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Homilética – Domingo II después de Navidad

TEXTOS LITÚRGICOS

[accordions title=”TEXTOS LITÚRGICOS”]
[accordion title=”LECTURAS” load=”hide”]La Sabiduría de Dios habitó en el pueblo elegido

Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12

La Sabiduría hace el elogio de sí misma y se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de su Poder.

«El Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, Él me dijo: “Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel”.

Él me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir.

Ante El, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; Él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad.

Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial 147, 12-15.19-20

R. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
O bien:
Aleluia.

¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!
El reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

Él asegura la paz en tus fronteras y te sacia con lo mejor del trigo. Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente. R.

Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel:
a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. R.

Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 3-6. 15-18

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.

Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.

Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los hermanos, doy gracias sin cesar por ustedes, recordándolos siempre en mis oraciones.

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.

Palabra de Dios.
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[accordion title=”EVANGELIO” load=”hide”]ALeLuiA 1Tim 3, 16

Aleluia.
Gloria a ti, Cristo, proclamado a los paganos; gloria a ti, Cristo, creído en el mundo.
Aleluia.

EvANgELIo

La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-18

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz,
sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de Él, al declarar:
«Éste es Aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo».

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.

Palabra del Señor.
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GUIÓN PARA LA MISA

[accordions title=”GUIÓN PARA LA MISA”]
[accordion title=”II Domingo del tiempo de Navidad” load=”hide”]Entrada:

Juan el Bautista, nos señala a Jesús y nos dice que Jesús es el Hijo de Dios. La salvación depende de nuestra adhesión a esta verdad de fe. Proclamémosla con devoción sincera en esta celebración eucarística.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Eclesiástico 24, 1- 2. 8- 12
Cristo es la Luz de las naciones, el destinado por el Padre para llevar la salvación al mundo entero.

Salmo Responsorial: 147, 12- 15. 19- 20

Segunda Lectura: Efesios 1, 3- 6. 15- 18
A todos los que invocan a Jesucristo como Señor, el Apóstol les desea la gracia y la paz que de Él procede.

evangelio: Juan 1, 1- 18 o bien 1, 1- 5. 9- 14
Juan bautiza con agua. Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, bautiza en el Espíritu Santo.

Preces:

Dirijamos nuestras súplicas a Dios, Señor de todos los seres, con verdadera humildad y el más puro abandono.
A cada intención respondemos cantando:

* Por el Santo Padre y todos los obispos y sacerdotes unidos en comunión de fe y amor para que este testimonio de unidad eclesial llame a los hijos de Dios dispersos en la filial reconciliación. Oremos
* Para que en este tiempo de Navidad las almas se dejen iluminar por la misericordia de Dios Padre que llama atodos los hombres y los atrae con lazos de amor para hacerlos sus hijos.
*Por todos los que sufren espiritual o físicamente, para que abiertos al amor del Verbo encarnado, puedan experimentar la alegría dada a luz en el dolor. Oremos.
* Por todos nosotros que nos hemos reunido junto al altar, por nuestras familias y comunidades religiosas paraque dóciles a la gracia que viene de lo alto podamos ser siempre verdaderos templos del Espíritu Santo. Oremos.

Padre Santo, escucha nuestras oraciones y hazlas una con la oración de tu Hijo, Jesucristo Nuestro Señor.

Liturgia eucarística

Ofertorio:
Recibe Señor, la ofrenda de nuestra vida y el deseo sincero de hacer el bien a todos.
*Presentamos el pan y el vino. Con ellos nos unimos a la Alianza que Cristo selló con su Sangre.

Comunión:

Cristo obra nuestra reconciliación através de su Sacrificio. Cuando comulgamos somos uno con Él y con nuestros hermanos.

Salida:

La Madre de Jesús nos señala a su Hijo y nos conduce a Él. Que Ella nos ayude a llevar la Buena Nueva a todas las naciones.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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EXÉGESIS

[accordions title=”EXÉGESIS”]
[accordion title=”José María Solé – Roma, C.M.F. Eclesiástico 24, 1-4. 12-16″ load=”hide”]Este canto a la «Sabiduría» de Dios es el más bello y elevado de cuantos le dedican los libros inspirados:

— Más que la Sabiduría, atributo divino, aparece ante nosotros la «Sabiduría», Hipóstasis o Persona divina; unida íntimamente a Dios y a la vez distinta de Él

