.

Eso no significa que la Encarnación no sea real; es abrumadoramente real y por lo tanto, la humanidad de Jesús es el medio excelente para la unión con el Señor. En esto el autor está en lo cierto. Pero esto no es un descubrimiento nuevo, ni tampoco es cierto que la Iglesia en su tradición bimilenaria haya enseñado lo contrario. Pongamos un ejemplo, el de Santa Teresa de Jesús, quien vivió en plena ‘contrarreforma’ del siglo XVI, cuando se podría sospechar que la Iglesia católica quería “sofocar” el literalismo bíblico de los protestantes. Sin embargo, afirma: «Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita. Muy muchas veces lo he visto por experiencia. Hémelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos.»[3]

Para el autor, este olvido de la humanidad de Cristo es, en gran parte, responsabilidad del cristianismo histórico, pero como tendencia general, no como algo que se puede haber seguido accidentalmente en algunos (cosa esta última que puede ser cierta). Y esto lo formula siguiendo a teólogos que han pretendido fundar toda una cristología propia. Lo hace, por ejemplo, citando:

Texto (p. 235): «Pero aquí nos topamos con lo que el gran teólogo del siglo XX K. Rahner llamó la “cripto-herejía” del cristianismo moderno: el “monofisismo escondido” y un “apolinarismo larvado”».

El autor citado en nota, J. González Faus, explica lo que entiende por estas categorías (nota 196): “Se le concede a Jesús una ‘carne humana’ como la nuestra; pero parece imposible reconocerle una ‘psicología humana como la nuestra’; sujeta al error y la ignorancia, o la debilidad, angustia, el miedo o la sensación de fracaso. Porque todos esos rasgos parecen incompatibles con nuestra idea de Dios y de la dignidad divina”. Por otra parte, otro olvido que lleva a ese apolinarismo larvado es que “la tradición católica de los últimos siglos ha puesto todo el acento en la misión redentora de Jesús, olvidando totalmente su misión reveladora, que, paradójicamente, es la más decisiva de Jesús para Juan [evangelio preferido por ese apolinarismo escondido, ya que presenta a un Jesús ‘menos humano’, olvidándose que el evangelio de Juan hay que leerlo siempre en complementación con los sinópticos, como hacía la gran iglesia los primeros siglos]”.[4]

Comentario nuestro: Como quizás el lector advierta, el problema reside en la base teológica que se usa, totalmente diversa de la visión católica. En esta última, a Jesús se le concede una ‘carne humana’, porque realmente la tiene, y no se niega que experimente todo lo que le es verdaderamente natural, como la angustia o tristeza, de la cual da testimonio el mismo Jesús (Mt 26,38): Siento tristezas de muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Pero es distinto hablar de error o ignorancia, que son privaciones, pues son defectos que contradecirían el hecho que Jesús mismo es Dios, y eso es algo que el mismo evangelio presenta como algo innegable.[5] El problema está, en que las fuentes que el autor cita – y cuyo pensamiento ciertamente él comparte – también tienen un serio problema en aceptar la íntima unión divina – humana en Cristo. Y lo dicen claramente: “El renovado interés por ‘los misterios de la vida de Cristo’ se traduce sobre todo en la evidencia creciente de que era necesario romper definitivamente con el planteamiento metafísico a partir de la unión hipostática, que reducía la efectividad teológica de Jesús al hecho de sola encarnación – para constituir el sujeto salvador divino/humano – y al hecho de la cruz – donde se realizaba el rescate salvífico –” (citado en nota 197).[6]

Estos teólogos pretenden romper con la unión hipostática, y advierten que eso significa romper con la Encarnación misma, e incluso con la Cruz. No advierten que están pretendiendo romper con el núcleo y la expresión más íntima de la humanidad misma de Jesús, y con su misma fuente. Una contradicción que apenas puede creerse… Pero en el fondo el problema es claro. Lo dice el mismo autor citado: “La razón está clara y ya la conocemos: se daba por supuesto que la vida de Jesús había sido, al pie de la letra, tal y como la cuentan los evangelios. Las diferencias y contradicciones, el carácter figurado e incluso inverosímil de muchas narraciones pasaban desapercibidos, envuelto todo en la aceptación de una figura conocida y archirrepetida”.[7]

