PRIMERA LECTURA
El Señor es un Dios compasivo y bondadoso
Lectura del libro de Éxodo 34, 4b-6. 8-9
En aquellos días:
Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor.
El Señor pasó delante de él y exclamó: «El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad».
Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: «Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia».
Palabra de Dios.
SALMO Dn 3, 52-56
R. A ti, eternamente, gloria y honor.
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres,
alabado y exaltado eternamente.
Bendito sea tu santo y glorioso Nombre,
alabado y exaltado eternamente. R.
Bendito seas en el Templo de tu santa gloria,
aclamado y glorificado eternamente por encima de todo.
Bendito seas en el trono de tu reino,
aclamado por encima de todo y exaltado eternamente. R.
Bendito seas Tú, que sondeas los abismos
y te sientas sobre los querubines,
alabado y exaltado eternamente por encima de todo.
Bendito seas en el firmamento del cielo,
aclamado y glorificado eternamente. R.
SEGUNDA LECTURA
La gracia de Jesucristo, el amor de Dios
y la comunión del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 8, 14-17
Hermanos:
Por último, hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.
Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.
Palabra de Dios.
ALELUIACf. Apoc 1, 8
Aleluia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
al Dios que es, que era y que vendrá.
Aleluia.
EVANGELIO
Dios envió a su Hijo
para que el mundo se salve por Él
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-18
Dijo Jesús:
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra del Señor.
W. Trilling
Exhortación a confesar la fe
(Mt 10,26-33)
26 Pero no les tengáis miedo; porque nada hay oculto que no se descubra, y nada secreto que no se conozca. 27 Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas.
A veces advierte el Señor: «Guardaos», «tened mucho cuidado» (7,15; 10,17). Aquí en cambio dice: «No tengáis miedo». Las dos cosas son necesarias. Por una parte la prudencia en el conocimiento del adversario y el juicio sereno de su riesgo; pero además la resistencia impertérrita en la tribulación. La fe expulsa el temor. El conocimiento de pertenecer al Mesías y de sufrir su propio destino da ufanía y valor. Son humildes los principios nuevos que trae Jesús. Todos creerán poder triturar fácilmente la débil semilla. Se revelará gloriosamente lo que ahora vive oculto y muy silencioso. Jesús hace su obra como el sencillo siervo de Yahveh, y luego se hará potente como la esperanza de las naciones (cf. 12,17-21). Ahora Jesús habla en la oscuridad, pero los apóstoles deben hablar a plena luz. Deben predicar ante todo oído y ojo lo que se les susurra al oído, a gran distancia del pueblo y de la vasta publicidad. Es indiferente que los hombres acepten a los apóstoles o los rechacen. Siempre es testificada por medio de los apóstoles la buena nueva, que en último término irradiará victoriosa como el sol por la mañana.
28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien a quien tiene poder para hacer que perezcan cuerpo y alma en la gehenna. 29 ¿Acaso no se venden por un as dos pajarillos? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permitirlo vuestro Padre. 30 Y en vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. 31 Así que no tengáis miedo. Vosotros valéis más que muchos pajarillos.
No tengáis miedo. Esta frase se repite como un estribillo en este fragmento (10,26.28.31). El poder de los hombres está limitado, puede desfogarse en vosotros, pero sólo puede afectar la vida terrena (= el cuerpo). Ningún poder humano puede destruir lo que constituye vuestro verdadero valor, la esperanza en la vida celestial (= el alma). La destrucción de la vida terrena no está relacionada con la destrucción de la vida eterna, con la perdición en el infierno. Pero hay un ser que tiene poder sobre ambas vidas: Dios, el Señor. Él con la sentencia de su tribunal puede hacer las dos cosas: entregar todo el hombre al infierno o llamarlo a la bienaventuranza. Debemos temerle. ¿No es espantosa esta manera de representar a Dios? Aquí solamente se ilumina un aspecto en la representación de Dios: el otro aspecto se nombra a continuación en los próximos versículos: la solicitud paternal de Dios, su benévola proximidad al hombre. Con todo en ellos se alude también al poder soberano de Dios. Sólo cuando se ve a Dios tan grande y también se reconoce su omnipotencia sobre la propia vida, adquiere fuerza su paternidad. Pero si la fe expulsa el temor, ¿cómo se puede temer a Dios? ¿No es una contradicción? El temor tiene dos formas, según la persona ante la que se experimenta la sensación de temor. Si el temor se dirige al hombre, entonces rebaja al alma y la llena de preocupación e inseguridad angustiosas. Este temor destruye la fe. Pero si el temor se dirige a Dios, nos hace libres. Se funda en la dependencia de la criatura respecto al Creador y reconoce la sublimidad de Dios. No corroe el alma, sino que la cura, porque siempre produce la confianza en Dios. Sólo puede amar a Dios quien también le teme. Y viceversa el verdadero amor de Dios nunca carece de temor saludable. Los pajarillos tienen tan poco valor, porque pueden tenerse en cantidades enormes, así como también los lirios silvestres del campo (cf. 6,28-30).
Dios interviene aun en los más insignificantes acontecimientos, incluso en el hecho de que un gorrión caiga del nido o sea derribado de un tiro por un chicuelo. ¡Cuánto más estará Dios con vosotros y se preocupará por todo lo que os sobrevenga! Incluso están contados los cabellos de vuestra cabeza. Y si es exacto su conocimiento, no es menos solícito el amor que os tiene dedicado. Como el amante que conoce todos los pormenores de la persona amada y nota al instante cualquier cambio, así es Dios para nosotros. Realmente no hay ningún fundamento para angustiarse ante los hombres, que no pueden hacer nada sin que lo conozca el Padre…
32 Por tanto, a todo aquel que me confiese delante de los hombres, también yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. 33 Pero a aquel que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
El que está ante el tribunal -por causa de la fe en Jesús- también debe confesarlo allí. No solamente cuando no hay ninguna contradicción o no amenaza ningún peligro. La fe se acreditará precisamente en la decisión y en el fracaso. El que así se acredita ante el tribunal humano, puede estar confiado en el tribunal divino. Porque el mismo Jesucristo actuará en este tribunal como un abogado y defensor ante el Padre. Jesús dice con insistencia: delante de mi Padre. Se cambian los papeles. En cierto modo Jesús fue acusado ante el tribunal humano, pero fue defendido por sus testigos, ahora en cambio es a la inversa: el testigo es acusado ante el tribunal divino, y Jesús le defiende. Se efectúa un trueque misterioso entre los dos tribunales. ¡Qué manera tan elocuente de representar la mediación de Jesús! Lo mismo puede decirse a la inversa. Cristo no asiste ante el Padre en el cielo a quien se le declara contrario y le niega ante los hombres. Cristo también se le declarará contrario y le negará, quizás con palabras tan duras como las que se leen en el sermón de la montaña: «Pero entonces yo les diré abiertamente: Jamás os conocí; apartaos de mí, ejecutores de maldad» (7,23). Pero, el Padre ¿no ha transferido el juicio al Hijo? El papel de defensor ¿es el mismo que tiene Jesús como juez del tiempo final? (cf. 3,11s; 7,22s). Las imágenes cambian en la Escritura. Lo que antes correspondía al Padre, en otro pasaje lo hace el Hijo, y lo que se describe como obra del Hijo, a veces se atribuye al Espíritu Santo. Nunca se puede expresar por extenso en una frase o imagen los misterios de Dios. Jesús es al mismo tiempo el Señor, a quien el Padre lo ha entregado todo (cf. 28,18) y el siervo obediente, que solamente hace la voluntad del Padre (cf. 12,18). Aquí el veredicto se complementa con el que se lee en san Marcos: «Si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (Mar_8:38). En los dos textos está en vigor que la suerte eterna se decide por la actitud que se adopte con él, y sólo con él.
