Queridos lectores del blog (cuán formales estamos…); no suelo escribir temas de especulación teológica sino más bien de espiritualidad o morales. De todos modos, como continúo estudiando todo este mundillo del yoga y la Nueva Era1, me pareció que podría serles de alguna utilidad comentarles algo al respecto. Quizás no llega a entenderse todo (por el tema y porque ameritaría mayor extensión) pero sí puede ayudarles a manera de “vacuna doctrinal” contra los errores que pululan hoy en día.
Haré un comentario a una recensión sobre este libro: El yoga espiritual de San Francisco de Asís2, al cual llegamos por encontrarlo bien referenciado por quien sea una autoridad para nosotros –al menos por referencias–, el P. Alberto Ezcurra, formador en lo que era el mejor Seminario diocesano en Argentina (ubicado en Paraná), el cual daba batalla al progresismo con la publicación de la revista Mikael.
Justamente en una de esas revistas, la número 30, de 1982, el P. Ezcurra recensiona este libro y nos llamó la atención que lo deje bastante bien parado. Nos parece que en aquellos años no había todavía una clara idea de lo que implica todo el mundo del yoga (la Nueva Era no tenía tanto auge todavía), y de ahí la confusión.
Permítasenos copiar la breve recensión –que nos sirve para encuadrar el libro–, con algún que otro comentario, y luego nuestras conclusiones.
Así comienza3:
«La Editorial Herder inaugura con este libro la colección “Rota Mundi”. El simbolismo de la “rueda del mundo” define la orientación de esta colección: la idea de una revelación primordial que se transmite esotéricamente en las diversas tradiciones —religiosas o metafísicas—, todas las cuales son como rayos que conducen al Centro “motor inmóvil, luz de luz, fuente de toda palabra y de toda vida”. Se trata de la doctrina tradicional, explicada en nuestros días por René Guénon y sintetizada por Frithjof Schuon en “La unidad trascendente de las religiones”».
Llama la atención que mencione a una “revelación primordial que se trasmite esotéricamente”, y que llame a esto “doctrina tradicional”. Si hablásemos de una tradición cabalística, concedo, pero no se aclara, y por el juicio de valor que hace del libro, no queda para nada claro –al menos a mi no me queda claro– que esta perspectiva no sea en absoluto la mejor para abordar el estudio de san Francisco de Asís. Continua:
«Desde esta perspectiva realiza el autor una exégesis simbólica del “Cántico de las creaturas”. Tras una referencia a la composición del “Cántico”, analiza el valor simbólico de los elementos en él mencionados: la tierra, el aire, el agua, el fuego, la luna y el sol, para relacionarlos después con las tres vías de realización espiritual de la metafísica hindú: el yoga de la acción (jñana), el yoga de la devoción (bhakti) y el yoga de la acción (karma)».
Y aquí entonces el juicio de valor:
«Es probable que esto parezca un disparate. Considerado a primera vista podría incluso confundirse con los intentos ocultistas de asimilar y falsificar el cristianismo en provecho de las propias teorías. Pero debemos reconocer la seriedad del autor, quien se muestra buen conocedor tanto del pensamiento de Oriente como de la teología y la mística cristianas. Resulta una obra original, discutible en algunos puntos, clara y lineal en su exposición y, por cierto, no carente de Interés».
No puedo discutir la “seriedad del autor” pero sí veo en el libro una gran confusión de los planos natural y sobrenatural, con todo lo que eso trae consigo. Pero primero copiemos el último párrafo de la recensión:
«La lectura de este libro no hubiera dejado de sorprender al mismísimo San Francisco, pero no creemos que le disgustara en demasía. Mucho menos sin duda que las interpretaciones de quienes se han empeñado en presentarlo como un panteísta, naturalista y sentimental, expresadas, por ejemplo —con excelente técnica cinematográfica— en la filmación de “Hermano sol, hermana luna” y en abundante literatura de divulgación».
Coincidimos con el P. Ezcurra en su defensa a san Francisco –50 años después, vale aún más la defensa… lo tienen a muy mal traer al pobre, ya no sólo las películas–, pero disentimos en cuanto al agrado del santo en la hipotética lectura de este libro.
