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«El revés del crucifijo»

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«El revés del crucifijo»

Obra teatral en un acto

 

«aquellos que Tú me diste quiero

 que estén conmigo en donde Yo esté».

(Jn 17, 24)

 

***

Escena Única

(JERÓNIMO, MANUEL, seminaristas, y Padre formador)

La escena, única, se realiza casi a oscuras. Una mesa se encuentra en medio de la habitación y en ella una vela encendida alumbra el rostro de los interlocutores. A los lados de la mesa, hay dos sillas. Todo es pobre y sobrio. 

 JERÓNIMO ingresa a la habitación  y encuentra a MANUEL sentado y con un crucifijo en la mano, al cual mira penetrantemente.

 

JERÓNIMO: (entrando) Deberías estar durmiendo.

MANUEL: Tú también estás despierto.

JERÓNIMO: Te escuché llorar.

MANUEL: No lloraba… gemía.

JERÓNIMO: ¿Gemías? ¿Cómo los perros?

MANUEL: Quizá…

JERÓNIMO: ¿Qué le miras?

MANUEL: Sus ojos… profundos y silenciosos

JERÓNIMO: ¿«Locuaces», querrás decir?

MANUEL: ¡No!, demasiado silenciosos… son tétricos.

JERÓNIMO: ¿Cómo que tétricos? Son los ojos de Cristo.

MANUEL: ¿Y? Cristo también puede ser tétrico… si no pregúntale a los mercaderes del Templo.

JERÓNIMO: Pero Cristo no es tétrico en la cruz.

MANUEL: Tú no sabes mirarlo. Cristo en la cruz es el mayor de los espantos. ¡La cruz es espantosa!

JERÓNIMO: ¡No digas eso! ¿No ves que Cristo en cruz atrae a todos hacia Sí?

MANUEL: A mí, no… la cruz no atrae.

JERÓNIMO: Entonces, ¿por qué le miras tan detenidamente?

MANUEL: No la miro; la interpelo.

JERÓNIMO: ¿Para qué?

MANUEL: Para que me dé una respuesta eficaz, contundente, ¡real!

JERÓNIMO: ¿Y cuál es tu pregunta?

MANUEL: A ti no te interesa… sólo eres otro curioso.

JERÓNIMO: ¡Qué raro eres Manuel!

MANUEL: Todos somos raros…Especialmente Cristo; ¿por qué pende de una cruz?

JERÓNIMO: ¿Esa es tu pregunta?

MANUEL: ¡¿Por qué pende de una cruz?!

JERÓNIMO: Por nuestra salvación.

MANUEL: Otra vez… respuesta de manual. No quiero esa respuesta. ¿No ves que no dice nada?

JERÓNIMO: Tú eres el problema… Esa respuesta dice mucho.

MANUEL: Mentira… ¿Cómo un hombre muerto hace dos mil años puede salvarme a mí?

JERÓNIMO: Pero ese hombre es Dios.

MANUEL: ¿Y Dios muere?, ¿Dios sufre?, ¿Dios llora? ¿Por qué, por qué el sufrimiento?

JERÓNIMO: Es el designio divino.

MANUEL: ¡Al diablo con el designio divino! Como si Dios fuese un maniático que hace todo alocadamente.

JERÓNIMO: ¡No! Todo tiene un porqué.

MANUEL: Excepto el sufrimiento. Dios lo usa para, supuestamente, hacernos el bien; pero el fin no justifica los medios, ¿entonces?

JERÓNIMO: Pero el sufrimiento no es un mal

MANUEL: ¡Cuánto te falta sufrir, Jerónimo! El sufrimiento es el mal de males.

JERÓNIMO: O el bien de bienes.

MANUEL: Eso jamás…

JERÓNIMO: Manuel, ¿lo olvidas, acaso? El camino es angosto, pero la meta es ancha. No hay sufrimiento sin recompensa.

MANUEL: ¿Y el de los condenados?

JERÓNIMO: Pero eso más que sufrimiento es castigo

MANUEL: Como el de Adán, como el nuestro.

JERÓNIMO: No siempre… Job era inocente y Cristo mucho más.

MANUEL: Entonces el sufrimiento no tiene explicación. Es un disparate de Dios; una manía. No es castigo, no es un mal, y un bien no puede ser. ¿Qué es, entonces?

JERÓNIMO: Depende de cómo lo mires.

MANUEL: ¿Al mal?

JERÓNIMO: ¡No!, al crucifijo. En esa cruz está la respuesta.

