PRIMERA LECTURA
Cuando el malvado se aparta del mal
él mismo preserva su vida
Lectura de la profecía de Ezequiel 18, 24-28
Esto dice el Señor:
Si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de su infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá.
Ustedes dirán: «El proceder del Señor no es correcto». Escucha casa de Israel: ¿acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 24, 4-9 (R.: 6a)
R. Acuérdate, Señor, de tu compasión.
Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador,
y yo espero en ti todo el día. R.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud:
por tu bondad, Señor, acuérdate de mi según tu fidelidad. R.
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R.
SEGUNDA LECTURA
Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 1-11
Hermanos:
Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos.
Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.
Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús.
Él, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».
Palabra de Dios.
O bien más breve:
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 1-5
Hermanos:
Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos.
Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.
Vivan con los mismos sentimientos que hay en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 10, 27
Aleluia.
«Mis ovejas escuchan mi voz,
Yo las conozco y ellas me siguen», dice el Señor.
Aleluia.
EVANGELIO
Se arrepintió y fue.
Los publicanos y las prostitutas
llegan antes que ustedes al Reino de Dios
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 28-32
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. El respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».
Palabra del Señor.
W. Trilling
Parábola de los dos hijos
(Mt 21,28-32)
En san Marcos, la parábola de los viñadores homicidas había seguido a la discusión sobre la autoridad. San Mateo interpone la parábola de los dos hijos, con su aplicación (21,31b-32). A la parábola de los viñadores san Mateo junta la parábola del banquete de las bodas reales (22,1-14) y reúne así una tríada de parábolas. Estas tres parábolas van dirigidas a los adversarios y contienen un severo ajuste de cuentas. En su distinta dirección se complementan recíprocamente. También puede notarse una gradación. La primera parábola habla de la raíz de la recusación, la incredulidad. La segunda anuncia que los viñadores serán castigados y que se les quitará la viña (sobre todo 21,41). La tercera habla de la reprobación que ya se ha efectuado y del castigo que se llevó a cabo (sobre todo 22,7). En estas parábolas de un modo a duras penas velado se anticipa lo que en el capítulo 23 dice explícitamente el discurso antifarisaico.
28 ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Acercándose al primero, le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. 29 él le respondió: Voy, señor; pero no fue. 39 Se acercó luego al segundo y le dijo lo mismo. Este respondió: No quiero; pero después se arrepintió y fue. 31 ¿Cuál de los dos cumplió las voluntad del padre? Responden: El último.
Esta parábola no es una historia desarrollada, sino que propiamente consiste en una doble pregunta. Se contrapone a dos hijos de un padre, de una manera parecida como en la narración del hijo pródigo y del hijo que se había quedado en casa (Luc_15:11-32). Los dos hijos son invitados a ir a trabajar a la viña del padre. El primero se declara dispuesto, pero luego no va. El segundo al principio rehúsa, pero muda de parecer y va a trabajar. Se deja al descubierto el contraste entre lo que se dice y lo que se hace. Lo que importa es «cumplir la voluntad del padre». No deciden las palabras, sino las acciones. Aunque el segundo al principio se negó, con todo ha cumplido la voluntad de su padre. Eso los adversarios también tienen que reconocerlo a Jesús. Por otra parte, san Mateo hace resplandecer en la figura de este padre terreno la del Padre celestial. Dios encarga el trabajo y llama a los hombres para que le sirvan (cf. 20,1-16). Exige que realmente se cumpla su voluntad, con lo cual no se dispensa la confesión con los labios: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (7,21). El que oye y no hace, ha construido su casa sobre la arena. Cae la lluvia, los torrentes se precipitan y soplan los vientos y derriban la casa. Ha edificado la casa sobre la roca el que oye y hace, y así está firme en la tempestad del juicio (cf. 7,24-27). Poco después Jesús descubrirá la llaga de la doctrina y de la piedad farisaicas en la desavenencia entre lo que se dice y lo que se obra: «Pero no los imitéis en sus obras; porque dicen y no hacen» (23,3b). En esto se incluye el mayor peligro para servir cordialmente a Dios y a los hombres.
31b Díceles Jesús: Os aseguro que los publicanos y las meretrices llegan antes que vosotros al reino de Dios. 32 Porque se presentó Juan ante vosotros por el camino de la justicia, y no creisteis en él; pero los publicanos y las meretrices en él creyeron. Vosotros, en cambio, aun habiendo visto esto, no os habéis arrepentido para, finalmente, creer en él.
Jesús aplica la breve parábola a los adversarios en un ataque de aspereza inaudita. Los publicanos y las meretrices entrarán en el reino de Dios antes que ellos. Todos ellos oyeron el mismo llamamiento a la conversión y se les ha mostrado el camino de la verdadera justicia. Juan vino a todo el pueblo para llevarlo al Mesías. Pero lo han recusado, no se han convertido y no se han abierto a la fe. En cambio los publicanos lo hicieron (Luc_3:12). Estos no sólo han oído, sino que han preguntado por las obras: «¿Qué tenemos que hacer?» (cf. Luc_3:10-14). Son los mismos que también se abren a Jesús. Como Leví, que siguiendo la mera llamada de Jesús lo deja todo (Luc_9:9), como la pecadora en la casa de Simón, la cual se pone a los pies de Jesús con arrepentimiento y amor exuberantes (Luc_7:36-50). Y así se dijo que Jesús era «amigo de publicanos y pecadores» (Mt _11:19). Los adversarios lo han visto, pero no lo han reconocido como una señal para ellos. Han percibido la voz, pero no en su calidad de llamada. Se quedaron como espectadores indiferentes. Aunque sus ojos veían, estaban tan ofuscados que no entendían nada (Mt _13:13). El camino acertado hubiese sido ver, convertirse, creer, bautizarse. «Vosotros, en cambio, aun habiendo visto esto, no os habéis arrepentido para, finalmente, creer en él» (Mt _21:32b). Así también lo ha descrito el evangelista san Lucas: «Y al oírlo, todo el pueblo, incluso los publicanos, reconocieron los designios de Dios, recibiendo el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la ley frustraron el plan de Dios respecto de ellos mismos no recibiendo el bautismo de aquél» (Luc_7:29 s). Los pequeños han entendido, los grandes se han negado… Juan vino por el camino de la justicia, puesto que él pregonaba el reino de Dios (Mt _3:2). Esta fue la señal de la verdadera justicia futura, que Jesús trae en su plenitud. El sermón de la montaña es la doctrina de esta verdadera justicia (capítulos 5-7). Este sermón desde un punto de vista humano es el verdadero camino hacia el reino de Dios. Y desde el punto de vista divino es la revelación de este reino como la revelación de la verdadera justicia. Así lo dice Jesús en la frase: «Buscad primero el reino y (= a saber) su justicia…» (Mt _6:33). Juan y Jesús no han enseñado dos caminos diversos, sino el mismo camino. En la actividad del Bautista y en la de Jesús se ha testificado la misma sabiduría divina (Mt _11:19). El que no cree en Juan, tampoco creerá en el Mesías. El bautismo con que Jesús tiene que ser bautizado en su pasión (cf. Mar_10:38), no lo querrá recibir para llegar a la vida el que no tomó sobre sí su bautismo como corroboración de su voluntad de convertirse. Para él está interceptado el acceso al reino de Dios, porque no anduvo por el camino de la justicia. Porque solamente hay este único camino, fuera del cual ningún otro conduce al término. Con frecuencia nos sorprendemos de sólo recorrer un trecho, de este camino o de desviarnos por caminos laterales. No podemos aceptar el mensaje del amor y negarnos al mensaje de la pasión. No se puede alabar el amor al enemigo como la senda de la verdadera humanidad sin tener en cuenta la hostilidad a Satán y todo el mal que de él emana.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
P. Leonardo Castellani
La Defensa
“Y después dicen que es malo
El gaucho si los pelea”
(Martín Fierro)
Si bien se mira, la acción antifarisaica de Cristo aunque parece agresiva, fue una defensa. El alboroto en el Templo con que la inicia es una afirmación de hecho de su misión mesiánica, ya combatida; y el terrible discurso “elenco contra los fariseos” con que la termina es una tentativa suprema de salvar su vida, ya condenada, usando de las más fuertes armas: la imprecación y la amenaza profética.
