PRIMERA LECTURA
Invocarán mi Nombre sobre los israelitas, y Yo los bendeciré
Lectura del libro de los Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés:
«Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán:
“Que el Señor te bendiga y te proteja.
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti
y te muestre su gracia.
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”.
Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y Yo los bendeciré».
Palabra de Dios.
SALMO 66, 2-3.5-6.8
R. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio,
y su victoria entre las naciones. R.
Que todos los pueblos te den gracias.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 4. 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos.
Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.
Palabra de Dios.
Aleluia Heb 1, 1-2
Aleluia.
Después de haber hablado a nuestros padres
por medio de los Profetas,
en este tiempo final,
Dios nos habló por medio de su Hijo.
Aleluia.
EVANGELIO
Encontraron a María, a José y al recién nacido.
Ocho días después se le puso el nombre de Jesús
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 1 6-21
Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor
Los pastores. 2,8-20
El episodio de los pastores consta de dos cuadros: a) La aparición del ángel y el canto del Gloria (8-54). b) La visita de los pastores Niño (15,20). La bibliografía es numerosa y se centra ordinariamente en torno al himno.
8 El campo de los pastores es una llanura fértil al este de Belén, bastante templada, porque se extiende hacia el mar Muerto, clima muy cálido. Al borde oeste del valle está el actual Beit-Sahur, pueblo de los pastores. Por eso no se puede deducir la época del nacimiento por el hecho de que los pastores estuviesen al raso. En Oriente se reúnen varios rebaños por la noche dentro de un mismo redil, y los pastores se van turnando, al estilo de los soldados, en la custodia del ganado. La alegoría del Buen Pastor (Jn 10, 1-6) refleja las costumbres pastoriles. En el judaísmo de la época, los pastores entraban en la categoría de «los pecadores y publicanos», por su ignorancia y porque respetaban poco los campos ajenos.
9-13 Tenemos aquí dos momentos de la aparición angélica a) Primero se aparece un ángel del Señor: sin artículo. Alguno, (Orbiso) piensan en el ángel Gabriel. La aparición es repentina, como indica el griego epe,sth, característico de Lucas. De 21 ejemplos en el NT, 18 pertenecen a Lucas, siete al evangelio y 11 a Actos. Lo emplea hablando de una aparición o presencia subitánea. b) Luego se aparece una multitud del ejército celestial. Los ángeles en la mentalidad hebrea forman la milicia del ejército empíreo, donde Dios mora como en su palacio y ellos le asisten, como los ministros de las cortes orientales. En estos dos versos confirman el sentido real que hemos dado a la aparición del ángel Gabriel a la anunciación.
La gloria del Señor es la que acompaña las teofanías del AT y se manifiesta o en la nube o en el fuego. Aquí de noche coincide con el fuego o resplandor. La luz o resplandor era un signo visible de la gloria o grandeza de Dios.
10 Ante el temor natural de los pastores, el ángel responde tranquilizándolos. No hay motivo para temer, sino para alegrarse. No temáis = dejad de temer. Os anuncio: lit. «os evangelizo». Verbo propio de Lucas y de Pablo, inspirados en Isaías, citado en 4,18 Rom 10,15. Lc 4,18.43; 7,22; 16,16, lo pone en labios de Jesús. Evangelizar, etimológicamente, es comunicar una buena noticia; aquí la noticia consiste en el nacimiento del Salvador.
Una gran alegría: un objeto y motivo para alegrarse grandemente. Es el tema por antonomasia del anuncio mesiánico (Is 9,3.6). Todo el pueblo: concretamente el pueblo judío, objeto inmediato y directo de las profecías mesiánicas (cf. 1, 10). La versión siríaca ya lo extiende a todos los hombres y traduce: «para todo el mundo».
11 Este verso expone concretamente el objeto y motivo de la alegría, el contenido directo del «evangelio» del ángel. Distingue el ángel: a) un hecho: ha nacido; b) un lugar: en la ciudad de David; tiempo, hoy, en este día; d) sujeto beneficiario del nacimiento: para vosotros; e) finalmente, el Niño que ha nacido, que es designado con tres títulos: Salvador, Cristo, Señor.
Un Salvador: sin artículo en griego. Pero como se concreta y se identifica con el Cristo, se puede traducir: el Salvador. Es la primera vez que aparece este nombre que traduce al griego elnombre de «Jesús». En el AT se aplica normalmente a sólo Dios, sobre todo en los salmos y profetas. Yahvé salva al pueblo del Faraón, los reyes de Asiria y Babilonia; de los impíos, de los opresores y malvados. En el período helenístico se llaman salvadores los dioses y los emperadores. En el mesianismo judío, el título es divino y reservado a sólo Dios. En Act 5,31 y 13,23 tiene sentido también de gloria divina. Pablo lo usa en las cartas últimas (Ef 5,23; Flp 3,20, pastorales). Es título que da la comunidad apostólica a Jesús, como profesión de fe en su obra y en su gloria. Aquí cuadra muy bien este contexto y corresponde a 1,31.69; 2,30 y Mt 1,21. En 1,47, la Virgenlo aplica a Dios, pero puede aludir también a su hijo, que llamará «Jesús» =salvador.
Cristo: en la Escritura se aplica al sacerdote ungido, al rey, al profeta. Por antonomasia se aplica al Mesías, rey davídico, como aquí.
Señor, Kyrios, es nombre muy frecuente en Actos y en las cartas, como expresión de fe y esperanza en Jesús, que vive «en la gloria del Padre». Siempre implica la divinidad y la acción salvadora. Algunos suponen que «el Cristo Señor» es una interpretación o glosa cristiana, pues es el único caso de todo el NT en que van juntos los dos términos, y que el ángel debió decir: «El Cristo del Señor», como en el v.26. Esto no es cierto. El ángel pudo usarlo como sinónimo de Cristo-Mesías, al igual de Isabel (1,43), Y así lo debieron entender los pastores. La lectura de «Cristo, Señor» es cierta críticamente.
12 Este verso tiene un sentido obvio y natural: dar la señal para conocer al recién nacido; pero la fórmula es bíblica y sirve para expresar la señal divina con que conocer la verdad del anuncio (Is 37,30; 38,7; 1 San 10,2). La señal remite a los dos actos de la Virgen (v.7): lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre. El reino davídico había caído de la cumbre en la nada; ahora de la pequeñez subirá hasta la cumbre.
14 La división y sentido depende del texto. ¿Debe leerse en nominativo eudoki,a o en genitivo eudoki,aj. El nominativo es común en los PP. Gr. y en las versiones orientales. El genitivo prevalece en las ediciones criticas (Tis Hort Weiss Sod Vog Lag Merk Bov) y en los mejores manuscritos (5 B A D) y versiones occidentales (latt Vg Got). Es la lección más antigua corregida en Oriente y remplazada por una lección más fácil. El nominativo (eudoki,a) es más fácil: con el nacimiento del Mesías la buena voluntad de Dios se extiende sobre todos. Esta lectura, con todo, desentona del conjunto del canto, que es un dístico donde cada término tiene su paralelo: a) gloria-paz; b) altura-tierra; c) Dios-hombres. Por tanto, la última palabra se une con hombres y debe ir en genitivo (eudoki,aj). Así sólo hay dos miembros, que se corresponden mutuamente. En la lectura del nominativo habría tres miembros: a) Gloria a Dios en las alturas; b) y en la tierra paz; c) y a los hombres de buena voluntad. El miembro c) sería una repetición o explicación de b) para decir que la paz viene del beneplácito divino. El genitivo, pues, más difícil en si, entra en el ritmo. Gloria: no consiste tanto en la glorificación de los ángeles, como en el hecho de que Dios mismo, enviando al Mesías, «glorifica su nombre», es decir, manifiesta su poder, su misericordia, su fidelidad en las alturas, es decir, en el cielo, delante de su corte, formada por los ángeles (cf. 3 Re 22,19). Debuena voluntad, eudoki,aj: nuestra traducción literal deja margen a una doble interpretación que puede tener el genitivo: a) sentido subjetivo; a los hombres que tienen buena voluntad, buena disposición para con Dios y su propia salvación (Lagrange) (Rom 10, 1; Flp 1,15; 2,13). b) Objetivo: a los hombres que son objeto de la buena voluntad divina, de la benevolencia divina (Ef 1,5.9). Preferimos esta interpretación con la generalidad de los autores (Schmid, Zerwick, Leaney, Geldenhuys). El anuncio de la paz tiene sentido universal, sin restricciones, como dice el v.10. Con el nacimiento del Niño Dios muestra su voluntad salvífica universal. Así lo que se celebra en los dos miembros es «la benevolencia divina», como la han cantado María en el Magníficat y Zacarías en el Benedictus. Bene resonoen la literatura qumránica son «los hijos del beneplácito».
15 Este suceso: lit. «esta palabra», to. rhma con el sentido real y objetivo del dabarhebreo,
16 La prisa de los pastores es efecto de la alegría y acción interior de la gracia, como en 1,39.
17-18 Los pastores hacen público el mensaje de los ángeles después que han visto y visitado al Niño. Estos dos versos parece que se deben referir a la conducta de los pastores que siguió a la visita y, por tanto, posterior al mismo coloquio que tendrían con José y María. La admiración se refiere también al público en general. La actitud de María se expresa en el v.19 como contradistinta del común de las gentes.
19 En esta psicología profunda de María, que se acentúa otra vez en el v.51, puede haber alusión a la fuente primera de Lucas.
La circuncisión. 2,21
21 Este verso tiene como proposición principal la que se refiere a la imposición del nombre de Jesús: le fue impuesto… Las otras son imposiciones subordinadas. Una expresa el tiempo de la imposición: cuando pasaron los ocho días del nacimiento, es decir, cuando llegó el día legal de la circuncisión. La última proposición explica porqué se impone el nombre de Jesús: porque ésta era la voluntad de Dios, revelada en el mensaje del ángel (1,31). La circuncisión, pues, entra en segundo plano, como circunstancia temporal del hecho central, que es el de la imposición del nombre de Jesús. De aquí en adelante, Lucas siempre usará este nombre. Pablo menciona la circuncisión de Cristo (Col 2,11 s) como principio de su consagración y sacrificio, fuente de bendición para todos los que había de unir a «su cuerpo» por la fe y el bautismo. El nombre de Jesús en su fondo hebreo (= Dios Salvador, salvación de Dios) corresponde a los nombres de salvador y salvación (cf. 1,47.69; 2, 11.30).
El nombre de Jesús deriva directamente del griego Ihsouj transcripción del hebreo Yesuach, forma abreviada y más reciente de Yeho’suacho Yósuach = Yavé es o da la salvación. Este nombre lo lleva Josué (Act 7,45), un levita del tiempo de Ezequías (2 Par 31, 15), un sacerdote (1 Par 24,11), muchos contemporáneos de Zorobabel (Esdr 2,6), de Esdras (3,9) y de Nehemías (8,7), el gran sacerdote Josué (Zac 3,1) y un antepasado del Señor (Lc 3,29). En Mt 1,21 se concreta la salvación, que es salvación espiritual, liberación del pecado.
DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 574-78
Doctrina de fe
Vamos a exponer la doctrina dogmática de la maternidad divina de María en una conclusión sencilla y clara, al alcance de todas las fortunas intelectuales. Hela aquí:
La Santísima Virgen María es propia, real y verdaderamente Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado. (Dogma de fe expresamente definido por la Iglesia.)
He aquí las pruebas:
- a) LA SAGRADA ESCRITURA. En la Sagrada Escritura no se emplea explícitamente la fórmula María Madre de Dios, pero ello se deduce con toda certeza y evidencia de dos verdades expresamente contenidas en la misma revelación, a saber: que María es la Madre de Jesús, y que Jesús es Dios.
