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Los educadores pervertidos

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qué trabajo cuesta a la pluma escribir juntas esas dos palabras: educador y pervertido!, ¡como si escribiera: fuente envenenada, blancura negra… madre asesina de sus hijos…!
Desgraciadamente, cueste lo que cueste a la pluma escribirlo y al alma dictarlo, hay, para ignominia de la pobre familia humana, padres envenenadores de las almas de sus hijos, madres explotadores criminales del alma, del pudor y de la carne de sus hijas y maestros y jefes y mentores de maestros entregados en alma y vida a pervertir, a corromper cabezas, corazones y costumbres de sus indefensos discípulos.

¿En qué coinciden?

Todos estos guías pervertidos coinciden en la antipatía a la austeridad cristiana. ¡Nada de contrariar inclinaciones de los niños! (las malas, se entiende, que contra las buenas ya luchan despiadadamente).
¡Nada de sujeción a una ley moral que cueste trabajo, ni de una fe que refrene mostrando los destinos eternos del hombre y las sanciones eternas de sus obras! ¡Más que el uso ordenado de la libertad, el derecho al capricho y a la pasión sin freno!

¡En vez de la obediencia y sumisión, la despreocupada altanería! ¡En lugar del pudor y de la vergüenza que impone reservas, vencimientos, alejamientos de peligros y escándalos, las excitaciones, el hacinamiento de sexos, la chabacanería en el hablar, la osadía en descubrir con delectación morbosa lo que para el niño debía permanecer secreto!

En una palabra, ¡en vez de apartar del mal y de su más remoto riesgo, empujar hacia él!

Y empujar no por desvarío o impremeditación de un momento, sino por sistema que, a las veces, hasta se atreven a llamar científico, por cálculo frío, por degeneración habitual, y me atrevería a decir por odio enconado, más de diablos que de hombres, a Dios en el niño, por ser éste el más terso espejo en donde Él se mira y los hombres lo ven, la más parecida semejanza que lo representa y por gozar de su más marcada predilección.

Y ¡todo a título de respeto, de no coacción a la libertad del niño!

¿En qué se diferencian?

Este numeroso bando de educadores pervertidos presenta distintos matices, según el elemento que más haya influido en su perversión.

Los hombres se pervierten por el corazón los unos, los más, por la cabeza los otros, si bien es verdad que en la práctica viene, si no se ataja a tiempo, a confundirse y hacerse una sola la perversión del corazón con la de la cabeza.

Conforme con esas dos perversiones, pueden establecerse tres clases de educadores pervertidos: de corazón, de cabeza o de uno y otra. Os aseguro que para describir cada uno de esos tipos y los estragos que producen su palabra, su ejemplo y hasta el aire que levantan, hay que mojar la pluma, más que en tinta, en sangre de víctimas inocentes…

Ya lo iréis viendo.

Educadores pervertidos de corazón

¡El educador inmoral!, ¡qué perversidad! ¡Cuántas veces ante cuadros y escenas de hijos, hijas y discípulos ingenuos como palomas, puros como ángeles, entre las garras de padres ebrios, lascivos, blasfemos, de madres depravadas o de maestros degenerados, cuántas veces, repito, me he quejado cariñosamente al Padre que está en los cielos!: Tú, que te recreas tanto en la inocencia y en el candor de los pequeñuelos, ¿por qué permites tanto poder destructor en las garras de los milanos y tanta indefensión en la blandura de las víctimas?

Un recuerdo triste

De toda mi vida sacerdotal conservo, sin saber de quién ni de dónde, una palabra que, por caer en mis oídos a los comienzos de mis ministerios, tanto los impresionó, que no se ha borrado aún.

–¡Vendí a mi hija en sesenta duros!

Era el término de una misión parroquial y, sin duda, como fruto de ella, la gracia de Dios, despertando y espoleando conciencias, empujaba a una desventurada mujer a repetirme entre gritos y sollozos, con mirada extraviada y sin miedo a ser oída por los demás: –¡Vendí a mi hija… en sesenta duros…! ¡Y para siempre la perdí…!