La expulsión de los tratantes del Templo es un acto sorprendente; tan incomprensible como el haberse quedado antaño en él sin avisar a sus padres, si se prescinde de lo que Cristo era. Son dos afirmaciones mesiánicas tan netas que destruyen de raíz la conocida teoría de Renán, a saber, que Cristo habría sido un paisano galileo y excelso moralista que empezó a predicar la religión interior y universal de Moisés contra la deformación localista y exterior de los fariseos; se fue entusiasmando al compás de sus triunfos; concibió la idea de que el mundo se acababa pronto; se identificó con el Rey Mesías y finalmente después del triunfo del Domingo de Ramos pronunció palabras exaltadas en que se asimilaba a Dios mismo; palabras que siendo expresiones místicas hicieron mal los Hierarchas en tomar tan en serio; pero que tomadas en serio realmente según las leyes judías merecían la pena capital.
Esto es pura fantasía. La verdad es que los actos de Cristo, desde el primero, llevan impresa la afirmación mesiánica. El ayuno total de 40 días, lo hacían los Hebreos al prepararse para una gran misión, y existía el precedente de Moisés y Elías.
(…)
Así pues el ayuno y las tentaciones subsiguientes ya son mesiánicos. El milagro de Caná, que parece una amable deferencia hacia sus amigos, ostenta la conclusión de que “creyeron en Él sus discípulos”, es decir, los discípulos que el Bautista le envió, Pedro y Andrés, Juan y su hermano. El bautismo y el testimonio del Bautista son una solemne consagración de mesianismo. Y el primer acto público del nuevo profeta es un acto de autoridad que tiene el fragor indisimulable de una bomba.
La recusación del Mesías, humilde y nacido en Galilea se había iniciado ya en la persona de su Precursor y primer discípulo el Bautista. Los fariseos no lo habían reconocido y le eran adversos, como se deduce de la violenta imprecación y amenazas con que éste los obsequia, evidentemente después del “examen” que trae San Juan Evangelista en el cual el Bautista les responde en cambio con toda modestia y deferencia. De aquel examen los fariseos sacaron que el Bautista, por propia confesión, no era el Mesías, no era Elías, no era profeta y que su autoridad derivaba de otro mucho mayor que él, que había de aparecer, que estaba ya entre ellos y ellos no conocían. “No creyeron en él”, consta por los tres Sinópticos1.
Es muy probable y parece traslucirse del Evangelio que con esta “confesión” los fariseos comenzaron a combatir a Juan, desautorizándolo; y también por ende al otro “mayor” en el cual se apoyaba. No hay que olvidar que la información religiosa estaba en manos de la logia: de la red de la predicación organizada y eficaz que cubría Judea, comparable a nuestras parroquias modernas, la clave la tenían los Doctores de la Ley. Con el resultado del “examen” de la comisión oficial, que no procedió adelante cuando se llegó al punto vital, táctica farisea que se repetirá muchas veces, se podía presentar a Juan como un cismático y un semiloco; y es prácticamente cierto que lo hicieron, visto que inmediatamente lo hacen con Cristo, como consta explícitamente en el Evangelio. “Estás loco. Tienes demonio. Contradices la Ley de Moisés.” Los fariseos disponían de la llave de la información religiosa, de todos los “boletines eclesiásticos” como si dijéramos.
Asombra la mansedumbre de la defensa de Cristo, que a primera vista parece violenta; pero naturalmente es la defensa de un rey ante un usurpador por manso que sea: no es la defensa de un inferior.
Podían haberlo arrollado en el Atrio del Templo, a un solo hombre armado de un cinto, contra una multitud; el que no lo hayan hecho demuestra la mala conciencia (y la debilidad que ella naturalmente causa) no sólo de los tratantes sino de los sacerdotes custodios y sacristas. Se limitan a interrogarlo.
A la pregunta, contesta Jesús atribuyéndose una relación especial con Dios y con esa casa (“la casa de mi padre”) y al requerimiento de un milagro, no niega que pueda él hacerlos, antes se afirma capaz de un portento enorme, mayor de lo que ellos podían imaginar: chocante.
Este acto de indignación y autoridad, especie de parábola en acción no se repite sino al fin de la campaña de Cristo (…). Su sentido era claro para los judíos. Y la reacción de los fariseos es de perfecto cerrojazo a la afirmación mesiánica y “buscan cómo eliminarlo; pues le tenían miedo; y no sabían qué hacerle; porque la turba lo admiraba.”
El resto de la defensa de Cristo es verbal y se confunde con su misión de Maestro, Reformador y profeta. Es una discusión continua con los vacuos doctores.
Consiste en denunciar la casuística farisaica como vana, vacía y perversa; en establecer que la salvación del hombre no está en pertenecer a una nación, raza, secta, congregación o grupo, ni en tener la doctrina verdadera ni siquiera en hacer milagros, sino en el amor a Dios y al prójimo cuya base es la justicia y cuya flor es la misericordia; en completar los preceptos meramente exteriores con la introducción de la pureza y santidad interior; en prevenir a sus discípulos contra el pervadente espíritu farisaico, que él llama “fermento”; en deshacer sus estratagemas y afrontar victoriosamente sus interpelaciones; en definir el fariseísmo con rasgos cada vez más terribles; y por último en recurrir a la imprecación y la amenaza divina, al modo de los antiguos profetas. Hemos de creer que existió esta gradación en la lucha, como es natural, a medida que crecía la persecución y la inminencia del asesinato; y que las tremendas maldiciones de Mateo XXIII representan el último estadio del largo forcejeo, cuando ya el propósito homicida era patente y público. “¿No es éste el que quieren matar? ¿Y cómo anda aquí tan tranquilo predicando en el templo?”
La discusión con los fariseos penetra y enmarca toda la predicación de Cristo, de modo que era de la más dramática “actualidad”. Los hebreos según nos cuentan amaban las “payadas en contrapunto”, como nuestros paisanos, y en general todos los pueblos primitivos: el pueblo gusta de instruirse y aprender oyendo el pro y el contra de una tesis en boca de dos peritos. En realidad es la manera más natural y eficaz de convencer, mezcla de instrucción, lucha y juego. Es tan interesante como el fútbol.
