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Sin duda que la noticia de la aprobación de la ley del aborto en nuestro país, Argentina, de buenas a primeras ha sido un golpe muy duro, capaz de demoler los ánimos más fuertes, sobre todo de aquellos que dejaron alma y vida por la causa. De varios recibí algunas líneas expresando esa tristeza y en lo personal también, por supuesto, no me fue fácil recuperarme (la distancia da cierta impotencia…) Solo quiero con esta reflexión compartir lo que en mi caso fue fuente de consuelo y que quizás a alguien más pueda ayudar.

En primerísimo lugar, busquemos a Dios: “Yo, yo soy tu consolador” (Is 51,12). Por algo decía San Pablo:

“Él nos consuela en todas nuestras luchas para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación mediante el consuelo que recibimos de Él” (2Cor 1,4).

Dios se hizo hombre y el Señor a las claras nos enseña que “sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15,5) y también “venid a mi todos los que estáis fatigados y abatidos” (Mt 11,28). Corramos a sus pies, a Él llorémosle, a Él pidámosle explicaciones, de Él supliquemos la luz y la fuerza. A buscar, entonces, alguna capilla de adoración, alguna iglesia, y que sea el Señor Eucarístico nuestro primer confidente y nuestro primer auxilio. Si el Covid mantiene cerrada la iglesia, habrá que buscar al sacerdote para que abra, y si no lo hace, serán los escalones delante de la puerta quienes reciban nuestras rodillas… ¡a dónde vamos a ir sino!, como le dijo Pedro aquella vez.

Podría terminar esas líneas aquí y solo agregar que lleven un Rosario en la mano; todo estaría dicho, porque “a Él habéis de escuchar en todo cuanto os diga” (Hch 3,22), en Él lo tenemos TODO, y Él tiene una palabra para cada corazón, una idea consoladora para cada alma, un impulso nuevo para cada uno de sus hijos. Y mientras no lleguen a la capilla… hablarle en nuestro corazón: “iremos a él y haremos morada en él” (Jn 4,23).

Sin quitarle la importancia y la fuerza de lo que Él quiera comunicar a cada uno en particular, permítanme algunas líneas que en mi caso fueron causa de paz y consuelo.

“Todo coopera para bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28), y esa verdad, como cada verdad revelada, no deja de ser tal en circunstancias adversas, solo tenemos que hacer un acto más firme de confianza. ¿Qué bienes puede sacar el Señor de algo así? Como les decía… pregúntenle a Él, pero me animo a esbozar algunas posibilidades.

Creo que en primer lugar podemos hacer un buen examen de conciencia, cada uno, para ver en cuento hemos cooperado con el mal de nuestro país; y no me refiero a los últimos años, en donde quizás hemos hecho algo, o mucho, por la causa pro vida; sino a toda nuestra vida… cada pecado nuestro ha “colaborado”, por el misterio de la comunión de los santos, con el mal del mundo entero y, también por supuesto, con el mal de nuestro mundo más pequeño que es nuestra patria. Además, el mal avanza cuando el bien deja de hacerlo (no hay zonas neutras…), todo el mal que hemos hecho y todo el bien que hemos dejado de hacer, ha sido, sin duda, una colaboración más con este “gran mal”. Y en esto entonces hay mucha tela que cortar, mucho que humillarnos antes el Señor, mucho de qué pedirle perdón y, si hace falta, pedir perdón a los demás.

En cuanto a lo social, puede ayudarnos lo sucedido a darnos cuenta que “EL PROBLEMA” es que Jesucristo no ocupa el primer lugar y, en realidad, prácticamente ningún lugar: de donde se lo puede echar, se lo echa. Y, como decía el gran San Juan Pablo II “si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre”[1], y San Agustín “cuándo el hombre vive según el hombre y no según Dios, es semejante al diablo”[2], y Chesterton: “Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”.

Decía muy sabiamente el Cardenal Pie:

“Cuando el cristianismo de un país se reduce a las proporciones de la vida doméstica, cuando el cristianismo deja de ser el alma de la vida pública, del poder público, de las instituciones públicas, entonces Jesucristo trata a ese país como este país lo ha tratado a Él. Continua otorgando su gracia y sus favores a los individuos que le sirven; pero abandona las instituciones, los poderes que no lo sirven; y las instituciones, los poderes, los reyes, las razas, se vuelven movedizos como las arenas del desierto, caducos como esas hojas de otoño que se lleva cada soplo de viento”.

A muchos puede ayudar esta situación a “despertar” en cuanto a su pensamiento sobre la endiosada democracia liberal, que a quienes endiosa es a los hombres… un puñadito de seres humanos que se marchitan como las hojas, al decir de Isaías[3], se arrebatan la divina capacidad de decidir qué está bien y qué está mal… “nada nuevo bajo el sol” (Qo 1,9), son los ecos del satánico “seréis como dioses” (Gn 3,5).

Además, muchos políticos se sacaron la careta y también quedó mucho más a la vista que nuestro país no es libre, que está sometido a fuerzas extranjeras.

¿Entonces qué hacer? Solo nos queda volver a lo esencial, al Señor, porque “no hay nombre dado a los hombres por el que podamos ser salvos” (Hch 4,12) y de Él sacar esas fuerzas que van más allá de lo humano, como allá en Pentecostés.

Hagamos como los santos, que antes las grandes dificultades, apostaron al doble; hicieron, como dice San Ignacio “lo diametralmente opuesto”, se jugaron por todo y en todo:

«Por ejemplo, San Maximiliano María Kolbe, el cual no sólo no se desanima, sino que se entusiasma hasta el delirio para contrarrestar el error con la verdad difundida por la buena prensa.

