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Homilética – II Domingo de Cuaresma
La escena de la Transfiguración nos permite penetrar un poco el misterio insondable de la Persona y de la Obra de Cristo. A través del velo de su carne deja Cristo transparentar la Luz de su gloria divina:
— En una alta montaña, a la vista de los tres Testigos predilectos, se realiza la Transfiguración de Cristo, la Teofanía más gloriosa que jamás vio ningún mortal. La Nube Gloriosa, signo de la Presencia Divina, y la voz que se oye en la Nube, testifican que Jesús es el Mesías, el Salvador prometido en las Escrituras. Moisés y Elías (que personifican la Ley y todos los Profetas) están allí para rendir el mismo testimonio. Al darle Dios el título de «Hijo» (5), nos orienta a ver en Jesús unas relaciones únicas y trascendentes con Dios: Padre-Hijo. A la vez, esta Cristofanía pone en claro que el Mesías-Siervo de Yahvé de Isaías (42, 1) es Jesús-Hijo de Dios.