PRIMERA LECTURA
Conduciré a los extranjeros hasta mi santa Montaña
Lectura del libro del profeta Isaías 56, 1. 6-7
Así habla el Señor:
Observen el derecho y practiquen la justicia,
porque muy pronto llegará mi salvación
y ya está por revelarse mi justicia.
Y a los hijos de una tierra extranjera
que se han unido al Señor para servirlo,
para amar el nombre del Señor
y para ser sus servidores,
a todos los que observen el sábado sin profanarlo
y se mantengan firmes en mi alianza,
Yo los conduciré hasta mi santa Montaña
y los colmaré de alegría en mi Casa de oración;
sus holocaustos y sus sacrificios
serán aceptados sobre mi altar,
porque mi Casa será llamada
Casa de oración para todos los pueblos.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 66, 2-3. 5-6. 8 (R.: 4)
R. ¡Que los pueblos te den gracias, Señor!
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Los dones y el llamado de Dios a Israel son irrevocables
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 11, 13-15. 29-32
Hermanos:
A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a algunos de ellos. Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida? Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.
En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia.
De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Mt 4, 23
Aleluia.
Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino
y sanaba todas las dolencias de la gente.
Aleluia.
EVANGELIO
Mujer, ¡qué grande es tu fe!
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó sana.
Palabra del Señor.
W. Trilling
La mujer cananea
(Mt 15,21-28)
21 Cuando Jesús salió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22 Y en esto, una mujer cananea, salida de aquellos contornos, le decía a gritos: ¡Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está atrozmente atormentada por un demonio. 23 Pero él no le respondió palabra. Y sus discípulos, acercándose a él, le suplicaban: Despídela; que viene gritando detrás de nosotros.
Jesús siempre ha permanecido en el territorio de Israel y sólo raras veces ha penetrado en territorio de los gentiles. Aquí el evangelista san Mateo menciona una de estas pequeñas correrías, en este caso en dirección norte, en el territorio de las dos poderosas ciudades comerciales de Tiro y Sidón. En el camino le sale al encuentro una mujer cananea. Esta expresión se emplea para caracterizarla como gentil (cf. en Mar_7:26 : sirofenicia). San Mateo no designa su nacionalidad civil, sino la religión a la que pertenece. Así prepara la siguiente conversación, que es importante. La mujer conoce lo que permanecía oculto a los hijos de Israel en conjunto, y le invoca con el título mesiánico de hijo de David. Le pide ayuda para su hija. Los discípulos se molestan y ruegan al Maestro que la despida. ¿Solamente tienen la sensación de fastidio o les resulta impertinente la importunidad de una mujer pagana? Evidentemente Jesús había proseguido la marcha sin prestarle atención. Pero ella no cesa de caminar detrás del pequeño grupo. ¿Qué hará Jesús? Lo que haga será importante no sólo para la mujer y para el grupo de los discípulos, sino para el tiempo futuro de su obra.
24 Pero él respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Sin embargo, ella se acercó y se postró ante él, diciéndole: ¡Señor, socórreme! 26 él le contestó: No está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perrillos. 27 Ella replicó: Es verdad, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Jesús habla a los discípulos. De suyo, la respuesta sólo se ajusta a la mujer como explicación de la conducta de Jesús y como recusación indirecta de la súplica de la mujer. Pero aquí la respuesta va dirigida a los discípulos que han rogado al Maestro que la despache. Las palabras de Jesús en este pasaje parece que sean una confirmación de lo que pensaban los discípulos, a saber que Jesús no le puede ayudar y que ella debe regresar a su casa sin haber logrado su propósito. Pero los discípulos primero deben oír la frase que les hace comprender mejor a Jesús. “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Dios le ha enviado, él no se ha encargado nada a sí mismo. Dios también le ha señalado el campo de la actividad. Su misión está limitada a Israel, por medio del cual los pueblos deben participar en la salvación. Este es el orden establecido, así rezan las promesas de los profetas. Pero Israel es un rebaño sin pastor que se ha dispersado por las montañas y está destinado a la destrucción. Sólo se conserva el rebaño, si está reunido y el pastor lo vigila y lo conduce. Ahora los hijos de Israel tienen como pastores a ciegos guías de ciegos (15,14), son como “ovejas sin pastor” (9,36). Dios había anunciado por el profeta Ezequiel que destituiría a los falsos profetas y que él mismo ejercería el cargo de pastor (Ez 34). Ahora llega el tiempo de cumplir lo anunciado. El Mesías está enviado para reunir en un rebaño las ovejas extraviadas, para impedir que desfallezcan y para conducirlas a los terrenos de fértiles pastos. Sólo cuando Israel se haya vuelto a juntar, y siga de buen grado a su verdadero pastor, Dios, pueden también los pueblos del mundo congregarse al lado del único Dios verdadero. Tal es el encargo que ha recibido el Mesías. Luego continúa la conversación con la mujer. Se acerca y pide ayuda. Jesús le contesta que no está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perrillos. (…). Es una frase metafórica que expresa de nuevo el pensamiento del v. 24: el pan es para aquellos hijos, así como el pastor es para aquel rebaño. Los hijos son los hijos de Israel, a quienes ahora se dedica la misericordia de Dios. No se dice lo que quizá tiene aplicación al tiempo futuro. La mujer acoge con osadía la palabra de Dios. Los perrillos también reciben algo de lo que cae de la mesa de su señor. Casi parece humorística la manera como la mujer (que sabe contestar) se vale de la imagen y la invierte en su favor. Pero Jesús está vinculado a su misión. Se ha subordinado a ella, sin reserva, y desde un principio rehúsa cualquier desviación en la lucha con Satán en el desierto. ¿Cómo procederá Jesús?
28 Entonces le dijo Jesús: ¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó sana su hija.
A pesar de todo Jesús socorre. Todo lo precedente hablaba en contra. Pero ahora se indica el motivo: tu fe es grande. Dios ayuda a quien cree así, con perseverancia y tenacidad, sin desfallecer ni darse por vencido precipitadamente, con la firme convicción de que sólo hay uno que pueda ayudar. El ruego de la mujer es atendido y la hija queda curada desde esta hora. Jesús no socorre a la mujer porque sea pagana, sino porque tiene una gran fe. Se mantiene el orden, no se sobrepasan los límites del encargo. Pero ha brillado una esperanza. En ella ya aparece un nuevo Israel, cuyo fundamento es esta fe. Así sucedió con el centurión (8,10.13), así sucede aquí con esta mujer. Así como Dios puede sacar de las piedras hijos de Abraham, así formará con estos creyentes un nuevo Israel. La salvación todavía no llega a los gentiles. Jesús permanece y actúa en Israel, y parte a sus hijos el pan. Pero acá y allá, en casos particulares se hace patente algo nuevo, el tiempo futuro, en el cual Dios perfeccionará el orden de la salvación, que ha estado en vigor hasta ahora. Todos los pueblos de la tierra deben recibir toda la salvación, incólume y pródigamente.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969).
Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos
Ritual de los Exorcismos
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la historia de la salvación, se hacen presentes las criaturas angélicas, ya sea prestando un servicio como mensajeros divinos, ya ayudando de manera misteriosa en la Iglesia; también aparecen criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que, opuestas a Dios y a su voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por asociar al hombre en su propia rebelión contra Dios1.
