PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Éxodo 19,2-6a
En aquellos días, los israelitas llegaron al desierto del Sinai. y acamparon allí, frente al monte. Moisés subió hacia Dios.
El Señor lo llamó desde el monte, diciendo: «Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas: “Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mi. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.”
Palabra de Dios
Salmo Sal 99,2.3.5
R. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.
SEGUNDA LECTURA
Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo! Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Palabra de Dios
EVANGELIO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9,36–10,8
En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»
Palabra del Señor
W. Trilling, El Nuevo Testamento y su Mensaje (Mt): Apóstoles y su misión
Herder (1980), Tomo I, pp. 218-221
Los doce apóstoles (10,1-4).
1 Y convocando a sus discípulos, les dio poder de arrojar espíritus impuros y de curar toda enfermedad y toda dolencia. 2 Los nombres de los doce apóstoles son éstos: El primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan; 3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el de Alfeo, y Tadeo; 4 Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, el que luego lo entregó.
Los doce apóstoles aquí aparecen como un colegio, que ya está elegido y pertenece definitivamente a Jesús. San Mateo no ha relatado la elección 42. Jesús les da poder sobre los demonios y sobre todas las enfermedades. Más tarde se añade el encargo de predicar (10,7s). El evangelista emplea las mismas expresiones con que también describe el poder de Jesús (9,35), y así muestra que los apóstoles resultan enteramente iguales a él, deben ser su brazo extendido. L o s apóstoles actuarán como él y también confirmarán su palabra con milagros.
Luego siguen los nombres de los doce apóstoles. De forma significativa, en primer lugar está Simón con el sobrenombre d e Pedro. Mucho m á s adelante leemos d e qué modo Simón adquirió este nombre (16,18). Aquí hay un catálogo o una lista oficial en la que tiene que estar este sobrenombre.
Primeramente se mencionan los dos pares de hermanos, cuya vocación ya se ha descrito al principio, y que seguramente desde el tiempo más antiguo fueron considerados en la Iglesia como los primeros llamados (4,18-22).
En el evangelio sólo de dos de los apóstoles nombrados a continuación llegamos a conocer pormenores: del publicano Mateo (Leví), que en su despacho de cobrador de impuestos fue llamado por Jesús para que le siguiera (9,9), y de Judas, el traidor. En el evangelio de san Juan se nos dan más informes de Felipe y Bartolomé y de Tomás .
En total no es mucho lo que se nos cuenta. Se puede entender que la leyenda más tarde quisiera llenar las lagunas que nos dejaron los evangelistas. Éstos no quisieron satisfacer la curiosidad y el sentido piadoso, sino que con su escasez quisieron indicar siempre solamente a uno : a Jesús, el Mesías. Cada uno, incluso quien ha obtenido el cargo más elevado —el apóstol—, es y lo ha recibido todo solamente de él.
Los nombres permiten sacar muchas conclusiones sobre la composición del grupo de los apóstoles. Hay nombres griegos junto a otros judíos; diferentes comarcas d e Palestina entran en consideración según la procedencia; sencillos pescadores están junto a un miembro del radical partido de los zelotas y discípulos de Juan el Bautista (Santiago y Juan). El grupo de que se rodea Jesús, parece haber sido abigarrado, los apóstoles no constituyen un séquito de discípulos aplicados y dóciles, pero tampoco son aduladores y serviles. A Jesús le ha sido difícil formar a los apóstoles y en apariencia ha logrado poco de ellos.
Pero cuando realmente se habían convertido y el Espíritu Santo los había enardecido, entonces pasaron a ser testigos valerosos y dispuestos a morir, y columnas básicas sobre las que se levantó la Iglesia.
Uno de los misterios más terribles de la historia es que Judas fuera uno de los apóstoles. Los límites entre el reino de Dios y el imperio de Satán están muy próximos. El traidor, que pertenecía al grupo más íntimo, se convierte en el instrumento del espíritu maligno. Jesús se ha entregado a estos hombres, a quienes distinguió con una misión tan excelsa, y se ha arriesgado a que uno de ellos le entregue a la muerte…
Misión de los apóstoles (10,5-16).