La discusión con los doctores da pie a Cristo para exponer genialmente su doctrina: hasta las parábolas con que describe, define y funda su reino tienen en vista la idea farisaica del falso Reino mesiánico. Sus respuestas a preguntas sutiles, embrolladas o arteras que ahora nos parecen sencillas y a fuerza de oírlas, obvias, son geniales. Recuerdan el peligroso interrogatorio de Juana de Arco. A veces esquiva la pregunta contestándola con otra pregunta, como hacen los campesinos gallegos; otras veces responde con una parábola o una antítesis, metáfora o sentencia inesperada; cuando hay buena fe responde directamente; como al Escriba que le pregunta cuál era el mayor de los mandatos, y que habiendo testificado: “Maestro, has respondido bien, realmente el amor a Dios y al prójimo abarca toda la
Ley” es premiado con esta invitación: “No estás lejos del Reino de Dios”. El ejemplo típico de la pregunta esquivada es el que narran los tres sinópticos de los últimos días de la predicación, en el Templo, y no ante un doctor solo sino ante muchos reunidos y todo el pueblo. Le preguntan ya casi oficialmente —”príncipes de los Sacerdotes, o prelados como si dijéramos, escribas o sea teólogos, Ancianos del Pueblo o magistrados reunidos en uno:
—Dinos con qué autoridad haces esto y quién te dio esta potestad.”
Lo había dicho ya cien veces. La pregunta tendía a hacerle confesar públicamente que no tenía permiso de ellos para predicar, o bien desmentirlo en su cara.
Respondió diciéndoles:
—Os preguntaré yo también una cosa, que si me la dijereis, también os diré yo la potestad que tengo. ¿El bautismo de Juan de dónde era? ¿Era cosa de Dios o cosa de hombres? Respondedme.
Bien mirado, esta pregunta envuelve la respuesta a la otra: hago esto con autoridad de Dios como lo testificó fehacientemente Juan el Bautista. La pregunta llevaba la cuestión a sus fuentes, no era un subterfugio solamente.
Ellos así lo vieron.
“Si dijéramos: ‘era de Dios’, nos dirá: ‘¿Por qué pues no lo creísteis?’ Si decimos: ‘era cosa de hombres’, el pueblo entero es capaz de apedrearnos; por- que están ciertos de que Juan era verdadero profeta…”
Tocaron a retirada:
—No lo sabemos.
Tenían obligación de saberlo. No querían decirlo. Por eso Jesús no contesta, como pedía la rima, “Yo tampoco sé lo que me preguntáis”, sino que les responde:
—Yo tampoco os digo con qué autoridad hago lo que hago —aunque en realidad se los había dicho en la forma sutil de los “contrapuntos” semíticos. El pueblo espectador sentenció sin duda con un murmullo de aprobación.
(…)
(Castellani, L., Cristo y los fariseos, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1999, p. 53 – 60)
1 Mt 21,23-27; Mc 11,27-33; Lc 20,1-8.
P. José A. Marcone, IVE
La parábola de los dos hijos
(Mt 21,28-32)
Introducción
El evangelio de hoy sucede el día lunes santo, ya dentro de la semana de pasión, al día siguiente del domingo de Ramos, es decir, de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Esto es muy importante porque indica que la controversia entre Jesús y los fariseos ha llegado ya a su culmen, y se acerca el desenlace del odio de los fariseos hacia Jesús.
En el evangelio de San Mateo este contexto tiene un elemento que lo hace aún más dramático. En efecto, el día anterior, el domingo de Ramos, inmediatamente después de la entrada triunfal a Jerusalén, Jesús expulsa por segunda vez a los vendedores del templo1. De hecho, la controversia del lunes santo comienza cuando los fariseos le exigen que explique por qué y con qué autoridad echó a los vendedores del templo (Mt 21,23). Jesús les hace notar su mala intención y su falta de amor a la verdad y no les responde (Mt 21,24-27). La disputa con los fariseos había llegado a su punto más álgido. En este contexto Jesús dice la parábola de hoy.
1. El sentido fundamental de la parábola
El sentido fundamental de la parábola de hoy es el de convencer a los fariseos de su malicia. Esta malicia consiste en no haber creído en Jesús. Todo el sentido de la parábola está en la pregunta: “¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre?” (Mt 21,31). La voluntad del Padre es que los hombres crean en Jesús. Creer en Jesús significa creer que es el Hijo que ha sido enviado desde el seno del Padre, y creer que es el Mesías sufriente que purifica al pueblo de sus pecados a través de sus sufrimientos. En Mateo esto se resume en la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Los fariseos tenían dos argumentos fortísimos que podían impulsarlos a creer: los milagros de Jesús y la predicación de Juan Bautista. En Juan Bautista no creyeron. Y, lo que es todavía peor, cerraron los ojos ante la evidencia de los milagros de Jesús. San Mateo hace notar esta ceguedad en este mismo capítulo 21, durante el domingo de Ramos. En efecto, apenas termina de echar a los vendedores del templo, Jesús hace varios milagros, curando ciegos y cojos (Mt 21,14). Y entonces dice textualmente San Mateo: “Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho (…) se indignaron” (Mt 21,15). Ven los milagros, reconocen que son milagros, pero, en lugar de creer en Jesús, se indignan. En esto consiste el pecado contra el Espíritu Santo: en que viendo lo evidente, no lo reconocen y no creen. Éste pecado no puede ser perdonado, no por defecto de la misericordia de Dios, sino porque cierra la posibilidad del arrepentimiento y la penitencia por parte del pecador.
En el evangelio de San Juan se narra con todavía mayor claridad la malicia del corazón y la ceguedad de la inteligencia de los fariseos. Después de narrar el milagro de la resurrección de Lázaro, San Juan dice: “Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ‘¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchos milagros. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación’. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: ‘Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación’. (…). Desde este día, decidieron darle muerte” (Jn 11,47-50.53). Según San Juan, la causa de la decisión de darle muerte a Jesús fue el hecho de haber resucitado un muerto. En esto está la malicia de los fariseos y a esto apunta la parábola de hoy.
El ‘no hacer la voluntad del Padre’, el núcleo de la parábola de hoy, no consiste, en primer lugar, en no cumplir los diez mandamientos. Ciertamente que se trata de una falta de obediencia, pero se trata, en primer lugar, de la falta de lo que San Pablo llama ‘la obediencia de la fe’ (Rm 1,5; 16,26). Es la inteligencia que no quiere doblegarse ante la revelación del Padre respecto a su Hijo Jesús. No acepta la cruz de la inteligencia, que es la fe recta en Jesús, es decir, creer que Jesús es Dios y es Mesías sufriente.
Como fruto de esa ‘obediencia de la fe’ brota la ‘obediencia de las obras’, que consiste en obrar de acuerdo al modelo en que se ha creído. En este sentido, ‘el hacer la voluntad del Padre’ incluye también la guarda de los diez mandamientos.