En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son llamados con varias apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún modo, su naturaleza y origen2 . El Diablo, llamado Satanás, “serpiente antigua” y “dragón”, seduce él mismo a todo el orbe y lucha contra quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan testimonio de Jesús (cf. Apoc. 12, 9.17). Se lo designa “adversario de los hombres” (cf. 1 Ped. 5, 8) y “homicida desde el comienzo” (cf. Jn. 8, 44), cuando por el pecado hace al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre para la desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también “tentador” (cf. Mt. 4, 3 y 26, 36-44), “mentiroso” y “padre de la mentira” (cf . Jn. 8, 44): él obra con astucia y falsedad, como lo atestiguan el relato de la seducción de los primeros padres (cf. Gen. 3, 4.13), el intento de desviar a Jesús de la misión aceptada del Padre (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13) y su transfiguración en ángel de luz (cf. 2 Cor. 11, 14). Se lo llama, también, “príncipe de este mundo” (cf. Jn. 12, 31 y 14, 30) en referencia a aquel ámbito que en su totalidad fue puesto en el Maligno (cf. 1 Jn. 5, 19) y no conoció la verdadera luz (cf. Jn. 1, 9-10), como también a aquellos que odian la Luz, que es Cristo, y arrastran a los hombres a las tinieblas. Puede considerarse que a los demonios que, con el diablo, no acataron el principado de Dios (cf. Jud. 6), se hicieron réprobos (cf. 2 Ped. 2, 4), constituyen los espíritus del mal (cf. Ef. 6, 12) y se los llama “ángeles de Satanás” (Cf. Mt. 25, 41; 2 Cor. 12, 7; Apoc. 12, 7.9), les fue confiada cierta misión por su príncipe mayor3.
Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores (cf. Mt. 10, 1; Mc. 5, 8; Lc. 6, 18; 11, 26; Hech. 8, 7; 1 Tim 4, 1; Apoc. 18, 2) fue disuelta por la obra de Cristo (cf. 1 Jn. 3, 8). Aunque “a la historia universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las tinieblas” y “hasta el último día… persistirá”4, Cristo, por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos “libró de la esclavitud del diablo y del pecado”55 derribando su poder y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con todo, dado que la dañosa y
contraria acción del Diablo y de los demonios afecta a las personas, cosas y lugares y aparece de diversas maneras, la Iglesia, conocedora de que “estos tiempos son malos” (Ef. 5, 16), oró y ora para que los hombres sean librados de las insidias diabólicas.
PRENOTANDOS
I
LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS
1. La Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible e invisible6. Más aún, todas las cosas que Dios creó (cf. Col. 1, 16), las conserva y gobierna con su Providencia7 y nada hizo que no fuera bueno8; también “el diablo (…) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente buenos por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos”9 de donde puede pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo habían sido creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron de su natural excelencia y por no permanecer en la verdad (cf. Jn. 8, 44), sin transformarse en sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a quien debieron adherirse10.
2. En realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios “en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef. 4, 24) y su dignidad requiere que obre según su conciencia y elección11. Ahora bien, persuadido por el Maligno, el hombre abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la potestad del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado (cf. Gen. 3; Rom. 5,12)12.Por esa razón, “en la universal historia de los hombres persiste la ardua lucha contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo, persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor (cf. Mt. 24, 13; 13, 24- 30.36-43)”13.
3. El Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para que librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su reino (cf. Gal. 4, 5; Col. 1, 13). Por lo tanto, Jesucristo, “primogénito de toda la creación” (Col. 1, 15), a fin de renovar al hombre viejo, vistió la carne del pecado, “para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio” (Heb. 2, 14) y, por el don del Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva criatura por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección14.
4. En los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el desierto (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13), expulsó por propia autoridad a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt. 12, 27-29; Lc. 11, 19-20). Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos por el diablo (cf. Hech. 10. 38), manifestó la obra de su salvación, para librar a los hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás, que es homicida desde el comienzo y el padre de la mentira (cf. Jn. 8, 44)15.
5. Al llegar la hora de las tinieblas, el Señor “obediente hasta la muerte” (Filip. 2, 8), repelió el último ataque de Satanás (cf. Lc. 4, 13; 22, 53) por el poder de la Cruz16 y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de Cristo fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de entre los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las cosas bajo sus pies (cf. Ef. 1, 21-22).
6. En el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos (cf. Mt. 10, 1.8; Mc. 3, 14-15; 6, 7.13; Lc. 9, 1; 10, 17.18-20). A ellos mismos, el Señor prometió el Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado (cf. Jn. 16, 7-11). El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían a los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios (cf. Mc. 16, 17).
7. Por tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica (cf. Hech. 5, 16; 8, 7; 16, 18; 19, 12) por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y confiadamente, para ser ella misma librada del Maligno (cf. Mt. 6, 13)17. También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos modos a los demonios que no impidan la tarea de la evangelización (cf. 1 Tes. 2, 18), y que restituya “al más fuerte” (cf. Lc. 11, 21-22) el dominio tanto del universo entero como de cada hombre. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo”18.
(Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, Ritual de los Exorcismos, Ritual Romano, Renovado según el decreto del Concilio Vaticano II, promulgado por la autoridad de S.S. Juan Pablo II, 1º de Octubre de 1998)
1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 332, 391, 414, 2851.
2 Cf. Ibidem, nn. 391-395, 397.
3 Cf. Ibidem, n. 394
4 Cf. Conc. Vat. II, Const. Past. “Gaudium et spes”, n. 37.
5 Cf. Ibidem, n. 22.
6 Cf. Conc. Lateran. IV, Cap. I “De fide catholica”, DS 800; Cf. Pablo VI, “Profesión de fe”, AAS 60 (1968) 436.
7 Cf. Conc. Vat. I, Const. Dogm. “Dei Filius de fide catholica”, cap. I. “De rerum omnium creatore”, DS 3003.
8 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
9 Conc. Lateran. IV, Cap. I “De FIDE católica”, DS 800.
10 Cf. S. León Magno, Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
11 Cf. Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 17.
12 Cf. Conc. Trid., sesión V, Decretum de peccato originali, nn. 1-2, DS 1511-1512.
13 Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 37 ; cf. ibidem, n. 13 ; 1 Jn 5, 19 ; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 401, 407, 409, 1717.
14 Cf. 2 Cor 5, 17.
15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 517, 549-550.
16 Cf. Misal Romano, Prefacio I de Pasión.
17 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2850-2854.
18 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1673.
P. José A. Marcone, IVE
La expulsión de un demonio
(Mt 15,21-28)
Introducción
El evangelio de hoy tiene una particularidad de gran importancia: es la única narración de un milagro de Jesús que se lee en todo el presente año litúrgico, que es el correspondiente al Ciclo A de lecturas. Si revisamos uno por uno todos los evangelios del presente año litúrgico nos daremos cuenta que no se lee ninguna otra narración de milagro. De aquí se sigue que algo habrá que decir acerca de los milagros de Jesús en general, lo cual nosotros haremos muy brevemente.
Pero además este único milagro narrado en el presente Ciclo A se trata de la expulsión de un demonio. En efecto, la hija de la mujer cananea estaba poseída por el demonio o, si queremos hablar en lenguaje técnico teológico, era una obsesa1. El Leccionario en uso en Argentina traduce: “Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio” (Mt 15,22). Sin embargo, el texto griego dice simplemente: kakôs daimonídsetai. El verbo daimonídsomai significa ‘estar endemoniado’, ‘estar poseído por el demonio’2. La Biblia de Jerusalén traduce de manera perfecta: “Mi hija está malamente endemoniada” (Mt 15,22).
Por lo tanto, lo central del evangelio de hoy y sobre lo cual debemos predicar es el milagro de Jesús, y este milagro consiste en expulsar, a la distancia y sin decir una sola palabra, un demonio de una mujer posesa u obsesa, es decir, la hija de la mujer cananea.
Sin embargo, la primera lectura, tomada del AT (Is 56,1.6-7), nos indica que la Iglesia pone el acento en el hecho de que el mensaje de Jesús es predicado no sólo al pueblo de Israel sino también a los pueblos paganos, quienes también están llamados a formar parte del Reino de Dios. En efecto, en el evangelio se resalta que la mujer era cananea, es decir, no-judía, y el milagro fue hecho en la zona de Tiro y Sidón, es decir, en tierras paganas. Y el texto de Isaías de la primera lectura dice: “A los hijos de una tierra extranjera (…) yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos”.
