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Homilética – Domingo de Ramos

TEXTOS LITÚRGICOS

[accordions title=”TEXTOS LITÚRGICOS”]
[accordion title=”Evangelio de la procesión de Ramos” load=”hide”]¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 1-11

Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida”.»
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga.
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!»
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?» Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea.»

Palabra del Señor.
[/accordion]
[accordion title=”Lecturas” load=”hide”]La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones pastorales aconsejen lo contrario.
Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.

1
No retiré mi rostro cuando me ultrajaban,
pero sé muy bien que no seré defraudado
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

Palabra de Dios.

SALMO 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R.Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R.

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.

Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.» R.
Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.»

Palabra de Dios
[/accordion]
[accordion title=”Evangelio” load=”hide”]VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8-9

Cristo se humilló por nosotros
hasta aceptar por obediencia la muerte,
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14-27, 66
¿Cuánto me darán si lo entrego?

C. Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían:
S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo».
C. Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?»
C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?

C. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús:
S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?»
C. El respondió:
+ «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: “El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”.»
C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

Uno de vosotros me entregará

C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo:
+ «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.»
C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno:
S. «¿Seré yo, Señor?»
C. El respondió:
+ «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»
C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó:
S. «¿Seré yo, Maestro?»
+ «Tú lo has dicho.»
C. Le respondió Jesús.

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre

C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
+ «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.»
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo:
+ «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre.»
C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño

C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.»
C. Pedro, tomando la palabra, le dijo:
S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás.»
C. Jesús le respondió:
+ «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.»
C. Pedro le dijo:
+ «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»
C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Comenzó a entristecerse y a angustiarse

C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo:
+ «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar.»
C. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo:
+ «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo.»
C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así:
+ «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro:
+«¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo,
ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.»
C. Se alejó por segunda vez y suplicó:
+ «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.»
C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo:
+ «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»

Se abalanzaron sobre él y lo detuvieron

C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal:
S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo.»
C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole:
S. «Salud, Maestro.»
C. Y lo besó. Jesús le dijo:
+ «Amigo, ¡cumple tu cometido!»
C. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo:
+ «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?»
C. Y en ese momento dijo Jesús a la multitud:
+«¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron.»
C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Veréis al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso

C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon:
S. «Este hombre dijo: “Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.»
C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?»
C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.»
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»
C. Ellos respondieron:
S. «Merece la muerte.»
C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole:
S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó.»

Antes que cante el gallo, me negarás tres veces

C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo:
S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo.»
C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No sé lo que quieres decir.»
C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí:
S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno.»
C. Y nuevamente Pedro negó con juramento:
S. «Yo no conozco a ese hombre.»
C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron:
S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona.»
C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y saliendo, lloró amargamente.

Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador

C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre

C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
S. «He pecado, entregando sangre inocente.»
C. Ellos respondieron:
S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo.»
C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron:
S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre.»
C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre.» Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado.

¿Tú eres el rey de los judíos?

C. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»
C. El respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C. Ellos respondieron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato continuó:
S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Todos respondieron:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. El insistió:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
C. Y todo el pueblo respondió:
S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Salud, rey de los judíos

C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo:
S. «Salud, rey de los judíos.»
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Fueron crucificados con él dos ladrones

C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.»
C. También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

Elí, Elí, ¿lemásabactani?

C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
+ «Elí, Elí, lemásabactani.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»
C. Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo

C. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

Ahí tienen la guardia,
vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente

C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole:
S. «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: “¡Ha resucitado!” Este último engaño sería peor que el primero.»
C. Pilato les respondió:
S. «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente.»
C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia.

Palabra del Señor.

O bien más breve:

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27, 1-2. 11-54
¿Tú eres el rey de los judíos?
C. Después de ser arrestado, todos los Sumos Sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»
C. El respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
C. Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
C. Ellos respondieron:
S. «A Barrabás.»
C. Pilato continuó:
S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Todos respondieron:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. El insistió:
S. «¿Qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
S. «¡Que sea crucificado!»
C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
C. Y todo el pueblo respondió:
S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Salud, rey de los judíos

C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.
Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza,
pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él,
se burlaban, diciendo:
S. «Salud, rey de los judíos.»
C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Fueron crucificados con él dos ladrones

C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.»
C. También lo insultaban los ladrones crucificados con él.

Elí, Elí, ¿lemásabactani?

C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
+ «Elí, Elí, lemásabactani.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
S. «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»

Palabra del Señor.
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GUIÓN PARA LA MISA

[accordions title=”GUIÓN PARA LA MISA”]
[accordion title=”Domingo de Ramos” load=”hide”]En el lugar de la Procesión, antes de la llegada del sacerdote:
La Semana Santa se abre con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en donde Cristo acepta ser aclamado públicamente como el Mesías salvador, porque muriendo luego sobre la Cruz, llevará a cabo de la manera más plena su misión de Redentor y Rey vencedor.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Isaías 50, 4- 7
Las palabras del profeta Isaías prefiguran a Cristo que, en medio de los ultrajes, no retiró su rostro poniéndose en manos del Padre.

Salmo Responsorial: 21

Segunda Lectura: Flp. 2, 6- 11
El Hijo de Dios se presentó en este mundo con aspecto humano para abrazar la humillación y la Cruz.

Evangelio- Lectura de la Pasión: Mt. 27, 11- 54 o bien 26, 3- 5. 14- 27
Contemplemos a Cristo en su Pasión para configurarnos con Él en los dolores que padeció por amor nuestro.

Preces:

Hermanos, en este día en que celebramos la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar su Misterio Pascual, oremos al Padre por nuestras necesidades y las del mundo entero.

A cada intención respondemos cantando:

* Por el Santo Padre para que, revestido de los sentimientos y virtudes del corazón del Buen Pastor, conduzca a Iglesia hacia la Pascua Eterna. Oremos

* Por la Iglesia perseguida, para que, ya que permanece unida a Cristo en el sufrimiento, merezca tener parte en su gloria. Oremos.

* Para que, en este día en que se da inicio a la Semana Santa, todos los bautizados se dispongan convenientemente a participar de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Oremos.

* Para que quienes viven lejos de la verdad y de la gracia, experimenten la fuerza de la conversión y se abran al perdón de Dios acercándose confiadamente al sacramento de la Reconciliación. Oremos.

Dios todopoderoso, que por amor al mundo entregaste a tu Hijo Único, escucha la súplica de tu pueblo y acrecienta nuestros deseos de servirte. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:
Nos unimos al Sacrificio de Cristo para ser agradables a Dios, y ofrecemos:
* Cirios, y con ellos nuestro homenaje al Mesías Rey.
* Pan y vino, para ser transustanciados en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.

Comunión:
Te aclamo Rey Manso y humilde que quieres entrar en mi alma en esta santa Comunión para compartir conmigo los dolores de tu Pasión.

