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Lo que nadie cuenta de la Iglesia

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He leído muchas cosas sobre la iglesia, cadenas que se repiten en muros de conocidos, cosas que duelen.

Hoy quiero hablar de los que nadie habla, no de la iglesia como institución sino de grandes personas que conocí dentro de ella.

Nadie cuenta sobre los seminaristas y novicias que dejaron sus casas, sus familias, sus fiestas para dedicar su vida a Dios en el servicio a los demás, no son personas lejanas, serias y de otra época, son jóvenes cómo cualquier otro, que les gustan la música, los deportes, juntarse con amigos, reírse, se enojan de vez en cuando; que no se conformaron con lo que la sociedad propone a los jóvenes de hoy.

Me ha tocado compartir varios días con monjas de todas las edades (muchas más chicas que yo) que tienen un hogar de niños, que viven dedicadas a ellos, de lunes a lunes, las vi cantarles canciones, leerles cuentos, enseñarles a hablar, las vi preparándoles la comida, las vi haciéndoles fiestitas y bailando con ellos por todo el salón, vi el amor con que los cuidan, vi la alegría con que los chicos las abrazan, también las vi rezando el rosario con ellos, (y cuando quise acercar a un grupo de niños que se había alejado a jugar me dijeron que los deje, que ninguno está obligado a rezar, si quieren seguir jugando, está bien, lo pueden hacer).

Las vi haciéndoles los disfraces que les pedían, las vi haciendo la lista de lo que cada uno quería como regalo para Reyes y que ellas se encargan después de conseguirles, las vi recibiendo ropa donada y seleccionando la que estaba en buen estado, porque ninguno merecía estar vestido con trapos.

También conversé con ellas, nos matamos de risa por cada ocurrencia, hasta el punto en que te duele la cara de tanto reírte. El primer día cuando llegamos, una de las monjitas vino a nuestro cuarto y encendió un juguete de los chicos, de esas pelotitas q al tirarlas al suelo se iluminan de todos colores con una canción de fondo y nos dijo entre risas: tomen chicas por si extrañan los boliches estos días.

Las vi limpiando todo, y yéndose a acostar poniendo la alarma temprano para empezar otro día al servicio de los demás.

También estuvimos en el hogar de ancianas y discapacitadas, vi la alegría en la cara de cada uno de ellas cuando se acerca una hermana o un sacerdote a conversarles, las vi despertándolas a las mañanas, ayudándolas a vestir, cambiando pañales, las vi dándole la comida en la boca, las vi cantando con ellas, las vi lavándoles la ropa, vi cómo les ayudaban y enseñaban a lavar su ropa, las vi rezando con ellas, las vi reírse, las vi consolar a la que necesitaba, las vi enseñarles con tanta paciencia, las vi también perder un poco la paciencia, mirar al cielo y volver a empezar la tarea, levantar lo que se había tirado, limpiar la comida del suelo.

En el hogar de adultos hombres, sacerdotes y seminaristas trabajaban de la misma forma con los abuelos, los vi reír, los vi empujar sillas de rueda, servirles la comida, y lavar y ordenar todo después, para ir a dormir poniendo la alarma temprano, para levantarse antes que ellos y preparar el desayuno.

Conocí sacerdotes que viajan a pueblos lejanos y van caminando casa por casa compartiendo con la gente, rezando, bendiciendo, celebrando misas y sacramentos, escuchando.

Tengo la suerte de tener una amiga en las hermanas de la caridad, como una hermana para mí, antes de que descubra su vocación religiosa y se vaya al convento, la vi en su bici ir a visitar a los barrios más humildes llevándoles cosas, la vi renunciando a su tiempo y a cosas materiales para entregárselo a ellos, vi como las familias la esperaban con alegría para compartir unos mates, participaba en grupos de ayuda a la mujer embarazada, visitaba y acompañaba a cada madre durante el embarazo y después de que nacían sus bebes. La vi rezando todos los días en misa regalándole su día a Dios.

Y escribo esto porque no me lo contaron, lo vi, y de ellos nadie habla, no son noticia, dedican todas las horas de sus días en cuidar a gente de la cual la sociedad e incluso sus familias se han olvidado, y son felices, en su mirada y en su sonrisa tienen algo distinto algo que los diferencia del resto, son de verdad felices.

Por suerte no me preocupa que lleguen a leer los insultos y las mentiras que escriben sobre la Iglesia, sobre ellos, sobre su familia, porque están más ocupados en entregarse a los demás que en meterse en peleas en redes sociales y si lo leyeran creo que tampoco le darían mucha importancia.

Escribo esto para los que no conocen, para que no se dejen engañar por lo que leen, por lo que les encanta escribir a los que opinan desde afuera, a los que buscan resaltar solo lo malo (que soy consciente que existe, no lo niego y me apena que sea así) para tapar lo bueno.

Hay muchas personas en la Iglesia que deciden dejar todo y dedicar su vida a trabajar por nosotros, aman a Dios y son felices y hacen felices a muchas personas, más de las que nos imaginamos. Ellos realmente son el reflejo de lo que enseña la Iglesia.

Luciana Peralta

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