Precisamente a esto apunta la comparación que Jesús hace entre los fariseos por un lado, y los publicanos y las prostitutas, por otro. El arrepentirse del primer hijo significa el creer en Jesús, Dios y Mesías, por parte de aquellos que cometen pecados gravísimos, muchos y públicos. Dice Santo Tomás que con ‘publicanos y prostitutas’ se quiere significar a todos los hombres pecadores, varones y mujeres. Con ‘publicanos’ se quiere significar la avaricia, y con ‘prostitutas’, la lujuria2.
La conversión de publicanos y prostitutas comienza cuando creen en la predicación de Juan Bautista, es decir, creen lo que Juan Bautista dice de Jesús: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16). Con esto Juan Bautista manifiesta que Jesús es Dios. Y también: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Con esto Juan Bautista manifiesta que Jesús es el Mesías sufriente que salva a los hombres de sus pecados a través de su sufrimiento.
La obediencia de la fe de los publicanos y prostitutas, con una fe recta en Jesús, es el punto de partida para el cambio de vida y de conducta. En Lucas se narra explícitamente la conversión de algunos publicanos a raíz de la predicación de Juan Bautista (Lc 3,12-13). Por eso hoy Jesús, como conclusión de la parábola, les dice a los fariseos que los publicanos y prostitutas ‘creyeron’ (en griego, epísteusan) en la predicación de Juan Bautista y ellos no.
2. Dos aplicaciones de Santo Tomás
Una vez que se ha explicado el sentido literal de la parábola se pueden hacer aplicaciones pastorales. La primera aplicación, la más obvia, es la siguiente: “Los dos hijos son dos géneros de hombres, justos y pecadores. Pero no cualquier clase de justos, sino los que se creen justos y se declaran justos a sí mismos. Y no cualquier clase de pecadores, sino los que se convierten y hacen penitencia”3. Ésta es la que más nos sirve a nosotros para guiar nuestra vida espiritual y nuestra vida moral. En este sentido la conclusión sería: “El amor se debe poner más en las obras que en las palabras”4. O también, el viejo adagio castellano: “Obras son amores y no buenas razones”.
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a pedir en el Padre Nuestro: ‘Padre, que yo haga tu voluntad tan perfectamente como la hacen los ángeles en el cielo’ (cf. Mt 6,10). Pero, además, hizo una parábola especialmente para hacer ver que lo único que cuenta en la religión es hacer la voluntad de Dios. Esta parábola (Mt 7,20-27) es la de la casa que fue construida sobre arena (= las puras palabras y las promesas vacías) y la casa que fue construida sobre piedra (= el cumplimiento de la voluntad de Dios). La conclusión Jesús la pone al principio de la parábola: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial” (Mt 7,21).
Pero Santo Tomás hace también una aplicación muy llamativa. Él dice: “Estos dos hijos son los clérigos y los laicos”5, es decir, el primer hijo son los laicos; el segundo, que representa a los fariseos, son los clérigos. Y comienza a hacer una aplicación sistemática de la parábola a estos dos géneros de hombres6.
Dice, efectivamente, Santo Tomás: “‘Y se acercó al otro hijo’, esto es, al pueblo judío o al clero o a todos aquellos que se creen santos, ‘y le habló de la misma manera’. ‘Él respondió: Voy, Señor’. De esta manera, este segundo hijo está declarando que él es santo y que observa los mandamientos. En efecto, el pueblo judío dice: ‘Señor, todo lo que mandes, lo haremos’. De la misma manera hablan los clérigos y los religiosos. Después promete ir, y no va”7. Y entonces cita aquí Santo Tomás un versículo que el profeta Malaquías dirige a los sacerdotes: “Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza de Leví, dice el Señor, Dios de los Ejércitos” (Mal. 2,8).
El P. Castellani presenta esta misma actitud de una manera muy real pero dicha con términos jocosos. El verdadero cristiano (el laico) “es el hijo que lanzó una puteada cuando su padre lo mandó trabajar, y trabajó; no el otro que desobedeció después de decir: ‘Con mucho gusto, Papi’”8.
Sigue diciendo Santo Tomás: “Luego Jesucristo adapta la parábola a la realidad, es decir, hace una aplicación. Y ante todo pone una preminencia (…), que es la de los laicos sobre los clérigos, cuando dice: ‘En verdad os digo, los publicanos y las prostitutas os anteceden en el Reino de Dios’. De una manera muy similar se había expresado Jesucristo cuando dijo: ‘Los últimos serán los primeros’ (Mt 20,16)”9.
Santo Tomás, de este modo, señala dos peligros al clero católico. El primero, decir que sí al llamado de la vocación sacerdotal y a las promesas hechas el día de la ordenación sacerdotal, y después renunciar a la búsqueda de la perfección. Esto, con los años, lleva, necesariamente, a la hipocresía farisaica. El segundo, creer que lo que se realiza ex opere operato en el alma del que se ordena sacerdote reemplaza la lucha por alcanzar la santidad. El carácter sacerdotal nos hace obrar in persona Christi ex opere operato, pero no nos entrega la santidad ex opere operato. San Juan Pablo II se lo dijo claramente a los obispos: “La Ordenación episcopal no infunde la perfección de las virtudes”10.
Conclusión
Debemos someter nuestras inteligencias a la obediencia de la fe, teniendo una fe recta acerca de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Mesías sufriente, que no vino a darnos el éxito en esta vida, sino a darnos la salvación eterna.
Eso debe llevarnos a cumplir todos los preceptos de Jesús, es decir, a hacer en todo la voluntad de Dios. No importa si nos cuesta mucho, remoloneamos un poco y al principio no observamos todas las leyes de la educación. Lo importante es cumplir lo prometido, cumplir la voluntad de Dios. El primer hijo fue seco y maleducado. Le dijo al padre secamente: “No quiero” (en griego, ou thélo). Él otro fue sumamente educado e, incluso, lo llama ‘Señor’: “Sí voy, Señor” (en griego, egó, Kýrie). Pero no hizo la voluntad del Padre. Por eso, como dice de nuevo el P. Castellani: “No tenemos más remedio que putear un poco, y después ir y hacer su Voluntad”11.
1 La primera vez fue al inicio de su ministerio, cf. Jn 2,13-21.
2 Cf. Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 21, lectio 2.
3 “Duo filii sunt duo genera hominum, iusti et peccatores. Non dicuntur iusti quicumque, sed qui profitentur se iustos; et peccatores non quicumque, sed qui poenitentiam agunt” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
4 San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, nº 230 (Contemplación para alcanzar amor).
5 “Isti duo filii sunt clerici et laici” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
6 Respecto a esto dice el P. Castellani: “Inesperadamente santo Tomás después de proponer la exégesis antigua, introduce una propia de ‘los Laicos y el Clero’, identificando a los laicos con el hijo que primero puteó y al fin hizo el trabajo; y al clero con el que no hizo nada sino buenas palabras. Parece demasiado anticlerical” (Castellani, L., Las Parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1994, p. 285).