En efecto: la sagrada Escritura nos dice repetidas veces que la Virgen María es la Madre de Jesús (Mt 1,16; 2,11; Lc 2,37-48; Jn 2,1; Act 1,14, etc.). Jesús es presentado como concebido (Lc 1,31) y nacido (Lc 2,7.12) de la Virgen. Y que Jesús es Dios, lo dice expresamente San Juan en el prólogo de su evangelio (Jn 1,1-14) y consta por el expreso testimonio del mismo Cristo (cf. Mt 26,63-64), confirmado por sus deslumbradores milagros, hechos en nombre propio (cf. Lc 7,14; Jn 11-43, etc.), y por la prueba definitiva de su propia resurrección (Mt 28,5-6, etc.), anunciada por El antes de su muerte (Mt 17,22-23, etc.).
Ahora bien, del hecho de que María sea la Madre de Jesús y de que Jesús sea Dios, ¿se sigue necesariamente que María sea propia, real y verdaderamente Madre de Dios?
Lo negó terminantemente Nestorio, monje de Antioquía y más tarde patriarca de Constantinopla (+ 451), al afirmar que en Cristo no solamente hay dos naturalezas (como enseña la fe), sino también dos personas perfectamente distintas: divina y humana (lo que es herético, como veremos en seguida). La Virgen, según Nestorio, fue Madre de la persona humana de Cristo (cristoto,koj), pero no Madre de su persona divina (qeoto,koj). Luego no se la debe llamar Madre de Dios, sino únicamente Madre de Cristo (en cuanto persona humana).
La doctrina de Nestorio —dos personasen Cristo— fue expresamente condenada por la Iglesia como herética. En Cristo —como veremos en seguida al exponer la doctrina de la Iglesia— no hay más que una sola persona —lapersona divina del Verbo—, aunque haya en él dos naturalezas perfectamente distintas: divina y humana. Y como María fue Madre de la persona de Jesús—como todas las madres lo son de la persona de sus hijos—y Jesús es personalmente el Hijo de Dios, el Verbo divino, se sigue con toda lógica que la Santísima Virgen es propia, real y verdaderamente Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado.
- b) DOCTRINA DE LA IGLESIA. La doctrina que hemos recogido en nuestra conclusión fue expresamente definida por la Iglesia como dogma de fe, contra la herejía de Nestorio. Es lástima que no podamos detenernos aquí en exponer la historia de las controversias entre San Cirilo de Alejandría—el gran campeón de la maternidad divina de María—y el heresiarca Nestorio, que ocasionaron la reunión del concilio de Éfeso —celebrado el año 431, bajo el pontificado de San Celestino I—, donde se condenó en bloque la doctrina de Nestorio y se proclamó la personalidad única y divina de Cristo bajo las dos naturalezas, y, por consiguiente, la maternidad divina de María. El pueblo cristiano de Éfeso, que aguardaba fuera del templo el resultado de las deliberaciones de los obispos reunidos en concilio, al enterarse de la proclamación de la maternidad divina de María, prorrumpió en grandes vítores y aplausos y acompañó a los obispos por las calles de la ciudad con antorchas encendidas en medio de un entusiasmo indescrip
He aquí el texto principal de la carta segunda de San Cirilo a Nestorio, que fue leída y aprobada en la sesión primera del concilio de Éfeso:
«No decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; ni tampoco que se transmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; afirmamos, más bien, que el Verbo, habiendo unido consigo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado Hijo del hombre, no por sola voluntad o por la sola asunción de la persona. Y aunque las naturalezas sean diversas, juntándose en verdadera unión, hicieron un solo Cristo e Hijo; no porque la diferencia de naturalezas fuese suprimida por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad, por misteriosa e inefable unión en una sola persona, constituyeron un solo Jesucristo e Hijo. Porque no nació primeramente un hombre cualquiera de la Virgen María, sobre el cual descendiera después el Verbo, sino que, unido a la carne en el mismo seno materno, se dice engendrado según la carne, en cuanto que vindicó para sí como propia la generación de su carne… Por eso (los Santos Padres) no dudaron en llamar Madre de Dios a la Santísima Virgen» (D 111a).
En el año 451, o sea veinte años más tarde del concilio de Éfeso, se celebró bajo el pontificado de San León Magno el concilio de Calcedonia, donde se condenó como herética la doctrina de Eutiques, que afirmaba—por error extremo contrario al de Nestorio—que en Cristo no había más que una sola naturaleza la divina (monofisismo). El concilio definió solemnemente que en Cristo hay dos naturalezas —divina yhumana—en una sola persona o hipóstasis: la persona divina del Verbo (cf. D 148).
Un siglo más tarde, el concilio II de Constantinopla (quinto de los ecuménicos), celebrado el año 553 bajo el pontificado del papa Vigilio, alabó e hizo suyos en fórmula dogmática los doce anatematismos de San Cirilo contra la doctrina de Nestorio, considerándolos como parte de las actas del concilio de Éfeso (cf. D 113-124 226-227). He aquí los principales anatematismos de San Cirilo relativos a la cuestión que nos ocupa:
«Si alguno no confiesa que Dios es verdaderamente el Emmanuel y que por eso la santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema» (D 113).
«Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que es Dios y hombre al mismo tiempo, sea anatema» (D 114).
«Si alguno distribuye entre dos personas ohipóstasis las expresiones contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos, o dichas sobre Cristo por los santos, o por el propio Cristo hablando de sí mismo; y unas las acomoda al hombre, entendiéndolo aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, las atribuye al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema» (D 116),
«Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios, y no, más bien, Dios verdadero, como Hijo único y natural, por cuanto el Verbo se hizo carne y participó de modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre (Heb 2, 14), sea anatema» (D 117).
Son, pues, dogmas de fe expresamente definidos por la Iglesia que en Cristo hay dos naturalezas, divina y humana, pero una sola persona, la persona divina del Verbo. Y como María fue Madre de la persona de Jesús, hay que llamarla y es en realidad propia, real y verdaderamente Madre de Dios.
- c) EXPLICACIÓN TEOLÓGICA. Todo el quid de la cuestión está en este sencillo razonamiento. Las madres son madres de la persona de sus hijos (compuesta de alma y cuerpo) aunque ellas proporcionen únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios el alma humana, convirtiéndola entonces en persona Pero Cristo no es persona humana, sino divina, aunque tenga una naturaleza humana desprovista de personalidad humana, que fue sustituida por la personalidad divina del Verbo en el mismísimo instante de la concepción de la carne de Jesús[1].Luego María concibió realmente y dio a luz según la carne a la persona divina de Cristo (única persona que hay en El), y, por consiguiente, es y debe ser llamada con toda propiedad Madre de Dios. No importa que María no haya concebido la naturaleza divina en cuanto tal (tampoco las demás madres conciben el alma de sus hijos), ya que esa naturaleza divina subsiste en el Verbo eternamente y es, por consiguiente, anterior a la existencia de María. Pero María concibió una persona—como todas las demás madres—, y como esa persona, Jesús, no era humana, sino divina, se sigue lógicamente que María concibió según la carne a la persona divina de Cristo y es, por consiguiente, real y verdaderamente Madre de Dios.
Escuchemos a Santo Tomás exponiendo admirablemente esta doctrina[2].
«Como en el instante mismo de la concepción de Cristo la naturaleza humana se unió a la persona divina del Verbo, se sigue que pueda decirse con toda verdad que Dios es concebido y nacido de la Virgen. Se dice—en efecto—que una mujer es madre de una persona porque ésta ha sido concebida y ha nacido de ella. Luego se seguirá de aquí que la bienaventurada Virgen pueda decirse verdaderamente Madre de Dios. Sólo se podría negar que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios en estas dos hipótesis: o que la humanidad de Cristo hubiese sido concebida y dada a luz antes de que se hubiera unido a ella el Verbo de Dios (como afirmó el hereje Fotino), o que la humanidad de Cristo no hubiese sido tomada por el Verbo de Dios en unidad de persona o hipóstasis (como enseñó Nestorio). Pero ambas hipótesis son erróneas; luego es herético negar que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios».
Y al solucionar la objeción de que Cristo se llama y es Dios por su naturaleza divina y ésta no comenzó a existir cuando se encarnó en María, sino que ya existía desde toda la eternidad, y, por lo mismo, no debe llamarse Madre de Dios a la Virgen, responde el Doctor Angélico magistralmente:
“Se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad (o sea, de la naturaleza divina, que es eternamente anterior a Ella), sino porque es Madre según la humanidad de una Persona que tiene divinidad y humanidad»[3].
Aunque lo dicho hasta aquí es muy suficiente para dejar en claro la maternidad divina de María, vamos a recoger —para mayor abundamiento—la clarísima exposición de un mariólogo contemporáneo[4]:
«Sabemos por la Sagrada Escritura y por la tradición que Jesús, el Hijo de María, es el Unigénito Hijo de Dios. Tiene naturaleza humana, que recibió de su Madre, y es, por consiguiente, hombre como nosotros. Pero no es persona humana; es persona divina y hombre a la vez, que subsiste no sólo en la naturaleza divina, que recibe por toda la eternidad de su Padre Eterno, sino también en la naturaleza humana, que ha recibido, en el tiempo, de su Madre humana. María, al engendrar a su Hijo, no engendró una persona humana. Mas el hecho de dar una naturaleza humana a la segunda persona de la Santísima Trinidad nos dará derecho a decir que María engendró a la persona divina y que es Madre de Dios.
Ya hemos visto que el objeto de la generación, el ser que es engendrado, no es una parte del hijo, sino todo el ser que existe, completo en sí al completarse la generación. Si el producto tiene naturaleza intelectual, como es el caso en toda generación humana, entonces es una persona. De aquí que la maternidad de una mujer se refiere siempre a la persona de su hijo; el objeto de su maternidad, lo que ella engendra o concibe, es una persona[5].
La misma manera de hablar que empleamos aclara esta verdad: por ejemplo, decimos que Santa Mónica fue madre de San Agustín. San Agustín esuna persona, y preguntamos; ¿Quién es su madre?», o « ¿De quién es madre? Quién y de quién solamente se refieren a personas. Así, pues, vemos que nuestra manera ordinaria de hablar acerca de una madre y su hijo indica que la relación de madre a hijo es relación de persona a persona. Dicho de otro modo: el ser concebido por una mujer es una persona.
Sin embargo, es verdad que una madre no es la causa del alma o de la personalidad de su hijo sino en tanto en cuanto proporciona la materia, de tal manera dispuesta que exija la creación del alma de su hijo inmediatamente por Dios. Más: aunque la madre no sea la causa total de su hijo, aun cuando lo que le dé por su propia adecuada actividad no es el alma ni la personalidad del hijo, sino la carne de su naturaleza humana, no obstante es verdaderamente su madre, la madre de la persona de su hijo. Aun cuando lo que ella da es sólo parte del hijo, ella es la madre del hijo entero.
Si María hizo por Jesús tanto como cualquier madre humana hace por su hijo, entonces María es tan madre de la persona de Jesús como cualquier mujer es madre de su hijo. El hecho de que Jesús no tuviera padre humano no hace a María menos madre. La diferencia esencial entre maternidad puramente humana y maternidad divina no es que María hizo algo más o algo diferente en la concepción de su Hijo. Es simplemente esto: que el Hijo de María es una persona divina, mientras que el hijo de una mujer ordinaria es una persona humana.
Sabemos que sólo Dios puede crear el alma de un niño y hacer al alma y al cuerpo existir como una naturaleza humana completa en si misma; en otras palabras: sólo Dios hace a la naturaleza humana existir en la persona humana. La personalidad es el término de la generación humana, como don de Dios más bien que producida en virtud de dicha generación. De aquí que la maternidad humana no queda lesionada ni comprometida si Dios crea al alma en la carne proporcionada por la actividad materna, de tal manera que la naturaleza humana resultante no exista completamente en sí como tal persona humana, sino asumida por una persona divina. Si, en lugar de dar una personalidad humana como término de la actividad materna, Dios da la persona divina de su propio Hijo para ser envuelta en la carne de una mujer, entonces, lejos de lesionar su maternidad, este acto de Dios eleva esa maternidad a una «dignidad casi infinita», porque tal madre lleva en su seno al Hijo más perfecto que pudiera nacer.
