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San José sufre sin consolaciones

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Compadezcamos los dolores de San José. Nos sea grata su meditación: glorifiquémosle en su martirio, ya que casi nadie piensa en ello. Y, sin embargo, ¡cuántos dolores padeció! Toda su vida fue un continuado martirio. Sin duda, nada sabemos de cuanto padeció San José en su vida oculta; pues en la misma medida en que lo ha exaltado en su gloria, quiso Dios empequeñecerlo y anonadarlo en su vida oscura.

San José sufría sin gloria, sin amigos; y este carácter le es peculiar. Cuando se le ofrecía una oportunidad de hallarlos, como sucedió con los pastores, que forzosamente debieron simpatizar con él, Dios los alejó de su lado: ellos regresaron cerca de sus rebaños, y, aunque hubieran vuelto al pesebre ya José tuyo que dejar a Belén para huir a Egipto donde no tenía ningún amigo. ¡Ah! bien lo sabe hacer el Señor para hacer sufrir a sus amigos, a los santos.

San José debía sufrir pues sin gloria, sin amigos, sin consolaciones: nadie conoció el secreto de sus sufrimientos; a nadie podía revelarlo. Dios mismo le había impuesto este sigilo. Por otra parte, él no tenía, no podía tener amigos, fuera de la Sagrada Familia. Era preciso que guardase bien encerrado en su interior el secreto del Padre celestial.

Pero, ¿acaso la Santísima Virgen y Nuestro Señor no le consolarían? ¡Ah! las conversaciones de María y de Jesús, sus íntimos coloquios con San José, versaban siempre sobre la Pasión futura. Nuestro Señor no quería procurarle consuelos, por lo mucho que le amaba precisamente; porque quería imprimir más y más en él su imagen crucificada: Él era el objeto e instrumento de sus dolores. En cuanto a María, ella sufría tanto o más que su santo Esposo.

Los que le veían en el mundo ignoraban sus sufrimientos íntimos: no daba lugar a que lo compadeciesen siquiera; sólo dejaba vislumbrar lo que padecía como consecuencia necesaria de su condición. Así en Belén se decía de él: “Es un mendigo, un hombre de baja condición”. Si hubiera podido responderles ese mendigo: “¡Ah! vosotros no sabéis quién es esta mujer, y el fruto que lleva en su seno”. Mas, no podía expresarse así. Era preciso que devorase su pena en su corazón, en el más impenetrable secreto.

Es un consuelo muy grande cuando en nuestros sufrimientos podemos desbordar su exceso en un corazón amigo; pero, sufrir con Dios solo, sólo a Él comunicar su pena y no querer otro consuelo que el de cumplir, en todo, su santa voluntad: he ahí el heroísmo de la santidad, una virtud sublime, que sólo el más acendrado amor de Dios pudo formar y elevar hasta tan alto grado, en el alma de San José.

Aspiración. San José, haznos participar contigo del espíritu de víctima y de sacrificio de Jesús Sacramentado.

Treintena

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