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A Jesús con María (Del Libro Imitación De María)

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Es justo y lógico que, después del recuerdo de la santa cruz, se tenga también un especial recuerdo de los dolores de la Santísima siempre Virgen María, Madre de Dios, la cual estuvo fielmente al lado de su querido Hijo Jesús, que pendía de la cruz y moría por la salvación de todo el mundo. Espectáculo desgarrador, el de la Madre y el del Hijo crucificado: el de la Madre que llora y el del Hijo que sufre por ella; de la Madre anonadada de dolor y del Hijo que le habla; de la Madre que está al pie de la cruz y del Hijo que pende de la cruz, de la Madre que suspira y del Hijo que expira. Abismo de inmenso dolor, que no debe olvidarse nunca, sino que debe conservarse fuertemente grabado en el corazón de los fieles.

Pilato hizo escribir sobre la tablilla fijada en la cruz:__”Jesús Nazareno, rey de los judíos” (Jn 19, 19).__ Escríbelo tú también con letras de oro en tu corazón, contra los escarnios de los hombres y el terror de los demonios, y Jesucristo, Rey del cielo, te librará de toda persecución de los malvados. Si así lo hicieres, también estará a tu lado con sus oraciones María, la Madre de Jesús, para que no te desesperes en las angustias y en los últimos instantes de tu vida.

Ninguna madre experimentó tanta alegría ni tanto consuelo en el nacimiento del propio hijo, como los que experimentó esta Santísima Madre, que mereció concebir y dar a luz al Hijo de Dios. De igual modo, ninguna madre sufrió y soportó tanto abatimiento y tan desgarrante dolor por la muerte del propio hijo, como esta amantísima Madre en la pasión de su querido Hijo, al participar en sus dolores. Se mantuvo firme aliado de su cruz y, transida por la espada del dolor, lloró con inmensa amargura.

Al observar tamaños sufrimientos en el Hijo, al que amaba de manera singular y por encima de todo, se debió a un verdadero milagro el que haya podido seguir viviendo todavía en el cuerpo, mientras su alma era traspasada por la espada del dolor todas las veces que vio y oyó al Hijo lamentarse, dilacerado y escarnecido. Martirio realmente único para la Madre desolada y para la Virgen 38 tierna, con el corazón atormentado y sufriendo con el Hijo más atrozmente que un mártir tendido sobre el caballete de tortura.

Si ustedes, hermanos, aman a nuestra Señora, y si desean su ayuda en todas las tribulaciones, deténganse con ella junto a la cruz de Jesús, tomando parte de todo corazón en los padecimientos de ambos, para que ella, en la hora de su muerte, ruegue solícitamente a fin de que se les perdonen sus pecados y sus faltas. Efectivamente, el que ruega, recuerda y medita con devoción y frecuencia la pasión del Señor y las lágrimas de su dolorosísima Madre, bien puede esperar en la misericordia de Dios y en la bondad de la Madre y del Hijo, que ellos estén presentes en sus necesidades y lo conforten al momento de morir. ¡Qué dichosa aquella alma que amó en vida a Jesús y a María, y meditó diariamente la dolorosa presencia de ella al lado de la cruz de Jesús! Feliz el religioso que desprecia todos los placeres mundanos y ha elegido a nuestra Señora como Madre consoladora, guardiana y protectora de toda su vida.