La divina maternidad nos lleva directamente al corazón del misterio cristiano: la insondable verdad de que Jesucristo es a la vez verdadero Dios y verdadero hombre, en quien la naturaleza humana, recibida de su Madre humana, y la naturaleza divina, recibida de su Padre Eterno, se unen en la única persona del Hijo de Dios. Si Jesús no es verdadero hombre, María no puede ser verdadera madre; si el Niño Jesús, nacido de María, no es persona divina yDios mismo, María no puede ser llamada Madre de Dios»
En resumen: la Santísima Virgen María es real y verdaderamente Madre de Dios porque concibió en sus virginales entrañas y dio a luz a la persona de Jesús, que no es persona humana, sino divina.
ROYO MARÍN, La Virgen María, BAC Madrid 1968, p. 94-100
SOBRE LA CIRCUNCISIÓN Y EL NOMBRE
ARTÍCULO 1
Si Cristo debió ser circuncidado
Dificultades. Parece que Cristo no debió ser circuncidado.
- Al llegar la verdad, debe cesar la figura; y la circuncisión fue impuesta a Abrahán en señal de la alianza que Dios hacía con su descendencia (cf. Gn 17). Esta alianza quedaba realizada con el nacimiento de Cristo; luego en el mismo instante debió cesar la circuncisión.
- “Todas las obras de Cristo son enseñanzas para nosotros”, por lo cual dice en San Juan: “Ejemplo, os he dado para que, como ya hice, así vosotros hagáis” (Jn 13,15). Pero nosotros no debemos someternos a la circuncisión, según la sentencia del Apóstol: “Si os circuncidáis, Cristo nada os aprovecha” (Ga 5,2). Luego Cristo no debió ser circuncidado.
- La circuncisión se ordena al remedio del pecado original; pero Cristo no contrajo ese pecado, según queda declarado (S.Th. 3,4,6ad2; S.Th.3,14,3); luego Cristo no debió someterse a la circuncisión.
Por otra parte, dice San Lucas: “Luego que se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño” (Lc 2,21).
Respuesta. Por muchas causas debió ser circuncidado Cristo: Primera, para demostrar la verdad de su carne, contra los que se atreverían a decir que tenía cuerpo fantástico (S.Th. 3,5,2), como Mani; y contra Apolinar, que afirmó la consubstancialidad del cuerpo de Cristo con la divinidad (S.Th. 3,5,3); y contra Valentín, que sostenía que Cristo había traído su cuerpo del cielo (S.Th. 3,5,2).
Segunda, para aprobar la circuncisión, que en otro tiempo había sido instituida por Dios.
Tercera, para probar que era del linaje de Abrahán, el cual había recibido el precepto de la circuncisión en señal de su fe en Cristo.
Cuarta, para quitar a los judíos el pretexto de no recibirle como incircunciso.
Quinta, “para recomendarnos con su ejemplo la virtud de la obediencia”, fue circuncidado al octavo día, según estaba mandado en la ley (cf. Lv 12,3).
Sexta, “para que quien había venido en semejanza de carne del pecado (cf. Ro 8,3) no desechase el remedio con que la carne del pecado solía limpiarse”.
Séptima, para que, tomando sobre sí la carga de la ley, librase a los demás de semejante carga, según las palabras de San Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley” (Ga 4,4-5).
Soluciones. 1. La circuncisión, que consiste en quitar el prepucio del miembro genital, significa “el despojo de la vieja generación”, de la cual somos libertados por la pasión de Cristo. Por esto, la plena realización de esa figura no fue cumplida en el nacimiento de Cristo, sino en su pasión, antes de la cual la circuncisión conservaba su virtud y su vigencia. De ahí la conveniencia de que Cristo, antes de su pasión, fuese circuncidado como hijo de Abrahán.
- Cristo se sometió a la circuncisión en el tiempo en que estaba vigente, y así su obra se nos ofrece como ejemplo que imitar, para que observemos las cosas que en nuestro tiempo están preceptuadas. Muy bien dice el Eclesiástico que “cada negocio tiene su tiempo y su oportunidad” (Ecl8,6).
Dice, además, Orígenes: “Como somos muertos y resucitados con Cristo, así recibimos la circuncisión espiritual por el mismo Cristo, de manera que no necesitamos de la circuncisión carnal”. Es lo que dice el Apóstol a los Colosenses: “En Cristo fuisteis circuncidados con una circuncisión no practicada con la mano para despojaros del cuerpo carnal, sino con la circuncisión de nuestro Señor Jesucristo” (Col 2,12).
- Como Cristo recibió, por propia voluntad, nuestra muerte, que es efecto del pecado, sin tener Él ningún pecado, para librarnos de la muerte y hacernos morir espiritualmente al pecado, así también recibió la circuncisión, remedio del pecado original, sin tener Él esté pecado, para librarnos del yugo de la ley y para producir en nosotros la circuncisión espiritual, es decir, para que, tomando la figura, cumpliera la verdad.
ARTÍCULO 2
Si le conviene a Cristo el nombre que le impusieron
Dificultades. Parece que no le conviene el nombre que le fue impuesto.
- La verdad de una profecía debe corresponder a la predicción de la misma. Pero los profetas han vaticinado otro nombre de Cristo, pues Isaías dice en una parte: “He aquí que la Virgen concebirá y parirá un Hijo y será su nombre Emmanuel” (Is 7,14). En otra parte: “Llámale: Apresúrate a saquear, date prisa a hacer botín” (Is 8,3). En otra: “Será su nombre: Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo venidero. Príncipe de la paz” (Is 9,6). Y Zacarías dice: “He aquí un varón, será su nombre Oriente” (Za 6,12). Luego no estuvo bien que se le llamara Jesús.
- Dice Isaías: “Te será impuesto un nombre que la boca del Señor pronunciará” (Is 62,2). Pero este nombre de Jesús no es nuevo, antes fue impuesto a muchos en el Antiguo Testamento, como resulta de la misma genealogía del Salvador (Lc 3,29); luego parece que no fue razonable que se le impusiera el nombre de Jesús.
- Este nombre de Jesús significa “salud”, como aparece claro por San Mateo: “Dará a luz un hijo y le llamará Jesús, pues Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Pero la salud, que nos viene por Cristo, “no es sólo para los circuncidados, sino también para los incircuncisos” (Ro 4,11-12), como dice el Apóstol; luego no estuvo bien impuesto a Cristo el nombre de Jesús.
Por otra parte, está la autoridad de la Sagrada Escritura, que dice: “Pasados los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús” (Lc 2,21).
Respuesta. Los nombres deben responder a las propiedades de las cosas, como está claro en los nombres de las especies y de los géneros, según se dice en la “Metafísica”: “Él concepto significado por el nombre es la definición” que expresa la naturaleza propia de las cosas.
Los nombres de los individuos se toman de alguna propiedad de la persona a quien se impone. O del tiempo, como se imponen los nombres de los santos a aquéllos que nacen en sus fiestas. O del parentesco, como se impone al hijo el nombre de su padre o de algún pariente, y así los deudos del Bautista querían que se le impusiera “el nombre de su padre, Zacarías”, y no el de Juan, porque “no había nadie en la parentela que llevase tal nombre” (Lc 1,59). O se toma de algún suceso, como José “llamó a su primogénito Manasés, diciendo: “Él Señor me hizo olvidar de todos mis trabajos” (Gn 41,51). O de alguna cualidad de la persona a quien se impone el nombre, como se dice en el Génesis: “Él primero que salió del seno materno, era rubio y velludo, y por eso se le puso el nombre de Esaú, que significa ‘rojo’” (Gn 25,25).
Pero los nombres impuestos por Dios a algunos siempre significan algún don gratuito que Dios les concede, como se dijo a Abrahán: “Te llamarán Abrahán, porque te he hecho padre de muchas naciones” (Gn 17,5). Y en San Mateo se dice: “Tú eres Pedro, porque sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).
Pues, como a Cristo fue otorgada esta gracia de ser salvador de todos los hombres, con razón se le llamó Jesús, o sea “Salvador”, y este nombre fue previamente comunicado, no sólo a la Madre, sino también a San José, que había de ser su padre nutricio (cf. Lc 1,31).
Soluciones. 1. En todos aquellos nombres se halla de algún modo el nombre de Jesús, que significa “salud”, pues en el Emmanuel, que vale tanto como “Dios con nosotros”, se designa la causa de la salud, que es la unión de la naturaleza divina con la humana en la persona del Hijo de Dios, por la cual se realizó que “Dios estuviese con nosotros” (Mt 1,23).
Por la expresión “Apresúrate a saquear, date prisa a hacer botín”, está señalado de quién nos salvará, pues es al diablo a quien arrebató los despojos, según San Pablo a los Colosenses: “Despojando los principados y las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza” (Col 2,15).
Los otros nombres: “Admirable. Consejero”, etc., designan el camino y el término de nuestra salud, pues “por el consejo admirable de la divinidad somos conducidos a la herencia del siglo venidero”, en el cual reinará “la paz perfecta” de los hijos de Dios bajo el mismo “Príncipe Dios”
Cuanto a lo que dice Zacarías: “He aquí un varón cuyo nombre es Oriente”, se refiere a lo que es principio de la salud, o sea, el misterio de la encarnación, según aquello: “Se levantó en las tinieblas una luz para los rectos de corazón” (cf. Ps 111,4).
- A los que fueron antes de Cristo pudo convenir el nombre Jesús por alguna razón particular, v. gr., por alguna salvación que trajeron al pueblo; pero, en razón de esta salud espiritual y universal, el nombre de Jesús es propio de Cristo. Y por esto se dice “nuevo”.
- Dícese en el Génesis que Abrahán recibió, a la vez, el nombre que Dios le impuso y el precepto de la circuncisión. Por eso acostumbran los judíos a imponer el nombre a los niños el mismo día de su circuncisión, cual si quisieran indicar que antes no habían alcanzado la perfección de su ser; como ahora se impone el nombre a los niños en el bautismo. Así, sobre las palabras de los Proverbios: “Yo era hijo de mi padre, hijo tierno y unigénito de mi madre” (Pr 4,3). Dice la Glosa: “¿Por qué se llama Salomón unigénito de su madre, habiendo sido precedido de un hermano uterino, según cuenta la Sagrada Escritura, sino porque aquél, apenas nacido, murió sin haber recibido nombre, como si nunca hubiera nacido?”. Por esto, Cristo recibe el nombre al ser circuncidado.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, IIIª parte, cuestión 37, artículos 1 y 2
[1] Cf. III, 33, 3
[2] Cf. III, 35, 4; Cf. 35, 1-3; 33, 3
[3] Cf. III 35, 4 ad 2.
[4] P. Gerald Van Ackeren, s. I., en la Marilogía dirigida por J. B. Carol (BAC, Madrid 1964) p. 573-75
[5] Cf. III, 35, 1
Mons. Fulton J. Sheen
La Virgen Madre
Una mujer puede ser virgen por una de estas tres motivaciones: primera, porque nunca tuvo oportunidad de casarse. Esta sería virginidad involuntaria (si se rebelaba contra su doncellez), o también voluntaria y meritoria (si la aceptaba como Voluntad de Dios). Nadie se salva por su virginidad, solamente; de las diez vírgenes de que habla el Evangelio, cinco eran vírgenes necias. Hay vírgenes en el infierno, pero ninguna que haya sido humilde. Una mujer puede ser virgen, segundo, porque decidió no casarse. Esta decisión pudo deberse a razones sociales o económicas, y por lo tanto no habría valor religioso en su actitud, pero también puede ser meritorio si lo hizo por motivos religiosos, por ejemplo: a fin de atender y servir mejor a una persona de la familia, enferma; o para dedicarse a servir al prójimo por amor de Dios. Tercero: una mujer puede ser virgen porque hizo voto o promesa a Dios de mantenerse íntegramente pura por Dios, aun cuando tuviera un centenar de oportunidades para casarse.
