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Introducción

Nuestra cultura moderna, que frecuentemente se erige como invulnerable e infalible, ha resultado ser más vulnerable y falible de lo que se creía, en múltiples y variados aspectos. Uno de ellos, que sirve al mismo tiempo de fundamento de muchos otros, no es otro que el lenguaje mismo, vehículo de expresión de la realidad.

Esta verdad se impone cada vez con mayor evidencia. El lenguaje siempre ha sido, ya en las culturas antiguas, el medio humano de expresión por excelencia. Fue siempre entendido como expresión de los anhelos y propósitos que brotan de lo más interior del hombre mismo. Tratándose de una información que tiene que ser leída e interpretada para poder ser comprendida, implica que es expresión del pensamiento humano. También lo es del sentimiento, como modernamente se acepta, y lo será en cuanto este último se expresa a través de un pensamiento, que luego se comunica oralmente o por escrito a través de un lenguaje, pues de lo contrario todo se reduciría al nivel de los gestos corporales o vagidos, propios de los animales.

El término "género", muestra de la crisis del lenguaje .
El término “género”, una muestra de la crisis del lenguaje .

El lenguaje humano ha buscado siempre ser preciso, de modo de cumplir con la función asignada, y siempre funciona con referencia a un parámetro objetivo. Todos los lenguajes son convencionales, es decir, funcionan en relación a un cierto parámetro por el cual ciertos términos expresan tales y solamente dichos conceptos, siendo estos a su vez representación de verdades objetivas de la realidad externa y humana. En todo lenguaje, existe una cantidad mínima de términos llamados equívocos, palabras que en un cierto idioma poseen significados diversos sin relación entre sí. La cantidad de este tipo de términos es realmente pequeña en todos los lenguajes reconocidos, y aun así, conservan gran precisión, desde el momento en que el contexto permite discernir en qué sentido deben ser interpretados, y no provoca equívocos en la comunicación interpersonal. Pero la inmensa mayoría de los términos no son nunca equívocos, aunque a veces son análogos, pero siempre con un significado preciso.

Nuestra cultura moderna padece una verdadera crisis de lenguaje, porque a muchos términos se los vacía gratuitamente de su contenido convencional para reemplazarlos por otro de carácter arbitrario, producto en el fondo de una cierta imposición cultural, imposición que se pone de moda, aun cuando permanece arbitraria en el más crudo sentido de la palabra, pues es impuesta desde los verdaderos centros de poder, que a partir de un cierto momento deciden imponer categorías nuevas. Lo que sucede con la teoría llamada del «gender» (género) es un ejemplo muy elocuente de ello, aunque no el único.

También en disciplinas como la filosofía y la teología tiene lugar el sucederse de distintas “modas” que aparecen y desaparecen en el tiempo. Es común, en particular, que se pongan ‘de moda’ algunos términos que expresan ciertas categorías de pensamiento sin que siempre se conozca bien el significado de ellos. Lo que sucede con el término kerigma es también un claro ejemplo.

  1. Kerigma en las fuentes de la Revelación

Kerigma (transliterado = Kérygma) proviene del griego κήρυγμα, y significa: “proclamación, anuncio”. Deriva del verbo κηρύσσω: “proclamar, predicar”. En griego significa exactamente: “proclamación por un heraldo”. En el Nuevo Testamento indica el anuncio de la Fe a los no creyentes, y la proclamación del evangelio, o sea, de la salvación como inicio del Reino de Dios que se realiza a través de la palabra de Jesús.

Lo encontramos ya en el Antiguo Testamento en relación a los profetas, como por ejemplo Jonás, quien es así citado por el mismo Evangelio al hacer Jesús referencia al anuncio de dicho profeta a los ninivitas.[1] Por otra parte, el mismo anuncio de Jesús, en su primera predicación, fue el siguiente: “Arrepentíos, porque se ha acercado el reino de Dios” (Mt 3,2). Puede decirse que lo más sustancial y denso del Kerigma reside en el orden cristiano, que busca apoderarse de la totalidad del ser humano en sus manifestaciones interiores y exteriores, privadas y públicas, y lo dirige en la totalidad de su vida hacia el Padre que está en los cielos”.[2]

Tanto San Pedro, en el primer discurso en Pentecostés, como luego San Pablo, identificarán de modo particular kerigma con el primer anuncio que tendrá como centro la proclamación de la resurrección de Jesucristo“Israelitas, oíd estas palabras: A Jesús el Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, signos y prodigios que realizó Dios a través de Él entre vosotros (como bien sabéis), lo matasteis clavándolo por manos impías, entregado conforme al designio previsto y aprobado por Dios. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte…”  (Hechos 2, 22-25). Esto dará como resultado la proclamación de su mesianismo y divinidad: “Por lo tanto, todo Israel esté en lo cierto de que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hch 2,36).

