Comprometerse con obras de apostolado, esa es una señal que un laico quiere ser santo. No solo los sacerdotes, religiosas y algunos de “los de la parroquia” están llamados a hacer obras de apostolado, sino todos… ¡todos estamos llamados a anunciar el reino de Cristo!
¿Por qué? Porque desde el bautismo, todos hemos sido insertados en el cuerpo místico de Jesucristo, “insertos por el bautismo,… robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado”[1].
Somos parte del Cuerpo Místico
“El bautismo al incorporarnos al cuerpo místico de Cristo, nos ha vinculado de tal modo a nuestra divina Cabeza y a cada uno de nosotros entre sí, que nadie puede desentenderse de los demás sin cometer un atentado, un verdadero crimen contra los miembros de ese cuerpo místico, que repercuta inevitablemente sobre su divina cabeza. Estas exigencias se vigorizan y refuerzan con el sacramento de la confirmación, que nos ha hecho Soldados de Cristo y nos da la fortaleza necesaria para librar las batallas del Señor. El soldado tiene por misión defender el bien común, por eso un soldado egoísta es un contrasentido, por eso todo cristiano, también el laico, tiene que ser apóstol por una exigencia intrínseca de su propia condición.” (Directorio TOS, n. 432)
La iglesia es misionera
Además,“la Iglesia es esencialmente misionera, y que por eso no puede ser ajena al llamado anhelante del corazón de Jesucristo antes de subir al Padre: id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación (Mt 16,15)” (n. 435). Por eso, la iglesia posee como objetivo inherente e indisoluble con su realidad llevar el evangelio a todos los hombres, de tal manera que todos puedan vivir con la vida nueva de la gracia.
Cada laico, al “buscar unirse más íntimamente a Dios busca necesariamente unir a todos los hombres con Dios, es decir “hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora”[2], sabiendo que la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado[3]. La predicación y el apostolado están en perfecta concordancia con el fin de la Encarnación[4], yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37).” (n. 436)
Hacer amar al Amor
“El celo nace del amor”[5], de aquí que necesariamente el amor a Dios se debe verificar en el celo por la salvación de los hermanos ya que “no hay cosa más cara a Dios que la salvación de las almas”[6]. Es imposible amar a Dios sin sentir arder en las propias entrañas el fuego del apostolado. Un amor de Dios que permaneciera indiferente a las inquietudes apostólicas sería completamente falso e ilusorio. Nuestro afán, el de todos los miembros de esta orden, es el de Santa Teresita: “Una sola cosa deseo, hacer amar a Dios”. (n. 437)
“Santo Tomás de Aquino ha argumentado hermosamente que el celo apostólico es un efecto del amor[7]. Cuando el amor alcanza una gran intensidad, tiende a derramarse al exterior. Es imposible amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las Fuerzas (Lc 10,27) -primer mandamiento de la ley, en cuya práctica consiste la perfección cristiana- sin que sienta el alma el celo devorador por la gloria de Dios y el ansia incontenible de apostolado. El apostolado es un efecto inevitable de la perfección. Cualquiera que quiera llegar a la santidad y prescinde del bien de los demás es un iluso.” (n. 438)
Necesitamos de ti
“Por eso es la aspiración, el anhelo y la obsesión de los laicos del Verbo Encarnado, llevar la luz del evangelio a todos los hombres, manifestando a Cristo al mundo desde la propia vocación laical. Llevar y portar a Cristo a los lugares más lejanos, más escondidos, allí donde los sacerdotes no pueden llegar o entrar, evangelizar las culturas desde lo más profundo, desde lo más íntimo, enseñoreando la realidad para el Señor, inculturando el evangelio en los lugares más recónditos de la vida humana; haciendose eco del pedido del Papa San Juan Pablo II “que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura”[8] con el convencimiento que “la grata noticia de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído, combate y elimina los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado, purifica y eleva incesantemente la moral de los pueblos”[9], ya que es necesario, como pedía el papa Pablo VI a los seglares “hacer todos los esfuerzos en pro de una generosa evangelización de la cultura”[10]. (n. 439)
Rogamos a Dios y a la Virgen de la Evangelización “que suscite en nuestras filas laicos generosos, que sientan que su alma se quema en hoguera ardiente por la salvación de las almas, que sepan sentir con la Iglesia, sufrir y gozar con ella, -como decía San Juan Pablo II- “que estén dispuestos a abandonar su ambiente de vida, -si fuese necesario- su trabajo, su región o patria, para trasladarse a donde fuera menester. Que se den matrimonios cristianos que, a imitación de Aquila y Priscila[11] estén ofreciendo un confortante testimonio de amor apasionado a Cristo y a la Iglesia, mediante su presencia activa en tierras de misión”[12].”
P. Rodrigo Fernández, IVE
Apostolicam Actuositatem, 3
Apostolicam Actuositatem, 2;Cf. Pío XI, Rerum Ecclesiae: AAS 18 (1926), 65.
Cf. Apostolicam Actuositatem, 2
Cf. S.Th. III, 42, 2.
San Agustín, In Ps. 118; Sermón 30.
San Juan Crisóstomo, In get. hom 3.
S.Th. I-II,28,4.
Christifideles Laici. 44.
Gaudium et Spes, 58.
Evangelii Nuntiandi, 18.
Cf. Act 18; Rom 16,3 ss.
Christifideles Laici 35.