María fue Virgen por la tercera motivación. Se enamoró en tempranísima edad, y se enamoró de Dios, uno de esos hermosos enamoramientos en que el primer amor es también el último, y el último es el Amor Eterno. Debía haber sido muy prudente y sabia, tanto como puede serlo al máximo una jovencita de quince o dieciséis años, para hacer tal elección. Esto sólo ya la hizo muy diversa del resto de las demás mujeres, que estaban ansiosas por tener hijos. En aquel tiempo, cuando una mujer casada no tenía hijos, se consideraba a veces, aun cuando fuera desacertadamente, que Dios estaba disgustado de ella.
Cuando Nuestra Señora hizo el voto de virginidad, para algunas personas pasó como “rara”, porque siempre habrá gente de mentalidad materialista incapaz de comprender por qué algunas almas aman realmente a Dios. La Santísima Virgen tenía una mejor probabilidad que la mayoría de las demás mujeres, de llegar a ser la Madre de Dios, porque la Biblia había consignado que Nuestro Señor nacería en la casa de David, el gran rey que viviera mil años antes, y María pertenecía a esa familia real. Sin duda, conocía la profecía de Isaías olvidada por algunos: que el Mesías habría de nacer de una virgen. Pero más verosímil es, juzgando por lo que Ella misma dijo más adelante, que se consideraba demasiado inferior para tal dignidad, e hizo el voto con la esperanza de lograr, mediante su sacrificio y sus plegarias, que la venida del Mesías fuera apresurada.
¿Cómo sabemos que María hizo el voto? Por la respuesta que dio al Ángel Gabriel. En medio de su trono de luz llegó el Ángel a la presencia de aquella joven arrodillada en oración. La visita del Ángel a María se denomina la Anunciación porque anuncio a la tierra la primera noticia realmente buena que se había oído desde siglos. El acontecimiento de antes había sido la caída de un hombre por una mujer; la de hoy era la regeneración del hombre por una Mujer.
¡Un Ángel saludando y honrando a una mujer! Esto sería un desconcierto en el orden del Cielo, peor que si los hombres tributaran reverencia a los animales, a menos que la mujer saludada estuviera destinada por Dios a ser superior a los ángeles, más aun, ¡su verdadera Reina! Y así sucede que el Ángel, acostumbrado a ser honrado él por los seres humanos, saluda y honra ahora a la Mujer.
Este embajador de Dios no imparte órdenes, sino que la saluda: “¡Salve, llena de gracia!” “Salve” es nuestra expresión castellana de la griega Chaire, y probablemente ésta es el equivalente de la antigua fórmula aramaica Shalom, que significa: “Alégrate”, o “La paz sea contigo”. “Llena de gracia” expresión rara en el griego de los Evangelios, significa “llena de virtud” o “agraciadísima”. Equivalía casi a un nombre propio con que el Enviado de Dios le aseguraba que era objeto de la Divina Complacencia.
Menos que la inesperada visita del Mensajero Celestial turbó a la humilde Doncella el asombroso saludo y el inaguardado tono de la Divina alabanza. Poco tiempo después, cuando visitara a su prima Isabel, se le preguntaría: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?” Pero ahora corresponde a María preguntar: “¿Por qué el Ángel de mi Dios llega a mí?” El Mensajero se apresura a darle razón de la visita: ha de cumplir en Sí Misma lo que el profeta Isaías había anunciado siete siglos antes: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y su nombre será Emanuel (Dios con nosotros).” (Isaías, VII, 14). Haciendo una clara alusión a dicha profecía, añade el Ángel: “He aquí que concebirás y darás a luz a un hijo y le darás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará Dios el Señor el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.” (Luc. I, 30-33).
Dios la elegía, no solamente por ser una virgen, sino también a causa de su humildad. Más adelante María misma declaró esto como razón: “Porque miró la humildad de su sierva.” (Luc. I, 48). María se sintió confusa; nada turba tanto a un alma humilde como la alabanza, y en este caso la alabanza procedía de un Ángel de Dios.
Ese gran honor le creó un problema, pues había hecho voto de consagrar su cuerpo y su alma a Dios. Por lo tanto, nunca podría ser madre. Y lo manifestó: “No conozco varón, he hecho voto de no conocer varón.”
La Biblia nunca habla acerca del matrimonio usando términos de sexo, sino como “conocimiento”. Por ejemplo: “José no conoció a María” (Mat. I, 19); “Adán conoció a Eva y ella concibió” (Gén. IV, 1). La razón de tal expresión es para demostrar cuán unidos deben estar el esposo y la esposa; en la intención de Dios han de estar tan próximos entre sí como la mente y la cosa conocida. Por ejemplo: todo ser normal sabe que dos más dos son cuatro, y nadie puede imaginar algo que se interponga entre la mente y ese conocimiento. Mi mano derecha no está tan unida a mi cuerpo como lo está a mi mente cualquier cosa que yo sepa.
María respondió preguntando: “¿Cómo sucederá esto, puesto que no conozco varón?”, y no dijo: “Nunca me casaré, por lo tanto no puedo llegar a ser la Madre de Jesús”, esto hubiera implicado desobediencia para con el Ángel que le pedía que quisiera ser la Madre del Mesías; ni tampoco dijo: “No quiero un marido, pero que se haga la Voluntad de Dios”, pues, ello hubiera implicado inconsistencia para consigo misma y para con el voto hecho. Simplemente, pidió ser iluminada respecto de su deber. El problema no era su virginidad, conocía suficientemente la profecía de Isaías para saber que Dios nacería de una Virgen. Su única preocupación era: puesto que hasta ese entonces, en la historia, la maternidad y la virginidad eran irreconciliables, ¿cómo dispondría Dios las cosas? Su objeción a la Generación Virginal se basaba en motivos científicos. La solución, ciertamente, no podía ser natural, por lo tanto tenía que ser sobrenatural. Dios podía hacerlo, pero ¿cómo? Mucho antes de que la biología moderna pusiera reparos a la generación virginal, María preguntaba el científico “¿Cómo?” El Ángel le explicó que en su caso, la generación sobrevendría sin amor humano, pero, no sin Amor Divino, porque la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios, descendería a Ella, y el que nacería de su voluntad de Ella sería “El Hijo de Dios”.
María comprendió en seguida que ese proceder le permitiría conservar su voto. De cualquier modo, lo que deseaba era amar a Dios. En aquel momento, cuando el Espíritu de Amor extasió su alma, de modo que concibiera en Sí a Cristo, debió cumplirse en ella el éxtasis pleno que las creaturas buscan en la carne, pero que nunca logran plenamente. La carne, en sus elevaciones de amor, cuando es unida a otra carne vuelve con hastío otra vez a sí, pero aquí, en la unión del amor humano con el Divino, no hay retorno a sí, sino únicamente el puro deleite del éxtasis del espíritu. En el amor carnal el éxtasis sucede primeramente en el cuerpo y luego indirectamente en el alma. En ese amor espíritu, el alma de María fue extasiada, y no por amor humano sino por Amor Divino. El amor de Dios inflamó de tal modo su alma, cuerpo y corazón, que cuando nació Jesús el mundo pudo decir en verdad acerca del recién nacido: “Este es un Hijo Fruto de Amor.”
Una de las más hermosas lecciones del mundo surge de la Anunciación, o sea: la vocación de la mujer a los valores religiosos supremos. María retoma la vocación de la mujer desde un comienzo, es decir: a ser para la humanidad portadora de lo Divino. Toda madre es esto cuando da nacimiento a un hijo, porque el alma de cada niño es infundida por Dios. De este modo es cooperadora con la Divinidad, lleva en su ser lo que solamente Dios puede dar. Como en el orden de la Redención, el sacerdote, al momento de consagrar trae el Crucificado al Altar, así la madre, en el orden de la Creación, trae al espíritu que procede de la Mano de Dios a la cuna terrena. Con estos pensamientos en su mente, Leo Bloy dijo en una oportunidad: “Cuanta más santa es una mujer, tanto más se hace mujer.”
¿Por qué? No porque las mujeres sean naturalmente más religiosas que los hombres. Esta afirmación es simplemente una racionalización hecha por hombres que han defeccionado de sus ideales. Tanto el hombre como la mujer tienen una misión específica, dispuesta por Dios, para complementarse mutuamente. Cada uno, también, tiene su símbolo en el orden inferior: el hombre puede ser parangonado al animal en su iniciativa, movilidad y facultad adquisitiva; la mujer puede serlo con la flor, ubicada entre el cielo y la tierra, es como la tierra en su gestación y portación de vida, es como el cielo en sus aspiraciones por florecer hacia arriba, hacia lo Divino. La señal distintiva del hombre es la iniciativa, pero la de la mujer es la cooperación. El hombre habla sobre libertad, la mujer sobre simpatía, amor, sacrificio; el hombre coopera con la naturaleza, la mujer coopera con Dios; el hombre ha sido llamado a arar la tierra, a “gobernar sobre la tierra”, la mujer a ser gestadora y portadora de una vida que procede de Dios. El deseo oculto de toda mujer en la historia, el anhelo secreto de todo corazón femenino, es satisfecho en el instante en que María dice: “Fiat”, “Hágase en Mí, según tu palabra.”
He ahí la cooperación en su máximo. He ahí la esencia del ser mujer: aceptación, resignación, sumisión. “Hágase en Mí”. Ya sea la mujer soltera que cuida a su madre con su Fiat de entrega al servicio, o la esposa que acepta al marido en la unidad de la carne, la santa que acepta pequeñas cruces brindadas por su Salvador, o sea esta Mujer Única cuya alma se somete al Divino Misterio de ser Madre de Dios hecho Hombre, siempre está presente, en diversos grados, el hermoso cuadro de la Mujer en su vocación más sublime: hacer la Donación Total, aceptar una asignación Divina sometiéndose a las santas finalidades determinadas por el Cielo. María se denomina a Sí misma ancillaDomini, sierva del Señor. El ser esto no disminuye en mujer ninguna su dignidad. Los momentos más desventurados de toda mujer son aquellos en que es incapaz de dar; sus momentos más infernales son aquellos en que se rehúsa a dar. Las tragedias se presentan cuando la mujer, por circunstancias sociales o económicas, se ocupa en cosas materiales que obstaculizan o impiden el desarrollo y fluencia de la específica cualidad de entrega para los Fines Divinos que hacen de ella una mujer. Negada la salida a la intensa y creciente necesidad de dar, experimenta una profunda sensación de vacío, más profunda que el hombre, precisamente por ser más hondos los abismos donde surge su fuente de amor.
Para una mujer, el ser Colaboradora con la Divinidad, ya sea ayudando a las misiones, visitando a los enfermos después de sus horas de oficina, brindando gratuitamente su ayuda en los hospitales o atendiendo maternalmente a sus propios hijos, todo ello implica gozar del equilibrio de espíritu que es la esencia de su sanidad, de su bienestar. La Liturgia habla de la mujer cumpliendo un mysteriumcaritatis, el misterio del amor. Y amor no significa tener, poseer, ser dueño; significa ser poseído, ser tenido, estar a servicio. Es darse a sí misma a otro. Una mujer puede amar a Dios, mediatamente, a través de las creaturas, y también puede amarlo inmediatamente, como lo hizo María, pero para ser feliz debe llevar lo Divino a lo humano. La intensa sublevación de la mujer contra sus pretendidas desigualdades con el hombre, es en lo profundo una protesta contra las restricciones de una civilización burguesa sin fe, que ha encadenado los talentos que Dios le dio.
Lo que toda mujer desea en el “misterio del amor” no es el estallido bestial, sino el alma. El hombre es guiado por el amor del placer, la mujer lo es por el placer del amor, por su significado y por el enriquecimiento del alma que proporciona. En ese hermoso momento de la Anunciación la Mujer alcanza su más sublime saturación por causa de Dios. Así como la tierra se somete a la exigencia de la simiente por causa de la cosecha, como la enfermera se somete a las exigencias de los heridos por causa de la curación, como la esposa se somete a las exigencias de la carne por causa del hijo, así María se somete a las demandas de la Voluntad Divina por causa de la Redención del Mundo.