Salida:
Con María Santísima, Virgen oferente, subamos a Jerusalén y celebremos con la Víctima divina, la Pascua de nuestra salvación.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
[/accordion]
[/accordions]

ORIENTACIONES PARA LAS HOMILÍAS 

[accordions title=”ORIENTACIONES PARA LAS HOMILÍAS DE SEMANA SANTA”]
[accordion title=”P. Lic. José A. Marcone, I.V.E.” load=”hide”]Orientaciones para las homilías de Semana Santa

Reunimos aquí las indicaciones litúrgicas para la celebración de la Liturgia de la Palabra en las Misas de la Semana Santa. Están tomadas de los libros litúrgicos aprobados canónicamente por la Iglesia. Con esta mirada de conjunto podemos ya hacer un plan y un primer bosquejo de todos nuestros sermones de Semana Santa.

Domingo de Ramos

“En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa se lee el relato de la pasión del Señor”. (Leccionario, Prenotanda, nº 97)

“La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones pastorales aconsejen lo contrario.
“Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la Pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.” (Leccionario, Tomo I, p. 445; anotación en rojo antes de las lecturas de la Misa del Domingo de Ramos)

“En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones” (Leccionario, Tomo I, p. 451; anotación en rojo antes de la lectura de la Pasión)

Recordamos que el sacerdote celebrante, en las Misas del Domingo de Ramos que se hagan con procesión o con entrada solemne, debe predicar tres veces. La primera es una monición antes de la bendición de los ramos, monición que puede leer también del Misal (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 5, p. 219). La segunda es después de la lectura del Evangelio antes de iniciar la procesión. El Misal, respecto a esta predicación dice textualmente: “Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía.” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 8, p. 223). La tercera predicación es ya dentro de la Misa, después de la lectura de la Pasión (según San Marcos, en este Ciclo B). Dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede hacerse también un momento de silencio” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 22, p. 228).

En algunas regiones el Domingo de Ramos es una de las misas más concurridas del año y, por lo tanto, la utilidad espiritual de la homilía es muy grande. En estos casos aconsejamos no omitirla.

En cuanto al tema de la homilía es preciosa esta indicación del Ceremonial de los Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder.
“Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm.8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos, nº 263).

De acuerdo a esto podemos decir que el Domingo de Ramos comprende, a la vez, el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. Por lo tanto, en la homilía debe quedar en evidencia la relación entre estos dos aspectos del misterio pascual.

Ferias de Semana Santa

“Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión” (Leccionario, Prenotanda, nº 98)

Misa crismal

“En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos”. (Leccionario, Prenotanda, nº 98)

Respecto a la predicación en la Misa crismal, dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación del Evangelio, el obispo pronuncia la homilía inspirándose en los textos de la Liturgia de la Palabra, hablando al pueblo y a sus presbíteros acerca de la unción sacerdotal, exhortando a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio e invitándolos a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (Misal Romano, Jueves Santo, nº 8, p. 233)

Sagrado Triduo pascual

Jueves Santo o Jueves de la Cena del Señor

“El jueves santo, en la Misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina de un modo especial el ejemplo de Cristo al lavar los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la Pascua cristiana de la Eucaristía” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).

“Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los grandes misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y del Orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna” (Misal Romano, Jueves de la Cena del Señor, nº 9, p. 240). Esta breve indicación del Misal Romano es de gran valor, ya que nos indica con claridad cuál debe ser el contenido de nuestra homilía para Misa de la Cena del Señor.

Viernes Santo

“La acción litúrgica del viernes santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de la pasión de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre”. (Leccionario, Prenotanda, nº 99)

“Concluida la lectura de la Pasión (según San Juan), hágase una breve homilía, y terminada ésta, los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio” (Misal Romano, Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 10, p. 245).

Viernes Santo: Memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María junto a la Cruz

El Misal Romano (Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 20 bis) contempla dos posibilidades para la memoria de los dolores y la soledad de la Virgen María: el “piadoso ejercicio tradicional” del Sermón de la Soledad o la inclusión de “la memoria del dolor de María en la misma acción litúrgica con la que se celebra la Pasión del Señor”. El Misal considera “más conveniente” esta última porque “de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María está unida indisolublemente a la obra de la salvación realizada por su Hijo”.

Sin embargo resalta el Misal que en algunos lugares puede “considerarse oportuno conservar” aquel piadoso ejercicio tradicional del Sermón de la Soledad. El Misal lo describe de esta manera: “Según una antigua tradición, en la tarde del Viernes Santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores sufridos por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su Hijo, y de su estado de profunda soledad después de la muerte de Jesús.” Debe tenerse el cuidado de realizarlo de tal manera que no reste importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor.

Mi experiencia de nueve años de párroco en la periferia de la gran ciudad de Santiago de Chile me lleva a decir que es perfectamente posible realizar este piadoso ejercicio sin que reste importancia a la Celebración de la Pasión del Señor. Nosotros hacíamos la Celebración de la Pasión del Señor a las 15 hs., aproximadamente. Luego hacíamos el Via Crucis por las calles de la población, que duraba varias horas. Y el Via Crucis terminaba en el templo con el Sermón de la Soledad, hecho a modo de Liturgia de la Palabra. De ese modo, el Sermón de la Soledad no restaba importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Las ideas fundamentales de dicho sermón están expresadas en el Misal Romano, citado recién. Era de mucho provecho para los fieles.

Vigilia Pascual en la Noche Santa

“En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio de la resurrección según los tres evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la resurrección de Cristo” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).

“En esta Vigilia, ‘Madre de todas las vigilias’, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y respetando la índole de la Vigilia, debe proclamarse todas las lecturas.
“Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de las lecturas del Antiguo Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con sus respectivo cántico” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 20 – 21, p. 275)

El Leccionario se expresa con términos semejantes.

Respecto a la homilía para esta celebración dice el Misal Romano: “Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 36, p. 279)

Misa del día de Pascua

“Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la noche santa, o, cuando hay Misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban a Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).
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EXÉGESIS

