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La negación de la historicidad de los evangelios: su proceso y un ejemplo concreto

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Estrella que indica el lugar del nacimiento de Jesús – Altar de la Natividad, en la gruta de la iglesia homónima, en Belén, Tierra Santa

Nos hemos referido ya en otra oportunidad, a las repetidas negaciones sobre la historicidad de los evangelios. Esta ha ido cobrando formas diversas durante los últimos doscientos o trescientos años. Esta aún subiste, aunque hoy busque, sobre todo en el campo católico, cambiar y tomar un aspecto más ‘eclesial’ (si cabe el término), o sea, pretender que la negación de algún elemento histórico de importancia de los evangelios no afecte a la Fe cristiana como tal, porque esta debería basarse en el dato ‘teológico’ y no en la verdad histórica.

Esta división entre teología bíblica e historicidad lleva a despreciar, arbitrariamente y sin suficiente fundamento, algunos textos evangélicos mientras que, aparentemente, se privilegian o se aceptan otros. Todo esto de modo de hacer valer una posición ideológica aceptada de antemano.

Es nuestra intención mostrar aquí un ejemplo concreto, basándonos en un episodio clásico del racionalismo evangélico y bíblico, aún moderno: el de los evangelios de la infancia y en concreto, el del nacimiento de Jesús en Belén.

Vamos a seguir el desarrollo del padre Xavier Aguirre, con quien, con todo el respeto que merece como persona, disentimos resueltamente respecto de muchas de sus afirmaciones, en particular respecto al criterio arbitrario que aplica al texto sagrado y a los comentarios que cita. Reconocemos que ha llevado a cabo un trabajo de investigación notable, con abundantes citaciones, pero nos parece muy superficial el modo en que realiza sus juicios valorativos y sus conclusiones.[1] Presentaremos el texto en diversas secciones, para dejar en claro lo que criticamos de cada una, seguido en cada caso de un breve comentario nuestro (las indicaciones de página corresponden a la edición citada del libro).

El texto diviso en secciones   

– Texto (pp. 63-64):

«Los llamados evangelios de la infancia no dejan lugar a dudas, Jesús nació en Belén, por circunstancias ajenas a la voluntad de sus padres (el censo), pero para que se cumplieran así las profecías y quedara claro que Jesús era del linaje de David: “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes” (Mt 2,1a), y “José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2, 4-7).»

– Comentario nuestro: El autor acepta que los evangelios de la infancia son inequívocos en afirmar que Jesús nació en Belén de Judá, aun cuando, como sostendrá, los mismos evangelios sinópticos lo llamen más tarde ‘nazareno’.

– Texto (p. 64):

«Pero en muchas otras fuentes se indica claramente que nació en Nazaret: “en aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea” (Mc 1,9a); “Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo… Por eso les dijo: Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc 6,1a.4), donde en ambos textos en el original griego dice “patria”, no simplemente “pueblo”, es decir, su tierra natal. Y siempre que se hace referencia a su lugar de origen, cosa común en la antigüedad (ejemplo “Saulo de Tarso” en Hch 9,11 o “José de Arimatea” Mc 15,43), se lo nombra como “Jesús de Nazaret” o “Jesús, el Nazareno” (Mc 1,24; 10,47; 14,67; 16,6). Con Juan la situación es aún más clara, pues lo presenta como “profeta de Nazaret”, aún contra el argumento, que de allí no podía salir “nada bueno” (Jn 1, 45-46). Pero más adelante se genera una discusión, y uno de los argumentos para negar que Jesús fuera el Mesías, es justamente que había nacido en Nazaret y no en Belén, y curiosamente, nadie se encargó de aclarar su origen betlemita (Jn 7, 41-42.52), ni siquiera Nicodemo, que quiso defenderlo, y fue acusado “también de galileo”. Más aún, los mismos Mateo y Lucas en el resto de sus evangelios se refieren a Jesús como el nazareno o proveniente de Nazaret (Mt 21,11; 26,71; Lc 4,34; 18,37; 24,19); y en los Hechos varias veces. Incluso Pablo, nunca hace referencia alguna a Belén, que le hubiera servido de buen argumento para el origen mesiánico, y relata que el mismo Jesús se le presenta como “de Nazaret” en el camino a Damasco (Hch 22,8).»

