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Homilética – I Domingo de Cuaresma

TEXTOS LITÚRGICOS

[accordions title=”TEXTOS LITÚRGICOS”]
[accordion title=”LECTURAS” load=”hide”]La creación y el pecado de los primeros padres
Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?»
La mujer le respondió: «Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: “No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte.”»
La serpiente dijo a la mujer: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.»
Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.

Palabra de Dios.

SALMO 50, 3-6a. 12-14. 17

R. ¡Piedad, Señor, pecamos contra ti!.

¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.

Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos. R.

Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga.
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.

Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-19

Hermanos:
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas.
En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

Palabra de Dios.

O bien más breve:

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12. 17-19

Hermanos:
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

Palabra de Dios.
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[accordion title=”EVANGELIO” load=”hide”]VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Mt 4, 4b

El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO
Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 1-11

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.»
Jesús le respondió: «Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.»
Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.»
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme.»
Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

Palabra del Señor.
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GUIÓN PARA LA MISA

[accordions title=”GUIÓN PARA LA MISA”]
[accordion title=”Domingo I de Cuaresma” load=”hide”]Entrada:
En cada Santa Misa, se renueva la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo. En el inicio de esta Santa Cuaresma participemos con viva fe de estos santos misterios para prepararnos adecuadamente a celebrar el misterio Pascual.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Gen. 2, 7- 9; 3, 1- 7
Dios formó al hombre y le infundió la vida, pero su desobediencia ha engendrado la muerte.

Salmo Responsorial: 50

Segunda Lectura: Rom. 5, 12- 19
Jesucristo nos trajo la salud. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Evangelio: Mt. 4, 1- 11
Nuestro Señor es en todo igual a nosotros menos en el pecado. Ha querido, incluso, sufrir la tentación del diablo para vencerla y hacer que nosotros seamos vencedores con Él y en Él.

Preces: Cuaresma I

Acudamos a Dios Nuestro Padre en este tiempo propicio, y pidámosle con confianza por nuestras necesidades y las de todo el mundo.

A cada intención respondemos cantando:

* Por el Santo Padre y sus intenciones, especialmente las que se refieren a este tiempo de cuaresma, para que todos los hombres sepan aprovecharse con verdadera solicitud espiritual del misterio de la redención. Oremos.

* Por la paz del mundo, para que la Sangre de Cristo traiga la reconciliación entre los pueblos, y que los hombres se abran al diálogo fraterno y a la mutua comprensión. Oremos.

*Para que en este santo tiempo de penitencia podamos penetrar los sentimientos del Corazón de nuestro Redentor que va a la muerte por cada uno de nosotros y para que crezcamos en el amor hacia su Divina Persona. Oremos

* Por los religiosos de nuestros Institutos para que, mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios y la práctica más intensa de la mortificación, podamos imitar la virtudes del anonadamiento del Verbo encarnado y así prolongar el misterio de su Encarnación redentora. Oremos.

* Por todos nuestros familiares, bienhechores y amigos, para que la Cuaresma con su llamada a la conversión les ayude a reflexionar sobre la disposición de apertura y de confianza que deben tener para recibir la gracia que Dios quiere infundirles. Oremos.

Dios Eterno, que nuestras plegarias te sean propicias, y ya que has condescendido dándonos a tu Hijo Único, que todos los hombres te alaben y adoren tus designios de salvación. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:
Junto con estos dones que presentamos nos unimos al Sacrificio de Cristo. Ofrecemos:

*Cirios, símbolo de nuestra fe, que siempre arde ante la presencia de Dios.
* Pan y vino para perpetuar el holocausto de Cristo, Hostia inmolada en el Calvario.

Comunión:
La recepción de esta Santa Eucaristía nos haga conocer y experimentar el amor de Cristo, quien se entregó hasta la muerte por cada uno de nosotros.

Salida:
María, nuestra guía en este itinerario cuaresmal, nos conduzca a un conocimiento más profundo de Cristo muerto y resucitado, y nos obtenga la fortaleza contra todos los enemigos de nuestra alma.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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EXÉGESIS

[accordions title=”EXÉGESIS”]
[accordion title=”P. José María Solé – Roma, C. F. M.” load=”hide”]GÉNESIS 2, 7-9; 3, 1-7:

La narración bíblica que describe el «Pecado» del Paraíso suscita un interés siempre creciente:

— Narración cargada de ingente valor teológico y expresada en una escenificación de un dramatismo insuperable. Actúan como protagonistas-antagonistas el Hombre (Adán-Eva) y Satán (Serpiente). Y el escenario es el Paraíso con sus dos «Arboles» simbólicos: Árbol de la Ciencia-Árbol de la Vida. El Árbol de la Ciencia significa la Trascendencia Divina, los Poderes Divinos. El Árbol de la Vida simboliza la Inmortalidad. Dios hace de ella gracia al hombre a condición de que el hombre viva en dependencia y amor filial de Dios. El Paraíso simboliza el estado feliz en que Dios y el hombre viven. Los antropomorfismos quieren indicar las relaciones de un amor íntimo, filial.

— Se interpone Satanás, enemigo a la vez de Dios y del hombre. La Biblia le presenta bajo el disfraz de «Serpiente». En Canaán la «Serpiente» era objeto de culto idolátrico. Simbolizaba la vida, la fecundidad. El Pecado que la Serpiente insinúa al Hombre (Eva-Adán) es una especie de idolatría. El Autor Sagrado retrotrae a los principios el pecado más grave que Él conoce: el culto idolátrico. En Canaán eran la peor tentación para Israel aquellos cultos naturalistas con que los iniciados pretendían arrancar a sus dioses poderes divinos sobre la fecundidad y sobre la vida. Jeremías nos, lo dice con realismo y crudeza: « ¿Ves lo que hace la rebelde Israel? Va a toda alta montaña bajo todo árbol frondoso; y allí se prostituye o idolatra» (Jer 3, 6). En el Pecado del Paraíso se ve este trasfondo de malicia: un afán de compartir los poderes de Dios; una autonomía total; una auto-divinización del hombre frente a Dios. Y el hombre, al emanciparse de Dios, pierde a Dios y da con el dolor y la muerte.

— La Biblia no es Historia Universal, sino: «Historia de la Salvación», o si preferimos: «Teología de la historia humana». En estos primeros capítulos nos enseña: Dios creó al hombre con destino a Vida Inmortal. Lo creó libre. La «libertad», corona de gloria del hombre, tiene tanto de dignidad como de riesgo. El hombre puede ir a Dios e ir contra Dios. El hombre con abuso de su libertad, bajo el influjo de Satanás que le ataca por el punto más vulnerable, el orgullo, se independiza de Dios. Ahora, frente a esta maldita cadena: Pecado-Castigo-Dolor-Muerte, Dios Misericordioso inicia la que llamamos «Historia Salvífica»: Promesa-Encarnación-Redención-Salvación. Y si una solidaridad de pecado nos anega a todos los hombres, también una solidaridad de gracia nos purifica y nos salva: la solidaridad, por la fe, con nuestro Redentor Jesucristo.

ROMANOS 5, 12-19:

San Pablo desentraña los riquísimos valores teológicos de la narración del Génesis:

— Para iluminar cómo Cristo nos libra del «Pecado», pone frente a frente al primer Adán, cuyo delito nos trae la «Muerte», y a Cristo, cuya «Redención» nos trae la Vida. Por Adán perdimos el acceso al Árbol de la Vida; por Cristo recobramos la Vida. El pecado es rompimiento con Dios. Por eso es muerte. Adán, al abrir la puerta al «Pecado» la abrió a la «Muerte». Por Adán reinan sobre todos los hombres el «Pecado» y la «Muerte». La Escritura entiende por «Muerte» no sólo la física o corporal, sino sobre todo la espiritual y eterna. La muerte física es «signo» y consecuencia de la espiritual (Sab 2, 24). Dios es Vida. Quien rompe con Dios queda en zona de muerte. Quien conecta con Dios tiene la Vida de Dios. Cristo, que nos trae la justificación (= Redención del «Pecado» y recuperación de la Gracia = Vida de Dios), nos trae también la Resurrección (vv 12-14).

— Nuestra solidaridad con Adán y con Cristo queda iluminada por Pablo en este ramillete de contrastes: Entre la obra nefasta de Adán que inficiona de pecado a toda la Humanidad y la obra redentora de Cristo que a todos nos revitaliza de gracia (16); entre el «Pecado», rey universal por culpa de Adán, y el Reino de la Gracia = Reino de la Vida, al que por Cristo tenemos todos libre acceso (17); entre el influjo universal que para condenación tiene el delito de Adán y el influjo universal que para justificación y salvación tiene la Redención de Cristo (18). Por fin, en el v 18 se acentúa el contraste entre la que podríamos llamar causa formal o esencial que diversifica las dos situaciones contrapuestas: la «Desobediencia» de Adán contra Dios desata en cadena las calamidades de la historia humana; historia de dolor y muerte porque lo es de pecado. Y la «Obediencia» de Cristo, Hijo de Dios Encarnado, nos entra de nuevo a todos en la órbita de Dios, y trueca todos los dolores y todos los esfuerzos humanos en Historia de Salvación.

— Ahora basta que con fe y amor nos asociemos al Adán Nuevo: Cristo. «Al que quede vencedor le daré a comer del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de mi Dios» (Ap 2, 7; 22, 2. 14). En la Eucaristía tenemos ya el pregusto del Árbol de la Vida. La Liturgia cuaresmal nos llama a conversión y a vigorizar la gracia bautismal comiendo el Pan de Vida.

MATEO 4, 1-11:

El Evangelio nos narra en estilo catequístico las tentaciones de Satán a Cristo: Al Adán desobediente se contrapone el Adán Nuevo. Siervo Obediente:

— En la tentación del Paraíso Satanás seduce al hombre. Le excita a gula y sensualidad, y sobre todo a ambición, autonomía y orgullo. Estas mismas tentaciones presenta a Cristo.

