PRIMERA LECTURA
¡Si rasgaras el cielo y descendieras!
Lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
¡Tú, Señor, eres nuestro padre,
«nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre!
¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos
y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?
¡Vuelve, por amor a tus servidores
y a las tribus de tu herencia!
¡Si rasgaras el cielo y descendieras,
las montañas se disolverían delante de ti!
Cuando hiciste portentos inesperados,
que nadie había escuchado jamás,
ningún oído oyó, ningún ojo vio
a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas
por los que esperan en El.
Tú vas al encuentro de los que practican la justicia
y se acuerdan de tus caminos.
Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado,
desde siempre fuimos rebeldes contra ti.
Nos hemos convertido en una cosa impura,
toda nuestra justicia es como un trapo sucio.
Nos hemos marchitado como el follaje
y nuestras culpas nos arrastran como el viento.
No hay nadie que invoque tu Nombre,
nadie que despierte para aferrarse a ti,
porque Tú nos ocultaste tu rostro
y nos pusiste a merced de nuestras culpas.
Pero Tú, Señor, eres nuestro padre;
nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero:
¡todos somos la obra de tus manos!
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
R. Restáuranos, Señor del universo.
Escucha, Pastor de Israel,
Tú que tienes el trono sobre los querubines,
reafirma tu poder
y ven a salvarnos. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano,
el retoño que Tú hiciste vigoroso. R.
Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que Tú fortaleciste,
y nunca nos apartaremos de ti:
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.
SEGUNDA LECTURA
Esperamos la revelación de nuestro Señor Jesucristo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 3-9
Hermanos:
Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que Él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en Él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. Él los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
Palabra de Dios.
ALELUIA Sal 84, 8
Aleluia.
¡Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación!
Aleluia.
EVANGELIO
Estén prevenidos, porque no saben cuando llegará el dueño de casa
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 13,33-37
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.
Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa: si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!
Palabra del Señor.
Severiano del Páramo, S. J.
Parábola de los siervos
Lc.12,35-48 (= Mt.24,43-51; Mc.13,33-37)
La idea del juicio preside la unidad literaria de esta sección, Casi todo esto lo ha puesto Mateo en el discurso de la parusía.
35-36 El v.35 aconseja metafóricamente la preparación y es la introducción del tema. Ceñidos: lit. «los lomos ceñidos». La acción de ceñirse los lomos sirve para alzar los vestidos y que no estorben el trabajo. Equivale, pues, a «estar preparados para el trabajo», como los esclavos, que esperan a su señor para servirle. El cadáver de1 esclavo se distingue en las ruinas de Pompeya por el ceñidor, que ha conservado.
37 En este verso se pasa al orden espiritual y eterno. Lo que se da en la tierra, se dará en el cielo. Que el Señor sirva a sus siervos.
38 Este verso acentúa la incertidumbre de la venida del Señor. No se ve claro si habla según la numeración romana de las cuatro vigilias (Mc 6,48; 13,35) o la hebrea, que cuenta solamente tres (Esdr 14,24; Jue 7,19).
39 Una nueva imagen para significar la incertidumbre de la venida del Señor (1 Tes 5,2). Esta del ladrón acentúa más la incertidumbre.
40 La preparación que se recomienda. No consiste solamente en la vigilancia, sino en el cumplimiento constante del deber, como luego en 41-46. La incertidumbre se pudo colorear psicológicamente con tintes de proximidad. La incertidumbre se aplica más tarde sólo a los malos, pues los fieles viven siempre preparados (1 Tes 5,2.4; 2 Pe 3,10)4.
41 La pregunta de Pedro, en forma muy semejante a Mc 13,37, no se aplica tanto a lo que precede inmediatamente cuanto a la parábola de los siervos que esperan (35-38). Lucas pretende llamar la atención de los superiores de la Iglesia.
42 Aquí empieza una imagen nueva (42-46), que inculca la fidelidad en el servicio más que la vigilancia (35-38). La fidelidad se pide sobre todo a los que, como los apóstoles, han recibido un cargo en la comunidad. El siervo es «un administrador», porque Lucas piensa en los apóstoles. Expresamente se habla de un siervo que está al frente de los otros siervos y siervas (v.45). Entre otras funciones tiene la misión de dar a cada uno su ración diaria (v.42). La ausencia del señor aquí se concibe como más duradera. La actitud del siervo puede ser doble: fidelidad, y entonces es premiado y aun mejorado en la promoción (43-44), o de infidelidad y abuso de confianza (45-46), y entonces es castigado como si no hubiera sido creyente.