Los tiempos eran difíciles. Escuchemos al mismo santo: “Cuando los francmasones empezaron a agitarse cada vez más y con más atrevimiento y cuando hubieron levantado su estandarte bajo las ventanas del Vaticano, aquel estandarte en el que, sobre fondo de color negro, Lucifer pisoteaba bajo sus pies al arcángel San Miguel, cuando se pusieron a repartir panfletos lanzando imprecaciones contra el Santo Padre, se me ocurrió la idea de fundar una asociación que tuviera como objetivo combatir a los francmasones y a los demás secuaces de Lucifer”.

Se esmera en “vencer el mal con el bien” (Rm 12, 21).

Entiende que hay que difundir la verdad y poner la prensa al servicio de la Santísima Virgen. Con ese deseo evangelizador, lanza la revista ‘El caballero de la Inmaculada’, que muy pronto llega a ser la publicación más importante de Polonia, alcanzando en 1939 una tirada de un millón de ejemplares.

Su deseo era “llevar a la Inmaculada a las casas, para que las almas, acercándose a María, reciban la gracia de la conversión”.

No se contenta con una publicación piadosa para los cristianos fervorosos. Es preciso, dice: “forrar el mundo entero con papel impreso para devolver a las almas la alegría de vivir”. No deja de trabajar y no deja de recordar el sentido de ese trabajo: “No olviden, muchachos, no se trata de ganar suscritores, sino de salvar almas”.

¡Qué escasos medios! ¡Qué desigual la lucha si miramos los poderes de este mundo!… Sin embargo, su Polonia le queda chica, se ofrece de misionero a Japón. Sin un peso, sin conocimiento de la lengua, pero con mucho amor que lo lleva a la osadía. No pasó mucho tiempo y un 25 de mayo de 1930 llega a sus cofrades de Polonia este telegrama: “Hoy expedimos ‘El Caballero’ en japonés. Tenemos imprenta. Viva la Inmaculada. P. Maximiliano”. Muchos boquiabiertos hablaron de milagro»[4]. (hasta aquí el P. Gabriel Zapata)

¡A no desanimarse entonces! Hay mucho por hacer… ¡y más que antes! Ahora los médicos asesinos de niños no estarán escondidos (al menos no todos), habrá que formar un ejército de rezadores, Rosario en mano, al frente de sus clínicas y hospitales. Ahora, las mujeres, las otras víctimas del aborto, no estarán tampoco escondidas (al menos no todas): habrá que estar allí para ayudarlas antes de que cometan ese gran error, y si lo cometen, después, tendiéndoles la mano misericordiosa del Señor Jesús.

Por qué no, también, comenzar con nuevas capillas de Adoración al Santísimo, para suplicarle al “Dios de dioses y Señor de señores” (Dt 10,17), que además es “el Pan de vida”, que no permita que el “homicida desde el principio” (Jn 8,44) siga haciendo estragos en nuestra patria.

Mucha gente ha hecho mucho bien en estos últimos años, a favor de las dos vidas, con mucha entrega y sin duda, como decíamos al comenzar, no poco les duele lo que ha sucedido. Muchos han ofrecido sus sacrificios en silencio, sus ayunos, sus vigilias… niños también han rezando… ¡y cuánto! Las mujeres que han abortado, han visto revivir sus dolores en gran manera… y podríamos seguir… tanto sacrificio, tanta oración, tanto dolor, no dejará de producir grandísimos frutos, no desde que en una cruz fuimos salvados.

Sí, porque a nuestro Jefe, a nuestro Rey y Señor, a Jesús… lo mataron y pensaron que todo terminaba, pero resucitó y, entonces, todo empezó. Mientras estemos unidos a Él, mientras seamos débiles instrumentos, pero en sus manos… no habrá quien nos pare, solo estemos dispuestos, como Él, a caer en tierra y morir, a “dar la vida por los amigos”, a dar todo, hasta la última gota de nuestra sangre, por estos argentinos que quieren vivir.

La providencia divina nos hizo leer hoy en la liturgia de las horas esta lectura que bien viene al caso. Meditémosla y alegrémonos en el Señor y por el Señor, de Él recibamos la fuerza para seguir el combate y consolemos y animemos a los demás, con esa fuerza que recibimos de Él,  porque Jesús es…

“el Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo.

Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí.

Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. (Col 1,26-2,3)

 

Ni bien nacido, quisieron matar a su hijo, no pudieron, pero muchos murieron en su lugar… ¡cómo habrá sufrido por esas madres!

Momento a momento, su vida fue una constante espera de esa muerte que amenazaba al que era mucho más que la luz de sus ojos, era su vida. Finalmente, al pie de la Cruz lo entregó en sacrificio, muriendo místicamente también ella mil muertes… y lo hizo “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

A Ella que sabe de maternidad, que sabe de persecución, que sabe de tristeza, que sabe de muerte, que sabe de perder a un Hijo… pero también que sabe de vida, de resurrección, de alegría, de volver a tener a su Hijo y junto con Él a miles de hijos más, a Ella, nuestra Madre de Luján, supliquemos una y otra y otra vez por nuestra querida patria Argentina y por todo el mundo.


Para cuando tengan unos minutos más, les dejo un artículo del P. Biestro; no sé con qué palabras calificarlo de lo excelente que está. Fue escrito en el 2003 y es un análisis muy profundo y muy actual a nuestra crisis como país: “Un pueblo sin templo”

 

 

[1] JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de las comunicaciones sociales tema: “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio”, 12 de mayo de 2002.

[2] SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, XIV, 4

[3] Cf. Is 64,6.

[4] GABRIEL ZAPATA, Editorial Revista “Ave María”, Ediciones del Verbo Encarnado, año 2003.

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