— Vencidos en Adán, y ya sin moral ni posibilidades de victoria, el linaje de Adán se hunde todo él en el pecado. Cristo, Adán Nuevo, vence a Satanás. Los cristianos, vencedores en Cristo, recuperada la moral de la victoria, vencemos personalmente, con la gracia de Cristo, al Pecado y a Satanás.
— Las tentaciones que Satanás presentará a los cristianos coinciden con las que presentó a Jesús:

a) Traducir el Reino de Dios en soluciones inmediatas, utilitarias, tangibles. Debemos purificar este concepto del Reino. Debemos adorar la presencia y el poder de Dios en la continuidad del dolor, de la pobreza, del fracaso: de la cruz. El Reino trasciende todos los esquemas terrenos.

b) Otra tentación es el exhibicionismo. Igualmente querer presentar la credibilidad de la Iglesia, o apoyar nuestra fe en milagrismos; o empeñarse en racionalizar el Evangelio y presentarlo a gusto del mundo: «Los judíos piden milagros y los griegos sabiduría; nosotros, empero, predicamos a Jesús-Mesías Crucificado» (1 Cor. 1, 23).

c) Cierto, no adoramos al demonio, pero nos acechan idolatrías no menos peligrosas: egolatría, cosmolatría, cronolatría, tecnolatría. Ese secularismo y desacralización que marginan a Dios. Ese poner el paraíso en la tierra. Esa autosuficiencia de quienes nunca oran. Esa crítica acre e inmisericorde de la Iglesia tradicional unida a la autopropaganda de los métodos propios, o con un eufemismo más disimulado de la adaptación a los hombres de nuestro tiempo. El Diablo nos envuelve en las redes sutiles de orgullo, ambición, egoísmo.

Le venceremos con la pobreza y mortificación, la humildad y obediencia, la fe y esperanza. Nuestro alimento y vigor es la Palabra de Dios (4). Y nuestro premio, la Vida de Dios (Ap 2, 7).

— Apropiémonos este programa cuaresmal empapado de tensión pascual:
… Quia fidelibus tuis dignanter concedis quotannis pasohalia sacramenta in gauaio purificatis mentibus expectare: ut, pietatis officia et opera caritatis propensius exequentes, frequentatione mysteriorum, quibus renati sunt, ad gratiae filiorum plenitudinem perducantur (Praef.)

SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 72-76
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COMENTARIO TEOLÓGICO

[accordions title=”COMENTARIO TEOLÓGICO”]
[accordion title=”P. Lic. José A. Marcone, I.V.E.” load=”hide”]Las tentaciones en el desierto
(Mt.4,1-11; Lc.4,1-13; Mc.1,12-13)

Inmediatamente después del Bautismo, es decir, en febrero de 779 U.c., Jesucristo es empujado por el Espíritu Santo al desierto de Judea. Entre su Bautismo y la ida al desierto por cuarenta días hay una estrecha continuidad, como puede verse por el adverbio que usa San Marcos: “Inmediatamente (euthùs) el Espíritu lo empuja al desierto” (Mc.1,12). También Mateo y Lucas señalan con claridad que la acción que sigue al Bautismo es la de ser empujado por el Espíritu Santo al desierto (cf. Mt.4,1ss; Lc.4,1ss).

El desierto. El desierto en la Biblia siempre ha sido el lugar donde el hombre encuentra la soledad y el silencio necesarios para el encuentro con Dios. Pero al mismo tiempo, por ser el lugar donde no transitan los hombres y no se oyen las voces humanas, se ha convertido en el lugar donde el diablo ha sido confinado y donde él ejerce una influencia especial. “Los evangelistas suelen presentarnos el desierto como el lugar donde reside Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre el “espíritu inmundo” que “cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo…” (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del endemoniado de Gerasa que “era empujado por el demonio al desierto” (Lc 8, 29)”.

El desierto, entonces, es lugar de soledad y silencio para buscar a Dios, y también lugar de la presencia de satanás, que busca evitar que el alma encuentre y se una a Dios. Por eso es que el desierto, conjugando su característica de soledad, silencio y encuentro con Dios con la de ser lugar de habitación del diablo, es el lugar propio del combate espiritual. El desierto es el lugar donde el alma se esfuerza por apartarse del mundo para unirse a Dios, y donde el diablo tiene cierto ‘derecho’ de combatirla. “El desierto, además de ser lugar de encuentro con Dios, es también lugar de tentación y de lucha espiritual”.

Al ir al desierto después de su Bautismo, Jesús retoma la experiencia de su pueblo Israel, quien había caminado durante cuarenta años por el desierto, hasta llegar a la Tierra Prometida. Durante esos cuarenta años el pueblo hizo la experiencia del desierto, es decir, experimentó la presencia amorosa de Dios protegiéndolo a través de la nube y la columna de fuego; pero también experimentó la tentación del mal espíritu que lo empujaba a dudar de la bondad de Dios, como cuando se hicieron el becerro de oro para adorarlo.

Además, durante esos 40 días Cristo ayunó. De esa manera, disponía su alma para la oración y para la unión con Dios. Fue un ayuno real, no ficticio ni fingido. Dice el P. Castellani: “Cristo no fingió el hambre, ni fingió nada. Tuvo una verdadera naturaleza humana. Vivió hombre en medio de los hombres, en su país y en su época. Y como todos los grandes profetas orientales, se preparó para su misión haciendo ese ayuno de 40 días riguroso y extremo, que facilita la oración y la manifestación de la voluntad divina”.

Jesucristo va al desierto y ayuna durante cuarenta días para prepararse espiritualmente a la gran misión apostólica que está a punto de empezar, y para combatir con el diablo. Sin embargo, la razón más profunda de esta ida al desierto es para recomenzar o recapitular la historia del hombre desde los inicios. En efecto, Jesucristo va al desierto porque quiere reparar en su misma raíz la primera caída del hombre tentado por satanás. Así como Adán, cabeza del género humano, sucumbió a las tentaciones de satanás, así también ahora el Nuevo Adán, Cabeza de la nueva humanidad, vencerá las tentaciones de satanás, engendrando una nueva generación de hombres, no nacidos del pecado.

Las tentaciones. El evangelio de San Marcos trae una clara referencia textual que nos remite al paraíso: “Estaba entre las fieras salvajes y los ángeles le servían” (Mc.1,13). Dice el Papa Benedicto XVI: “En su breve relato de las tentaciones, Marcos (cf. 1,13) pone de relieve un paralelismo con Adán, con la aceptación sufrida del drama humano como tal: Jesús ‘vivía entre fieras salvajes, y los ángeles le servían’. El desierto –imagen opuesta al Edén- se convierte en lugar de la reconciliación y de la salvación; las fieras salvajes, que representan la imagen más concreta de la amenaza que comporta para los hombres la rebelión de la creación y el poder de la muerte, se convierten en amigas como en el Paraíso. Se restablece la paz que Isaías anuncia para los tiempos del Mesías: ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito…’ (Is.11,6)”.

El derecho que satanás había adquirido por su triunfo sobre la cabeza del género humano (el primer Adán), lo perderá ahora por su derrota ante Aquel que es la Cabeza por excelencia de todo el género humano, el Nuevo Adán, Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Por eso dice San Pablo: “Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Heb.2,14-15).

Es por esto que hay un gran paralelismo entre las tentaciones a las que el diablo sometió a Adán en el Paraíso y aquellas a las que sometió a Cristo en el desierto. Santo Tomás de Aquino establece un paralelo perfecto entre las tentaciones hechas a Adán y Eva y las hechas a Cristo.

Para entender correctamente las tentaciones de Cristo es necesario tener en claro algunos presupuestos. En primer lugar, el diablo, en las tentaciones (y siempre), quiere ocupar el lugar de Dios, quiere hacer el papel de Dios. “El diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como Dios fue su caída y es su constante manía”.

En segundo lugar, el diablo no sabía con certeza que Cristo era Dios. Dice Santo Tomás de Aquino: “Como escribe Agustín, (…) Cristo se dio a conocer a los demonios tanto cuanto Él quiso; no por aquellas cosas que son propias de su vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su virtud, por los cuales los demonios podían lograr alguna conjetura de que Cristo era el Hijo de Dios. Pero como, por otra parte, veían en él ciertas señales de flaqueza humana, no conocían con certeza que era el Hijo de Dios. Y por este motivo quiso (el diablo) tentarlo. Esto es lo que se da a entender en Mt 4,2-3, donde se dice que, después que tuvo hambre, se le acercó el tentador, porque, como comenta Hilario, el diablo no se hubiera atrevido a tentar a Cristo de no haber descubierto en él, mediante la flaqueza del hambre, la condición humana”.

En tercer lugar, Cristo se deja tentar como hombre y vence las tentaciones como hombre, no con la autoridad potestativa que tiene en cuanto Dios. Dice Santo Tomás: “Cristo vino a destruir las obras del diablo, no obrando potestativamente, sino más bien padeciendo del diablo y de los miembros del diablo (los judíos), para, de este modo, vencer al diablo con la justicia, no con el imperio”, como explica Agustín (…): El diablo hubo de ser vencido, no por el poder de Dios, sino por la justicia.”

En cuarto lugar, el diablo tienta a Cristo como a varón espiritual, y no como a hombre cualquiera. Dice Santo Tomás, citando a San Ambrosio: “Cristo hizo esto misteriosamente, como ejemplo, para manifestarnos que el diablo tiene envidia de los que tienden a lo más perfecto”. También dice Santo Tomás refiriéndose a Cristo: “El diablo no tienta desde un principio al hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza poco a poco con los leves, para llevarlo luego a los más graves”. De esto concluimos que las tres tentaciones son tentaciones que miran a objetos espirituales. Respecto a esto dice Castelllani: “El diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como una gran fogata en oración continua–; y lo tentó como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio traducido por Straubinger dice: “la primera fue una tentación de sensualidad”… Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan rigurosas como Cristo”.

Con estos cuatro presupuestos podemos afrontar ya la explicación de las tentaciones mismas. En las tentaciones hay que distinguir lo que es tentación en sí misma, del punto de partida que el diablo toma para tentar. Las tres tentaciones son espirituales, pero el punto de partida está en algún afecto debido a la naturaleza humana, necesario a la naturaleza humana. Dice Santo Tomás: “La tentación que viene del diablo se hace por modo de sugestión. Pero no sugiere algo del mismo modo a todos, sino que a cada uno le sugiere algo tomado de aquellas cosas a las cuales está afectado”. Tanto en Cristo como en Adán y Eva no había afectos desordenados, pero sí afectos ordenados propios de la naturaleza humana.

Tomamos el orden de las tentaciones según el evangelio de San Mateo.

En Cristo, la primera tentación parte del hambre de Cristo, es decir, de “aquello que apetece todo hombre espiritual, a saber, la sustentación corporal de la naturaleza por el alimento”. Pero la tentación propiamente dicha es la de hacer un milagro innecesario para adquirir el alimento. Dice Santo Tomás: “Es desordenado que alguien, donde puede echar mano a la ayuda humana, sólo por sustentar su cuerpo quiera milagrosamente procurarse para sí el alimento”. Y dice también Santo Tomás: “El diablo, del apetito de un pecado intentó inducirlo a otro pecado: del deseo de alimento intentó inducirlo a la vanidad haciendo, sin causa, un milagro”. Concluyendo, podemos decir: “La primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas materiales –como si dijéramos cambiar milagros por pan– la cual puede llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado”. Es por eso que, esta primera tentación, consiste fundamentalmente en algo espiritual que es usar de los poderes espirituales y religiosos para procurarse un bien material en el propio interés.