47-48 Aquí tenemos un pensamiento nuevo: la medida del siervo malo depende del mayor o menor conocimiento que tenga de la voluntad de su señor. Esta doctrina se aplica a cualquier siervo. Probablemente se alude a la responsabilidad de los escribas, conocedores de la ley, y al pueblo ignorante (‘am haares). 48b contiene un principio todavía más general. Los dones que se reciben de Dios son como un patrimonio dado en administración.
(DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 676-78)
Card. Joseph Ratzinger
El sentido del Adviento
«El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas. ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?
Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía. Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y maduración.
Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (…) el niño ‑ Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo (…)».
Alegraos en el Señor
(…) «“Alegraos, una vez más os lo digo: alegraos”. La alegría es fundamental en el cristianismo, que es por esencia evangelium, buena nueva. Y sin embargo es ahí donde el mundo se equivoca, y sale de la Iglesia en nombre de la alegría, pretendiendo que el cristianismo se la arrebata al hombre con todos sus preceptos y prohibiciones. Ciertamente, la alegría de Cristo no es tan fácil de ver como el placer banal que nace de cualquier diversión. Pero sería falso traducir las palabras: «Alegraos en el Señor» por estas otras: «Alegraos, pero en el Señor», como si en la segunda frase se quisiera recortar lo afirmado en la primera. Significa sencillamente «alegraos en el Señor», ya que el apóstol evidentemente cree que toda verdadera alegría está en el Señor, y que fuera de él no puede haber ninguna. Y de hecho es verdad que toda alegría que se da fuera de él o contra él no satisface, sino que, al contrario, arrastra al hombre a un remolino del que no puede estar verdaderamente contento. Por eso aquí se nos hace saber que la verdadera alegría no llega hasta que no la trae Cristo, y que de lo que se trata en nuestra vida es de aprender a ver y comprender a Cristo, el Dios de la gracia, la luz y la alegría del mundo. Pues nuestra alegría no será auténtica hasta que deje de apoyarse en cosas que pueden sernos arrebatadas y destruidas, y se fundamente en la más íntima profundidad de nuestra existencia, imposible de sernos arrebatada por fuerza alguna del mundo. Y toda pérdida externa debería hacernos avanzar un paso hacia esa intimidad y hacernos más maduros para nuestra vida auténtica.
Así se echa de ver que los dos cuadros laterales del tríptico de Adviento, Juan y María, apuntan al centro, a Cristo, desde el que son comprensibles. Celebrar el Adviento significa, dicho una vez más, despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros. Juan y María nos enseñan a hacerlo. Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de lo visible y acercamiento a lo invisible. Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo. El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que exista en el mundo está amparada por una misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios. Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad feliz bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la celebran como una especie de diversión de carnaval».
Estar preparados…
«En el capitulo 13 que Pablo escribió a los cristianos en Roma, dice el Apóstol lo siguiente: “La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz. Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, ni en amancebamientos y libertinajes, ni en querellas y envidias, antes vestíos del Señor Jesucristo…” Según eso, Adviento significa ponerse en pie, despertar, sacudirse del sueño. ¿Qué quiere decir Pablo? Con términos como “comilonas, borracheras, amancebamientos y querellas” ha expresado claramente lo que entiende por «noche». Las comilonas nocturnas, con todos sus acompañamientos, son para él la expresión de lo que significa la noche y el sueño del hombre. Esos banquetes se convierten para San Pablo en imagen del mundo pagano en general que, viviendo de espaldas a la verdadera vocación humana, se hunde en lo material, permanece en la oscuridad sin verdad, duerme a pesar del ruido y del ajetreo. La comilona nocturna aparece como imagen de un mundo malogrado. ¿No debemos reconocer con espanto cuan frecuentemente describe Pablo de ese modo nuestro paganizado presente? Despertarse del sueño significa sublevarse contra el conformismo del mundo y de nuestra época, sacudirnos, con valor para la virtud v la fe, sueño que nos invita a desentendernos de nuestra vocación y de nuestras mejores posibilidades. Tal vez las canciones del Adviento, que oímos de nuevo esta semana se tornen señales luminosas para nosotros que nos muestra el camino y nos permiten reconocer que hay una promesa más grande que la del dinero, el poder y el placer. Estar despiertos para Dios y para los demás hombres: he ahí el tipo de vigilancia a la que se refiere el Adviento, la vigilancia que descubre la luz y proporciona más claridad al mundo».
