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El Niño Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar

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Jesús está siempre real y corporalmente en medio de nosotros por medio del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. La Iglesia es como un inmenso Belén, donde el Rey de los cielos, oculto y cubierto bajo pobres apariencias, es adorado, reconocido, amado y servido por los ángeles y los corazones fieles.

Belén significa en hebreo casa de pan; la Iglesia es esta casa, construida de piedras vivas, que son sobre la tierra los cristianos y en el cielo los santos y los ángeles; y este pan es Nuestro Señor Jesucristo, pan de los ángeles, alimento eterno de los bienaventurados, y nuestro espiritual alimento […] La Eucaristía, es Jesús en todos los estados por los que quiso pasar para obrar nuestra salvación; está por consiguiente allí también el misterio de su Santa Infancia.

Si, en medio de nosotros tenemos siempre al Niño Jesús. Sí, cuando estamos de rodillas ante el augusto Sacramento, estamos a los pies del Niño Jesús, del mismo Niño Dios, que reposó su cabeza un día en el humilde pesebre de Belén.

¡Oh felicidad! ¡Oh admirable portento! Nada tenemos que envidiar ni a los pastores ni a los magos, adoramos, vemos, tocamos, poseemos al mismo Dios, anonadado por nuestro amor en el misterio de la Eucaristía, como delante de aquellos estuvo en el misterio de la Encarnación.

Por la Eucaristía continúa Nuestro Señor al través de los siglos el misterio de la Encarnación y de la Redención.

En ese gran Belén, que es la Iglesia, el sacerdote perpetúa por medio de su santo ministerio la obra de María, dando en cierta manera a luz sobre el altar, por medio de la consagración, al Dios Hombre. En sus manos lo tiene, lo presenta a los fieles y se lo entrega amorosamente. Se lo da en la sagrada Comunión y vienen a ser ellos entonces cuna viviente, donde se digna descansar el Niño Dios, cuna suave y mullida […] La luz que brilla noche y día delante del Santísimo Sacramento, es como una continuación de la estrella que brilló a los ojos de los magos y que se paró sobre el lugar donde estaba el Niño Jesús. Es el símbolo de la fe siempre luminosa y de amor siempre ardiente, que debemos a nuestro amado Jesús presente e nuestros sagrarios, tristemente abandonado, en muchas de nuestras iglesias, desiertas y solitarias.

 

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