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Homilética – La Sagrada Familia de Jesús, María y José

TEXTOS LITÚRGICOS

[accordions title=”TEXTOS LITÚRGICOS”]
[accordion title=”Lecturas” load=”hide”]El que teme al Señor honra a su padre

Lectura del libro del Eclesiástico 3,3-7. 14-17

El que honra a su padre expía sus pecados y el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro.

El que honra a su padre encontrará alegría en sus hijos y cuando ore, será escuchado.

El que respeta a su padre tendrá larga vida Y el que obedece al Señor da tranquilidad a su madre.

El que teme al Señor honra a su padre y sirve como a sus dueños a quienes le dieron la vida. La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados. Cuando estés en la aflicción, el Señor se acordará de ti, y se disolverán tus pecados como la escarcha con el calor. El que abandona a su padre es como un blasfemo y el que irrita a su madre es maldecido por el Señor.

Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios.

Palabra de Dios.

SALMo RESPonSoRiAL 127, 1-5

R. ¡Felices los que temen al Señor y siguen sus caminos!

¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien. R.

Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa. R.

¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor! ¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: que contemples la paz de Jerusalén! R.

La vida de familia vivida en el Señor

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.

Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias.

Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en Nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre.

Mujeres, respeten a su marido, como corresponde a los discípulos del Señor.

Maridos, amen a su mujer, y no le amarguen la vida. Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque esto es agradable al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que ellos no se desanimen.

Palabra de Dios.
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[accordion title=”Evangelio” load=”hide”]ALELUIA Col 3, 15a. 16a

Aleluia.
Que la paz de Cristo reine en sus corazones; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Aleluia.

EvAngELio
Toma al niño y a su madre, huye a Egipto

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 2, 13-15. 19-23

Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:

«Desde Egipto llamé a mi hijo».

Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».

José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. Pero al saber que Arquelao reinaba en Judea, en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, donde se estableció en una ciudad llamada Nazaret.

Así se cumplió lo que había sido anunciado por los profetas: «Será llamado Nazareno».

Palabra del Señor.
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GUIÓN PARA LA MISA

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[accordion title=”Sagrada Familia” load=”hide”]Entrada:

En esta celebración nos unimos a otro misterio de la Encarnación que es Dios hecho hombre creciendo en edad, sabiduría y en gracia en una familia humana, prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Eclesiástico 3, 3- 7. 14- 17
El hombre que teme a Dios honra a sus padres y sabe agradecer el don de la vida recibida por ellos.

Salmo Responsorial: 127, 1- 5

Segunda Lectura: Colosenses 3, 12- 21
La caridad es el vínculo de la perfección, de ella deben derivarse los deberes de cada uno de los miembros de la familia.

Evangelio: Mateo 2, 13- 15. 19- 23
La Sagrada Familia, obediente a la voz de Dios, acata en todo su Voluntad y así colabora fielmente a la realización de sus designios.

Preces: Sagrada Familia

Unidos en la Iglesia, que es la familia de Dios, oremos a nuestro Padre del cielo.

A cada intención respondemos cantando:

* Por las intenciones del santo Padre en el día de hoy referidas a las familias, para que éstas sepan dar su aportación con generosidad cristiana en la propagación de los valores evangélicos Oremos.
* Por la Iglesia, para que manifieste siempre su voluntad de promover y defender contra toda insidia la vidahumana, en cualquier condición o fase de desarrollo en que se encuentre. Pedimos especialmente por los frutos del próximo sínodo dedicado a la Familia. Oremos.
* Por los esposos, para que la Sagrada Familia los anime a mantener entre ellos el mutuo amor en el don de sícotidiano, pasando por encima de toda dificultad y desavenencia. Oremos.
* Por la relación entre padres e hijos, y entre los hermanos, para que las familias desunidas puedan reencontrarcaminos de convivencia y comprensión. Oremos.
*Para que nuestra Congregación sepa, mantener siempre vivo el espíritu de Familia, que es el espíritu que Dios quiso concedernos al servicio de la Iglesia. Oremos

Padre providente, que enviaste a tu Hijo para salvarnos, recibe la oración de tu familia que peregrina en esta tierra. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Liturgia Eucarística

ofertorio:
Queremos llevar hasta el Altar nuestras mejores disposiciones para celebrar la Eucaristía, manantial de caridad. * Ofrecemos alimentos. Con ellos nuestra disponibilidad para ayudar a las familias que sufren la pobreza y la indigencia.
* Presentamos pan y vino para el sacrificio eucarístico que representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia.

Comunión:

El Pan eucarístico hace de nosotros un único cuerpo. He aquí la revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia.

