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San José perfecto modelo de pobreza

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El Verbo de Dios, queriendo desposarse con nuestra pobre humanidad, se hizo pobre por amor a nosotros. “Vosotros sabéis, dice San Pablo, que Jesucristo en su gran misericordia se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos por su indigencia”. Y Él quiso que esta pobreza afectiva y efectiva, fuese el estado y la virtud predilecta de los suyos.

San José, que debía revestir el glorioso título y la potestad de padre de Jesús, hubo pues de agregar a todas sus glorias regias y a todas sus cualidades la pobreza evangélica. En Nazaret, en efecto, en ese primer convento, fueron enseñadas y practicadas las virtudes que constituyen el estado religioso: los votos de pobreza, obediencia y castidad provienen de Nazaret. San José practicó allí todas las virtudes de consejo; al mismo tiempo que padre de Jesús, era su rendido discípulo.

San José fue pobre de los bienes de este mundo. No poseía nada, en un país donde habían reinado sus antepasados: en Belén. Habitó la ciudad más pobre y menospreciada: Nazaret; y la pobre vivienda donde fue concebido el Verbo encarnado ¿a quién pertenecía? ¿a María o a José?… no se sabe; mas, a juzgar por lo que se ve en Loreto, ¡cuán pobre y reducida era!

San José no tenía recursos personales viéndose obligado a vivir de su oficio, de un oscuro oficio, cual es el de carpintero.

Vestía pobre y toscamente, como lo prueba el manto que se conserva aún, como su más santa reliquia. Pobres y toscas vestidura, semejantes a las que usaban las gentes de su condición.

Su alimentación era pobre también: el pan de cebada era su pan cotidiano.

Verdaderamente casi causa escándalo ver que el Padre Eterno envía su Hijo en medio de tan absoluta pobreza. Él lo dispuso así, sin embargo, lo previó y con esta mira redujo a San José a tan extremada pobreza; quería que su Hijo reparase, desde el primer momento, nuestro apego a los bienes materiales y abuso de las riquezas. He ahí por qué San José, que por su nacimiento hubiera podido escalar las gradas de un trono, se vio reducido al pobre oficio de carpintero, con un exterior de tan triste apariencia, que en Belén todo el mundo lo rechazó y se vio reducido al último refugio del indigente, a un pesebre.

Pero San José tenía el espíritu y la gracia de la pobreza de Jesús: la compartía con felicidad y la prefería a todos los bienes y glorias del mundo.

La pobreza afectiva o efectiva ha de ser amada también por el alma eucarística: es el lazo de amor que la liga al divino Tabernáculo, a la adorable Hostia, a Jesús despojado de todo, por amor al hombre.

La pobreza es la gracia y la gloria del apostolado eucarístico; puesto que, según el Evangelio, los pobres, lisiados, enfermos y mendigos, son aquellos a quienes se ha de invitar con mayores instancias al banquete del padre de familia.

Como San José, el alma eucarística debe estimar pues, amar y practicar la santa pobreza, contentarse con lo necesario y encontrar aún el medio de honrar con algún sacrificio la real pobreza del Dios de la Eucaristía.

Aspiración. San José, encargado de aliviar la pobreza del Niño Jesús remedia la pobreza aún más grande de Jesús Eucaristía.

Treintena

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