Juan el Bautista y María
«Juan el Bautista y María son los dos grandes prototipos de la existencia propia del Adviento. Por eso, dominan la liturgia de ese período. ¡Fijémonos primero en Juan el Bautista! Está ante nosotros exigiendo y actuando, ejerciendo, pues, ejemplarmente la tarea masculina. Él es el que llama con todo rigor a la metanoia, a transformar nuestro modo de pensar. Quien quiera ser cristiano debe “cambiar” continuamente sus pensamientos. Nuestro punto de vista natural es, desde luego, querer afirmarnos siempre a nosotros mismos, pagar con la misma moneda, ponernos siempre en el centro. Quien quiera encontrar a Dios tiene que convertirse interiormente una y otra vez, caminar en la dirección opuesta. Todo ello se ha de extender también a nuestro modo de comprender la vida en su conjunto. Día tras día nos topamos con el mundo de lo visible. Tan violentamente penetra en nosotros a través de carteles, la radio, el tráfico y demás fenómenos de la vida diaria, que somos inducidos a pensar que sólo existe él. Sin embargo, lo invisible es, en verdad, más excelso y posee más valor que todo lo visible. Una sola alma es, según la soberbia expresión de Pascal, más valiosa que el universo visible. Mas para percibirlo de forma viva es preciso convertirse, transformarse interiormente, vencer la ilusión de lo visible y hacerse sensible, afinar el oído y el espíritu para percibir lo invisible. Aceptar esta realidad es más importante que todo lo que, día tras día, se abalanza violentamente sobre nosotros. Metanóiete (¡convertíos!): dad una nueva dirección a vuestra mente, disponedla para percibir la presencia de Dios en el mundo, cambiad vuestro modo de pensar, considerad que Dios se hará presente en el mundo en vosotros y por vosotros. Ni siquiera Juan el Bautista se eximió del difícil acontecimiento de transformar su pensamiento, del deber de convertirse. ¡Cuán cierto es que éste es también el destino del sacerdote y de cada cristiano que anuncia a Cristo, al que conocemos y no conocemos!».
Benedicto XVI
Adviento, visita de Dios y tiempo oportuno de conversión
(Homilía de Benedicto XVI en las Primeras Vísperas de Adviento
Sábado 28 de noviembre de 2009)
Queridos hermanos y hermanas:
Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico del Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol san Pablo nos invita a preparar la “venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra “venida”, parousia, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.
Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra “Adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.
Por lo tanto, el significado de la expresión “Adviento” comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir “visita”; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el “hacer”. ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos “arrollan”.
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor! Escribir —por decirlo así— un “diario interior” de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, una espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós“, como ocasión propicia para nuestra salvación. Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.
Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.
Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús, es modelo y sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y activos en la espera. Amén.
San Bernardo
Las tres venidas del Señor
Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando —como él mismo dice— lo vieron y lo odiaron. En la última contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria.
Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos sobre la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. He leído también en otra parte: El que teme al Señor obrará bien. Pero veo que se dice aún algo más acerca del que ama a Dios y guarda su palabra. ¿Dónde debe guardarla? No hay duda que en el corazón, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.
Conserva tú también la palabra de Dios, porque son dichosos los que la conservan. Que ella entre hasta lo más íntimo de tu alma, que penetre tus afectos y hasta tus mismas costumbres. Come lo bueno, y tu alma se deleitará como si comiera un alimento sabroso. No te olvides de comer tu pan, no sea que se seque tu corazón; antes bien sacia tu alma con este manjar delicioso.
Si guardas así la palabra de Dios es indudable que Dios te guardará a ti. Vendrá a ti el Hijo con el Padre, vendrá el gran profeta que renovará a Jerusalén, y él hará nuevas todas las cosas. Gracias a esta venida, nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y, así como el primer Adán irrumpió en todo el hombre y lo llenó y envolvió por completo, así ahora lo poseerá totalmente Cristo, que lo ha creado y. redimido y que también un día lo glorificará.
(SAN BERNARDO, Sermón 5, En el Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, edición cisterciense, 4 [1966], 188-190. Cit. en Liturgia de las Horas I.)