(Trilling, W., El evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Ludwig Ott
Capitulo segundo
LA EXISTENCIA DE LA TRINIDAD, PROBADA
POR LA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN
1. EL ANTIGUO TESTAMENTO
3. INSINUACIONES DEL MISTERIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Como la revelación del Antiguo Testamento no es más que figura de la del Nuevo (Hebr 10, 1), no hay que esperar que en el Antiguo Testamento se haga una declaración precisa, sino únicamente una alusión velada, al misterio de la Trinidad.
- Dios habla de sí mismo usando can frecuencia el plural; Gen 1, 26 : «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ ; cf. Gen 3, 22; 11, 7. Los santos padres interpretaron estos pasajes a la luz del Nuevo Testamento, entendiendo que la primera persona hablaba a la segunda o a la segunda y tercera; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. Iv, 20, 1. Probablemente la forma plural se usa para guardar la concordancia con el nombre de Dios «Elohim»; que tiene terminación de plural.
- El Ángel de Yahvé de las teofanías del Antiguo Testamento es llamado Yahvé, El y Elohim, y se manifiesta como Elohim y Yahvé. Con ello parece que se indica que hay dos Personas que son Dios : la que envía y la que es enviada ; cf. Gen 16, 7-13 ; Ex 3, 2-14. Los padres de la Iglesia primitiva, teniendo en cuenta el pasaje de Isaías 9, 6 (magniconsiliiangelussegún los Setenta) y Mal, 3 1 (angelustestamenti), entendieron por Ángel de Yahvé al Logos. Los santos padres posteriores, principalmente San Agustín y los autores escolásticos, opinaron que el Logos se servía de un ángel creado.
- Las profecías mesiánicas suponen distinción de personas en Dios al anunciar de forma sugerente al Mesías, enviado por Dios, como Dios e Hijo de Dios; Ps 2, 7: «Díjome Yahvé: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» ; Is 9, 6 (M 9, 5) : «…que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz» ; Is 35, 4: «…viene Él mismo [Dios] y Él nos salvará» ; cf. Ps 109, 1-3 ; 44, 7; Is 7, 14 (Emmanuel = Dios con nosotros) ; Mich 5, 2.
- Los libros sapienciales nos hablan de la Sabiduría divina como de una hipóstasis junto a Yahvé. Ella procede de Dios desde toda la eternidad (según Prov 8, 24 s procede por generación), y colaboró en la creación del mundo; cf. Prov 8, 22-31; Eccli 24, 3-22 (G) ;Sap 7, 22 — 8, 1 ; 8, 3-8. A la luz del Nuevo Testamento podemos ver en la Sabiduría de que nos hablan los libros del Antiguo Testamento una alusión a la persona divina del Logos.
- El Antiguo Testamento nos habla con mucha frecuencia del Espíritu de Dios o del «Espíritu Santo». Esta expresión no se refiere a una Persona divina, sino que expresa «una virtud procedente de Dios, que confiere la vida, la fortaleza, y que ilumina e impulsa al bien» (P. Heinisch) ; cf. Gen 1, 2; Ps 32, 6; 50, 13; 103, 30; 138, 7; 142, 10; Is 11, 2; 42, 1; 61, 1; 63, 10; Ez 11, 5 36, 27; Sap 1, 5 y 7. A la luz de la revelación neotestamentaria, los padres y la liturgia aplican muchos de estos pasajes a la Persona del Espíritu Santo, principalmente Ps 103, 30; Is 11, 2; Ez 36, 27; Ioel 2, 28; Sap 1, 7; cf. Act 2, 16 ss.
- Algunos creyeron ver, a la luz del Nuevo Testamento, una insinuación de las tres divinas personas en el Trisagio de Isaías 6, 3, y en la triple bendición sacerdotal de Nm 6, 23 ss. Con todo, hay que tener en cuenta que triplicar una expresión, en el lenguaje del Antiguo Testamento, es un modo de expresar el superlativo. En Ps 36, 6 junto a Yahvé se nombran su Palabra y su Espíritu ; en Sap 9, 17 su Sabiduría y su Espíritu Santo. Pero la Palabra, la Sabiduría y el Espíritu no aparecen como personas propiamente dichas junto a Yahvé, sino como potencia o actividades divinas.
Andan descaminados todos los intentos por derivar el misterio cristiano de la Trinidad de la teología judaica tardía o de la doctrina judaico-helenística del Logos de Filón. El «Menra de Yahvé», es decir, la Palabra de Dios, y el «Espíritu Santo», no son en la teología judaica personas divinas junto a Yahvé, sino que son circunlocuciones del nombre de Yahvé. El Logos filoniano es el instrumento de Dios en la creación del mundo. Aunque se le llama hijo unigénito de Dios y segundo dios, hay que entenderlo solamente como personificación de los poderes divinos. Su diferencia del Logos de San Juan es esencial. «El Logos de Filón es en el fondo la suma de todos los poderes divinos que actúan en el mundo, aunque varias veces se le presente como persona; en cambio, el Logos de San Juan es el Hijo eterno y consustancial de Dios y, por tanto, verdadera persona» (A. WIRENHAUSER, Das Evangelium nach Johannes, Re 1948, 47).
