COLABORAR

Search
Close this search box.

Tres tipos de llamada – San Antonio Abad

Más leído esta semana

Saludo a vuestra caridad en el Señor.

Hermanos, juzgo que hay tres clases de personas entre aquellas a quienes llama el amor de Dios[1], hombres o mujeres. Algunos son llamados por la ley del amor depositada en su naturaleza y por la bondad original que forma parte de ésta en su primer estado y su primera creación. Cuando oyen la palabra de Dios no hay ninguna vacilación; la siguen prontamente. Así ocurrió con Abraham, el Patriarca. Dios vio que sabía amarlo, no a consecuencia de una enseñanza humana, sino siguiendo la ley natural inscrita en él, según la cual Él mismo lo había modelado al principio[2]. Y revelándose a él le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que Yo te mostraré” (Gen. 12,1). Sin vacilar, se fue impulsado por su vocación. Esto es un ejemplo para los principiantes: si sufren y buscan el temor de Dios en la paciencia y la tranquilidad[3] reciben en herencia una conducta gloriosa porque son apremiados a seguir el amor del Señor. Tal es el primer tipo de vocación.

He aquí el segundo. Algunos oyen la Ley escrita, que da testimonio acerca de los sufrimientos y suplicios preparados para los impíos y de las promesas reservadas a quienes dan fruto en el temor de Dios[4]. Estos testimonios despiertan en ellos el pensamiento y el deseo de obedecer a su vocación. David lo atestigua diciendo: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante”, etc. (Ps.18,8, traducción oficial española). Así como en otros muchos pasajes que no tenemos intención de citar.

Y he aquí el tercer tipo de vocación. Algunos, cuando aún están en los comienzos, tienen el corazón duro y permanecen en las obras de pecado. Pero Dios, que es todo misericordia, trae sobre ellos pruebas para corregirlos hasta que se desanimen y, conmovidos, vuelvan a Él[5]. En adelante lo conocen y su corazón se convierte. También ellos obtienen el don de una conducta gloriosa como los que pertenecen a las dos categorías anteriores.

Estas son las tres formas de comenzar en la conversión, antes de llegar en ella a la gracia y la vocación de hijos de Dios.

Los hay que comienzan con todas sus fuerzas, dispuestos a despreciar todas las tribulaciones, a resistir y mantenerse en todos los combates que les aguardan y a triunfar en ellos. Creo que el Espíritu se adelanta a ellos para hacerles el combate ligero, y dulce la obra de su conversión. Les muestra los caminos de la ascesis, corporal e interior, cómo convertirse y permanecer en Dios, su Creador, que hace perfectas sus obras[6]. Les enseña cómo hacer violencia, a la vez, al alma y al cuerpo para que ambos se purifiquen y juntos reciban la herencia. Primero se purifica el cuerpo por los ayunos y vigilias prolongadas; y después el corazón mediante la vigilancia y la oración[7], así como por toda práctica que debilita el cuerpo y corta los deseos de la carne.

El Espíritu de conversión[8] viene en ayuda del monje. Él es quien lo pone a prueba por miedo a que el adversario no le haga desandar el camino. El Espíritu-director abre enseguida los ojos del alma para que también ella, junto con el cuerpo, se convierta y se purifique. Entonces el corazón, desde el interior, discierne cuáles son las necesidades del cuerpo y del alma. Porque el Espíritu instruye al corazón y se hace guía de los trabajos ascéticos para purificar por la gracia todas las necesidades del cuerpo y del alma. El Espíritu es quien discierne los frutos de la carne, sobreañadidos a cada miembro del cuerpo desde la perturbación original[9]. Es también el Espíritu quien, según la palabra de Pablo, conduce los miembros del cuerpo a su rectitud primera: “Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre” (I Cor.9,27); rectitud que fue la del tiempo en que el espíritu de Satán no tenía parte alguna en ellos y el cuerpo se hallaba bajo la atracción del corazón, instruido, a su vez, por el Espíritu. El Espíritu es, en fin, quien purifica el corazón del alimento, de la bebida, del sueño y, como ya he dicho, de toda moción e incluso de toda actividad o imaginación sexual, gracias al discernimiento llevado a cabo por un alma pura[10].