– Comentario nuestro: El autor cita las que él llama “otras fuentes”, entre las que se incluyen los evangelios de Marcos y de Juan (que no poseen relatos de la infancia de Jesús), y cita incluso los mismos evangelios de Mateo y Lucas en otras secciones, donde Jesús es llamado Nazareno. Digamos, en primer lugar, que la tal división de “fuentes” es bastante arbitraria, si bien común en el dominio de los exégetas modernos. Ya veremos como el separar los relatos de la infancia de Mateo y de Lucas del resto de sus evangelios respectivos – y en sentido más amplio, de todo el contexto evangélico – obedece a un mero presupuesto que se puede considerar pre – exegético (o sea, anterior al análisis del texto como tal), y por lo tanto, no científico.

Por otra parte, es evidente que Jesús es llamado repetidas veces Nazareno, porque Nazaret fue justamente el lugar donde creció, donde tuvo su residencia durante todos los años de su vida oculta, y en definitiva, porque desde Nazaret salió para empezar a predicar el Reino. Bastaba eso para llamarlo así. Hay todavía un detalle adicional, y es que el nacimiento de Jesús en Belén permanecía oculto para todos, quizás también para los Apóstoles al inicio, hasta que quizás Jesús se los haya dicho, aunque de esto no hay pruebas. Por esa misma razón, el texto de Jn 7,42 no hace más que corroborar dicha falta de conocimiento de parte del pueblo: Otros [del pueblo según el contexto] decían: “Éste es el Cristo”. Pero otros replicaban: “¿Acaso el Cristo va a proceder de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo procederá del linaje de David, y de Belén, la aldea de David?”. Había, pues, diversos bandos en el pueblo por causa de él (Jn 7, 41-43). Ciertamente que lo mismo vale para los enemigos de Jesús, por eso los fariseos responden a Nicodemo: “Pero ¿tú también eres de Galilea? ¡Estúdialo bien, y verás que de Galilea no sale ningún profeta!” (Jn 7,52). Nicodemo tampoco lo sabía, probablemente, ya que no era discípulo directo de Jesús, aunque lo seguía en secreto, y por eso no lo dice. El hecho que Pablo no haya utilizado el dato del nacimiento de Jesús en Belén para sugerir su origen mesiánico no es prueba alguna de que no lo conociera – aunque esto último no lo sabemos nosotros -, pero ciertamente que no es prueba para sugerir que no haya nacido en Belén. El mesianismo de Jesús, en San Pablo, es presentado bajo otros aspectos: su reyecía, su sacerdocio, la ineficacia de la Ley antigua, etc.

Ahora bien, si la pregunta es: ¿Por qué Jesús mantuvo ese secreto durante su vida pública?, respondamos en primer lugar que no es el único secreto que mantuvo. Manifestaba su misión con milagros y discursos, pero muchas veces mandaba callar cuando lo proclamaban abiertamente como Mesías, especialmente a los demonios. Sólo cuando encontraba corazones bien dispuestos, y en su mayoría en casos particulares, se proclamaba Mesías, como a la Samaritana (Jn 4,26) y al ciego de nacimiento (Jn 9,37). Y en cuanto a su filiación divina, en general eran los creyentes a manifestarla, una vez que creían en El. Jesús reservará su revelación final para el momento de la Pasión, ante el Sinedrio, de modo solemne, una vez por todas para que lo escucharan claramente y porque fue interpelado bajo juramento (Mc 14,62; Mt 26,64), aun sabiendo que no iban a creer en El, y que eso constituía para ellos ocasión de mayor pecado. Jesús pedía primero la Fe, y sólo una vez adquirida concedía mayor luz para entender los misterios. Justamente, la confusión y la oscuridad son parte del castigo de los incrédulos. Las mismas palabras de Jesús a los fariseos lo confirman: “Si fuerais ciegos, no seríais culpables de pecado, pero como afirmáis que veis, vuestro pecado permanece” (Jn 9,41). Y los evangelios de la infancia hablan claramente del carácter de salvación por una parte y de escándalo para otros, que la venida del Mesías trae aparejada: “Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y para blanco de contradicción, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35).