Salida:

¡Virgen María, Madre de la Iglesia doméstica! Sea ella, esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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EXÉGESIS

[accordions title=”EXÉGESIS”]
[accordion title=”Fray Justo Pérez de Urbel, OSB ” load=”hide”]Mt 2, 13-22

EN EL DESTIERRO

La presencia de los Magos fue como un relámpago de gloria sobre la infancia de Jesús. Poco después de llegar, al día siguiente, ellos partieron, dejando una estela de comentarios y habladurías. Pero, cuando más ufanos estaban de poder contar a Herodes las cosas que habían visto y oído, recibieron en sueños la orden de volver a su tierra por un camino distinto. Dejando, pues, la ruta de Jerusalén y Jericó, atravesaron los campos betlemitas para dirigirse, entre páramos y barrancos, a ganar el camino, que, tocando la fortaleza herodiana de Masada, se dirigía a la Transjordania, después de costear la ribera occidental del mar Muerto.

“Y luego que los Magos se fueron—dice el evangelista—, aparecióse a José en sueños el ángel del Señor, y le dijo: “Levántate, toma al Niño y a su Madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarlo”. Jefe de la .Sagrada Familia, San José cumple su misión de protegerla y librarla de los peligros. Se levanta inmediatamente, y, a favor de las tinieblas, huye aquella misma noche, y se dirige hacia Egipto, a través del desierto. Son tres o cuatro días de viaje por un camino en el que todavía se puede ver la estatuca que nos presenta la pintura cristiana, al reproducir este pasaje del Evangelio: una mujer, envuelta en sus blancos vestidos, sentada sobre un asno; un niño, que duerme tranquilamente, agazapado en su regazo, y un hombre que camina al lado como guía y que de cuando en cuando se acerca solícito a la mujer. Aquella fuga en medio de la noche es considerada por la piedad cristiana como uno de los siete dolores de
María. Fue, ciertamente, una prueba llena de sobresaltos y terrores, de fatigas y penalidades. Lentamente, al paso del borriquillo, tratando de seguir las pistas menos holladas por las caravanas, avanzaban los fugitivos, sin olvidar un solo momento que los esbirros del rey podían súbitamente interceptar sus pasos. Con relativa rapidez pudieron dejar atrás el camino que lleva de Belén a Hebrón y de Hebrón a Bersabée. Aquí comenzaba, y comienza todavía, la estepa desolada, que no tarda en convertirse en el árido desierto, en el clásico mar de arena, donde no se ve ni un junco, donde no crece una hierba, donde la vista no encuentra ni un hilito de agua. Era el desierto de Idumea, que cincuenta años antes habían atravesado las legiones de Gabinio, expertas en marchas fatigosas, y que, no obstante, estaban más aterradas de aquella travesía que de los combates que les aguardaban en Egipto; el que cruzará setenta años después el ejército de Tito en sentido inverso, cuando venga a destruir Jerusalén. Los apócrifos nos pintan un viaje triunfal, en el cual las fieras corrían a ponerse a los pies de Jesús; las fuentes brotaban a su paso, los árboles inclinaban sus ramas para hacerle sombra, las palmeras inclinaban sus palmas para ofrecer sus dátiles, hasta los bandidos les proveían de los alimentos necesarios. La realidad debió ser muy distinta: el cansancio, la sed, las noches al raso, el polvo levantado por el viento, el calor sofocante, la nebulosidad de la llanura arenosa, tales fueron los principales motivos de la pena que acongojaba a los peregrinos. Y a ellos se juntaba otro mayor: el temor de los soldados de Herodes. Así hasta Riconolura, frontera del reino de Judea, hasta el “arroyo de Egipto”, el ancho lecho del río que servía de frontera y que casi nunca llevaba agua. Ya estaban a salvo.

EL RETORNO

María y José vivían en Egipto ajenos a todos estos horrores e intrigas de la ambición. En aquel país extraño para ellos, entre canales de agua rojoparduzca, donde flotaban los barcos veleros y donde las ruedas de las norias gemían constantemente, el humilde carpintero trabajaba en silencio, aguardando una nueva manifestación de la voluntad divina, aunque apesadumbrado siempre por el espectáculo de tantas supersticiones, de tantos ídolos, de ritos y procesiones y mitologías tan groseras, de estatuas tan numerosas, tan monstruosas y tan ridículas. Al fin llegó la hora del regreso. “Muerto Herodes—dice San Mateo—, un ángel del Señor se apareció en sueños a José, y le dijo: “Toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al Niño.” Los tres desterrados atraviesan otra vez el desierto, y, al pasar la frontera, les informan de la nueva situación política de Palestina. En un principio, José había pensado dirigirse a Belén, tal vez porque la cercanía con la capital le ofreciese condiciones favorables de trabajo, o bien porque consideraba que, como hijo de David, Jesús debía crecer en la ciudad de su glorioso antepasado; pero, al saber que en Jerusalén, donde no se habían borrado todavía las huellas del paso de los Magos, reinaba un hijo de Herodes, que había empezado a descubrir una crueldad semejante a la de su padre, la duda vuelve a intranquilizar su espíritu, hasta que recibe en sueños la orden de establecerse en Nazaret. De esta manera, observa San Mateo, se cumplieron dos antiguas profecías. Hablando en nombre de Dios, había dicho Oseas: “De Egipto llamé a mi Hijo”; y, recogiendo más bien el espíritu que la letra de los profetas mesiánicos, pudo citar el evangelista esta frase, que textualmente falta en el Antiguo Testamento: “Será llamado nazareno”. Tal vez con ella quiere el evangelista aludir a la conocida profecía de Isaías: “Saldrá un tallo del tronco de José, y de su raíz florecerá un brote”. Brote en hebreo es neser, etimología del nombre de Nazaret, según querían los nazarenos. Por lo demás, el carácter mesiánico de este pasaje es reconocido por toda la tradición rabínica. Es posible también que San Mateo, con motivo del nombre de Nazaret, recuerde el nazirato, el estado del nazareno, es decir, el estado de aquel que se consagraba a Dios, como Sansón, que fue llamado Nazir de Dios desde sus primeros ata, y en el cual se veneraba un símbolo del Mesías, como salvador que había sido del pueblo escogido. “Citando los profetas en general—dice San Jerónimo—, nos da entender San Mateo que toma de la Escritura, no la frase, sino el sentido”.