San Juan de Ávila
Velad y orad.
Hermanos míos, fijaos que deberíamos andar consternados, diciendo: Señor, ¿infierno para mí, perder a Dios, desterrado de Dios para siempre jamás? ¿Qué habrá de suceder? ¿Qué haré para aquel día ser librado? Hable Dios y Él mismo lo diga, y tomad su consejo, que será seguro: Estad atentos que vuestros corazones no se vean entorpecidos con la embriaguez; de manera que velad orando para que seáis dignos de huir de estas cosas y estar delante del Hijo de Dios. ¿Y qué remedio aplicaré? Dice Dios: No se apeguen vuestros corazones en el comer y el beber y los cuidados de esta vida. Dejad cuidados, dejad negocios, dejad honras, contentaos con lo bajo, con lo humilde y sosegado. Jesucristo lo dice; y si no, probad lo contrario: haced grandes casamientos para hijas, grandes oficios y dignidades para hijos, y veréis cómo os saldrá. Pues, entonces, ¿qué hemos de hacer? Velar en todo tiempo ¿Qué será del que duerme todo el tiempo, que quizá en veinte años que tienes no has gastado dos meses en mirar por ti? Dice Dios: ¿Qué diré cuando vea a Israel volver las espaldas? ¿Cómo queréis que os diga que oráis que creo que va huyendo la Cristiandad y van el día de hoy los cristianos tan descaminados, tan vencidos de los vicios, tan sujetos al mundo y a sus opiniones y pareceres? Decidme: ¿Oráis? – ¿Qué hemos de orar? – Pedid a Dios que para aquel día espantoso, día en que os han de llamar para oír su misericordia, podáis estar en pie; pedidlo, lloradlo y suplicadlo. Mira que es necesario hacerlo así, que con mucho trabajo lo alcanzaron de Dios los santos.
¿Qué remedio hay para que no nos alcancen estos males que usted ha predicado? Dice San Pablo: Si nosotros nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados por Dios. Hijo del mundo, que sales por la mañana y rodeas tus negocios, y en todo el día entiendes en otra cosa… a la noche… cuando vuelves a tu casa… ¿te pones a pensar acerca del mal que habéis hecho, pensado o deseado? Esto hice que a mi prójimo le pesó o se sintió ofendido; este bien me pidieron que hiciese, y no lo hice; por esto me airé contra mi prójimo; de esto tuve envidia; de esto vanidad. ¿Habéis hecho este examen? Pues sabed que en este examen os va la vida. ¡Oh si hubiese en mí tanto cuidado que yo me castigase y reprehendiese, no sería menester otro reprehensor! Dirá Dios: Este se juzgó, ya no hay que juzgarle; ya está juzgado y sentenciado y enmendado. Pero como no nos sentenciamos ni hacemos penitencia, ¿qué esperamos que ha de ser sino que Dios nos juzgue y aun rigurosamente? Este es el remedio que me pedíais. Entra en ti y ponte cada noche en cuenta con Dios: Señor, un día ha de venir en el cual tú me has de tomar cuenta estrechísima y juzgarme; quiero yo, Señor, juzgarme para que cuando vengáis me halléis juzgado. Si has hecho algún mal, di: “Señor, perdonadme por vuestra bendita pasión y dolores”. No seas cruel contigo mismo. Mira que te va en ello reinar para siempre jamás con tu Dios o penar con los diablos y perder a Dios para siempre.
Prepárate cada noche como si en ella hubieses de morir. Confiesa a Dios tus faltas, cuéntale tus necesidades, descúbrele tus llagas, pídele remedio y medicina para ellas, quita tus vicios. Solías juzgar a cada paso, no juzgues; solías jurar a cada palabra, no jures; solías mentir sin pena ni escrúpulo, no mientas; y luego, apartado de los males, no te contentes con esto: ¡atención a los pobres!, a hacerles el bien; mira al hambriento y dale de comer; mira al enfermo y cúralo; visítalo. Dirán los teólogos: No estaba en extrema necesidad, no era obligado; pero de esa manera, si a eso aguardásemos, no iría nadie a darle de comer. ¿Quién habrá en el mundo que, viendo a su prójimo en tal estrecho, no lo socorra, pues, luego? No serán ésos los que aquel día serán echados a los infiernos porque faltaron en esto. No nos detengamos pensando que no es pecado mortal no dar de comer a un hambriento. No digamos para nuestros adentros: ‘No creo que sea falta’. No obréis así, porque os perderéis. Pecador de mí, ¡sed generosos!, ¡no andéis con Dios con titulillos ni con glosas para hacer vuestras voluntades! Juzguémonos, enmendémonos y no seremos juzgados; no seremos castigados; y luego hagamos bien a los pobres, hagamos con ellos misericordia y hará Dios misericordia con nosotros. Y darnos de aquí la gracia y después la gloria, ad quam nos perducat. Amen.