Y estrechamente aliado a esa sumisión está el sacrificio. Porque la sumisión no es pasividad, sino acción, la acción del desasimiento y olvido de sí. La mujer es capaz de sacrificios mayores de los que es capaz el hombre, en parte porque el amor de ella es menos intermitente, y también porque no se siente feliz sin una total y completa dedicación y entrega. La mujer está hecha para la consagración, la dedicación. Es un instrumento del cielo en la tierra. María es el prototipo, la Mujer modelo que cumple cabalmente en Sí las más profundas aspiraciones del corazón de toda hija de Eva.
La virginidad y la maternidad no son tan irreconciliables como podría parecer. Toda virgen aspira en su interior a ser madre, ya sea física o espiritualmente, pues a menos que cree la vida, la fomente, la cuide como madre o como solícita enfermera, su corazón se sentirá intranquilo y a disgusto, como un navío gigante en aguas poco profundas que le impiden navegar. Tiene la vocación de engendrar la vida, ya sea en la carne o en el espíritu por medio de la conversión. Nada hay en la vida profesional que endurezca necesariamente a una mujer. Si una mujer profesional se endurece, ello se debe a que carece de aquellas funciones específicamente creadoras, a semejanza de Dios, sin las cuales no puede ser feliz.
Por otra parte, toda esposa y madre anhela la virginidad espiritual en cuanto que le agradaría recuperar lo que ha dado a fin de poder ofrecerlo todo nuevamente, pero esta vez más profundamente, más devotamente, más divinamente. Hay algo incompleto en la virginidad, algo sin dar, sin entregar, retenido; hay algo perdido en toda maternidad; algo dado y algo quitado… y algo irrecuperable.
Pero en la mujer fue realizado física y espiritualmente lo que toda mujer desea físicamente. En María nada hubo sin entrega, nada perdido; hubo cosecha sin la pérdida del capullo; un otoño en primavera otoñal; sumisión sin expoliación. ¡Virgen y Madre! La única melodía brotada de la concertación de la Creación Divina sin que se rompiera cuerda ninguna en los instrumentos.
La mujer tiene una misión: dar vida. La vida que ha de proceder de María surge sin la chispa del amor de un esposo humano, pero con la Llama del Amor del Espíritu Santo. No puede haber nacimiento sin amor, pero la esencia del Nacimiento Virginal es el Amor Divino actuando sin el beneficio de la carne. Como resultado, Ella contiene en Sí a Aquél a Quien los Cielos son incapaces de contener. Ese fue el comienzo de la Propagación de la Fe en Jesucristo Nuestro Señor, porque en el Cuerpo Virginal de Ella, como en un nuevo Edén, se celebraron las nupcias de Dios y el ser humano.
Porque en esa Mujer Única se unieron la Virginidad y la Maternidad, necesariamente ha de ser que Dios quiso demostrar que ambas son necesarias al mundo. Estando separadas en otras creaturas, en Ella están unidas. La Madre es la protectora de la Virgen, y la Virgen es la inspiradora de la maternidad. Sin madres, no habría vírgenes en la generación subsiguiente; sin las vírgenes, las madres olvidarían el sublime ideal que se sitúa más allá de la carne. Ambas se complementan mutuamente, como el sol y la lluvia. Sin el sol no habría nubes y sin éstas no habría lluvia. Las nubes, como las madres, entregan algo al fecundar la tierra, pero el sol, como las vírgenes, recoge y recobra lo perdido haciendo que las livianas gotas suban nuevamente hacia el cielo. ¡Cuán grandioso es pensar que el Engendrado sin Madre en los Cielos nace ahora sin padre en la tierra! ¿Podemos imaginar a una avecilla haciendo el nido en el que ha de ser empollada? Evidentemente, es imposible, porque habría de existir antes de hacer ese nido. Pero eso es lo que sucedió, en cierto sentido, con Dios, cuando eligió a María como Madre Suya: pensó acerca de Ella desde toda la eternidad, formó a Su Madre como el nido en el que habría de nacer.
Frecuentemente oímos a amigos y parientes decir acerca de un infante: “Es la imagen de su padre”, “Es muy, muy parecido a su madre”, o también: “Tiene los ojos azules de su madre”, “Ha heredado las actitudes del padre”. Bien, Nuestro Señor no tuvo rama paterna; ¿de dónde le provinieron su hermoso rostro, su fuerte cuerpo, su limpia sangre, su sensible expresión, sus delicados dedos?; de su línea materna. ¿De dónde recibió su Divinidad, su Mente Divina que conoce todas las cosas, hasta nuestros más secretos pensamientos, su Divina Potestad sobre la vida y la muerte?; de su Línea Paterna Celestial. Para los hombres es cosa terrible no conocer a su padre, pero aun es más terrible no conocer a su Madre del Cielo. Y el máximo halago que se puede hacer a un verdadero cristiano, es: “En la gracia tiene usted la herencia de su Línea Paterna pero en su humanidad se parece a su Madre.”
(Fulton J. Sheen, El primer amor del mundo, Ed. Difusión, 1º Ed., Bs. As., 1954, Pág. 75-83)
San Bernardo
María, la Madre de Dios
“Y dijo María al ángel: ¿cómo puede ser esto, sino conozco varón? Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo y por eso lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. Y he aquí que Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, porque no hay cosa alguna imposible para Dios. Y dijo María: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”
“Y dijo María al ángel: ¿cómo puede ser esto, si no conozco varón?” Primero, sin duda, María calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí, qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía. Pero ya confortada, y habiéndolo premeditado bien, hablándole en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios -que estaba con ella según lo que dice el ángel: “El Señor es contigo”-, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, dijo al ángel: “¿cómo puede ser esto, si no conozco varón?”
No duda del hecho, sino que pregunta acerca del modo y del orden, no pregunta si se hará esto, sino cómo se hará. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de virginidad, ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto? Si Su Majestad ordena otra cosa, si dispensa este voto para tener tal Hijo, me alegro del Hijo que me da, pero me duele la dispensa del voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero si he de concebir virgen y virgen también he de alumbrar, lo cual ciertamente no es imposible, entonces ciertamente conoceré que miró la humildad de su esclava.
“¿Cómo pues se hará esto, ángel del Señor, si no conozco varón?” Y respondiendo el ángel le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo?” ¿Por ventura podría estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de todas las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo se le vuelve a prometer que vendrá sobre ella nuevamente? Por esto sin duda no se dijo vendrá “a ti”, sino que vendrá “sobre ti”, porque aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se le anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de la gracia que en ella ha de derramar.
Pero estando ya llena, ¿cómo podría caber en ella algo más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba ya llena de gracia? La primera gracia había llenado solamente su alma y la siguiente había de llenar también su seno a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba en ella antes espiritualmente como en muchos de los Santos, comenzase también a habitar corporalmente como en ninguno de los mismos.
Dice “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”-. Y ¿qué quiere decir “y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo?” El que pueda entender, que entienda. Porque exceptuada acaso la que sola mereció experimentar en sí esto felicísimamente, ¿quién podrá percibir con el entendimiento y discernir con la razón de qué modo aquel esplendor inaccesible del Verbo eterno se infundió en las virginales entrañas, y para que pudiese sostener que el inaccesible se acercase a ella, de la partecita del mismo cuerpo a la cual se unió Él mismo, hiciera sombra a todo lo demás? Quizá por esto principalmente se dijo: “Te cubrirá con su sombra”, pues sin duda este hecho era un misterio, y lo que la Trinidad sola por sí misma en sola y con sola la Virgen quiso obrar, sólo se concedió saberlo a quien sólo se concedió experimentarlo. Dígase “el Espíritu Santo vendrá sobre ti”, el cual con su poder te hará fecunda, “y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”, esto es, aquel modo con que concebirás del Espíritu Santo a Cristo, virtud y sabiduría de Dios, lo encubrirá y ocultará en su secretísimo consejo haciendo sombra, de suerte que sólo será conocido de Él y de ti.
Como si el ángel respondiera a la Virgen: ¿por qué me preguntas a mí lo que experimentarás en ti dentro de poco? Lo sabrás, lo sabrás y felicísimamente lo sabrás, siendo tu Doctor el mismo que es el Autor. Yo he sido enviado a anunciar la concepción virginal, no a crearla. Ni puede ser enseñada sino por quien la da, ni puede ser aprendida sino por quien la recibe. “Y por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios”, esto es, no sólo el que viniendo del seno del Padre a ti te cubrirá con su sombra, sino también lo que de tu sustancia unirá en sí, desde aquel instante, se llamará Hijo de Dios, y el que es engendrado por el Padre antes de todos los siglos, se reputará desde ahora Hijo tuyo. De tal suerte lo que nació del mismo Padre será tuyo y lo que nacerá de ti será suyo, que no embargo, ya no será de cada uno lo suyo, sino que un solo Hijo será de los dos.
“Por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios”. Atiende, oh hombre, con cuánta reverencia dijo el ángel: “lo santo que nacerá de ti”. Dice lo santo absolutamente sin añadir otra cosa, y esto sin duda porque no encontraba palabras con que nombrar propia y dignamente aquello tan singular, aquello tan magnífico, aquello tan venerable, que formado de la purísima carne de la Virgen, se había de unir con su alma al único del Padre. Si dijera carne santa u hombre santo, o cualquiera cosa semejante, le parecería poco. Por eso dijo “santo” indefinidamente, porque cualquiera cosa que sea lo que la Virgen engendró, es santo sin duda y singularmente santo, así por la santificación del Espíritu como por la asunción del Verbo.
“Y he aquí que Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su vejez”. ¿Qué necesidad había de anunciar a la Virgen la concepción de esta estéril? ¿Por ventura por estar dudosa todavía e incrédula la quiso asegurar el ángel con este prodigio? Nada de eso. Leemos que la incredulidad de Zacarías fue castigada por este mismo ángel, pero no leemos que María fuese reprendida en cosa alguna, antes bien, reconocemos alabada su fe en lo profetizado por Isabel: “Bienaventurada eres por haber creído, porque todo lo que te ha sido dicho de parte del Señor será cumplido en ti.”
Se participa a la Virgen la concepción de su prima para que añadiéndose un milagro a otro milagro se aumente su gozo con otro gozo. Ciertamente era preciso fuese inflamada anticipadamente con un no pequeño incendio de amor y alegría, la que había de concebir luego al Hijo del amor paterno en el gozo del Espíritu Santo. Ni podía caber sino en un devotísimo y alegrísimo corazón tanta afluencia de dulzura y de gozo.
O tal vez se notifica esto a María porque era razón que un prodigio que se debía divulgar después por todas partes, lo supiera la Virgen por el ángel antes que lo oyese de los hombres, para que no pareciese que la Madre de Dios estaba apartada de los consejos de su Hijo, si permanecía ignorante en las cosas que tanto le interesaban.
O bien para que siendo instruida, así de la venida del Salvador como de la venida del Precursor, y fijando en la memoria el tiempo y el orden de las cosas, refiera después mejor la verdad a los Escritores y Predicadores del Evangelio, como quien ha sido informada desde el principio por noticias que el cielo le ha comunicado de todos los misterios.
O quizá para que oyendo hablar de una parienta suya anciana y estado avanzado, piense ella que es joven en obsequiarla, y dándose prisa a visitarla, se dé de este modo lugar y ocasión al niño Profeta de ofrecer las primicias de su servicio a su Señor, y fomentándose mutuamente la devoción de ambas madres, excitada por uno y otro infante, se haga más admirable un milagro con otro milagro.