El libro no deja de tener sin duda muy buenas referencias a textos escriturísticos y de autores espirituales, santos incluidos. En general también hace una buena interpretación de los mismos y se nota ser una persona bien instruida en todos estos ámbitos. Pero si yo de buenas a primeras aparezco como un gran conocedor de las propiedades del agua y luego mostrara cómo se une con el aceite, ergo, ya podrían dudar de mi pericia acuífera.
Realmente, como decía, sorprende un poco la no distinción de lo natural y lo sobrenatural, de la gracia y la naturaleza, lo de divino y de lo puramente humano. La base gnóstica del pensamiento moderno de la Nueva Era, es el mismo que posee la cosmovisión “yoguística” del hinduismo.
La esencia de la gnosis consiste en hacer de todas las cosas una misma realidad inmanente a la medida del hombre; es un intento de explicar todo (Dios, el hombre y el mundo) de modo racional. Claro está que en cuanto se ha hecho presente en el cristianismo ha tomado forma de herejía –la primera de ellas y nunca desaparecida–y tomando conceptos cristianos los ha vaciado de su contenido y los ha entendido de modo totalmente contrario a los que le da la fe.
Porque no olvidemos que la razón dejada a su aire y ensoberbecida por un “por encima de mí no hay nada más”, fácilmente deviene en errores catastróficos, de los cuales el más “grueso” probablemente sea el del no-dualismo, es decir, la no distinción real de creatura-Creador: esa es la cosmovisión de la gnosis, del yoga, del budismo y de toda esa mar en coche.
Es por esto que no se pueden unir estas dos maneras de concebir la realidad, es en vano intentar hacerlo y, muy peligroso, porque más que agua y aceite estamos intentado unir “verdad con error”, llevándonos también con ello al autor de la verdad y al padre de la mentira.
Copio unos textos del libro, con unos breves comentarios, y al final repetiremos la doctrina tradicional –de la tradición católica– sobre la distinción “natural-sobrenatural”.
«Sea cual fuere la antropología de referencia4, el hombre es portador de unos elementos orientados hacia el conocimiento, de otros que se refieren a la actitud voluntaria y afectiva y, finalmente, de otros que están en el origen de sus acciones». (p. 43)
En nota al pie el autor explica la tradicional doctrina sobre el hombre citando a santo Tomás y san Buenaventura, y a renglón seguido, comenta: «En la composición del hombre, el Vedanta distingue cinco facultades…».
Para ser claros yo traduciría así : «Más allá si pensamos que el hombre es una creatura capaz de unirse con Dios por el conocimiento y al amor –siendo más él mientras más se une a Dios–, o que pensemos que el hombre es parte de Dios, es decir, una chispa divina y por tanto, debe perderse en una especie de nada, es decir, en una especie de anquilosamiento, y si no le sale una vez, no hay problema se reencarnará en mosquito o libre de gran correr… y volverá a intentarlo…; repito, más allá si el hombre una cosa u otra, no podemos negar que tiene conocimiento, querer y actuar».
Querido lector, querida lectura: ¿os parece que las conclusiones que se sacarán de esa tríada “inteligencia-voluntad-acción” serán las mismas que en una cosmovisión o en la otra?
Son tan antagónicas las concepciones al respecto que el P. Verlinde5 afirma
«No solo es la visión de Dios la que es diferente, sino también la del hombre, su proyecto vital, sus relaciones con los demás, en una palabra todo eso que constituye las grandes opciones que subyacen a una cultura»6.
Es más, al ser preguntado por la divergencia más fundamental entre Oriente y Occidente, responde nuestro autor que «tal vez haya que situarla en la forma de concebir a la persona humana»7. Porque, como veremos, con el prurito de que «somos parte del Todo» estamos llamados, según la concepción oriental, «a renunciar a la dimensión personal de nuestra existencia»8; el hombre no sería más que parte de las «emanaciones efímeras de la Sustancia absoluta en la que se reabsorben todas las diferencias»9.
Un poco más adelante, después de hablar el autor sobre el proceso de purificación, iluminación y unión con Dios que debe realizar todo cristiano para llegar a la perfección –cita muy buenos textos de la Escritura al respecto–, de pasada, agrega:
«Notemos que la palabra “yoga” significa “método de unión”: unión del hombre consigo mismo, pero también unión transformadora con Dios». (pp. 46-57)
Otra vez, agua y aceite. ¿Hay una mística en el yoga? Sí, pero así como hay un gato en el baúl de su coche y no tiene pelos ni dice “miau”. La palabra es la misma, el significado es absolutamente distinto: «se llama mística de la inmanencia o mística natural –afirmará el P. Verlinde–, al camino que busca al Absoluto en lo más hondo del propio ser»10. Y continua: «La mística cristiana –comenta el P. José María– es por su misma esencia sobrenatural, pues lo espera todo de la gracia. La mística del Oriente es natural, pues camina con la sola fuerza de su ascesis, hacia las profundidades del ser manifestado»11.