(San Juan de Ávila. Sermones ciclo temporal. Dom. 1 de Adviento .Ed. BAC. Madrid. 1970 Pag. 50-51)
San Agustín
El pensamiento de la muerte
1. PREPARACIÓN PARA EL ÚLTIMO DÍA. Este aviso, hermanos, que la Escritura nos acaba de hacer sobre la necesidad de vivir en guardia respecto al último día, debe cada cual entenderlo del suyo, no sea que, viendo aún lejano el último día del mundo, vuestro día final os torne a vosotros dormidos. Sobre el día último del mundo, ya veis qué dice el Señor: Que no le conocen ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre. Gran cuestión ciertamente; fuera, empero, juzgar muy a lo carnal figurarse que sabe alguna cosa el Padre y la ignora su Hijo. Es indudable, pues, que al decir: El Padre lo sabe, quiso darnos a entender que también el Hijo lo sabe en su Padre. ¿Puede haber—o suceder—en día alguna cosa no hecha por el Hijo, que hizo el día? Nadie, por ende, trate de saber cuándo vendrá el último día; más bien velemos todos los días, viviendo bien para que nuestro último día nos tome apercibidos; pues como salga uno de aquí en su día último, tal se hallará el día final del mundo. A cada cual sus obras, o le sacarán a flote, o le hundirán hasta el fondo.
2. LA MORTALIDAD, MOTIVO DE HUMILDAD.—¿Cómo, pues, hemos podido cantar en el salmo: Tened piedad de mí, ¡oh Señor!, porque me ha pisoteado el hombre? Hombre aquí se dice quien vive a lo humano; quienes viven a lo divino son llamados dioses: Dioses sois e hijos todos del Altísimo; en tanto que a los réprobos, que, llamados a ser hijos de Dios, prefirieron ser hombres, o digamos, vivir a lo humano, les dice: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes. Si, en efecto, es mortal el hombre, ¿no debe ser ello motivo de ordenar bien su vida, más que de jactarse? ¿De qué se ufana este gusano que mañana morirá? Digo a vuestra caridad, hermanos míos, que aún del diablo tienen los hombres orgullosos que aprender a ruborizarse. El, aunque soberbio, es inmortal; espíritu, aunque maligno, y para el último día le aguarda un fallo condenatorio; pero esta muerte que a nosotros nos aflige, él no la padece; al hombre fue a quien se le dijo: Morirás de muerte. Use, pues, bien el hombre de este castigo. ¿Qué significa “use bien de este castigo”? Que no haga razón de orgullo lo mismo que mereció el castigo; que su condición de mortal le sirva para quebrar su altivez, y vea se dirigen a él estas palabras: ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? El diablo, aunque soberbio, no es tierra y ceniza. Para prevenir al hombre contra la soberbia se le dijo: Pero vosotros moriréis como hombres y caeréis como uno de los príncipes. No reflexionáis que, soberbios como el diablo, sois, sin embargo, mortales. Use, pues, bien el hombre de su castigo, hermanos; use bien de su mal, y le será de provecho. ¿Quién ignora que la necesidad de morir no es sino un castigo, que agrava la incertidumbre del cuándo? Muerte cierta y hora incierta; no hay entre todas las cosas humanas una más cierta que la incertidumbre de la muerte.