5 A estos doce los envió Jesús, dándoles estas instrucciones: No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos; 6 id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Ahora Jesús envía a los apóstoles. Para la misión Jesús da una instrucción precisa: primero sobre el lugar, luego sobre el contenido. No deben ir ni al encuentro de los gentiles ni de los samaritanos (hostiles y considerados como medio paganos), sino solamente a los israelitas. Con esta prohibición no se determina que los gentiles o los samaritanos no deban tener parte alguna en el reino de Dios y en las bendiciones del tiempo mesiánico. Jesús sólo dispone el orden, el camino que debe tomar la salvación según decreto divino, que manda ir de los judíos a los gentiles. Así entendió Jesús su misión, y como se infiere de los Evangelios, se ha atenido estrictamente a esta manera de entender: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (15,24). Esta limitación puede haber resultado dura para Jesús. También esta obediencia forma parte de la abnegación del Hijo de Dios, mediante el cual estamos redimidos.
En todo esfuerzo apostólico y pastoral se ha de tener en cuenta que no interesa la multitud de los trabajos, ni la extensión del recinto, sino hacer lo que es voluntad de Dios en el estrecho territorio determinado por él.
En la misión posterior ya no puede aplicarse esta regla a los apóstoles, puesto que a los gentiles ya se les han abierto de par en par las puertas. Estas palabras de Jesús tienen que estar aquí para que cualquier judío vea que Dios primero ha ofrecido la salvación a Israel. El Mesías y sus mensajeros le han servido exclusivamente a él. Si ahora los gentiles han encontrado la fe que Israel recusaba (cf. 8,10-12), puede decirse, con fundamento, que los judíos no tienen excusa.
7 Id y predicad que el reino de los cielos está cerca.
Los apóstoles han de predicar lo mismo que Jesús predicaba: El reino de los cielos está cerca. Es el tiempo de la gran cosecha, de la donación única de Dios a su pueblo, es el tiempo de cumplir, por tanto el tiempo de la conversión y de la penitencia. El poder que han obtenido (10,1), también deben probarlo en la curación de enfermedades, incluso en la resurrección de muertos y en la expulsión de espíritus malignos, y así serán iguales a Jesús.
San Juan Pablo II, papa
nn. 3-5
Catequesis, Audiencia general (20-04-1988): La misión de Cristo: Predicar la Buena Nueva a los pobres
3. Desde el comienzo de la actividad mesiánica, Jesús manifiesta, en primer lugar, su misión profética. Jesús anuncia el Evangelio. Él mismo dice que «ha venido» (del Padre) (cf. Mc1, 38), que «ha sido enviado» para «anunciar la Buena Nueva del reino de Dios» (cf. Lc4, 43).
A diferencia de su precursor Juan el Bautista, que enseñaba a orillas del Jordán, en un lugar desierto, a quienes iban allí desde distintas partes, Jesús sale al encuentro de aquellos a quienes Él debe anunciar la Buena Nueva. Se puede ver en este movimiento hacia la gente un reflejo del dinamismo propio del misterio mismo de la Encarnación: el ir de Dios hacia los hombres. Así, los Evangelistas nos dicen que Jesús «recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas» (Mt 4, 23), y que «iba por ciudades y pueblos» (Lc 8, 1). De los textos evangélicos resulta que la predicación de Jesús se desarrolló casi exclusivamente en el territorio de la Palestina, es decir, entre Galilea y Judea, con visitas también a Samaría (cf. p. ej., Jn 4, 3-4), paso obligado entre las dos regiones principales. Sin embargo, el Evangelio menciona además la «región de Tiro y Sidón», o sea, Fenicia (cf. Mc 7, 31; Mt 15, 21), y también la Decápolis, es decir, «la región de los gerasenos», a la otra orilla del lago de Galilea (cf. Mc 5, 1 y Mc 7, 31). Estas alusiones prueban que Jesús salía, a veces, fuera de los límites de Israel (en sentido étnico), a pesar de que Él subraya repetidamente que su misión se dirige principalmente «a la casa de Israel» (Mt 15, 24). Asimismo, cuando envía a los discípulos a una primera prueba de apostolado misionero, les recomienda explícitamente: «No toméis caminos de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de Israel» (Mt 10, 5-6). Sin embargo, al mismo tiempo, Él mantiene uno de los coloquios mesiánicos de mayor importancia en Samaría, junto al pozo de Siquem (cf. Jn 4, 1-26).