MANUEL: Es tétrica, no quiero mirarla más.

JERÓNIMO: Sólo viéndolo sufrir a Él podemos llevar nuestras penas.

MANUEL: Sí… padecer, sufrir. ¿Pero cuál es el sentido? ¿El mérito? ¿La purificación? ¿La salud eterna?

JERÓNIMO: Sí, todo eso… la cruz nos lleva a la luz.

MANUEL: ¿Pero por qué el camino debe ser tortuoso? ¿No ves que no hay una conexión necesaria entre la luz y la cruz, entre la gloria y el sufrimiento…? ¡Es un descabellamiento de Dios! ¡Un puro nominalismo!

JERÓNIMO: Es que el castigo se ha vuelto Redención.

MANUEL: ¿Qué? ¿Fue un cambio de planes?

JERÓNIMO: ¡No!, al contrario; fue un progreso paulatino. Dios fue sacando del mayor de los pesares, la mayor de las glorias. Las hizo a ambas cosas sólo una.

MANUEL: Eso es justo lo tirado de los pelos. ¡Se cae en una contradicción! Es que el sufrimiento es una contradicción, ¡es un escándalo!

JERÓNIMO: Es un misterio…

MANUEL: Y así siempre andamos, de misterio en misterio… libertad y gracia: ¡misterio!; sufrimiento y redención: ¡misterio!

JERÓNIMO: Pero Manuel… ahora sí que me preocupas.

MANUEL: Yo también estoy preocupado.

JERÓNIMO: ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás tan desolado?

MANUEL: Es el crucifijo; me da tristeza… ¡angustia me da mirarlo!

JERÓNIMO: Es que no lo sabes mirar.

MANUEL: ¿Y tú?

JERÓNIMO: A veces. Cuando sufro le miro, y ahí sí sé mirarlo. Pero cuando no sufro no le sé mirar.

MANUEL: Yo nunca. ¡Yo no quiero sufrir, ya que no entiendo el porqué del sufrimiento!

JERÓNIMO: ¿Pero no te basta ver a tu Dios crucificado por ti para querer imitarle?

MANUEL: Es que no entiendo por qué quiso Él sufrir por mí.

JERÓNIMO: Por amor.

MANUEL: ¡¿Y qué tiene que ver aquí el amor?!

PADRE: (entrando) Tiene mucho que ver. Pero, a propósito, ¿no deberían estar durmiendo?

JERÓNIMO: Es verdad padre. Estamos los dos en falta.

PADRE: ¿Y tú, Manuel, no opinas lo mismo?

MANUEL: Hace varios días que no puedo dormir

PADRE: ¿Y por qué no hablas? ¿No ves que siempre andas murmurando contigo mismo tus pesares? ¡Abre el corazón a alguien!

MANUEL: ¿A quién? ¿A usted?

PADRE: A alguien que pueda darte una mano… ¡A Jesucristo!

MANUEL: Él quiere que yo sufra… ¿Qué le voy a querer yo decir?

JERÓNIMO: ¡Manuel!, no digas eso.

PADRE: Sí, es verdad, Manuel, ¡cuídate en tus palabras!

MANUEL: ¿Quién me puede explicar el sufrimiento? ¿Quién me puede dar una razón convincente?  Ni tú, Jerónimo, ni usted, padre…

PADRE: Exactamente. Sólo Jesucristo puede darte una razón… sólo mirando al crucifijo.

MANUEL: Días enteros llevo mirándolo, y nada…

PADRE: ¿Has rezado? ¿Has hecho penitencia? Debes destruir la desolación. Age contra!

MANUEL: ¡No quiero, porque no entiendo!

JERÓNIMO: ¡Ese es problema!

MANUEL: Jerónimo, ¿nos dejas solos por favor? (Sale Jerónimo).

PADRE: A ver, Manuel. ¿Qué te acontece?

MANUEL: No se lo quiero contar… ¿Por qué sufrimos, padre?

PADRE: Mira, es muy sencillo. Te lo resumo en una frase: “solo hay verdadero amor en el sufrir”. ¡Dios nos quiere amantes, por eso nos quiere sufrientes!

MANUEL: No, padre. ¡No! Del amor no sale el sufrir

PADRE: Es, justamente, al revés: del sufrir brota el amor.

MANUEL: Pero el mal no causa el bien.

PADRE: Sin embargo, Dios del mal lo hace salir.

MANUEL: ¡Manías!