Ahora bien, el hecho de que se subraye la entrada de todos los pueblos en la Iglesia Católica no le quita el primer plano al milagro de expulsión de un demonio. En efecto, dice Santo Tomás: “En esta segunda parte del capítulo 15 de San Mateo se muestra que la doctrina de Cristo no se reduce a un solo pueblo, sino que también se pone a disposición para la salvación de los paganos. Y así se muestran tres efectos de la sagrada doctrina en los paganos. Primero, la liberación de la potestad del Demonio (mujer cananea, Mt 15,21-28). Segundo, la liberación de las enfermedades de los pecadores (cura enfermos, Mt 15,29-31). Tercero, la restauración espiritual (multiplicación de los panes, Mt 15,31-39)”3.
De esta manera se conjugan perfectamente los dos temas fundamentales del evangelio de hoy: la liberación del demonio de los pueblos paganos y su entrada a la Iglesia Católica. Se verifica en esta segunda parte del capítulo 15 de San Mateo el axioma clave con que se expresa la acción redentora de Cristo: exorcizó lo diabólico (Mt 15,21-28), curó la naturaleza (Mt 29-31) y elevó lo natural al nivel de lo sobrenatural (Mt 15,31-39).
1. Los milagros de Jesús en general
Digámoslo desde el primer momento y de una manera muy clara: la finalidad principal de los milagros de Jesús no es la de hacer una obra de misericordia corporal. La finalidad principal de los milagros de Jesús es mostrar su identidad, es decir, hacer ver que Él es Dios.
Hay un milagro que, en este sentido, es paradigmático: la curación del paralítico (cf. Mc 2,1-12; Lc 5,17-26; Mt 9,1-8). Lo primer que dice Jesús ante el paralítico que descolgaron por un agujero del techo fue: “Tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5). Los presentes, sobre todo los fariseos, se escandalizaban de que un mero hombre hablara así, pues, correctamente, pensaban que sólo Dios puede perdonar los pecados. Jesús también piensa lo mismo: sólo Dios puede perdonar los pecados. Entonces Jesús dice: “Para que sepan que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice al paralítico -: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos” (2,10-12).
Cualquiera que lee con un mínimum de honestidad intelectual este trozo del evangelio, entiende lo que quiso decir Jesús: “Para que sepan que Yo soy Dios y que tengo poder de perdonar los pecados, queda curado”. La finalidad principal del milagro era mostrar su divinidad. La finalidad secundaria era hacerle una obra de misericordia corporal al pobre paralítico.
Lo mismo sucedió en las Bodas de Caná (Jn 2,1-11). Jesús hace el milagro de la conversión del agua en vino por intercesión de su madre. Y San Juan concluye todo el relato diciendo: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos (= milagros). Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”. La gloria que Jesús manifestó es su divinidad. Para San Juan, la ‘gloria’ de Jesús es su divinidad, lo cual queda de manifiesto en Jn 1,14, cuando el evangelista dice: “Nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único”. La gloria que Jesús recibe del Padre en cuanto Hijo único no puede ser otra que la misma naturaleza divina que posee como segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo.
Es notable que San Juan llama ‘signos’ (semeîon) a los milagros de Jesús, y esto es así porque están ordenados a mostrar la divinidad de Jesús. El signo no tiene una finalidad en sí mismo, sino que está ordenado a ‘signi-ficar’ otra cosa. Los milagros, en San Juan, signi-fican la divinidad de Jesús. El primer significado del signo en el evangelio de San Juan, es decir, del milagro es mostrar la gloria de la persona de Jesús4. La finalidad principal del milagro es mostrar quién es Jesús, es decir que está en relación con la persona divina de Jesús.
Los sinópticos llaman siempre dýnamis a los milagros de Jesús. Dýnamis significa ‘fuerza’, ‘poder’. Para los sinópticos los milagros de Jesús son obras de ‘poder’ y ‘autoridad’. A través de sus milagros Jesús muestra que realmente ha sido enviado por el Padre y que su misión es verdadera y auténtica5.
Ciertamente que también está presente en Jesús la compasión propia de la caridad que quiere una vida plena para el hombre incluso durante esta edad temporal de su vida en la tierra. Jesús llora y se conmueve ante la muerte de su amigo Lázaro, y después lo resucita (Jn 11).
2. Expulsión del demonio de la hija de la mujer cananea
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. (…). La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama ‘homicida desde el principio’ (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11)” (CEC, nº 391. 394).
Muchas veces se ha querido ocultar la presencia inquietante de este ser personal que se opone por odio a la obra y a la persona de Jesús. Por eso, muchas veces se lo ha querido presentar como una simple representación teatral del mal abstracto del mundo. Es un dogma de nuestra fe que el diablo es un ser personal y que actúa como persona.
La característica principal de satanás y de los demonios caídos como él, es que sigue teniendo un cierto poder debido a su naturaleza angélica, pero que Él ahora ejerce con absoluta independencia de Dios6. Lo esencial de satanás es que tiene ahora un ser totalmente autónomo de Dios. Y no solamente lo ejerce como poder autónomo de Dios sino que lo ejerce contra Dios. Este ‘ser contra Dios’ es ahora parte integrante de su esencia. Este ‘ser contra Dios’ es lo que explica todo su afán por acusar, corromper, tentar y deformar. En definitiva, es lo que explica que satanás sea la misma destrucción del ser.
No obstante todo esto, satanás y sus poderes, han sido derrotados por Cristo y situados al margen hasta que llegue la definitiva aniquilación de su poder. Esta realidad es mencionada con frecuencia y triunfalmente por los evangelios y pertenece al anuncio apostólico esencial del Nuevo Testamento.
Jesús establece a lo largo de toda su vida pública una larga, incansable e ininterrumpida lucha contra la esencia del espíritu del mal. Y el espíritu del mal se muestra igualmente activo y combativo contra Jesús. Sería larguísimo enumerar aquí las incontables ocasiones en que Jesús se enfrenta con el demonio o las veces en que el mismo NT presenta toda la actividad de Jesús resumida en su lucha con el tentador7. Jesucristo numerosas veces expulsa demonios de hombres endemoniados. Y Él mismo resume toda su actividad de esta manera: “Mira, yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado” (Lc 13,32). Y los Hechos de los Apóstoles resumen así toda la actividad de Jesús: “Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y (…) Él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech 10,38). Y esto es, precisamente, lo que narra el evangelio de hoy.
Jesús no obra siempre de la misma manera al hacer un milagro. A veces hace el milagro para suscitar la fe en su identidad de Hijo de Dios, como en el caso del paralítico recién mencionado, o el caso del ciego de nacimiento (Jn 9,35-38). Pero en el milagro de hoy Jesucristo exige primero la fe de la mujer cananea. El milagro de la expulsión del demonio de su hija confirma lo que ella proclamó primero.
Dice Santo Tomás que Jesucristo, luego de las primeras frases de la cananea, ya se dio cuenta de la gran piedad que ella tenía. Pero esa piedad todavía guardaba las formas de una piedad natural. Y por eso, antes de concederle el milagro de la expulsión del demonio que atenaza a su hija, le exige una profesión de fe completa8. Y esta exigencia de Jesús de una profesión de fe por parte de la cananea se ve en tres cosas: primero, en su silencio ante el primer pedido (Mt 15,23); segundo, en la primera respuesta negativa de Jesús: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 15,24); tercero, en la segunda respuesta negativa de Jesús: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (Mt 15,26).
La profesión de fe en la divinidad de Jesús está, en primer lugar, en la postración que ella hace, que es un acto de adoración verdadero y propio. El Leccionario traduce: “La mujer fue a postrarse ante Él” (Mt 15,25). Sin embargo, San Jerónimo traduce: “Illa venit et adoravit eum”, es decir, “Ella vino y lo adoró”. El verbo proskynéo usado en el original griego significa, como primer significado y significado-base, ‘adorar’9.
