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Ushetu, Tanzania, 1 de noviembre de 2019

Parece increíble que en pleno siglo XXI haya gente que no tenga agua. Algo tan básico. Pero una carencia tan común en donde vivimos. Si bien es algo con lo que “convivimos”, es decir, una realidad cotidiana en nuestra misión, y en cada una de las aldeas, sin embargo tuve una experiencia más cercana de tener que buscar agua, ir hasta el pozo del agua. En los días que estuve parando en la casa de los misioneros en Nyasa, debimos ir hasta el pozo porque en la casa no tenemos todavía un tangue para recolectar el agua de lluvia. De todas formas, al final de los seis meses de sequía, aunque haya tanque de agua… el agua recolectada no alcanza. Así nos pasaba antes en la misión, antes de excavar el pozo de agua, tiempos en que dependíamos totalmente del agua de lluvia recolectada.

Por gracia de Dios, y gracias a la ayuda de “Los Caballeros de Colón”, de Estados Unidos, pudimos excavar un pozo de agua en Nyasa. Como el poblado de Nyasa está en una parte elevada, con montañas de rocas graníticas, no fue posible encontrar agua en medio del pueblo, sino que hubo que alejarse un poco, descendiendo hacia los campos de arroz. Allí se logró encontrar agua, y a nosotros nos parecía que estaba muy lejos el pozo del poblado… pero por nuestra mentalidad, y nuestras costumbres, en que “todo está cerca y está fácil”. Hay que recorrer unos 2,5 km desde Nyasa para llegar al pozo, y desde el poblado vecino de Itumbo, otro tanto. Ha quedado justo a la mitad, y esto fue obra de la Providencia, porque ahora lo usan las personas de ambas aldeas.

Para nuestra sorpresa, nos decía el albañil que estuvo haciendo la pared para proteger el pozo, venía mucha gente a buscar agua, y venían todo el tiempo. Cuando pusimos una puerta de hierro, la gente preocupada le preguntaba al obrero si iban a comenzar a cobrar para sacar agua. Se quedaron tranquilos al saber que era sólo para cuidado de la bomba, para que nadie la robe o rompa.

Para poder estar unos días en la casa de Nyasa, tuve que ir a buscar agua. Juntamos todos los baldes de plástico que teníamos en la casa, y que habían quedado de cuando pintamos la iglesia, y fuimos en la camioneta junto con el líder de la aldea que me iba a ayudar. Teníamos diecisiete tachos de 20 litros. Cuando llegamos en el vehículo, vimos que había gente sacando agua. Saludamos y comenzamos nuestro trabajo de llenar los baldes, y ponerlos en la camioneta. Mientras estábamos en este trabajo, comenzaron a llegar muchos chicos de la escuela primaria de Nyasa, pero que eran de la aldea de Itumbo, y que regresaban a sus casas. Eran cerca de las cuatro de la tarde, y todos venían como pasada obligada a tomar agua en el pozo.

Como la mayoría no tenía en qué tomar el agua, comenzaron a usar los tachos de 20 litros que nosotros habíamos llevado, y se prestaban una botella de plástico que tenía uno de ellos. Me saludaban con gran timidez, y algunas niñas ni siquiera contestaban, sino que se reían entre ellas. Muchas veces piensan que un blanco no sabe swahili, y quedan sin palabras. En estas zonas, como les decía en las crónicas anteriores, no nos ven muy seguido, y las comunidades cristianas son muy pequeñas.

Así fueron pasando muchos, decenas, y nos sé si llegarían a más de cien, los niños que pasaron a tomar agua. Me quedé mirándolos, y por supuesto, se me venían muchas cosas a la cabeza… ¿cuántas horas habrán pasado sin tomar agua? En la escuelas por lo general no hay agua, y me imagino que mucho menos en la de Nyasa. Las horas que se deben pasar en la escuela, las horas de más calor, al mediodía, y sobre todo en las horas que aquí son más calurosas, como las tres de la tarde. Si para nosotros era un sacrificio ir a la escuela, cuánto más lo es para estos chicos. Deben caminar más de cuatro o cinco kilómetros, de ida y de regreso. Deben salir de noche de sus casas… sin desayuno. Alguno, con suerte, llevará una fruta en el bolsillo, y lo digo casi como una utopía. Nos hay kioskos en las escuelas, y es más… pensaba que estos chicos pasaban por el pozo de agua como cuando nosotros al salir de la escuela pasábamos a comprar algo… o derecho a tomar la merienda en casa. Aquí era simplemente, tomar agua, con una temperatura superior a los 30º, luego de haber salido de madrugada de la casa, caminando kilómetros, sin desayunar, terminando a las tres de la tarde y regresando con el estómago vacío.