3. SÓLO LA MUERTE ES CIERTA.—Lo demás, bienes y males, incierto es; sólo es cierta la muerte. Voy a explicarme. Es concebido un niño: tal vez nace, tal vez es abortado. Sigue la incertidumbre: tal vez crece, tal vez no crece; tal vez llegue a viejo, tal vez no llegue a viejo; tal vez será rico, tal vez será pobre; tal vez honrado, tal vez humillado; tal vez tendrá hijos, tal vez no los tendrá; tal vez tomará mujer, tal vez no la tomará, y por ahí cuantos bienes nombres. Vuelve los ojos a los males: tal vez enferme, tal vez no enferme; tal vez le muerda una serpiente, tal vez no le muerda; tal vez sea devorado por una fiera, tal vez no sea devorado. En todos los males, a donde mires hay también un quizá sí y un quizá no. ¿Puedes, en cambio, decir: “Quizá morirá, o no”? Cuando los médicos examinan a un enfermo y hallan ser enfermedad de muerte, dicen: “Muere; de ésta no sale.” Así el hombre; desde su nacimiento hay que decir: “No escapa.” Empieza a enfermar cuando nace; al morir cesa, es cierto, la dolencia; pero ignora si no le aguarda otra peor. Había concluido el rico su vida deliciosa y empezó la tormentosa. En cambio, al pobre se le acabó la enfermedad y le empezó la sanidad. Más lo que había de tener después aquí lo escogió; allí cosechó lo que aquí plantó. Por eso, mientras vivimos, debemos estar alerta; es aquí donde habemos de escoger lo que allá hemos de tener.
4. NUESTRA VICTORIA SOBRE EL MUNDO. —No amemos, pues, el mundo. El mundo, lejos de hacernos felices, es tirano para sus amigos. Trabajemos, más que para evitar su derrumbamiento, para evitar nos coja debajo. Si el mundo se derrumba, el cristiano sigue en pie; Cristo no se viene abajo. ¿Cuál es, en efecto, la razón de haber dicho Cristo: Alegraos, porque yo vencí al mundo? Nosotros pudiéramos responderle: “Alégrate tú, porque tú eres el vencedor y tuyo debe ser el gozo; más nosotros, ¿por qué? ¿Por qué nos dice: Alegraos, sino porque venció para nosotros y por nosotros luchó?” “¿Cuándo luchó?” “Cuando asumió al hombre.” Imagínate que no nació de la Virgen, ni se anonadó a sí mismo, tomando naturaleza de siervo, haciéndose en lo exterior semejante a los hombres; ¿cómo hubiera luchado? ¿Cómo hubiera combatido? ¿Cómo pudiera ser tentado y alcanzar la victoria sin dar la batalla? En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Al principio estaba en Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él no se hizo nada. ¿Hubiera este Verbo podido ser crucificado por los judíos? ¿Hubiéranle podido insultar los impíos? ¿Hubiera sido azotado? ¿Hubiera sido coronado de espinas? Para sufrir todo esto, se hizo carne el Verbo, y, después de sufrirlo, la resurrección coronó su victoria. Y, asegurándonos la gracia de resucitar nosotros, su victoria se hizo nuestra. Dile, pues; dile aún a Dios: Tened misericordia de mí, Señor, porque me ha pisoteado el hombre. No te pisotees tú a ti mismo, que ningún hombre te vencerá. Supón, en efecto, que un hombre poderoso te amenaza. ¿De qué? “Voy a despojarte, voy a condenarte, voy a darte tormento, voy a matarte…” Supón que tú gritas: Tened piedad de mí, Señor, porque el hombre me ha pisoteado. La verdad es que nadie te pisotea, sino tú a ti mismo; temer las amenazas de un hombre es dejarse pisotear de un muerto; te pisotea el hombre, mas no te pisoteara si tú no fueras [tan] hombre. ¿Qué remedio hay, pues? Asirte a Dios, por quien fue creado el hombre; asirte a él, apoyarte en él, pedirle sea tu fortaleza. Dile: “En ti, Señor, está mi fortaleza.” Y entonces te reirás de las amenazas de los hombres y cantarás lo que Dios mismo dice has de cantar: En Dios esperaré; no temeré a lo que haga conmigo el hombre.
(SAN AGUSTÍN, Sermones, Sermón 97, O.C. (VII), BAC Madrid 19643, 649-53)
Domingo I de Adviento – CICLO B
(3 de diciembre 2023)
Entrada:
La espiritualidad del Adviento encamina a los cristianos a profundizar la perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para conmemorar la venida histórica del Redentor. En este tiempo de expectación se nos exhorta a vivir vigilantes y a prepararnos siempre para recibir a Cristo que viene para traernos la salvación.
Primera Lectura:
Dios mismo es el Redentor esperado por el Profeta Isaías quien ora pidiendo que descienda del Cielo para salvarnos.
