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En el día de ayer, la fiesta de Todos los Santos nos hizo contemplar “la ciudad del cielo, la Jerusalén celeste, que es nuestra madre” (Prefacio de Todos los Santos). Hoy, con el corazón dirigido todavía a estas realidades últimas, conmemoramos a todos los fieles difuntos, que “nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz” (Plegaria eucarística I). Es muy importante que los cristianos vivamos la relación con los difuntos en la verdad de la fe, y miremos la muerte y los acontecimientos finales a la luz de la Revelación.

Ya el apóstol san Pablo, escribiendo a las primeras comunidades, exhortaba a los fieles a “no ignoréis lo tocante a la suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que no tienen esperanza (1 tes. 4,13) Este era el deseo del Apóstol escribiendo a los primeros cristianos; y el de la Iglesia hoy no es otro, sino que nosotros podamos tener presente a aquellas almas que se esforzaron en esta vida por vivir la vida de la gracia, pero que aun así, antes de pasar a la eternidad (para lo cual es necesario tener el alma pura de toda mancha), les es necesario que purifiquen las penas debidas a sus pecados, y, solo así, puedan entrar a la gloria para ver cara a cara a Nuestro Señor .

Si bien nos enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos y es teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.

La EXPIACIÓN DEL PECADO. — Todo pecado causa en el pecador doble estrago: en primer lugar, mancha su alma y, en segundo lugar, le hace merecedor del castigo: El pecado venial causa un disgustar a Dios y su expiación sólo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal (por medio del sacramento de la confesión) y quedando anulada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda, aún debe expiar la pena causada con estos pecados a Dios, (aunque a veces puede ocurrir, como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado), lo normal es que en esta vida (por medio del mérito o la reparación) o en la otra se nos exija, en razón de la justicia la satisfacción por ellas (purificándonos en el purgatorio o “ganando” una indulgencia).

EL MÉRITO O REPARACIÓN. —Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece el alma un nuevo grado de gracia; satisface por la pena debida a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo.

LAS INDULGENCIAS — Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las “transacciones espirituales”; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o “saldo de cuenta” a favor de otro, sea de este mundo (indulgencia aplicada a sí mismo) o del otro al cual se le desea conceder (indulgencias aplicadas a algún difunto), con la sola condición de que pertenezca por la gracia al cuerpo místico del Señor que es uno en la caridad.

Es, por tanto, «La caridad, el vínculo que une a los miembros de la Iglesia, no solamente se extiende a los vivos, sino también a los muertos que mueren en la caridad; porque la caridad no acaba cuando acaba la vida del cuerpo: La caridad nunca perece (1 Cor. 13, 8). De modo parecido también los muertos viven en la memoria de los hombres que existen. Y por esto la intención de los vivos puede dirigirse a los ya muertos, y en este sentido los sufragios (misas gregorianas o pedir por ellos en la santa misa frecuentemente, indulgencias) de los vivos aprovechan a los muertos, como también a los vivos, ya por la unión de la caridad, ya por la intención dirigida en su favor. Sin embargo, no debe creerse que los sufragios de los vivos tengan tanto valor que cambie en los muertos el estado de la miseria en estado de felicidad, o viceversa, sino que sirven para la disminución de la pena» (Santo Tomás de Aquino), es decir, si nosotros aplicamos una indulgencia o misa en sufragio por un alma que se ha condenado, Dios que no se deja ganar en generosidad, sabrá aplicar esas gracias al alma más necesitada. Por ello, aún cuando no tengamos certeza de la vida santa de un alma (al menos que conste de su malicia), de igual modo debemos ofrecer por ellos, porque no sabemos los infinitos caminos de la Misericordia de Dios. Y, ciertamente, por el “gran favor” que se les dio, se convertirán en nuestros intercesores, abogados y amigos. Díganme ustedes si no es éste un “buen negocio”.

Une tu alma a las de las almas purgantes, ora por ellas, siente que estás unido a su dolor y las consuelas, mientras ellas adquieren la luminosidad que les permita subir a la Gloria. Verás entonces que los dolores de aquí adquieren un significado distinto, son un medio fácil y rápido para el crecimiento del alma, te hacen sentirte unido a Dios, trabajando para El. Pocas obras son tan agradables a Jesús y María como la oración de quienes se unen espiritualmente a las almas purgantes. Es un ida y vuelta, un fluir de alabanzas que sube y baja, y que ayuda tanto a unos como a otros. (San Juan Pablo II)

Ahora bien, las indulgencias no deben entenderse como una mera transferencia como si se tratara de cosas, yo le paso algo a alguien, sino que es expresión de la plena confianza que tiene la Iglesia de ser escuchada por Dios, gracias a los méritos de Cristo y por su don de la Virgen y de los demás santos.

Se ve entonces que la relación que se da entre la indulgencia y las penas temporales por los pecados no es la relación entre un acreedor y el que va pagando de a poco la deuda y entonces va descontando. Sino que es un ir asumiendo cada vez más seria y radicalmente el compromiso de conversión. Y por eso cuando se quiere ganar una indulgencia para uno mismo este compromiso tiene que ser tal que ES NECESARIO QUITAR TODO AFECTO AL PECADO INCLUSO VENIAL PARA PODER OBTENERLA. Ganar una indulgencia es mucho más que realizar simplemente prácticas exteriores, sino que exige un ENTREGARSE CADA VEZ MÁS GENEROSA Y FIRMEMENTE A DIOS que nos llama y nos coloca en el camino de la vida eterna.

Sepamos utilizar nuestros tesoros y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el purgatorio.

Un día se escuchó, durante la segunda guerra mundial, una multitud aplaudiendo y aclamando en la iglesia de Santa María de la Gracia, en San Giovanni Rotondo. Pero a nadie se vio allí, por lo que los pocos que estaban presentes preguntaron a San Pío de Pietrelcina que había ocurrido. Él les dijo: “he estado rezando durante muchos días por los soldados que mueren en el campo de batalla, y una multitud de ellos ha venido a agradecerme porque han salido del Purgatorio y han entrado al Cielo”. La oración del P. Pío, poderoso intercesor ante Dios, les había acortado el sufrimiento.

Por eso en este día en que conmemoramos a todos los fieles difuntos del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia, pidamos y ofrezcamos este Santo Sacrificio por las almas que aún se encuentran en el purgatorio, porque serán ellas las que intercederán por nosotros cuando tengamos que purificar nuestra alma. Y serán entonces ellas las que nos darán la bienvenida al Cielo, cuando Dios en Su Infinita Misericordia nos conceda esa Gracia.

P. Néstor Andrada, IVE

Condiciones para ganar indulgencias:

EN EL DÍA 2 DE NOVIEMBRE – CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

1. Visitas a Iglesias u Oratorio:

Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que, el día en que se celebra la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, visiten piadosamente una iglesia u oratorio.

2. En esta piadosa visita, se debe rezar un Padrenuestro y Credo.
3. Estar en gracia (confesión dentro de los 7 días anteriores o posteriores a este día)

PERO TAMBIÉN SE PUEDEN GANAR INDULGENCIAS DESDE EL 1 AL 8 DE NOVIEMBRE:

1. Visitas al cementerio: Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que visiten piadosamente un cementerio (aunque sea mentalmente) y que oren por los difuntos.

2. Querer evitar cualquier pecado mortal o venial

3. Confesión sacramental (dentro de los 7 días anteriores o posteriores a estos días)

4. Comunión Eucarística y

5. Oración por las intenciones del Papa (un solo Padrenuestro y un Avemaría)

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