— Se nos prepara la revelación del Misterio del Padre y del Hijo; «Sabiduría» que procede de la boca de Dios (3).
Es su «Verbo», su «Palabra», su «Hijo».
Y si tiene relaciones íntimas con Dios, las tiene también con el universo.
Respecto del cosmos: lo crea, ordena, gobierna (5. 6).
Respecto de los hombres: «Domina sobre todo pueblo y nación» (6).
Respecto de Israel: Israel es su «heredad» predilecta (7). Y la «Nube» o Columna de fuego del Desierto (4), el culto del Templo, la Ley (10. 23), son otros tantos «signos» de la presencia e inhabitación de la «Sabiduría» en Israel.

— Pero aún prepara un acercamiento más humano y personal, pues en el plan divino se le ha dicho: «Pon tu tienda en Jacob» (8). Se nos acercará hasta acampar, hasta convivir con nosotros. San Juan es quien en el prólogo de su Evangelio nos va a enseñar cómo todas estas intuiciones de los Autores Inspirados se han cumplido plenamente al tomar naturaleza humana el Verbo = Sabiduría de Dios: «Dios eterno y omnipotente, luz de las almas fieles, dígnate henchir el mundo todo de tu Gloria, revelarte a todos los pueblos por la claridad de tu luz» (Collecta).
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[accordion title=”José María Solé – Roma, C.M.F. Efesios 1, 3-6. 15-18″ load=”hide”]San Pablo ve realizada en Cristo y por Cristo esta magnífica epopeya de la «Sabiduría», el Hijo de Dios encarnado:

— Dios ab aeterno, de pura gracia, en su Hijo (Verbo-Sabiduría) nos elige, nos ama, nos piensa, nos predestina
(3. 4), para que seamos el Pueblo de Dios, la Familia de Dios, sus hijos. Y nos ve en Cristo porque el plan de amor del Padre es hacernos partícipes de la filiación divina: «Por Jesucristo nos predestinó a la filiación divina. Para que alabemos la gloria de su gracia con la cual nos agració en el Amado» (6). Redimidos, agraciados, amados (Gál 4, 3).

— Este plan eterno del amor de Dios se realiza a raíz de la Encarnación: en la Era Mesiánica cuando todo se restaura, se recrea, se armoniza en Cristo: Toda la humanidad queda integrada en el «Misterio de Cristo».

— En los vv 15-18 pide San Pablo a Dios que todos lleguemos a un mayor conocimiento de este plan de amor. Eternamente hemos sido amados y escogidos en Cristo. Y eternamente seremos amados y glorificados en Cristo: «No ceso de pedir… que iluminados los ojos de vuestro corazón, podáis conocer a qué esperanza habéis sido llamados; cuáles son los tesoros de gloria, cuál la herencia de los santos» (18). En la Carta a los Romanos nos dice San Pablo con igual audacia: «Desde antes de todo tiempo nos conoció Dios; y nos preeligió amoldados a la Imagen, su Hijo; de modo que Este sea Primogénito entre muchos hermanos. Y a los que preeligió también los llamó; ya los que llamó también los justificó; y a los que justificó también los glorificó» (R 8, 29). De eternidad a eternidad, el Padre por el Hijo y en el Hijo (su Verbo-Sabiduría) nos ama, nos justifica, nos salva, nos glorifica.
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[accordion title=”José María Solé – Roma, C.M.F. Juan 1, 1-18″ load=”hide”]Las expresiones del A. T. acerca de la Sabiduría (Prov 8, 22; Ecclo. 24, 3-32) o «Palabra» (Gn 1; Sl 38, 6; Is 55, 9) de Dios, podían interpretarse como una «personificación» poética de la acción o de los atributos divinos:

— El N. T. nos va a revelar claramente que esta Sabiduría-Palabra es eterna y subsistente. Es una Persona divina: el Verbo de Dios, el Hijo que desde siempre y para siempre existe con Dios y en Dios. Y es Dios. Vive en la Gloria del Padre (15). En su intimidad filial: «En su regazo» (18). Todo cuanto tiene ser, luz, vida (natural o sobrenatural) de Él la recibe (3). Este Hijo de Dios eterno se viste de nuestra carne (14). Viene a nosotros visible y amable; y también pasible y mortal: «Acampa con nosotros» (In 1, 14; Ecclo. 24, 8).