Y Santo Tomás comenta: “Es una profesión de fe, porque reconoció que Jesús es Dios, y esto es así porque lo adoró. A pesar de haber sido rechazada por los Apóstoles, ella se postró y lo adoró. Y con este acto lo reconoció como Dios, según dice Deut 8,19: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo rendirás culto’. Y además dice: ‘¡Ayúdame!’ No dice: ‘Ruega por mí’, sino ‘ayúdame, porque tú puedes’”10.
Jesús expresará que hay un vínculo estrecho entre la fe en su divinidad y el milagro de la expulsión del demonio. Por eso Jesús le dice: “¡Grande es tu fe!”. La fe de la cananea es grande, en primer lugar, porque creyó cosas grandes11, es decir, creyó en la divinidad de Cristo. Entonces viene el desenlace de la acción y la realización del milagro: “Que te suceda como deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija” (Mt 15,28), es decir, quedó libre del poder del diablo que la poseía12.
3. El papel de la cananea en la expulsión del demonio
Jesucristo hizo el milagro de la expulsión del demonio impelido por la fe, la humildad y el ruego de la cananea13. En efecto, son muchas las virtudes que Santo Tomás descubre en la mujer cananea y que empujaron a Jesús a hacer el milagro.
En primer lugar, la devoción, es decir, el afecto y la diligencia para ocuparse de las cosas de Dios, lo cual Santo Tomás descubre porque clamaba gritando al Señor (Mt 15,22). “Y el clamor es signo de gran afecto”14.
En segundo lugar, la misericordia, “porque reputaba como propia la miseria ajena, y por eso dice ‘ten misericordia de mí’, y esto quiere decir que tenía una gran misericordia”15.
En tercer lugar, la esperanza firme y audaz en la misericordia de Dios, que fue la causa de su petición a Cristo. Esta esperanza iba acompañada de una confianza estrecha e íntima en Dios16.
En cuarto lugar, la humildad. Esta humildad se evidencia cuando Jesús, con toda intención, la prueba en esta virtud, “mostrando la excelencia de los judíos sobre los paganos, poniendo en evidencia que la raza de la mujer ha sido reprobada”17. Además, cuando compara la raza de la mujer con los perros, “porque, así como el perro es un animal inmundo, también los paganos”18. La respuesta de la mujer está llena de humildad: “Sí, Señor – repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores” (Mt 15,27). “El Señor llama ‘hijos’ a los judíos, pero ella los llama ‘señores’”19. “Aquí se puede ver una sorprendente humildad y sabiduría de la mujer. Ella vio el ultraje inferido a su raza, pero, como es propio de la humildad, admite dicho ultraje”20.
En quinto lugar, pero como la corona más preciosa, la fe. “Después que ella se humilla, Jesús le dice: ‘Grande es tu fe’. Grande, porque creyó cosas grandes. Grande, por su seguridad, como dice el Apóstol Santiago: ‘El que pide que pida con fe, sin vacilar en nada’. Grande, por su ímpetu y su ardor, como se dice en Mt 17,20: ‘Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte: desplázate de aquí a allá, y se desplazaría’”21.
Conclusión
Suele suceder con cierta frecuencia ver cristianos católicos turbados y hasta angustiados por el espectáculo del mundo actual, donde se ve la acción palpable del diablo. La mujer cananea (mujer pagana, vergüenza debiera darnos) se yergue como un gran ejemplo. ¿Cómo permite Cristo que el cristiano venza al poder de los demonios, que son una fuerza que busca desplazar el poder de Dios y marginar el espíritu que proviene de Dios? La respuesta es la siguiente: en la medida en que el cristiano recibe y acepta la Palabra de Dios, practica la oración y la obediencia radical a Dios, en esa misma medida vence al demonio. Al cristiano que así actúa, Cristo lo hace omnipotente ante el poder del demonio.
Dice Santo Tomás: “San Juan Crisóstomo dice que cuanto más elevada está un alma, tanto más es terrible para los demonios. Pues el mismo Cristo es terrible para los demonios. Por lo tanto, los que están unidos a Cristo, son terribles para ellos”22. Debemos tomar cada vez mayor conciencia que nosotros podemos ser terribles para los demonios y los demonios pueden vernos a nosotros como terribles para ellos. Entonces, se da vuelta la tortilla: ya no somos nosotros los que tememos al demonio sino ellos los que nos temen a nosotros.
1 El término técnico en latín para aquel que ha sido poseído por el demonio es obsessus. Esto se entiende si vemos la etimología de la palabra obsessus. Obsessus es un participio del verbo obsideo; y el verbo obsideo proviene de la preposición ob, que significa ‘a causa de’ o ‘ante’, y del verbo sedeo, que significa ‘sentarse’. Por lo tanto, obsideo significa, literalmente, ‘aposentarse’, ‘tomar posesión’, ‘poseer’. Esto lo confirma la palabra autorizada del Card. Medina Estevez: “La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica” (Medina Estévez, J., El Nuevo Rito de los Exorcismos, Presentación oficial del Cardenal Jorge Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos en la sala de Prensa de la Santa Sede, Martes 26 de enero de 1999).
2 Cf. Tuggy, Strong, Vine y Swanson, en Multiléxico del NT, nº 1139.
3 “Hic ostendit quod non coarctatur ad unum populum, sed etiam ad salutem gentilium sufficit. Ostenditur autem triplex effectus in gentilibus. Primo in liberatione a potestate Daemonis; secundo ab infirmitatibus peccatorum; tertio in spirituali refectione” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
4 Cf. Stock, K., Gesù, il Figlio di Dio, Edizioni ADP, Roma, 1993, p. 39.
5 Es notable que el NT en ningún momento usa el término del griego clásico para expresar el milagro; ese término es thaûma (Schenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, Segunda Parte, p. 311). De aquí proviene la palabra castellana taumaturgo que significa ‘el que hace milagros’. El término clásico thaûma pertenece a la raíz de ‘admirar’. También en castellano tiene ese matiz: milagro proviene del latín miraculum, que significa ‘lo que es digno de ser admirado’. Quizá lo que el Espíritu Santo quiere decir con esto es que, para el NT, es decir, para el Espíritu Santo no hay ninguna intención de espectacularidad en los milagros. Los judíos sí veían los milagros en este sentido (1Cor 1,22). Jesús reprocha severamente a los fariseos que le piden que haga milagros y les responde que el único ‘milagro’ que verán será su pasión y su muerte, el signo o ‘milagro’ de Jonás (Mt 12,38-42). Y esto también puede aplicarse a los milagros sucedidos después de la muerte del último apóstol. Los milagros no tienen una finalidad en sí mismos sino que son signos para mostrar la divinidad, el poder o la grandeza de Jesús.
6 Seguimos aquí, libremente, a Schlier, H., Poderes y dominios en el Nuevo Testamento, EDICEP, Valencia, 2008.
7 Remitimos al libro ya citado de Schlier, H., Poderes y dominios en el Nuevo Testamento… etc.
8 El texto literal de Santo Tomás es el siguiente: “La mujer había mostrado de manera suficiente su piedad, pero esta piedad parecía una piedad natural. Por eso el Señor le exige una profesión de fe”. “Satis videbatur mulier pietatem ostendisse, sed haec videbatur naturalis, ideo dominus exigebat professionem fidei” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
9 Cf. Louw – Nida, Greek – English Lexicon of the NT; Moulton – Milligan, Vocabulary of the Greek New Testament; Tuggy, Vine y Swanson, en Multiléxico del NT, nº 4352.