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[accordion title=”José María Solé – Roma, C.F.M.” load=”hide”]ISAÍAS 50, 4-7:
Se nos lee en este domingo el tercer canto del Poema del «Siervo de Yahvé»:
— En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el «Siervo» (= Mesías) a la Palabra (= Voluntad) de Dios; cómo es Discípulo que a toda hora está presto a oír la Palabra de su Maestro. Jesús se aplica a Sí mismo el sentido de esta profecía Mesiánica y nos la explica cuando dice: «Yo de Mí mismo nada puedo hacer; según oigo transmito» (Jn 5, 30). «Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió» (Jn 5, 19). En la profecía de Isaías se nos dice que el mensaje o encomienda que recibe el Siervo es mensaje de Salvación (4). Y esto mismo se aplica a sí Jesús: «El que escucha mi Palabra tiene vida eterna; llega la hora, y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida» (Jn 5, 25). Jesús-Mesías nos trae gozo, vida, salvación.
— Esta misión del Siervo-Mesías va a ser muy difícil. Pero el Siervo acepta con plena y heroica docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: «Yo no le he resistido ni me he echado atrás» (5). Jesús se aplica esta profecía y nos dice: «Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida. Voluntariamente la entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17). Y a la hora de la Pasión queda clara su entrega generosa: «Debe conocer el mundo que Yo amo al Padre; y que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de aquí» (Jn 14, 31). Ahora que a la luz del Nuevo Testamento sabemos que el «Siervo» es el «Hijo», nos maravilla aún más esta plena obediencia.
— En el cumplimiento de su misión el «Siervo» va a correr la suerte de todos los Profetas de Dios. Es recibido con hostilidad. La actitud del Siervo frente a las persecuciones es de una humildad y abnegación que sorprenden: «He prestado mis espaldas a los golpes y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No he hurtado mi faz a los ultrajes y salivazos» (6). ¡Cuán diferente este acento del de un Jeremías, por ejemplo!: «Que sean confundidos mis perseguidores. Haz venir sobre ellos el día de la desventura» (Jer 17, 18). El Siervo-Mesías (y así le vemos en la Historia de la Pasión) es el «Cordero que, llevado al matadero, no abre su boca» (Is 53, 7); que en la Cruz ora al Padre: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).
FILIPENSES 2, 6-11:
En este canto o himno de la primitiva Iglesia que Pablo cita e integra en su Epístola a los filipenses; se nos da una hermosa síntesis Cristológica:
— Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El estado «glorioso» que le correspondía en su calidad de Hijo de Dios (6) y el que escoge al tomar la naturaleza humana de humillación (Kenosis), despojo (Tapeinosis) y obediencia: En condición humana, sin privilegio alguno y con todas las humanas limitaciones y miserias (excepto la del pecado) (CfrHb 4, 15). «Anonadado» (7), «Siervo Obediente», acepta el plan del Padre; se sujeta a la muerte; a muerte de cruz: Cujussalutiferaepassionis et gloriossaeresurrectionisdiesappropinquarenoscuntur, quibus et de antiquihostissuperbiatriumphatur et nostraeredemptionisrecolitursacramentum (Pref.).
— Al trasluz de este cuadro se nos transparenta la contraposición entre el Adán viejo y el Adán Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos: Ser como Dios; y, desobediente, se rebeló. Cristo, Adán Nuevo, renuncia sus derechos divinos; se hace en todo como nosotros; se somete en total obediencia al Padre. Con esto Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. Con su obediencia, el Siervo expía todas las desobediencias humanas; y merece para Sí mismo, para su humana naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre (9. 10).
— Son muy claras en todo este pasaje las alusiones al «Siervo de Yahvé» de Isaías: «Siervo» galardonado, que con su «expiación» justifica y salva a la muchedumbre de pecadores (Is 53, 12). Y restituido a la vida es saciado de gozo y gloria (Is 53, 11). San Pablo sabe bien cuál es la «Gloria» de Cristo Resucitado: el Señorío universal a la diestra del Padre; y cuál la raíz y razón de este Señorío y Gloria: El «Nombre», es decir: la Divina Filiación (Flp 3, 9).
MATEO 26, 14-27:
La Cena Pascual inicia el momento culminante, la «Hora» (Jn 13, 1) de la Redención y Salvación:
— Jesús celebra la Cena Pascual de la Alianza Antigua e instituye la Pascua de la Nueva Alianza: la Pascua cristiana. Pasamos, pues, de lo que era figura y sombra a lo que es realidad.
— En la Nueva Alianza el Cordero inmolado será Cristo. Jesús, antes que le crucifiquen, se inmola místicamente. Y se nos da como Cordero Sacrificado, bajo especies de pan y vino, en convite perpetuo. En un Sacrificio y en un Convite sacramental deberemos rememorar y renovar la Redención que Él nos trae en la cruz, y anunciar su retorno glorioso (1 Cor 11, 25).
— La Antigua Alianza se canceló con sangre (Ex 24, 8). La Nueva se sella con la Sangre de Cristo (Heb 8, 8). Cesan las figuras. Mientras Israel inmola su cordero pascual, en la cruz queda inmolado el Cordero que a todos nos trae la verdadera Redención (del pecado) y Salvación: Vida Eterna. Redención y Vida Eterna que en la celebración Eucarística anunciamos y rememoramos hasta que Él vuelva (1 Cor 11, 26).

SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 93-96
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COMENTARIO TEOLÓGICO

[accordions title=”COMENTARIO TEOLÓGICO”]
[accordion title=”Benedicto XVI” load=”hide”]La entrada en Jerusalén

El Evangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de Pascua durante el tiempo de su vida pública: una primera en relación con la purificación del templo (2,13-25); otra con ocasión de la multiplicación de los panes (6,4); y, finalmente, la Pascua de la muerte y resurrección (p.ej. 12,1; 13,1), que se ha convertido en «su» gran Pascua, en la cual se funda la fiesta cristiana, la Pascua de los cristianos. Los Sinópticos han transmitido información solamente de una Pascua: la de la cruz y la resurrección; para Lucas, el camino de Jesús se describe casi como un único subir en peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén.

Es ante todo una «subida» en sentido geográfico: el Mar de Galilea está aproximadamente a200 metros bajo el nivel del mar, mientras que la altura media de Jerusalén es de 760 metros sobre el nivel del mar. Como peldaños de esta subida, cada uno de los Sinópticos nos ha transmitido tres profecías de Jesús sobre su Pasión, aludiendo con ello también a la subida interior, que se va desarrollando a lo largo del camino exterior: el ir caminando hacia el templo como el lugar donde Dios quiso «establecer» su nombre, como se describe en el Libro del Deuteronomio (12,11; 14,23).

La última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega que reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al cielo mismo, es decir, a la presencia de Dios (9,24). Esta ascensión hasta la presencia de Dios pasa por la cruz, es la subida hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13,1), que es el verdadero monte de Dios.

Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su templo y la «Pascua de los judíos», como la llama Juan (2,13). Jesús se había puesto encamino junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos; Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (Mt 20,29; cf. Mc 10,46).

En este último tramo del recorrido hay un episodio que aumenta la expectación por lo que está a punto de ocurrir, y que pone a Jesús de un modo nuevo en el centro de atención de quienes lo acompañan. Un mendigo ciego, llamado Bartimeo, está sentado junto al camino. Se entera de que entre los peregrinos está Jesús y entonces se pone a gritar sin cesar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc10, 47). En vano tratan de tranquilizarlo y, al final, Jesús le invita a que se acerque. A su súplica —«Rabbuní, ¡que pueda ver!»—, Jesús le contesta: «Anda, tu fe te ha curado».

Bartimeo recobró la vista «y le seguía por el camino» (Mc10, 48-52). Una vez que ya podía ver, se unió a la peregrinación hacia Jerusalén. De repente, el tema «David», con su intrínseca esperanza mesiánica, se apoderó de la muchedumbre: este Jesús con el que iban de camino ¿no será acaso verdaderamente el nuevo David? Con su entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en que Él restablezca el reino de David?

Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Manda por delante a dos discípulos, diciéndoles que encontrarían un borrico atado, un pollino, que nadie había montado. Tienen que desatarlo y llevárselo; si alguien les pregunta el porqué, han de responder: «El Señor lo necesita» (Mc 11,3; Lc 19,31). Los discípulos encuentran el borrico, se les pregunta —como estaba previsto— por el derecho que tienen para llevárselo, responden como se les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en un borrico prestado, que inmediatamente después devolverá a su dueño.

Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos de Jesús está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey are quisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (cf. Pesch, Markus evangelium, II, p. 180). El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a todo el episodio un sentido más profundo.

En primer lugar, las palabras de Génesis 49,10s, la bendición de Jacob, en las que se asigna am Judá el cetro, el bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas «hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia». Sc dice de Él que ata su borriquillo a la vid (49,11).Por tanto, el borrico atado hace referencia al que tiene que venir, al cual «los pueblos deben obediencia».

Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el «Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5;cf. Za 9,9; Jn 12,15).Ya hemos reflexionado ampliamente sobre el sentido de estas palabras del profeta para comprender la figura de Jesús al comentar la bienaventuranza de los humildes, de los mansos(cf. primera parte, pp. 108-112). Él es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Y hemos visto, en fin, que gobierna un reino que se extiende de mar a mar y abarca toda la tierra (cf. ibíd., p. 109); esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que, en las comunidades de la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de mar a mar como reino de su paz (cf. ibíd., p. 112).Todo esto no podía verse entonces, pero lo que, oculto en la visión profética, había sido apenas vislumbrado desde lejos, resulta evidente en retrospectiva.

Por ahora retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su camino y su actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad en Él. El Antiguo Testamento habla de Él, y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no según sus propios programas y deseos. Su exigencia se funda en la obediencia a los mandatos del Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la referencia a Zacarías 9,9excluye una interpretación «zelote» de la realeza: Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.

Volvamos al desarrollo de la narración. Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron amontar» (19,35). Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán y a Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel…» (1,33s).

También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: « ¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).

Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas. Estas diferencias no son irrelevantes para la historia de la transmisión y la visión teológica de cada uno de los evangelistas, pero no es necesario que nos ocupemos aquí de ellas. Tratamos solamente de comprender las líneas esenciales de fondo, teniendo en cuenta, además, que la liturgia cristiana ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual de la Iglesia.

Ante todo, aparece la exclamación: « ¡Hosanna!». Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como: « ¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf. Lohse, ThWNT, IX,p. 682).

La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel.

La palabra siguiente del Salmo 118, «bendito el que viene en el nombre del Señor», perteneció en un primer tiempo, como se ha dicho, a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los saludaba a la entrada de la ciudad o del templo. Lo demuestra también la segunda parte del versículo: «Os bendecimos desde la casa del Señor». Era una bendición que los sacerdotes dirigían y casi imponían sobre los peregrinos a su llegada. Pero con el tiempo la expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los peregrinos la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.

La referencia específicamente davídica, que se encuentra solamente en el texto de Marcos, nos presenta tal vez en su modo más originario la expectativa de los peregrinos en aquellos momentos. Lucas, que escribe para los cristianos procedentes del paganismo, ha omitido completamente el «Hosanna» y la referencia a David, reemplazándola con una exclamación que alude a la Navidad: «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38; cf. 2,14). De los tres Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa.

Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es éste?”. La gente que venía con él decía: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”» (21,10s). El paralelismo con el relato de los Magos de Oriente es evidente. Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2,3).Ahora se «alborota»: Mateo usa la palabra eseísthe (seíö), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto.

Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén, no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no reconocimiento de Jesús —una actitud de indiferencia y de inquietud a la vez—,hay ya una cierta alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo más explícito en su discurso escatológico.

Pero en Mateo hay también otro texto importante, exclusivamente suyo, sobre la acogida de Jesús en la Ciudad Santa. Después de la purificación del templo, algunos niños repiten en el templo las palabras del homenaje a Jesús: «¡Hosanna al hijo de David!» (21,15). Jesús defiende la aclamación de los niños ante los «sumos sacerdotes y los escribas» haciendo referencia al Salmo 8,3: «De la boca de los niños y de los que aún maman has sacado una alabanza». Volveremos de nuevo sobre esta escena en la reflexión sobre la purificación del templo. Tratemos aquí de comprender lo que Jesús ha querido decir con la referencia al Salmo 8, una alusión con la cual ha abierto una vasta perspectiva histórico-salvífica.

Lo que quería decir resulta muy claro si recordamos el episodio sobre los niños presentados a Jesús «para que los tocara», descrito por todos los evangelistas sinópticos. Contra la resistencia de los discípulos, que quieren defenderlo frente a esta intromisión, Jesús llama a los niños, les impone las manos y los bendice. Y explica luego este gesto diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc10,13-15).Los niños son para Jesús el ejemplo por excelencia de ese ser pequeño ante Dios que es necesario para poder pasar por el «ojo de una aguja», a lo que hace referencia el relato del joven rico en el pasaje que sigue inmediatamente después (Mc 10,17-27).

Poco antes había ocurrido el episodio en el que Jesús reaccionó a la discusión sobre quién era el más importante entre los discípulos poniendo en medio a un niño, y abrazándole dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí» (Mc 9,33-37). Jesús se identifica con el niño, Él mismo se ha hecho pequeño. Como Hijo, no hace nada por sí mismo, sino que actúa totalmente a partir del Padre y de cara a Él.

Si se tiene en cuenta esto, se entiende también la perícopa siguiente, en la cual ya no se habla de niños, sino de los «pequeños»; y la expresión «los pequeños» se convierte incluso en la denominación de los creyentes, de la comunidad de los discípulos de Jesús (cf. Mc 9,42). Han encontrado este auténtico ser pequeño en la fe, que reconduce al hombre a su verdad.

Volvemos con esto al «Hosanna» de los niños. A la luz del Salmo 8, la alabanza de los niños aparece como una anticipación de la alabanza que sus «pequeños» entonarán en su honor mucho más allá de esta hora.

En este sentido, con buenas razones, la Iglesia naciente pudo ver en dicha escena la representación anticipada de lo que ella misma hace en la liturgia. Ya en el texto litúrgico postpascual más antiguo que conocemos —en la Didaché, en torno al año 100—, antes de la distribución de los sagrados dones aparece el «Hosanna» junto con el «Maranatha»: «¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; el que no lo es, se convierta. ¡Maranatha! Amén» (10,6).

También el Benedictus fue incluido muy pronto en la liturgia: para la Iglesia naciente el «Domingo de Ramos» no era una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del asno, así también la Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia del pan y el vino.

La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.

(RATZINGER, J. – BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Segunda Parte, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011, p. 11 – 22)
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SANTOS PADRES

[accordions title=”SANTOS PADRES”]
[accordion title=”San Agustín” load=”hide”]La pasión del Señor.