FRAY JUSTO PERES DE URBEL OSB, Vida de Cristo, Rialp Madrid 1987, 79-81.83-85

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COMENTARIO TEOLÓGICO

[accordions title=”COMENTARIO TEOLÓGICO”]
[accordion title=”San Juan Pablo II” load=”hide”]El servicio de la paternidad

7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia.

Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).

Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (…) La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».[12]

El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne».[13] En este matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo
Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».[14]

Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la «indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento»,[15] elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. [16] «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida».[17]

¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa»;[18] es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica»,[19] donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas».[20]

8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación».[21] Su paternidad se ha expresado concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa». [22]

La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la salvación de los hombres»,[23] precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito».[24] León XIII subraya la sublimidad de esta misión: «El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre».[25]

Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer».[26]

Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15).

En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar, respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran…» y la referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.

Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor»,[27] aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.

El censo

9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo». Orígenes describe acertadamente el significado teológico inherente a este hecho histórico, ciertamente nada marginal: «Dado que el primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén».[28]

El nacimiento en Belén

10. Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. Así lo narra Lucas: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2, 6-7).

José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento» (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la adoración de los Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11).

La circuncisión

11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a Jesús.

El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.; 10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13), alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1, 20).

La imposición del nombre

12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la salvación (cf. Act 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de su «anunciación»: «Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.

La presentación de Jesús en el templo

13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de edad en el templo.

El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús, que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor mismo del rescate.

El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,
33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la «salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf. Lc 2, 30-34).

La huida a Egipto

14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: «Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2, 39-40).

Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: «Después que ellos (los Magos) se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle”» (Mt 2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos» (Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos él «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos años para abajo» (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo sido advertido en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”» (Mt 2, 14-15; cf. Os 11, 1).

De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel había tomado la vía del éxodo «en condición de esclavitud» para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.

[12] S. Agustín, Sermo 51, 10, 16: PL 38, 342.
[13] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I. 11, 12: PL 44, 421; cf. De consensu evangelistarum, II, 1, 2: PL, 34, 1071; Contra Faustum, III, 2: PL, 42, 214.
[14] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I, 11, 43: PL, 44, 421; cf. Contra Iulianum, V, 12, 46: PL, 44, 810. [15] S. Agustín, Contra Faustum, XXIII, 8; PL 42, 470 ss.; De consensu evangelistarum, II, I, 3: PL 34, 1072; Sermo 51, 13, 21: PL, 38, 344 s.; S. Tomás, Summa Theol., III, q. 29, a. 2 in conclus.
[16] Cf. Alocuciones del 9 de enero; 16 de enero; 20 de febrero de 1980: Insegnamenti, III/I (1980), pp. 88-92; 148152; 428-431.
[17] Pablo VI, Alocución al Movimiento «Equipes Notre-Dame (4 de mayo de 1970), n. 7: AAS 62 (1970), p. 431. Análoga exaltación de la Familia de Nazaret como modelo absoluto de la comunidad familiar se halla, por ejemplo, en León XIII, Carta Apost. Neminem fugit (14 de junio de 1892): Leonis XIII P.M. Acta, XII (1892), pp. 149 s.; Benedicto XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): AAS 12 (1920), pp. 313-317.
[18] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 17; AAS 74 (1982),p. 100.
[19] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 49: AAS 74 (1982), P. 140; Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia. 11; Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los Seglares, 11.
[20] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 85: AAS 74 (1982), pp. 189 s.
[21] S. Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. V, 3: PG 57, 57-58.
[22] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1966): Insegnamenti, IV (1966), p. 110.
[23] Cf. Missale Romanum, Collecta: in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.».
[24] Cf. Ibid., Praefatio in «Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.».
[25] Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 178.
[26] Pío XII, Radiomensaje a los alumnos de las escuelas católicas de los Estados Unidos de América (19 de febrero de 1958): AAS 50 (1958), P. 174.
[27] Orígenes, Hom. XIII in Lucam, 7: S. Ch. 87, pp. 214 s. [28] Orígenes, Hom. X in Lucam, 6: S. Ch. 87, pp. 196 s.