Estos autores desautorizan la teología católica acusándola de desencarnarse de los evangelios canónicos, y después sostienen que los evangelios canónicos no deben ser tomados al pie de la letra, y que el problema consistió en haberlos tomado de dicho modo. Por el contario, la tradición de la Iglesia y de los Padres siempre notó las diferencias y aparentes contradicciones en los textos evangélicos, pero buscaron armonizarlas, cosa que lograron hacer estudiosos de distintas extracciones y mentalidades y épocas, signo de que la armonización es posible y tiene base real. ¡Son estos autores los que se contradicen…, a cada momento!

Presentación de Jesús

Observemos la presentación que de Jesús hace nuestro autor, o del Jesús en quien, según él, los cristianos creyeron por siglos:

Texto (p. 236): «Hubo gente que pensaba que Jesús lo sabía todo, incluso de física nuclear, pero se hacía el tonto, y la razón: “Jesús era dios”, Jesús no se equivocaba, no cometía errores, no se enojaba, y la razón: “Jesús era dios”. Jesús no iba al baño, no se enfermaba, no se enamoraba, no sentía atracción sexual, no tenía celos, y la razón: “Jesús era dios”. Jesús hacía el bien y no le costaba, no tenía dudas, no tenía tristezas, sabía todo sobre Dios, sabía que era el Hijo de Dios, se llevaba bien con su familia, y la razón: “Jesús era dios”. Aunque luego afirmábamos con seguridad que Jesús “era en todo igual a nosotros los seres humanos menos en el pecado”, en la práctica le recortábamos, no sólo el pecado, sino la voluntad humana, los sentimientos humanos, la sexualidad humana, la genitalidad y la corporeidad humanas, la psiquis humana, los temas familiares humanos, las amistades humanas, la ignorancia humana, la necesidad de los demás humana, incluso, hasta la espiritualidad y la fe humanas. Parecía que él no tenía necesidad de creer como nosotros, pues tenía todo claro. Eso es herejía monofisita o apolinarismo.»

Comentario nuestro: El autor no le falta el respeto a Jesús; al menos, con tantos vaivenes y contradicciones no está claro si lo hace o no, pero sí falta el respeto a generaciones y generaciones de creyentes, de modo gratuito, y como nos tiene acostumbrados, sin ninguna prueba. Yo no sé si hubo gente que pensaba que Jesús sabía física nuclear o no, pero sí sé que los hubo y hay millones que creen que no se equivocaba ni cometía errores, y eso es esencial a la condición de hombre – Dios, de la cual el evangelio da elocuente testimonio, cualquiera de los evangelios canónicos: Todo lo ha hecho bien (Marcos 7,37). Hacía el bien, y sí que le costó, y bien que le costó, le costó la vida, nada menos, y perderla del modo en que lo hizo. Exactamente como el autor lo afirma (aunque en su caso, algo socarronamente), Jesús “era en todo igual a nosotros los seres humanos menos en el pecado”, y si alguien le recortaba más que eso, queda por cuenta del que lo hizo. No creo que nadie en su sano juicio le haya negado la genitalidad ni la corporeidad, ni tampoco lo que es esencialmente humano, incluso la misma atracción sexual, que puede existir en forma ordenada. Justamente, a veces se acusa a la gente pía de aferrarse demasiado a las estampas y figuras de Jesús, crítica que no parece difícil imaginarla en boca de nuestro autor – que también critica las procesiones, en otro momento -, pero es justamente el modo que la gente sencilla tiene para ser devota de la humanidad de Jesús, ya que Él no se encuentra físicamente presente entre nosotros, a excepción de la presencia sacramental de la Eucaristía (de la cual el autor no habla para nada). Nadie le recorta los sentimientos humanos, algunos de los cuales quizás sea de poco agrado de nuestro autor, como la santa ira que demostró al expulsar, violentamente, a los vendedores del Templo de Jerusalén, sin duda al menos dos veces durante su vida pública.