2. EL NUEVO TESTAMENTO
4. FÓRMULAS TRINITARIAS
1. Los evangelios
a) En el relato de la Anunciación habla así el ángel del Señor, según Lc 1, 35: «[El] Espíritu Santo (pneumaagion) vendrá sobre ti y [la] virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» ; cf. Lc 1, 32: «Este será grande y llamado Hijo del Altísimo». Se hace mención de tres personas: el Altísimo, el Hijo del Altísimo y el Espíritu Santo. Es verdad que no se expresa con toda claridad la personalidad del Espíritu Santo, dado el género neutro de la palabra griega mei4cc y la ausencia de artículo, pero no hay duda sobre su interpretación si comparamos este pasaje con aquel otro de Act 1, 8, en el cual se distingue al Espíritu Santo de la virtud que de él dimana, y si atendemos a la tradición ;Act 1, 8: «Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros.»
b) La teofanía que tuvo lugar después del bautismo de Jesús lleva consigo una revelación de la Trinidad ; Mt 3, 16 s : «Vio al Espíritu de Dios (pneumatheou; Mc 1, 10: to pneumaLc 3, 22: to pneuma to agion; Ioh 1, 32; to pneuma descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía : Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias». El que habla es Dios Padre. Jesús es el Hijo de Dios, su Hijo único, por lo tanto, el verdadero y propiamente dicho Hijo de Dios. «Hijo amado», efectivamente, según la terminología bíblica, significa «hijo único» (cf. Gen 22, 2, 12 y 16, según M y G ; Mc 12, 6). El Espíritu Santo aparece bajo símbolo especial como esencia sustancial, personal, junto al Padre y al Hijo.
c) En el sermón de despedida, Jesús promete otro Abogado (Paraclitus), el Espíritu Santo o Espíritu de verdad, que h1 mismo y su Padre enviarán ; cf. Ioh 14, 16: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre» ; cf. Ioh 14, 26 y 15, 26. El Espíritu Santo, que es enviado, se distingue claramente como persona del Padre y del Hijo que lo envían. La denominación de «Paraclitus» y las actividades que se le asignan (enseñar, dar testimonio) suponen una subsistencia personal.
d) Donde se revela más claramente el misterio de la Trinidad es en el mandato de Jesucristo de bautizar a todas las gentes ; Mt 28, 19: «Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Trátase aquí de tres personas distintas, como se ve, con respecto al Padre y al Hijo, por su oposición relativa, y con respecto al Espíritu Santo, por ser éste equiparado totalmente a ‘las otras dos personas, lo cual sería absurdo si se tratara únicamente de un atributo esencial. La unidad de esencia de las tres personas se indica con la forma singular «en el nombre» (d róivoµa). La autenticidad del pasaje está plenamente garantizada por él testimonio unánime de todos los códices y versiones. En cuanto fórmula litúrgica se halla bajo el influjo del kerygmacristiano primitivo.
2. Las cartas de los apóstoles
a) San Pedro, al comienzo de su primera carta, usa una fórmula trinitaria de salutación; 1 Petr 1, 1 s: «A los elegidos extranjeros… según la presencia de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo.»
b) San Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una bendición trinitaria; 2 Cor 13, 13: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (cf. 2 Cor 1, 21 s).
c) San Pablo enumera tres clases distintas de dones del Espíritu refiriéndolos a tres dispensadores, el Espíritu, el Señor (Cristo) y Dios; 1 Cor 12, 4 ss: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos». Queda indicada la unidad sustancial de las tres personas, porque esos mismos efectos se atribuyen solamente al Espíritu en el v 11; cf. Eph 1, 3-14 (elección por Dios Padre, redención por la sangre de Cristo, sigilación con el Espíritu Santo) ;Eph 4, 4-6 (un Espíritu, un Señor, un Dios).
d) Donde más perfectamente se expresan la trinidad de personas y la unidad de esencia en Dios es en el llamado CommaIoanneum, 1 Ioh5, 7 s :«Porque son tres los que testifican [en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y los tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra] ». Sin embargo, la autenticidad de las palabras que van entre corchetes tiene contra sí gravísimas objeciones, pues faltan en todos los códices griegos de la Biblia hasta el siglo xv, en todas las versiones orientales y en los mejores y más antiguos manuscritos de la Vulgata, ni tampoco hacen mención de él los padres griegos y latinos del siglo iv y v en las grandes controversias trinitarias. El texto en cuestión se halla por vez primera en el hereje español Prisciliano (+ 385), aunque en forma herética («haectriaunumsunt in ChristoJesu») ; desde fines del siglo v se le cita con más frecuencia (484 veces en un Libellusfidei, escrito por obispos norteafricanos; Fulgencio de Ruspe, Casiodoro). Como ha sido recibido en la edición oficial de la Vulgata y la Iglesia lo ha empleado desde hace siglos, puede considerarse como expresión del magisterio de la Iglesia. Aparte de esto, presenta el valor de ser testimonio de la tradición.
El año 1897, el Santo Oficio declaró que no se podía negar o poner en duda con seguridad la autenticidad del pasaje. Como posteriormente se fuera probando cada vez con mayor claridad su inautenticidad, el Santo Oficio declaró en el año 1927 que, después de concienzudo examen de las razones, se permitía considerarlo espúreo ; Dz 2198.
5. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS PADRE
- Dios Padre en sentido impropio
La Sagrada Escritura habla a menudo de la paternidad de Dios en sentido impropio y traslaticio. Ei Dios trino y uno es Padre de las criaturas en virtud de la creación, conservación y providencia (orden natural) y principalmente por la elevación al estado de gracia y de filiación divina (orden sobrenatural) ; cf. Deut 32, 6; Ier 31, 9; 2 Reg 7, 14; ‘Mt 5, 16 y 48; 6, 1-32; 7, 11; Ioh 1, 12; 1 Ioh 3, 1 s ; Rom 8, 14s; Gal’ 4, 5 s.
- Dios Padre en sentido propio
Según la doctrina revelada, hay también en Dios una paternidad en sentido verdadero y propio, que conviene únicamente a la primera Persona y es el ejemplar de la paternidad divina en sentido impropio y de toda paternidad creada (Eph 3, 14 s). Jesús consideraba a Dios como Padre suyo en un sentido peculiar y exclusivo. Cuando habla del Padre que está en los cielos, suele decir : «mi Padre», «tu Padre» o «vuestro Padre», pero jamás «nuestro Padre» (el Padrenuestro no es propiamente oración de Jesús, sino de sus discípulos; cf. Mt 6, 9). Las frases de Jesucristo que demuestran su consustancialidad con el Padre, prueban al mismo tiempo que es necesario entender en sentido propio, físico, su filiación divina y la paternidad de Dios; cf. Mt 11, 27: «Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo» ; Ioh 10, 30 : «Yo v el Padre somos una sola cosa» ; Ioh 5, 26: «Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener la vida en sí mismo». San Juan llama a Jesús el Hijo unigénito de Dios, y San Pedro el propio Hijo de Dios; Ioh 1, 14; «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; Ioh 1, 18 : «El Dios (Vulg.: Hijo) unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer» ; cf. loh 3, 16 y 18; 1 loh 4, 9 ; Rom 8, 32: «El que no perdonó a su propio Hijo»; cf. Rom 8, 3.
También los adversarios de Jesús entendieron, la mismo que los apóstoles, la paternidad de Dios como propia y verdadera ;Ioh 5, 18: «Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, porque llamaba a Dios su propio Padre (patéraídion), haciéndose igual a Dios».
6. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS HIJO
- El Logos de San Juan
a) El Logos de San Juan no es una cualidad o virtud impersonal de Dios, sino verdadera Esto se indica claramente por la denominación absoluta ó logos sin el complemento determinativo toutheou, y lo expresan terminantemente las palabras siguientes : «El Logos estaba en Dios» (ólògosénpróstheon). La preposición griega prós, «junto a», indica que el Logos estaba junto a Dios (no en o dentro de Dios) y «en relación» con El ; cf. Mc 9, 19. La frase del v 11: «Vino a lo suyo», y la del v 14: «EI Logos se hizo carne», solamente se pueden referir a una persona y de ninguna manera a un atributo divino.
b) El Logos es una Persona distinta de Dios Padre (ótheos). Esto se infiere de que el Logos estaba «junto» a Dios (v 1 s) y, sobre todo, de la identificación del Logos con el Hijo unigénito del Padre; v 14: «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; cf. v 18. Entre Padre e Hijo existe una oposición relativa.
c) El Logos es Persona divina; v 1 :«Y el Logos era Dios» (kaitheos en ólógos). La verdadera divinidad del Logos se infiere también de los atributos divinos que se le aplican, como el de ser Creador del mundo («todas las cosas fueron hechas por El», v 3) y el de ser eterno («al principio era el Logos», v 1). El Logos aparece también como Dios porque se ‘le presenta como autor del orden sobrenatural, por cuanto, como Luz, es el dispensador de la Verdad (v 4 s) y como Vida es el dispensador de la vida sobrenatural de la gracia (v 12) ; v 14: «Lleno de gracia y de verdad».
2. Doctrina de San Pablo sobre Cristo como imagen viva de Dios
Hebr. 1, 3 designa al Hijo de Dios como «esplendor de la gloria de Dios e imagen de su sustancia» ; cf. 2 Cor 4, 4; Col 1, 15 s. Llamar a Cristo esplendor de la gloria de Dios es tanto como afirmar la imagen viva de la esencia o la consustancialidad de Cristo con Dios Padre («Luz de Luz»). La expresión «imagen de la sustancia de Dios» indica también la subsistencia personal de Cristo junto al Padre. Prueba bien clara de que el texto no se refiere a una imagen creada de Dios Padre, sino verdaderamente divina, son los atributos divinos que se le aplican al Hijo de Dios, tales como la creación y conservación del mundo, la liberación del pecado y el estar sentado a la diestra de Dios (v 3), el hallarse elevado por encima de los ángeles (v 4).
7. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA SOBRE DIOS ESPÍRITU SANTO
Aunque la palabra pneuma en algunos pasajes de la Sagrada Escritura designa el ser espiritual de Dios o un poder impersonal del mismo, con todo, es fácil probar por numerosos pasajes que el Espíritu Santo es una persona divina distinta del Padre y del Hijo.
a) El Espíritu Santo es persona Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo (Mt 28, 19), el nombre de Paráclito (= consolador, abogado), que no puede referirse sino a una persona (Ioh 14, 16 y 26; 15, 26; 16, 7; cf. 1 Ioh 2, 1, donde se llama a Cristo «nuestro Paráclito» = abogado, intercesor ante el Padre), e igualmente el hecho de que al Espíritu Santo se le aplican atributos personales, por ejemplo : ser maestro de la verdad (Ioh 14, 26 ; 16, 13), dar testimonio de Cristo (Ioh 15, 26), conocer los misterios de Dios (1 Cor 2, 10), predecir acontecimientos futuros (Ioh 16, 13 ; Act 21, 11) e instituir obispos (Act 20, 28).
b) El Espíritu Santo es una Persona distinta del Padre y del Hijo. Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo, la aparición del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús bajo un símbolo especial y, sobre todo, el discurso de despedida de Jesús, donde el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo, puesto que éstos son los que lo envían, y él, el enviado o dado (Ioh 14, 16 y 26 ; 15, 26).
c) El Espíritu Santo es Persona Se le aplican indistintamente los nombres de «Espíritu Santo» y de «Dios» ;Act 5, 3 s : «Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo ?… No has mentido a los hombres, sino a Dios» ; cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19 s. En la fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, que realmente son Dios. Al Espíritu Santo se le aplican también atributos divinos. Él posee la plenitud del saber: es maestro de toda verdad, predice las cosas futuras (Ioh 16, 13), escudriña los más profundos arcanos de la divinidad (1 Cor 2, 10) y Él fue quien inspiró a los profetas en el Antiguo Testamento, (2 Petr 1, 21; cf. Act 1, 16). La virtud divina del Espíritu Santo se manifiesta en el prodigio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc 1, 35 ; Mt 1, 20) y en el milagro de Pentecostés (Lc 24, 49; Act 2, 2-4). El Espíritu Santo es el divino dispensador de la gracia: concede los danes extraordinarios de la gracia (1 Cor 12, 11) y la gracia de la justificación en el bautismo (Ioh 3, 5) y en el sacramento de la penitencia (Ioh 20, 22) ; cf. Rom 5, 5 ; Gal 4, 6; 5, 22.
8. LA DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE LA UNIDAD NUMÉ RICA DE LA NATURALEZA DIVINA EN LAS TRES PERSONAS
La doctrina bíblica sobre la trinidad de Personas en Dios solamente es compatible con la doctrina fundamental de la misma ßiblia acerca de la unicidad de la esencia divina (Mc 12, 29; 1 Cor 8, 4 ; Eph 4, 6 ; 1 Tim 2, 5) si las tres divinas Personas subsisten en una sola naturaleza. La unidad o identidad numérica de la naturaleza divina en las tres Personas está indicada en las fórmulas trinitarias (cf. especialmente Mt 28, 19: in nomine) y en algunos pasajes de la Escritura que nos hablan de la «inexistencia mutua» (circumincessio, períjóresis) de las Personas divinas (Ioh 10, 38; 14, 9 ss; 17, 10; 16, 13 ss ; 5, 19). Cristo declaró expresamente la unión numérica de su naturaleza divina con la del Padre en Ioh 10, 30: «Yo y el Padre somos una sola cosa». SAN AGUSTÍN nota a este propósito: «Quod dixit unum, liberat te ab Ario; quod dixit sumus, liberat te a Sabellio» (In l oh. tr. 36, 9). El término católico para designar la unidad numérica de la esencia divina en las tres Personas es la expresión consagrada por el concilio de Nicea (325), óµooúsios.
Los padres de Capadocia emplean la fórmula: Una sola esencia — tres hipóstasis, entendiendo esa unidad de esencia en el sentido de unidad numérica, no específica.
(Ott, L., Manual de Teología Dogmática)
Benedicto XVI
Santísima Trinidad
Queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura (cf. Ex 34, 4-9) escuchamos un texto bíblico que nos presenta la revelación del nombre de Dios. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su nombre es: “El Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad” (Ex 34, 6). San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en una sola palabra: “Amor” (1 Jn 4, 8. 16). Lo atestigua también el pasaje evangélico de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16).
Así pues, este nombre expresa claramente que el Dios de la Biblia no es una especie de mónada encerrada en sí misma y satisfecha de su propia autosuficiencia, sino que es vida que quiere comunicarse, es apertura, relación. Palabras como “misericordioso”, “compasivo”, “rico en clemencia”, nos hablan de una relación, en particular de un Ser vital que se ofrece, que quiere colmar toda laguna, toda falta, que quiere dar y perdonar, que desea entablar un vínculo firme y duradero.