Ese «caminar hacia las profundidades» nos lleva de la mano a otra contraposición. En la mística cristiana se busca un «éxtasis»12, es decir «una salida fuera de sí mismo»13, como define el término Santo Tomás, que no es otra cosa que uno de los efectos del amor. Se busca salir de sí para unirse, por amor, con el Otro, infinito y sumo bien, que es Dios. En el hinduismo, al no haber propiamente «otro», no habrá lugar para el éxtasis sino para un «énstasis». La experiencia del samadhi, dirá el P. Verlinde, «es incuestionablemente “mística” en el sentido de que lleva a una comprensión inmediata de la divinidad, pues esas tradiciones no aceptan la distinción real entre el Creador y la criatura»14.
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Podríamos decir más cosas y citar más textos, pero estamos llegando a largo que suelen tener nuestros posts en este blog y que pueden resistir ustedes, queridos lectores. Solo hago notar que quizás unos de los problemas del autor del libro es tener en buena consideración a René Guénon: recomienda su lectura en varios temas y en su bibliografía es la más citada (siete libros en total). Guénon, católico francés, se hizo musulmán, tenía un claro pensamiento cercano al hinduismo, estaba «convencido de que la masonería es en Occidente el único residuo de una verdadera»15, frecuentó el espiritismo y murió repitiendo tres veces el nombre de Alá. No parece muy buena influencia para nadie, por eso… cuidado con lo que leemos.
Afirma el P. Verlinde, quien le dedica un capítulo entero en su libro sobre cristianismo y ocultismo:
«A pesar de su adhesión al Islam, sus obras siguen centradas principalmente en el hinduismo y se presentan como un llamado a un acercamiento de Occidente con el Oriente tradicional, un acercamiento del que Occidente tendría todo que ganar»16.
Como decía más arriba, en absoluto es mi intención descalificar al P. Ezcurra –y aunque no conozco al autor del libro, tampoco es algo personal en contra suya– pero sí me parece importante hacer notar la confusión que ya había en ese entonces, lo cual quizás en alguna medida puede haber colaborado a la falta de antídoto contra estos males que han ido avanzando de manera vertiginosa. Ahora quizás, más que vacuna muchos necesiten inyección, pero nunca es tarde.
Que la Santísima Virgen nos proteja de errores tan dañinos o nos libre de ellos si ya estamos en sus garras.
¡Ave María y adelante!
1 Fue el tema de mi trabajo de fin de Máster que lo resumo en estos tres videos: La verdad del yoga 1, La verdad del yoga 2, Santo Tomás San Ignacio y el yoga.
2 F. Chenique, El yoga espiritual de san Francisco de Asís, Herder, Barcelona 1982.
3 A. Ezcurra, «FRANCOIS CHENIQUE, El yoga espiritual de San Francisco de Asís», Mikael ¿Quién como Dios? Revista del Seminario de Paraná 30 (1982), 145-146.
4 Las cursivas siempre serán nuestras, salvo que indiquemos lo contrario.
5 Quizás la persona actualmente viva con mayor autoridad en estos temas; puede verse un resumen de su experiencia: https://www.youtube.com/watch?v=3a7DpvVvoyY
6 J. M. Verlinde, La experiencia prohibida. Del ashram a un monasterio, Colección «La otra mirada», Fonte-Monte Carmelo, Burgos 20172a, 101.
7 Ibid., 102.
8 Ibid.
9 Ibid.
10 Op. cit., 76.
11 Ibid.
12 Uso el término en sentido amplio, no solo en el propio que implicaría siempre enajenación de los sentidos. Cf. A. Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, BAC, Madrid5, 732.
13 Cum extra se ponitur. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, Iª-IIae q. 28 a. 3 co.
14 Op. cit., 80. El resaltado es nuestro.
15 J. M. Verlinde, Le défi de l’ésotérisme au christianisme. Tome 1, Quand le voile se déchire…, Versailles 2000, 161.
16 Ibid., 163.