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Medios de perseverancia – S Juan Bosco (3 de 3)

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Texto extraído de “El Joven Cristiano” de S Juan Bosco

 

Artículo 5.°—Consejos a los jóvenes que pertenecen a alguna congregación

Si tenéis la suerte de pertenecer a alguna congregación o compañía, procurad cumplir con fidelidad y exactitud su reglamento. Tened, sobre todo, un profundo respeto a los directores, sin cuyo permiso no debéis ausentaros jamás. Si llegáis a la iglesia antes de la hora de las sagradas funciones, manteneos con modestia y en silencio, leyendo u oyendo leer algún libro devoto. Si cantáis salmos, o alabanzas al Señor, procurad ha­cerlo con alegría de corazón y recogimiento de espíritu. Si os confesáis y recibís la santa comunión, hacedlo en la capilla de vuestra congregación, porque esto contribuirá mucho a dar el ejemplo y animará a los otros a frecuentar estos santos sacramentos. Sin embargo, la comunión pascual conviene la hagáis en vuestra propia parroquia; bueno será, además, comulgar en la misa otros días, para dar buen ejemplo a los deis y para manteneros unidos con vuestro párroco, que es el padre de todos los fieles de la parroquia.

Si en vuestra congregación tenéis honestos entretenimientos, tomad parte en ellos; pero evitad las contiendas con los demás, las burlas, los apodos y el mostraros descontentos de las diversiones que se os proporcionen. Si oyeseis u observa­seis algo que no fuese conveniente, decídselo secretamente al superior para que impida el mal que pueda resultar de ello. Sería muy digno de elogio que refirieseis algunas anécdotas y ejemplos edificantes a los demás.

Sed siempre sinceros en vuestras palabras; nunca digáis mentiras; pues, además de ofender a Dios, perderíais la estima­ción de vuestros superiores y amigos. Os recomiendo también que tengáis una confianza filial en el director, consultando con él todas vuestras dudas de conciencia. Guardad también gran respeto a los demás superiores, especialmente si son sacer­dotes; descubríos en señal de reverencia cuando paséis por su lado y contestad a sus preguntas con palabras sinceras y humildes. Si se os confía algún cargo, como cantor, asistente, procurad ser modelos en todo, y mucho más en lo que se relaciona el servicio de Dios. En fin, os recomiendo a todos la mayor exactitud en la observancia del reglamento, estimulándoos a porfía en ser los más devotos, modestos y puntuales en el cumplimiento de vuestros deberes religiosos.

 

Artículo 6º. —Sobre la elección de estado

Dios, en sus eternos designios, destina a cada uno un gé­nero de vida y le da las gracias necesarias a ese estado. En tan trascendental elección, el cristiano debe conocer la divina voluntad, imitando a Jesucristo, quien protestaba haber venido a cumplir la voluntad del Eterno Padre. Es de suma importan­cia, hijo mío, que aciertes en esa elección, a fin de que no te impongas obligaciones que no sean de la voluntad y agrado del Señor[1]. Dios ha manifestado a algunos de un modo particular y extraordinario el estado a que los llamaba. Tú no pretendas tanto; pero consuélate con tener la seguridad de que el Señor te ha de dirigir en el recto camino por los medios ordinarios de su divina Providencia, con tal que no descuides los medios oportunos para una prudente determinación.

Uno de estos medios es pasar en la inocencia la niñez y la adolescencia, o, a lo menos, reparar con verdadera penitencia los años que has vivido en pecado.

Otro medio poderosísimo es la oración humilde y perseve­rante, repitiendo con San Pablo: “Señor, ¿qué queréis que ha­ga?”; o bien con Samuel: “Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha”; o con el Salmista: “Enseñadme a hacer vuestra vo­luntad, porque Vos sois mi Dios”, u otra semejante aspiración. En tus resoluciones, acude a Dios con fervientes plegarias, consagra a este fin tus oraciones en la santa misa y aplica al­guna comunión. Haz alguna novena o triduo, practica cual­quier abstinencia y visita algún santuario.

Acude a María, que es la Madre del buen consejo; a San José, su esposo, que siempre fue muy fiel a los divinos mandamientos ; al ángel custodio y a tus santos protectores.

Sería muy laudable, antes de esta decisión, hacer ejercicios espirituales o un día de retiro.

Proponte seguir la voluntad de Dios suceda lo que suceda, aunque los mundanos desaprueben tal determinación.

Si tus padres u otras personas de autoridad quisiesen des­viarte del camino a que Dios te llama, recuerda que antes se debe obedecer a Dios que a los hombres. No olvides que les debes sumo respeto y amor, pues son tus superiores; y por esto te recomiendo que en tus palabras y acciones te portes con ellos siempre con humildad y mansedumbre, pero sin que tu alma sufra detrimento por su causa. Pide consejo acerca del modo con que te conviene proceder y confía en Aquel que todo lo puede.

Consulta con personas piadosas y sabias, y, sobre todo, con tu confesor, declarándole llanamente tu situación y disposiciones.

Cuando San Francisco de Sales manifestó a sus padres que Dios le llamaba al sacerdocio, le contestaron que, como primogénito de la familia, había de ser su apoyo y sostén, que tal inclinación al estado eclesiástico era sólo efecto de una indis­creta devoción y que podría con toda facilidad santificarse aun viviendo en el siglo. Para obligarle en cierta manera a se­guir sus intenciones, le propusieron un casamiento noble y muy ventajoso; pero nada pudo disuadirle de su santo propósito. Constante y firme, quiso anteponer la voluntad de Dios a la de sus padres, aunque los amaba tierna y cariñosamente, y prefirió renunciar a toda ventaja temporal antes que dejar de corresponder a la gracia de la vocación. Sus padres, aunque tenían otras miras mundanas, como eran buenos cristianos, acabaron por regocijarse mucho de la resolución de su apre­ciado hijo.

Oración a la Santísima Virgen para conocer la vocación

Vedme aquí a vuestros pies, ¡oh piadosísima Virgen!, para implorar de Vos la importantísima gracia de conocer lo que debo hacer. No deseo otra cosa sino cumplir perfectamente la voluntad de vuestro divino Hijo todo el tiempo de mí vida. ¡Oh Madre del buen consejo!, hacedme oír vuestra voz, de suerte que aleje toda duda de mi mente. De Vos espero, pues sois la Madre de mi Salvador, que seáis también la Madre de mi salvación; pues si Vos, ¡oh María!, no me enviáis un rayo del divino Sol, ¿qué luz me iluminará, quién me instruirá, si rehu­sáis hacerlo Vos, que sois Madre de la Sabiduría increada? Oíd, pues, mis humildes súplicas. No permitáis que me extra­víe; en mis dudas y vacilaciones, conducidme por el camino recio que guía a la vida eterna. Vos, que sois mi única espe­ranza, cuyas manos están llenas de tesoros de virtud y vida y que derramáis frutos de honor y santidad.

Un padrenuestro, avemaría y “Gloria”. “María, Auxilium Christianorum, ora pro me”.

 

[1] A los padres y educadores advierte: “La vocación no se impone. Vuestro deber es ayudar al niño a conocerla y seguirla” (MB XI 254).

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