La sagrada Escritura no conoce otro Dios que el Dios de la alianza, el cual creó el mundo para derramar su amor sobre todas las criaturas (cf. Misal Romano, plegaria eucarística IV), y se eligió un pueblo para sellar con él un pacto nupcial, a fin de que se convirtiera en una bendición para todas las naciones, convirtiendo así a la humanidad entera en una gran familia (cf. Gn 12, 1-3; Ex19, 3-6). Esta revelación de Dios se delineó plenamente en el Nuevo Testamento, gracias a la palabra de Cristo. Jesús nos manifestó el rostro de Dios, uno en esencia y trino en personas: Dios es Amor, Amor Padre, Amor Hijo y Amor Espíritu Santo. Y, precisamente en nombre de este Dios, el apóstol san Pablo saluda a la comunidad de Corinto y nos saluda a todos nosotros: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Co 13, 13).
Por consiguiente, el contenido principal de estas lecturas se refiere a Dios. En efecto, la fiesta de hoy nos invita a contemplarlo a él, el Señor; nos invita a subir, en cierto sentido, al “monte”, como hizo Moisés. A primera vista esto parece alejarnos del mundo y de sus problemas, pero en realidad se descubre que precisamente conociendo a Dios más de cerca se reciben también las indicaciones fundamentales para nuestra vida: como sucedió a Moisés que, al subir al Sinaí y permanecer en la presencia de Dios, recibió la ley grabada en las tablas de piedra, en las que el pueblo encontró una guía para seguir adelante, para encontrar la libertad y para formarse como pueblo en libertad y justicia. Del nombre de Dios depende nuestra historia; de la luz de su rostro depende nuestro camino.
De esta realidad de Dios, que él mismo nos ha dado a conocer revelándonos su “nombre”, es decir, su rostro, deriva una imagen determinada de hombre, a saber, el concepto de persona. Si Dios es unidad dialogal, ser en relación, la criatura humana, hecha a su imagen y semejanza, refleja esa constitución. Por tanto, está llamada a realizarse en el diálogo, en el coloquio, en el encuentro. Es un ser en relación.
En particular, Jesús nos reveló que el hombre es esencialmente “hijo”, criatura que vive en relación con Dios Padre, y, así, en relación con todos sus hermanos y hermanas. El hombre no se realiza en una autonomía absoluta, creyendo erróneamente ser Dios, sino, al contrario, reconociéndose hijo, criatura abierta, orientada a Dios y a los hermanos, en cuyo rostro encuentra la imagen del Padre común.
Se ve claramente que esta concepción de Dios y del hombre está en la base de un modelo correspondiente de comunidad humana y, por tanto, de sociedad. Es un modelo anterior a cualquier reglamentación normativa, jurídica, institucional, e incluso anterior a las especificaciones culturales. Un modelo de humanidad como familia, transversal a todas las civilizaciones, que los cristianos expresamos afirmando que todos los hombres son hijos de Dios y, por consiguiente, todos son hermanos. Se trata de una verdad que desde el principio está detrás de nosotros y, al mismo tiempo, está permanentemente delante de nosotros, como un proyecto al que siempre debemos tender en toda construcción social.
El magisterio de la Iglesia, que se ha desarrollado precisamente a partir de esta visión de Dios y del hombre, es muy rico. Basta recorrer los capítulos más importantes de la doctrina social de la Iglesia, a la que han dado aportaciones sustanciales mis venerados predecesores, de modo especial en los últimos ciento veinte años, haciéndose intérpretes autorizados y guías del movimiento social de inspiración cristiana.
Aquí quiero mencionar sólo la reciente Nota pastoral del Episcopado italiano “Regenerados para una esperanza viva: testigos del gran “sí” de Dios al hombre”, del 29 de junio de 2007. Esta Nota propone dos prioridades: ante todo, la opción del “primado de Dios”: toda la vida y obra de la Iglesia dependen de poner a Dios en el primer lugar, pero no a un Dios genérico, sino al Señor, con su nombre y su rostro, al Dios de la alianza, que hizo salir al pueblo de la esclavitud de Egipto, resucitó a Cristo de entre los muertos y quiere llevar a la humanidad a la libertad en la paz y en la justicia.
La otra opción es la de poner en el centro a la persona y la unidad de su existencia, en los diversos ámbitos en los que se realiza: la vida afectiva, el trabajo y la fiesta, su propia fragilidad, la tradición, la ciudadanía. El Dios uno y trino y la persona en relación: estas son las dos referencias que la Iglesia tiene la misión de ofrecer a todas las generaciones humanas, como servicio para la construcción de una sociedad libre y solidaria. Ciertamente, la Iglesia lo hace con su doctrina, pero sobre todo mediante el testimonio, que por algo es la tercera opción fundamental del Episcopado italiano: testimonio personal y comunitario, en el que convergen vida espiritual, misión pastoral y dimensión cultural.
En una sociedad que tiende a la globalización y al individualismo, la Iglesia está llamada a dar el testimonio de la koinonía, de la comunión. Esta realidad no viene “de abajo”, sino de un misterio que, por decirlo así, tiene sus “raíces en el cielo”, precisamente en Dios uno y trino. Él, en sí mismo, es el diálogo eterno de amor que en Jesucristo se nos ha comunicado, que ha entrado en el tejido de la humanidad y de la historia, para llevarlas a la plenitud.
He aquí precisamente la gran síntesis del concilio Vaticano II: La Iglesia, misterio de comunión, “es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium, 1). También aquí, en esta gran ciudad, al igual que en su territorio, la comunidad eclesial, con sus diversos problemas humanos y sociales, hoy como ayer es ante todo el signo, pobre pero verdadero, de Dios Amor, cuyo nombre está impreso en el ser profundo de toda persona y en toda experiencia de auténtica sociabilidad y solidaridad.
Después de estas reflexiones, queridos hermanos, os dejo algunas exhortaciones particulares. Cuidad la formación espiritual y catequística, una formación “sustanciosa”, más necesaria que nunca para vivir bien la vocación cristiana en el mundo de hoy. Lo digo a los adultos y a los jóvenes: cultivad una fe pensada, capaz de dialogar en profundidad con todos, con los hermanos no católicos, con los no cristianos y los no creyentes. Ayudad generosamente a los pobres y los débiles, según la praxis originaria de la Iglesia, inspirándoos siempre y sacando fuerza de la Eucaristía, fuente perenne de la caridad.
Animo con afecto especial a los seminaristas y a los jóvenes implicados en un camino vocacional: no tengáis miedo; más aún, sentid el atractivo de las opciones definitivas, de un itinerario formativo serio y exigente. Sólo el alto grado del discipulado fascina y da alegría. Exhorto a todos a crecer en la dimensión misionera, que es co-esencial para la comunión, pues la Trinidad es, al mismo tiempo, unidad y misión: cuanto más intenso sea el amor, tanto más fuerte será el impulso a extenderse, a dilatarse, a comunicarse.