PADRE: Misterio.

MANUEL: ¡Disparate!

PADRE: Omnipotencia.

MANUEL: ¡Pues entonces que destruya el sufrimiento!

PADRE: Cuánto amor se perdería, entonces.

MANUEL: No lo suficiente como para hacer al hombre más espiritual, más racional.

PADRE: Pero menos humano… El sufrimiento nos humaniza, porque no hace libres.

MANUEL: ¡Al contrario! Nos esclaviza, porque es castigo.

PADRE: No sólo es castigo sino ocasión de grandísimos actos de amor. El sufrimiento aumenta y perfecciona el amor: el que no sufre no sabe amar. ¿Quiere tú ser más amante? Sé entonces más sufriente. El amor sin sufrimiento nos es verdadero. Por eso Dios nos manda dificultades y cruces; ¡por que desea que le amemos! La cruz es la vara con que se mide el amor y la dulce agua que le da vida.

Y aquel que se queja de estos regalos de Dios le manifiesta que no le quiere amar, que no le interesa acrecer su amor. “No quiero mostrarte que te amo, así que no me envíes sufrimiento”, le dice a Dios el egoísta. Manuel: ¿Tú piensas lo mismo?

MANUEL: Quizá… De todos modos, su respuesta no me termina de convencer.

PADRE: ¿Entonces qué podrá convencerte?

MANUEL: Nada, porque no quiere ser convencido. Llevo en mi alma una profunda frustración…

PADRE: ¡Bue! Acá no hacemos más que perder el tiempo. Pensar que un Dios muere por ti y tú… ¡nada! Tu problema no está en no entender, sino en no querer entender. Has cegado tu inteligencia con tu mismo querer. ¡Tu duda es culpable!

MANUEL: (arrojando el crucifijo al suelo, como sin darse cuenta) ¡Que lo sea!

PADRE: Manuel, ¡¿qué haces?!

MANUEL: (conturbado y fuera de sí) No he sido yo. No lo he querido hacer… ¡no fue mi intención! Perdóneme padre… (y con apresuramiento va en busca del crucifijo, mientras lágrimas comienzan a salir de sus ojos).

PADRE: Manuel, ¡no lo levantes! Déjalo en el suelo, déjalo como está. (Y se acerca con la vela a donde está el crucifijo) ¿Ves cómo yace el crucifijo?

MANUEL: (Entre algún que otro sollozo) Sí, padre. Pero déjeme darlo vuelta que el Cristo hiere su rostro con la aspereza del suelo.

PADRE: ¡No lo toques! Déjalo como está pues el mismo crucifijo te está dando una respuesta. ¿No ves acaso su revés?

MANUEL: Sí, pero nada le veo de especial.

PADRE: ¿No ves que está vacío? Nadie pende de este lado de la cruz. Pende tú de él y entenderás por qué sufrir. Sólo el que se crucifica aprender el porqué del sufrimiento.

MANUEL: No entiendo, padre, no entiendo. Déjeme darlo vuelta, por favor, que no soporto verlo así por mi culpa (hace ademanes de agarrarlo pero el padre le detiene la mano y dice:…).

PADRE: Que se quede así y trata de entender no por qué sufrir sino más bien cómo sufrir. Del sufrimiento jamás escaparás. Correrás lejos, subirás alto o te esconderás profundo; allí siempre él estará, antes que tú y después que ti.

No quieras entender tanto el por qué sino el cómo… y el “cómo” aquí lo tienes: “del otro lado de la cruz”.

Los clavos serán los mismos del Señor, que se llegarán, atravesando el madero, hasta tus manos para unírtele a Él. Su sangre se mezclará con la tuya y en los silencios de la noche escucharás sus respiros, fuertes y agobiantes. Incluso le podrás hablar. A veces te contestará… otras no. No verás su rostro, pero ten presente que Él siempre estará allí, en el revés de tu cruz. Bastará uno de sus suspiros para recordártelo o una gota de su Preciosa Sangre que verás caer en el suelo.

MANUEL: (sollozando) ¿Y si no tengo el valor suficiente?

PADRE: Él te dará la gracia. Él te dará la fuerza… Besa tú ahora este revés de la cruz, ¡besa el revés del crucifijo y convéncete de cómo sufrir!

 (Manuel besa el revés de la cruz que el Padre le ofrece y salen los dos).

 

FIN

 

28 de marzo del 2016

Bernardo María del Corazón de Jesús Ibarra

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