Lo que en el A. T. era «signo» es ahora realidad. En el desierto: «Nube», Columna de Luz, Maná, Agua de la Roca… Ahora tenemos la Luz y la Vida que vence toda tiniebla y toda muerte. «La Gracia y la Verdad» (= Luz y Vida) no pudo darlas Moisés (17). Las da Cristo. Moisés sólo dio «signos».

— El Unigénito del seno del Padre viene a nosotros. Y todos inmersos en la plenitud de su gracia (16), hechos partícipes de su filiación (12-13), somos por Él arrebatados a la Gloria del Padre (18): Hijos de Dios amados y glorificados en el Hijo Unigénito. Sí, en el Hijo somos hijos; y Palabra; y Luz; y Vida; y como el Hijo vivió en el Padre y en el mundo nosotros vivimos en el mundo y en el Padre. Y para esto nos alimentamos de la Eucaristía que es el Pan de los hijos: Maná y viático, luz y vigor, espíritu y vida.

(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, p. 57 – 60)
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COMENTARIO TEOLÓGICO

[accordions title=”COMENTARIO TEOLÓGICO”]
[accordion title=”Leonardo Castellani – Evangelio del advenimiento” load=”hide”]El Prólogo del Evangelio de San Juan, cuya estructura lingüística hemos ilustrado someramente, contiene la doctrina de Logos, o Verbo de Dios. Es una palabra griega original en el Evangelio, que Jesucristo no usó; pero que corresponde a la palabra sophía o sapiencia, que Jesús usó y que entronca en los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el Logos, o la Sabiduría, del Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del hombre.

Logos significaba en ese tiempo para los griegos “palabra, razón, conocimiento, comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría…”. Era un concepto sumamente compresivo y sumamente prestigioso –cuasi mágico– en los medios helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de Filón de Alejandría.

La escuela de crítica racionalista, que nace en el siglo pasado del protestantismo –con Lessing– y desemboca en el ateísmo –con Wrede, Brandes– pretendió que San Juan se había apoderado del concepto de Logos divino de la filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica; haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos no se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan con el Logos de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema de filosofía platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente teñida de panteísmo.

La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un abismo: el Logos de Philón–tomado de la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de Heráclito y Anaxágoras–es la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la creación del mundo, a la manera de la razón operativa o la técnica del artista, por intermedio de la cual el artista crea la obra de arte. Mas el Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un hombre; y que no solamente está en –el seno de– Dios sino que está con o cabe Dios; puesto que el verbo era (eén) significa identidad en griego y la preposición cabe (pará) significa una distinción. La inteligencia de Dios tiene en Dios una vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse hombre: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros”.

Juan tomó el término del vocabulario filosófico de su tiempo; y también su sentido principal, concretándolo y aplicándolo al “Hijo del Hombre” e “Hijo de Dios” de los Sinópticos; entre otros motivos, para significar un modo de generación enteramente espiritual, no asimilable a la generación carnal que conocemos: “Los que no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón; sino que de Dios son nacidos”. Los musulmanes actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no pueden acordar –y con razón– que Dios haya tenido un Hijo-carnal. Mas la generación del Verbo no es carnal.

La generación eterna del Verbo no puede compararse –y aun así permanece arcana– sino con la formación misteriosa del conocer en el alma del Hombre. Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas las cosas, y ese conocimiento es su “Hijo”. Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el influjo de la Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida divina, inaccesible naturalmente a sus alcances.

¿Qué era el Logos para la cultura helénica? Era. para algunos, un ser intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la razón divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y organizándolos; pero era también otra cosa, pues el término no había llegado a esos sentidos técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que lo matizaban. Todo lo que hay de serio de razonable, de ordenado (lo bello, lo regulado, lo conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso y musical se agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era como la medida y el ideal de las cosas. Para formarse una idea piénsese en lo que significaba para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo que inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no la solución misma, a no ser como silueta y como germen… La solución que tendrá más chances de triunfar será aquella que hará tomar cuerpo de la manera más clara a un mayor número de nociones apuntadas y de aspiraciones inquietas, que vivían como en difusión en la Gran Palabra. Ahora bien, San Juan respondió maravillosamente a ese movimiento de gestación aplicando la Palabra Magnética en forma precisa a Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios –fiel a la tradición bíblica del Libro de la Sabiduría–; y así respondió a los deseos de las almas griegas, a las cuales la teoría de un Logos nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas, intermedio más bien que mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía llenar perfectamente. Juan “evangeliza” a la vez para los judíos y para los gentiles.