– Texto (pp. 64-65):

«Si leemos con detenimiento, los mismos relatos de la infancia son contradictorios, pues para Mateo, José y María vivían en Belén, y en cambio para Lucas, sólo estaban de paso. Y es que allí está el meollo de la cuestión: la referencia al nacimiento en Belén no tiene ningún ingrediente histórico preciso, sino que el objetivo de tal propuesta es esencialmente teológico. Recordemos que los relatos de la infancia son textos con un género literario propio, es decir, relecturas teológicas de personajes o textos del AT para ser aplicadas, en este caso a Jesús, con el fin de presentarlo ya desde el origen, como el Mesías davídico esperado. Algunos exégetas han hablado de textos “midráshicos”, pero es un término que no ha generado consenso en el mundo de la investigación bíblica, pues su uso judío es bien específico y tiene otro sentido. De todos modos, hay coincidencia en que los evangelios de la infancia son los textos “menos históricos”, y fueron redactados a partir de tradiciones populares con base en algún personaje del AT en el caso de Mateo, y de himnos litúrgicos y cánticos, algunos también del AT, en el caso de Lucas. En ambos casos, su objetivo es evidente: mostrar la descendencia davídica de Jesús, y cómo su mesianismo proviene directamente de Dios.»

– Comentario nuestro: No es verdad, como el autor supone, que para el evangelio de Mateo, José y María vivían en Belén. El evangelio sólo relata el sueño de José y el desposorio de este con María, hasta el nacimiento de Jesús en 1, 18-25, y el capítulo 2 menciona que luego de ese nacimiento que tuvo lugar en Belén (nombrado en 2,1), vinieron los Magos a visitar al Señor. Pero no se dice que María y José vivían en Belén, sino que bien podían estar de paso, como dice Lucas. Por lo tanto no es legítimo decir que la referencia al nacimiento en Belén es un elemento solamente teológico. Elementos teológicos contienen todas las palabras del texto sagrado, sin duda – y contraponer teología a estudio científico del texto ha sido otro de los presupuestos gratuitos y no fundamentados de gran parte de los exégetas modernos -, pero eso no quiere decir que no sean históricas las referencias presentadas como tales. Se podría tener el mismo perjuicio para Nazaret, y aún más, porque ciertamente que no hay textos canónicos que mencionen el nacimiento de Jesús en dicho lugar, y si hay dos que mencionan que fue en Belén. No es honesto descartarlos a priori o considerarlos “menos históricos”, sólo porque parezcan recoger tradiciones populares, que en caso que lo sean realmente, bien podrían haber sido usados como fuentes legítimas para componer el evangelio, por parte del evangelista en persona. En realidad, también el cuerpo de los evangelios posee restos de tradiciones populares, como cuando los apóstoles preguntan a Jesús si Elías debe venir primero (cfr. Mc 9, 11-13). Por otra parte, el uso de cánticos e himnos litúrgicos no prueban que no sean históricos. Además, los tres himnos presentes en el evangelio de Lucas: Benedictus, Magnificat y el cántico de Simeón, no son copias fieles de ningún cántico del Antiguo Testamento. Contienen ciertamente abundantes citaciones de ellos, pero son originales en su contenido más íntimo.

Con respecto al objetivo del que se habla, ciertamente que los evangelios buscan mostrar el mesianismo de Jesús, proveniente de Dios a través del linaje de David, y no sólo los evangelios de la infancia,[2] pero el elemento teológico, ya lo hemos dicho, no se opone a la historicidad. Los evangelios no son meras crónicas, es cierto, pero eso no quiere decir que no posean elementos históricos. Sería prestarse a equívoco decir que los evangelios presentan como histórico algo que en sí mismo nunca lo fue. Si un autor cualquiera no lo hace normalmente en un escrito, menos lo deberían haber hecho los evangelistas que presentaban un mensaje que retenían esencial y sagrado.

– Texto (p. 66):