Se me ha borrado de la memoria la cara de la mujer y la historia con que, entre alaridos más que sollozos, contaba su desventura. Pero el ¡vendí a mi hija!, más que en mi memoria, se ha grabado imborrable en mi corazón…

Negra revelación

Fue un mundo desconocido e insospechado de perversión el que se me abría con aquel grito.
Después, sin que me lo diga nadie, ¡cuántas ventas de pudor, de felicidad, de fe, de alma y de carne de hijos y de hijas he presenciado o presentido! Con la sola diferencia de precio o de forma; en lugar de los sesenta duros, ¡con qué pagas tan variadas se avienen o se contentan la ambición, la lujuria, la depravada perversión de los esclavos de las pasiones…!
Pero, ¿qué digo?, ¡a cambio de qué pagas se venden hijos e hijas! ¡Hasta sin paga! Es decir, hartas veces no se venden, se entregan de balde, ¡se tiran!
¡Ésa es la palabra!
¡Tan dura como exacta!

Cuando veo puertas y taquillas de cines, teatros y kioscos de todos colores, menos el blanco y el azul de la inocencia, con colas interminables de niños y gente joven y por las calles, paseos y carreteras parejas solitarias de muchachos y muchachas en actitudes y ademanes que levantan sonrojo y asco, no puedo menos de decir: ¡pobres huérfanos abandonados!, o ¡pobres niños tirados al arroyo!

¿Por quién?

Educadores pervertidos de cabeza

Después de denunciar a los pervertidos de corazón, casi hago caso omiso de los pervertidos de sólo la cabeza, porque o no se dan en la práctica común, y, si se dan y como caso raro, más que pervertidos, son equivocados o ignorantes.

Un hombre de ideas malas y de obras naturalmente buenas, es decir, un hombre que obra mejor que piensa, lógicamente es un absurdo que, si de verdad y sinceramente se da, debe terminar o en que el mal de la cabeza eche a perder la bondad de la acción, o en que el bien de la acción ponga buena la cabeza.

 Si la lógica es invencible, eso debe terminar de uno de esos dos modos.

Y, por lo que atañe a nuestro tema de educación, mientras se soluciona uno u otro proceso y el maestro bueno de moral se convierte en maestro bueno también de ideas, o el maestro malo de ideas acaba de pervertir al maestro bueno de moral, la educación que de él irradie yo no me atrevería a llamarla mala, pero sí enferma, infeccionada, o en peligro de una u otra cosa.

Casos sin lógica

¡Cuántas veces hemos visto el caso tan falto de lógica como sobrado de buenos sentimientos, del padre masón, librepensador, racionalista, extremista, o por lo menos a esos bandos adscrito, empeñado en que sus hijos reciban enseñanza y educación en colegios religiosos!

Conozco padres, que se llaman a sí mismos ateos, y cuidan con rigurosa insistencia de avisar a su esposa e hijos los días y horas de misa y de vigilias y ayunos…

Es gracioso el encabezamiento que pone a sus cartas un conocido mío a un señor a quien trata con afecto y es tan bueno de sentimientos y procederes como malísimo de ideas: «Mi querido medio amigo»:

Y lo dicho basta para la presentación de estos educadores a medias, y las más veces ni a cuartillo…

Una última observación sobre ese tipo:

El trato con los hombres me ha enseñado, entre otras cosas, ésta: que son legión los que gustan de vivir en carnaval perpetuo y que el oficio, a que con más frecuencia se dedican, es al de máscaras.

¡Hay más pensares y procederes malos disfrazados con caretas de buenos!, y ¡hay más pensares y procederes buenos disfrazados de malos! ¡Vivimos entre tantas máscaras! ¡Casi, casi diría que, quien más, quien menos, tenemos, si no vida, por lo menos días y horas de mascarita!
¡Misterios de la psicología…!

Educadores pervertidos de cabeza y de corazón

Ése, ése es el tipo completo de pervertido y, a fuer de tal, de pervertidor por antonomasia. San Agustín ha descrito en dos palabras el proceso de esas perversiones integrales: «Nemo incredulus, nisi impurus».

A la incredulidad no se llega sino por la inmoralidad. La incredulidad es la asfixia de la inteligencia producida por los gases deletéreos que se desprenden de los corazones lujuriosos. ¡Dios mío!, ¡qué plaga de ellos ha caído sobre nuestros niños y jóvenes!

