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Celebra hoy la Iglesia en muchos lugares la Solemnidad de la Epifanía del Señor, más conocida como el día de los “Reyes Magos”. Se recuerda aquel encuentro con el Niño Dios de esos embajadores de oriente que, representando a los pueblos paganos, fueron a adorar al Señor; de aquí que “Epifanía” signifique “Manifestación”: el Misterio escondido desde siglos y generaciones ha sido manifestado ahora a sus  santos, dirá San Pablo (Col.1,26).

Según algunos autores, en el contexto histórico de los Evangelios, la palabra “mago” significaría “sabio”, y ésta, en ese tiempo, tenía un sentido integral y designaba a los hombres cuyos conocimientos abarcaban todos los campos del saber: la filosofía, la ética, las ciencias naturales, la astronomía, etc.

Eran los científicos del momento, pero con un saber mucho más amplio que el que se le atribuye a los que hoy llamamos científicos. Eran aquellos que habían alcanzado casi el non plus ultra[1] de la sabiduría, incluso de la ciencia, de lo que podía alcanzar el saber humano en el orden de los últimos secretos de la naturaleza. Parte importante de esta sabiduría consistía en la astronomía, es decir, las leyes que rigen los movimientos de los astros.

Hechas estas aclaraciones quería destacar, de estos sabios, justamente su sabiduría. Hablamos de esa sabiduría que la Escritura se cansa de encomiar y recomendar: Adquirir sabiduría vale más que el oro, y mejor que la plata es poseer la inteligencia. (Prov 16, 16). Tal será para tu alma la sabiduría; si la hallares, el porvenir será tuyo, y tu esperanza no será frustrada. (Prov 24, 14).

Sabiduría que nos viene principalmente por la Palabra de Dios: La explicación de tus palabras ilumina, a los simples les da inteligencia. (Sal 119, 130)

Y que no solo implica el saber sino también el obrar: El temor de Dios, ésa es la sabiduría; apartarse del mal, ésa es la inteligencia. (Jb 28,28).

En definitiva, de la que afirma el sabio: Con ella me vinieron a la vez todos los bienes (Sab 7,11).

Y quería destacar la capacidad de éstos sabios en distinguir las señales que Dios les fue mostrando para llegar hasta el Salvador; señales no muy semejantes y que suponen, además, en ellos, una gran docilidad:

“Su docilidad es para nosotros un ejemplo que nos exhorta a todos a que sigamos, según nuestra capacidad, las invitaciones de la gracia, que nos lleva a Cristo”[2]. (San León Magno)

Conocedores seguramente de alguna profecía, bastó que apareciera esa nueva y particularísima estrella para que emprendieran el viaje, con todo lo que eso implicaba. La estrella era un signo extraordinario de la voluntad de Dios, pero así y todo implicó para ellos mucha renuncia.

Asimismo, en nuestras vidas, no pocas veces la voluntad de Dios se muestra con una claridad deslumbrante, con una firmeza inamovible, con una seguridad inquebrantable y con un peso “aplastante”. Pero… ¡oh misterio de nuestra nada pecadora, de nuestra debilidad insospechada y de nuestra indomable rebeldía!, que nos hace capaces (mejor dicho incapaces) de hacernos ciegos a esa claridad y hacer tambalear esa firmeza y seguridad… ¡oh misterio de iniquidad! (2Tes 2,7)

Al parecer, ya cercanos a Jerusalén, la estrella desapareció. Hubiera sido una buena excusa para desandar el camino comenzado… pero no, eran sabios de verdad y no se olvidaron tan rápidamente de la luz que Dios les había dado, como a veces nosotros lo hacemos cuando se oscurece, aunque sea solo un poco, nuestro caminar.

Echaron mano entonces de otro modo de conocer los planes de Dios: consultar a los hombres. La sabiduría verdadera va de la mano con la humildad; tuvieron, entonces, la humildad necesaria para preguntar, escuchar y aprender, aún de un pueblo que parecía poco interesado del tema (eran ellos quienes más ansiosos debería haber estado al respecto).

También se puede notar ese desinterés en el hecho de que si bien les indicaron el lugar, Belén, sin embargo nadie viajó con ellos… a pesar de todo, firmes siguieron adelante, aunque quizás un poco perplejos. Es ahí cuando, luego de esa que podríamos llamar, “prueba de fe”, otra vez Dios ilumina incandescentemente su caminar porque reaparece la estrella y, como no podría ser de otra manera Ellos, al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría (Mt. 2, 10)[3].

Encuentran al Niño, lo adoran, le dan sus dones y parten de regreso dándonos una última lección: obedecieron, por decirlo de alguna manera, directamente a Dios al seguir la estrella; luego siguieron el consejo que Dios les daba por medio de los hombres; pero aquí, por último, la voluntad de Dios se muestra contraria a la voluntad de los hombres. En sueños Dios les pide que regresen por otro camino y Herodes les había pedido que le avisaran si encontraban el Rey-Salvador. Por supuesto… en casos así ¡Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres! (Hech 5,29).

La estrella los guió hasta la casa, pero se quedó fuera. Probablemente había varias familias allí ya que debe hacer sido la de algún familiar de José.  ¿Cómo reconocieron al Niño entonces? Por otra Estrella  incomparablemente más bella que la anterior.

“San Dionisio Aeropagita nos ha dejado escrito que, cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad por sus secretos atractivos y su incomparable belleza, si la fe, en que estaba bien fundado, no le hubiese enseñado lo contrario”[4]. (San Luis María)

No podía nacer un Rey-Salvador, un Dios a quien venían a adorar, sino de una Reina de la majestad, sencilla humildad y belleza como la estaban contemplando sus ojos. Cambiaron estrella por Estrella… y tuvieron más fe en el Señor por verlo junto a María, que por el lucero que los había traído hasta allí.

Y si se alegraron al ver la estrella, cuanto mayor habrá sido su alegría al ver a María.

 

Señora y Madre nuestra, estrella del Mar, estrella de la mañana,

estrella de la evangelización, mujer coronada de estrellas…

no dejes de guiarnos siempre a tu Hijo.

 

P. Gustavo Lombardo, IVE


[1] “Non plus ultra” equivale a decir “no puede llegarse más allá, más lejos”.

[2] De los Sermones de san León Magno, papa (Sermón 3 En la Epifanía del Señor, 1-3. 5: PL 54, 244)

[3] Literalmente el texto griego dice: ejáresan jarán megálen sfodra, es decir, “se alegraron sobremanera con una gran alegría”.

[4] San Luis María, Tratado de la Verdadera Devoción a María Santísima, n. 49.

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Comentarios 3

  1. Felipe dice:

    Amen y gloria a DIOS

  2. Carina Simionato dice:

    Bellísimo!
    Me encantó el final… estrella por Estrella!
    Gracias 🤗

  3. Yolanda Salazar dice:

    Es una explicación tan amplia que lo abarca todo pero al mismo tiempo sencilla que nos en lleva al principio…el amor del padre por nosotros …. maravilloso!!!!

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