«Aquí hago el primer llamado de elaboración personal al lector. Ha llegado el momento de distinguir e integrar dos aspectos complementarios de toda la nueva jesuanología, que nunca se oponen, a veces difieren, por momentos coinciden y siempre se enriquecen mutuamente. Me refiero a los aspectos específicamente históricos de los aspectos específicamente teológicos sobre Jesús. Este caso nos servirá de ejemplo: a nivel teológico, que ha generado una rica tradición y una verdadera espiritualidad, Jesús nació en Belén, en un pesebre entre animales, con José y María, en Navidad. La catequesis debe seguir anunciando a este Jesús, que invita al silencio y a la meditación, es un Jesús que salva desde lo más pequeño y más pobre; es un Jesús en sintonía con la naturaleza, etc. ¿Quién de nosotros no se ha pasado largos ratos de oración y contemplación frente al pesebre, disfrutando de ese maravilloso lugar teológico y espiritual? Mateo y Lucas tienen razón al presentar a ese niño, del linaje de David, reconocido por los más pobres, los pastores, por los ángeles y por los magos, símbolo del mundo pagano, como el salvador de todo mundo. Por otra parte, el historiador, luego de haber estudiado todas y cada una de las fuentes, puede afirmar con bastante certeza (nunca absoluta en la ciencia histórica) que “Jesús de Nazaret”, efectivamente, nació en “Nazaret”. Cada uno de nosotros, adultos cristianos, podemos afirmar sin problemas que a nivel de fe, Jesús nació en Belén para la época de Navidad, pues el contenido catequético de esa afirmación es permanentemente válido: Jesús era el mesías esperado cumpliendo la promesa profética hecha al rey David. Por otra parte, sabemos con bastante seguridad, que Jesús nació en Nazaret – seguramente, no en diciembre, época invernal en la que no se sacaba a pastorear a los animales en campo abierto -, creció y vivió como un niño normal de esa zona de Galilea, y en medio de esa vida ¡fue descubriendo su vocación salvífica!»

– Comentario nuestro: Este párrafo del autor es fundamental para comprobar cuál es la base de las diversas concepciones sobre la historicidad de los evangelios. El rol del historiador y aquel del teólogo son diversos, ciertamente, como dice el autor, pero ambos materiales pueden estar presentes en el mismo texto. El autor dice que nunca se oponen, pero a veces difieren. Es bastante difícil congeniar ambas afirmaciones. Podría darse en ciertos casos, pero no puede tratarse del caso en que un historiador y un teólogo, sobre un mismo hecho acaecido a una misma persona, afirmen cosas que son contrapuestas. Una misma persona no puede haber nacido en un lugar para un cierto criterio, y en un lugar diverso para otro, porque uno de las dos sería necesariamente falso. No es como decir que para mí, una persona es amable y para otro es a veces algo antipático. Esas son opiniones prudenciales, sobre aspectos y matices que son incluso variables, y que dependen mucho de la estimación del observador. Pero una persona que ya nació, lo hizo necesariamente en un lugar y en una fecha y en circunstancias determinadas, que ya no cambian ni están sujetos a pareceres diversos. Decir que la visión teológica y la histórica difieren en este aspecto es decir que se oponen, no pueden complementarse y ciertamente que se contradicen. No es cuestión de ser adulto o no serlo: Si yo creo que el contenido catequético de la afirmación “Jesús nació en Belén” es válido, es porque nació efectivamente en Belén. De otro modo nuestro contenido catequético no sería válido, porque sería falso. Si fuera sólo una creencia popular que para los adultos no es real, habría que decírselo expresamente a los niños que dejan de serlo, así como se les dice que Santa Claus y los Reyes Magos no traen cada año regalos a los niños sino que son los padres quienes lo hacen. Se les avisa a los niños que crecen como son las cosas verdaderamente, porque se sabe que es mejor para ellos. Pues bien, lo mismo debería ser con respecto al nacimiento en Belén de Jesús si no fuera cierto. Pero a nadie se le ocurre decir algo así, ni hay por qué hacerlo.

El problema de fondo es un problema filosófico, de conocimiento, que ha contagiado prácticamente a todo el mundo exegético – y gran parte del teológico – moderno, incluso el católico; el pensar que pueden existir dos verdades sobre una misma realidad. Esto contradice el concepto y la sustancia misma de verdad. Sería muy largo desarrollar este aspecto, pero es la clave de todo y de todas las desviaciones al respecto. Es un problema de mentalidad, que aunque no plenamente consciente a veces, considera que es posible la contradicción, al menos en ciertos aspectos.

Sobre la afirmación que el autor hace de que Jesús no haya nacido en diciembre, dada la época invernal, no tiene fundamento: Nosotros mismos, viviendo en las cercanías de Belén durante algunos años, hemos visto como incluso hasta el día de hoy, muchos pastores palestinos sacan sus rebaños a pastorear en campo abierto aún en época invernal.

Algunas notas a pie de página

– El autor presenta también algunas citaciones a pie de página, donde presenta dos posturas diversas, afirmando que la lectura de ellas “llevará al lector a comprender su toma de posición”:

Texto (nota 54, pp. 64-65):

«Aquí copio dos posturas distintas sobre el tema. El lector podrá entender por qué seguimos la línea, hoy casi unánimemente aceptada por los investigadores, del nacimiento en Nazaret».

