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El Nombre de María – P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

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Reproducimos un artículo publicado en memoria al Dulce Nombre de María, el 12 de Septiembre de 2018

 

Un nombre marcado por una misión. “Y el Nombre de la Virgen era María” (Lc 1,27). Dice el Apocalipsis que cada elegido (cada “vencedor”) tiene “una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe” (Ap 2,17). Cada uno tiene un “Nombre”, distinto del que llevamos ante los hombres. Es un nombre puesto por Dios. Expresa la naturaleza de las cosas y su misión. Ese nombre contiene en “cifra”, como una radiografía ontológica, todos nuestros rasgos, nuestro lugar en el Plan divino, lo que somos en la insondable Mente de Dios. Todos lo tenemos, y es nuestra tarea buscar ese nombre que es como buscar lo que Dios quiere de nosotros.

Conocemos, sin embargo, ese nombre teológico en algunos personajes esenciales en la Historia de la Salvación, ángeles y hombres. Conocemos el nombre de Miguel, Rafael, Gabriel y su significado. Conocemos el nombre que Dios mismo pone (cambiando el que antes tenían) a Adán, Eva, Abraham, Sara, Israel, Pedro, y el mismo Jesús (“Salvador”).

También el nombre de María, por el lugar que ocupa la Madre de Dios, es el nombre teológico, lleno de significado y expresivo de su esencia y misión. Todos los teólogos están de acuerdo en que el nombre mismo de “María”, que lleva la Madre del Señor, ha sido determinado por el divino Consejo, como manifestativo de la dignidad de esta creatura singular. Difícil es, sin embargo, determinar cuál es ese significado. Se han propuesto muchas variantes; y probablemente todas tienen su verdad y sentido, pues la dignidad de la Madre de Dios hace que su naturaleza y misión sea superexcelente.

María quiere decir: 1º Mar amargo, mirra del mar (de la raíz hebrea mara’): “Una espada de dolor atravesará tu corazón” (Lc 2,34). Llamada a sufrir junto a la Cruz por todos los hombres. 2º Señora o Dueña (si lo tomamos como proveniente del arameo y siríaco). Llamada para ser Soberana de los Ángeles y de los hombres. 3º Estrella del mar o iluminadora. Puesta por Dios como faro y guía en la noche oscura de este mundo. 4º Amada de Dios (de etimología egipcia, “Meri-Iam”): “Llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). La agraciada, la más amada, la favorecida con el amor más grande y por eso con la gracia más abundante. 5º Deseada (de “maram”). Deseada de Dios y de los hombres. Esperanza de todos los humanos.

Por todo esto es tan dulce nombrarla. Nombrarla es conocerla más y más; entrar en los secretos de su Corazón. Como dice un poema:

He oído en la montaña / cuando levanta al cielo

la voz del arroyuelo / su plácido rumor.

He oído en la espesura / el cántico del ave

cuando con voz suave / bendice a su Creador.

Mas eso es menos dulce / que el eco de tu nombre,

cuando te invoca el hombre / con voz del corazón.

Tu nombre es muy más dulce, / castísima María;

tu nombre es mediodía, / tu nombre es bendición.

Por eso decía aquel hermoso texto de San Bernardo:

“¡Oh! quienquiera que seas el que en la impetuosa vorágine de este mundo te ves, más  fluctuar entre borrascas y tempestades, que andar por tierra, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si quieres no ser oprimido de las tormentas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado por las olas de la soberbia, o de la detracción, o de la ambición, o de la emulación, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o el deleite carnal impele violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si, turbado ante la memoria de la enormidad de tus pecados, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a sumergirte en el abismo sin fondo de la tristeza, en el barranco de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara; y así, en ti mismo experimentarás con cuánta razón se dijo: Y el nombre de la Virgen era María”.

 

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

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