La segunda tentación parte de aquello que también es natural a todo hombre, que es el honor y la buena fama debidos. Pero el diablo busca sacarlo de su quicio, desordenarlos. Por eso trata de seducir a Cristo de que se arroje de lo más alto del Templo, delante de una multitud, exigiendo a Dios que haga un milagro espectacular para salvarlo, logrando así un éxito que le dará mucha fama. Es el gravísimo pecado de tentar a Dios para adquirir el propio prestigio. Dice Santo Tomás, completando la frase recién citada: “El diablo, del apetito de un pecado intentó inducirlo a otro pecado: del deseo de alimento intentó inducirlo a la vanidad haciendo sin causa un milagro. Y del deseo de gloria intentó llevarlo a tentar a Dios arrojándose del precipicio”. Por eso podemos decir que “la segunda tentación es por medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y ‘la gloria que dan los hombres’”.

La tercera tentación parte de algo que está ínsito en la naturaleza del hombre: dominar el mundo. Dios dijo al hombre cuando lo creó: “Dominad la tierra” (Gén.1,28). Pero el pecado que el diablo induce es el máximo pecado: el rechazo de Dios y la adoración de satanás. Dice Santo Tomás: “Apetecer las riquezas y los honores es pecado cuando se los desea desordenadamente. Esto es evidente sobre todo cuando el hombre comete algo deshonesto para conseguirlos. Y por esto el diablo no se contentó con invitarle a la codicia de las riquezas y los honores, sino que trató de inducir a Cristo a que, por el logro de esos bienes, le adorase, lo que es mayor crimen y va contra Dios. Y no dijo solamente: Si me adoras, sino que añadió: si postrándote (Mt 4,9); porque, como dice Ambrosio, la ambición tiene este peligro unido a ella: que, para dominar a los demás, antes se somete a servidumbre; y se doblega obsequiosamente para alcanzar el honor; y, queriendo sublimarse, se abate aún más.” “La tercera tentación es desembozadamente satánica; postrarse ante el diablo a fin de dominar al mundo”.

También en Adán y Eva se dio este proceso. En primer lugar, en base al alimento del árbol, el diablo tienta de desconfianza hacia Dios. Dice la serpiente: “«¿Así que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín? (…) De ninguna manera moriréis» (Gén.3,1.4). El diablo inocula la duda sobre la veracidad de Dios; le sugiere que Dios le está mintiendo y le hace entrar la desconfianza en Dios; es lo que se conoce como ‘la sospecha contra Dios’. Adán y Eva van a dudar de la sinceridad de la amistad de Dios y se sienten tentados de desobedecer a Dios, partiendo del fruto que no se podía comer. Al igual que en la primera tentación de Cristo, aquí también el diablo trata, a partir del hecho de tomar el alimento, llevarlos a un pecado espiritual contra Dios.

En segundo lugar, el diablo dice a Eva: “Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos” (Gén.3,5). “Se abrirán los ojos” significa la vanagloria, la gloria de este mundo, la fama y el prestigio delante de los demás. Al igual que en la segunda tentación de Cristo, aquí el diablo trata de que, para alcanzar prestigio, cometan un pecado de desobediencia a Dios.

En tercer lugar, la serpiente tienta partiendo del apetito de estar por encima de todo lo creado, pero llevado hasta el extremo de querer ser Dios: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gén.3,5). Y este es el máximo pecado y la máxima soberbia. Al igual que en la tercera tentación de Cristo, aquí el diablo los induce a que ellos mismos se erijan como dioses, rechazando máximamente a Dios, adorándose a ellos mismos.

Estos tres aspectos de la tentación del diablo a nuestros primeros padres están resumidos en Gén.3,6: “Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió”. El ser ‘bueno para comer’ corresponde al primer aspecto de la tentación de Adán y Eva, y a la primera tentación de Cristo. El ser ‘apetecible para la vista’ corresponde al segundo aspecto de la tentación de Adán y Eva, porque el querer ver implica el querer poseer, y se quiere poseer para tener más prestigio y fama delante de los demás; corresponde a la segunda tentación de Cristo. El ser ‘excelente para alcanzar sabiduría’ corresponde al tercer aspecto de la tentación a Adán y Eva, ya que implica una acción exclusivamente intelectual orientada a la dominación del mundo; corresponde a la tercera tentación de Cristo.

Jesucristo, venciendo en cuanto hombre y con el poder de las Escrituras Santas, le hace perder al diablo el derecho que tenía sobre el hombre y sobre el mundo. A partir de ahora, bastará que el cristiano se adhiera a Cristo a través de la fe y la gracia santificante, para que el diablo no tenga ningún derecho sobre él y sobre sus cosas. Por eso dice San Pablo: “Así como por la desobediencia de un solo hombre (Adán), todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo (Cristo), todos serán constituidos justos” (Rm.5,19). Por esta razón dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él “hasta el tiempo determinado” (Lc 4, 13). Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación”.

Los tres aspectos de la tentación a Adán y Eva y las tres tentaciones de Cristo según el orden de San Mateo , a los cuales recién hemos hecho referencia (bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría) tienen su correspondencia exacta con las tres concupiscencias de las que habla San Juan en su primera carta: “Puesto que todo lo que hay en el mundo – la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida – no viene del Padre, sino del mundo” (1Jn.2,16). Las tres concupiscencias según San Juan, son, entonces, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Estas concupiscencias son hábitos desordenados que han quedado en el alma de todo ser humano como consecuencia del pecado original, es decir, como consecuencia del contagio que todo ser humano ha contraído desde el primer momento de su existencia. Estas concupiscencias son hábitos desordenados respecto a los tres puntos de partida de los pecados que el diablo quiso inducir a la primera pareja humana y a Cristo. La concupiscencia de la carne representa el deseo desordenado de placer. La concupiscencia de los ojos representa el deseo desordenado de poseer, y, en consecuencia, de tener prestigio delante de los demás a través de las riquezas. La soberbia de la vida es el deseo desordenado de la propia excelencia.

Los votos religiosos están directamente orientados a ordenar esas concupiscencias producto del pecado original. Por eso dicen las Constituciones de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado: “Con la profesión de los votos nos esforzamos por desarraigar de nosotros las tres concupiscencias, incompatibles con la caridad del Padre: concupiscencia de la carne (desorden en el comer, en el beber, en los bienes sensibles), concupiscencia de los ojos (afán de ver todo, de poseerlo), soberbia de la vida (desorden en los honores, ostentación, jactancia, autosuficiencia), que responden exactamente a aquellas tentaciones con las que el demonio pretendió seducir a Nuestro Señor: dí que estas piedras se conviertan en pan…(Mt 4,3), o sea, gula; échate de aquí hacia abajo (Mt 4,6), es decir, hacer las cosas por ostentación; y todo esto te daré si me adoras (Mt 4,9), o sea, soberbia. En estas tres tentaciones “se halla la materia de todos los pecados, porque las causas de las tentaciones son las mismas de la codicia: el deleite de la carne, la esperanza de la gloria y la ambición del poder”. Es la misma treta que usó el padre de la mentira con Adán y Eva, tentándolos a comer del fruto prohibido, porque era de buen gusto, agradable a la vista y apto para alcanzar sabiduría (Gen 3,6)”.

Respecto al ayuno de cuarenta días en el desierto y a las tentaciones sufridas allí, dice el Directorio de Espiritualidad de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado:

“El ayuno

“Es esencial a la vida cristiana, y por tanto debe serlo en nuestra espiritualidad, la práctica de la penitencia: Si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis (Lc 13,3). Sobre todo la penitencia interna, la metanoia (cf. Mc.1,15), o sea la íntima y total mudanza y renovación de todo el hombre de todo su sentir, juzgar y disponer.

(…) “Para nuestra minúscula familia religiosa el santo sacramento de la Reconciliación o Penitencia ocupa un lugar importantísimo en la vida espiritual, de tal modo que consideramos recomendable que se lo reciba semanalmente. Debemos tener devoción a la confesión frecuente, ya que son muchos los frutos que de ella se siguen: “…aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en la virtud del sacramento”.

“Pero, también, hay que tener sumo aprecio por la penitencia exterior: acerca del comer y del beber, acerca del modo del dormir, “dándole dolor sensible” a la carne: por medio de cilicios (cf. Lev.16,31), disciplinas, etc. El carácter preferentemente interior y religioso de la penitencia…no excluyen ni atenúan en manera alguna la práctica externa de dicha virtud; más aún, exigen con urgencia especial su necesidad… Las normas que da San Ignacio deben regular su práctica.

“Debemos privilegiar siempre los tiempos -Adviento y Cuaresma- y los días penitenciales según el precepto de nuestra Santa Madre Iglesia en los que hay que dedicarse en manera especial a la oración, a la práctica de la caridad y de la piedad, a negarse a sí mismo, a cumplir mejor las obligaciones de estado, etc.

“El ejemplo de Nuestro Señor de retirarse durante cuarenta días nos debe llevar a valorar en sumo grado la práctica de los ejercicios espirituales, en especial, según San Ignacio de Loyola y los típicos de treinta días hacia el término del noviciado y cada diez años. Asimismo, es de todo alabar el hacer ejercicios anuales de ocho días. También creemos que es muy importante el retiro mensual.

(…)

“Las tentaciones

“El ejemplo del Señor al sufrir los embates del demonio en el desierto será siempre fuente inexhausta de aliento para los religiosos. Porque quiso darnos fuerza contra las tentaciones: venció “nuestras tentaciones con las suyas”; para que nadie, por muy santo que sea, se tenga por libre de ser tentado: Hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación (Qoh 2,1); para enseñarnos con qué prontitud y firmeza, y con qué justicia, hay que vencer las tentaciones del demonio: “el Diablo no ha de ser vencido con la fuerza, sino con la justicia”; para que confiemos más en su misericordia: No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del peca¬do (Heb 4,15). Sobre todo, porque como en las tres tentaciones se halla “la materia de todos los pecados”, los religiosos se oponen por los tres votos, en forma diametral, a todos los pecados y a todas las tentaciones que empujan al pecado y que, de alguna manera, se pueden reducir a las tres que tuvo Nuestro Señor. Y por el cuarto voto, nos oponemos al pecado por otro título ya que al ser esclavos de la Virgen, tomamos claro partido en aquella enemis¬tad creada por Dios: Pongo perpetua enemistad entre ti (el demonio) y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza… (Gen 3,15).