Queridos amigos, mirad al futuro con confianza y esforzaos por construirlo juntos, evitando sectarismos y particularismos, poniendo el bien común por encima de los intereses particulares, por más legítimos que sean.
Quiero concluir con un deseo que tomo también de la estupenda oración de Moisés que hemos escuchado en la primera lectura: el Señor camine siempre en medio de vosotros y haga de vosotros su herencia (cf. Ex 34, 9). Que os lo obtenga la intercesión de María santísima.
Que con su ayuda y con la de los santos patronos de vuestra amada ciudad y región, vuestra fe y vuestras obras sean siempre para alabanza y gloria de la santísima Trinidad.
Siguiendo el ejemplo de los santos de esta tierra, sed una comunidad misionera: a la escucha de Dios y al servicio de los hombres. Amén
Homilía del Papa Benedicto XVI en la plaza de la Victoria de Génova el domingo 18 de mayo de 2008
San Juan Pablo II
Santísima Trinidad
- A ti gloria y alabanza por los siglos”.
Así acabamos de cantar en el Salmo responsorial. Nuestra asamblea, queridos hermanos y hermanas, se reúne hoy, en el día del Señor, para celebrar la grandeza y la santidad de nuestro Dios y para profesar la fe de la Iglesia.
Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés culminó el ciclo de los acontecimientos con los que Dios, en etapas históricas sucesivas, salió al encuentro de los hombres y les ofreció el don de la salvación. La liturgia nos invita hoy a remontarnos hasta la Fuente suprema de este don: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la santísima Trinidad.
- El Antiguo Testamento subraya la unidad de Dios. En la primera lectura hemos escuchado cómo Dios proclama ante Moisés: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34, 6). Moisés, por su parte, exhorta a su pueblo: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).
El Nuevo Testamento nos revela que el único Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo: una sola naturaleza divina en tres Personas, perfectamente iguales y realmente distintas. Jesús los nombra expresamente, ordenando a los Apóstoles bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).
Todo el Nuevo Testamento es un anuncio continuo y explícito de este misterio, que la Iglesia, fiel custodia de la palabra de Dios, ha proclamado, explicado y defendido siempre. Por eso, al Dios altísimo y omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, le decimos también hoy: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.
- Deseándoos a todos, con el apóstol san Pablo, “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo” (2 Co 13, 13), os saludo con afecto ante todo a vosotros, queridos hermanos y hermanas, hijos de la Iglesia católica.
- Dios, uno y trino, está presente en su pueblo, la Iglesia. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo recibimos el bautismo; en este mismo nombre se confieren los demás sacramentos. En particular, la misa, “centro de toda la vida cristiana”, está marcada por el recuerdo de las Personas divinas: del Padre, a quien se dirige la ofrenda; del Hijo, sacerdote y víctima del sacrificio; y del Espíritu Santo, invocado para que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para hacer de los participantes un solo cuerpo y un solo espíritu.
La vida del cristiano se orienta totalmente hacia este misterio. De la correspondencia fiel al amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo depende el éxito de nuestro camino en la tierra.
- El misterio de la Trinidad nos revela el amor que está en Dios, el amor que es Dios mismo, el amor con el que Dios ama a todos los hombres. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). El Hijo crucificado y resucitado, a su vez, envió en nombre del Padre al Espíritu Santo, para que alimente en el corazón de los creyentes el deseo y la espera de la eternidad.
Nos encomendamos a la intercesión de los santos, orando con la liturgia bizantina (Hora sexta, plegaria conclusiva): “Dios eterno, que habitas en una luz inaccesible… protégenos a nosotros, que hemos puesto en ti nuestra esperanza, colmándonos con tu gracia divina y adorable. Porque tuyo es el poder, tuya la majestad, la fuerza y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.
Homilía de san Juan Pablo II en Plovdiv (Bulgaria) – Plaza Central el domingo, 26 de mayo de 2002
Benedicto XVI
Santísima Trinidad
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la liturgia celebra la solemnidad de la santísima Trinidad, para destacar que a la luz del misterio pascual se revela plenamente el centro del cosmos y de la historia: Dios mismo, Amor eterno e infinito. Toda la revelación se resume en estas palabras: “Dios es amor” (1 Jn 4, 8. 16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera la razón, sin contradecirla, sino más bien exaltando sus potencialidades. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo. La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta expresión: una única sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino comunión perfecta. Por eso la persona humana, imagen de Dios, se realiza en el amor, que es don sincero de sí.
Contemplamos el misterio del amor de Dios participado de modo sublime en la santísima Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, representación de su sacrificio redentor. El pueblo cristiano se reúne en torno a Cristo presente en el santísimo Sacramento, fuente y cumbre de su vida y de su misión. En particular, cada parroquia está llamada a redescubrir la belleza del domingo, día del Señor, en el que los discípulos de Cristo renuevan en la Eucaristía la comunión con Aquel que da sentido a las alegrías y a los trabajos de cada día. “Sin el domingo no podemos vivir”: es lo que profesaban los primeros cristianos, incluso a costa de su vida, y lo mismo estamos llamados a repetir nosotros hoy.
Invoquemos juntos la intercesión de la Virgen María, para que encienda en la Iglesia un renovado ardor de fe, de esperanza y de caridad. A María quisiera encomendarle también a todos los niños, los adolescentes y los jóvenes que en este período hacen la primera comunión o reciben el sacramento de la confirmación. Con esta intención, recemos ahora el Ángelus, reviviendo con María el misterio de la Anunciación.
Ángelus del Papa Benedicto XVI el domingo 22 de mayo de 2005
San Agustín
Comentario trinitario de Jn 17,3.
- Cristo el Señor, que nos oye juntamente con el Padre, se dignó orar por nosotros al Padre. ¿Hay cosa más segura que nuestra felicidad, si ora por nosotros quien concede lo que pide? Cristo es, en efecto, hombre y Dios; ora en cuanto hombre, y en cuanto Dios otorga lo que pide. Habéis de tener claro que atribuye todo al Padre, porque no es el Padre quien procede de él, sino él del Padre. Todo lo asigna a la fuente de que deriva. Pero también él es fuente nacida del Padre; él es la fuente de la vida. Así, pues, el Padre fuente engendró una fuente. La fuente engendró otra fuente, pero la fuente que engendra y la engendrada son una única fuente; del mismo modo que son un único Dios el Dios que engendra y el engendrado, es decir, el Hijo nacido del Padre. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre; el Padre no procede del Hijo, más el Hijo sí procede del Padre; pero, no obstante, el Padre y el Hijo son una sola cosa a causa de la única sustancia y son un único Dios a causa de la divinidad inseparable. Por tanto, lo que escuchasteis que dijo: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo, procurad no entenderlo como si sólo el Padre fuese verdaderamente Dios y no el Hijo. Tenemos un testimonio divino al respecto. El mismo apóstol Juan dice claramente en su carta: Para que existamos en Jesucristo, su hijo verdadero; él es, en efecto, verdaderamente Dios y la vida eterna. Retened que Cristo es verdadero
Dios y la vida eterna. Por tanto, cuando oís: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo, debéis sobrentender también: único Dios verdadero, es decir, para que conozcan al único Dios verdadero: a ti y al que enviaste, Jesucristo.