Ahí estaba yo parado, como un estúpido, mirándolos, sorprendido… a pesar de que vivo aquí hace casi siete años. Pero los chicos seguían su viaje, y el líder seguía llenado los tachos, que yo debía tapar y subir a la camioneta. Pude ver una señora que cargaba su bebé en la espalda, y cargó un tacho de agua de 20 litros sobre su cabeza, y comenzó a caminar, en dirección a Itumbo. Yo cargando los tachos en la camioneta me sentía demasiado cómodo… diecisiete tachos. Y esta gente debe venir de varios kilómetros caminando para llevarse uno solo sobre la cabeza.

Pocos días después volví a buscar agua, junto con un hermano y un novicio, pero esta vez fue a la mañana, después de la misa. Había muchísima gente. Una carreta tirada por dos bueyes, cargada de baldes y bidones. Un par de bicicletas, y gente que había venido a pie. Cuando llegamos saludamos, y otra vez, me miraban. En un momento, el hermano Marko se reía porque escuchaba que entre ellos hablaban en sukuma y se decían soprendidos: “Sabe hablar swahili”. Pude ver cómo en la mañana venía tanta gente a buscar agua desde ambos poblados, de Nyasa e Itumbo.

Nosotros estábamos llenando otra vez los diecisiete tachos… y entonces pensaba en la cantidad de agua que usamos. Y el sacrificio que hacen ellos, porque es el agua que se debe usar para todo: cocinar, lavar la ropa, lavar las cosas de cocina, bañarse, beber… ¿Qué pasaría si nosotros debiéramos caminar dos kilómetros para buscar toda el agua que usamos? Recordaba el tiempo en que en la misión, aquí en Ushetu, usábamos agua de lluvia solamente, y teníamos que traer el agua desde los tanques que estaban afuera, tan sólo 20 metros, y recordarlo me trae cansancio.

¿Y si les propusiera a ustedes que por una semana… (bueno, tal vez una semana es mucho), o tan sólo tres días, busquen el agua en la esquina de su casa? No digo a dos kilómetros. O hagan la prueba, de traer toda el agua que usan en su casa, desde la canilla que está en el patio de atrás (no hacer trampa, no usar mangueras). Y que todo se use desde tachos (no hacer trampa, no usar ninguna canilla dentro de la casa), como para lavar los platos, lavarse la cara y los dientes, ducharse, tirar en el baño… hervir en la pava… Creo que la mayoría de nosotros no llegaría a los tres días, y mucho menos a una semana.

Me imagino que hay mucha gente en nuestros países que viven así… no es una exclusividad de África, ni de Tanzania. Pero es una realidad que me ha tocado ver, durante siete años. Y esta crónica no tiene un sentido ecológico, tan de moda en nuestros días, de que hay que ahorrar agua, si bien también es necesario considerarlo (yo después de estos años en África no puedo ver una canilla perdiendo agua, ni una gota). Sino que me lleva a considerar lo bueno que ha sido Dios con nosotros, que nos ha dado de todo. Y nos lo sigue dando. ¿Quién de nosotros aplaudiría, cantaría, y gritaría de alegría al ver que el agua sale de la canilla? Yo me emocioné al ver eso la aldea de Mazirayo, cuando los ingenieros pusieron la bomba manual, y al accionar de la palanca, comenzó a salir agua por primera vez, una señora comenzó un canto a la Virgen, que fue seguido por todos los presentes.

Este escrito se está haciendo largo. Les resumo que gracias a Dios, gracias a los donantes, gracias a las hermanas Servidoras que han buscado ayuda, hemos podido excavar ya siete pozos de agua: Mahanga, Ibelansuha, Ibambala, Sole, Mliza, Nyasa y Mazirayo. Quedan muchas, muchas aldeas sin agua. Gozo con pensar que Cristo dijo: “Tuve sed, y me disteis de beber”. Y miraba a los niños de Itumbo tomando agua en un tacho de 20 litros… y no podía más que sonreír de alegría. La caridad debe llevarnos a predicar el evangelio, y a dar de beber, de comer, vestir, educación, salud… y “lo que hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. En los dos últimos pozos excavados hemos podido construir también una cruz de cemento, para que les hable de Dios, de Cristo que los amó hasta el extremo; y para recordarles que ha sido la Iglesia Católica quien se ha acordado de ellos, por medio de los misioneros… en lugares donde nadie llega, ninguna institución, y el gobierno, muy pocas veces.

¡Gracias Señor por todo lo que nos concedes en nuestra vida cotidiana, y que muchas veces no lo vemos ni lo agradecemos!

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE.

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