Después de haber señalado a Cristo como el Verbo del Padre, Juan lo hace sucesivamente la Vida, la Luz la Gloria, la Gracia y la Verdad de Dios; Engendrador a su vez de una nueva vida en “todos cuantos lo recibieren”. El comienza por ser la luz de todos los nacidos, porque imprime en toda alma mortal la imagen de Dios en forma de razón y de conciencia; y es después el principio de la luz sobrenatural de la fe, por la cual el hombre es levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La gracia y la verdad son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad trascendente que sólo se da por la gracia, gratuitamente.

La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha unido a la naturaleza humana tomando su carne y alma; él llama a todos los hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, esa unidad debe volverse y hacerse sensible; y se vuelve sensible en una sociedad humana, simbolizada en la imagen del Rebaño y el Pastor. Y como el Buen Pastor natural y primogénito se aleja por un tiempo de este mundo, ha designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía, Pedro había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se verifica en la fe y en la caridad.

Los que sienten tan fuertemente hoy día la necesidad de la unión de los discípulos de Cristo, deben advertir que esa unión sólo es posible en la fe y en la caridad. Hoy día hay algunos que, dejando de lado la fe, insisten en efectuar la unión en la caridad: es imposible. El protestantismo hoy día –no así en sus comienzos– agotado en la discusión interminable de las variaciones dogmáticas producidas por el “libre examen”, ha acabado por arrojar “los dogmas” por la borda y forcejea por unificar a los cristianos en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad, y la verdad no puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio pretenden mantener la unión sobre la fe sola.

Este es el estado de las iglesias católicas cuando decaen: sus fieles creen todos lo mismo así media a bulto (recitan el mismo Credo de memoria) pero no están unidos entre sí en hermandad real: ni se conocen entre ellos a veces; oyen misa codo con codo en un gran edificio –que fácilmente puede ser quemado– reciben la “comunión” cada uno por su lado, y después se van a sus negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros, flechazos o coces. No es esta una “iglesia” propiamente hablando; no hay Iglesia de Cristo sin caridad. La fe sin obras es muerta, y la obra por excelencia de la fe es la caridad, la comunión de las almas. “obras obras!” decía Santa Teresa; en el mismo tiempo en que Lutero clamaba “¡Fe, fe!” y declaraba a las obras (a las obras exteriores al principio, después a todas en general) como inútiles para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado vigentes las “obras” de Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e internas a la vez) en la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese levantado, o hubiese caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo.

El sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el Santísimo Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el título honorífico de “Defensor fidei”, que aún llevan los Reyes de Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la Iglesia inglesa con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella a media Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe; pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio).

Porque la fe debe engendrar caridad, y la caridad debe vivir de la fe; y sin eso, no hay unidad. Roguemos por la Iglesia Argentina.

(CASTeLLANi, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 446-450)
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SANTOS PADRES

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[accordion title=”San Agustín – El Verbo de Dios – Sermón 120″ load=”hide”]Sobre las palabras del Evangelio de San Juan (1,1): En el principio era el Verbo, etc.
(Pronunciado en una primera semana de Pascua,
durante la cual los recién bautizados llevaban túnicas blancas.)

1. REVELACIÓN DEL VERBO DE DIOS EN EL EVANGELIO. Comienzo del Evangelio de Juan: En el principio era el Verbo. Así empezó el evangelista, esto vio, y, levantándose sobre toda criatura, montes, aires, cielos, astros, tronos, dominaciones, principados, potestades, ángeles y arcángeles, elevándose, digo, sobre todo, vio en el principio al Verbo, y lo bebió. Lo vio sobre toda criatura, lo bebió en el pecho del Señor. Este Juan es el mismo santo evangelista a quien Jesús amaba con preferencia, hasta el punto de recostarse sobre el Corazón de Cristo. Allí estaba este secreto; allí lo bebió para eructarlo en el Evangelio. ¿Felices los que lo oyen y entienden! Y aunque no tanto, ¡dichosos también los que, si no lo entienden, lo creen! ¿Quién podrá explicar con palabras humanas la grandeza de ver al Verbo Dios?