“No es buena señal el asustarse de tener grandes y graves tentaciones, y darles importancia desmedida, por dos razones: 1ª, “El Cristo Total era tentado por el diablo ya que en El eras tú tentado…Reconócete a tí mismo tentado en El y reconócete también a tí mismo victorioso en El…nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones” (San Agustín); 2ª, No os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla (1 Cor 10,13)”.
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SANTOS PADRES

[accordions title=”SANTOS PADRES”]
[accordion title=”San Juan Crisóstomo” load=”hide”]HOMILIA 13

Entonces fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo
(Mt 4,1ss).

POR QUÉ PERMITE DIOS QUE SEAMOS TENTADOS

1. Entonces… ¿Cuándo? Después de bajar el Espíritu Santo, después de oírse aquella voz venida del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido . Y lo de verdad maravilloso es que le lleva el Espíritu Santo—así lo afirma expresamente el evangelio—. Y es que, como el Señor toda lo hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por ello, como si fuera cosa que no era de esperar. No, no hay que turbarse, sino permanecer firme y soportarlo generosamente como la cosa más natural del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para combatir. Y ésa es la razón por que Dios no impide que nos acometan las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien reprimir tu orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de si realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener certidumbre plena de que te has apartado de él definitivamente. Cuarto motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto: ellas te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Porque, si no te hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor, no te hubiera atacado. Por lo menos al principio, si acometió a Adán, fue porque le vio gozar de tan grande dignidad. Y, si salió a campaña contra Job, fue porque le vio coronado y proclamado por el Dios mismo del universo. —Entonces, ¿por qué dice más adelante el Señor: Orad para que no entréis en tentación —Por la misma razón por que el evangelio no te presenta simplemente a Jesús camino del desierto, sino conducido allí conforme a la razón de la economía divina. Con lo que nos da a entender que no debemos nosotros adelantarnos a la tentación; más, si somos a ella arrastrados, mantenernos firmes valerosamente.

LOS BIENES QUE NOS TRAE EL AYUNO

Y mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo; no a una ciudad ni a pública plaza, sino al desierto. Y es que, como el Señor quería atraer al diablo a este combate, le ofrece la ocasión no sólo por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el diablo atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros mismos.
Así atacó al principio a la mujer, al sorprenderla sola y hallarla sin la compañía de su marido. Porque, cuando nos ve con otros y que formamos un cuerpo, no tiene el diablo tanta audacia ni se atreve a acometernos. Por esta razón siquiera, por no ser presa fácil del diablo, hemos de procurar congregarnos con frecuencia. Hallándole, pues, al Señor en el desierto, y desierto inaccesible—y que así fuera lo declaró Marcos al decir que estaba con las fieras , mirad con cuánta astucia y malicia se le acerca y qué momento tan oportuno escoge. Porque no se le acerca cuando ayuna, sino cuando tiene ya hambre. Por ahí has tú de caer en la cuenta de cuán grande bien es el ayuno, cómo él constituye nuestra mejor arma contra el diablo, y cómo, en fin, después del bautismo no hemos de entregarnos al placer, a la embriaguez y a la gula, sino al ayuno. Porque, si el Señor ayunó, no fue porque tuviera Él necesidad del ayuno, sino para enseñárnoslo a nosotros. Nuestra servidumbre del vientre fue la causa de nuestros pecados antes del bautismo. Pues bien, como un médico que ha curado a un enfermo le manda que no haga nada de aquello que le acarreó la enfermedad, así también aquí introdujo el ayuno después del bautismo. Pues fue así que la intemperancia del vientre arrojó a Adán del paraíso, y desencadenó el diluvio en tiempo de Noé, e hizo bajar los rayos del cielo contra los sodomitas. Porque, si bien es cierto que la culpa de estos últimos fue de fornicación, sin embargo, la raíz de uno y otro castigo de ahí nació. Que es lo que Ezequiel daba a entender cuando decía: Sin embargo, ésta fue la iniquidad de Sodoma: que se entregaron a la molicie en orgullo, en hartazgo de pan y en prosperidades . De este modo también los judíos cometieron los más grandes pecados, viniendo a parar, de la embriaguez y de la glotonería, a la iniquidad.

2. Justamente para mostrarnos los remedios de salvación, ayuna el Señor durante cuarenta días, y si no pasa adelante, es para evitar que, por el exceso del milagro, viniera a negársele fe a la verdad de la encarnación. Ahora no podía haber lugar a ello, puesto que ya antes Moisés y Elías, fortalecidos por la virtud de Dios, habían alcanzado ese mismo término. Si el Señor hubiera seguido adelante, muchos hubieran tomado de ahí argumento para no creer que hubiera Él tomado verdadera carne.

LA PRIMERA TENTACIÓN: “’HAZ QUE ESTAS PIEDRAS SE CONVIERTAN EN PAN”

Habiendo, pues, ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre. Así da el Señor ocasión al enemigo para que se le acerque, a fin de trabar con él combate y mostrarnos cómo hemos también nosotros de dominarle y vencerle. Es lo mismo que hacen los atletas. Éstos, para enseñar a sus alumnos cómo han de dominar y vencer a sus contrarios, traban voluntariamente combate con otros y les ofrecen ocasión de ver, en los cuerpos mismos de los contrarios, cómo han ellos de alcanzar la victoria. Lo mismo exactamente que hizo el Señor en el desierto. Como quería atraer al demonio a este encuentro, primero le hizo conocer su hambre, luego le consintió que se le acercara, y, ya que le tuvo a su lado, le derribó una, dos y tres veces con la facilidad que decía con Él. Y como de pasar por alto algunas de esas victorias pudiéramos menospreciar vuestro provecho, vamos a empezar por el primer ataque y examinar uno por uno todos los otros.
Una vez, pues, que tuvo hambre, dice el evangelio, se le acercó el tentador y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan. Como el diablo había oído la voz venida del cielo, que decía: Este es mi Hijo amado; como había también oído a Juan, que tan alto testimonio daba de Él, y, por otra parte, le veía hambriento ahora, se hallaba perplejo y ni podía creer fuera puro hombre aquel de quien tales cosas se decían, ni le cabía tampoco en la cabeza que fuera Hijo de Dios el que veía ahora hambriento. Como quien está, pues, perplejo, sus palabras son también ambiguas. Y como a Adán, al principio, se le acerca y compone lo que no es para saber lo que es; así también, aquí, al no saber claramente el misterio inefable de la encarnación ni quién era el que tenía allí delante, intenta tender otros lazos, con los que pensaba saber lo que para él estaba escondido y oscuro. ¿Y qué dice? Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan. No dijo: “Como tienes hambre”, sino: Si eres Hijo de Dios, pensando captárselo por la alabanza. Calla el astuto lo del hambre, pues no quiere dar la apariencia de que se lo echa en cara y le injuria con ello. Y es que, como ignoraba la grandeza de la economía divina, creía que tener hambre había de ser vergonzoso para Cristo. De ahí que, para adularle, sólo le recuerda su dignidad de Hijo de Dios.

NO DE SÓLO PAN VIVE EL HOMBRE

¿Qué responde, pues, Cristo? Para reprimir la soberbia del demonio y demostrar que no era vergonzoso ni indigno de su sabiduría lo que le pasaba, lo que él para adularle se callaba, eso es lo primero que Él aduce y pone delante, diciendo: No de solo pan vive el hombre. Por donde se ve que empieza por la necesidad del vientre. Mas vosotros considerad, os ruego, la astucia de aquel maligno demonio y cómo inicia sus ataques y no se olvida de sus viejas mañas. Por los mismos pasos porque había al principio arrojado al primer hombre del paraíso y le había envuelto en otros males infinitos, por ahí traza también aquí su embuste, es decir, por la intemperancia del vientre. Así, también ahora es fácil oír a algunos insensatos contar los males infinitos que vienen del vientre. Mas Cristo, para mostrar que a un hombre virtuoso no puede esta tiranía forzarle a cometer acción alguna inconveniente, sufre Él mismo hambre y no obedece a la sugestión del demonio, con lo que nos enseña a no hacer en nada caso del mismo. Como por ahí ofendió a Dios el primer hombre y transgredió la ley, Cristo nos enseña con creces que, aun cuando lo que nos mandara el demonio no fuera transgresión, ni aun así hemos de hacerle caso. ¿Y qué digo transgresión? Aun cuando los demonios—nos dice—os dieran un consejo útil, ni aun así les prestéis atención. De este modo, por lo menos, los hacía Él enmudecer cuando le proclamaban por Hijo de Dios . Y Pablo, a su vez, les increpaba, cuando gritaban eso mismo, no obstante ser útil lo que decían. Pero quería a todo trance deshonrarlos y alejar toda asechanza contra nosotros; de ahí que, aun predicando verdades saludables, los perseguía, tapándoles las bocas y obligándoles a guardar silencio . Por eso tampoco aquí accedió Cristo a su sugestión; mas ¿qué dice? No de solo pan vive el hombre. Que es como si dijera: Dios puede alimentar al hambriento con sola su palabra. Y alega el testimonio del Antiguo Testamento, enseñándonos que, por más hambre que tengamos, por más que padezcamos otra cualquiera calamidad, jamás hemos de apartarnos de nuestro Dueño soberano.
3. Mas, si alguno dijera que debió entonces Cristo haber hecho una demostración de sí mismo, le preguntaríamos por qué y para qué. El diablo no le decía aquello por que quisiera creer, sino para argüirle, según él se imaginaba, a Él mismo de incredulidad. Así había engañado a nuestros primeros padres, que realmente no demostraron muy grande fe en Dios. Porque, prometiéndoles el diablo lo contrario de lo que Dios les dijera y habiéndolos hinchado de vanas esperanzas, los empujó a la incredulidad, y así los despojó de todos los bienes que poseían. Pero Cristo se muestra como quien es al no acceder entonces al demonio ni más tarde a los judíos, que, inspirados de los mismos pensamientos que ahora el demonio, le pedían milagros. Y en uno y otro caso nos enseña que, aun cuando esté en nuestra mano hacer algo, jamás lo hagamos sin razón y motivo; al diablo, empero, ni en extrema necesidad le obedezcamos.