La primera posición:

[RATZINGER Joseph, La infancia de Jesús, ed. Planeta; Buenos Aires 2012, 37-38] «Acreditados representantes de la exegesis moderna opinan que la información de los dos evangelistas, Mateo y Lucas, según la cual Jesús nació en Belén, sería una afirmación teológica, no histórica. En realidad, Jesús habría nacido en Nazaret. Con los relatos del nacimiento de Jesús en Belén, la historia habría sido reelaborada teológicamente para hacerla concordar con las promesas, y poder indicar así a Jesús – fundándose en el lugar de su naci­miento – como el Pastor esperado de Israel (cf. Mi 5, 1-3; Mt 2,6). No veo cómo se puedan aducir verdaderas fuentes en apoyo de esta teoría. En efecto, sobre el nacimiento de Jesús no tenemos más fuentes que las narraciones de la infancia de Mateo y Lucas. Los dos dependen evidentemente de representantes de tradiciones muy diferentes. Están influidos por visiones teológicas diversas, de la misma manera que difieren también en parte sus noticias históricas. Está claro que Mateo no sabía que tanto José como María residían inicialmente en Nazaret. Por eso José, al volver de Egipto, quiere ir en un primer momento a Belén, y sólo la noticia de que en Judea reina un hijo de Herodes le induce a desviarse hacia Galilea. Para Lucas, en cambio, está claro desde el principio que la Sagrada Familia retornó a Nazaret tras los acontecimientos del nacimiento. Las dos diferentes líneas de tradición concuerdan en que el lugar del nacimiento de Jesús fue Belén. Si nos atenemos a las fuentes y no nos dejamos llevar por conjeturas personales, queda claro que Jesús nació en Belén y creció en Nazaret».

Comentario nuestro: La fuerza del argumento presentado por Ratzinger está en el rigor metodológico sobre el uso de las fuentes. Si las únicas fuentes de que disponemos sobre la infancia de Jesús, afirman que este nació en Belén, no estamos autorizados a desconfiar de ellas sólo porque pensemos que son más teológicas que históricas, porque en realidad, ni siquiera sobre esto tenemos certeza que así sea. Las fuentes de los evangelios de la infancia tienen que ser atendibles, al menos como el resto del texto evangélico.

Podemos discutir algunas de las afirmaciones presentadas por Ratzinger, como el decir que “está claro que Mateo no sabía que tanto José como su esposa residían inicialmente en Nazaret”. En realidad, no está nada claro que no lo supiese, sino sólo que no lo quiso mencionar. De todos modos, en el punto del nacimiento de Jesús la posición del autor citado es clara.

La segunda posición:

[MEIER John P., Un judío marginal, nueva visión del Jesús histórico; Verbo Divino, Navarra 1997, t. I, 228-230] «El lugar de nacimiento de Jesús resulta más problemático. Lo mismo Mateo que Lucas afirman que es Belén; pero Mt 2 y Le 2 son los únicos dos capítulos del NT que lo indican claramente. No se vuelve a encontrar eco de ello en los relatos de la infancia ni en el resto de Mateo y Lucas ni, menos aún, en el resto del NT. En otras partes, incluso en Mateo y Lucas, Jesús es simplemente Jesús de Nazaret, Jesús el Nazareno o Jesús el Nazareo. En efecto, el único lugar de todo el NT donde la palabra “Belén” aparece fuera de los relatos de la infancia es Jn 7,42, y se trata de un pasaje ambiguo en su propósito… Dada la ambigüedad, por lo menos, de la referencia a Belén en Jn 7,42, este versículo es de discutible valor para probar una tradición evangélica del nacimiento de Jesús en Belén fuera de los relatos de la infancia. Aunque no se puede excluir categóricamente el nacimiento de Jesús en Belén (en historia antigua, raramente cabe una proposición negativa), debemos aceptar el hecho de que la idea predominante en los Evangelios y en Hechos es que Jesús era de Nazaret y – prescindiendo de los capítulos 1-2 de Mateo y Lucas – sólo de Nazaret. La manera un poco tortuosa o sospechosa en que Mateo y Lucas concilian la tradición predominante de Nazaret con la tradición especial de Belén en sus relatos de la infancia podría ser indicio de que hay que interpretar el nacimiento de Jesús en Belén no como un hecho histórico, sino como un teologúmeno, es decir, como una afirmación teológica (p. ej., Jesús es el verdadero Hijo de David, el Mesías de estirpe real profetizado) expresada en forma de relato aparentemente histórico. Pero es preciso admitir la imposibilidad de llegar a la certeza en cuanto a este punto».