1. Con toda solemnidad leemos y celebramos la pasión de quien con su sangre borró nuestras culpas para reavivar gozosamente nuestro recuerdo a través de estas prácticas anuales y hacer que, mediante la afluencia de gente, irradie mayor claridad nuestra fe. La solemnidad me pide hablaros, en la medida que el Señor quiera concedérmelo, de su pasión. Ciertamente, en cuanto sufrió de parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra salvación, útil para esta vida por la que hemos de pasar; de manera que, si así él lo quisiere, no rehusemos el padecer lo que sea en bien del Evangelio. Puesto que aun lo que sufrió en esta carne mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en cada uno de los hechos que tuvieron lugar y fueron escritos respecto a su pasión.

2. En primer lugar, en el hecho de que después de entregado para la crucifixión llevó él mismo la cruz, nos dejó una muestra de paciencia e indicó de antemano lo que ha de hacer quien quiera seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a dominar la propia mortalidad.

3. Al ser crucificado en el Calvario, significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi cabeza.

4. A su derecha y a su izquierda, respectivamente, fueron crucificados otros dos hombres, mostrando con ello que todos han de padecer, lo mismo si se hallan a su derecha que si están a su izquierda. De los primeros se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; de los segundos, en cambio: Y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

5. Con el rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, demostró que ni siquiera causándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con sublime potestad y a todas luces dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esa razón se canta en el salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo.

6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indica que iba a reinar no sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo, es decir, donde se hablaba la lengua hebrea, añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra como tu posesión.» No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles, sino porque son las que más destacan; la griega, por su literatura, y la latina, por la habilidad de los romanos. Aunque en aquellas tres lenguas quedaba indicado que iba a someterse a Cristo la totalidad de los pueblos, no por eso se escribió allí también: «Rey de los gentiles», sino sólo: Rey de los judíos, para que ya el nombre manifestase el origen de la raza cristiana. Está escrito: La ley saldrá de Sión, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son los que dicen en el salmo: Nos sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, deben servirles con sus bienes materiales?

7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de los judíos, sino que él decía serlo. De esta forma, Pilato simbolizaba al acebuche que iba a ser injertado en aquellas ramas quebradas; siendo gentil, mandó escribir la profesión de fe de los gentiles, de quienes con razón dijo el mismo Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la raíz la que sostiene al acebuche, no el acebuche a la raíz. Y no obstante aquellas ramas desgajadas por la infidelidad, Dios no repudió a su pueblo, al que conoció de antemano. También yo soy israelita, dice el Apóstol. Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su rey sean expulsados a las tinieblas exteriores, vendrán, no obstante, muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que lograra cambiarlo la sugerencia de los que no lo creían. Mucho tiempo antes se le había ordenado en los salmos: No cambies la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos; reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que puede cambiar el ser del acebuche injertado en ella, mientras que el acebuche, en cambio, no puede cambiar ni el nombre del olivo.

8. Los soldados se quedaron con sus vestiduras después de haberlas dividido en cuatro lotes. Con ello se simbolizó a los sacramentos que iban a extenderse por las cuatro partes del orbe.

9. El hecho de que, en vez de partirla, echaron a suertes la única túnica inconsútil, demuestra con suficiencia que los sacramentos visibles, aunque también ellos son vestimenta de Cristo, puede tenerlos quienquiera, independientemente de que sea bueno o malo; en cambio, la fe pura, que obra la perfección de la unidad 1 mediante la caridad, dado que la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha otorgado, no pertenece a quien quiera, sino a quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios. Por eso dijo Pedro a Simón, que estaba en posesión del bautismo, pero no de la fe: No tienes lote ni parte en esta fe.

10. Reconociendo a su madre desde la cruz, la encomendó al cuidado de su discípulo amado: manifestación apropiada de su afecto humano en el momento en que moría como hombre. Aún no había llegado la hora de que había hablado a su madre cuando la conversión del agua en vino: ¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. No había recibido de María lo que tenía en cuanto Dios, como había recibido de ella lo que pendía de la cruz.

11.Con las palabras Tengo sed reclama la fe de los suyos; pero como vino a su propia casa, y los suyos no le recibieron, en lugar de la suavidad de la fe, le dieron el vinagre de la infidelidad, precisamente en una esponja. Hay motivos para compararlos con la esponja, pues no son macizos, sino hinchados; en vez de estar abiertos con libre acceso a la profesión de la fe, están llenos de escondrijos, de los tortuosos recodos de las insidias. Además, aquella bebida tenía consigo también el hisopo, hierba humilde de la que se dice que, mediante su poderosísima raíz, se adhiere a las piedras. Había gentes en aquel pueblo para quienes tal crimen serviría como humillación del alma, arrepintiéndose después de haberlo desechado. Bien los conocía quien recibía el hisopo junto con el vinagre. También por ellos oró, según testimonio de otro evangelista, cuando dijo desde la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.

12. Con las palabras: Todo está consumado, e, inclinada la cabeza, entregó su espíritu, mostró que su muerte no era fruto de necesidad, sino de libertad, al esperar a morir cuando estaba cumplido todo lo que habían profetizado sobre él. En efecto, también esto estaba escrito: Y en mi sed me dieron a beber vinagre. Todo lo hizo como quien tiene poder para entregar su vida, según él mismo había afirmado. Y entregó el Espíritu por humildad; es lo que significa el hacerlo con la cabeza inclinada; Espíritu que volvería a recibir después de la resurrección con la cabeza erguida. Aquel patriarca Jacob ya había anticipado, al bendecir a Judá, que esta muerte e inclinación de cabeza era consecuencia de un gran poder, con estas palabras: Te levantaste estando tumbado; dormiste como un león. Ese levantarse hace alusión a la muerte, y el león a su poder.

13. El mismo evangelio indicó por qué a aquellos dos se le quebrantaron las piernas, y a él, en cambio, no, dado que había muerto. Convenía, en efecto, manifestar también, mediante este hecho, que la pascua de los judíos se había establecido como profecía suya; estaba mandado que en ella no se rompiese ningún hueso del cordero.

14. De su costado, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua hasta llegar a la tierra. En ello, sin duda alguna, hay que ver los sacramentos, que constituyen la Iglesia, semejante a Eva, que fue formada del costado de Adán, figura del Adán futuro, mientras él dormía. José y Nicodemo le dieron sepultura. Según algunos que han averiguado la etimología del nombre, José significa «aumentado»; en cambio, por tratarse de un nombre griego, son muchos los que saben que Nicodemo está compuesto de los términos «victoria» y «pueblo», puesto que niko significa victoria, y demos pueblo. ¿Quién fue aumentado al morir sino quien dijo: Si el grano de trigo no muere, se queda él solo; si, en cambio, muere, se multiplica? ¿Y quién al morir venció al pueblo que lo perseguía sino quien después de resucitar será su juez?