Yo señalaría tres clases de mociones violentas[11]. La primera reside en el cuerpo, está inserta[12] en su naturaleza, formada al mismo tiempo que él en el primer instante de su creación. Sin embargo, no puede ser puesta en movimiento sin que el alma lo quiera. De ella sólo se sabe esto: que está en el cuerpo. He aquí la segunda: cuando el hombre come y bebe con exceso sigue una efervescencia de la sangre que fomenta un combate en el cuerpo, cuyo movimiento natural es puesto en acción por la glotonería. Por eso dice el Apóstol: “No os emborrachéis con vino, en él está la liviandad” (Ef.5,18). Del mismo modo, el Señor en el Evangelio prescribe a sus discípulos: “Que vuestros corazones no se emboten por la comida y bebida” (Lc.21,34) o las delicias. Más que nadie, quien guarda el celibato debe repetirse: “Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre” (I Cor.9,27)[13]. En cuanto a la tercera moción, proviene de los espíritus malos que nos tientan por envidia y buscan manchar a quienes se comprometen en el celibato.

Volvamos, hijos míos queridos, a cuanto se refiere más de cerca a estas tres clases de mociones. Quien permanece en la rectitud, persevera en el testimonio que el Espíritu da en lo más íntimo de su corazón y permanece vigilante, se purifica de esta triple[14] enfermedad en su cuerpo y en su alma. Pero si no tiene en cuenta estas tres mociones, de las que da testimonio el Espíritu Santo, los espíritus malos invaden su corazón y siembran las pasiones[15] en el movimiento natural del cuerpo. Lo turban y entablan con él un duro combate. El alma, enferma, se agota y se pregunta de dónde le vendrá el auxilio, hasta que se serene, se someta de nuevo al mandamiento del Espíritu y cure. Así aprende que sólo puede hallar su reposo en Dios, y que permanecer en Él es su paz[16] [17].

Esto, queridos, para indicaros cómo el cuerpo y el alma han de ir unidos[18] en la obra de conversión y purificación. Si el corazón sale vencedor del combate, ora en el Espíritu y aleja del cuerpo las pasiones del alma que proceden de la propia voluntad. El Espíritu, que viene a dar testimonio de sus propios mandamientos, se convierte en el amigo de su corazón y le ayuda a guardarlos. Le enseña cómo curar las heridas del alma, cómo discernir, una tras otra, las pasiones naturalmente insertas en los miembros[19]], de la cabeza a los pies, y también las que, procedentes del exterior, han sido mezcladas al cuerpo por la voluntad propia.

Así es como el Espíritu conducirla mirada a la rectitud y pureza, y la retirará de cuanto le es extraño[20]. El inclinar el oído sólo a palabras decorosas; y el oído, no cediendo al deseo de oír hablar de caída y debilidades humanas, pondrá su gozo en conocer el bien y la perseverancia de cada uno, y la gracia dada a las criaturas; cosas de las que estando enfermo, se había desinteresado hasta entonces.

El Espíritu enseñara la lengua a purificarse porque ella es la que puso al alma gravemente enferma. Por medio de la lengua expresa el alma la enfermedad que padece; incluso la atribuye a la lengua, pues ésta es su órgano. En efecto, por la lengua le han sido infligidas graves enfermedades y heridas; por la lengua ha sido herida. Lo atestigua el apóstol Santiago cuando dice: “Si alguien pretende conocer a Dios y no frena su lengua se engaña en su corazón, su culto es vano” (St.1,26). En otro lugar afirma: “La lengua es un miembro pequeño, pero mancha todo el cuerpo” (3,5).

Cuando el corazón está, pues, fortificado con el poder que recibe del Espíritu, él mismo queda primero purificado, santificado, enderezado, y las palabras que confía a la lengua están exentas del deseo de agradar, así como de toda voluntad propia. En él se cumple lo que dice Salomón: “Mis palabras son de Dios; no hay en ellas dureza o perversión” (Prov.8,8) y “la lengua del justo cura las heridas” (Prov.12,18).