(San Juan PabLo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, nº 7 – 14)
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SANTOS PADRES

[accordions title=”SANTOS PADRES”]
[accordion title=”San Juan Crisóstomo” load=”hide”]POR QUÉ NO SE SALVAN JUNTOS
EL NIÑO Y LOS MAGOS

Cuando los magos se hubieron retirado, he aquí que el ángel del Señor se aparece a José en sueños y le dice:
Levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Aquí hemos de resolver una dificultad acerca de los magos y acerca del niño. Porque, si es cierto que aquéllos no se alborotaron y todo lo aceptaron con obediencia, no por ello hemos nosotros de dejar de preguntarnos por qué no se salvan, aun quedándose allí, los magos y el niño, sino que aquéllos son enviados a Persia y éste tiene que huir con su madre a Egipto. ¿Pues qué? ¿Queréis que hubiera caído en manos de Herodes, y aun entre sus manos no recibir el golpe mortal? En este caso, se hubiera pensado que no había tomado carne, y no se hubiera creído el gran misterio de la encarnación. Y, en efecto, si, aun sucediendo así las cosas y dispuestas tantas otras de la vida del Señor humanamente, se han atrevido algunos a decir que es un mito eso de que Dios tomara carne, ¿en qué impiedades no hubiera caído de haberlo Él hecho todo divinamente y según su poder infinito? En cuanto a los magos, despáchalos aprisa, primero porque quiere enviar maestros a su patria de Persia y luego porque quiere cortar la locura del tirano Herodes: Que se dé cuenta que emprende una cosa imposible, que apague su furor, que desista de su vano intento. El mismo poder supone vencer tranquilamente a los enemigos que burlarlos con la mayor facilidad. Por lo menos así engañó a los egipcios en favor de los judíos. Podía Dios muy bien haber hecho pasar la riqueza de aquéllos a manos de los hebreos. Sin embargo, manda que eso se haga a escondidas y con engaño[1]. Lo cual no le hizo menos temible a sus enemigos que cualquiera otro de los milagros.

2. Así los escalonitas y demás habitantes de aquellas ciudades que, por haber capturado el arca de la alianza, fueron heridos por Dios con plaga de ratones, cuando exhortaron a los suyos a no proseguir la guerra ni ponerse frente a Él, entre los otros milagros, alegaron también éste, diciendo: ¿Por qué endurecéis vuestros corazones como los endurecieron Egipto y Faraón? ¿No es así que sólo cuando se burló de ellos despacharon al pueblo y salió éste de Egipto?”[2] Cuando así hablaban, prueba es que para ellos este milagro no era menor que los públicamente realizados, para poner de manifiesto el poder y la grandeza de Dios, Pues también lo sucedido con los magos era bastante para impresionar al tirano. Considerad, en efecto, lo que tuvo que sufrir Herodes y cómo se ahogaría al verse así engañado y puesto en ridículo por los magos. ¿Y qué, si no se hizo mejor? —Eso ya no es culpa de quien todo lo ordenó para que se mejorara. La culpa fui de su extrema locura, que no se rindió a lo que podía haberla calmado y apartado de su maldad. Más bien que rendirse siguió aún más adelante, con lo que recibiría mayor castigo de su insensatez.

POR QUÉ HUYE JESÚS A EGIPTO

¿Y por qué—me diréis—es enviado el niño a Egipto? La razón la da particularmente el evangelista: Porque se cumpliera —dice—lo que fue dicho por el Señor por boca del profeta, diciendo: “De Egipto he llamado a mi hijo”[3]. Pero juntamente el Señor anunciaba a toda la tierra un como preludio de buenas esperanzas. Como en Babilonia y Egipto ardía más que en parte alguna el incendio de la impiedad, al mostrar el Señor desde el principio que las ha de corregir y mejorar, persuade a la tierra entera a que tenga buena esperanza. De ahí que a los magos los manda a tierras de Babilonia y Él mismo con su madre marcha a Egipto.

Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña parte para nuestra filosofía ¿Qué enseñanza es ésa? Que desde el principio hay que aguardar tentaciones y asechanzas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él desde los pañales. En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece, Él tiene que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros. Tú que esto oyes, cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual y luego te veas entre sufrimientos intolerables y metido entre peligros sin cuento, no te turbes ni digas: ¿Qué es esto? ¿No merecía yo que se me coronara y proclamara, no merecía ser ilustre y glorioso, puesto que estoy cumpliendo un mandato del Señor?” No, ahí tienes el ejemplo. Súfrelo todo generosamente, sabiendo que eso acompaña particularmente a los espirituales; que ésa es su herencia: tentaciones y pruebas por todas partes. Mira, si no, cómo así sucede con la madre del niño y con los magos. Estos tienen que retirarse como fugitivos, y a aquélla, que no había jamás traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y molesto viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel espiritual alumbramiento. Y mirad otra paradoja: Palestina acecha a la vida del niño, y Egipto le libra de las asechanzas. Y es que no sólo en los hijos del patriarca se daban las figuras, sino también en el Señor mismo. Muchas cosas, en efecto, que habían de suceder más tarde, eran ya de antemano anunciadas por lo que entonces Él hacía. Tal, por ejemplo, lo del asna y su pollino.