SAN AGUSTÍN, Sermones (4), Sermón 218, 1-14, BAC Madrid 1983, XXIV, pág. 207-14
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APLICACIÓN

[accordions title=”APLICACIÓN”]
[accordion title=”Benedicto XVI” load=”hide”]Caminemos con Cristo hacia la altura de Dios

Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:

Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve a subir junto a Jesús al monte, al santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia, que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano.

Nuestra procesión de hoy por tanto quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita. Pero, ¿cómo podemos mantener el paso en esta subida? ¿No sobrepasa quizás nuestras fuerzas? Sí, está por encima de nuestras posibilidades. Desde siempre los hombres están llenos – y hoy más que nunca – del deseo de “ser como Dios”, de alcanzar esa misma altura de Dios. En todos los descubrimientos del espíritu humano se busca en último término obtener alas, para poderse elevar a la altura del Ser, para ser independiente, totalmente libre, como lo es Dios. Son tantas las cosas que ha podido llevar a cabo la humanidad: tenemos la capacidad de volar. Podemos vernos, escucharnos y hablar de un extremo al otro del mundo. Sin embargo, la fuerza de gravedad que nos tira hacía abajo es poderosa. Junto con nuestras capacidades, no ha crecido solamente el bien. También han aumentado las posibilidades del mal que se presentan como tempestades amenazadoras sobre la historia. También permanecen nuestros límites: basta pensar en las catástrofes que en estos meses han afligido y siguen afligiendo a la humanidad.

Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad.

Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursumcorda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto.

El salmo procesional 23, que la Iglesia nos propone como “canto de subida” para la liturgia de hoy, indica algunos elementos concretos que forman parte de nuestra subida, y sin los cuales no podemos ser levantados: las manos inocentes, el corazón puro, el rechazo de la mentira, la búsqueda del rostro de Dios. Las grandes conquistas de la técnica nos hacen libres y son elementos del progreso de la humanidad sólo si están unidas a estas actitudes; si nuestras manos se hacen inocentes y nuestro corazón puro; si estamos en busca de la verdad, en busca de Dios mismo, y nos dejamos tocar e interpelar por su amor. Todos estos elementos de la subida son eficaces sólo si reconocemos humildemente que debemos ser atraídos hacia lo alto; si abandonamos la soberbia de querer hacernos Dios a nosotros mismos. Le necesitamos. Él nos atrae hacia lo alto, sosteniéndonos en sus manos –es decir, en la fe– nos da la justa orientación y la fuerza interior que nos eleva. Tenemos necesidad de la humildad de la fe que busca el rostro de Dios y se confía a la verdad de su amor.

La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.

Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” (Sal 23, 6). Amén.

Homilía del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 17 de abril de 2011
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[accordion title=”San Luis Bertrán ” load=”hide”]”Bendito el que viene en nombre del Señor”
(Mateo 21,9)

1.- La Iglesia nos propone hoy la consideración de la entrada del Señor en Jerusalén, que fue la más suntuosa que jamás tuvo ningún rey, ni emperador. Y fue tan admirable, porque una gran cantidad de gente, incluidos los niños cual tordicos, alondras o pardillos, cantaba las palabras de nuestro tema: Bendito el que viene en el nombre del Señor, según aquello que afirma David: De la boca de los niños y de los que están aún pendientes del pecho de sus madres, hiciste salir una perfecta alabanza (Sal 8,3). Y lo mismo debemos hacer nosotros, bendiciéndole por su venida. Vino de Betania, esto es, obedeciendo a su Padre, al Monte de las Olivas, es decir, a nuestra Señora, que es un monte muy alto y florido con todo clase de perfecciones; y se le llama Monte de las Olivas, por su misericordia, como dice el Salmo: Monte de Dios, monte fértil (Sal 67,16). Además, el camino por donde vino el Hijo de Dios a nosotros fue la Virgen, y mediante ella debemos encaminarnos todos a Dios, pues como canta la Iglesia en su liturgia: Virgen santísima, no te apartes de los pecadores, porque sin ellos nunca hubieras merecido el Hijo que tienes. La Virgen está simbolizada también por la paloma que Noé soltó del Arca y que luego le trajo un ramo de olivo en el pico. Por todo ello, supliquémosle nos alcance la gracia, diciéndole: Ave María.

2.- Nuestro Señor determinó entrar en Jerusalén con todo este aparato, cinco días antes de su Pasión, para que cuadrase lo figurado con la figura, ya que en el libro del Éxodo se establecía que cinco días antes de la Pascua llevasen el cordero pascual al lugar santo con ramos y cánticos (cfr. Ex. 12). Y esta entrada de nuestro Señor fue tan célebre que, como decía antes, jamás en el mundo hubo otra igual, tanto para los emperadores como para los reyes. Muchas veces había entrado él antes en Jerusalén, pero nunca le habían hecho tanta fiesta; y ahora, que va a morir, sí. Y esto lo hizo para que todos nos sintamos obligados a darle gracias a Dios por su gran misericordia, puesto que, para redimirnos a grandes y pequeños, quiso morir .

3.- Cuando los grandes señores entran en una ciudad lo hacen con gran aparato externo, con jaeces, carros, coches y con gente bien vestida, porque con todas esas cosas buscan que los honren; y por eso mismo colocan palios sobre sus cabezas, para que se vea cuán alto es su mando. Nuestro Señor, en cambio, no tuvo necesidad de nada de eso, y de ahí el que, en lugar de ponerle un palio por encima, le echasen las gentes sus ropas por tierra, demostrándonos con ello que es Señor de lo alto y de lo bajo. Los emperadores, cuando van a ser coronados, entran acompañados de muchos lacayos y de muchos caballeros con sus libreas; Cristo, sin embargo, iba sin mudarse de ropa y con un simple asno o pollino. Y es que los grandes de este mundo demuestran su grandeza con estas cosas exteriores, porque de por sí no son sino un poco de polvo; pero Cristo, como era Dios y hombre verdadero, no necesitó de nada de todo eso.

4.- Esta entrada de Cristo fue prefigurada en la que hizo David después de haber vencido al gigante Goliat, que sin mudarse de ropa, con su zamarra y cayado, fue recibido al canto de: Saúl ha muerto a mil y David ha muerto a diez mil (1 R 18,7). De igual manera Cristo iba a vencer el demonio el Viernes Santo y hoy presagia esta fiesta. También fue prefigurada esta entrada de Cristo en la entronización de Salomón como rey, cuando David mandó a Natán y a Sadoc que lo paseasen por Jerusalén como a un señor y lo proclamasen rey entre cantos y signos de júbilo por parte de todo el pueblo (cfr. 3 R 28-40). Por otra parte, nuestro Señor quiso entrar de esta manera, para dar cumplimiento a las profecías acerca de él, y para confundir la soberbia del mundo, mostrando cuán voluntariamente venía a padecer. Demostró su divinidad, moviendo los corazones de todos y las lenguas de los niños a ensalzarlo con sus alabanzas; y mostró asimismo su humildad al escoger los animales más simples del mundo para su entrada triunfal. Pues, en efecto, el asno era figura de la Sinagoga, y el pollino de la gentilidad. Y es que ambos pueblos tenían que recibir la fe de Cristo.

