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El don de consejo ilumina el actuar concreto, dirige las obras. Discierne entre nuestras obras cuáles son según Dios, y dirige hacia las más cercanas al querer de Dios.

Cuando conocemos las vidas de los santos, y vemos lo que han hecho por Dios, descubrimos la increíble riqueza que el Espíritu Santo crea por medio del don de consejo. Conocemos también personas santas que, sin explicar mucho, aciertan por instinto en lo que hacen, encontrando siempre qué es lo más agradable a Dios.

El don de consejo podríamos decir que es esa “Providencia diminuta”, detallada y sobre todo particular sobre nuestras vidas, que hace a un santo ayunar y al otro comer, pero a los dos santificarse por medio de ello.

Lo primero que podemos hacer entonces es reconocer esta inmensa riqueza que produce el don de consejo, admirarla, y dar gloria a Dios por sus dones.

El don de consejo responde a la pregunta “¿qué es lo que hay que hacer?”.

En el orden natural, quien responde a esa pregunta es la virtud de la prudencia, ya que es la “recta ratio agibilium”, la recta razón (nos da el recto orden) en lo que hay que hacer. Es la aplicación de los principios a los casos concretos y reales de la vida.

En lo sobrenatural, tenemos la prudencia sobrenatural, que se guía por los principios de fe que encontramos en el Evangelio.

Por encima de todo eso, tenemos al Espíritu Santo que a veces inspira directamente qué hacer por medio de este don. Es también un recto orden, pero que sigue al orden divino. Es como si comunicara al alma sin discurso ni conceptos el orden de su Providencia. Lo hace infundiendo “un como instinto”. Por eso se llama “consejo”.

En las reglas de discernimiento de San Ignacio, por ejemplo, y en particular en las “reglas de elección”, tenemos una escuela para reconocer la acción del don de consejo. Si prestamos atención, es el caso en el “primer y segundo tiempo” de elección (consolación sin causa y experiencia de consolación y desolación, cfr. Ejercicios Espirituales, [175-176]). Es cuando Dios muestra su voluntad sin dar motivos, sin explicar mucho. Pero el alma, reconociendo la acción de Dios, puede descubrirlo y elegir qué hacer.

Podemos intentar describir algunos elementos de la operación del alma bajo el don de consejo, señalar algunas notas características:

La primera es como una instintiva desconfianza en la propia operación y en la propia prudencia. Quien ha experimentado la luz oscura de Dios que guía, se da cuenta de cuán pobre son nuestros caminos y juicios.

Sabe también que de este don que le indica la voluntad concreta de Dios no puede disponer como le place, sino que es don. De aquí una profunda humildad.

Todo esto lleva consigo un temor reverencial a moverse por sí mismo, por la propia opinión (y también temor a imponerla a otros), ya que reconoce que el Espíritu puede estar moviendo a los demás (San Benito, en la regla, fundamenta en esto la necesidad por parte del Abad de consultar a los demás en asuntos de importancia, “porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor”, Regla, III,1).

No quiere seguir su propio juicio, opinión o prudencia, quiere sólo lo que Dios quiera. De aquí se sigue una gran docilidad y a la vez una suprema libertad interior.

La segunda es que, cuando se percibe claramente la acción del Espíritu Santo, se da una clara certeza en cuanto a lo que es la voluntad de Dios, y una firme audacia en seguirla.

Una vez que lo sabe, quien es movido por este don simplemente sigue la voluntad de Dios, sin consideraciones humanas. Es la santa audacia de los santos ¡Cuántas veces el seguir la vocación religiosa ha tenido esta nota característica! Así en todo lo demás.

– La tercera nota es el modo o medida divina, que se hace más patente cuanto más se separe de los modos deficientes y humanos, y mucho más cuanto más contrario es a los modos mundanos. De allí que sea a veces “escandalosa”, provocando el “escándalo farisaico” del mundo, que considera imprudente lo que no entiende.

– La cuarta es la presencia de los frutos del Espíritu Santo cuando lo aconsejado se ejecuta, en las obras.

Leemos en la carta a los Gálatas que estos frutos son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, templanza (5,22-23).

Por eso la bienaventuranza que corresponde a este don es la de los misericordiosos, que encontrarán misericordia.

San Agustín dice que:

“Dios no deja de socorrer a quienes socorren a los demás”.

En pocas cosas estamos tan necesitados de la guía y ayuda de Dios como cuando se trata de discernir qué es lo mejor. Si socorremos a los demás con misericordia, Dios nos socorrerá mostrándonos su voluntad.

A María Santísima, Virgen del buen consejo, pedimos no contristar nunca al Espíritu Santo.

 

P. Miguel Soler, IVE

 

Letanías al Espíritu Santo

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Señor ten piedad – Señor ten piedad

Cristo ten piedad – Cristo ten piedad

Señor ten piedad – Señor ten piedad

Cristo óyenos – Cristo óyenos

Cristo escúchanos – Cristo escúchanos

Dios Padre Celestial – Ten piedad de nosotros

Dios Hijo Redentor del mundo –Ten piedad de nosotros

Dios Espíritu Santo –Ten piedad de nosotros

Santa Trinidad, un solo Dios – Ten piedad de nosotros

Espíritu del Señor, que aleteando sobre las aguas al comienzo de la creación la fecundaste – Ten piedad de nosotros

Espíritu por cuya inspiración han hablado los santos hombres de Dios –Ten piedad de nosotros

Espíritu cuya unción nos enseña todo – Ten piedad de nosotros

Espíritu testigo de Cristo –Ten piedad de nosotros

Espíritu de verdad que nos sugiere toda cosa –Ten piedad de nosotros

Espíritu que te posas sobre María –Ten piedad de nosotros

Espíritu del Señor que llenas la tierra –Ten piedad de nosotros

Espíritu de Dios que habitas en nosotros –Ten piedad de nosotros

Espíritu de sabiduría y entendimiento – Ten piedad de nosotros

Espíritu de consejo y fortaleza –Ten piedad de nosotros

Espíritu de ciencia y de piedad –Ten piedad de nosotros

Espíritu del temor del Señor –Ten piedad de nosotros

Espíritu de gracia y misericordia –Ten piedad de nosotros

Espíritu de virtud, de dilección y de sobriedad – Ten piedad de nosotros

Espíritu de fe, de esperanza, de amor y de paz – Ten piedad de nosotros

Espíritu de humildad y castidad –Ten piedad de nosotros

Espíritu de benevolencia y de mansedumbre –Ten piedad de nosotros

Espíritu de la gracia multiforme –  Ten piedad de nosotros

Espíritu que sondeaste también las profundidades divinas –Ten piedad de nosotros

Espíritu que pides por nosotros con gemidos inenarrables –Ten piedad de nosotros

Espíritu que bajaste sobre Cristo en forma de paloma –Ten piedad de nosotros

Espíritu en el cual nacemos –Ten piedad de nosotros

Espíritu por el que la caridad es infundida en nuestros corazones –Ten piedad de nosotros

Espíritu de adopción de los hijos de Dios –Ten piedad de nosotros

Espíritu que te apareciste sobre los discípulos en lenguas de fuego –Ten piedad de nosotros

Espíritu del cual están repletos los Apóstoles –Ten piedad de nosotros

Espíritu que repartes los dones como más te parece –Ten piedad de nosotros

 

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Perdónanos Señor

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Escúchanos Señor

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Ten piedad de nosotros

 

 

 

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