10 “Ponitur professio, quia Deum recognovit, quia eum adoravit. Licet enim haberet repulsus apostolorum, tamen ingessit se, et adoravit. In hoc Deum recognoscit; Deut. VIII, v. 19: dominum Deum tuum adorabis, et illi soli servies; Ps. LXV, 4: omnis terra adoret te, Deus et cetera. Adiuva me. Non dicit, ora pro me, sed, tu adiuva me, quia potes; Ps. CXX, 2: auxilium meum a domino qui fecit caelum et terram et cetera” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
11 “Dice: ‘Grande es tu fe’. Grande, porque creyó cosas grandes”. “Dicit magna est fides tua. Magna, quia magna credit” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
12 Santo Tomás hace notar que el mismo Jesús presenta su acción como la acción de Dios, ya que dice, en el latín de la Vulgata: “Fiat tibi sicut vis”, “hágase para ti como lo deseas”, poniendo el fiat de este evangelio de hoy (Mt 15,28) en relación con el fiat de la creación: “Fiat lux, et facta est lux” (“Hágase la luz, y la luz se hizo”, Gén 1,3). La exégesis de Santo Tomás basada en la Vulgata es correcta ya que la traducción griega de la LXX hecha a partir del original hebreo dice en Gén 3,1 genethéto (= fiat = hágase), y en el original griego de Mt 15,28 también se dice genethéto. La frase textual de Santo Tomás es la siguiente: “En el principio (Gén 3,1) Dios dijo: ‘Hágase la luz, y la luz se hizo’. De la misma manera aquí dice Jesús: ‘Hágase para ti…’ Pues aquel Verbo (que hablaba) era el Verbo Eterno (al igual que el que habla ahora); como dice el Qoh 8,4: ‘Su palabra está llena de poder’”. “Unde principio, Gen. I, 3, dixit, fiat lux, et facta est lux: sic et hic, fiat tibi; illud enim verbum fuit verbum aeternum; Eccle. VIII, 4: sermo eius potestate plenus est” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
13 “Y así, la mujer, humildemente, supo compeler al Señor, (…) como se dice en Qoh 35,21: ‘La oración del que se humilla penetra los cielos’”. “Et humiliter ita scivit compellere dominum (…); Eccli. c. XXXV, 21: oratio humiliantis se penetrat caelos” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium Matthaei lectura, caput 15, lectio 2; traducción nuestra).
14 “Notanda est devotio, quia clamabat. Clamor magnum affectum designat”.
15 “Notatur pietas, quia alienam miseriam suam reputabat, unde dicit miserere mei, et hoc est magna misericordia”.
16 “Petiit ex confidentia misericordiae Dei”. Confidentia en latín significa: ‘esperanza firme; osadía’. En castellano también existe la palabra confidencia, cuya segunda acepción según el DRAE es: ‘confianza estrecha e íntima’.
17 “Qui respondens dixit: non est bonum sumere panem filiorum, et mittere canibus. Hoc additur ad probandum humilitatem, quia iam constabat satis de fide, ostendens excellentiam Iudaeorum ad gentes: tunc enim probatur humilitas, quando patitur quod exprobretur gens sua”.
18 “Et mittere canibus, scilicet gentilibus: quia sicut canis est animal immundum, sic gentes. Unde supra VII, 6: nolite sanctum dare canibus”.
19 “Dominus vocaverat filios Iudaeos, sed ista dominos”.
20 “At illa dixit: etiam, domine. Hic tangitur mira humilitas mulieris, et sapientia. Visus est contumeliam inferre genti suae, sed humilitatis est, quod concedit contumeliam dictam”.
21 “Quando se humiliat, dicit magna est fides tua. Magna, quia magna credit. Item propter rectitudinem; Iac. I, 6: postulet autem in fide nihil haesitans. Item magna propter fervorem. Unde si habueritis fidem sicut granum sinapis, dicetis monti huic: transi hinc illuc, et transibit”
22 “Chrysostomus dicit, quod quanto anima est magis elevata, tanto Daemonibus est magis terribilis; ipse enim Christus Daemonibus est terribilis: unde qui Christo coniuncti sunt, sunt terribiles ei” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 17, lectio 2; traducción nuestra).
Card. Jorge Medina Estévez
Para entender qué es un exorcismo
Para poder entender qué es el exorcismo, se debe partir de Jesús y de su misma praxis.
Jesucristo vino al mundo y a los hombres para anunciar e inaugurar el reino de Dios. Los hombres poseen una innata capacidad para recibir a Dios en su corazón (cf. Rm 5, 5). Sin embargo, esta capacidad para acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y en algunas ocasiones el mal ocupa en el hombre el puesto que sólo le corresponde a Dios. Por ello, Jesucristo vino a liberar al hombre del mal y del pecado, y también de todas las formas de dominación del maligno, es decir, del diablo y de sus espíritus malignos, llamados demonios, que quieren pervertir el sentido de la vida del hombre. Por esta razón, Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de la posesión de los espíritus malignos, para hallar cabida en el corazón del hombre y darle la posibilidad de conseguir la libertad ante Dios, que quiere darle su Espíritu Santo, para que se convierta en su templo vivo (cf. 1 Co 6, 19; 1 P 2, 5) y dirija sus pasos hacia el camino de la paz y de la salvación (cf. Rm 8, 1-17; 1 Co 12, 1-11; Ga 5, 16-26).
La Iglesia está llamada a seguir a Jesucristo y ha recibido, de Cristo mismo, el poder de continuar, en su nombre, su misión. De aquí que la acción de Cristo para liberar al hombre del mal se ejercita a través del servicio de la Iglesia y de sus ministros ordenados, delegados por el obispo para cumplir los ritos sagrados dirigidos a librar a los hombres de la posesión del maligno.
El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo. He aquí cómo explica el Catecismo de la Iglesia católica en qué consiste el exorcismo y cómo se lleva a cabo: «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra la influencia del maligno y substraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1, 25 ss); de él deriva a la Iglesia el poder y la tarea de exorcizar (cf. Mc 3, 15; 6, 7. 13; 16, 17). De una manera simple, el exorcismo se practica durante la celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado «gran exorcismo», puede ser practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf. Código de derecho canónico, c. 1172)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673).
La sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en cierto modo, de las fuerzas y de la actividad física de la persona que sufre la posesión. No obstante esto, el demonio no puede adueñarse de la libre voluntad del sujeto, lo que impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar. Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El ritual del exorcismo señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados se encuentran: el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.
Se subraya que para llevar a cabo el exorcismo es necesaria la autorización del obispo diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso específico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio de exorcista.
(…)
En el Ritual que hoy presentamos se encuentra, sobre todo, el rito del exorcismo propiamente dicho, que debe realizarse sobre la persona obsesa. Siguen las oraciones que debe decir públicamente un sacerdote, con el permiso del obispo, cuando se juzga prudentemente que existe un influjo de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin llegar al nivel de una posesión propiamente dicha. Contiene, además, una serie de oraciones que pueden ser dichas privadamente por los fieles, cuando sospechan con fundamento que están sujetos a influjos diabólicos.
El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con gran inteligencia y poder: «El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Éste no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e, indirectamente, también de naturaleza física- a cada hombre y a la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de Dios de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo ianosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo amanlo (Rm 8, 28)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 395).
Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad (cf. Jn 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar ni la gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.
La presencia del diablo y de su acción explica la advertencia del Catecismo de la Iglesia católica: «La dramática condición del mundo que “yace” todo él “bajo el poder del maligno” (1 Jn 5, 19), hace que la vida del hombre sea una lucha: “Toda la historia humana se encuentra envuelta en una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas; lucha que comenzó ya en el origen del mundo, y que durará, como dice el Señor, hasta el último día. Inserto en esta batalla, el hombre debe combatir sin descanso para poder mantenerse unido al bien; no puede conseguir su unidad interior si no es al precio de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios” (Gaudium et spes, 37, 2)» (n. 409).