7 “Dicit accedens ad alterum hoc est Iudaicum populum, vel ad clerum, vel qui iustos se dicunt, dixit similiter. At ille respondens ait: eo, domine. Profitetur iustitiam se servaturum; unde dicit populus Iudaicus: omnia quaecumque praeceperit dominus, faciemus. Sic etiam dicunt clerici et quicumque religiosi. Unde promisit ire. Et non ivit” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
8 Castellani, L., Las parábolas de Cristo…, p. 292.
9 “Consequenter adaptat parabolam. Et primo ponit praeeminentiam gentilium ad Iudaeos, vel laicorum ad clericos; secundo rationem assignat. Dicit illis amen dico vobis, quod publicani et meretrices praecedent vos in regno Dei. Simile dictum est supra XX, 16: et erunt novissimi primi” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
10 San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores Gregis, sobre el obispo servidor del evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, 2003, nº 13.
11 Castellani, L., Las parábolas de Cristo…, p. 293.
P. Gustavo Pascual, IVE
Los dos hijos
Mt 21, 28-32
El padre, dueño de la viña, es Dios.
La viña, es el Reino de los cielos.
El primer hijo, dice no al mandato del padre y después obedece, son algunos hijos de Israel, los despreciados, los publicanos y meretrices.
El segundo hijo, dijo sí y luego no cumplió la voluntad del Padre, son los fariseos.
La enseñanza primordial está en el v. 31: “En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden a vosotros en el reino de Dios”.
El hijo que dice sí y luego no va a la viña, los fariseos. Ellos, como conocedores de la ley, eran los primeros que debían haber ingresado en el Reino, los primeros en recibir a Cristo. Teóricamente decían que sí, para aceptar al Mesías cuando viniese, pero de hecho, ante Cristo Mesías, dijeron que no. Vieron las señales que Cristo hacía como garantía de su misión pero no supieron, culpablemente, discernirlas.
Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham1.
Y de ellos dijo el mismo Jesucristo, caracterizando ésta hipocresía religiosa: “dicen y no hacen”2. Y también dijo: “vosotros ciertamente no entráis (en el Reino de los cielos); y a los que están entrando no les dejáis entrar”3.
El hijo que dice no y luego va a la viña, es decir, el que cumple la voluntad de Dios, son aquellos despreciados por los fariseos, aquellos con quien el Señor se juntaba para convertirlos y por los cuales recibió el reproche de los fariseos. Estos no ingresaron en un principio en el Reino, pero luego, al saber la obra de Cristo, se convirtieron e ingresaron. Así por ejemplo: El publicano Zaqueo4, la mujer pecadora5, etc.
El Señor nos llama a todos a su Reino. Dice San Ignacio “todo hombre es creado para alabar, servir y hacer reverencia a Dios y mediante ésto salvar su alma (obtener el Reino)”. Es un llamado universal. A todos nos llama a cumplir su voluntad: que alcancemos el Reino.
Analicemos cuál de los dos hijos somos y hagamos una aplicación espiritual a nuestra vida:
Somos el hijo bautizado, que recibió el catecismo, que recibió la fe, que conoce los mandamientos, que recita el credo, que llena su boca de alabanzas a Dios, o sea el que dice sí, pero que en la práctica no reconoce al verdadero Cristo, porque no busca como fin de la vida el Reino de los cielos, porque no da testimonio con sus obras de ese Reino y cierra las puertas de ese Reino al que no lo conoce.
Si somos así todavía no cumplimos la voluntad de Dios porque el amor a Dios y al prójimo no está tanto en las palabras como en las obras.
O somos el hijo que hasta aquí ha sido un hipócrita, que ha dicho ¡soy cristiano! pero sólo de la boca para afuera y que al escuchar las palabras del Señor quiere comenzar a vivir siguiendo las enseñanzas de Cristo, quiere buscar el Reino de Dios y entrar en él. Quiere cumplir la voluntad de Dios e ir a su viña aunque hasta ahora haya dicho no.
Dichoso el hijo que va a la viña, dichoso el hijo que busca primero el Reino de Dios y su justicia porque en realidad todos tenemos algo de fariseos que en mayor o menor grado debemos corregir para dejar el no que le hemos dicho al Señor y buscar su Reino.
Tomemos el ejemplo de aquellos pecadores del tiempo de Jesucristo y convirtámonos como ellos ante el testimonio de Cristo.
Ellos por seguir a Cristo dejaron su pecado y se convirtieron en habitantes del Reino. “En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden a vosotros en el Reino de los cielos”.
Jesús insiste en la obediencia a la voluntad de Dios. ¿Cuál de los dos hijos hizo la voluntad de Dios? El primero.
El amor a Dios se muestra cumpliendo su voluntad. “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”6. “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca”7. “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”8.
Obras, no sólo palabras, es lo que se necesita de un buen cristiano, mucho más, en el tiempo presente.
En los dos hijos de la parábola hay rebeldía. El primero al escuchar el mandato del padre. El segundo en el momento de cumplir lo mandado. El primer hijo es el penitente, el segundo el hipócrita.
El primero rechaza la palabra por estar sumergido en lo mundano, pero una vez arrepentido de su mala vida, la cumple. El segundo es religioso en apariencia, manifiesta fidelidad, pero no la tiene.
Hay un tercer hijo, del cual no habla directamente la parábola, el ejemplar de hijo y que motiva la parábola, el que dijo sí al padre y cumplió su voluntad. Pero sólo hay un hijo así y es Jesús, modelo al que hay que imitar.
Los santos imitaron a Jesús y todo el que aspire al cielo debe ser hijo como el Hijo, como enseña San Pablo a los cristianos de Filipos: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo”9, enseñanza que vivía el mismo Pablo: “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”10. Pero, en cierta manera, todos los santos han sido de la primera clase de hijos hasta convertirse de verdad.
Hoy día, la mayor parte de los cristianos, pertenecen al primer tipo de hijos. El modelo de hijo es Jesús. Jesús conoció la voluntad del Padre y la cumplió con toda perfección y así desde la cruz pudo decir: “todo está cumplido”11.
Jesús recrimina a los fariseos, que eran los hombres religiosos de su época, no escuchar al Bautista ni creer en él y, en consecuencia, desconocer al que el Bautista señaló como Mesías. En cambio, sí lo escucharon los pecadores y se hicieron bautizar en preparación al perdón que les traía Jesús, el cual, vino como Médico divino a sanar a los enfermos.
Jesús les llama la atención por no haber escuchado a Juan. Nosotros hoy escuchamos a uno que es mayor que Juan: “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la Querella”12. Hoy ve a mi viña, nos dice Dios.
El segundo hijo de la parábola tiene una religión exterior que es pura apariencia. Su interior está lejos de Dios. El fariseísmo se muestra hermoso por fuera pero por dentro está descompuesto y algún día sale el gusano al exterior como sucedió en la muerte de Jesús.
El fariseo odia a su hermano que hizo la voluntad de Dios, al que se asemejó al Hijo modelo, y lo odia porque en definitiva odia a Jesús y odia a Dios. No quiere que se cumpla la voluntad de Dios sino su propia voluntad o la de su padre el diablo.
Otro aspecto que podemos considerar en la parábola es la obediencia. ¿Cuál obedeció? El primer hijo.
Ninguno tiene una obediencia perfecta, aunque es menos imperfecta, la del primer hijo porque realizó lo mandado aunque fue rebelde en el primer momento.