Viene después la curación de las manos, que en otro tiempo se movían de forma desordenada, a gusto de la voluntad propia. El Espíritu dará al corazón la pureza que conviene en el ejercicio de la limosna y la oración. Así se cumplirla palabra: “El alzar de mis manos es como una ofrenda de la tarde” (ps.140,2), y esta otra: “Las manos de los poderosos distribuyen riquezas” (Prov.10,4)[21].

Después de las manos el Espíritu purifica el vientre en cuanto a comida y bebida. David decía sobre esto: “Con el de ojos engreídos y corazón arrogante no comeré” (ps.100,5). Pero si el deseo y la gula en cuestión de comida y bebida toman preponderancia, y las voluntades propias[22] que lo trabajan lo hacen insaciable, a todo esto vendrá a añadirse todavía la actividad del diablo[23]. Al contrario, el Espíritu se hace cargo de quienes buscan una cantidad conforme a la pureza, y les señala una cantidad suficiente para sostener su cuerpo sin conocer el atractivo de la concupiscencia. Entonces se realiza en ellos la palabra de S. Pablo: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (I Cor,10,31)[24]. Si los órganos genitales producen pensamientos de fornicación[25], el corazón, instruido por el Espíritu, discierne la triple moción de que he hablado antes. Gracias al Espíritu que le ayuda y fortifica, hélo aquí dueño de esas mociones. Las apaga con la fuerza del Espíritu, que da la paz al cuerpo entero, e interrumpe su curso. Como dijo Pablo: “Mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones y malos deseos” (Col.3,5).

A continuación, el Espíritu se entrega a la purificación de los pies, que antes no caminaban en la rectitud y perfección de Dios. Pero una vez colocados bajo el impulso del Espíritu, éste realiza su purificación y los hace caminar según su voluntad. Avanzan en la práctica de las buenas obras. Todo el cuerpo es así transformado, renovado, entregado al poder del Espíritu. Ese cuerpo, totalmente purificado, a mi modo de ver ya ha recibido una parte[26] del cuerpo espiritual que deberíamos recibir en el momento de la resurrección de los justos[27].

He hablado de las enfermedades del alma que se han infiltrado en los miembros naturales del cuerpo; las que lo hacen tambalearse y lo ponen en movimiento. Porque el alma sirve de lugar de paso a los espíritus malos que actúan en el cuerpo por medio de ella. He indicado también la existencia de otras pasiones que no vienen del cuerpo y que ahora tenemos que enumerar: a esas pasiones pertenecen los pensamientos de orgullo, la jactancia, la envidia, el odio, la cólera, el desprecio, la relajación y todas sus consecuencias.

Si alguien se entrega a Dios de todo corazón, Dios tiene piedad de él y le concede el Espíritu de conversión. Este Espíritu da testimonio ante él de cada uno de sus pecados para que ya no vuelva a caer en ellos. A continuación le revela los adversarios que se levantan ante él y le impiden librarse de ellos, luchando vigorosamente con él para que no persevere en su conversión. Si a pesar de todo conserva el ánimo y obedece al Espíritu, que le exhorta a convertirse, el Creador se apresurara tener piedad del trabajo[28] de su conversión. Y viendo las aflicciones que impone a su cuerpo: oración incesante, ayunos, súplicas, estudio de la Palabra de Dios, alejamiento del mal, huida del mundo y de sus obras[29], humildad y pobreza de corazón[30], lagrimas y perseverancia en la vida monástica, – viendo, digo – su trabajo y su paciencia[31], el Dios de misericordia tendrá piedad de él y lo salvará .

San Antonio Abad, Carta 1ª

 


[1] que llama el amor de Dios: según S.

[2] Enseñanza repetida sin cesar en las Cartas: el estado original de gracia es natural al hombre, y a este estado deben conducir de nuevo la llamada de Dios y es esfuerzo del hombre. Cf. Vita,14; y sobre todo el n.20.

[3] Según el siríaco N&OElighut”. Hay una huella en S: requies, única alusión en estas Cartas a la hesyquia, la quietud necesaria para que se desarrolle en el alma el don de Dios.

