El eterno Padre quiso que su Hijo encarnado, destinado por víctima de nuestros pecados a su Divina Justicia, padeciese con mucha anticipación todas las penas a que debía sujetarse en su vida y en su muerte. Jesucristo padeció más, padeció siempre con un corazón lleno de tristeza, y todo lo acepto por amor a nosotros
se celebró por primera vez la misa en la aldea de Ufingula. Esta aldea ha comenzado hace muy poco, creo que hace un año no más, y los que van cada semana a dirigir la celebración de la palabra son los seminaristas y novicios. Está a tan sólo tres kilómetros del centro de la parroquia, pero se trata de un pequeño poblado donde la mayoría son paganos.
Les pedimos oraciones a ustedes, para que podamos llevar a término todos nuestros proyectos de Ufingula, para que llevemos la fe a mucha gente, y vayamos los misioneros hacia ellos, a buscarlos.