LA SEGUNDA TENTACIÓN: “ARRÓJATE ABAJO”

¿Qué hace, pues, aquel maldito después de su derrota? Como, no obstante el hambre del Señor, no había podido persuadirle a hacer lo que le mandaba, pasa a tenderle otro lazo, diciéndole: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Porque escrito está: A sus ángeles mandará sobre ti y en sus palmas te levantarán . ¿Cómo es que el diablo inicia cada tentación con las palabras Si eres Hijo de Dios? Lo que hizo con nuestros primeros padres, eso mismo hace aquí. Allí calumnió a Dios, diciéndoles: No, el día mismo en que comiereis, se os abrirán los ojos . Con lo que les quería dar a entender que habían sido engañados y estaban ilusos, y que no le debían beneficio ninguno. Aquí también viene a significar lo mismo, como si le dijera al Señor: “Vanamente te ha dado Dios nombre de Hijo, y te ha burlado con semejante don. Y, si esto no es así, dame la prueba de que tú tienes el poder que corresponde al Hijo de Dios”. Luego, como le había antes contestado Cristo con un texto de las Escrituras, también él alega ahora el testimonio del profeta. ¿Cómo, pues, no se irritó ni se indignó Cristo, sino que nuevamente, con modestia, le contesta por otro texto de las Escrituras, diciendo: No tentarás al Señor, Dios tuyo Es que quería enseñarnos que al diablo hay que vencerle no por medio de milagros, sino por la paciencia y la longanimidad, y que, por otra parte, nada absolutamente debemos hacer por ostentación y ambición de gloria. Más considerad también la insensatez del diablo por el texto mismo que alega. Los testi-monios de la Escritura presentados por el Señor fueron, uno y otro, dichos perfectamente a propósito; pero los del tentador fueron traídos al azar y vengan como vinieren. Y, naturalmente, no vinieron a propósito. Efectivamente, que esté escrito: A sus ángeles mandará acerca de ti, no es exhortar a que nos arrojemos por un precipicio. Y, por lo demás, el texto no fue dicho primeramente sobre el Señor. Sin embargo, por entonces no le arguye de eso el Señor, no obstante servirse de modo tan insolente de la palabra divina y hasta con sentido contrario. Porque nadie pide semejante cosa del Hijo de Dios. Arrojarse precipicio abajo, propio es del diablo y de sus compañeros; de Dios, levantar aun a los caídos. Y, si Cristo había de mostrar su poder, no sería precipitándose y despeñándose a sí mismo sin razón ni motivo, sino salvando a los demás. Despeñarse a sí mismo por barrancos y precipicios, propio es de la falange del demonio. Por lo menos, eso es lo que hace su principal impostor. Cristo, empero, no obstante todas estas sugestiones, no se descubre por entonces a sí mismo, sino que habla con el dia-blo como simple hombre. Sus palabras en efecto: No de solo pan vive el hombre, y las de: No tentarás al Señor, Dios tuyo, no son de quien se revela demasiado a sí mismo, sino de quien se muestra como uno de tantos.

“AL SEÑOR DIOS TUYO ADORARÁS”

Y no os maravilléis de que hablando con Cristo, se vuelva y revuelva muchas veces el demonio. Es como en una lucha de pugilato. Cuando un luchador ha recibido unos golpes certeros, anda dando vueltas, bañado por todas partes en sangre y presa de vértigo. Así aquí: presa el diablo de vértigo por el primero y segundo golpes, habla ya al azar y lo que le viene a la boca, y pasa a su tercera arremetida: Y, llevándole a un monte elevado, le mostró todos los reinos de la tierra y le dijo: Todo esto te daré si, postrado en tierra, me adorares. Entonces le dice: ¡Atrás, Satanás! Porque está escrito: Al Señor Dios tuyo adorarás y a él solo servirás. El pecado era ya contra el Padre, pues el diablo se arroga todo lo que pertenece a Dios y pretende declararse a sí mismo Dios, como si fuera creador del universo. De ahí que ahora Cristo le increpa: ¡Atrás, Satanás! Y todavía no lo hace con mucha vehemencia, pues le dice simplemente: ¡Atrás, Satanás! Lo cual más suena a mandato que a increpación. Como quiera, apenas le dijo: ¡Atrás!, le hizo huir y ya no se nos habla de nuevas tentaciones.

DIFICULTAD EXEGÉTICA SOBRE SAN LUCAS. LAS TENTACIONES CAPITALES

4. ¿Y cómo dice Lucas que consumó el diablo toda tentación? A mi parecer, porque, habiendo hablado de las principales tentaciones, a éstas dió nombre de todas, como quiera que las demás están incluidas en ellas. A la verdad, ser esclavo del vientre, obrar por vanagloria y sufrir la locura del dinero, son cosas que comprenden en sí infinitos males. Muy bien se lo sabía aquel maldito, y por eso pone al fin la pasión más fuerte de todas: la codicia de tener cada vez más. De muy arriba, desde el principio, sentía él como dolor de parto por llegar ahí, pero lo guardaba para lo último, como el más fuerte golpe que le pensaba asestar al Señor. Es ésta vieja ley suya de lucha: dejar para lo postrero lo que mejor puede derribar a su víctima. Así lo hizo con Job. Y así también aquí: empezando por lo que parecía más despreciable y débil, fue avanzando hacia lo más fuerte. ¿Cómo hay, pues, que vencerlo? Del modo que Cristo nos ha enseñado: refugiándonos en Dios, sin abatirnos por el hambre, pues tenemos fe en el que puede alimentarnos con sola su palabra, y sin tentar, en los bienes mismos que hemos recibido, al mismo que nos los ha dado. Contentémonos con la gloria del cielo y no hagamos caso alguno de la humana. Despreciemos en todo momento lo superfluo a nuestra necesidad. Nada, en efecto, nos somete tanto al diablo como el ansia de poseer siempre más y más; nada tanto como la pasión de la avaricia. Fácil es verlo por lo que ahora mismo está sucediendo. Porque también ahora hay quienes dicen: “Todo esto te daremos si, postrado en tierra, nos adoras”. Cierto que éstos son hombres por naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del demonio. Porque tampoco a Cristo en su vida mortal le atacó sólo por sí mismo, sino también por medio de ministros suyos. Es lo que declaró Lucas cuando dijo que se retiró de Él hasta otra ocasión , dando a entender que, después de esto, le atacó también por medio de instrumentos suyos.

IMITEMOS A JESÚS EN NUESTRA LUCHA CONTRA EL DIABLO

Y he aquí que ángeles se le acercaron y le servían. Mientras duró la batalla, no dejó que aparecieran los ángeles, con el fin de no espantar la caza; mas, una vez que confundió en todo al enemigo y le obligó a emprender la fuga, entonces aparecieron aquéllos. Aprended de ahí que también a vosotros, después que hayáis vencido al diablo, os recibirán los ángeles entre aplausos y os acompañarán por dondequiera como una guardia de honor. De este modo, en efecto, se llevaron los ángeles a Lázaro, salido que hubo de aquel horno ardiente de la pobreza, del hambre y de la estrechez más extrema. Ya os lo he dicho antes: muchas son las cosas que aquí muestra Cristo de que hemos de aprovecharnos nosotros. Como quiera, pues, que todo esto ha sucedido por nosotros, emulemos e imi-temos también su victoria. Si se nos acerca uno de esos servidores que tiene el demonio, y que piensan como él, para provocarnos y decirnos: “Si eres hombre admirable y grande, traslada de sitio esta montaña”, no nos turbemos ni escandalicemos. Respondamos con moderación y con las mismas palabras que oímos pronunciar al Señor: No tentarás al Señor, Dios tuyo. Si nos pone delante la gloria y el poder, si nos ofrece muchedumbre sin término de riqueza a condición de que le adoremos, mantengámonos firmes valerosamente. Porque no se contentó el diablo con tentar al común Señor nuestro. Cada día emplea sus mismas artes con cada uno de sus siervos, no sólo en los montes y soledades, sino también en las ciudades, en las públicas plazas, en los tribunales; y no sólo nos ataca por sí mismo, sino valiéndose también de hombres de nuestro mismo linaje. ¿Qué tenemos, pues, qué hacer? Negarle absolutamente fe, taparnos los oídos, aborrecer sus adulaciones y volverle tanto más resueltamente las espaldas cuanto mayores promesas nos haga. A Eva, cuanto más la levantó con locas esperanzas, más profundamente la derribó y mayores males le acarreó. Es enemigo implacable y nos tiene declarada guerra sin tregua. No es tanto el empeño que nosotros tenemos por nuestra salvación, como el que pone él por nuestra perdición. Rechacémosle, pues, no sólo con palabras, sino también con obras; no sólo con la intención, sino también con la acción. No hagamos nada de lo que el diablo quiere, y así haremos todo lo que quiere Dios. Mucho, en efecto, nos promete; pero no para dar, sino para quitar. Promete del robo para arrebatarnos el reino de los cielos y su justicia. Promete en la tierra tesoros, como lazos y redes, a fin de privarnos de esos y de los cielos. Quiere que seamos ricos aquí, para que no lo seamos después.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 13, 1-4, BAC Madrid 1955, 233-46
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APLICACIÓN

[accordions title=”APLICACIÓN”]
[accordion title=”San Luis Beltrán” load=”hide”]La necesidad de la penitencia

Sermón 1º San Luis Beltrán

«Entonces, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Ayunó cuarenta días y cuarenta noches, y después sintió hambre» Mateo 4,1-2

1.- Este santo tiempo, que tenemos entre manos, [lo] tiene dedicado la santa Iglesia, regida por el Espíritu Santo, para que entiendan los cristianos de hacer en él penitencia de los pecados hechos [durante] el año. [Y es] cosa tan importante y necesaria, que nos va en ello la vida, no digo la del cuerpo, la cual, queramos o no, se nos ha de acabar; pero vanos la vida del alma, que importa más, la vida eterna que siempre ha de durar. [Dice San Lucas]: Si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente (Lc 13,5). Los que después de bautizados habéis ensuciado con algún pecado vuestra alma, si no la limpiáredes con la medicina de la penitencia, todos, sin que nadie se exceptúe, pereceréis; todos perderéis la vida eterna, y padeceréis la muerte eterna y perpetua en el infierno.

No tiene Dios dejado otro remedio para que se salven los pecadores, sino el sacramento de la penitencia. ¿Queréislo ver? Jamás se perdonó pecado, sino por virtud de la Pasión de Cristo, porque si otra cosa fuera parte para esto, o de otra parte nos viniera el remedio de nuestros pecados, bien pudiéramos decir con San Pablo: Luego en balde Cristo murió (Ga 2,21). De aquí es que, Cristo —dice San Juan— es el Cordero sacrificado desde el principio del mundo (Ap 13,8). Y en los Hechos de los Apóstoles [se dice]: No se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos (Hch 4,12). Porque cuantos se salvan, se salvan por virtud de su Pasión.

Pues, ¿cómo podía tener eficacia en los primeros justos, cómo se les podía aplicar [esa virtud], si aún no había realmente sido? Por la fe había de ser; porque creían que había de padecer, la cual fe protestaban en todos sus sacrificios. ¿Vos no tomáis una purga movido por la salud que deseáis? ¿Esta salud tiene aún ser? No, pero porque creo que ha de ser, por eso hago lo que hago. Así a los justos [del Antiguo Testamento] la Pasión de Cristo los justificaba, no porque fuese, sino porque creían que había de ser.