2. UBICUIDAD DEL VERBO DE DIOS. —Levantad vuestros corazones, hermanos míos; levantadlos cuanto podáis y desechad cualesquiera imágenes corporales que se os ocurran. Si te figuras al Verbo de Dios a modo de la luz de este sol, por mucho que la extiendas y difundas por doquier y con la imaginación le borres todo límite, nada es respecto al Verbo de Dios. En cuanto pueda pensar el alma, es menor la parte que el todo. Piénsate al Verbo todo en todas partes. Entended lo que os digo. Estoy encogiéndome por vosotros cuanto puedo. Entended lo que os digo. Ved cómo la luz del cielo, que recibe el nombre de sol, ilumina la tierra cuando sale, extiende el día, contornea los objetos y discierne los colores. Es la luz un gran bien, un don inmenso de Dios, hecho a todos los mortales; glorifíquenle sus obras. Si tan hermoso es el sol, ¿qué más bello que su hacedor? Y, sin embargo, hermanos míos, observad que el sol difunde su luz por toda la tierra, penetra los cuerpos transparentes, pero los opacos le resisten; entra por las ventanas, mas ¿acaso traspasa las paredes? Al Verbo de Dios todo le es accesible, nada se le oculta. Ved en otra diferencia la enorme distancia que va del Criador a la criatura, sobre todo a la criatura corporal. ‘Cuando el sol está en el oriente, no está en el occidente; cierto queda luz, emanando de su gran cuerpo, llega hasta el occidente, pero él no está allí. Cuando nace está en el oriente, cuando muere está en occidente; y por estas dos obras suyas (el nacer y el morir) dio su nombre a los lugares. Por aparecer en el oriente cuando nace, hizo que a este punto se le llamase oriente; y por estar en occidente cuando muere, hizo que se llamara occidente a ese lugar. De noche nunca se deja ver. ¿Acaso es el Verbo de Dios así? ¿Por ventura no está en oriente cuando en occidente, y en occidente cuando está en oriente? ¿O deja la tierra para ocultarse debajo de ella o ir más allá de la tierra? No; está en todas partes. ¿Quién podrá explicar esto con palabras? ¿Quién lo ve? ¿Con qué documentos demostraré lo que digo? Yo soy un hombre, un pobre hombre que habla a hombres más pobres hombres aún. Y, con todo, hermanos míos, oso decir, y digo, que también yo veo dentro de mí, algo así como en espejo y enigma, un verbo semejante. Más, si quiere pasar a vosotros, no hay vehículo apropiado. El vehículo de este verbo (palabra) mío es el sonido vocal. Esto que me digo dentro de mí, si quiero decíroslo a vosotros, no hallo palabras adecuadas. Y ¡quiero hablar del Verbo (Palabra) de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas! ¡Qué grandeza de Verbo! ¡Qué Verbo tan especial! Ved sus obras, y temblad ante su Hacedor. ¡Todas las cosas fueron hechas por él!