San Pablo pone el kerigma en relación con el anuncio de la salvación de Jesucristo“Según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, y según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” (Rom 16,25). Lo relaciona también con las distintas apariciones de Jesús resucitado“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que al tercer día fue resucitado según las Escrituras; que se apareció a Cefas y después a los Doce (…) Al último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí” (1Cor 15, 3-8). Algunos párrafos más adelante, citará el término de modo explícito y le dará el significado de proclamación de la Resurrección (1Cor 15,14): “Si Cristo no ha sido resucitado, vana, por lo tanto, es también nuestra proclamación (kérygma); vana también vuestra fe”.

 

  1. Kerigma en el Magisterio de la Iglesia

El término como tal fue utilizado por algunos Padres, no tanto por las fuentes magisteriales, aun cuando su contenido, el anuncio o proclamación del evangelio, sí se encuentra definido en las declaraciones del Magisterio. El Catecismo de la Iglesia Católica, afirma por ejemplo: “La catequesis se articula dentro de un cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, que tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o que derivan de ella, como son: primer anuncio del Evangelio o predicación misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer; experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos; integración en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y misionero”.[3]

Si bien el texto parece referirse más bien a la enseñanza de la catequesis (algunos postulan una diferencia neta entre kerigma y catequesis), se dice claramente que la catequesis nace de ese “primer anuncio” (kerygma), el cual es ya parte de la catequesis, si bien será después seguido por muchos otros elementos. En tal caso, esta continuidad del kerigma con la catequesis presenta al primero como algo más que sólo una intuición, o impresión, o expresión de simpatía para ganar la benevolencia de los demás. El carisma posee ya un contenido que está en íntima relación con el contenido posterior que la catequesis ofrecerá.

La exhortación apostólica Evangelium Nuntiandi de San Pablo VI (8.12.1975), considerada una valiosa guía sobre la misión evangelizadora de la Iglesia luego del concilio Vaticano II, se refería también a la nueva evangelización, ofreciendo algunas líneas de orientación para realizarla según las indicaciones del Concilio Vaticano II. Veinte años más tarde, así comentaba San Juan Pablo II la intención de su predecesor en dicha exhortación: “La noción de evangelización de Pablo VI retoma fielmente la enseñanza de Cristo, la tradición de la Iglesia y las ideas del Concilio Vaticano II. Se trata de una noción global que evita el escollo de hacer demasiado hincapié en uno u otro aspecto de esta compleja realidad, en detrimento de otros. Para el Papa Pablo, la evangelización incluye las obras que disponen a las personas a escuchar el mensaje cristiano, el anuncio del propio mensaje y la catequesis que despliega las riquezas de verdad y de gracia contenidas en el kerigma”.[4]

Encontramos, además, en el magisterio de San Juan Pablo II, todo lo ya establecido como definitivo acerca de la teología de la misión, según los principios de la carta encíclica Redemptoris Missio, del 1990: “La Iglesia (…) sigue en pie su deber y su determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida”… El hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos”.[5] Como consecuencia, no puede argüirse que el kerigma sea algo distinto del anuncio explícito de Jesucristo como salvador, aunque este último admita diversos grados de explicitación y profundización.

Como consecuencia, el anuncio del kerigma debe participar de las características propias del misterio de la Encarnación, que busca redimir y elevar el hombre entero: “El ‘Kerygma’, arrojado como un ímpetu misionero debe incendiar todas las cosas a través de la historia y transformarlas en el reino de Dios.  El ‘Kerygma’ es una norma que debe encarnarse en la vida de los hombres y que, al encarnarse, transforma toda esa vida purificando lo natural y transfigurándolo por la elevación de nuevos y sobrenaturales aportes”.[6]

 