Nadie puede dudar que la buena y misericordiosa Madre, consoladora de los pobres y auxiliadora de los huérfanos, gustosamente pronunciará una palabra dulce y bondadosa a favor del fiel servidor que esté por salir de este mundo. Apaciguará con sus santas oraciones el rostro de su amado Hijo y nuestro Redentor, diciendo: “Amorosísimo Hijo mío, ten piedad de tu siervo que me ama y me alaba, como tú mismo has visto y conoces. Los santos ángeles me anunciaban los frecuentes saludos que brotaban con devoción de sus labios, al recordar mis gozos, y cómo solía invitar a numerosos hermanos para alabar con él tu santo nombre. El es nuestro secretario, y escribe libros de devoción. Yendo por la calle y al ver de lejos una cruz, se acuerda de tu pasión y te demuestra su atención, inclinándose delante de ella. Se trata del mismo que, al ver en una iglesia o en otro lado una imagen que te representa descansando sobre mis rodillas o muerto entre mis brazos, se ponía triste, derramaba lágrimas, sollozaba, rezaba doblando las rodillas y te adoraba. El no se alejó nunca de nosotros sin darnos un beso de amor; y más bien, todos los días y todas las noches mantuvo vivo en su corazón el sentimiento compasivo por tus santas llagas y por las lágrimas de mis ojos, procurando efusivamente compadecerse de mí. Acuérdate, pues, de todo esto, mi muy querido Hijo, y concédele hallar misericordia ante ti. Te suplico fuertemente en su favor, junto con todos tus ángeles y santos”.

Obren así, hermanos, mientras están bien y tienen todavía tiempo para enmendarse. Procúrense amigos y abogados tales, que puedan decir una buena palabra, grata a Dios, para disculpar sus ofensas y sus deudas; y que los puedan recibir en sus eternas moradas, después de los peligros y las fatigosas luchas de este mundo, ya que es imposible que ustedes encuentren amigos más fieles y poderosos en el cielo y sobre la tierra que Jesús, Rey de los ángeles, y que María, nuestra Señora y Reina del cielo. Si aman a Jesús, tomen su cruz, sigan su cruz, permanezcan al lado de su cruz, abrácenla y no la abandonen hasta que no estén junto a Jesús, verdadera luz, quien dijo: “El que me sigue no camina en las tinieblas”. Si desean ser consolados en cualquier tribulación, acérquense a María, Madre de Jesús, que está de pie junto a la cruz, dolorida y bañada en lágrimas, y todo lo que los oprime se disipará o se volverá más soportable. Antes de morir, elijan a esta benignísima Madre de Jesús por encima de todos los parientes y de todos los amigos, como su Madre y Abogada; y salúdenla frecuentemente con el Ave María, que tan grata le es.

Si el enemigo maligno los tienta y les impide invocar a Dios y a María, no se preocupen y no dejen de alabarlos y de rezar; pero con más fervor invoquen a María, saluden a María, piensen en María, nombren a María, honren a María, inclínense ante María, recomiéndense a María. Permanezcan en casa con María; guarden silencio con María, disfruten con María; sufran con María, trabajen con María; velen con María, oren con María; caminen con María, estén sentados con María; busquen a Jesús con María, estrechen entre sus brazos a Jesús con María. Vivan en Nazaret con Jesús y María, vayan a Jerusalén con María, estén junto a la cruz de Jesús con María, lloren con María; sepulten a Jesús con María, resuciten con Jesús y con María, suban al cielo con Jesús y con María; anhelen vivir con Jesús y con María.

Si meditan bien estos temas, hermanos, y si deciden ponerlos en práctica, el diablo huirá a la vista de ustedes, que progresarán en la vida espiritual. María, en su clemencia, rogará gustosamente por ustedes; y Jesús la escuchará de muy buena gana, por el respeto que tiene por la Madre. Es muy poca cosa lo que llevamos a cabo. Pero si nos acercamos al Padre por medio de María y de su Hijo Jesús, obtendremos misericordia y gracia en la tierra, y también gloria sin fin con ellos en el cielo. Amén.

Feliz el alma devota que en esta tierra tenga a Jesús y a María como íntimos amigos: comensales a la hora de comer, compañeros en los viajes, solícitos en la necesidad, consoladores en los sufrimientos, consejeros en las incertidumbres, auxiliadores en los peligros y en el momento de la muerte. Dichoso el que se considera peregrino en esta tierra y estima como la máxima alegría tener de huéspedes a Jesús y María en lo profundo de su corazón.

Imitación de María (siguiendo los escritos del beato Tomás de Kempis).

Libro III , AMAR A MARÍA, Capítulo  I

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