La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo, es consciente de la acción del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. «Tengan confianza -dice el Señor-; yo he vencido al mundo» (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el maligno.
(Medina Estévez, J., El Nuevo Rito de los Exorcismos, Presentación oficial del Cardenal Jorge Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos en la sala de Prensa de la Santa Sede, Martes 26 de enero de 1999)
SS. Benedicto XVI
El pasaje evangélico de este domingo comienza con la indicación de la región a donde Jesús se estaba retirando: Tiro y Sidón, al noroeste de Galilea, tierra pagana. Allí se encuentra con una mujer cananea, que se dirige a él pidiéndole que cure a su hija atormentada por un demonio (cf. Mt 15, 22). Ya en esta petición podemos descubrir un inicio del camino de fe, que en el diálogo con el divino Maestro crece y se refuerza. La mujer no tiene miedo de gritar a Jesús: «Ten compasión de mí», una expresión recurrente en los Salmos (cf. 50, 1); lo llama «Señor» e «Hijo de David» (cf. Mt 15, 22), manifestando así una firme esperanza de ser escuchada. ¿Cuál es la actitud del Señor frente a este grito de dolor de una mujer pagana? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, hasta el punto de que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de insensibilidad ante el dolor de aquella mujer. San Agustín comenta con razón: «Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no por rechazarle la misericordia, sino para inflamar su deseo» (Sermo 77, 1: PL 38, 483). El aparente desinterés de Jesús, que dice: «Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel» (v. 24), no desalienta a la cananea, que insiste: «¡Señor, ayúdame!» (v. 25). E incluso cuando recibe una respuesta que parece cerrar toda esperanza —«No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (v. 26)—, no desiste. No quiere quitar nada a nadie: en su sencillez y humildad le basta poco, le bastan las migajas, le basta sólo una mirada, una buena palabra del Hijo de Dios. Y Jesús queda admirado por una respuesta de fe tan grande y le dice: «Que se cumpla lo que deseas» (v. 28).
Queridos amigos, también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo a Jesús: «¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!». Es el camino que Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, como fuente de vida, para vivir una relación personal con él. El conocimiento de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y en definitiva es un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida. Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1 Co 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre su propia vida a su Amor.
Queridos hermanos y hermanas, alimentemos por tanto cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios, con la celebración de los sacramentos, con la oración personal como «grito» dirigido a él y con la caridad hacia el prójimo. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, a la que mañana contemplaremos en su gloriosa asunción al cielo en alma y cuerpo, para que nos ayude a anunciar y testimoniar con la vida la alegría de haber encontrado al Señor.
(Ángelus, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 14 de agosto de 2011)
P. Gustavo Pascual, IVE
LA HIJA DE LA CANANEA
Mt 15, 22-28 (Mc 7, 25-30)
Este milagro ocurre en la región de Tiro y Sidón, en Fenicia, durante el tercer año de la vida pública de Jesús.
Este episodio es paralelo al de la curación del hijo del centurión. Jesús realiza una curación en favor de un gentil o de una gentil; pero cura a distancia, por el poder de su palabra, porque no estaba permitido a un judío entrar en casa de un gentil1.
“La mujer era griega (Mt), no de raza, ya que era sirofenicia, pero sí de cultura, es decir, gentil”2. Cree en Jesús. Cree que puede expulsar el demonio que atormenta a su hija. La mujer lo confiesa como “hijo de David” (Mt), es decir, como el Mesías.
La hija de la cananea estaba enferma a causa del demonio. Así lo expone ella, según Mateo. Marcos directamente consigna el hecho “una mujer, cuya hija estaba poseída de un demonio inmundo”.
Su fe la va a demostrar en la perseverancia que manifiesta siguiéndolo, a pesar, de que Jesús le niega el milagro en un principio.
No se calla sino que insiste a gritos detrás de Jesús y sus discípulos. Grita pidiendo el milagro y Jesús la ignora. Los discípulos cansados del seguimiento de la mujer y de sus gritos le piden al Señor que le haga caso y Él se niega argumentando que es una extranjera. Finalmente, la mujer no le permite avanzar porque se arrodilla delante de Él pidiéndole socorro. Jesús la humilla tratándola de perra.
Jesús debe dedicarse a la salvación de los judíos, “hijos” de Dios y de las promesas, antes de ocuparse de los paganos, que a los ojos de los judíos no eran más que “perros”3.
Marcos dice “espera que primero se sacien los hijos”, es decir, está insinuando que una vez saciados los hijos habría gracias para los paganos. Mateo es más excluyente: “no he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
Jesús a través de sus palabras la invita a convertirse, le hace ver que la salvación viene por los judíos y que debe creer, para obtener el milagro, en el Mesías de los judíos. La mujer debe abandonar sus falsas creencias que son comida de perros y creer en Jesús para participar en la mesa de los hijos. La mueve a deponer su orgullo y obsequiar con sus palabras a la multitud, expresando el acto de humildad que había hecho al arrodillarse y que es maravilloso: “también los perrillos comen las migajas de los hijos” y tenía razón porque si bien Jesús había venido en primer lugar a Israel era un Salvador universal. Cristo concluye resaltando la fe de la cananea y haciendo el milagro. Ella en su humillación se humilla más todavía pidiendo el milagro con palabras llenas de sabiduría. Jesús se admira de su fe y por su fe le concede la curación.
Entrando en el pensamiento de Jesús, la Cananea quería decir: “Para alimentar a los perrillos, no es necesario echar el pan destinado a los hijos; ellos se contentan con las migajas que caen de la mesa”. Lo cual quiere decir, sin metáforas: las gracias concedidas por vos a los israelitas son de tal modo numerosas que no los privaríais de nada al escuchar mi humilde petición.
No se sabría admitir esta conducta y este lenguaje. De una frase que habría podido humillarla y descorazonarla, la Cananea sacó un argumento infalible para que fuese escuchada.
Su respuesta estaba tan llena de espíritu como cargada de cualidades morales4.
Este milagro es un preludio de la salvación que Cristo viene a traer también a los gentiles y manifiesta la importancia que tiene la fe para alcanzar la salvación y para ser hijo de Dios.
Jesús resalta delante de los israelitas la fe de aquella mujer, como delante de ellos la había postergado por su raza. Esto tiene mucho valor porque va enseñando la precedencia de la fe sobre la descendencia racial. Los israelitas son el pueblo predilecto de Dios y Jesús lo reconoce en este caso: “no he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel”, “no está bien tomar el pan de los hijos” pero también reconoce la fe extraordinaria de la mujer: “mujer, grande es tu fe”, una fe semejante a la del centurión5, quizá como no había en Israel. Delante de los israelitas humilla a la mujer para luego exaltarla y ellos exaltados como pueblo elegido quedan humillados ante una fe que los supera.
La humildad de la mujer la lleva a reconocer su condición de pagana y el privilegio de la raza elegida. Esa era su verdad. Humildad es andar en verdad, dice Santa Teresa. La cananea es humilde porque reconoce su verdad pero también es humilde porque sabe sufrir las humillaciones sin desanimarse, sin dejar de confiar en Aquel que puede subsanar su miseria. La humildad es condición necesaria para la fe. Sólo cree el que es humilde, el que sabe que necesita de Jesús para salvarse y que no puede salvarse por sí mismo como lo creería el orgulloso. Dios da su gracia a los humildes que acuden a Él y resiste a los soberbios que no lo confiesan.
La fe hace que la mujer que no era considerada del pueblo de los hijos se haga hija y reciba la salvación de Jesús. La exclamación de Jesús denota esta importancia de la fe: “Mujer, grande es tu fe” (Mt).
Ésta mujer no sólo tuvo una fe humilde sino también recta. Una fe como dice Santiago sin ninguna vacilación, no como la fe que es semejante a las olas marinas6. Una fe, además, fervorosa.