Pero mira cristiano, estas cosas tan magníficas que escuchas anunciadas por el ángel, no las esperes cumplidas por él. Y si preguntas por quién, oye al mismo tiempo que te dice: “para Dios nada es imposible”. Como si dijera: Esto que tan firmemente prometo, lo presumo en el poder de quien me envió, no en el mío, “porque para Dios nada es imposible.” ¿Qué será imposible para aquel Señor que hizo todas las cosas con el poder de su palabra? Y fíjate que llaman la atención las palabras, el no decir expresamente “porque no será imposible para Dios” todo hecho sino “toda palabra” [“quia non est impossibile apud Deum omne verbum” = “para Dios nada es imposible”]. Tal vez se dijo “toda palabra” porque así como pueden hablar los hombres tan fácilmente lo que quieren, aún aquello que de ningún modo pueden hacer, así también y aún sin comparación con mayor facilidad puede Dios cumplir con la obra todo lo que ellos pueden explicar con las palabras. Lo diré más claramente: si fuera tan fácil a los hombres hacer como decir lo que quieren, tampoco para ellos sería imposible toda palabra. Más porque como dice el proverbio, del dicho al hecho hay un gran trecho, no respecto de Dios sino respecto de los hombres, para solo Dios, en quien es lo mismo hacer que hablar y lo mismo hablar que querer, no será imposible toda palabra.
Pudieron prever y predecir los Profetas que la Virgen o la estéril habían de concebir y alumbrar, ¿pero pudieron hacer por ventura que concibiese y alumbrase? Mas Dios les dio a ellos el poder de predecirlo, con la facilidad con que entonces pudo predecirlo por medio de ellos, pudo ahora, cuando quiso, cumplir por sí mismo lo que había prometido. Porque en Dios ni la palabra se diferencia de la intención porque es Verdad, ni el hecho de la palabra, porque es Poder, ni el modo del hecho, porque es Sabiduría, y por eso no será imposible para Dios toda palabra.
Oísteis, oh Virgen, el hecho, oísteis también el modo. Lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gozáos, pues, hija de Sión, alegraos, hija de Jerusalén. Ya que ha dado el Señor a vuestros oídos gozo y alegría, oigamos de vuestra boca la respuesta que deseamos, para que con ella entre la alegría y gozo en nuestros huesos afligidos y humillados. Oísteis, vuelvo a decir, el hecho y lo creísteis: creed lo que oísteis también acerca del modo. Oísteis que concebiréis y daréis a luz un hijo; oísteis que no será por obra de varón sino por obra del Espíritu Santo. Mirad que el ángel aguarda vuestra respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió.
Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenado a muerte la divina sentencia, de la que seremos librados por vuestra palabra. Ved que se pone en vuestras manos el precio de nuestra salud, al punto seremos librados si consentís. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos creados y con todo eso morimos, pero por vuestra breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir. Os suplica esto, oh piadosa Virgen, el triste Adán desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Abraham y David con todos los otros Santos Padres, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte. Esto mismo os pide el mundo todo postrado a vuestros pies.
SAN BERNARDO, Las grandezas de María, c. 5.
José María Pemán
La Contemplativa
¿Cuál fue el impacto de esta «tercera Anunciación» de los pastores en el corazón de María? A pesar de la poca calificación social de los mensajeros, el mensaje no podía, para Ella, perderse en una indiferencia pasiva. Para Ella, en su intimidad, venía al encuentro de los mensajes anteriores, de los hechos que los certificaban. ¿No parecía ya rebasado el vaso de las convicciones? Si su corazón se había derramado en palabras y confidencias ante Isabel, ¿no era la hora ya de que se derramase en acción?
En un orden humano, achicados los niveles para que quepan mejor en nuestra comprensión humilde, la situación de María era parecida a la de la familia Souvirous o a la de los padres de los pastorcitos de Fátima. Era, como esos, poseedora de un gran secreto que parecía, por esencia, destinado a sobrepasar aquella etapa íntima y alcanzar una eficacia social. ¿Qué hicieron esos conocedores de las pequeñas anunciaciones subalternas de Fátima o Lourdes? Tenían ante ellos la Iglesia: una organización oficial depositaria de la verdad y el juicio. A ella corrieron con su confidencia. Y en ella encontraron reservas, contradicción, recelo…, y al fin consuelo, aceptación y confirmación.
¿Hacia quién podía correr María con su enorme confidencia? Tenía en el Templo a los sacerdotes y levitas: profesionales del culto y del rito, poco amigos de perturbaciones noveleras, y por aquella hora, sobre todo, absolutos «colaboracionistas» manejados por Roma como solapado instrumento colonial. Mal auditorio para ir a decirles que había nacido el Rey de los judíos. Luego había los «escribas» o doctores de la Ley. Ellos significaban lo más parecido a lo que hoy llamaríamos la Iglesia: la interpretación auténtica de la Torah o ley escrita, y la prolongación de ésta por la tradición o ley hablada. La palabra de los escribas era pétrea y dogmática; «mayor fuerza tienen las palabras de los escribas que las palabras de la Torah», había sentenciado el Sanedrín. Y casi todo el escalafón de los «escribas» estaba cubierto por duros fanáticos del partido «fariseo», donde se conservaba el espíritu nacionalista y puritano que se había rebelado contra Antioco Epifanes en la hora de los Macabeos. Estos eran los principales e intransigentes artífices del esquema del Mesías—Rey temporal y caudillo liberador—. Estos mantenían esa estampa en la generalidad del pueblo subyugado, con esa virtud mágica—de bandera, símbolo, palabra—por los que hemos visto, en nuestros días, verter torrentes de sangre a los países. Mal auditorio éste para que una pobre muchacha corriera a él con su cuento de niños nacidos en un pesebre y de ángeles que hablaban de paz. Para hacerse un poco la idea del contaste psicológico basta pensar en la suerte de cualquier mensaje de esta especie—conciliatorio y pacifista—en el hervor pasional de un Marruecos, un Chipre o una isla de Formosa, en trance de nacionalismo e independencia.
Es más. Seguramente María, en todas sus certificaciones íntimas del gran prodigio mesiánico, no veía sino una incitación a dejar libre el camino inexplicable de la Providencia. Ella era también una fiel judía, seguramente reverente para el sacerdocio oficial, para la sinagoga y las decisiones de los doctores. Si Dios quería que su obra salvadora y redentora empezara a partir de cero, de un pesebre y un establo, El buscaría el modo de hacerlo. No se sentía seguramente la humildad de María investida de funciones dirigentes ni revolucionarias. Estaba ya muy petrificada y mineralizada la interpretación política que se le oponía. De los cuatrocientos cincuenta y seis pasajes mesiánicos de la Escritura que antes dije, seguramente se habían dejado oscurecer hasta dos tercios, referidos al «siervo paciente» que podían casar con su pesebre y sus pobrezas, y sólo estaba iluminado el tercio de resonancia política y militar. No sé cómo llevar al ánimo del lector la imagen exacta de la amarga situación psicológica de la pobre nazarena. Quizá medio podamos comprenderla poniéndonos un poco en nuestra hora. En cierto modo, ¿no hemos heredado nosotros también, en nuestra juventud, un Evangelio, oscurecido en dos tercios, y valorado en un tercio convencional? ¿No eran el «cristiano» que muchos nos mostraban, el devoto, el cofrade, el piadoso, tipos tan rehechos como el Mesías político del siglo I? ¿No había zonas inmensas del mensaje cristiano, de sustancia social y amorosa, oscurecidas en beneficio de mil rutinas casi supersticiosas y mil posturas casi políticas? ¡Cuánto han sufrido en su soledad impotente algunas almas excepcionales y auténticas frente a tanto ejército asperjado, tanta peroración místico-patriotera, tanto partido exclusivista, tanto culto ostentoso, tanta dilapidación suntuaria! Por ese caminito se podrá medio adivinar la situación íntima de María. María sufría ese tremendo drama de las almas delicadas frente a las claudicaciones oficiales y los confusionismos masivos. No tenía enfrente la herejía, ni la infidelidad. No podía sentirse ni Judith ni Esther. Tenía enfrente su propio pueblo, su propia religión. Había aprendido desde sus primeros años que el Mesías vendría sonoramente para todo su pueblo… Y ahora ella le tenía, en un pesebre, casi escondido como una vergüenza.
Por eso la reacción de María no fue salir corriendo hacia nada ni hacia nadie. Su reacción única fue la que expresa en su sosegado versillo San Lucas: «María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón.» Sin darse cuenta, comenzaba en ella el nuevo estilo interiorista, de la Ley de Gracia. María iniciaba la vida contemplativa. Del silencio y la meditación iba a salir la revolución que su pueblo esperaba a son de trompetas y tambores.
Frente a un pueblo de ritos plásticos, salmos orales, leyes minuciosas, gestos, abluciones, María se ha puesto sencillamente a meditar. Luego, pasados siglos, vendrán los maestros de ese oficio altísimo y difícil a discriminar toda la estrategia meditativa tan tornasolada y matizada: dudas, sequedades, avideces, gozos, favores, unión… María comenzaba el nuevo ejercicio por la más árida y angustiosa meditación de la Duda. Ningún camino de Dios es llano y fácil. María en Belén es terrible advertencia para los que crean que la Mística es un buen negocio de regalada quietud. Tenía a Dios a su lado. Los ángeles la visitaban y garantizaban… Y ella no había salido en su íntima meditación, de la primera palabra que le había dicho al Arcángel
Gabriel: «¿Cómo puede ser esto?»
LA CIRCUNCISIÓN
A los ocho días de nacido ordenaba la Ley que el niño fuese circuncidado. El rito tenía tal importancia, que era de los pocos que legalmente «desplazaban el sábado»: o sea que en sábado podían hacerse. A los ocho días, pues, el Niño fue sometido a la circuncisión.
La iconografía ha sido bastante optimista con esta escena. En pocas ha funcionado más el anacronismo simbólico. El Niño aparece circuncidado poco menos que en el Vaticano, por sacerdotes barbudos u obispos con mitra. Además, en la cara de María han pintado no pocos, como el «anónimo toledano», esa sonrisa complaciente que tan frecuentemente sorprendemos en las madres en toda escena donde su niño actúa de protagonista. Parece como que todo lo infantiliza la presencia de un niño. Y hasta la misma gravedad sacramental de bautismo se ilumina con esa misma sonrisa de materna superioridad tolerante que preside las ceremonias levemente cruentas, de abrirle a la niña los orificios para los zarcillos o vacunar al varoncito.
Probablemente la ceremonia se celebró «en la más estricta intimidad»: como dicen ahora las gacetillas sociales. En la cueva de Belén todavía, según unos; según otros, en alguna casa de amigos de la aldea. En cualquier caso, sin ese jolgorio de fiesta de familia que Lucas cuenta en la circuncisión del primo Juan, orquestada de prodigios y maravillas. Acaso fue el propio José el que actuó con el cuchillito de piedra o metal.
Y probablemente la cara de María revelaba más bien una preocupación meditativa y alejada. Porque a la circuncisión habría precedido un coloquio íntimo de mutuas perplejidades entre José y María. ¿Tenían que someter a su Hijo a la Ley? ¿Eran consecuentes con la cadena de maravillas sobrenaturales que les venían sucediendo al obligar al Hijo a aquel rito humillante y levemente sangriento?
Venció la prudencia y el silencio, que venían siendo su norma. Iban a ponerse en contacto otra vez con la religión ritualista y oficial: y lo harían como fieles sumisos, no como reformadores. Si era el Redentor lo que tenían en sus brazos, el pesebre y la humildad de sus padres les indicaba que El haría su tarea como quisiera, pero sin ruido, sin empezar por ponerse al margen de la piedad oficial.
María y José adivinaban y resolvían bien frente a todos los reformistas brillantes, críticos o violentos de los siglos. Enseñaban hasta dónde debe funcionar la transigencia prudente. La circuncisión fue la primera aspereza ritual: como tantas que luego habían de herir a las almas vocadas para la plenitud perfecta y la verdad desnuda de la Ley Nueva. Era ya la procesión fatigosa, la musiquilla ingenua, la imagen colorista y antiestética, el sermón mediocre, la banda celeste, ¡todo eso más duro a veces de tolerar que el sacrificio ruidoso y valiente! La menudencia. La pequeñez de cada día. Luego llegará el día en que aquel Niño derramará toda su sangre para revolucionar en el mundo esencias y estilos. Pero, por lo pronto, su Madre, silenciosa y meditativa, ha acertado sometiéndolo a ese rito para El formalista y superfluo… La primera sangre de Jesús va a ser vertida para disimular su divinidad.