La desobediencia es fruto de la soberbia. La obediencia es fruto de la humildad. La desobediencia es del diablo, desobediente desde el principio. La desobediencia, bajo capa de libertad, constituye la esencia del mundo.
Hoy día se estima muy poco la obediencia porque se ha destruido el concepto de autoridad. Si no hay autoridad no hay obediencia, hay una aparente libertad que lleva a la anarquía. Todos somos iguales en algunos aspectos, en otros hay una jerarquía.
La obediencia es una virtud muy difícil de practicar. Para obedecer hay que renunciar a la propia voluntad y someterla a la voluntad de otro. Sin embargo, en ese otro, constituido como autoridad, obedecemos a Dios, hacemos su voluntad.
Por la parábola Jesús quiere enseñarnos a obedecer al Padre celestial. Jesús es ejemplo perfecto de obediencia13.
Y ¿la voluntad de Dios coacciona mi libertad? No, al contrario, la plenifica.
Decimos obedecer a Dios pero ponemos entre paréntesis lo que nos manda la Iglesia o nuestros superiores, “quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”14.
Hay que estar atento a las inspiraciones de Dios. Muchas veces, Cristo se preanuncia con inspiraciones que nos vienen por distintos medios. Luego Cristo viene para darse más intensamente a nosotros.
Por otra parte, conviene analizar nuestras infidelidades a Dios. Ver cuántas veces nos inspiró Jesús y lo rechazamos. Para que nos cuidemos para la próxima vez.
Los judíos fueron infieles a las inspiraciones de Dios que les llegaron principalmente por los mensajeros de Dios, los profetas. El último de ellos, Juan Bautista.
Averiguan con qué autoridad bautiza Juan y Juan les revela la condición de su bautismo y les señala veladamente la presencia del Mesías, pero ellos rechazan su testimonio y desprecian su autoridad. También desoyen su llamado a la conversión15.
Luego indagan sobre la autoridad de Jesús, porque ven que hace milagros en el templo, porque expulsa a los vendedores y porque lo proclaman “hijo de David”16 y Él les hace conocer el fundamento de su autoridad indirectamente. Tienen que volver a Juan y a su testimonio si quieren reconocer su autoridad. Como no quieren, tampoco reconocen a Jesús17.
Jesús les hace ver que por haber rechazado a Juan lo han rechazado a Él y al Reino de Dios.
No hicieron caso a las inspiraciones, a las voces que precedieron al Mesías, y no prepararon el corazón, luego, no reconocieron al Mesías18.
Está bien investigar, como autoridades religiosas, la autoridad de los que enseñan algo religioso, lo que está mal es hacer una investigación hipócrita. Quieren saber la autoridad pero rechazan los signos que acreditan esa autoridad. No los consideran.
Es necesaria la reflexión, un discernimiento de las inspiraciones, pero un discernimiento sincero que nos libre de la rebeldía o de la precipitación. El primer hijo de la parábola fue rebelde y precipitado contestó ¡no quiero! a la voluntad de su padre.
La reflexión nos libra de una respuesta farisaica que en definitiva es inconsideración ¡voy, señor!, dijo el segundo hijo de la parábola, y no fue. Respondió con la voz pero su corazón no quería la voluntad del padre e impuso su propio querer, su voluntad.
Una nueva reflexión de nuestro obrar, aunque hayamos sido rebeldes en un primer momento, nos puede convertir para volver al querer del padre. Los publicanos y las prostitutas convirtieron su corazón por la predicación de Juan y recibieron el Reino de Dios y a su Enviado.
La inconsideración de las autoridades religiosas, nacida de su propia voluntad, anuló toda reflexión y rechazó de raíz la predicación y la autoridad de Juan y por ende al que Juan proclamaba.
1 Mt 3, 8-9
2 Mt 23, 3
3 Mt 23, 13
4 Lc 19,1-10
5 Lc 7, 37
6 Mt 7, 21
7 Mt 7, 24
8 Mc 3, 34-35
9 Flp 2, 5
10 Ga 2, 20
11 Jn 19, 30
12 Hb 3, 8
13 Cf. Flp 2, 5-8
14 Lc 10, 16
15 Cf. Jn 1, 19-28
16 Cf. Mt 21, 1- 17
17 Cf. Mt 21, 23-27
18 Cf. Lc 7, 30
San Juan Crisóstomo
Parábola de los dos hijos
Nuevamente les arguye el Señor por medio de parábolas, para darles a entender, por un lado, la ingratitud de ellos y por otro, la docilidad de aquellos mismos que tan absolutamente condenaban. Porque estos dos hijos ponen bien de manifiesto lo que sucedió con los judíos y con los gentiles. Porque fue así que los gentiles, que no habían prometido obedecer y no habían oído jamás la ley, en sus obras mostraron su obediencia; y los judíos, que habían dicho: Todo cuanto dijere el Señor lo haremos y obedeceremos, en sus obras le desobedecieron. Justamente porque no pensaran que la ley había de servirles para algo, Él les hace ver que ella había de ser motivo de mayor condenación. Que es lo mismo que Pablo afirma cuando dice: No los que oyen la ley son justos delante de Dios, sino los que cumplen la ley serán justificados. Y notemos que, para que sean ellos mismos quienes se condenen, les obliga el Señor a responder a su pregunta, que era como pronunciar su propia sentencia. Lo mismo hace luego en la parábola siguiente de la viña.
Publicanos y rameras van delante
Para conseguirlo, pone la culpa en otra persona. Como directamente no lo hubieran querido confesar, los va llevando a donde quiere por medio de la parábola. Mas ya que ellos mismos sin entender lo que decían, pronuncian su sentencia, el Señor pasa a revelarles lo que estaba como en la penumbra y les dice: Los publicanos y las rameras se adelantan a vosotros camino del reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros en camino de justicia, y no le creísteis, pero los publicanos y las rameras le creyeron. Y vosotros, a pesar de verlos, no os arrepentisteis luego para creer en él. Si les hubiera, sin más, dicho: ‘Las rameras se os adelantarán’, su palabra hubiera parecido dura; ahora, en cambio, cuando han sido ellos mismos los que han dado su sentencia, aquella dureza desaparece. De ahí que añade también la causa. -¿Y qué causa era ésa?-Vino Juan-dice-a vosotros, y no a ellos. Más aún: Vino en camino de justicia. Porque no vais a acusar a Juan de haber sido un hombre negligente e inútil. No, su vida fue irreprochable, y su celo extraordinario; y, sin embargo, no le prestasteis atención. Y, junto con ésta, otra culpa: que los publicanos se la prestaron. Y otra más todavía: que ni aun después de ellos creísteis vosotros. Porque su deber era haber creído antes; mas el no haber creído ni aun después, es pecado que no tiene ya perdón posible. Grande alabanza de los publicanos y mayor condenación de fariseos: ‘A vosotros vino y no le atendisteis; a los publicanos no vino y lo recibieron. Y ni aun a éstos queréis por maestros. Mirad por cuántos modos alaba a los unos y condena a los otros: ‘A vosotros vino, no a ellos. Vosotros no creísteis, y esto no les escandalizó a ellos. Ellos creyeron, y esto no os aprovechó a vosotros. Por lo demás, decir: Os preceden, no quiere decir que ellos sigan, sino que, si quieren, tienen esperanza de seguirlos. Nada, en efecto, como la emulación despierta a la gente grosera. De ahí que el Señor repita a cada paso: Los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos. Y por eso, para excitar su emulación, les pone delante a publicanos y rameras. En realidad, éstos son los dos extremos del pecado; los dos engendrados de un mal amor: la concupiscencia de la carne y la codicia de la riqueza. Pero con ello les prueba también que creer a Juan es, sobre todo, obedecer a la ley de Dios. El que las rameras, pues, entraran en el reino de los cielos no fue obra de sola gracia, sino también de justicia. Porque no entraron siguiendo en su mala vida, sino obedientes y creyentes, purificadas y transformadas. Ya veis, pues, cómo con la parábola y luego con el ejemplo de las rameras quitó dureza, a par que añadió viveza a su palabra. Porque no les dijo a bocajarro: ‘¿Por qué no creísteis a Juan Bautista?’ Su procedimiento es más enérgico. Primero les pone el ejemplo de las rameras y luego añade lo de la fe, convenciéndolos por la evidencia misma de los hechos de lo imperdonable de su conducta y haciéndoles ver de paso cómo todo o hacían por temor a los hombres y por vanagloria. Porque si no confesaban a Cristo, era por temor de ser excomulgados de la sinagoga; y si de Juan no se atrevían a hablar mal, no era por respeto a su santidad, sino por temor al pueblo.
