Richard Dawkins afirma lo obvio y desata la polémica. El autor racionalista echa por tierra el género: ‘La biología no se cambia jugando con las palabras. El movimiento LGBT no tiene derecho a amenazar a quienes no se pliegan a su vocabulario irreal’
[FRANCESCO BORGONOVO – La Verità]
‘El sexo es claramente binario, declarar algo diferente es una distorsión de la realidad’. Discurso cerrado, al menos según Richard Dawkins, biólogo, racionalista de granito y autor de bestsellers como El gen egoísta y El espejismo de Dios. Hablamos de un hombre ante cuya presencia se han genuflexionado durante años los fetichistas de la ciencia y los progres ilustrados. Un erudito que nunca ha sido tierno, por decirlo suavemente, con los cristianos y los fieles en general, los tradicionalistas y los conservadores. Sin embargo, hoy en día, es fácil pasar de “venerado profesor” a “imbécil común”. Y de hecho, en 2021, Dawkins acabó en la horca precisamente por sus declaraciones sobre el género y la transexualidad. Declarado transfóbico de oficio, acusado de haber “humillado a grupos marginados” con el pretexto de pronunciar “discursos científicos”, fue incluso despojado del prestigioso premio Humanista del Año, que le había concedido veinticinco años antes la Asociación Humanista Americana.
Sin embargo, Dawkins, admirablemente, no se echó atrás, y en los últimos días ha decidido retomar el tema. Lo hizo en las páginas de The New Statesman, la histórica revista progresista británica. El periódico, uno de los baluartes del laicismo, pidió al científico que respondiera a lo que calificó de “una de las preguntas más controvertidas de nuestro tiempo: ‘¿Qué es una mujer?’”. La pregunta, por supuesto, es la que da título a uno de los documentales más explosivos y exitosos de los últimos años, realizado por Matt Walsh para la cadena conservadora Daily Wire. Walsh fue preguntando a profesores, activistas y políticos qué es una mujer, y la mayoría -para no ser políticamente incorrectos- no supieron o no quisieron contestar. En el Reino Unido, la cuestión se volvió excesivamente política después de que Escocia diera luz verde a la autodefinición de género (el llamado self id) mediante una normativa bloqueada posteriormente por el gobierno británico. El enfrentamiento en torno al género dio lugar a un surrealista debate en el Parlamento, en el que los distintos bandos discutieron sobre la definición de mujer. Al final, para no perder prestigio y votos, hasta el líder laborista tuvo que admitir que una mujer es “una hembra adulta” (clara referencia a la biología).
Los activistas LGBT y gran parte del mundo intelectual, sin embargo, no se lo han tomado bien. La ideología trans ha calado hondo, y violar sus mandamientos no es cosa fácil. De hecho, el New Statesman tuvo que entrar en la discusión con enorme cautela: al artículo de Dawkins -que en cualquier caso suscitó la inevitable polémica- tuvo que flanquear otro más acorde con el fluido canon firmado por Jacqueline Rose, según la cual el binarismo sexual debe, por el contrario, ser “desafiado”. Dawkins, sin embargo, fue al grano, enmendando su famosa teoría sobre la ‘tiranía de la mente discontinua’ (se trata, en pocas palabras, de una dura crítica al binarismo que abarca varios ámbitos. Dawkins arremete contra las ‘mentes discontinuas’ que se limitan a dividir en blanco y negro, pasando por alto los matices y entrando en conflicto). “Como biólogo”, escribió el científico, “el único binario fuertemente discontinuo en el que puedo pensar se ha convertido extrañamente en violentamente controvertido. Es el sexo: hombre contra mujer. Te pueden tachar, vilipendiar e incluso amenazar físicamente si te atreves a sugerir que un ser humano adulto debe ser hombre o mujer. Pero es cierto; por una vez, la mente discontinua tiene razón. Y la tiranía viene de la otra dirección, como podría atestiguar la valiente heroína J.K. Rowling”.
Dawkins echa por tierra la narrativa trans. “Los verdaderos intersexuales son demasiado raros para cuestionar la afirmación de que el sexo es binario. Hay dos sexos en los mamíferos, y eso es todo”, decreta. A continuación, procede a desmenuzar la autoidentificación de género. “La moda de que las hembras se ‘identifiquen como’ machos y los machos se ‘identifiquen como’ hembras ha planteado una nueva convención asertiva”, argumenta. “La autoidentificación ha llegado a usurpar incluso el ‘género’. Cualquiera que decida llamarse a sí mismo mujer se define como ‘mujer’, y no importa si tiene pene y el pecho peludo. Y, por supuesto, esto les da derecho a entrar en los vestuarios femeninos y en las competiciones atléticas. ¿Por qué no habría de ser así? Al fin y al cabo, es una mujer, ¿no? Niégalo y serás un intolerante transfóbico”. Dawkins, de hecho, es cualquier cosa menos un intolerante transfóbico. “Sarcasmo aparte, la disforia de género es algo real. Aquellos que sinceramente sienten que nacieron en el cuerpo equivocado merecen simpatía y respeto”, reitera. Y concluye: “Muchos de nosotros conocemos a personas que eligen identificarse con el sexo opuesto a su realidad biológica. Es educado y amistoso llamarles por su nombre y pronombres preferidos. Tienen derecho al respeto y la simpatía. Sus partidarios militantes, sin embargo, no tienen derecho a apropiarse de nuestras palabras e imponer redefiniciones idiosincrásicas al resto de nosotros. Tienen derecho a tener su propio léxico, pero no a insistir en que cambiemos nuestro lenguaje para adaptarlo a sus caprichos. Y no tiene derecho en absoluto a intimidar a quienes siguen el uso común y la realidad biológica en su uso de ‘mujer’. Una mujer es una hembra humana adulta que carece de cromosomas Y“.
Bien mirado, Richard Dawkins no ha hecho más que señalar lo obvio, pero hoy en día eso no basta. Incluso el “Rottweiler” de Darwin (como apodan al erudito) está siendo tratado como un fardo terrícola. Casos como el suyo deberían hacernos reflexionar sobre el uso instrumental de la ciencia. Si se ajusta a las orientaciones políticas dominantes, entonces es idolatrada por los progresistas. Si va en dirección contraria, pierde todo valor, sobre todo a los ojos de quienes, por lo demás, hacen de ella un fetiche. Ciertamente, el propio Dawkins, con algunas de sus intransigencias pasadas, es uno de los responsables de este estado de cosas. Y resulta sugerente que quienes le defienden sean también conservadores y cristianos contra los que él mismo ha despotricado en repetidas ocasiones.
Pero ahí radica la diferencia entre el cientificismo maniqueo actualmente en boga y el uso (ciertamente) racional de la razón. En los últimos años se ha alimentado una visión dogmática de la ciencia que, de hecho, la ha desvirtuado, convirtiéndola en un sucedáneo de religión que margina y persigue las opiniones discrepantes. Hoy, por tanto, no se trata de impugnar la ciencia, sino de preservar su correcta aplicación y arrancarla del abrazo mortal de la política. Esa política que indigna a Dawkins cuando despotrica contra los fieles y lo margina si dice que para llamarse mujer hay que ser mujer.