Decir que Jesús es diferente de nosotros en el pecado es decir que Jesús no conoció ningún tipo de acción desordenada en sus pasiones, en sus pensamientos, y sobre todo en sus obras. Pero eso no quiere decir que todas ellas no eran puramente humanas en el sentido más acabado del término. Humanas hasta el tuétano, como deberían ser para un ser humano que rechaza el mal, el desorden de sus acciones, las malas inclinaciones. Simplemente eso.

Conclusión

            Comparemos la presentación que nuestro autor ha hecho de Jesús con este bello pasaje del gran autor inglés G. K. Chesterton, y estará todo dicho:

«En vez de hacer caso de libros y cuadros inspirados en el Nuevo Testamento, quise examinar el Nuevo Testamento. Y allí, en vez de encontrarse con la suave persona peinada con la raya en medio y con las manos implorantes, me encuentro con un ser extraordinario, con labios de trueno y actos de bárbara decisión, que derrumba mesas, ahuyenta los demonios y pasa con el terrible silencio de los vientos desde la soledad de las montañas hasta los terrores de la demagogia; un ser que ha obrado a menudo con la cólera de un dios indignado, y que siempre ha obrado como un dios.

Hasta el estilo literario del Cristo le es particular, y sólo en él creo que se encuentre: consiste en el uso casi exclusivo del a fortiori. En el eslabonamiento de su frase (“si tal cosa es así, cuanto más no lo será tal otra”), el cuánto más remedia la arquitectura de un castillo encaramado sobre otro castillo hasta tocar las nubes. De Cristo se ha dicho siempre, acaso con razón, que es dulce y sumiso. Pero las cosas que Cristo ha dicho son siempre gigantescas: su estilo está lleno de camellos que pasan por el ojo de una aguja y de montañas que se precipitan en el mar. Moralmente, no es menos terrorífico: él se ha llamado a sí mismo sable de matanzas, y aconsejaba a los hombres que comprasen sables, si es que querían conservar para sí las sayas que compraban. Y el misterio aumenta todavía considerando las palabras aún más inesperadas con que habla de la sumisión, y que casi excitan a la violencia. No se explica todo con declararlo insensato, porque la locura corre siempre por un cauce único. El maníaco es, generalmente, monomaníaco. Recordemos aquí la complicada definición del cristianismo que hemos dado: el Cristianismo es una paradoja sobrehumana en que dos opuestas pasiones arden una al lado de otra. La única explicación del misterioso lenguaje evangélico es considerarlo como la descripción del mundo por un ser que, colocado desde alturas sobrenaturales, logra naturalmente las síntesis más extraordinarias.»[8]

Ese – y no otro – es el maravilloso Jesús en el cual los cristianos creemos. Al menos, así lo creo, y creo que los testimonios de tantos cristianos durante los siglos, incluidos los mártires modernos del siglo XXI, que han perdido todo, hasta la vida a veces, por conservar esa Fe, lo demuestran.

  1. P. Carlos Pereira, IVE

[1] Cfr. Metzger B., Il canone del nuovo Testamento, Paideia, Brescia 1997, pp. 227-228. Ver también: Cfr. E. Marinelli – M. Fasol, Luce del sepolcro; Fede & Cultura, Verona 2015.

[2] Cfr. Martini C.M., Qualcosa in cui credere, Piemme, Milano 2010, pp. 52-53.

[3] Santa Teresa de Avila, Libro de la vida, XXII, n.6.

[4] González Faus J., Herejías del catolicismo actual; Madrid, Trotta, 2013, pp. 18-19.

[5] La teología católica admite igualmente que Jesús, en cuanto hombre, fue adquiriendo conocimientos (ciencia adquirida), independientemente de lo que podía saber en cuanto Dios.

[6] La cita es: Torres Queiruga, A.: Repensar la cristología; Pamplona, EVD, 1996, 225-226.

[7] Cfr. Torres Queiruga, A.: Repensar… 313.

[8] G. K. Chesterton, Ortodoxia, cap. IX; edición Plaza Janés, Barcelona 1952, 659-660.

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