- Esta cuestión está de todo punto concluida. Pero ¿qué hacemos con el Espíritu Santo? Si se refieren al Padre y a Cristo las palabras: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo, es decir, que te conozcan a ti y a Jesucristo como único Dios verdadero, va a costar demostrar que también el Espíritu Santo es verdadero Dios. No se pasó por alto al Espíritu Santo, pues está implícito. No es solamente Espíritu del Padre ni sólo Espíritu del Hijo, sino Espíritu del Padre y del Hijo. Por tanto, aunque se calle su nombre, cuando se nombra a los otros dos, queda sobrentendido él en ellos, puesto que es Espíritu de ambos. Voy a traer una frase de la Escritura que os haga comprender lo que estoy diciendo. Dice el Apóstol: Nadie conoce las cosas del hombre, a no ser el espíritu del hombre que mora en él. ¿Cuáles son las cosas del hombre? Las que piensa el hombre en cuanto hombre; allí se manifiesta propiamente como hombre, en sus pensamientos. ¿Acaso tu espíritu conoce mis pensamientos, o el mío los tuyos? Nadie conoce las cosas del hombre, a no ser el espíritu del hombre que mora en él. Eso dijo el Apóstol, y añadió: Lo mismo pasa con las cosas de Dios; nadie las conoce, a no ser el Espíritu de Dios. ¿Cómo entendemos esto? Es una afirmación absoluta. Si las cosas de Dios no las conoce nadie sino el Espíritu de Dios, ¿las desconoce entonces el Hijo de Dios? Lejos de nosotros esta intelección diabólica; apártese de nosotros. ¿Así que la Palabra de Dios desconoce las cosas de Dios? ¿Así que desconoce las cosas de Dios el Hijo de Dios?¿Desconoce las cosas de Dios aquel por quien todo fue hecho? Las conoce; pero ¿quién las conoce sino el Espíritu de Dios? Así, pues, del mismo modo que cuando escuchas: Nadie conoce las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios, no excluyes al Hijo, de idéntica manera, cuando oyes: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo, no has de excluir al Espíritu Santo.
- Dice la herejía: «Si hay un solo Dios verdadero, no entiendo lo que decís, pues sólo es verdadero Dios el Padre, a quien se refiere Cristo al decir: Para que te conozcan a ti, único Dios verdadero.» Añade: Y al que enviaste, Jesucristo. —No quiero añadirlo, dice. —Pero lo añadió él. —Pero yo, insiste, no quiero añadirlo. —Ni yo escucharte. —No obstante, puesto que consideras que el Padre es el único Dios verdadero, ¿qué dirás de la carta de Juan, en la que se lee, referido a Cristo, que Él es Dios verdadero y la vida eterna? Finalmente, ¿a quién o de quién se dijo: El único que hace obras maravillosas?¿Del Padre, del Hijo o de ambos? Si del Padre, se sigue que el Hijo no realiza obras maravillosas. Y ¿dónde queda entonces lo que él mismo dice: Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere? Tiene el mismo poder y la misma divinidad. Si, pues, también el Hijo hace obras maravillosas, ¿cómo es que las hace solamente el Padre? Si, en cambio, se dijo de los dos, se sigue que el Padre y el Hijo son un solo Dios. Agregad al Espíritu Santo; agregadlo, no lo separéis, para no ser separados vosotros.
- Adoremos a Dios, de quien somos templos. Sólo a Dios podemos hacer un templo, sea de madera o de piedra. Si fuéramos paganos, levantaríamos templos a los dioses; pero a dioses falsos, como se los levantaron los pueblos infieles, alejados de Dios. Salomón, en cambio, siendo profeta de Dios, construyó un templo de madera y de piedra, pero a Dios; a Dios, no aun ídolo, ni a un ángel, ni al sol, ni a la luna; al Dios que hizo el cielo y la tierra; al Dios vivo, que hizo cielo y tierra y permanece en el cielo, le hizo un templo de tierra. Dios no lo tomó a deshonra, antes bien mandó que lo hiciera. ¿Por qué ordenó que se le levantara un templo? ¿No tenía dónde residir? Escuchadlo que dijo el bienaventurado Esteban en el momento de su pasión: Salomón le edificó una casa, pero el excelso no habita en templos de hechura humana. ¿Por qué, pues, quiso hacer un templo o que el templo fuese levantado? Para que fuera prefiguración del cuerpo de Cristo. Aquel templo era una sombra; llegó la luz y ahuyentó la sombra. Busca ahora el templo construido por Salomón, y encontrarás las ruinas. ¿Por qué se convirtió en ruinas aquel templo? Porque se cumplió lo que él simbolizaba. Hasta el mismo templo que es el cuerpo del Señor se derrumbó, pero se levantó; y de tal manera que en modo alguno podrá derrumbarse de nuevo. Cuando los judíos le dijeron: ¿Qué señal nos das para que creamos en ti?, les respondió: Destruid este templo, y yo lo levantaré en tres días. Él les hablaba en el templo construido por Salomón, y les decía: Destruid este templo; pero no escuchaban ni entendían a qué se refería con el término este; pensaban que él hablaba de aquel mismo templo. Finalmente, le replicaron ellos: Este templo fue levantado en cuarenta y seis años, ¿y vas a levantarlo tú en tres días? De aquí que el evangelista añada a continuación: Esto lo decía del templo de su cuerpo. Así, pues, el templo de Dios es el cuerpo de Cristo. ¿Qué son nuestros cuerpos? Miembros de Cristo. Escuchad al Apóstol mismo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Quien dijo: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo, ¿qué otra cosa mostró sino que nuestros cuerpos y nuestra cabeza, que es Cristo, constituyen en conjunto el único templo de Dios? Tenemos confianza en que el cuerpo de Cristo y nuestros cuerpos serán el templo de Dios, y ciertamente lo serán; pero, si no creemos, no llegaremos a serlo. Si, pues, nuestros cuerpos son miembros de Cristo, escuchad otra afirmación del Apóstol: ¿Ignoráis que vuestro cuerpo es el templo en vosotros del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios? He aquí que tiene templo; ¿no es entonces Dios? Si lo tuviera de madera y de piedras, sería Dios; si lo tuviera construido por mano de nombre, sería Dios; y ¿no es Dios quien tiene un templo hecho de miembros de Dios? Agregad, pues, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios. Hay un único Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu de ambos no es ni el Padre ni el Hijo; pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios. Edificaos en la unidad para que no caigáis en la separación.