3. EL VERBO HUMANO. Y EL VERBO DIVINO. UNAS PALABRAS SOBRE LOS RECIÉN Bautizados. —Vuelve conmigo, humana enfermedad, vuelve conmigo (a lo que íbamos diciendo). Hagamos por comprender en lo posible las mismas cosas humanas. Nosotros, que hablamos, somos hombres; hablamos a los hombres y emitimos el sonido de la voz. Conducimos a los oídos de los hombres este sonido de la voz nuestra, y por medio del sonido vocal introducimos de algún modo nuestra inteligencia en el corazón de quien nos oye. Expongamos, pues, esto en la medida que podamos, y del modo que podamos veamos de comprenderlo; y si no somos capaces ni aun de comprender esto, ¿qué podremos decir del Verbo de Dios? He ahí que me estáis oyendo; yo hablo… Sale alguien de aquí y se le pregunta fuera qué estamos haciendo, y él responde: “Está hablando el obispo.” Sí; estoy hablando del Verbo. Mas ¿qué verbo este mío y de qué Verbo estoy hablando? Un verbo mortal habla del Verbo inmortal: un verbo mudable, del Verbo inmutable; un verbo fugaz, del Verbo eterno. Sin embargo, prestad atención al mío. Habíais dicho estar el Verbo de Dios todo en todas partes. Ved ahora; os dirijo yo el verbo y a todos llega lo que digo. ¿Ha sido necesario para que todos oigáis lo que digo dividir los verbos? Si os estuviera dando de comer y quisiese llenar, no vuestra mente, sino vuestro vientre, y os pusiera delante algunos panes para saciaros, ¿acaso no los repartiríais entre vosotros? Los panes que os diera, ¿podrían corresponder a todos y a cada uno? Porque si los tomaba uno solo, quedarían sin nada los demás. En cambio, hablo, y a todos llegan mis verbos; y aun eso no es mucho, sino que todos los disfrutan íntegramente. Llega a todos el todo que a cada uno. ¡Oh maravillas del verbo mío! ¿Qué no será, pues, el Verbo de Dios? Escuchad otra cosa. He dicho algo. Este algo pasó a vosotros y no se apartó de mí. Llegó a vosotros y quedó conmigo. Antes de hablaros estaba en mí; en vosotros, no; hablé, y empezasteis vosotros a poseerlo, sin perder yo nada. ¡Oh milagro de mi verbo! ¿Qué será, pues, el Verbo de Dios? Conjeturad lo grande por lo pequeño. Considerad las cosas terrenas y alabad las celestiales. Criatura soy, criaturas sois, y si mi verbo produce tales prodigios en mi corazón, en mi boca, en mi voz, en vuestros oídos y en vuestros corazones, ¿qué pensar del Criador? ¡Oh Señor!, óyenos. Repáranos, ya que nos hiciste. Haznos buenos, pues nos hiciste hombres iluminados. Estos, vestidos de blanco, iluminados, oyen tu palabra por mi conducto. Están en tu presencia iluminados por tu gracia. Este es el día que hizo el Señor. Pero trabajen y oren para que, pasadas estas solemnidades (de Pascua), no vuelvan a ser tinieblas, pues en ellos reluce hoy la luz de los prodigios y beneficios de Dios.

SAN AGUSTÍN, Sermones, O.C. (VII), BAC Madrid 19643, 86-90
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APLICACIÓN

[accordions title=”APLICACIÓN”]
[accordion title=”Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado” load=”hide”]Artículo 3: Preexistencia del Verbo

8) a. Persona eterna. La persona del Verbo existe desde toda la eternidad: al principio era el Verbo…y El estaba al principio junto a Dios (Jn 1,1-2). Al confesar la existencia del Verbo como anterior a la Santísima Virgen y anterior a la creación del mundo, queremos basar nuestra espiritualidad en el absoluto de Dios ante quien todo es como nada . Siempre debe ser capi¬tal para nosotros la exhortación de San Cipriano de “no anteponer nada a Cristo” , convencidos de que “Dios ama a Cristo más que a todo” y la convicción de Santa Teresa: “Sólo Dios basta” . Queremos en todo y por todo dar primacía a lo espiritual y entregarnos en santo abandono a la voluntad de beneplácito de Dios, ya que, como respuesta a la revelación de Dios “el hombre debe abandonarse enteramente en Dios” .

9) b. Persona distinta. Y el Verbo estaba junto a Dios (Jn 1,1). El Verbo es la “Palabra que procedió del silencio” . La distinción personal del Verbo con el Padre y el Espíritu Santo nos impele a que toda nuestra vida lleve la impronta trinitaria, que es el máximo misterio de Dios, es plenitud del hombre y es “la sustancia del Nuevo Testamento”, en la que los hombres por medio del Hijo hecho carne tienen acceso en el Espíritu Santo al Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Debe ser un timbre de honor el confesar “la distinción de las personas, la unidad de su naturaleza y la igualdad en la majestad” .

10) c. Persona divina. Y el Verbo era Dios (Jn 1,1). Reconocemos en El la plenitud de la divinidad y todos los atributos del ser y del obrar divinos y que todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto ha sido hecho (Jn 1,3). De manera particular, queremos vernos en El a nosotros mismos y a todo hombre, y vernos creados “a imagen y semejanza de Dios” , y además, “por Él y ante Él comprender que el hombre es único e irrepetible; alguien eternamente ideado y eternamente elegido; alguien llamado y denominado por su propio nombre” .