Hay otro aspecto que podemos aprender de la mujer cananea y que es condición de la verdadera oración, la perseverancia. Ella a pesar de las negativas de Jesús no se echó atrás sino que siguió pidiendo con insistencia según aquello de: “pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”7. A veces, el Señor quiere ser importunado para concedernos lo que le pedimos, de esa forma se agiganta el deseo y se purifica la fe8.
La mujer nunca dudó que Jesús pudiera curar a su hija y esto manifiesta el aspecto de confianza que tienen que tener nuestras peticiones. No hay que dudar que Jesús pueda salvarnos y liberarnos de todas nuestras miserias.
Y nuestro Señor la escuchó porque “cumple los deseos de sus leales, escucha su clamor y los libera”9.
La gran fe de la mujer llevó a Cristo a hacer el milagro: “Que te suceda como deseas”, es decir, según tu fe. “Y desde aquél momento quedó curada su hija”.
1Jsalén. a Mc 7, 24
2 Jsalén. a Mc 7, 26
3 Jsalén. a Mt 15, 26
4 Fillion, Los Milagros de Jesucristo…, 392-3
5 Mt 8, 10
6 St 1, 6
7 Mt 7, 7
8 Lc 11, 5-10; Lc 18, 1-7
9 Sal 144, 19
San Juan Crisóstomo
La mujer cananea
1. Marcos nos cuenta que, llegado que hubo a la casa, no le fue posible permanecer oculto. Y ¿por qué, en absoluto, se dirigió Jesús a aquellas partes? Cuando hubo librado a los judíos de la observancia de los alimentos, entonces es cuando, adelantando en el camino, abre también la puerta a los gentiles: como Pedro, que recibe la orden de derogar aquella ley y seguidamente es enviado al centurión Cornelio. Mas si alguien preguntara por qué habiéndoles Él dicho a sus discípulos: No vayáis por el camino de los gentiles (Mt.10,5), ése es el que toma Él ahora, le responderíamos, en primer lugar, que no estaba el Señor obligado a lo mismo que mandaba a sus discípulos. Y, en segundo, que tampoco Él fue allí con intento de predicarles. Marcos lo da a entender cuando dice que trató de esconderse y permanecer oculto (Mt.7,24). Porque., así como no correr primero hacia aquellas gentes era lo que pedía el orden natural de las cosas, así rechazar a los que a Él se acercaban hubiera sido indigno de su bondad. Pues si era bien seguir a los que huían, mucho más de razón era no huir de los que le buscaban.
Mirad, si no, cuán merecedora del beneficio era la mujer cananea, pues ni siquiera se había atrevido a ir a Jerusalén, por temor que sentía y por tenerse a sí misma por indigna. Porque, que, de no haber sido por eso, allí se hubiera presentado, puede muy bien colegirse de su fervor presente y del hecho de haber salido de sus propios términos. Hay quienes explican alegóricamente el pasaje y dicen que cuando Cristo hubo salido de la Judea, entonces fue cuando la Iglesia se atrevió a acercársele, salido que había también ella de sus propios términos, conforme a la palabra del profeta: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre (Sal.44,11).
La verdad es que Cristo había salido de sus términos y la mujer de los suyos, y de este modo pudieron encontrarse uno con otro. Porque he aquí —dice el evangelista— que una mujer cananea, salido que hubo de sus términos… Comienza el evangelista por acusar a la mujer, a fin de poner más de relieve la maravilla y proclamarla luego con más gloria. Al oír ese nombre de “cananea”, acordaos de aquellas naciones inicuas que fundamentalmente trastornaron aun las mismas leyes de la naturaleza. Y con ese recuerdo, considerad el poder de la presencia de Cristo. Porque los que habían sido expulsados de la tierra para que no extraviaran a los judíos, esos mismos se muestran ahora tanto más aptos que los judíos, que salen de sus propios términos para acercarse a Cristo, mientras aquéllos le arrojan de los suyos, cuando va a ellos.
Acercándose, pues, a Jesús, la mujer cananea se contenta con decirle: Compadécete de mí, y pronto con sus gritos reúne en torno a sí todo un corro de espectadores. A la verdad, tenía que ser un espectáculo lastimoso ver a una mujer gritando con aquella compasión, y una mujer que era madre, que suplicaba en favor de su hija, y de una hija tan gravemente atormentada por el demonio. Porque ni siquiera se había atrevido a traer la enferma a presencia del Señor, sino que, dejándola en casa, ella dirige la súplica, y sólo le expone la enfermedad y nada más añade. No trata la mujer de arrastrar a su propia casa al médico, como aquel otro cortesano regio que le dijo: Ven e impónle tu mano y baja antes de que muera mi hijo (Jn.4,49). No, la cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, sólo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Y notemos que no dice: “Compadécete de mi hija”, sino: Compadécete de mí. Mi hija en realidad no se da cuenta de lo que sufre. Yo soy la que sufro tormentos infinitos, la que sufro dándome cuenta; la que, por darme cuenta, me vuelvo loca de dolor.
Más el Señor no le respondió palabra. ¿Qué novedad, qué extrañeza es ésta? A los judíos, aun ingratos, los guía; aun blasfemándole, los exhorta; aun tentándole, no los abandona. A esta pobre mujer, empero, que corre hacia Él, que le ruega y suplica, que no se había educado en la ley ni en los profetas, y que, sin embargo, da tales pruebas de reverencia y piedad; a ésta, digo, no se digna el Señor ni responderle. ¿A quién no le hubiera escandalizado tal conducta, tan contraria a la fama que corría del Señor? Y es así que todos habían oído que recorría sus pueblos y aldeas, curándolos a todos; y a ésta que se le acerca, la rechaza. ¿Y a quién no hubiera conmovido su dolor y aquella súplica que le dirige en favor de su hija, tan gravemente enferma? Porque no se acercó al Señor por tenerse por digna de la gracia, ni como quien exige una deuda; no. Sólo pide que se le tenga compasión, sólo cuenta con trágicos acentos su desgracia. ¡Y ni respuesta se le concede! Tal vez muchos de los que la oyeron se escandalizaron; pero ella no se escandalizó. ¿Y qué digo los que la oyeron? Yo creo que los mismos discípulos del Señor tuvieron alguna compasión de la desgracia de la mujer y hasta se turbaron y entristecieron un poco. Y, sin embargo, ni aun turbados, se atrevieron a decirle al Señor: “Concédele esta gracia”. No. Acercándosele sus discípulos, le rogaban diciendo: Despáchala, pues viene gritando detrás de nosotros. Y es así que aun nosotros, cuando queremos persuadir a uno, muchas veces empezamos por proponerle lo contrario. Pero Cristo les respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
2. ¿Qué hace, pues, la mujer? ¿Se calló por ventura al oír esa respuesta? ¿Se retiró? ¿Aflojó en su fervor? ¡De ninguna manera! Lo que hizo fue insistir con más ahínco. Realmente no es eso lo que nosotros hacemos. Apenas vemos que no alcanzamos lo que pedimos, desistimos de nuestras súplicas, cuando por eso mismo, más debiéramos insistir. A la verdad, ¿a quién no hubiera desanimado la palabra del Señor? El silencio mismo pudiera haberla hecho desesperar de su intento; mucho más aquella respuesta. Porque ver que sus intercesores eran como ella rechazados y oír que el asunto era imposible, había de haberla llevado a un total desconcierto. Y, sin embargo, la mujer no se desconcertó. Ella que vio que sus intercesores nada podían, se desvergonzó con la más bella desvergüenza. Antes, en efecto, no se había atrevido ni a presentarse a la vista de Jesús. Viene gritando —le dicen los discípulos— detrás de nosotros. Pero cuando parecía natural que, desalentada, había de alejarse más, entonces es cuando se le acerca y le adora diciéndole: Señor, ayúdame. ¿Qué es esto?, ¡oh mujer! ¿Es que tienes tú más confianza que los apóstoles? ¿O acaso más fuerza que ellos? Confianza y fuerza, no tengo ninguna. No. Yo estoy llena de vergüenza. Sin embargo, mi misma desvergüenza será mi súplica. Él tendrá consideración a mi confianza. ¿Y qué tendrá eso que ver? ¿No le has oído decir: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel? Lo he oído —contesta la cananea—; pero Él es el Señor. Por eso justamente no le dijo ella: “Ruega y suplica”, sino: Ayúdame.