PANEGÍRICO DE SAN JOSÉ

Aparecido, pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre. Aquí ya no le dice: “Toma a tu mujer”. Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José estaba asegurado en su fe; el ángel, por ende, puede hablar ya con libertad, y no llama suyos ni a la mujer ni al niño. Toma—le dice—al niño y a su madre y huye a Egipto. Y ahora la causa de la huida: Porque Herodes —le dice— ha de atentar a la vida del niño.

3. Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: Esto parece un enigma. Tú mismo me decías no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje y largo desplazamiento. Esto es contrario a tu promesa. Pero nada de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: Y estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso se entorpece, sino que obedece y cree y soporta todas las pruebas alegremente. Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José. Si no, mirad. Vió preñada a la Virgen, y esto le llenó de turbación y angustia suma, pues pudo sospechar que su esposa hubiera cometido un adulterio; pero inmediatamente se presentó el ángel, que le disipó la sospecha y quitó todo temor. Ve al niño recién nacido, y ello le procura la más grande alegría; pero bien pronto a esta alegría le sucede un peligro no pequeño: la ciudad se alborota, el rey se enfurece y busca matar al recién nacido. A este alboroto síguele pronto otra alegría: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Tras este placer, otra vez el miedo y el peligro: Porque busca—le dice el ángel—Herodes el alma o vida del niño. Y nuevamente el ángel da orden de huir y cambiar de sitio a lo humano, pues no era aún tiempo de hacer maravillas. Si el Señor hubiera empezado a hacer milagros desde su primera edad, no se le hubiera tenido por hombre. De ahí que tampoco se construye de golpe el templo de su cuerpo, sino que primero viene la concepción, luego la gestación por nueve meses, luego el parto, luego la leche de los pechos, el silencio por todo aquel tiempo; en fin, el Señor espera la edad conveniente de varón a fin de que por todos estos medios sea fácilmente aceptado el misterio de la encarnación. ¿Por qué, pues—me diréis—, se hicieron estos milagros desde el principio? Se hicieron en gracia a la madre, a José, a Simeón, que estaba ya para salir de este mundo; por los pastores, por los magos, por los judíos. Porque, si éstos hubieran querido atender con cuidado a lo que sucedió al principio, no hubieran sacado poco fruto para lo por venir.

POR QUÉ NO HABLAN LOS PROFETAS SOBRE
LOS MAGOS. INTERPRETACIÓN DE OSEAS

Que los profetas no hablen acerca de los magos, cosa es que no debe turbarte, pues ni todo lo dijeron ni todo lo callaron. Si Alada hubiéramos oído de ellos, ver de pronto suceder las cosas, nos hubiera producido gran espanto y perturbación; pero saberlo de antemano todo, nos hubiera hecho dormitar y nada hubieran tenido ya que hacer los evangelistas.

En cuanto al texto de Oseas: De Egipto he llamado a mi hijo, los judíos pretenden haber sido dicho por ellos. A esto les podemos responder que es ley de la profecía decir con frecuencia una cosa sobre unos y cumplirse sobre otros. Tal lo que se dice de Simeón y Leví: Yo los dividiré en Jacob y los esparciré en Israel[4]. Lo cual no se cumplió en ellos, sino en sus descendientes. Y lo que Noé dijo sobre Canaán vino a verificarse en los gabaonitas, que eran descendientes de Canaán. Lo mismo pudiera decirse de Jacob. Aquellas bendiciones de su padre Isaac: Sé señor de tu hermano y adórente los hijos de tu padre[5], no tuvieron en él su cumplimiento— ¿cómo lo iban a tener, cuando él temblaba ante su hermano y mil veces se postraba para adorarle?—, sino en sus descendientes. Lo mismo, en fin, en el texto de Oseas. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse hijo de Dios: el que adora al becerro y se inicia en los misterios de Belfegor[6] y sacrifica sus hijos a los demonios, o el que es Hijo por naturaleza y honra siempre a su Padre?[7] De suerte que, de no haber venido este Hijo, la profecía no hubiera tenido cumplimiento conveniente.