Esta misma Pasión, o su virtud, aplícase a nosotros por los sacramentos. A los que pecaron antes del bautismo, por el bautismo; y a los que después, por la penitencia. De lo cual trata latamente [ampliamente] Santo Tomás de Aquino . De aquí es que San Jerónimo dice: La segunda tabla después del naufragio es la penitencia . Y lo mismo Tertuliano , San Ambrosio y otros. La penitencia es la segunda tabla después de haber dado la nave al través y haberse roto. La nave era el estado de la inocencia, en la cual seguros podíamos ir al cielo. [Pero] dio esta nave al través por culpa del piloto, que fue nuestro primer padre Adán, [y sólo] resta que echemos mano de alguna tabla [para salvarnos]. La primera es el bautismo, la segunda es la penitencia. Si ésta nos falta, ¡ay de nosotros!, no podemos dejar de anegarnos.

Tenemos para confirmación de esto las palabras que dijo Cristo [a San Pedro] por San Mateo: Te daré las llaves del Reino de los cielos. Y cualquier cosa que ates en la tierra, será atada en los cielos. Y cualquier cosa que desates en la tierra, será desatada en los cielos (Mt 16,19).

Si él no abre, cerrada está la puerta del Reino de los cielos. Por San Juan también se dice: A quienes perdonárais los pecados, les serán perdonados. A quienes los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,23). Luego para que yo alcance perdón de mis pecados, necesario es que el sacerdote me absuelva; y si él no me absuelve, no hay otro remedio para que pueda ser libre del pecado. Es tan grande verdad ésta que, si no fuera por la obstinación de los herejes de nuestros tiempos, poca necesidad tendríamos de probarla. Con [la] razón y autoridad de la Escritura lo tengo probado hasta aquí. [Pero] oíd lo que acerca de esto tiene la Iglesia determinado de muchos años a esta parte: La multiforme misericordia de Dios de tal forma acudió a ayudar al hombre a levantarse de sus caídas, que no sólo por la gracia del bautismo, sino también por la medicina de la penitencia lo restablece en la esperanza de la vida eterna; y a quienes violaron el don de la regeneración, condenándose por su propia voluntad, les ofrece la ocasión de alcanzar la remisión de sus crímenes, si, sometiéndose a lo ordenado por su divina bondad, acuden a las súplicas de los sacerdotes para que les obtengan la indulgencia divina . Y por último concluye así: Es necesario que el delito cometido por los pecados sea absuelto por las súplicas sacerdotales antes del día del Juicio .

2.- Si esto es verdad, podría me decir alguno: luego al que le toma la muerte a tiempo que no se puede confesar, ni recibir este sacramento, ¿no se salvará?… Mira, este sacramento de la misma manera es necesario para los que han pecado después de haber sido bautizados, que el bautismo a los que no están bautizados. Para que uno se salve menester es que le bauticen, o que tenga deseo y propósito determinado de bautizarse, si en tal aprieto se viere . Por eso dijo el Señor: Quien no creyere, se condenará (Mc 16,16); y no, quien no fuere bautizado. El que no creyere que por el bautismo, dado en nombre de la Trinidad, se perdonan los pecados, condenarse ha. Ni más ni menos es menester el deseo de la penitencia y el propósito explícito de recibirla. Porque ésta es la diferencia entre lo necesario para la salvación, porque así está mandado; y lo que es necesario por ser medio imprescindible. Que aquello pide [un deseo o] voto implícito; éste, explícito.

3.- De aquí saca que ninguna de cuantas [obras] se señalan en la Sagrada Escritura por buenas para la remisión de los pecados presta [efecto] sin la penitencia. Ni la caridad, por más que diga [San Pedro]: La caridad cubre la muchedumbre de los pecados (1 P 4,8).

Ni la fe, por más que se diga [en los Hechos]: La fe purifica sus corazones (Hch 19,9). Ni las obras de misericordia, aunque diésedes toda vuestra hacienda a los pobres, por más que se diga [en los Proverbios]: Mediante las obras de misericordia y la fe se purgan los pecados (Pr 15,27). Todo esto concurre en la penitencia. La caridad, en el dolor de la ofensa y en el propósito de satisfacer a tan buen amigo como es Dios, a quien por el pecado tenemos ofendido. Requiérese también fe, que busque el hombre el remedio de sus pecados, que la fe le señala, y que es el sacramento de la penitencia. Requiérese también misericordia, con la cual el hombre provea a su miseria, entendiendo que no hay cosa más miserable que el alma del pecador. Esta caridad, esta fe y misericordia prestan para la remisión de los pecados; pero ya veis que acompañadas por la penitencia, porque sin ella no hay salvación, sin ella no se perdonan los pecados. Y aunque de Cristo sepamos que perdonó pecados sin este sacramento, no es de maravillar, porque él tenía potestad de excelencia, según la cual daba el efecto del sacramento, sin el sacramento.

Pero no lo daba sin la penitencia interior, como dice Santo Tomás: Cristo, por la potestad de excelencia, que él solo tuvo, confirió a la mujer adúltera el efecto del sacramento de la penitencia, esto es, el perdón de los pecados, sin necesidad de administrarle el sacramento, aunque, claro está, no sin antes producir en ella un estado de penitencia interior mediante la gracia .

Siendo, pues, el sacramento de la penitencia [el] único remedio para curar nuestros pecados, y [estando] dedicado este santo tiempo [de cuaresma] para la cura de ellos, y habiéndome Dios enviado a este pueblo para [avisaros de] có mo os habéis de curar, me ha parecido que debía platicar [de] este remedio, y que no podía tratar otra cosa más necesaria, ni que más os cumpliese. Procuraré, con el favor del Espíritu Santo tratar de esta medicina en estos domingos, conformándome siempre con el santo Evangelio.

4.- [En] el Evangelio que hoy tenemos, escribe San Mateo la historia de lo que pasó después de ser el Señor bautizado por San Juan: Entonces, Jesús fue conducido por el
Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo . ¿Y por qué más entonces, que no en otro tiempo, se fue el Señor a morar tan de propósito en el desierto? ¿Por qué entonces, más que en otro tiempo, llegó el demonio a tentarle?

Después de ser bautizado, vase el Señor al desierto, para enseñaros a vos que, después que una vez sois cristiano por la gracia y misericordia de Dios, tenéis obligación de iros al desierto, [esto es,] de morar en este mundo como si fuese un desierto, porque las cosas de este mundo no se prometen a los cristianos, sino los bienes del cielo. El cristiano no ha de tener en este mundo, ni ha de hacer en él su asiento, antes ha de vivir en él como de paso, como quien va a una ciudad y pasa por un desierto. Mira lo que dice el Apóstol: No tenemos aquí ciudad fija, sino que vamos en busca de la que está por venir (Hb 13,14).

Echen raíces en este mundo los infieles, que no esperan otra vida. Gocen del mundo y entréguense a los pasatiempos, a las pompas, a las vanidades, a los deleites de él, los que no han de gozar los bienes del cielo. Pero, no nosotros, que somos cristianos; nosotros, que esperamos otro mundo; nosotros, cuyo capitán menospreció todas las cosas de este mundo para enseñarnos a nosotros a que las menospreciásemos, siendo él, justamente, Señor único del mundo. Y así no hizo caso de hacienda alguna, porque fue pobre; [ni] de regalos, porque siendo él de quien procede todo cuanto hay bueno y deleitoso en las criaturas, vivió con grandísimos trabajos. No [hizo caso] de la honra, porque escogió la muerte más afrentosa y de mayor ignominia que entonces se daba a los malhechores en el mundo, siendo a quien en el cielo hacen reverencia los ángeles, y en la tierra nosotros.

Dice el Apóstol: En este mundo moramos como si fuese un desierto, no como en ciudad de reposo y con regalos; no buscamos honras, antes nos tenemos por dichosos de ser afrentados por amor a Jesucristo; trabajamos día y noche, no [por] bienes temporales, porque teniendo qué comer y con qué cubrirnos, contentémonos con eso (1 Tm 6,8). Los deleites y descansos esperámoslos para cuando estuviéremos en la ciudad [verdadera], en aquella ciudad tan rica, en aquella ciudad tan noble y de tantos deleites y regalos, [de la] que [dice el Salmista]: Dichosos los que moran en tu casa, Señor (Sal 83,5).

5.- El hombre que de tal manera busca contentamiento en este mundo, que anda tras de los bienes de él de tal manera, que por cuanto hay debajo del cielo se atreve de hacer un pecado mortal, por el cual pierde lo que está sobre el cielo, [ése] no se tenga por cristiano.

Porque por el mismo caso que uno es cristiano ha de poner debajo de los pies todo cuanto bien hay en el mundo, [y] por el mismo caso ha de vivir en el mundo como si fuese [un] desierto, pues sabe que todo lo de acá es lodo en comparación de lo que Dios le promete en el cielo. Pues sabe que los descansos del cielo se mercan con el menosprecio de lo que aquí hay en el mundo. [Dice Cristo]: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5,3). [Esto es]: ¿Queréis ser rico? Sed pobre. ¿Queréis estar alegre? Llorad, primero. ¿Queréis vivir? Morid, primero. Dice San Agustín: Con la pobreza se compra el reino, con el trabajo el descanso, y con la muerte la vida. Por eso [dice] San Pablo: Lo que importa es que los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen; los que se huelgan, como si no se holgasen; los que hacen compras, como si nada poseyesen; y los que gozan del mundo, como si no gozasen de él, pues la escena de este mundo pasa (1 Co 7,29-31). ¡Cuántos son los que se [consuelan] por una nonada, por el interés de un real, y despreciaron la tierra deseable del cielo! (Sal 105,24).

6.- Mas en estar el Señor en el desierto, le viene a tentar el diablo, para que entendáis que, cuanto mejor fuéredes, tanto mayores tentaciones habéis de tener [y] mayores impedimentos se os han de ofrecer; pero consolaos, que el mismo que dice que habéis de tener trabajos y tentaciones, éste mismo os promete de estaros al lado, y ayudaros en la batalla, y coronaros después de la victoria: Con él estaré en la tribulación, lo libraré y lo honraré (Sal 90,15).

Desde el principio del mundo acá, entiende el demonio en estorbar a los buenos y desencaminarlos, [bien] por sí mismo, [bien] por sus miembros, que son los malos, [los cuales] siempre persiguen a los buenos. Allá en el paraíso, ¿la serpiente no vino a tentar a nuestros primeros padres? Y no solamente los tentó, pero aún los derribó. ¿Caín no mató a su hermano porque era bueno y agradaba a Dios? ¿Esaú no perseguía a Jacob? ¿José no fue vendido por sus hermanos? ¿Saúl no persiguió a David? ¿El demonio no dijo a San Martín: «Adonde vayas, el diablo te perseguirá»? ¿Y Cristo no desengañó a sus discípulos que en el mundo tendrían tribulaciones? (Jn 16,33). Mas Confiad yo tengo vencido al mundo. [Como si les dijera]: «Confiad, que yo estaré [a vuestro] lado, y con tan buena ayuda no desmayéis, que ya nos hemos probado el mundo y yo, pero yo le he vencido».