¿Qué hace, pues, Cristo? Ni con eso se contentó, sino que hace más rotunda su negativa, diciendo: No está bien tomar el pan de los hijos y dárselo a los perrillos. Cuando el Señor se digna hablar a la mujer, la desconcierta aún más que con su silencio. Y ahora, ya no refiere a otro la causa de su negativa; no dice: “No he sido enviado”. No. Cuanto más la mujer intensifica su súplica, con más fuerza también Él se la rechaza. Ya no llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, sólo la llama perrillo.
¿Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor, sabe ella componer su defensa. Si soy un perrillo —parece decirse— ya no soy extraña a la casa. Con razón decía Cristo: Yo no he venido para juicio (Jn.9,39). Esta mujer filosofa y muestra una constancia y una fe a toda prueba, y eso que se la desatiende e insulta; los judíos, empero, mimados y honrados, le pagan al Señor con moneda contraria. Que el alimento —prosigue la mujer— es necesario a los hijos, también yo lo sé muy bien; pero, puesto caso que soy un perrillo, tampoco a mí se me debe negar. Porque si no es lícito tomarlo, tampoco lo será tener alguna parte en las migajas. Más si se puede participar siquiera un poco, tampoco a mí, aun cuando sea perrillo, se me debe prohibir esa participación. Antes bien, el ser perrillo es mi mejor razón para entrar a la parte.
He ahí por qué difirió Cristo la gracia: Él sabía lo que la mujer había de contestar. Para mostrarnos su admirable sabiduría, le había, hasta entonces, negado el don de la salud de la hija. Porque si no hubiera tenido intención de dársela, tampoco después de esto se la hubiera dado ni le hubiera por segunda vez replicado. Obra el Señor con esta cananea como lo había hecho ya en otros casos. Si al centurión le dijo: Yo iré y curaré a tu criado, fue porque quería que nos enteráramos de la reverencia de aquél y oyéramos sus palabras: No soy digno de que entres bajo mi techo. Si nos dice igualmente en el caso de la hemorroísa: Yo sé que ha salido virtud de mí, es que quiere poner de manifiesto la fe de aquélla. Lo mismo la samaritana, que, aun reprendida por Él, no se aparta de su lado. Así puntualmente con esta cananea. No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer. De modo que sus palabras no procedían de ánimo de insultarla, sino de convidarla, de deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma.
Mas, juntamente con la fe, considerad, os ruego, la humildad de esta cananea. El Señor había llamado hijos a los judíos; ella no se contentó con eso, y les dio e1 nombre de señores. Tan lejos estaba de sentirse de las alabanzas de los otros: Porque también los perrillos —dice— comen de las migajas que caen de las mesas de sus señores. Mirad la discreción de aquella mujer, mirad cómo no se atrevió a replicar al Señor ni se sintió de las alabanzas de los demás; mirad su .perseverancia. El Señor le dijo: No está bien…; y ella le respondió: Es cierto, Señor. Él había hablado de hijos, ella, de señores. Él la había llamado perrillo; ella añade también lo que hace el perrillo. Ya veis la humildad de esta mujer. Escuchad ahora la arrogancia de los judíos: Nosotros somos descendencia de Abrahán y de nadie hemos sido esclavos jamás. Nosotros hemos nacido de Dios (Jn.8,33.41). No así la cananea. Ella se llama a sí misma perrillo y a ellos les da nombre de señores. Y por ello justamente se convirtió en hija.
Porque ¿qué le responde Cristo? ¡Oh mujer, grande es tu fe! He ahí explicadas todas las dilaciones: quería el Señor pronunciar esa palabra, quería coronar a la mujer. Como si dijera: Tu fe es capaz de lograr cosas mayores que ésa: pues hágase como tú quieres. Parienta es esa palabra de aquella otra: Hágase el cielo, y el cielo fue hecho (Gén.1,1). Y a partir de aquel momento quedó sana su hija. Mirad cuán grande parte tuvo la mujer en la curación de su hija. Porque por eso no le dijo Cristo: “Quede curada tu hija”, sino: Grande es tu fe. Hágase como tú quieres. Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer, sino para indicarnos la fuerza de la fe. Y la prueba y demostración de esa fuerza la dejó el Señor al resultado mismo de las cosas: Desde aquel momento —dice el evangelista—su hija quedó sana.
3. Más considerad también, os ruego, cómo, vencidos los apóstoles y fracasados en su intento, la mujer consiguió su pretensión. Tanto puede la perseverancia en la oración. A la verdad, Dios prefiere que seamos nosotros quienes le pidamos en nuestros asuntos, que no los demás por nosotros. Cierto que los apóstoles tenían más confianza con el Señor; pero la mujer demostró más constancia. Y por el resultado de su oración, el Señor se justificó también ante sus discípulos de todas sus dilaciones y les hizo ver que con razón no hizo caso de sus pretensiones.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 52, 1-3, BAC Madrid 1956 (II), p. 103-110)
Guion Domingo XX Tiempo Ordinario – CICLO A
20 de Agosto 2023
Entrada: Pidamos en esta Santa Misa una infinita confianza en su Misericordia, pues el sacrificio de Cristo es la manifestación mas plena y elocuente del Infinito amor del Padre por los hombres.
Primera Lectura: Isaías 56, 1. 6- 7
El Señor conducirá a los extranjeros hasta su santa montaña.
Salmo Responsorial: 66
Segunda Lectura: Romanos 11, 13- 15. 29- 32
Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.
Evangelio: Mateo 15, 21- 28
La gracia de la fe actúa de modo misterioso en la mujer cananea que, perseverando en su súplica, obtuvo lo que pedía.
Preces:
Hermanos, con fe renovada pidamos humildemente al Señor por lo que nos hace falta.
A cada intención respondemos cantando:
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Por la fortaleza y consuelo espiritual del papa en la difícil tarea de gobernar a Iglesia para que experimente en su alma los dones del Espíritu Santo y la oración unánime de los cristianos por El. Oremos.
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Por la conversión del pueblo musulmán y para que el testimonio de amor fraterno entre los cristianos sea el camino de esta conversión al verdadero y único Dios. Oremos
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Por los gobernantes, para que guiados por la recta y sana razón se dejen iluminar por el Dios y se conviertan en instrumentos de su Providencia en el gobierno de los pueblos. Oremos.
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Por todos los que tiene la gracia de participar diariamente de la Santa misa, para que sepan vivir la liturgia como el momento privilegiado de su unión con Dios por la escucha de su palabra y el don de la Eucaristía. Oremos
Ayúdanos, Señor, para que sirviéndote sólo a Ti podamos experimentar la felicidad verdadera. Te lo pedimos a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Ofertorio:
Presentamos ante el altar:
+Alimentos, por los que expresamos nuestra solicitud por nuestros hermanos mas necesitados;
+ Pan y vino, junto con nuestro deseo de participar en el Sacrificio de la Cruz unidos a la única oblación agradable al Padre.
Comunión: Sagrado Corazón de Jesús, ven a mi alma en esta Sagrada Comunión y comunícale una llama de tu ardiente amor que me una perpetuamente contigo.
Salida: Concluimos la santa misa alabando a la Virgen Madre que nos precede en la peregrinación de la fe, nos alienta en medio de las dificultades, y nos enseña la oración auténtica.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)