Segunda Lectura:
Como cristianos esperamos con confianza la revelación de nuestro Señor Jesucristo que tendrá lugar con su segunda venida.
Evangelio:
Cristo nos exhorta a velar y a estar prevenidos por que no sabemos cuándo tendrá lugar la Parusía.
Preces:
Aguardando la feliz esperaza y la venida del Señor, elevemos a Dios nuestras súplicas.
A cada intención respondemos…
* Por el Santo Padre para que su anuncio evangélico y su llamada a la unidad y a la paz de todos los pueblos sea realmente acogida por todos los responsables de las naciones. Oremos…
* Por la Iglesia, comunidad de todos los cristianos, para que como Esposa vigilante esté siempre atenta a recibir de Cristo las promesas de salvación y que éstas sean proclamadas para esperanza de todos los hombres. Oremos…
* Por los enfermos y los tristes, para que en este tiempo de gracia el Señor fortalezca toda debilidad, cure toda dolencia y enjugue las lágrimas de todos los rostros. Oremos…
* Por los próximos apostolados que ejercerán los miembros de nuestros Institutos, especialmente por las Misiones, que los hombres de buena voluntad puedan conocer el mensaje de Cristo y lo abracen decididamente. Oremos…
* Por los seminaristas y diáconos que próximamente recibirán el sacramento del Orden para que configurados con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, puedan anunciar a los hombres el nacimiento del Señor. Oremos…
Oración:
Padre Santo, escucha nuestra oración y derrama sobre nosotros la plenitud de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
Preparamos la mesa eucarística para la venida de Cristo que nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre.
Ofrecemos:
Incienso, y con él nuestras preces por todos los cristianos.
Pan y vino, y nuestras acciones de gracias unidas a las que Cristo ofrece al Padre.
Comunión:
“Ven Señor Jesús, ven a visitar tu viña, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso.”
Salida:
María Virgen Madre, celebramos tu excelsa fecundidad que pudo hacer nacer en la tierra al que es del Cielo. Intercede para que consigamos del Señor la definitiva restauración del hombre.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Estar arrepentidos en la espera del Señor
Un joven cargado de pecados y destrozado por los remordimientos, cayó de rodillas ante un Crucifijo y le habló así:
– Señor comprendo mi locura: os he ofendido; vengo buscando el perdón y la vida, porque no sé cuándo vendrás y quiero estar preparado.
Por toda respuesta el Cristo descolgó la mano derecha, y dándole al pecador un cáliz, le dijo:
– Llénalo de agua; cuando esté lleno hablarás del perdón y de la vida.
Y el pecador tomó el cáliz; miró a su alrededor y cerca de él salía de una roca un hilo de agua.
– Allí -dijo el pecador- llenaré mi cáliz.
Se acercó, arrimó el cáliz; en aquel mismo momento la fuente de la roca se secó.
– No importa –dijo para sí el penitente-, el agua no está lejos; allá abajo, en las profundidades del valle, corren aguas de un torrente; allí en las aguas tumultuosas llenaré el cáliz.
Se acerca jadeante al torrente: arrima el cáliz, y el torrente se secó.
– No importa –exclama el pecador-; el Señor quiere que haga un poco de penitencia; la haré gustoso a trueque de alcanzar el perdón y la vida antes de que llegue la hora menos pensada; se secó la fuente de la roca; se secó el torrente de la montaña, pero nada secará el mar; en sus aguas llenaré el cáliz.
Y echó a nadar. Subió montes y bajó valles; fue dejando tras sí ciudades y pueblos. Al fin desde lejos contempló el mar. Se llenaron de esperanzas sus ojos; no quiso descansar un momento. Llegó a la playa; allí tiene delante la inmensidad de las aguas; toma el cáliz; va a arrimarlo a las olas; y las olas empiezan a retroceder. El pecador cayó de rodillas… y empezó a llorar. Las lágrimas que de sus ojos brotaban caían en el fondo del cáliz. Y el cáliz se llenó… ¡pero de agua de lágrimas! Esa era la prueba del perdón y de la vida, para vivir preparado para la venida del Señor.
¿Queréis hermanos la vida y el perdón y así estar preparados para la llegada del Señor? Llenad pues el cáliz de vuestro corazón de lágrimas de arrepentimiento y penitencia.
(ROMERO, Recursos oratorios, Sal Terrae Santander 1959)