CAPÍTULO 2: EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO

Artículo 1: Su primera Venida

11) Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14). La obra de la Encarnación es común a las tres divinas personas, pero se atribuye al Espíritu Santo porque: a) Tiene por causa el máximo amor de Dios: de tal modo amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito Hijo (Jn 3,16). b) La naturaleza humana no fue asumida por mérito propio, sino por la sola gracia, la cual se atribuye al Espíritu Santo: Hay diversidad de gracias, pero el Espíritu Santo es el mismo (1 Cor 12,4). c) Por razón de que Jesucristo es el solo Santo e Hijo de Dios: lo que nacerá de ti será Santo, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35); y por razón de que en Él somos hechos hijos de Dios: porque sois hijos envió Dios al Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que grita: ‘¡Abba! ¡Padre!’ (Gal 4,6) y somos santificados ya que es el Espíritu de santificación (Rom 1,4).
(…)
a. La divinidad de Jesús

20) Desde siempre ha sido central en la fe católica la confesión de San Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), y tiene que ser central en nuestra espiritualidad. “Sólo hemos sido salvados, si Jesucristo comparte en su persona la plena vida divina” enseñó el actual sucesor de Pedro y, en otra oportunidad, dijo que al confesar que Jesús es el Señor (Rom 10,9) “rompemos con todo lo demás que pretenda erigirse en absoluto, y destruimos los ídolos del dinero, del poder, del sexo, los que esconden en las ideologías, ‘religiones laicas’ con ambición totalitaria” .

21) Él es el “Camino” para ir al Padre y nadie va al Padre sino por Él . Tiene el único nombre por el cual podemos ser salvos (Act 4,12). Es el que hace que la Iglesia sea un “sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” . Es el que sostiene todos los dogmas de la Iglesia, ya que es “la verdad que incluye todas las demás” . Es el que nos muestra la primacía y el peso de la eternidad sobre toda realidad temporal.

22) El confesar la divinidad de Jesucristo debe movernos, además, a la práctica de las virtudes de la trascendencia: fe, esperanza y caridad, y, de éstas, a la urgencia de la oración y contemplación incesantes, y a la conciencia de la necesidad de las purificaciones activas y pasivas del sentido y del espíritu.

23) Contemplando que el Verbo Encarnado es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial con el Padre” , queremos dejar de lado toda postura de puro humanismo (humanismo sin trascendencia) que termina aniquilando al hombre y todo falso kenotismo (anonadamiento) que con excusa de ir a lo inferior se vacía de lo superior, por ejemplo, por “estar en el mundo” se allanan al espíritu del mundo vaciándose y se olvidan que los cristianos están en el mundo, pero no son del mundo (Jn 17,16). Porque “Si Dios faltara completamente al hombre, el hombre dejaría de existir. La gloria de Dios es que el hombre viva, pero la verdad del hombre es ver a Dios” .

b. La humanidad de Jesús
46) Del mismo hecho de hacerse hombre sin dejar de ser Dios, debemos aprender a estar en el mundo , “sin ser del mundo” . Debemos ir al mundo para convertirlo y no mimetizarnos en él. Debemos ir a la cultura y a las culturas del hombre no para convertirnos en ellas, sino para sanarlas y elevarlas con la fuerza del Evangelio, haciendo, análogamente, lo que hizo Cristo: “Suprimió lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo divino” .

47) Al igual que Cristo que se hizo semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (Heb 4,15), son inasumibles el pecado, el error, y todos sus derivados. Antes de bautizar hay que exorcizar; sin conversión es imposible la reconciliación; sin renunciar al mal no existe redención. No puede haber unidad a costa de la verdad. No hay santidad sin limpieza de alma: “santidad, limpieza quiere decir” .

48) Sólo puede asumirse lo que tiene dignidad o necesidad. No puede asumirse ni lo inhumano, ni lo antihumano, ni lo infrahumano. Son inasumibles lo irracional, lo absurdo y todos sus derivados.

49) Pero, nada de lo auténticamente humano debe ser rechazado, ya que Cristo asumió una naturaleza humana íntegra. Debemos asumir todo lo humano ya que “lo que no fue tomado tampoco fue redimido” , y lo humano que no es asumido “se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja” .
50) Y ese asumir lo humano no debe ser sólo aparente, sino real. Esa asunción sólo es real cuando de verdad transforma lo humano en Cristo, elevándolo, dignificándolo, perfeccionándolo. Lo que se deja sólo al nivel humano, sólo aparentemente se lo ha asumido.
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c. La unión de ambas naturalezas