De todo lo cual los arguyó con lo dicho, y todavía les asestó más duro golpe diciendo: Y vosotros, a pesar de saberlo, no os arrepentisteis después para creer en él. Malo es ya no decidirse por el bien desde el principio, pero mucho peor no cambiar tampoco después. Esto es lo que señaladamente hace perversos a muchos y esto es lo que veo pasarles ahora a algunos por su extremo endurecimiento.
Exhortación a la confianza: una conversión notable
Pero que nadie sea de ésos. Aun cuando hubiereis caído en lo más hondo de la maldad, nadie desespere de poderse convertir y mejorar. ¿No habéis oído la historia de la célebre pecadora pública, que dejó primero atrás a todos en disolución y a todos también oscureció luego por su piedad? No me refiero a la pecadora de que nos habla el Evangelio, sino a la de nuestros mismos días, procedente de una de las más corrompidas ciudades de Fenicia. El caso es que esta mala mujer se hallaba entre nosotros; era la primera actriz del teatro, su nombre corría de boca en boca por todas partes, no sólo en nuestra ciudad, sino también en la Cilicia y Capadocia. ¡Cuántas fortunas hizo dilapidar, a cuántos huérfanos quitó la vida! Muchos la acusaban hasta de magia, de modo que tendía sus redes no sólo con la belleza de su cuerpo, sino también con sus maleficios.
Entre sus redes llegó a prender esta mala mujer no menos que al hermano de la emperatriz. Tal era la tiranía de su belleza. Mas de pronto, no se sabe cómo, o, mejor dicho, yo lo sé perfectamente; con decidida voluntad, por su cambio de vida y por la gracia de Dios, que a sí se atrajera, despreció cuanto antes había amado, tiró por tierra todos los embustes del diablo y emprendió su carrera hacia el cielo. Realmente, nadie le había ganado en torpeza cuando actuaba en el teatro; y, sin embargo, a muchas sobrepujó, luego por su castidad más rigurosa, vestida de saco, y sin dejar ya en toda su vida este atuendo. Se acudió por causa de ella al prefecto de la ciudad, fueron soldados bien armados, y no fueron capaces de hacerla volver a la escena ni sacarla de entre las vírgenes que la habían recogido.
Ella se hizo merecedora de los misterios inefables, mostró un fervor digno de la gracia que se le había concedido y así terminó su vida, después de haber lavado por la gracia todos sus pecados y haber practicado después del bautismo la más alta filosofía. Porque, después de encerrarse a sí misma y viviendo todo el resto de su vida como en una cárcel, no consintió ni la más leve mirada a sus antiguos amantes que a ello venían. Así se cumplió aquí que los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos. Tan necesaria nos es en todo momento un alma inflamada de fervor, y nada hay entonces que nos impida llegar a ser grandes y admirables.
El que está en pie puede caer, y el que ha caído, levantarse
Nadie, por ende, de los que se hallan en pecado, desespere; nadie tampoco, de los que practican la virtud, se adormezca ni se fíe de su virtud, pues muchas veces le pasará delante una ramera. Ni tampoco el pecador desespere, pues muy posible es que también él pase delante a los primeros. Escuchad lo que dice Dios a Jerusalén: Díjele después de cometer todas estas impurezas: Conviértete, y no se convirtió. Lo que quiere decir que, por lo menos cuando nos volvemos al ardiente amor de Dios, Dios no nos echa ya en cara lo pasado. No es Dios como los hombres. Dios, si nos arrepentimos, no nos reprocha lo pasado ni nos dice: ¿Cómo te descuidaste durante tanto tiempo? Si nos volvemos a Él, nos ama. Lo que cumple es que nos volvamos debidamente. Unámonos, pues, con Él ardientemente, clavemos nuestros corazones con su temor. Conversiones así no sólo se han dado en el Antiguo, sino también en el Nuevo Testamento. ¿Quién fue peor que Manasés? Y, sin embargo, pudo hacerse a Dios propicio. ¿Quién más afortunado que Salomón? Y, sin embargo, por haberse adormecido, cayó.
Mas aún, en una sola persona os puedo hacer ver lo uno y lo otro: en el padre mismo de Salomón, Porque David fue en ocasiones bueno y en ocasiones malo.
¿Quién más feliz que Judas? Y, sin embargo, vino a parar en traidor, ¿Quién más miserable que Pablo? Y, sin embargo, se convirtió en apóstol. ¿Quién peor que Mateo? Y vino a ser evangelista. ¿Quién más envidiable que Simón? Y también éste vino a ser el más miserable de todos. ¡Cuántas otras transformaciones semejantes no cabe citar, ora de antiguo sucedidas, ya de las que aun ahora suceden diariamente! De ahí que os repito: ni el que está en el teatro desconfíe ni el que está en la iglesia tenga temeraria confianza. A éste se le dice: El que crea estar en pie, tema no caiga; y a aquél: ¿El que cae, no se levanta? Y: Enderezad las manos flojas y las rodillas desatadas. Nuevamente a los unos les dice: Vigilad. Y a los otros: Levántate tú que duermes y resucita de entre los muertos. Los unos han de vigilar por guardar lo que tienen; los otros esforzarse por ser lo que no son. Aquellos han de guardar la salud; éstos, librarse de su enfermedad.
Porque están ciertamente muy enfermos; y sin embargo, muchos enfermos se curan, y muchos sanos, si son negligentes, enferman. A los unos se les dice: Mira que ya estás curado.no peques más, no sea te suceda algo peor. Y a los otros: ¿Quieres curarte? Pues toma tu camastro y echa a andar y vete a tu casa.