Además, los mismos Evangelistas testimonian también que las multitudes que seguían a Jesús estaban formadas por gente proveniente no sólo de Galilea, Judea y Jerusalén, sino también «de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón» (Mc 3, 7-8; cf. también Mt 4, 12-15).
4. Aunque Jesús afirma claramente que su misión está ligada a la «casa de Israel», al mismo tiempo, da a entender, que la doctrina predicada por Él —la Buena Nueva— está destinada a todo el género humano. Así, por ejemplo, refiriéndose a la profesión de fe del centurión romano, Jesús preanuncia: «Y os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos…» (Mt8, 11). Pero, sólo después de la resurrección, ordena a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt28, 19).
5. ¿Cuál es el contenido esencial de la enseñanza de Jesús? Se puede responder con una palabra: el Evangelio, es decir, Buena Nueva. En efecto, Jesús comienza su predicación con estas palabras: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc1, 15).
El término mismo «Buena Nueva» indica el carácter fundamental del mensaje de Cristo. Dios desea responder al deseo de bien y felicidad, profundamente enraizado en el hombre. Se puede decir que el Evangelio, que es esta respuesta divina, posee un carácter «optimista». Sin embargo, no se trata de un optimismo puramente temporal, un eudemonismo superficial; no es un anuncio del «paraíso en la tierra». La «Buena Nueva» de Cristo plantea a quien la oye exigencias esenciales de naturaleza moral; indica la necesidad de renuncias y sacrificios; está relacionada, en definitiva, con el misterio redentor de la cruz. Efectivamente, en el centro de la «Buena Nueva» está el programa de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-11), que precisa de la manera más completa la clase de felicidad que Cristo ha venido a anunciar y revelar a la humanidad, peregrina todavía en la tierra hacia sus destinos definitivos y eternos. Él dice: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Cada una de las ocho bienaventuranzas tiene una estructura parecida a ésta. Con el mismo espíritu, Jesús llama «bienaventurado» al criado, cuyo amo «lo encuentre en vela —es decir, activo—, a su regreso» (cf. Lc 12, 37). Aquí se puede vislumbrar también la perspectiva escatológica y eterna de la felicidad revelada y anunciada por el Evangelio.
Redemptoris Missio: La primera forma de evangelización es el testimonio
n. 42
42. El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el « Testigo » por excelencia (Ap1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27).
La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.
El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.
Benedicto XVI, papa
Catequesis, Audiencia general (15-03-2006): La voluntad de Jesús sobre la Iglesia y la elección de los Doce
nn. 5-10
5. Aunque su predicación es siempre una exhortación a la conversión personal, en realidad él tiende continuamente a la constitución del pueblo de Dios, que ha venido a reunir, purificar y salvar. Por eso, resulta unilateral y carente de fundamento la interpretación individualista, propuesta por la teología liberal, del anuncio que Cristo hace del Reino. En el año 1900, el gran teólogo liberal Adolf von Harnack la resume así en sus lecciones sobre La esencia del cristianismo: «El reino de Dios viene, porque viene a cada uno de los hombres, tiene acceso a su alma, y ellos lo acogen. Ciertamente, el reino de Dios es el señorío de Dios, pero es el señorío del Dios santo en cada corazón» (Tercera lección, p. 100 s). En realidad, este individualismo de la teología liberal es una acentuación típicamente moderna: desde la perspectiva de la tradición bíblica y en el horizonte del judaísmo, en el que se sitúa la obra de Jesús aunque con toda su novedad, resulta evidente que toda la misión del Hijo encarnado tiene una finalidad comunitaria: él ha venido precisamente para unir a la humanidad dispersa, ha venido para congregar, para unir al pueblo de Dios.
6. Un signo evidente de la intención del Nazareno de reunir a la comunidad de la Alianza, para manifestar en ella el cumplimiento de las promesas hechas a los Padres, que hablan siempre de convocación, unificación, unidad, es la institución de los Doce. Hemos escuchado el Evangelio sobre esta institución de los Doce. Leo una vez más su parte central: «Subió al monte y llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce…» (Mc 3, 13-16; cf. Mt 10, 1-4; Lc 6, 12-16). En el lugar de la revelación, «el monte», Jesús, con una iniciativa que manifiesta absoluta conciencia y determinación, constituye a los Doce para que sean con él testigos y anunciadores del acontecimiento del reino de Dios.
