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Creo que por pura coincidencia –y lo digo así para no herir a los que se disgustan con cualquier referencia providencialista– me llegó la noticia del documento de la conferencia episcopal alemana afirmando que se puede dar la comunión a los divorciados vueltos a casar sin que estos deban abandonar sus relaciones sexuales en el mismo momento (hoy, 2 de febrero de 2017) en que estaba releyendo el canto XXIX del Paraíso de Dante. Debo confesar que lo estaba repasando porque me había topado con unos admirables pasajes citados en un libro de Giovanni Fallani, Dante autobiografico, que conseguí hace menos de un mes, después de varios años buscándolo. Así que volví a retomar mi vieja edición de la Divina Commedia, anotada por Carlo Steiner, que conservo como un tesoro heredado de un viejo profesor italiano que dedicó casi toda su vida a explicar en los liceos de la península el inmortal Poema, y releí gustoso algunos versos del discursito de Beatriz – transfigurada por Dante en símbolo de la teología– sobre los malos maestros, de quienes afirma que

Per apparer ciascun s’ingegna e face

sue invenzioni…

…e ‘l Vangelio si tace (Par XXIX, 94-96).

Para parecer (docto y sutil) cada uno se ingenia y hace sus propias invencionesy se silencia el Evangelio. Tal cual en las cosas que venimos escuchando desde hace un tiempo, de prelados incluidos. En esta cuaresma eclesial que venimos transitando nos toca ayunar de Evangelio. El pato de la boda lo pagan las ovejas, como continúa un poco más abajo el Poeta por boca de su Beatrice:

sì che le pecorelle, che non sanno,

tornan del pasco pasciute di vento,

e non le scusa non veder lo danno.

De modo que las ovejitas (o sea, los pobres fieles), que no saben (o sea, ignorantes de las cosas de la religión),  vuelven del prado apacentadas de viento, y no las excusa el ignorar su daño. Viento es lo que les dan de comer los malos pastores, porque viento –y tempestades– es toda enseñanza en que se amordaza el Evangelio. Y terrible cosa es que lleve razón el Poeta, en caso de que sea justo aquello de que no les ha de valer totalmente de excusa su triste ignorancia, aunque esto lo dejamos al juicio de Dios que sabrá a quién cobrarle la deuda de estas locuras. Pero a quienes les toque la responsabilidad de la confusión que entenebrece a la Iglesia en nuestro tiempo les valdría mucho meditar estas palabras y las que la admirable Beatriz dice a continuación:

Non disse Cristo al suo primo convento:

‘Andate, e predicate al mondo ciance’.

No dijo Cristo a su primer convento (a los primeros que se juntaron en torno a Él, es decir, sus apóstoles): Id y predicar al mundo charlatanerías. Porque eso quiere decir en italiano “cianca”: un discurso infundado y que no concluye o que no responde a la verdad. En lunfardo argentino deberíamos traducirlo por “sanata”, palabra que inventó Fidel Pintos para definir el hablar sin sentido y necio pero dando la apariencia de un pensamiento profundo y coherente. Y todo esto que estamos escuchando de los alemanes y los malteses y muchos otros es sanata, no teología. O teosanata, si se quiere. Gracias a Dios con un día de anticipación, otro alemán, el Cardenal Müller, en entrevista a Il Timone, hablando de los obispos que dicen lo que dice el documento de los obispos alemanes (¿lo conocería por anticipado?; si no, conocía el de los malteses y el de los… y el de los…), ya había dicho que “recomendaba (a los prelados que dicen estas cosas) que antes de hablar estudiaran la doctrina [de los concilios] sobre el papado y sobre el episcopado”, porque “como maestro de la palabra, el obispo debe ser el primero en estar bien formado para no correr el riesgo que un ciego conduzca de la mano a otros ciegos”. La teosanata –o teología de invidentes para invidentes– se cura aprendiendo el Evangelio y el magisterio en su totalidad y, sobre todo, pidiendo la gracia de ser fieles a lo que enseñó Jesucristo y no casarse con el mundo (aquel por el que el Divino Maestro dijo que no rezaba: Jn 17,9).

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

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