Comentario nuestro: Menos mal que el autor reconoce que no se puede llegar a la certeza de su posición, ya que la suya posee muchas características excepto la certeza. Queremos limitarnos sólo a dos observaciones, para no ser demasiado largos: El autor dice que “la idea predominante en los Evangelios y en Hechos es que Jesús era de Nazaret, y sólo de Nazaret”. En realidad no es así; las citas que se aducen sólo muestran que es predominante, en el Evangelio, el llamarlo Nazareno, porque creció y vivió allá, y porque quizás muchos pensaron que allí había nacido, como hemos afirmado, pero eso no significa que el evangelista lo pensase, y de hecho, no hay ninguna afirmación explícita que afirme que Jesús nació en Nazaret.

La segunda afirmación es que el autor dice: “prescindiendo de los capítulos 1-2 de Lucas”. Justamente, es esa prescindencia la que está viciada. No es lícito prescindir gratuitamente de una parte de las fuentes mientras se acepta el resto de ellas.

Es de notar como el afirmar que: “no se puede llegar a ningún tipo de certeza” – de ningún tipo, no solamente certeza absoluta – permite vislumbrar como una intuición, común en este tipo de autores, de que hay algo que no cierra y que no concluye bien en sus teorías. Sin embargo, se puede decir que ‘voluntariamente’ las sostienen. ¿Por qué?

Valoración final

Volviendo a nuestro autor principal (Xavier Aguirre), él dice que el lector se dará cuenta, leyendo ambas opiniones, de por qué toma parte por el nacimiento en Nazaret. En realidad, lo que está claro (y de lo único que uno puede darse realmente cuenta) es que el autor prefiere la opinión de Meier, de quien recoge hasta las palabras. Pero no está claro que haya probado su posición, cuando el mismo Meier dice de ser incierta. La fuerza del argumento de los negadores está en la ausencia de la mención del nombre de Belén en el resto de los textos evangélicos (aun cuando contamos con una, en Jn 7,42, que lejos de ser discutible sirve para corroborar el hecho que este dato estaba velado para los enemigos de Jesús pero no para el evangelista), mientras que el otro argumento (el del nacimiento en Belén) es mucho más riguroso intelectualmente, porque se basa en dos fuentes evangélicas y en el testimonio de la Tradición, unánime desde San Justino (s. II) en adelante.

Como el lector habrá visto – y esperamos que de esto sí se dé cuenta -, este es el modo en el cual, desafortunadamente, muchas veces procede la exégesis moderna. Elige a priori lo que desea y descarta lo que no le gusta, gratuitamente, y contra el peso incluso de toda una interpretación histórica unánime al respecto, y además, no lo prueba exegéticamente, y hasta reconoce no haberlo probado. Sin embargo, se repetirá una y otra vez la afirmación: “Nadie duda actualmente que (Jesús non nació en Belén, por ejemplo)…” Tampoco ninguna de las autoridades religiosas de Jerusalén – y gran parte del pueblo – dudaron que había que pedir la condena a muerte de Jesús. Y creo que en esto debemos reconocer que se equivocaron. El argumento de mayoría no puede ser un argumento usado en exégesis, como tampoco en muchas otras disciplinas. Desgraciadamente, el proceder en estos casos no sigue ciertamente el camino racional, como hemos comprobado.

 

P. Carlos Pereira, IVE

 


[1] Nos referimos a su obra: Xavier de Aguirre, Tan hombre que es Dios: Jesús histórico, en los evangelios y entre nosotros; PPC, Buenos Aires 2015, 294 pp.

[2] Cuando Jesús entra glorioso el domingo de Ramos en Jerusalén, las turbas lo aclaman como “hijo de David”, y Jesús no solamente que no los reprime, sino que asegura que es el momento en que deben hacerlo (cfr. Mt 21,5.9; Mc 11,10) y lo mismo los enfermos (Mt 15,22; 20,30; Mc 10,47).

Para descargar el texto en PDF, hacer click aquí.

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