7. Sobre la historicidad de esta llamada no existen dudas, no sólo en virtud de la antigüedad y de la multiplicidad de los testimonios, sino también por el simple motivo de que allí aparece el nombre de Judas, el apóstol traidor, a pesar de las dificultades que esta presencia podía crear a la comunidad naciente. El número Doce, que remite evidentemente a las doce tribus de Israel, ya revela el significado de acción profético-simbólica implícito en la nueva iniciativa de refundar el pueblo santo.
Superado desde hacía tiempo el sistema de las doce tribus, la esperanza de Israel anhelaba su reconstitución como signo de la llegada del tiempo escatológico (pensemos en la conclusión del libro de Ezequiel: 37, 15-19; 39, 23-29; 40-48). Al elegir a los Doce, para introducirlos en una comunión de vida consigo y hacerles partícipes de su misión de anunciar el Reino con palabras y obras (cf. Mc 6, 7-13; Mt 10, 5-8; Lc 9, 1-6; 6, 13), Jesús quiere manifestar que ha llegado el tiempo definitivo en el que se constituye de nuevo el pueblo de Dios, el pueblo de las doce tribus, que se transforma ahora en un pueblo universal, su Iglesia.
8. Con su misma existencia los Doce —procedentes de diferentes orígenes— son un llamamiento a todo Israel para que se convierta y se deje reunir en la nueva Alianza, cumplimiento pleno y perfecto de la antigua. El hecho de haberles encomendado en la última Cena, antes de su Pasión, la misión de celebrar su memorial, muestra cómo Jesús quería transmitir a toda la comunidad en la persona de sus jefes el mandato de ser, en la historia, signo e instrumento de la reunión escatológica iniciada en él. En cierto sentido podemos decir que precisamente la última Cena es el acto de la fundación de la Iglesia, porque él se da a sí mismo y crea así una nueva comunidad, una comunidad unida en la comunión con él mismo.
9. Desde esta perspectiva, se comprende que el Resucitado les confiera —con la efusión del Espíritu— el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 23). Los doce Apóstoles son así el signo más evidente de la voluntad de Jesús respecto a la existencia y la misión de su Iglesia, la garantía de que entre Cristo y la Iglesia no existe ninguna contraposición: son inseparables, a pesar de los pecados de los hombres que componen la Iglesia. Por tanto, es del todo incompatible con la intención de Cristo un eslogan que estuvo de moda hace algunos años: «Jesús sí, Iglesia no». Este Jesús individualista elegido es un Jesús de fantasía. No podemos tener a Jesús prescindiendo de la realidad que él ha creado y en la cual se comunica.
10. Entre el Hijo de Dios encarnado y su Iglesia existe una profunda, inseparable y misteriosa continuidad, en virtud de la cual Cristo está presente hoy en su pueblo. Es siempre contemporáneo nuestro, es siempre contemporáneo en la Iglesia construida sobre el fundamento de los Apóstoles, está vivo en la sucesión de los Apóstoles. Y esta presencia suya en la comunidad, en la que él mismo se da siempre a nosotros, es motivo de nuestra alegría. Sí, Cristo está con nosotros, el Reino de Dios viene.
San Ambrosio, obispo
Comentario al evangelio de Lucas V, 44-45
«Y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó»
«Jesús llamó a sus discípulos y escogió a doce» para enviarlos, sembradores de la fe, a propagar la ayuda y la salvación de los hombre en el mundo entero. Fijaos en este plan divino: no son ni sabios, ni ricos, ni nobles, sino pecadores y publicanos los que escogió para enviarlos, de manera que nadie pudiera pensar que habían sido arrastrados con habilidad, rescatados por sus riquezas, atraídos a su gracia por el prestigio de poder o notoriedad. Lo hizo así para que la victoria fuera fruto de la legitimidad y no del prestigio de la palabra.