Pero quisiera yo saber [cuál] es la causa de que Dios permite esta guerra entre los buenos y el mundo, y el demonio. ¿No valiera más caminar seguramente por el camino de la virtud? No, que por ser esto lo que más nos cumple, por eso lo permite Dios.

Primeramente, porque no estuviésemos descuidados, ni fuésemos negligentes. El que sabe que tiene enemigos está sobre aviso, no se descuida un punto de lo que le cumple; [en cambio], el que no les tiene, vive descuidadamente. Y después, para que, peleando varonilmente, merezcamos recibir de mano de Dios la corona de la victoria. [Santiago]:

Bienaventurado aquel hombre que sufre la tentación, porque después que fuere probado, recibirá la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le aman (St 1,12). Y San Pablo: No será coronado el que legítimamente no lucha (2 Tm 2,5). Y Tobías: Lo que tiene por cierto cualquiera que te adora y te sirve es que si su vida saliere aprobada del combate será coronada (Tb 3,21). Advierte [la frase]: cualquiera que te adora. Porque las tentaciones que acometen a los malos, y las tribulaciones que experimentan, son indicio de las penas que se les esperan. Aquí tienes campo para hablar del provecho de las tentaciones y tribulaciones. De lo cual se puede ver la Suma de las virtudes y de los vicios de Guillermo Peraldo .

7.- En cuanto Jesús, llegado al desierto, ayunó cuarenta días y cuarenta noches, después sintió hambre (Mt 4,2). Puesto el Señor en el desierto, entonces el tentador se acercó a tentarle, para que en la obra del ayuno se manifestara no ser inferior a Moisés y Elías, que fueron cabeza de los profetas. Con el cual ayuno, a toda [clase de] abstinencia excedió [Cristo], aún a la de San Juan Bautista. [Y] ayuna, habiendo de predicar, para instruir así a los predicadores.

Una de las mayores ocasiones que tiene el demonio para tentar a una persona es cuando ve [que] tiene una necesidad. ¿Qué hace quebrarse el cuello a muchas mujeres? La necesidad. ¿Qué [cosa mueve] a usar de contratos ilícitos? La necesidad. Saca de ahí dos cosas. La una es la obligación que tenéis de socorrer a los pobres y gente de necesidad, [para] que su necesidad no sea parte de que hagan lo que no deben . Que si estáis obligados a dar limosna al que está en necesidad [hasta el punt o] de perder la vida del cuerpo, sin comparación estáis más obligados al que está en necesidad, de perder la [vida] del alma.

8.- Lo segundo [que se saca es que], aunque os viéredes en necesidad, que penséis [que vais a] perder la vida, no hagáis lo que no debéis. Acordaos de que es consejo del demonio lo contrario, y un enemigo tan capital no os enseñará cosa que os cumpla. Ya que tenéis perdida la hacienda, o la honra, no perdáis juntamente a Dios, que teniéndole a él, él os proveerá, que es fuente de todo bien. Y si no lo hace, entended que esa afrenta en que estáis, esa pobreza, es lo que más os cumple; porque si una hoja del árbol no se mueve sin su voluntad, tampoco pasaría eso por un siervo suyo, si él no lo ordenase. Pensad que si, perdiendo a Dios, alcanzáis todos los bienes del mundo, [a la postre] no tenéis nada. Vendrá la muerte y hallaros heis vacío y para siempre burlado.

9.- Acercándose el tentador, en apariencia de hombre –porque acercarse es un movimiento progresivo de aproximación –, le dijo ex abrupto: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes (Mt 4,3). Con palabras compuestas, alegando la necesidad del pan para el sustento, concluyó: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Su intención era saber si era verdadero Hijo de Dios, porque sólo es Dios el que con su palabra es poderoso para mudar la naturaleza de las cosas.

Di que estas piedras se conviertan en panes. El Salvador, como si no lo conociera, le respondió: Escrito está: «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Palabras que también dijo Moisés al pueblo con ocasión [de] que les había de dar una instrucción, cuando les dio Dios el maná para comer (cfr. Dt 8,3).

De toda palabra que sale de la boca de Dios, o de la que Dios dice ser comida del hombre. Con esta respuesta, quedó el demonio confundido, el cual pidió que las piedras se vuelvan en pan. [Pues] sabed, que aún no se le ha acabado el hambre al Señor, que aún tiene hambre de nuestra salvación. No seáis, por reverencia de Dios, como el diablo, que le puso piedras delante. No seáis duros, no estéis pertinaces; ablandaos a hacer penitencia, y seréis manjar de Dios. El manjar se convierte en la sustancia del [que lo come]. Así vosotros, si os ablandáis [por] la penitencia, seréis una misma cosa con Dios. [San Pablo]: Quien está unido con el Señor, es con él un mismo espíritu (1 Co 6,17).

10.- Entonces el diablo lo llevó consigo a la ciudad santa (Mt 4,5). El Espíritu Santo le llevó al desierto, y el demonio le vuelve a la ciudad; para que entendáis que el Espíritu Santo es el que os inspira a que huyáis del mundo, y el espíritu malo el que os tienta para que volváis a él.
Lo llevó consigo. ¿Cómo? ¿Cargóselo a cuesta? No es de creer, aunque, como dice San Gregorio , no es inconveniente que [Cristo] se dejase tocar por el demonio, pues se dejó crucificar [por] sus miembros, que fueron los malos. Tomóle, creo yo, de la ropa, y díjole: «Andad acá, Señor; vámonos a la ciudad». Y porque es costumbre de los buenos ir luego al Templo, a lo primero con sintió [Cristo] al demonio. Fueron allá, y subieron al lugar más alto del Templo. ¿Qué pensáis que no lleva el diablo a muchos a la Iglesia? [A] los que van por deleitarse en mirar a las mujeres, el diablo los lleva; [a] los que van allí a hacer sus [negocios] , el diablo los lleva; [a] los que van al Templo y quieren ser del estado eclesiástico por subir, por valer y por ser ricos, el diablo los lleva.

11.- Cuando le tuvo allí, le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque escrito está: «El dará orden a sus ángeles para que te custodien» (Mt 4,6). Éste que es Hijo de Dios, hecho hombre, ¿podrá ser vencido por la vanagloria? Siempre que el demonio os tentare para que hagáis una ofensa a Dios, por más provechoso que os parezca lo que os dice, por más gloria que, os parezca, que de allí se os ha de seguir, pensad que os aconseja que os echéis de una torre abajo; pensad que os incita a que deis con vos en un abismo tan hondo, que si la mano de Dios no os saca, nadie os podrá de allí sacar. Persuade el demonio a Cristo que muestre su gloria delante del pueblo, pero a costa de echarse del Templo abajo. Tomad de aquí un aviso, que da San Ambrosio para todas las tentaciones: Descubramos los fraudes del diablo en esta lectura, o en otras profecías, para que aprendamos a precavernos de sus malas artes. Es conveniente conocer sus tentaciones, no para secundarlas, sino para que, como doctos e instruidos, sepamos evitarlas.

12.- También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Mt 4,7). Eso es tentar a Dios, buscar milagros donde no hay necesidad. «Yo puedo bajar, [viene a decirle Jesús], por donde habemos subido. ¿Qué necesidad hay, para bajar, de hacer un nuevo milagro?» [Con] esta respuesta, quedó el demonio en la misma duda que antes. Y visto que no podía sacar rastro de lo que buscaba: De nuevo lo lleva consigo a un monte muy alto (Mt 4,8). En decir el evangelista que de nuevo, otra vez el demonio llevó a Cristo, muestra claramente que ésta fue la tercera tentación, aunque San Lucas la cuenta [como] segunda (cfr. Lc 4,5), porque no tuvo respecto sino [de] contar las tentaciones, y no el orden con que fueron hechas. Y le mostró allí todos los reinos del mundo (Mt 4,8). Allá está Francia, allá Italia. En tal tierra hay abundancia de oro, en tal piedras preciosas, etc. Y díjole: Te daré todas estas cosas si, postrado en tierra, me adoras (Mt 4,9). [El demonio] había probado por dos vías si [Cristo] era Hijo de Dios, y viendo que su trabajo había sido en vano, tiéntale [por] el mayor de todos los pecados, que es la idolatría. No porque piense que lo ha de hacer, siendo un hombre, como él lo miraba, de muy grande santidad. Bien sabía el demonio que nadie viene de una vez perfectamente a ser bueno, ni a ser del todo malo, sino que poco a poco viene un hombre a perfeccionarse, y también poco a poco a endurecerse y a determinarse a hacer grandes pecados. Por eso hay que tener gran cuidado de no caer en la costumbre de pecar, porque poco a poco vendréis a no sentir, ni echar de ver cuando cometiéredes muy grandes pecados. [Proverbios]: De nada hace ya caso el impío cuando ha caído en el abismo de los pecados (Pr 18,3).

Tienta, pues, el demonio a Cristo de tan gran pecado [el de idolatría], y dale a entender que es el demonio, para provocarle a que le dijese: «¿Yo tengo que ser adorado por ti, y tú me dices que te adore a ti?» [Así llegaría a saber] lo que deseaba. Pero no hay sabiduría, no hay prudencia, ni consejo contra Dios, del cual dice Job: Dios prende a los sabios con las mismas redes de ellos, y desvanece los designios de los malvados (Jb 5,13).

[Por eso] responde el Señor de manera, que no pueda [el demonio], de su respuesta, sacar lo que desea. Retírate, Satanás, le dice, porque escrito está:«Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás» (Mt 4,10). Hase descubierto que es el demonio, y [Cristo] no quiere más plática con él.
De aquí tienes doctrina contra los que consultan adivinos. Satanás es nuestro contrario, que siempre es adverso a nuestra salvación. [Por eso]: Retírate, Satanás , adonde no puedas oponerte más [a mis propósitos]. Pues está escrito:«Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás» . Los gulosos adoran a su vientre, [como] a dios: Cuyo dios es el vientre (Flp 3,19). [Hermanos,] ayunad en este tiempo todos los de veintiún años arriba, pues estáis obligados al precepto eclesiástico, si no estáis legítimamente impedidos. Comeréis una vez al día, y esto no para ahorrar vuestras haciendas, sino para dar al pobre lo que se había de gastar en la cena y las colaciones ligeras.