LA ESTANCIA EN EGIPTO DEL PUEBLO HEBREO, FIGURA DE LA DEL SEÑOR

4. Mira, si no, cómo el evangelista da a entender esto mismo al decir: Porque se cumpliera, mostrando que, de no haber venido Cristo, no se hubiera cumplido. Esto hace—y no como quiera—ilustre y gloriosa a la Virgen. Lo que el pueblo judío entero tenía por timbre de gloria—haber salido de Egipto—, eso mismo podía tenerlo ella en adelante. Mucho se enorgullecían, mucho blasonaban ellos de haber salido de Egipto—y el profeta mismo lo da a entender cuando dice: ¿Acaso saqué a los extranjeros de Capadocia, y a los asirios del pozo?[8]—. Pues lo mismo es ahora perrogativa de la Virgen. Es más, la entrada y salida del pueblo y los patriarcas en Egipto era figura de esta huida y vuelta de la Virgen y el niño. Aquéllos bajaron allí huyendo la muerte por hambre; el niño, huyendo la muerte por insidias de Herodes. Ellos, llegados allí, se vieron libres del hambre; el niño con su venida santificó, toda aquella tierra.

Pero considerad también cómo, entre tantas humillaciones, se descubre también la divinidad del niño. En efecto, al decirle el ángel a José: Huye a Egipto, no le prometió acompañarlos él en el camino, ni a la ida ni a la vuelta, dándole a entender que su mejor compañía era el mismo niño recién nacido. Este niño, apenas aparecido, lo transformó todo, y a sus mismos enemigos los hizo entrar en el servicio de sus designios. En efecto, los magos—unos extranjeros—dejan su superstición patria y vienen a adorarle; César Augusto, por su decreto de empadronamiento, contribuye a su nacimiento en Belén; Egipto le recibe en su huida y le salva de las maquinaciones de Herodes, con lo que se adquiere un título para pertenecerle luego. Así, cuando más adelante oye que se lo predican los apóstoles, él se ufana de haber sido el primero en recibirlo. A la verdad, éste fue privilegio de sola Palestina; sin embargo, Egipto le ganó en fervor.

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 8, 1-4, BAC Madrid 1955, 147-54
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APLICACIÓN

[accordions title=”APLICACIÓN”]
[accordion title=”San Juan Pablo II – Situación de la familia en el mundo actual” load=”hide”]Situación de la familia en el mundo de hoy

6. La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos y aspectos negativos: signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios.

En efecto, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa. Por otra parte no faltan, sin embargo, signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional.

En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta.

Merece también nuestra atención el hecho de que en los países del llamado Tercer Mundo a las familias les faltan muchas veces bien sea los medios fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio, en los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumística, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas; y así la vida en muchas ocasiones no se ve ya como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse.

La situación histórica en que vive la familia se presenta pues como un conjunto de luces y sombras.

Esto revela que la historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate entre libertades que se oponen entre sí, es decir, según la conocida expresión de san Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios.(16)

Se sigue de ahí que solamente la educación en el amor enraizado en la fe puede conducir a adquirir la capacidad de interpretar los «signos de los tiempos», que son la expresión histórica de este doble amor.

Influjo de la situación en la conciencia de los fieles

7. Viviendo en un mundo así, bajo las presiones derivadas sobre todo de los medios de comunicación social, los fieles no siempre han sabido ni saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar.

Entre los signos más preocupantes de este fenómeno, los Padres Sinodales han señalado en particular la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a «desposarse en el Señor»; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe viva, sino por otros motivos; el rechazo de las normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la sexualidad dentro del matrimonio.

Nuestra época tiene necesidad de sabiduría

8. Se plantea así a toda la Iglesia el deber de una reflexión y de un compromiso profundos, para que la nueva cultura que está emergiendo sea íntimamente evangelizada, se reconozcan los verdaderos valores, se defiendan los derechos del hombre y de la mujer y se promueva la justicia en las estructuras mismas de la sociedad. De este modo el «nuevo humanismo» no apartará a los hombres de su relación con Dios, sino que los conducirá a ella de manera más plena.

En la construcción de tal humanismo, la ciencia y sus aplicaciones técnicas ofrecen nuevas e inmensas posibilidades. Sin embargo, la ciencia, como consecuencia de las opciones politicas que deciden su dirección de investigación y sus aplicaciones, se usa a menudo contra su significado original, la promoción de la persona humana. Se hace pues necesario recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal. Volver a comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad. Sólo la conciencia de la primacía de éstos permite un uso de las inmensas posibilidades, puestas en manos del hombre por la ciencia; un uso verdaderamente orientado como fin a la promoción de la persona humana en toda su verdad, en su libertad y dignidad. La ciencia está llamada a ser aliada de la sabiduría.

Por tanto se pueden aplicar también a los problemas de la familia las palabras del Concilio Vaticano II: «Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si no se forman hombres más instruidos en esta sabiduría».(17)
La educación de la conciencia moral que hace a todo hombre capaz de juzgar y de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original, se convierte así en una exigencia prioritaria e irrenunciable.