  1. Las concepciones ideológicas del Kerigma

            Ha sido con la irrupción de la exégesis y teologías llamadas dialécticas, después de la primera guerra mundial, que el término kerygma volvió a ponerse de moda entre los exégetas y teólogos protestantes, especialmente K. Barth, seguido de R. Bultmann. Esta corriente nació en contraposición con la teología liberal que exaltaba la religión, humillando Fe y teología. La teología dialéctica busca de recuperar el método teológico respecto al análisis histórico-crítico. Esta nueva teología, que implica también un nuevo método, comprensivo en primer lugar de la Fe, pretende de poner al centro la palabra de Dios y el kerigma como un mensaje dirigido desde Dios al hombre, y no como una verdad a creer o como historia religiosa para estudiar con el método histórico-crítico. Aparece así la llamada teología kerigmática, que encontrará su plaza fuerte en la escuela de la universidad de Tubinga, caracterizada por una fuerte sensibilidad hermenéutica (buscando una interpretación de los textos según los orígenes), una autocomprensión del texto en la Fe respecto al kerigma, utilizando la filosofía de la existencia de Heidegger. Bultmann insistirá en el significado teológico-existencial, o sea, el pensamiento teológico desarrollado en las primeras comunidades.[7] Sólo que dicho autor dividirá arbitrariamente el mensaje del NT en dos fuentes: Un kerigma hebreo, del cual es reflejo Juan evangelista y sus escritos, y uno helenístico, del cual es reflejo San Pablo con sus cartas, mientras que el aspecto escatológico de los evangelios y otros escritos del NT pertenecen al estadio pre-teológico. Esta última división es totalmente arbitraria y gratuita al pretender quitar a San Pablo toda conexión y referencia a las fuentes del NT. Además, considera que el mismo mensaje de Juan es de tradición hebrea pero no reflejo de las mismas palabras y acciones de Jesús.

Este tipo de análisis ha llevado a un divorcio y oposición entre la noción de kerigma, por un lado, y la de teología o razón teológica por otro. Se separa también kerigma de historia. Mientras más privado de contenido y espontáneo sea el anuncio – se piensa -, más fiel será al kerigma original del evangelio. Al kerigma sucederá una reflexión sobre la Fe, pero es una reflexión vacía de contenido. Por más kerigmática que esta corriente pretenda ser, este no es el significado del término que encontramos en las fuentes de la revelación, según hemos visto, ni ha sido de ese estilo el anuncio original del evangelio y la tradición que le sucedió.

  1. El nuevo kerigma y la enseñanza del Papa Francisco

Asistimos a una nueva postulación de la idea del kerigma como algo espontáneo y divorciado de todo contenido, aunque estas ideas flotantes no se constituyan, propiamente hablando, en un sistema teológico independiente. Muchos de sus partidarios se consideran deudores del magisterio del papa Francisco. Pero la pregunta es: ¿Es esta la concepción de kerigma que puede verse en la enseñanza del actual pontífice?

El Papa Francisco comenta explícitamente el término en su exhortación

apostólica Evangelii Gaudium: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos co­munica la misericordia infinita del Padre”. Más adelante, afirma: “Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de di­versas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos”.[8] De esto se desprende claramente que, si bien se destaca la centralidad y principalidad del anuncio, se subraya al mismo tiempo que este posee un contenido, que regresa una y otra vez en la catequesis y en las etapas de formación.

Existe sin duda una muy importante aclaración sobre el modo de enseñarlo y transmitirlo: “La centralidad del kerygma demanda ciertas caracte­rísticas del anuncio que hoy son necesarias en to­das partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas”.[9] Todo esto es muy valioso y sin duda adaptado a la sensibilidad moderna. Sin duda que el anuncio evangélico debe expresar el amor de Dios que de por sí es previo a cualquier obligación moral o cultual, pero esto no quiere decir que se oponga a ella. Jesús recordará con frecuencia cuál es el mandamiento más importante: Se lo preguntan (Mc 12, 28-29; Mt 22, 36-37); Él lo pregunta incluso a los demás (Lc 10, 26-27), y destaca que el amor a Dios pasa por la oración como modo más íntimo de relación (Mt 6,6). El mismo Jesús destacará que el amor se demuestra con las obras, que es un acto moral (Mt 7,21)[10], y en la parábola de los dos hijos, cumple la voluntad del Padre aquel que ejecuta la obra, aunque de entrada se haya negado a hacerlo (Mt 21, 28-32). En cuanto a las otras características enumeradas por el Papa, ciertamente que es bueno proponer la verdad sin imponerla, buscando que la libertad se mueva voluntariamente hacia ella, pero muy lejos de eso se encuentra la pretensión de relativizar la verdad fundándose en la naturaleza del kerigma, como a veces se propone.