Las siete plagas de Egipto, segando vidas de hombres, animales y plantas, no son ni una sombra del estrago que está produciendo en las almas tiernas esa plaga de maestros y pedagogos que les ha caído, cuya ciencia y cuyo progreso pedagógico parece que lo han puesto en la audacia de decir y hacer ante los niños e inducirlos a decir y a hacer lo más blasfemo, impío, inmoral, antipatriótico y antinatural que concebirse puede.

Las apariencias

Bajo un aparato de ciencia, progreso, respeto a la libertad y a las ideas e inclinaciones de los discípulos y sentando como principios errores mandados recoger hace siglos, como la prescindencia de Dios, por no poderse conocer científicamente, la bondad natural en que nace el niño, la moral universal sin dogmas en que se funde, ni sanciones que la hagan observar, la ficción de que el pudor es invento y artificio y otros postulados, más que de la razón, de las pasiones sin razón, vienen a caer y a hacer caer a sus discípulos en abismos tenebrosos.

Las realidades

¿No lo están viendo nuestros ojos y oyendo nuestros oídos y partiéndose de pena nuestros corazones? ¿No estamos viendo que la prescindencia de Dios en la escuela se está trocando en negación y odio de Dios hasta la monomanía?

Dos muestras

¡Y podría citar tantas! Me refiero al saludo y al reto de Dios enseñado por algunos maestros (a Dios gracia pocos) laicos. El saludo es obligar a los niños al entrar y al salir de la escuela a proferir la blasfemia de «no hay Dios ni lo ha habido nunca» y el reto es proponer a los niños que las cosas de la escuela que necesiten se las pidan a Dios con el plazo de un minuto.
«Dios –se le hace decir al niño o a la niña–, necesito papel, tinta, un libro… si no me lo das en el plazo de un minuto, no existes…». Y transcurrido éste, el pobre diablo del maestro estalla en una carcajada estúpida dando al niño lo que pedía y celebrando el miedo de Dios al reto: ¡el reto de las hormigas!

Y la tan cacareada bondad ingénita del niño o sea, la negación del desorden introducida por el pecado original y la falsa tesis de lo artificioso y perjudicial del pudor que impone respetos y distancias entre sexo y sexo, ¿no está dando por resultado un espectáculo más que bochornoso y degradante de hombres y mujeres, investidos del poder y la autoridad que da un título de maestro, dedicados al bajuno oficio, ridiculizado y escupido en todas las literaturas y por todas las conciencias, de echar los niños a las niñas, las muchachas a los muchachos y a unos y a otros al vicio prematuro, al rebajamiento de la raza, a la relajación de los sexos, a la decrepitud anticipada, que a eso equivale ese suicida empeño de la coeducación con todos sus horribles efectos en lo fisiológico, en lo moral, en el carácter, en lo espiritual y, no digo nada, en lo cultural y educativo?

¡Nada de austeridad!, ¡educación libre!, ¡nada de frenos!
¡Libre!, ¿para qué?, ¿para convertir la escuela y centros docentes en blasfemadores, en antros de odio, en criaderos de pretuberculosos y eriales de flores marchitas, en vestíbulos de cabarets, clubs y tugurios en los que todo desorden, toda rebeldía, toda inquietud tiene su asiento?

Un recuerdo

Pasaba yo por una calle, próxima a un centro de enseñanza secundaria, a la hora precisamente de salir de sus clases alumnos y alumnas.
Delante, y casi a mi lado, marchaba un grupo de ellos, no más de doce años, enfrascados en ruidosa conversación que, aun sin pretenderlo, teníamos que seguir los que íbamos cerca de ellos.
Imposible trasladar a un papel decente el olor y el color de la infantil y bulliciosa conversación. Era el comentario rufianesco y desenfadado a la conferencia y a los dibujos en la pizarra que sobre la generación humana les había dado el profesor y a la repetición de la misma lección con sus correspondientes dibujos por Fulanita, de la misma edad y clase que ellos… ¡Qué cosas había preguntado y hecho decir a la pobre niña el profesor!
Y rebosándome a borbotones la compasión hacia aquellas indefensas almas infantiles, más contagiadas que malas, y la indignación hacia sus corruptores, me alejaba exclamando: ¿Pero esos maestros son hombres…?

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