Es la alianza con la Sabiduría divina la que debe ser más profundamente reconstituida en la cultura actual. De tal Sabiduría todo hombre ha sido hecho partícipe por el mismo gesto creador de Dios. Y es únicamente en la fidelidad a esta alianza como las familias de hoy estarán en condiciones de influir positivamente en la construcción de un mundo más justo y fraterno.

Gradualidad y conversión

9. A la injusticia originada por el pecado —que ha penetrado profundamente también en las estructuras del mundo de hoy— y que con frecuencia pone obstáculos a la familia en la plena realización de sí misma y de sus derechos fundamentales, debemos oponernos todos con una conversión de la mente y del corazón, siguiendo a Cristo Crucificado en la renuncia al propio egoísmo: semejante conversión no podrá dejar de ejercer una influencia beneficiosa y renovadora incluso en las estructuras de la sociedad.

Se pide una conversión continua, permanente, que, aunque exija el alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, se actúa sin embargo concretamente con pasos que conducen cada vez más lejos. Se desarrolla así un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del hombre. Por esto es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el fin de que los fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma civilización, partiendo de lo que han recibido ya del misterio de Cristo, sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida.

(San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, nº 6-9)
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[accordion title=”San Juan Pablo II – Fiesta de la Sagrada Familia” load=”hide”]Fiesta de la Sagrada Familia

“Christus natus est nobis, venite adoremus”

La Iglesia entera está aún todavía invadida por la alegría de la Navidad. La alegría de la que participan los corazones de los hombres, reanima las comunidades humanas, se manifiesta en las tradiciones, en las costumbres, en el canto y en la cultura entera.

Un día, en los campos de Belén, los pastores que guardaban sus rebaños fueron atraídos por este anuncio, que hoy repite la Iglesia entera. Todos lo transmiten, por así decir, de boca en boca, de corazón a corazón. “Christus natus est nobis, venite adoremus”.

La Iglesia vive hoy la alegría de la Navidad del Señor, del Hijo de Dios, en Belén: como misterio de la Familia, de la Santa Familia.

Es una verdad profundamente humana: por el nacimiento de un niño la comunidad conyugal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa, se hace más perfectamente familia. Al mismo tiempo, éste es un gran misterio de Dios, que se revela a los hombres: el misterio escondido en la fe y en el corazón de aquellos Esposos, de aquellos Cónyuges: María y José, de Nazaret. Al comienzo sólo ellos fueron testigos de que el Niño que nació en Belén es “Hijo del Altísimo”, venido al mundo por obra del Espíritu Santo.

A ellos dos, a María y José, les fue dado a conocer el misterio de aquella Familia que el Padre celestial, con el nacimiento de Jesús, formó con ellos y entre ellos.

En la medida en que este misterio se revela a los ojos de la fe de los otros hombres, la Iglesia entera ve en la
Santa Familia una particular expresión de la cercanía de Dios y al mismo tiempo un signo particular de elevación de toda familia humana, de su dignidad, según el proyecto del Creador.

Esta dignidad se confirma de nuevo con el sacramento del matrimonio, con ese sacramento que es grande como dice San Pablo- “en Cristo y en la Iglesia” (cfr. Ef 5,32).

Orientando los ojos de nuestra fe hacia la Santa Familia, la liturgia de este domingo trata de poner de relieve lo que es decisivo para la santidad y la dignidad de la familia. Hablan de ello todas las lecturas: tanto el libro del Sirácida como la Carta de San Pablo a los Colosenses, como, finalmente, el Evangelio según Mateo.

En el Salmo responsorial se pone de relieve la singular presencia de Dios en la familia, en la comunión matrimonial del marido y de la mujer, en la comunión que lleva al amor y a la vida. Dios está presente en esta comunión como Creador y Padre, dador de la vida humana y de la vida sobrenatural, de la vida divina. De su bendición participan los cónyuges, los hijos, su trabajo, sus alegrías, sus preocupaciones.

“Dichoso el que teme al Señor… serás dichoso, te irá bien… tu mujer, como parra fecunda… tus hijos, como renuevos de olivo… que veas la prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida” (Sal 127/128).

San Pablo, en la Carta a los Colosenses, trata de poner de relieve el clima de la familia cristiana: el clima espiritual, el clima afectivo, el clima moral.
Escribe: “Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Col 3,12-14).

Hay que leer con atención y meditar todo el pasaje de la Carta a los Colosenses, en el que el Apóstol formula los buenos deseos para los cónyuges y las familias cristianas sobre todo aquello que determina el verdadero bien de la comunidad humana, especialmente de aquella que en síntesis se puede llamar “communio personarum”, “íntima comunidad de vida y de amor” (cfr. Gaudium et spes, 49).

No existe otra comunidad interhumana tan unificante, tan profunda y universal como la familia. Y al mismo tiempo, tan capaz de hacer felices, y tan exigente, porque es muy vulnerable, dado que está expuesta a diversas “heridas”.
Por ello los buenos deseos del Apóstol se refieren a los problemas más esenciales de la familia cuando escribe:

– revestíos de “amor, que es el ceñidor de la unidad consumada…”;
– “la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón…”;
– “la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza”.