[4] En la vocación del mismo Antonio fue decisiva la escucha de la Palabra de Dios (la Ley escrita):cf. Vita, 2.

[5]Acerca de cómo las pruebas tienden a desanimar al monje para conducirlo a poner en Dios su confianza, cf. la Lettres esfils, de MACARIO, 11-12 (ed. A. WILMART, Révue d’ascétique, et mystique, I (1920), 58-83.

[6] Doble ascesis, exterior e interior, del cuerpo y del corazón, que se encuentran unidas inseparablemente desde los comienzos del monaquismo; cf. Apotegmas, AGATON 8. El Espíritu Santo suaviza la ascesis, cf. AMMONAS, Cartas II,2.

[7]  y después el corazón…la oración, conjetura según S,E,G y la variante de un manuscrito sirio.

[8] Ammonas (Cartas II, XV, 5) también conoce un Espíritu de conversión que precede al Espíritu de verdad; este último es sólo el Espíritu Santo. con el cuerpo: según E.

[9] Lo que nosotros llamamos concupiscencia. Según la concepción de los antiguos es ajena al hombre y le fue sobreañadida.

[10] Esta purificación del corazón se dirige a todo cuanto influye indebidamente en él, a partir de la pesadez no natural del cuerpo en su estado actual. No es la supresión de todo deseo o necesidad. El n.3 señala una moción natural en el hombre, que es según Dios.

[11] La doctrina de las tres mociones se halla casi literalmente en los Apotegmas, Antonio 22. Cf. También AMMONAS, Cartas XI,3, que mencionan tres deseos, que encierran en parte las tres mociones, pero, invirtiendo su orden.

[12] Literalmente: plantada.

[13] del mismo modo el Señor…a servidumbre: según S y G.

[14] triple: según S,E,G.

[15] Las pasiones proceden en este caso del diablo, que se aprovecha de nuestra inadvertencia. Alteran un movimiento o una moción que son naturales al cuerpo. Movimiento natural: cf. S y G.

[16] ella aprende así… es: según S,E,G.

[17] Cf. MACARIO, Letra … es filas, 10-12. han de ir unidos: según E.

[18] han de ir unidos: según E.

[19] En este caso la pasión es natural. Encierra, pues, el concepto de moción. de cuanto le es extraño: según S,E,G.

[20] de cuanto le es extraño: según S,E,G.

[21] y esta otra…riquezas: según S.E,G.

[22] En plural, como aparece habitualmente en los textos antiguos. Se trata de la variedad de deseos inmoderados que, después del pecado, han roto la unidad y simplicidad del hombre.

[23] vendrá a añadirse todavía: según E.

[24] pero si el deseo…gloria de Dios: según S,E,G.

[25] Si… fornicación: según S y G.

[26] una parte: según S y G.

[27] Texto muy fuerte. MACARIO, en su Letra … es filas (n.14) habla del Paráclito “que hace alianza con la santidad del cuerpo”, en un párrafo que recuerda, más sobriamente, las largas ampliaciones de este n.4. En cuanto a AMMONAS, habla de un cuerpo viviente, que viene de arriba (Cartas I,1). Cf. la descripción del cuerpo de S. Antonio anciano en la Vita Antonii 93.

[28] En la Carta de MACARIO aparece frecuentemente Dios que se muestra solícito ante el trabajo del monje tentado. Cf. también, en la Bita Antonia 10, la respuesta de Jesús: “estaba aquí, Antonio, y esperaba para ver tu combate”

[29] huida … obras: según G.

[30] pobreza de corazón: según S,E,G.

[31] paciencia: según S y G.

Seguir Leyendo

Comments 1

  1. María Vilca Figueredo María Vilca Figueredo says:

    Gracias Voz Católica, por sus enseñanzas, podría ser factible que se pueda enviar por audio, les comento esto por motivo de salud. Tengo problemas de visión.
    Desde ya les agradezco por su respuesta.
    Bendiciones 🇵🇪

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Social Share Buttons and Icons powered by Ultimatelysocial