  1. Conclusión

La suposición de algunos de que el Papa Francisco haya retomado la idea sobre la “predicación kerigmática” de Jüngmann y de los autores de la escuela de Innsbruck, que oponían dogma a kerigma, no resulta fundada. Los autores de esta escuela sostenían, con sus propias palabras: “La teología quiere servir por encima de todo conocimiento; por eso estudia la realidad religiosa hasta los límites extremos de lo cognoscible […] sin cuestionar el interés vital que anima la búsqueda. La predicación, en cambio, se refiere a la vida y, por lo tanto, considera la propia realidad religiosa sólo como el bien final de nuestra búsqueda […] Su objeto propio es y sigue siendo la buena noticia, y lo que en el cristianismo primitivo se llamaba el kerigma. Debemos conocer el dogma, pero debemos proclamar el kerigma […]. La propia predicación sigue siendo siempre el anuncio de la salvación; de hecho, el sentido del cristianismo no es el conocimiento, sino la vida; no la teología, sino la santidad”.[11]

Podríamos ahondar un poco más en estas reflexiones, aunque no es el tiempo el don del cual más disponemos. No es tan difícil dejar en claro que el primer anuncio de los Apóstoles – y ya el anuncio de Jesús mismo – no se hallaba privado de contenido ni doctrinal ni moral, y muchas veces exigía un cambio radical de comportamiento y de vida, a veces solicitado con mucha urgencia, como Simón Pedro reclamando la conversión a los judíos que habían escuchado su discurso en Pentecostés: Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch 2,38), o Jesús a la pecadora: Vete y desde ahora no peques más (Jn 8,11).

Recibir las cosas con un cierto contenido es connatural al hombre y a su modo normal de conocer, pues no se conocen impresiones o estímulos vacíos, sino con un significado concreto y ese es el modo en que los hombres se comunican entre sí y la humanidad progresa. Mucho más deberá ser así en el campo sobrenatural y de la Revelación, pues constituye la máxima comunicación de Dios al hombre. Que el Señor nos permita guardar celosamente el gran tesoro concedido a su Iglesia mediante el gran don de la Revelación con su contenido pleno, que no se opone al kerigma, sino que lo incluye y lo explicita aún más para bien de los hombres.

P. Carlos D. Pereira, IVE

 

[1] Mt 12,41: Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán, porque ellos se arrepintieron ante la proclamación de Jonás 

[2] Cfr. J. Meinvielle, Iglesia y mundo moderno, Ed. Teoría, Buenos Aires 1966; © ed. Digital IVE Segni 2008, 207.

[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica (CCC), 6: [https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/prologue_sp.html#I.%20La%20vida%20del%20hombre:%20conocer%20y%20amar%20a%20Dios].

[4] Cfr. SS. Juan Pablo II, Discorso ai delegati della Federazione delle CCEE del Continente asiatico, Manila (15.1.1995), 4 [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/speeches/1995/january/documents/hf_jp-ii_spe_15011995_federation-of-asian-bishop-conferences.html], citando a SS. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 2ss.

[5] Cfr. SS. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris Missio sobre la permanente validez del mandato misionero (7.12.1990) 55 [https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_07121990_redemptoris-missio.html#-2S].

[6] Cfr. J. Meinvielle, Iglesia y mundo moderno, 208.

[7]  Cfr. Nuovo Dizionario di Teologia Biblica, a cura di P. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda, Ed. San Paolo; Cinisello Balsamo 1988, 1536-37.

[8]  SS. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (24.11.2013) 164 [https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html].

[9] Evangelii Gaudium¸165.

[10] Mt 7,21: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

[11]  Cf. J.A. Jungmann, Die Frohbotschaft und unsere Glaubensverkündigung, Regensburg 1936, 60-61 [La alegre noticia y nuestra predicación de la Fe]. Su propuesta de teología kerigmática fue seguida por la escuela jesuítica de Innsbruck: Jungmann, Lackner, Dander, Lotz, Hugo Rahner (hermano del famoso teólogo Karl Rahner). Las referencias de esta antigua obra se toman según el orden de R. Gibellini, La teología del XX secolo, BTC 69; ed. Queriniana, Brescia 62007, 225-31.

 

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