Así se forma la familia humana en toda su dignidad y nobleza, en su entera belleza espiritual (que es incomparablemente más importante que todas las riquezas “reales” y materiales), ¡por la Palabra de Dios!, ¡por la palabra de Cristo!

En esta Palabra se encierran las indicaciones y los mandamientos que determinan la solidez moral de aquella fundamental comunidad humana, de aquella “communio personarum”.
Por ello se puede decir que toda la primera lectura de la liturgia de hoy es un amplio comentario al IV mandamiento del Decálogo:

¡”Honra a tu padre y a tu madre”!
Hay que leer con atención este texto y meditarlo, teniendo siempre ante los ojos aquel “amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”.

Efectivamente, el amor crea el honor, la estima recíproca, la solicitud premurosa, tanto en la relación de los hijos hacia los padres, como en la de los padres hacia los hijos, y sobre todo en la relación recíproca entre los cónyuges.

De este modo el matrimonio y la familia se convierten en aquel ambiente educativo que es absolutamente insustituible: el primero y fundamental y más consistente ambiente humano, que se convierte luego la “iglesia doméstica”. Se puede decir que en la familia también la educación se hace, a menudo inadvertidamente, una autoeducación, porque una sana comunidad familiar permite de por sí el desarrollo normal de toda persona que la compone.
En efecto, junto a los padres deben madurar los jóvenes, hijos e hijas, para una específica vocación que cada uno de ellos recibe de Dios.

Hagamos siempre nuestras las palabras de esta oración:

“Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo: concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo”.

Homilía de San Juan Pablo II en la parroquia romana de San Marcos el domingo 29 de diciembre de 1985
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EJEMPLOS PREDICABLES

[accordions title=”EJEMPLOS PREDICABLES”]
[accordion title=”La familia” load=”hide”]La familia es un punto de referencia insustituible para la persona y la comunidad, porque ese es el primer lugar donde el ser humano experimenta, en el amor de pareja, así como en la generación y cuidado de los hijos, el amor y la donación de sí mismos. Por esto la familia es la “célula” de la sociedad, la roca sobre la cual naufragan todas las ideologías de tipo individualista o colectivista.

1. La familia es el ambiente donde la persona empieza a desarrollarse, es su primer entorno de crecimiento. Fundar una familia de forma responsable requiere una reflexión y compromiso previos, lo que conlleva el dar y recibir amor, enseñanza y afecto entre todos sus miembros. Nos comprometemos a buscar que en nuestras familias se mantengan unas relaciones de confianza, amor, afecto, interés y ayuda mutua, a fin de que todos sus miembros se sientan edificados y apoyados unos por otros. Transmitirnos cariño también es necesario, sin darlo por supuesto, sino expresándolo con gestos.

2. Es importante que la familia sea fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, con hijos y miembros de distintas edades que convivan entre sí, dándoles a cada uno el honor que le es debido. Nos comprometemos a apreciar a todos los miembros de nuestras familias en cualquier situación, dándoles honor y demostrando una actitud de servicio o ayuda mutua.

3. Las relaciones entre los miembros de la familia deben caracterizarse por un amor auténtico, superando la brecha generacional y los posibles intereses particulares. Nos comprometemos a evitar que algún miembro de la familia sea considerado un instrumento para la satisfacción de las necesidades o intereses de los otros, relacionándonos con verdadero sentimiento de gratitud, admitiendo los errores, siendo empáticos y colaborativos.

4. Vale la pena luchar por la unidad y la solidaridad de la familia evitando cualquier tipo de separación. Las relaciones dentro del ámbito familiar deben ser siempre fomentadas para que el vínculo entre sus miembros sea fuerte y no se pierda. Nos comprometemos a defender la fidelidad y la unidad, a vivir el perdón y la abnegación, como formas de resolver los conflictos. Lo cual no quita que se intente educar a las personas y ayudarlas a cambiar en todo aquello que sea nocivo para la sana convivencia. Buscaremos dedicar tiempo a nuestra familia sin que el trabajo u otro ámbito de la vida deterioren la comunicación, el diálogo, la relación de amistad entre sus miembros.

5. Tener presente a Dios y la espiritualidad en la vida familiar la hace más fuerte ante las dificultades de la vida. Nos comprometemos a vivir valores y virtudes que rijan nuestras relaciones familiares, de modo que haya mayor amor, solucionemos los problemas y luchemos por hacer el bien a otras personas.

6. Todos los miembros de la familia deben ser tratados por igual y tener las mismas oportunidades, especialmente en lo referente a la educación, la toma de decisiones, la libertad y la justicia, respetando sus singularidades y necesidades. Nos comprometemos a amar, respetar y ser tolerantes con cada miembro de nuestras familias sin hacer distinción de sexo, edad o capacidades intelectuales.
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