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…buena cara”. Este, como tantos otros dichos, es una muestra de sabiduría popular y me parece que es una manera más coloquial de expresar el “agere contra” (“hacer la contra”), de San Ignacio en los Ejercicios, también dicho por él como “hacer lo diametralmente opuesto” (“oppositum per diametrum”), cosa que nos sugiere en la desolación.

Nadie duda que no es algo sencillo, pero tampoco tenemos que dudar que de eso depende en gran manera nuestro aprovechamiento en los caminos del espíritu.

Y como nuestro Señor Jesucristo es el ejemplo más acabado en todo lo bueno que tenemos que hacer, también lo es en esto que venimos comentando.  Y así por ejemplo en “Estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc 22,44). “Orar más intensamente” se dice fácil y estamos, lamentablemente, acostumbrados a leer este pasaje, pero… ¿es así de fácil orar más intensamente en un momento de dificultad? ¿Lo hacemos?

Y así podríamos seguir dando ejemplos de su vida que, repito, nos suenan ya “sabidos”. Entonces hagamos el esfuerzo de ponernos en situación, tratemos de estar “en la piel” del Señor (en hebreo, la etimología de la palabra “misericordia” viene de ahí, de estar en la piel del otro). El Señor es Dios, ¡claro!, pero también es hombre… y como tal sentía y sufría –y más que cualquier “tal”, dada su perfección–.

Y así, por ejemplo, ¿no es acaso “agere contra” en la despedida con sus amigos, antes de comenzar a padecer terriblemente… lavarles los pies? Lo mismo podríamos decir en su camino a la cruz que consuela a las mujeres que lo lloraban, o ya crucificado, que perdona a los que lo habían condenado, o antes de dar el último suspiro, entregarnos a su Madre y llamarla “mujer” para dar más muestra de entrega total y absoluta de todo. Y por supuesto podríamos seguir… pero sobre todo, repito, aquí el punto está en tratar de “ponernos en su sitio”, porque justamente para eso también se hizo hombre; como dice San Agustín: ya era la Vida y la Verdad, y se hizo camino por nosotros. «Cristo padeció por nosotros –nos dirá San Pedro–, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas» (1Pe 2,21).

Pensemos… ¿¿qué hacemos en los momentos de dificultad, de desolación, de tristeza, de dolor?? Pero, podría objetar el demonio que suele tentarnos: «Jesús era Dios, por eso tenía fuerzas infinitamente superiores a las tuyas» ¡Vaya! Que por algo somos parte de su Cuerpo Místico y así como no podemos sufrir todo lo que sufrió –¡¡imposible sería!!– sino que participamos de su dolor, así tampoco tenemos todo su poder y fuerza, pero sí participamos de él/ella, en tanto y en cuanto necesitamos para caminar a la Santidad.

Veamos también los santos, que son lo que más nos reclaman nuestra falta de “poner nuestro grano de arena” para que el Señor haga “Su” obra en nosotros.

Cuando el Beato Miguel Agustín Pro estaba más alegre, los demás ya sabían… o estaba con más dolor de estómago –sufría de úlceras muy fuertes– o había recibido una mala noticia de su familia (que tenía no pocos problemas).

San Ignacio, para vengarse de un compañero que se volvió desde París a España con sus dineros para todo el año, al saber que estaba enfermo en una ciudad a 140kms, lo fue a consolar «a pie descalzo sin comer ni beber» caminando el primer día 70kms.

San Maximiliano María Kolbe[1], en una situación muy compleja no sólo no se desanima, sino que se entusiasma hasta el delirio para contrarrestar el error con la verdad difundida por la buena prensa.

Los tiempos eran difíciles. Escuchemos al mismo santo: «Cuando los francmasones empezaron a agitarse cada vez más y con más atrevimiento y cuando hubieron levantado su estandarte bajo las ventanas del Vaticano, aquel estandarte en el que, sobre fondo de color negro, Lucifer pisoteaba bajo sus pies al arcángel San Miguel, cuando se pusieron a repartir panfletos lanzando imprecaciones contra el Santo Padre, se me ocurrió la idea de fundar una asociación que tuviera como objetivo combatir a los francmasones y a los demás secuaces de Lucifer».

Hace el “oppositum per diametrum” y con magnanimidad y confianza propia de un Santo se esmera en «vencer el mal con el bien» (Rm 12, 21). Entiende que hay que difundir la verdad y poner la prensa al servicio de la Santísima Virgen. Con ese deseo evangelizador, lanza la revista “El caballero de la Inmaculada”, que muy pronto llega a ser la publicación más importante de Polonia, alcanzando en 1939 una tirada de un millón de ejemplares.

Su deseo era «llevar a la Inmaculada a las casas, para que las almas, acercándose a María, reciban la gracia de la conversión».  No se contenta con una publicación piadosa para los cristianos fervorosos. Es preciso, dice: «forrar el mundo entero con papel impreso para devolver a las almas la alegría de vivir».

Tanto éxito no iba a ser dejado de lado por el mundo mundano… así que le impiden enviar por correo ordinario, por avión, los ejemplares por Europa. ¿Qué hace un santo? ¿Se desanima? ¿Protesta? ¿Llora como una niña asustada? ¡¡No!! Consigue tener sus propios aviones…

Y podríamos seguir y seguir pero bueno… hasta aquí llegamos. Les queda ahora la tarea –nos queda– de pensar en nuestras dificultades diarias –o no tanto –, y ver cómo reaccionamos y, muchas veces, si acaso reaccionamos.

Miremos a la Santísima Virgen en cada prueba y, confiando en su intercesión y protección maternal, digamos, con más fuerza, con mas decisión, con más entrega, siempre y hasta el último aliento… ¡¡Ave María y ADELANTE!!

[1] Cf. P. Gabriel Zapata, IVE, Revista Ave María, Editorial 2003.

 

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