- Escuchasteis lo que pidió para nosotros; más aún, expresó su voluntad. Padre, quiero que los que me diste… Quiero, Padre; yo hago lo que tú quieres, haz tú lo que yo deseo. Quiero. ¿Qué cosa? Que donde yo estoy, estén ellos también conmigo. ¡Oh casa bienaventurada! ¡Oh patria sin peligro alguno, libre de enemigos y epidemias! En ella vivimos en paz, sin ansias de emigrar, pues no encontraremos lugar más seguro. Cuanto eliges en esta tierra, lo eliges sabiendo que va a ser causa de temor, no de tranquilidad. Búscate para ti un lugar mientras te hallas en este mal lugar, es decir, en este mundo, en esta vida llena de tentaciones, en esta mortalidad pletórica de gemidos y temores. Mientras te hallas en este sitio malo, elígete un lugar a donde puedas emigrar. No podrás emigrar del malo al bueno si no haces el bien mientras estás en el malo. ¿De qué lugar se trata? De aquel donde nadie siente hambre. Por tanto, si quieres habitar en aquel sitio bueno donde nadie siente hambre, reparte tu pan con el hambriento en este mundo. En aquel lugar dichoso nadie es peregrino, todos se encuentran en la propia patria; por tanto, si quieres estar en aquel lugar bueno, recibe en tu casa, mientras estás en el lugar malo, al peregrino que no tiene a dónde entrar; dale hospitalidad en el lugar malo, para llegar al lugar bueno donde no puedes ser huésped. En aquel lugar bueno nadie necesita vestido, pues no hay ni frío ni calor; ¿qué necesidad, pues, de techo o de ropa? Pero he aquí que donde no habrá techo, sino protección, aun allí encontramos un techo: Pondré mi esperanza en la sombra de tus alas. Así, pues, a quien no tiene techo en este lugar malo, otórgaselo tú, para hallarte en aquel lugar bueno donde tu techo será tal que no tengas que repararlo, pues allí donde está la fuente perenne de la verdad no llovizna. Pero esa lluvia alegra sin provocar humedad, lluvia que no es otra cosa que la fuente de la vida. ¿Qué significa: Señor, en ti está la fuente de la vida? Y la Palabra se hizo carne.
- Por tanto, hermanos, haced el bien en este lugar malo para llegar al lugar bueno, del que dice quién nos lo está preparando: Quiero que donde estoy yo, estén ellos también conmigo. El subió para prepararlo, para que nosotros lleguemos tranquilos estando ya todo dispuesto. Él se prepara; permaneced en él. ¿Es Cristo para ti pequeña casa? Ya no temes ni a su pasión: resucitó de los muertos, y ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre él. El lugar malo, los días malos, no son otra cosa que este mundo; pero hagamos el bien en este lugar malo y vivamos bien en medio de estos días malos. Tanto el lugar malo como los días malos pasarán, y llegarán el lugar bueno y los días buenos, uno y otros eternos. Los mismos días buenos no serán más que un único día. ¿Por qué son aquí los días malos? Porque pasa uno para que llegue el otro; pasa el hoy para que venga el mañana y pasó el ayer para que llegara el hoy. Donde nada pasa no hay más que un único día, y ese día es Cristo. También el Padre es día; pero el Padre es Día que no procede de otro día, mientras que el Hijo es día de día. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Cantad al Señor y bendecid su nombre; anunciad rectamente al día del día su salvación. El día es Cristo. Si no lo reconoces, escucha al sabio anciano; si aún no tienes la sabiduría por ser joven, escucha a las canas de la verdad. Aquel anciano Simeón puso sus ojos en Cristo el Señor, niño aún sin habla llevado por su madre, y que, no obstante, contenía el cielo. Le vio pequeño, reconoció su grandeza y lo acogió en sus manos, pues había recibido un oráculo de Dios según el cual no gustaría la muerte hasta no haber visto al Ungido del Señor. Recibiéndolo en sus manos, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, pues mis ojos han visto tu salvación. Por tanto, anunciad al día del día su salvación. Así debió de pensar Simeón: «Llegó el que esperaba; ¿qué hago aquí?» Lo sostuvo en sus manos, teniendo que ser sostenido él mismo por él; llevaba a Cristo hombre y era llevado por Cristo Dios.
- Retened lo dicho. Voy a presentaros una norma para que no os extrañéis cuando el Hijo diga algo que parezca dar a entender que el Padre es mayor que él: o bien se refiere a su condición de hombre, pues Dios es mayor que el hombre, o bien a su condición de engendrado, como homenaje a quien le engendró. Más que esto no busquéis, pues Dios engendró a Dios y el grande engendró a uno igual que él. Si Dios no engendró a un verdadero Dios y, siendo él grande, no lo engendró igual a sí, engendró a un monstruo, no a un hijo verdadero. Mas, dado que engendró a un hijo verdadero, éste es idéntico a quien lo engendró.
SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 217, 1-7, BAC Madrid 1983, 199-207
Guion de la Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A
4 de Junio 2023
Entrada:
Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Toda la liturgia es un culto incesante y perfecto al misterio de la Santísima Trinidad de donde nos vienen todos los dones y gracias necesarios para la salvación de nuestras almas. También esta Santa Misa es expresión de ese culto incesante a la Santísima Trinidad. Participemos dignamente de ella.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Éxodo 34, 4b- 6.8- 9
Sabiendo Moisés que el Dios de Israel es compasivo y misericordioso, le pide que el pueblo sea su herencia predilecta.
Salmo Responsorial: Daniel 3, 52- 56
Segunda Lectura: 2Corintios 13, 11- 13
La unidad en la caridad entre los cristianos manifiesta el misterio de comunión intratrinitaria.
Evangelio: Juan 3, 16- 18
El amor de Dios se ha manifestado al haber enviado al mundo a su Hijo para que todo el que crea en Él se salve.
Preces:
Con el corazón lleno de agradecimiento por las bendiciones de Dios, oremos hermanos al Dios Uno y Trino con la certeza de ser escuchados.
A cada intención respondamos cantando:
Pidamos a Dios Padre nos conceda el don de una oración cada vez más contemplativa para descubrir las huellas de su presencia en todas las creaturas. Oremos
Pidamos al Verbo hecho hombre la gracia de que todos los cristianos comprendan la unión vital que existe entre él y cada uno de sus miembros, como su cuerpo místico, la Iglesia.
Pidamos al Espíritu Santo, que bendiga los propósitos que ha hecho la Iglesia en esta semana dedicada a orar por la unidad de toda la Iglesia. Oremos.
Pidamos a la beatísima Trinidad se incline con misericordia sobre todos los hombres que no conocen aun el mensaje del Evangelio, para que creyendo se salven y obtengan la vida eterna. Oremos.
Padre de bondad, acepta nuestra oración y concédenos lo que, movidos por el Espíritu. nos animamos a pedir. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
La Eucaristía es un don del Padre en favor nuestro. Queremos corresponder a esta donación entregándonos a nosotros mismos. Presentamos:
+ Incienso, y con él nuestro más profundo acto de adoración que le debemos en justicia;
+ Pan y vino, por los que nos ofrecemos a nosotros mismos en unión al Hijo, redentor nuestro.
Comunión:
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Si alguno me ama, mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él.
Salida:
María, Templo y gloria de la Santísima Trinidad, haga de nosotros almas interiores capaces de contemplar a Dios y sus maravillas.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)