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Poder y dignidad del Santo Rosario

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la Santísima Virgen es alabada y gusta mucho de que se rece el Santo Rosario, por eso colma de favores a sus fieles devotos: «Por medio del Rosario, grandes pecadores de ambos sexos se convertían a una vida santa y derramaban abundantes lágrimas de arrepentimiento. Hasta los niños se dedicaban a penitencias increíbles. La devoción hacia mí y hacia mi Hijo florecía tanto, que parecía como si los ángeles hubieran bajado a la tierra. La fe se fortalecía y muchos fieles anhelaban morir por ella y luchar contra los herejes…»

«Y así, por la predicación de mi querido Domingo y la fuerza del rosario, las tierras de los herejes fueron sometidas a la Iglesia. Se hacían muchas limosnas, se edificaban iglesias y hospitales, se llevaba una vida casta y honrada y se producían numerosas maravillas. El desprecio del mundo, el honor de la Iglesia, la justicia de los gobernantes, la paz de los ciudadanos, la honestidad de las corporaciones y de los hogares ponían de manifiesto una santidad eminente.

Mejor: los obreros empezaban el trabajo sólo después de haberme saludado con el rosario y no querían descansar sin haberme rezado de rodillas. En medio de la noche, si recordaban haber olvidado el rendirme este homenaje, se levantaban prontamente de la cama y me saludaban con un respeto mayor y mezclado de arrepentimiento. Tal era la fama del rosario, que sus devotos se consideraban enseguida miembros de la Cofradía. Del pecador público y del blasfemo se decía –a modo de refrán–: ‘Este no es de los hermanos de Santo Domingo’. »

«No puedo silenciar los signos y prodigios que por medio del rosario he realizado en varias regiones: por él detuve pestes generales, puse fin a horribles guerras, curé fiebres, flujos de sangre y otros males parecidos. Entonces de verdad, el mundo gozaba de mis dones. Los ángeles del cielo se alegraban por sus rosarios, la Santísima Trinidad se complacía en ello, mi Hijo encontraba en esto su alegría, y yo un gozo que no pueden imaginar…»

«Entre todas las cosas que se hacen en la Iglesia, el Rosario es para mí la más agradable, después de la Santa Misa» (BEATO ALANO).

«Gracias a la Exhortaciones de Santo Domingo, todos los hermanos y hermanas de su Orden nos honraban a mi Hijo y a mí con gran devoción, de manera inefable e incansable, rezando este salterio de la Santísima Trinidad. Cada uno recitaba todos los días el Rosario íntegro, considerando perdido el día en que hubiera faltado a este oficio. Tal era la estima por esta devoción, que por amor a ella los hermanos de Santo Domingo acudían más gustosos a la iglesia o al coro. Y si alguien daba la impresión de actuar con negligencia, le decían confidencialmente: ‘Carísimo hermano, no rezas el salterio de María, o lo rezas sin devoción…’ »

JUSTINUS MIECHOVIUS, O.P., sobre las Letanías Lauretanas, Discursus 313, m.6.7.1.

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