5.- Pero notad que la gente de Jerusalén era tan inconstante y tan mal mirada que al que reciben hoy con grandes regocijos, le matarán dentro de cinco días. Si hubieran matado al hijo de un rey o de un emperador desconocido, aún sería pasadero. Pero que hoy reciban y coronen a Cristo como rey, y que luego le maten con muerte de cruz, es cosa que espanta. Los que hoy cantan Bendito el que viene en nombre del Señor, el próximo viernes gritarán que prefieren a Barrabás. Hoy esos mismos se quitan sus vestiduras para alfombrar el paso de Cristo, y el viernes le quitarán a éste las suyas. Hoy enraman su paso con palmas y olivos, y el viernes le colocarán una corona de espinas y le azotarán sus espaldas. Hoy Cristo camina entre sus Apóstoles, y el viernes lo pondrán sobre la cruz entre dos ladrones. Por las mismas calles en las que hoy le cantan y aclaman, el viernes lo llevarán ajusticiado al son de un pregonero público. Y la misma gente que hoy le alaba, el viernes lo matará. En fin, el Señor entra en Jerusalén como los justadores. Cuando traen a un mantenedor a la justa, veréis que lo acompañan muchos menestriles con trompetas y atabales, e incluso sus parientes y amigos van tras él. Pero luego lo dejan sólo en la tela , en donde los aventureros asestan sus lanzas, y corre gran peligro. Pues bien, hoy llevan a Cristo con muchas honras y cantos, pero el viernes lo veréis en la tela de la cruz, en donde le aplicarán lanzadas, clavos y azotes.

6.- Por lo dicho podéis muy bien comprender cómo el mundo está armado a base de falsedades.
Las mismas personas que hoy le reciben, con cantos y despojándose de sus ropas, por las mismas calles de Jerusalén, dentro de cinco días ésas mismas lo acosarán de vituperios y le quitarán sus ropas. Y una de las mayores afrentas que le hicieron es colgarlo desnudo sobre la cruz, siendo como era tan santo y tan justo. Por eso la Virgen se quitó su velo y lo cubrió para que no apareciese ante todos desnudo. De donde se sigue que no hay que confiar en el mundo, porque es como un saco roto por el que todo se cuela, o como una cesta que mientras está en el agua aparece llena, y cuando se la saca de ella se vacía. Las glorias del mundo hoy son, y mañana perecen. Así lo declaró Dios por Isaías: ¡Clama!, y no ceses. A lo que el profeta le replicó: ¿Qué es lo que he de clamar? Clama, dijo, porque toda carne es como heno, y toda su gloria es como flor del prado (Is 40,6). Es decir, que las glorias de este mundo, las riquezas, los deleites y las honras son como una flor del campo que por la mañana se abre y por la tarde se marchita. ¡Qué inconstante es el mundo! Todos los ríos desembocan en el mar (Ecl 1,7). Las aguas del mar son desabridas, gruesas y amargas. En cambio las de los ríos son dulces, finas y apacibles; pero en cuanto entran en el mar se tornan de la misma condición que las otras. Los ríos representan las prosperidades, deleites, fiestas y honras de este mundo que se acaban presto y desembocan en amargura.

7.- Dijo San Pablo: La escena de este mundo pasa (1 Co 7,31). Es como la estatua de Nabucodonosor, cuya cabeza era de oro, pero los pies los tenía de barro. Pues este mismo es el fundamento en donde se apoya y adonde desemboca la sabiduría, el poder y la elocuencia mundana. Y lo mismo ocurre con el pavo real que en cuanto mira a sus pies se deshace la hermosura de su cola. Por eso no hay que hacer caso de cuanto nos ofrece el mundo, porque un día alaba y al otro vitupera. A este propósito es de notar lo que escribe San Lucas cuando refiere que al ver Jesús la ciudad de Jerusalén lloró sobre ella, diciendo: ¡Si en este día hubieras conocido tú también la visita de la paz, pero se oculta a tus ojos! Porque vendrán días sobre ti en los cuales tus enemigos levantarán trincheras contra ti, te cercarán y oprimirán por todas partes; te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que vivan dentro de ti. No dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visitación (Lc 19,41-44). Es decir, que lloraba sobre ella porque la veía muy suntuosa, y al cabo de cuarenta años sería destruida. Con lo cual se nos enseña que en los momentos de regocijo de este mundo no debemos olvidar que su fin y paradero serán las amarguras.

8.- ¡Oh, si pensásemos más en cómo pasan las cosas de este mundo! Por una parte, los moros, los infieles y los herejes se pierden; y por otra, muchos cristianos se encuentran cautivos en las prisiones y en los hospitales. Por eso, todo lo de este mundo hay que ponerlo bajo los pies. Sólo los que gozan de Dios en el cielo tienen descanso para siempre. En este mundo todo es llanto y gemir, y cargar con la cruz, tal como el Señor nos lo recomendó al decir: Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mt 10,38).

9.- Comenta los servicios que aquellas gentes prestaron a Cristo quitándose sus ropas y poniéndolas a sus pies por donde él pasaba. Esto hacen los mártires y los que mortifican la carne.
Recomienda también durante esta semana la penitencia, la oración y el recogimiento. Pero, explica además, que aquellas gentes le cortaron ramos de palmas. Esto mismo hacen las religiosas y las vírgenes, según aquella sentencia del Salmista: El justo florecerá como una palmera en la casa del Señor (Sal 91,45). Característico de la palmera es que, aunque se encuentre plantada entre piedras, y expuesta al sol y al frío, siempre está verde. Pues eso mismo le ocurre al buen religioso. Por otra parte, la palmera tiene áspero el tronco y es muy alta como el chopo ; porque la vida religiosa ha de ser áspera y casi alcanza ya el premio de la otra vida en ésta. Ahora bien, de la palmera se recogen los frutos con dificultad, lo que no sucede con los otros frutales. Pues lo mismo acontece con el religioso, que el demonio le hace caer con dificultad, por su recogimiento y clausura; cosa que no tienen los seglares, y por eso están más expuestos a muchas ocasiones de pecado.

10.- Comenta asimismo la humildad de Cristo al entrar sobre un asno y no sobre un caballo, para que se cumpliese la profecía de Zacarías: Decid a la hija de Sión: he aquí que viene a ti tu rey, justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna (Za 9,9). De esta manera nos mostró su humildad, sin la cual no puede alcanzarse el cielo, según aquella sentencia evangélica: El que se humilla será ensalzado (Lc 14,11); y aquélla otra: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). ¿Acaso no es verdad que el Espíritu de Dios sólo reposa sobre los humildes? El Espíritu Santo es como el pajarito que no se asienta sobre el tronco gordo, sino sólo sobre la ramita verde. Aplica esto a lo que estamos diciendo, y cuenta el ejemplo de aquel religioso que pedía a Dios regalos, y se quejaba a Cristo de que, si hubiera servido al turco, quizás hubiera obtenido mayores beneficios que sirviéndole a él. Y se cuenta que el tal religioso fue al instante mal herido, y que, cuando fue curado, escuchó que le decía el Señor: “Si no te tienes por más vil que el lodo que pisas, no serás digno de mis visitas”.