PEMAN, Lo que María guardaba en su corazón, RIALP Madrid 1979, 4ª ed., pág. 55-60
La maternidad de María
Perpetua virginidad de María. A los padres
Todavía estaba él platicando al pueblo, y su madre y sus hermanos estaban fuera y le querían hablar. Por lo que uno dijo: “Mira que tu madre y hermanos están ahí fuera preguntando por ti.” Pero él, respondiendo al que se lo decía., replicó: “¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?” Y mostrando con las manos a sus discípulos: “Estos, dijo, son mi madre y mis hermanos. Pues cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” Esto hubiese yo gustado fuera el tema de la plática; mas, no habiendo querido pasar en silencio sobre lo anterior, me parece consumí ya buena parte del espacio disponible. En esto que ha poco propuse, hay muchos pliegues y nudos dificultosos; v. gr.: cómo nuestro Señor Jesucristo menospreció piadosamente a su Madre, no siendo ella una madre cualquiera, sino una tal madre, virgen y madre, a la que otorgó la fecundidad sin mengua de su entereza; virgen que concibe como madre y da a luz y queda virgen, y virgen que permanece perpetuamente. El menospreció a una tal madre para que no se mezclara el afecto materno en la obra que tenía entre manos y la impidiese. ¿Qué estaba él haciendo? Les estaba hablando a los pueblos, destruyendo los hombres viejos, edificando los nuevos, librando las almas, soltando a los atados, iluminando las mentes ciegas; estaba, en fin, haciendo una cosa buena, y en ella ponía todo el calor de su obra y de su palabra. Estando en esto, se le anunció el afecto carnal. Oísteis ya su respuesta, ¿para qué voy a repetirla? Óiganla las madres para no estorbar con su afecto carnal las buenas obras de sus hijos; porque, si los estorban en ello y en sus obras se entrometen, serán menospreciadas por los hijos. Me atrevo a decir que no hacerles caso será en los hijos piedad. Si ocupado el hijo en la buena obra viene su madre a estorbársela, ¿tendrá razón de lamentarse, casada o viuda que sea, habiéndolo sido la Virgen María? Pero me dirá: ¿Dónde vas a comparar con Cristo al hijo mío? Ni le comparo a él con Cristo ni a ti con María. No desaprobó nuestro Señor Jesucristo el afecto maternal, pero nos dio un alto ejemplo de posponer a la madre cuando se atraviesa en la obra de Dios. Era doctor enseñando y posponiendo, y se digno desdeñar a la suya para enseñarnos el desapego hacia los padres estando de por medio el servicio de Dios.
Cristo y los dos sexos
Cristo, que pudo existir sin padre, ¿no pudo existir sin madre? Si convenía, o más bien porque convenía se hiciera hombre por el hombre el Hacedor del hombre, traed a la memoria de dónde sacó al hombre primero Hecho fue sin padre ni madre; mas quien tales comienzos pudo dar al linaje humano, ¿no fue poderoso a repararla de modo semejante? ¿Le era tan difícil a la Sabiduría, al Verbo de Dios, a la Virtud de Dios, al Hijo Unigénito de Dios, hacer el hombre que había de adaptar a sí de donde hubiese querido? Los ángeles se mostraron hombres a los hombres. Abrahán los alimentó, como a hombres les convidó y, a más de verlos, los tocó, pues les lavó los pies. ¿Por ventura todo aquello lo hicieron los ángeles bien como fantasmas de magia? Luego si pudieron los ángeles, cuando les plugo, tomar forma humana, ¿no podría el Señor de los ángeles hacer de lo que gustara el hombre verdadero que había de tomar? No quiso tener padre en cuanto hombre, para no venir a los hombres por medio de concupiscencia carnal; pero quiso tener madre, para enseñar a los hombres el piadoso menosprecio. Quiso tomar para sí el sexo masculino, y se dignó honrar el sexo femenino en su Madre; porque también la mujer había pecado, y ella propinó al hombre el veneno; ambos cónyuges fueron engañados por el demonio, y si Cristo hubiese sido varón sin contar con el sexo femenino, perderían las mujeres la esperanza, y más teniendo en cuenta que por la mujer había caído el hombre. Por eso honró a los dos, mostró aprecio a los dos y tomó de los dos. Nació varón de mujer. No perdáis la esperanza. Cristo se ha dignado nacer de mujer; a la salud por Cristo concurren uno y otro sexo: el hombre y la mujer, porque no hay ni hombre ni mujer desde el punto de vista de la fe. Cristo enseñó a menospreciar a los padres y también a quererlos. Entonces amas ordenada y piadosamente a los padres cuando no los antepones a Dios. El que ama a su padre o a su madre más que a mí— son palabras del Señor— no es digno de mí. Estas palabras, así como están, parecen decir que no los ames; pero, si reparas en ellas, verás te dicen que los ames. Pudo haber dicho: El que ame a su padre o a su madre, no es digno de mí; no lo dijo por no hablar contra la ley que había él mismo impuesto, ya que no fue otro quien por Moisés dio el mandamiento que dice: Honra a tu padre y a tu madre. Ahora, pues, no ha promulgado ley nueva: te encareció aquélla; ni echó al suelo la piedad, sino sólo mostró el orden del amor. El que ama a su padre o a su madre, pero más que a mí. Ámalos, pero no más que a mí. Dios es Dios y el hombre es hombre. Quiérelos a los padres, muéstrate sumiso a los padres, honra a tus padres; pero, si te llama Dios a cosa mejor, para lo cual pueda ser obstáculo el amor a los padres, guarda el orden, no perviertas el orden del amor.
Contra los maniqueos sobre la Madre de Cristo
Y siendo tan verdadera la doctrina de nuestro Señor y Salvador, ¿quién pudiera imaginarse habían los maniqueos de tomar pie de ahí para decir calumniosamente que Cristo no tuvo madre? Ellos, los muy insípidos, saben no haber Cristo tenido madre humana, bien que lo contradiga el Evangelio, luz de la verdad. Ved sus razonamientos. El mismo dice… ¿Qué dice? ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Niégalo él, y ¿tienes tú osadía de imponerle lo que niega él tener? Él dice: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos?; y tú dices: “Tiene madre.” ¡Oh necio y abominable amigo de discusiones!, dime, ¿por dónde sabes tú haber dicho el Señor: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Niegas haya Cristo tenido madre e intentas probarlo con las palabras: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos: Y si viniese uno afirmando no haber Cristo dicho tal cosa, ¿por ventura le convencerías? Responde, si puedes, a quien te niegue haya Cristo dicho tal; porque lo mismo que uses para convencerle a él, valdrá para vencerte a ti. ¿Vino, por ventura, Cristo a decirte al oído que sí había dicho eso? Responde, y serás convencido por tus mismos labios. Demuéstranos haber Cristo dicho esas palabras. Vas a decir: Echaré mano del libro, abriré el Evangelio, recitaré las palabras escritas en él. Bien, bien. Pues yo hago lo mismo; voy a echar mano del Evangelio, y con el Evangelio te ataré y te ahogaré. Vamos, abre ya el Evangelio y recita lo que, a tu modo de ver, te favorece. ¿Quién es mi madre? La razón de haberlo dicho la tienes algo más arriba; estando él hablando, fue uno a decirle: tu madre y tus hermanos están afuera. Mas no quiero aún meterte en aprietos; aún no quiero echarte la mano y ahogarte, porque todavía puedes decir que no dijo verdad o dijo mentira quien le dio el aviso; por donde la réplica del Señor: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, equivale a un mentís. Y ¿a quién hemos de dar fe: al mensajero o a Cristo, que rechaza el anuncio? Óyeme aún otra pregunta. No sueltes el Evangelio, no arrojes el libro; ten por él y da crédito al Evangelio, pues de no dárselo, ya no tienes modo de probar haya el Señor dicho: ¿Quién es mi madre? Y habiendo concedido al Evangelio la autoridad merecida, oye lo que te pregunto. Ha poco te preguntaba por dónde sabías tú que Cristo dijo: ¿Quién es mi madre? ¿Qué sucedió antes? Un correo le dijo: Ahí afuera está tu madre; pero ¿qué había pasado antes? Te ruego que leas…; mas veo tienes reparo en leer… Respondió el Señor y dijo… ¿Quién dijo? No pregunto quién dijo: ¿Quién es mi madre?, porque has de responder que lo dijo el Señor; sino quién dijo: Respondió el Señor… Habrás de contestar: El evangelista. Y el evangelista, ¿dijo verdad o mentira? Fuerza es respondas que dijo verdad o mentira. Respondió el Señor, y le dijo… Esta frase del evangelista, ¿es verdad o es mentira? Si afirmas que el evangelista mintió al decir: Respondió el Señor…, pregunto yo: ¿Por dónde conoces tú haber dicho el Señor: ¿Quién es mi madre? Si toda la fuerza de tu razonamiento estriba en afirmar que Cristo dijo: ¿Quién es mi madre?, porque lo dice el evangelista, esa fuerza es nula no dando crédito al evangelista. Por donde, si das fe al evangelista —nada vale lo que dices si se la niegas—, lee lo dicho antes por el mismo evangelista.
Prosigue la misma materia
¡Mucho te hago esperar!; Cuánto espacio te tengo en suspenso! Hágalo en provecho tuyo, por que más pronto seas vencido. Atiende, mira, lee. Veo no quieres; saca el libro, yo leeré… todavía estaba él platicando al pueblo… ¿Quién dice esto? El evangelista, al cual, si no le crees, Cristo no ha dicho nada, y si Cristo no ha dicho nada, tampoco dijo: ¿Quién es mi madre?; pero si Cristo dijo: ¿Quién es mi madre?, el evangelista dijo la verdad. Veamos, pues, lo que dijo: todavía estaba él platicando al pueblo, y ved ahí que su madre y sus hermanos estaban fuera y le querían hablar. El mensajero de quien puedes afirmar le dijo mentira, aun no le había dicho nada. Para mientes en lo que anunció y en lo que dice antes el evangelista: Todavía estaba él platicando al pueblo, y ved ahí que su madre y sus hermanos estaban fuera. ¿Quién dice esto? El evangelista, a quien tú crees haber dicho el Señor: ¿Quién es mi madre? Y, de no creerlo todo por igual, el Señor no ha dicho tampoco: ¿Quién es mi madre? Presta crédito, pues, al que dijo haber dicho el Señor: ¿Quién es mi madre?, pero el que refiere que dijo el Señor: ¿Quién es mi madre?, es el mismo que escribió: Todavía estaba él platicando al pueblo, y ved ahí que su madre estaba fuera… ¿se infiere de ahí que negó a su madre? ; Ni por ensoñación. Entiéndelo bien: no negó a su madre; antepuso a su madre lo que estaba haciendo. Lo último es averiguar por qué dijo el Señor: ¿Quién es mi madre?; lo primero es ver que tuvo de quién decirlo. La tuvo, estaba fuera y quería hablarle. Dime: ¿por dónde lo sabes? Lo dijo el evangelista, al cual, si no le doy fe, no puedo afirmar haya dicho el Señor ni lo uno ni lo otro. Luego tuvo madre. Pero ¿qué significa el haber dicho: ¿Quién es mi madre? En lo que yo estoy haciendo, ¿quién es mi madre? Si a uno que se halla en un inminente peligro y tiene padre le dices: “Tu padre te libre”, sabiendo no puede su padre hacerlo. ¿No te responderá con sumo respeto a su padre, mas también con suma verdad: “¿Quién es mi padre? Para esto que ahora quiero, para esto que ahora necesito, ¿qué vale mi padre?” En aquello, pues, que Cristo estaba haciendo de soltar a los atados, iluminar las inteligencias, edificar los hombres interiores, fabricarse un templo espiritual, ¿quién era su madre? Si por haber Cristo dicho: ¿Quién es mi madre?, vais a deducir que no tuvo madre, también diréis que los discípulos no tuvieron padre, pues el Señor les dice: No llaméis a nadie vuestro padre sobre la tierra —son palabras del Señor—; no llaméis a nadie vuestro padre sobre la tierra, pues uno solo es vuestro Padre, el cual está en los cielos. Tuvieron padres, mas cuando se ha de ir a la regeneración, búsquese al padre de la regeneración; no se niegue al padre de la generación, pero antepóngasele el padre de la regeneración.