13.- Entonces, el diablo le dejó (Mt 4,11), hasta el tiempo de su Pasión. [Hermanos], estad sobre aviso, que si a Cristo se atrevió el demonio, mucho más se atreverá contra vosotros, que tantas veces estuvisteis bajo su dominio.
Y se acercaron los ángeles y le servían (ibíd.). No uno solo, sino muchos. Pero para que esto quedara oculto al demonio, le servían los ángeles como a un amigo o siervo de
Dios. Y así, [aquél] quedó en su duda. Nota que el demonio puede estar dudoso en las cosas sobrenaturales, aunque no en las cosas sujetas a su natural conocimiento. Esta es la letra [del texto].

14.- De este Evangelio sólo quiero sacar una cosa en limpio, y es cuán mal hace un alma que hace un pecado mortal. No es nada perder la hacienda, ni la salud; no es nada perder los amigos; no es nada perder la honra; no es nada perder la vida. Todos estos males no son males, si se cotejan y se comparan con el mal que recibe un hombre cuando hace un pecado mortal. Y porque entendáis cuán gran verdad es esto que os digo, y [para que] os desengañéis, si hasta aquí habéis sentido lo contrario, quiero que advirtáis que, dado que el demonio en sus tentaciones pretendiese certificarse de la duda que tenía, pero juntamente con esto, [tanto] en las tentaciones de Cristo [como] en las de los cristianos, [lo que] pretende [es] inducirlos a algún pecado, por razón del cual sean semejantes a él. Y así, aunque el demonio quite a uno la salud, y la vida, etc., no tiene nada, no ha hecho nada, si no recaba con sus tentaciones que haga un pecado mortal; porque todos los otros daños que a una persona puede causar, le sirven para que éste tal tenga mayor corona y mayor premio en el cielo. Y así decía David: Sobre mis espaldas araron los pecadores y trazaron sobre ella largos surcos de iniquidad (Sal 128,3). Pero cuando [el demonio] le derriba en un pecado, entonces le tiene ganado, entonces le tiene de su parte, entonces se tiene por victorioso. Si hubiese aquí un hombre muy enemigo de otro, tanto que no hay mal que no le hiciese, y le viniese a las manos, verdaderamente que el daño que le procuraría [lo consideraríamos] el mayor. [Pues bien], el mayor enemigo que tenemos es el demonio, [y] el daño que éste más nos desea y más nos procura es que estemos en pecado. Más que enfermedades, más que pobreza y más que deshonra, éste es el mayor mal, ésta es la mayor pobreza, éste es el mayor daño y ésta es la mayor deshonra que un hombre puede tener.
¡Oh malaventurado pecador! ¿Y cómo te puedes ver alegre? Si estuvieses ciego de los dos ojos, ¿no estarías triste? ¿Y lo mismo si [estuvieras] privado de otro cualquier sentido? Pues, ¿cómo te puedes ver alegre estando en pecado mortal, que es un mal ayor, que si fueses ciego? ¿Por qué, pensáis, que [el demonio] causó en Job tan grandes [intranquilidades]? . Para hacerle caer en el pecado. Luego [lo que] más quería [era] verle en pecado, [y] todo lo ordenaba esto. Sabe el demonio que por ninguna cosa, sino ésta, hacemos asco a Dios. ¿Sabéis cuánto? Que tras haber muerto por nosotros, si no procuramos curarnos de este mal, nos echará a lo profundo del infierno.

Esta cura, señores, consiste en el sacramento de la penitencia; ésta es la medicina. ¡Oh, cuánto la debes procurar! Si estuviésedes ciego y a cien leguas de aquí estuviese una hierba con que pudiésedes curar, ¿cómo no la buscaríades? Pues no es menester ir cien leguas, ni cincuenta. Yo os la mostraré para que sin salir de vuestro pueblo la halléis.

Plegue a nuestro Señor de darnos [su] gracia para haberla de tomar. Y yo os aseguro que obrando así obtendréis la gracia en la presente vida y la gloria en la futura, que a mí y vosotros os deseo, etc.
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[accordion title=”San Juan Pablo II” load=”hide”]1. “Misericordia, Señor: hemos pecado”. La invocación del Salmo responsorial, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera significativa el sentimiento que nos anima en este primer domingo de Cuaresma. Estamos al comienzo de un singular itinerario de penitencia y conversión. Nos damos cuenta de que se trata de una ocasión favorable para reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con Dios y con los hermanos: “Yo reconozco mi culpa -proclama el salmista-, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 50, 5-6).

La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn 3, 1-7), indica bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del hombre. Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador, interrumpiendo bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con Dios. El mal, el sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que esperar al Salvador prometido para restablecer, de modo incluso más admirable, el plan originario del Creador (cf. Gn 3, 8-24).

2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra san Mateo en la página evangélica de hoy: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo” (Mt 4, 1). En el desierto es sometido a una triple tentación por parte de Satanás, a la que resiste con decisión. Jesús reitera con firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios; no está permitido rendir culto a otro dios; nadie puede decidir por sí mismo su propio destino. La referencia última de todo creyente es la Palabra que sale de la boca del Señor.

En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal.
También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la cotidianidad, afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios. Estamos invitados a imitar la actitud del Señor, que obedece con decisión la palabra del Padre celestial y, de este modo, restablece la jerarquía de los valores según el proyecto divino originario.

3. “Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos” (Rm 5, 19). Estas consoladoras palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en nuestro camino espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el pecado, resplandece victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y resurrección, ha derrotado el pecado y la muerte, abriendo a los creyentes las puertas de la salvación eterna. Este es el mensaje alentador que nos transmite la liturgia de hoy.

Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la palabra de Dios.

“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”
(Sal 50, 12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica muy oportuna en el tiempo de Cuaresma.

Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obtennos tú, Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a celebrar la Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.

Homilía del San Juan Pablo II el domingo 17 de febrero de 2002, en la visita pastoral a la Parroquia romana de san Enrique
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[accordion title=”Benedicto XVI” load=”hide”]Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación.
Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad.
Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la cruz.
Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).
Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión.

Ángelus del Papa Benedicto XVI en Plaza de San Pedro el domingo 13 de marzo de 2011
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EJEMPLOS PREDICABLES

[accordions title=”EJEMPLOS PREDICABLES”]
[accordion title=”No me voy a quitar la Cruz” load=”hide”]Alina Milan cursaba el quinto año de Derecho en la Universidad estatal de Moscú. Nacida en 1988, disfrutaba de una vida estudiantil serena… hasta que le detectaron Hidatidosis alveolar hepática, una enfermedad que consume el hígado, llevando a quien lo padece a una muerte segura.

Urgida de un trasplante de hígado, Alina y su madre decidieron buscar soluciones, pues en Rusia no se practica aún ese tipo de operaciones. Consultando, volaron a Israel en octubre del 2010, concretamente al The Tel-Aviv Sourasky Medical Center. Ahí, Alina se sometió a unas pruebas preliminares, que lanzaron su veredicto: o se hacía un trasplante urgente o le quedaba, cuando mucho, dos semanas de vida.

Madre e hija regresaron a Moscú con un serio dilema. Ese tipo de cirugías eran muy costosas y la familia no tenía medios para financiarla. Pero había una oportunidad que podría solucionar todos los problemas. Si Alina obtenía la ciudadanía israelí la operación se efectuaría de modo gratuito, pues implicaba el libre acceso a la atención médica estatal.

En un principio, todo parecía simple, pues Alina tenía ascendencia judía. Pero, sin embargo, había un “pero”. En el cuestionario de ciudadanía que debía rellenar, una de las preguntas era el tipo de religión que profesaba. De acuerdo con las leyes vigentes, sólo quienes profesan el judaísmo o que se consideraban ateos podrían ser ciudadanos de Israel. Por ello, si Alina ponía “judío” o “ateo”, obtendría la ciudadanía inmediatamente. Pero si ponía cristiano, todas las puertas se le cerrarían.

Alina decidió preguntar a su director espiritual, el P. Alejandro Naruszewa, qué debía hacer. Así lo relata el mismo sacerdote:

«Me llamó por teléfono y me preguntó qué hacer, pues los médicos le habían dicho que sólo contaba con dos o tres semanas de vida. Teóricamente, para mí la elección era simple: o la mentira, eligiendo renunciar a su fe con la esperanza de poder sobrevivir, o la plena confianza en Dios». Sin embargo, no se sentía quién para decidir en el destino de la joven «y no sabía qué decir… aunque sí lo sabía en realidad». Con estos sentimientos encontrados, se fue al hospital para ver a la joven.

Ahí se encontró con la madre de Alina, que lo esperaba en la antesala de la zona de reanimación: «Incluso antes de entrar, la madre de la enferma me dijo que ella y su hija habían ya decidido qué hacer. Y antes de que pudiera decir nada, me cambió el tema de conversación, porque veía que yo podría tener miedo de escuchar algo que sería horrible para mí como sacerdote y cristiano».
Por fin, entraron en la sala. Delante de él, el P. Alejandro se topó con «una joven delgada, de color amarillo, muy poco parecido a lo que la joven de 22 años debería ser». Sonriente, con ojos claros y serenos, Alina miró al sacerdote y le dijo sin ningún preámbulo: «Mi madre y yo hemos decidido tajantemente que no me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No existe ningún precio capaz de comprar a Cristo ».

Ante tan grande valentía, el P. Alejandro decidió buscar dinero por todos los medios posibles. Entre los amigos de la Universidad juntaron una buena cantidad de dinero, pero no llegaron a los 300,000 dólares que cuesta la operación. Y así, el 14 de marzo del 2011, Alina dejaba este mundo.

Antes de su muerte, Alina se las arregló para escribir una carta para sus amigos:
«No muestro ningún heroísmo. En realidad, no tengo otra opción, pues ya había hecho mi elección hace tiempo: soy cristiana. Tengo ante mí un documento del Ministerio de Interior de Israel. Un apartado reza así: “Acepto la ciudadanía / la ley / religión del país”. Y tienes que firmar. ¿Elijo?

«Para mí, lo importante no es lo que queda en el papel, sino ¿qué pasa con mi alma? La confianza en Dios es más fuerte que cualquier valor, que cualquier derecho, país, diagnóstico o cualquier tiempo terrible. Incluso en los días más oscuros no me deja la sensación de que Dios sostiene mi mano. La única opción que hice por mi fe en Dios hace ya mucho tiempo no está vinculada a ninguna nacionalidad. Y no me importa qué venga: yo le daré gracias por aquello que suceda en mi vida».

Al final, da gracias por quienes se preocupan por ella, volviendo a resaltar que no es un héroe. Aunque el verdadero heroísmo consiste precisamente en dejar a un lado tus cosas para cuidar a los demás. Y justamente sus últimas palabras fueron para sus amigos, invitándoles a optar por Dios siempre, sean cuales sean las dificultades en su vida.

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