Escogió al mismo Judas, no por inadvertencia sino con conocimiento de causa. ¡Qué grandeza la de esta verdad que incluso un servidor enemigo no puede debilitar! ¡Qué rasgo de carácter el del Señor que prefiere que, a nuestros ojos quede mal su juicio antes que su amor! Cargó con la debilidad humana hasta el punto que ni tan sólo rechazó este aspecto de la debilidad humana. Quiso el abandono, quiso la traición, quiso ser entregado por uno de sus apóstoles para que tú, si un compañero te abandona, si un compañero te traiciona, tomes con calma este error de juicio y la dilapidación de tu bondad.
Guion del XI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
18 de Junio 2023
Entrada:
Celebramos hoy el domingo décimo primero durante el año. Y cuando celebramos el domingo, celebramos aquello que está en el centro de nuestra fe: la presencia entre nosotros, en la Iglesia, de Jesús resucitado. Él, que vive eternamente, se hace presente entre nosotros, “pueblo de reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal”, y da sentido a nuestra esperanza y a nuestro amor.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Éxodo 19, 2-6a
Elegidos por Dios Como Su Pueblo Santo Dios eligió a Israel como su pueblo, los liberó y se vinculó a ellos en una unión de alianza, unión de amor y vida permanentes. La misión sacerdotal de este pueblo era reflejar la santidad de Dios y darla a conocer a todos.
Salmo Responsorial: Sal 99, 2. 3. 5 R.
Segunda Lectura: carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 6 11
Somos lo Que Somos por el Amor de Dios
Dios nos hizo tal como somos por su amor. La prueba de la profundidad de su amor es que su Hijo Jesucristo murió por nosotros para reconciliarnos con Dios mismo y para hacernos partícipes de su vida.
Evangelio: san Mateo 9, 36-10, 8
Enviados a proclamar la Buena Noticia de Salvación
Jesús envía a sus apóstoles en una misión que habrá de ser la misión de todo el Pueblo de Dios: llevar a todos el amor compasivo de Dios, que nosotros mismos hemos experimentado.
Preces:
Elevemos nuestras súplicas a Nuestro Señor Jesucristo que ha querido quedarse con nosotros para ser nuestra ayuda y asistirnos. Digámosle con confianza.
R/. Señor, cólmanos con tu misericordia.
- Señor Jesús, haz que tu Iglesia trate a los miembros que yerran con profunda compasión e infinita paciencia.
- Señor Jesús, inspira a los gobernantes y dirigentes políticos para que tengan conciencia de los muchos pobres que hay en la sociedad y les ayuden eficazmente: los sin techo, los refugiados, los parados, los abandonados por sus padres o por sus esposos, roguemos al Señor.
- Señor Jesús, mira con compasión a los fieles que no tienen pastores que les dirijan, a parroquias sin sacerdotes o con pastores inadecuados, a sacerdotes desalentados o ineptos, roguemos al Señor.
- Señor Jesús, haz que miremos con compasión a los jóvenes sin ideales y sin dirección, a los ancianos tristes en su soledad, a las familias rotas y a parejas en situación irregular, roguemos al Señor.
- Señor Jesús, mira con compasión a nuestras comunidades. Únelas cuando estén divididas, haz que reciban bondadosamente a los que han errado, que sean acogedoras para con todos, roguemos al Señor.
Oh Jesús, nuestro Buen Pastor, por tus dones gratuitos has sido tan bueno con nosotros. Disponnos a ser igualmente bondadosos y buenos para con todos los hermanos necesitados. Guíanos, Señor, ahora y por los siglos de los siglos..
Ofertorio:
Participando del sacrificio eucarístico, ofrecemos a Dios la Víctima divina y a nosotros mismos juntamente con ella, y presentamos:
* Cirios, para que la luz de la fe en Jesús vivo en la eucaristía brille en todos los hombres a quienes llevamos el Evangelio.
* Pan y vino, para que al ser consagrados nuestra fe reconozca, bajo las especies, a Cristo nuestro Cordero inmolado.
Comunión:
Al comulgar, confesamos como el apóstol Pedro: Señor, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Salida:
Madre de la Iglesia, haz que nuestro amor a Cristo sea cada vez más auténtico, capaz de proclamarlo por doquier en todo lo que hagamos cada día.