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El Verbo en la Encarnación unge con unción santísima todas y cada una de las células del cuerpo de Jesús, y el alma entera en su esencia y en sus facultades. No hay nada en Cristo que no sea tres veces santo, y por tanto, infinitamente adorable. Todo en El es transparencia, autenticidad, sinceridad, coherencia, verdad: Yo soy… la Verdad (Jn 14,6). Es el Amén (Apoc 3,14). Cuantas promesas hay en Dios son en Él Sí; y por Él decimos Amén, para gloria de Dios (2 Cor 1,20), en Él habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9). En El no hay nada vacío, hueco, o no asumido hipostáticamente. No hay nada de barniz o cáscara. Nada de simulado o camuflado. Nada de mentira, falsedad, inseguridad, velación o hipocresía. Es Uno Solo -el Verbo- en dos naturalezas distintas, ambas perfectas, íntegras e hipostáticamente unidas.
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61) Las dos naturalezas, íntegras y perfectas, del Verbo Encarnado nos recuerdan la doble realidad, sobrenatural y natural, de lo creado, y por tanto, la real distinción entre gracia y naturaleza, fe y razón, Iglesia y mundo, que no deben confundirse, ni cambiarse, ni mezclarse, ni absorberse, ni subsumirse. No hay que mezclar lo humano con lo divino, que es un género de mezcla del cual no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Nos mueven a la práctica de las virtudes aparentemente opuestas respetando sus esencias y evitando todo falso monismo gnóstico, por ejemplo, justicia y amor, firmeza y dulzura, fortaleza y mansedumbre, santa ira y paciencia, pureza y gran afecto, magnanimidad y humildad, prudencia y coraje, alegría y penitencia, etc. La elevada santidad es la unión eminente de todas las virtudes, aun las más diversas.

62) Ambas naturalezas, conservando sus propiedades, se unen sustancialmente en la persona del Verbo, por tanto, no hay lugar para falsos dualismos ni destructoras dialécticas que buscan dividir, separar, y oponer la gracia de la naturaleza, la fe de la razón, la Iglesia del mundo, realidades que no deben oponerse destructivamente, sino unirse ordenadamente. Nos mueven a no dialectizar ni nuestra vida espiritual ni la vida pastoral, no enfatizando algún elemento en contra de otro. Evitando toda dualidad, impregnando toda la vida con la Verdad, siendo “amén” del “Amén” .

63) Hay que tener también cuidado de no caer nunca en visiones maniqueas de la realidad, ni en reduccionismos jansenistas, evitando que la legítima y justa autonomía de lo temporal y de lo espiritual degenere en independencia de Dios: “La criatura sin el Creador desaparece” . El ateísmo es “el fenómeno más grave de nuestro tiempo” .

64) Ciertamente que es Dios quien asume una naturaleza humana y no al revés. Y así debe ser en toda nuestra vida en que debemos dar siempre la primacía a Dios sobre el mundo, a la gracia sobre la naturaleza, a la fe sobre la razón: “en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia” . Así como en Cristo se da un orden entre sus dos naturalezas, así en toda la realidad debe darse una subordinación jerárquica entre los órdenes sobrenatural y natural. El es el que nos da la ley que rige las vinculaciones de ambos órdenes. Es Dios el que sana y eleva al hombre, no al revés; es la fe la que purifica y perfecciona a la razón, no al revés; es la Iglesia la que cura y salva al mundo y no al revés. La inversión de valores que afecta a la cultura moderna es otro de los problemas de nuestro tiempo. Hay que darle más importancia a lo que la tiene y hay que buscar primero lo que primeramente cuenta: Buscad primero el Reino y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33).

65) Tampoco es el misterio de la Encarnación una mera unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, sino que se trata de una unión de asunción . No nos basta cualquier modo de unión entre Dios y la creatura para recapitular todo en Cristo (Ef 1,10), sino que, análogamente al misterio de la Encarnación, debe ser una asunción, o sea, se debe dar una acción y pasión que exprese el devenir y no sólo el resultado final, y que diga referencia distinta a cada uno de los términos de partida y de llegada. Hay que “asumir” las culturas, purificándolas y elevándolas a partir de Cristo y su Evangelio, entendido “en Iglesia” . No nos basta con una mera unión ni con sólo poner una etiqueta nominalista a la realidad para que esta sea, de verdad, enseñoreada por Cristo. El “estar en el mundo” sólo tiene sentido para nosotros cuando depende del “no ser del mundo”. Sólo así se puede ser de verdad sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13ss), si no nos convertiríamos en sal sosa y en luz bajo el celemín.

Directorio de Espiritualidad, nº 8-11.20-23.46-50.55.61-64

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