11.-Decid a la hija de Sión, esto es, al alma, que ése es tu rey, que viene y muere en la cruz para tu provecho. Estos días, los cristianos hemos de imitar a las abejas que van de flor en flor, chupan la miel y construyen su panal. Pues lo mismo hemos de hacer nosotros: acudir a las flores de las llagas de Cristo, pues es nuestro rey y creador. Todas las mujeres hermosas de la Sagrada Escritura, como Sara, Rebeca, Raquel, Micol, Judit y otras, prefiguraban el alma. Hemos de cuidarla mucho; desasirla de los vicios y pecados; y tratar de recibir en ella a nuestro esposo y Señor, Jesucristo. Las almas son suyas, y viene a ellas rico y generoso de misericordia para otorgarles abundantes gracias.

12.- Según el Evangelio, son tres los servicios que las gentes de Jerusalén prestaron a Cristo. Por una parte le cantaron: Bendito el que viene en nombre del Señor; por otra parte, se quitaron sus ropas y las extendieron por las calles por donde Cristo pasaba; y finalmente le cortaron ramos verdes . Estas ropas representan a los mártires, que entregaron su cuerpo al martirio por Cristo. Y esta voluntad hemos de tener todos de estar dispuestos a morir por Cristo y por su Iglesia. También representan las limosnas que se dan a los pobres; pero lo lamentable es que algunos dan su limosna a las pupilas, después de haber pecado con ellas. Cuenta aquí el caso de aquella señora que, en este día, yendo en la procesión, se quitó el manto y lo entregó a un pobre, viendo en él como a la asnilla en la que iba Cristo. El camino que hizo Cristo en el día de hoy fue de Betania a Betfagé, de Betfagé al Monte de las Olivas, de éste al valle de Josafat, de éste a Jerusalén, de la ciudad al Templo, y del Templo de nuevo a Betania 6. Suplica a Cristo que nos conceda aquí su gracia y después la Gloria. Amén.

(San Luis Bertrán, Obras y sermones, vol. I, pp.445-448)

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[accordion title=”San Juan Pablo II” load=”hide”]No nos avergoncemos de la cruz

1. “Puerihebraeorum, portantes ramos olivarum… Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor”.

Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc 19, 39-40).
También hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San Pedro. Los “jóvenes hebreos” se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones, lenguas y culturas.

2. La cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra participación atenta y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros.

Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte. Por eso aclamamos con júbilo: “Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, porque con tu cruz has redimido al mundo”.

3. “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Aclamación antes del Evangelio). Con estas palabras del apóstol san Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de elevar nuestra aclamación antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe: la fe de la Iglesia.

Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte.

Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona.

4. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente.

Queridos jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y chantajes, e incluso a la persecución dura y cruel. Por este camino nuestro Redentor nos llama para que lo sigamos. Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal “nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido “sazonado” con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4)” (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).

Queridos jóvenes, ¡no perdáis vuestro sabor de cristianos, el sabor del Evangelio! Mantenedlo vivo, meditando constantemente el misterio pascual: que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. No os enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta sublime cátedra de verdad y amor.

5. La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los muchachos hebreos. Dentro de poco “padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día” (Lc 24, 46). San Pablo nos ha recordado que Jesús “se despojó de sí mismo tomando condición de siervo” (Flp 2, 7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión.

Queridos jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien habéis elegido como Maestro no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador. Sabéis a quién habéis elegido seguir: a Cristo crucificado, a Cristo muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.

Y la Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede daros el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro corazón. ¡Dichosos vosotros, jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39).
Que os guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por todo hombre que viene a esta tierra.

Homilía del beato Juan Pablo II el domingo 24 de marzo de 2002
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EJEMPLOS PREDICABLES

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[accordion title=”¿Alguien te hizo daño?” load=”hide”]”Nos cuesta más perdonar cuando sabemos que tenemos la razón y que el otro es el que está actuando mal. Pero: todos hemos pecado contra Dios infinitamente más de lo que nadie podría jamás pecar contra nosotros”.

Un buen día Pedrito llegó de la escuela que echaba fuego. Entró a su casa dando patadas en el suelo, gritando y vociferando.

Su papá le pregunta qué le pasa. Pedrito, muy irritado, le dice: “¡Papá, te juro que tengo mucha rabia! Raulín no debió hacerme lo que me hizo. ¡Por mí, que se muera! ¡Le deseo todo el mal del mundo! ¡Es más, tengo ganas de matarlo!” Y conste, Pedrito estaba hablando del que hasta poco antes había sido su mejor amigo.

El papá, hombre sencillo y sabio, escuchaba con calma a su hijo, quien continuaba lanzando improperios. “¡Imagínate que el burro de Raulín me humilló delante de todo el mundo! ¡Eso no se lo acepto! ¡Ojalá se enferme y no pueda ir más nunca a la escuela!”

Así las cosas, el padre se fue al patio, cogió un saco de carbón y le dijo a su hijo: “¿Ves esa camisa blanca que está en el tendedero? Hazte de cuenta que esa camisa es Raulín, y que cada uno de estos pedazos de carbón son esas cosas malas que le deseas a tu amigo. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Yo vuelvo luego”.

Pedrito lo tomó como un juego y comenzó a lanzar carbones, pero como la tendedera estaba lejos, pocos acertaron la camisa. Una hora después, el padre regresó: “¿Qué tal te sientes?”
“Cansado pero contento. Logré que algunos pedazos dieran en el blanco”.

El papá tomó al hijo de la mano y le dice: “Vamos a mi cuarto, quiero enseñarte algo”.
Ahí lo pone frente a un espejo de cuerpo entero. Pedrito se llevó tremendo susto. Estaba totalmente negro. Solamente se le veían los dientes y los ojos.

“Hijo mío, la camisa en el tendedero apenas quedó un poco sucia, pero ni remotamente comparable a lo sucio que tú quedaste. Así es el mal que deseamos a otros, se nos devuelve y se nos multiplica en nosotros mismos.

“Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros malos deseos, la suciedad siempre queda en nosotros mismos”.

¡Cuántos de nosotros lanzamos improperios contra otras personas, sin saber que esos mismos improperios nos dañan mucho más a nosotros mismos! La Sagrada Escritura nos dice que la ira lleva a la injusticia: “El hombre violento provoca querellas, el hombre airado multiplica los delitos” (Prov 29, 22). Más aún, la ira mina la salud: “Envidia y malhumor los días acortan, las preocupaciones traen la vejez antes de tiempo” (Eclo 30, 24). La ira impide la misericordia divina y atrae el juicio de Dios.
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