Porque terrible, terrible parálisis es el pecado, o, por mejor decir, no sólo parálisis, sino algo más grave. Porque el pecador no sólo es impotente para el bien, sino muy activo para el mal. Y, sin embargo, aun cuando tal sea tu situación, con un poco que quieras levantarte, todos tus males pueden desaparecer. Aun cuando lleves treinta y ocho años enfermo, con un poco de empeño que pongas en curarte, nadie te lo podrá impedir. También ahora se presenta delante de ti Cristo y te dice: Toma tu camilla. Basta que quieras: levántate. No desesperes. No tienes hombre, pero tienes a Dios. No tienes quien te arroje en la piscina, pero tienes quien hará que no tengas necesidad alguna de piscina. No tienes quien te meta en ella, pero tienes quien te manda que tomes tu camilla y camines. Aquí no cabe decir: Mientras yo bajo, otro se me adelanta. Porque, si tú quieres bajar, nadie hay que te lo estorbe. Es ésta una gracia que no se gasta ni consume, una fuente que mana perennemente y de su plenitud nos curamos todos en el cuerpo y en el alma. Acerquémonos pues, también ahora.
Rahab, mala mujer era, y se salvó. El ladrón, asesino sería, y se convirtió en ciudadano del paraíso. Judas que estuvo con el Maestro, se hizo traidor; y el ladrón, estando en la cruz, se hizo discípulo. Tales son las sorpresas de Dios. De este modo fueron los Magos gloriosos; así el publicano se convirtió en evangelista; así el blasfemo en apóstol.
El trabajo es breve; el premio, eterno
Mira estos ejemplos y no desesperes jamás. Anímate más bien y levántate a ti mismo. Basta sólo con que entres por el camino que allí lleva y adelantarás rápidamente. No te cierres las puertas, no obstruyas la entrada. Breve es el tiempo presente, escaso el trabajo. Mas aun cuando fuera mucho, ni aun así habría que desalentarse. Porque, aun cuando no tuvieres este trabajo, el más bello trabajo que existe, de la penitencia y la virtud, en el mundo, irremediablemente, tendrás de otro modo trabajos también y fatigas. Si, pues, en uno y otro caso hay trabajo, ¿por qué no escoger el que lleva aparejado tan gran fruto y recompensa? Y, a decir verdad, tampoco es igual uno y otro trabajo. Porque, en los negocios terrenos, los peligros son continuos, los daños se suceden unos a otros, la esperanza es incierta, la servidumbre mucha, y el gasto de dinero, de cuerpo y de alma, constante. Y luego, el fruto y recompensa está siempre muy por bajo de la esperanza, si es que llegan; pues no siempre dan fruto tantas fatigas en las cosas de la vida. Mas aun cuando los negocios no fracasen, sino que den mucho fruto, ése permanece poco tiempo. Allá cuando viejo, cuando tu capacidad de gozar será poco menos que nula, te rendirá provecho tu trabajo. Y es de advertir que el trabajo lo pones en todo el vigor de tu cuerpo; el fruto, en cambio, y el goce te llega cuando tu cuerpo está ya viejo y agotado, cuando el tiempo ha marchitado tu sensibilidad y, aun cuando no la hubiere marchitado, la perspectiva de la muerte no te ha de dejar gozar. No así en la virtud. El trabajo es en el tiempo de la corrupción y en el cuerpo mortal; la corona, empero, en cuerpo inmortal y exento de vejez y que no ha de tener fin. El trabajo es lo primero y breve; la recompensa, posterior y sin término, a fin de que puedas ya descansar tranquilamente, sin perspectiva de molestia alguna. Porque allí no hay que temer ya cambio ni decadencia, como aquí.
¿Qué bienes, pues, son éstos, que no son ni seguros, que son breves y de barro, que antes de aparecer desaparecen, y que se ganan a costa de tantas fatigas? ¿Y qué bienes hay semejantes a aquéllos, que no se cambian, que no envejecen, que no nos producen fatiga alguna, y que en el momento mismo de los combates te traen la corona? Porque el que desprecia las riquezas, aquí mismo recibe ya su recompensa, libre que se ve de preocupaciones de envidias, de denuncias, de insidias y de malquerencia. El que vive casta y moderadamente, aun antes de salir de este mundo, es también coronado y vive entre delicias, libre igualmente que está de toda indecencia, ridiculez, peligros, acusaciones y de tantos otros inconvenientes. Y, por modo semejante, todas las otras virtudes nos dan ya desde aquí su recompensa.
Exhortación final: huyamos del mal, sigamos la virtud
A fin, pues de alcanzar los bienes presentes y venideros, huyamos la maldad y abracémonos con la virtud. Porque de este modo no sólo viviremos felices en este mundo, sino que alcanzaremos los bienes eternos, que os deseo a todos por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea gloria y poder por los siglos de los siglos. Amén.
San Juan Crisóstomo, Homilía 67 Obras, BAC (Madrid 1956) 376-385
Domingo XXVI Tiempo ordinario
1° Octubre 2023 – Ciclo A
Entrada:
La Santa Misa es el lugar más adecuado para ofrecer a Dios nuestros trabajos y sufrimientos. En la Misa se actualiza y se hace presente el Sacrificio de Cristo en la Cruz. Participemos digna, activa y devotamente de esta Misa para que nuestros esfuerzos y dolores se unan a los de Cristo y sirvan para la salvación del mundo.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Ezequiel 18, 24- 28
Dios es un Padre bondadoso para con sus hijos que, habiéndose extraviado, encuentran nuevamente el camino de la justicia.
Salmo Responsorial: 24
Segunda Lectura: Filipenses 2, 1- 11 o bien 2, 1- 5
Jesucristo asumió como propios los designios del Padre y los medios para alcanzar la salvación de los hombres.
Evangelio: Mateo 21, 28- 32
No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos sino el que cumpla la voluntad del Padre.
Preces: DTO XXVI
Hermanos: invoquemos al Señor de la viña y confiemos en su Misericordia.
A cada intención respondemos cantando:
-
Pidamos por el Santo Padre, para que Dios le conceda experimentar la oración incesante de toda la Iglesia por su fortaleza y consuelo en el ejercicio de su ministerio. Oremos.
-
Por nuestro obispo, por la santidad de todos los sacerdotes de la diócesis y por el aumento de santas vocaciones entre los jóvenes de nuestros apostolados. Oremos.
-
Por la pureza de los niños y de los jóvenes que sufren a causa de las nuevas ideologías que atentan contra la dignidad y pudor de todo ser humano. Oremos.
-
Por nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos, para que Dios les conceda gozar eternamente de Él en el cielo. Oremos
Señor, míranos con bondad y concédenos lo que con fe te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio:
Presentamos:
* Alimentos para honrar al Señor de las misericordias en los más pobres y desamparados.
* Pan y vino, junto al deseo de que, identificados con Cristo, seamos hostias en oblación perpetua.
Comunión:
“El que guarda mis mandamientos me ama y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.”
Salida:
Al terminar la Santa Misa somos enviados al mundo como verdaderos apóstoles. Que el mundo encuentre en nosotros testigos convincentes, para que ayudemos a los hombres a creer en Jesucristo, Salvador del mundo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)