Fundamento de la excelencia de María
Os ruego, hermanos míos, paréis mientes, sobre todo, en lo dicho por el Señor, extendiendo su mano hacia los discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos. Y el que hiciere la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. ¿Por ventura no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que dio fe (a las palabras del ángel: fide credidit) y por la fe concibió y fue escogida para que, por su medio, naciera entre los hombres nuestra Salud, y fue creada por Cristo antes de nacer Cristo de ella? Hizo, hizo por todo extremo la voluntad del Padre la santa Virgen María, y mayor merecimiento de María es haber sido discípula de Cristo que madre de Cristo. Mayor ventura es haber sido discípula de Cristo que madre de Cristo. María es bienaventurada porque antes de parirle llevó en su seno al Maestro. Mira si no es verdad lo que digo. Pasando el Señor seguido de las turbas y haciendo milagros, una mujer exclama: Bienaventurado el vientre que te llevó; y el Señor, para que la ventura no se pusiera en la carne, responde: Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. María es bienaventurada, porque oyó la palabra de Dios y la puso en práctica; porque más guardó la verdad en la mente que la carne en el vientre. Verdad es Cristo, Carne es Cristo: Verdad en la mente de María, Carne en el vientre de María, y vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero aun es mejor la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminentísimo; mas, al fin, un miembro de todo el cuerpo, y es más el cuerpo que un miembro. La cabeza es el Señor, y todo Cristo es la cabeza y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una cabeza divina; tenemos a Dios por cabeza.
Cómo puede ser el cristiano madre de Cristo
Así, pues, hermanos míos, reparad en vosotros mismos. También vosotros sois miembros de Cristo, también vosotros sois el cuerpo de Cristo; y mirad en qué modo sois lo que dice: He ahí a mi madre y a mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? Cualquiera que oye y cualquiera que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Comprendo diga hermanos y hermanas, porque una es la herencia por la misericordia de Cristo, que, siendo único, no quiso ser solo, antes le plugo fuésemos herederos del Padre y coherederos suyos, herencia tal que, no por ser muchos los herederos, puede achicarse. Comprendo, pues, seamos nosotros hermanos de Cristo, y que las hermanas sean las mujeres santas y fieles; pero ¿cómo entender seamos también madres de Cristo? Nos ha llamado a todos hermanos y hermanas de Cristo, y ¿no me atreveré yo a llamarnos madres de Cristo? Sí, por cierto. Pero ¿cómo, aun habiéndoos llamado a todos hermanos de Cristo, me atreveré a llamaros madres de Cristo? Pues aun me atrevo menos a negar lo que dijo Cristo. Ea, carísimos, entended cómo la Iglesia, que es cosa averiguada ser esposa de Cristo, es también madre de Cristo. La Virgen María la precedió figurativamente. ¿Por qué, decidme, María es madre de Cristo, sino por haber dado a luz los miembros de Cristo? Vosotros, a quienes estoy hablando, sois los miembros de Cristo. ¿Quién os dio a luz? Escucho la voz de vuestro corazón: la madre Iglesia. Esta santa y honrada madre, por modo semejante al de María, da a luz y es virgen. Que da a luz, lo pruebo por vosotros mismos: habéis nacido de ella; y alumbra también a Cristo, porque vosotros sois miembros de Cristo. He probado su calidad de madre; os demostraré su condición de virgen; no me falta el testimonio divino: no me falta. Adelántate hacia el pueblo, ¡oh bienaventurado Pablo! Sé testigo de mi aserción. Levanta la voz y di lo que yo quiero decir: Os tengo desposados con este único esposo, Cristo, para presentaros a él como una casta virgen. ¿Dónde está esta virginidad? ¿En qué se teme la violación? Os tengo desposados con este único esposo, Cristo, para presentaros a él como una casta virgen; pero temo, dice, que así como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así sean maleados vuestros espíritus y degeneren “de la castidad” que hay en Cristo. Conservad en la mente la virginidad de la mente. La virginidad es la integridad de la fe católica. Donde fue corrompida Eva por la astucia de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia por don del Omnipotente. Luego dad a luz en la mente a los miembros de Cristo, como la Virgen María alumbró de su vientre a Cristo, y así seréis miembros de Cristo. No es cosa difícil para vosotros, no es cosa sobre vuestras fuerzas, no es cosa de imposible alcance para vosotros. Fuisteis hijos, sed también madres; hijos, cuando fuisteis bautizados; entonces nacisteis en cuanto miembros de Cristo. Llevad al baño del bautismo a los que podáis, para que, así como fuisteis hijos cuando nacisteis por este modo, así, llevando a otros a nacer, seáis también madres de Cristo.
(SAN AGUSTIN, Sermón 25: La maternidad de María, O.C. (VII), BAC Madrid 1983, Pág. 111- 123)
Del Oficio de Lectura, 27 de junio, San Cirilo de Alejandría, Obispo y doctor de la Iglesia +444
Defensor de la maternidad divina de la Virgen María
De las cartas de san Cirilo de Alejandría
Carta 1: PG 77, 14-18. 27-30
Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los santos Padres.
Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.
Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».
Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.
Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.
Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
* * *
Homilía de San Cirilo de Alejandría
En la homilía que San Cirilo de Alejandría pronunció en el Concilio de Éfeso, dirigió a la Madre de Dios alabanzas como éstas:
“Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo tesoro de todo el orbe, antorcha inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, habitáculo de aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, Virgen y Madre por quien se nos ha dado el llamado en los Evangelios bendito el que viene en nombre del Señor.
Salve, tú que encerraste en tu seno virginal al que es inmenso e inabarcable. Tú, por quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada. Tú, por quien la cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el mundo. Tú, por quien exulta el cielo, se alegran los ángeles y arcángeles, huyen los demonios, por quien el diablo tentador fue arrojado del cielo, y la criatura, caída por el pecado, es elevada al cielo…
¿Quién de entre los hombres será capaz de alabar como se merece a María, digna de toda alabanza? Es Virgen y Madre: ¡qué maravilla! Este milagro me llena de estupor. ¿Quién oyó jamás decir que al constructor de un templo se le prohíba entrar en él? ¿Quién podrá tachar de ignominia a quien toma a su propia esclava por Madre?
Nosotros hemos de adorar y respetar la unión del Verbo con la carne, hemos de tener temor de Dios y dar culto a la Santa Trinidad, hemos de celebrar con nuestros himnos a María, la siempre Virgen, templo santo de Dios, y a su Hijo, el Esposo de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Jornada Mundial de la Paz
Entrada:
El Hijo de Dios es verdaderamente hombre porque ha nacido de María. Por eso María es Madre de Dios. Y por eso ocupa un lugar central en la fe y en la espiritualidad cristianas.Este es el designio providencial de Dios: Ella es su colaboradora para entregar a su Hijo al mundo y salvarnos por medio de Él.
Primera Lectura:
El nombre santo de Dios es bendición y protección para todos los que lo invocan.
Segunda Lectura:
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer para redimirnos y hacernos hijos adoptivos suyos.
Evangelio:
María conservaba y meditaba en su Corazón todo el misterio que Dios iba revelando en su Hijo.
Preces:
Hermanos, dirijamos a Dios nuestras necesidades en este año que comienza confiados en la intercesión de María Santísima.
A cada intención respondemos cantando:
* Por las intenciones del Santo Padre para este mes de enero: para que el empeño de los cristianos a favor de la paz sea ocasión para dar testimonio del nombre de Cristo a todas las personas de buena voluntad. Oremos…
* Para que las víctimas de desastres naturales reciban el alivio espiritual y material necesario para reconstruir sus vidas. Oremos…
* Por los jóvenes, para que comprendan que sólo siguiendo a Jesús se encuentra el verdadero sentido de la vida y el gozo duradero, y para que busquen siempre crecer en la amistad con Él. Oremos…
* Por las familias, y para que la sociedad reconozca y proteja la vida desde el primer momento de la concepción hasta su muerte natural, lo mismo que el papel indispensable de la estabilidad del matrimonio. Oremos…
* Por la evangelización de los pueblos, para que los misioneros sepan transmitir el don de la vida nueva y de la libertad de los hijos de Dios obrada por Cristo con su redención. Oremos.
Dios eterno, principio y fin de todas las cosas, acoge con bondad las súplicas que te dirigimos por medio de María, concédenos la paz que el mundo no puede dar, y haz que te sirvamos fielmente todos los días de nuestra vida. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
Nos ponemos en manos de María para que nos ofrezca a Dios con todo lo que somos y tenemos para gloria suya, y llevamos al Altar:
+ Incienso y las oraciones de todos los que piden por la paz del mundo.
+ Pan y Vino y las esperanzas de los hombres en este año nuevo para que sean bendecidas por Cristo nuestro Salvador.
Comunión:
Recibamos a Jesús sacramentado, y llenos de gozo cantemos las alabanzas de Dios que hace maravillas en sus siervos.
Salida:
Hoy María Santísima, Aurora del mundo nuevo, nos ha alcanzado la bendición de Dios. Acojamos siempre esta bendición y procuremos caminar en su presencia.
La Santa Madre de Dios
En las crónicas de la Orden de San Francisco se lee que yendo dos religiosos a visitar un santuario en honor de la Virgen Madre Dios, se les hizo de noche cuando se hallaban en medio de un espeso bosque; por lo que confusos y afligidos no sabían que hacer. Pero adelantándose un poco más les pareció que entre la oscuridad divisaban una casa. Llegan a ella, tocan las paredes a tientas, buscan la puerta, y llaman. Oyen que desde dentro les preguntan: ¿Quién es? Ellos contestaron que eran dos pobres religiosos de la orden franciscana perdidos aquella noche por el bosque, y que pedían les albergasen a lo menos para no ser devorados por los lobos.
Luego oyen abrir la puerta y ven a dos sirvientes ricamente vestidos que les recibieron con gran cortesía. Los religiosos preguntaron quien habitaba aquel palacio. Los sirvientes contestaron que vivía allí una señora muy piadosa.
“Desearíamos saludarla -dijeron ellos- y darle gracias por habernos acogido”. Los sirvientes respondieron: “vamos, porque ella también quiere hablaros”. Suben le escalera, encuentran las habitaciones todas iluminadas, adornadas elegantemente, y se percibía en ellos un olor que parecía celestial. Finalmente entran donde se hallaba la dueña de casa, y hallan una señora majestuosa, la cual les acogió con la mayor benignidad, y después les preguntó a donde se dirigían. Ellos contestaron que iban a visitar una iglesia de la Bienaventurada Virgen Madre de Dios.
“Siendo pues así –dijo la Señora- cuando partáis quiero daros una carta mía que os será muy útil”. Y mientras aquella Señora les hablaba, se sentían inflamar en el amor a Dios, experimentando una alegría que nunca habían probado. Se fueron después a dormir, pero en realidad no pudieron conciliar el sueño en medio de tanto gozo, y a la mañana se presentaron otra vez a la Señora para despedirse de ella, darle gracias y tomar al mismo tiempo la carta que afectuosamente recibieron, y se marcharon.
Mas ni bien, habían salido de la casa, se dieron cuenta que la carta no tenía escrito para quien iba dirigida. Entonces retroceden y no encuentran la casa. Finalmente abren la carta para ver a quien iba dirigida y encuentran en ella que María Santísima les escribía a ellos mismos, y les daba a entender que ella era la Señora que habían visto aquella noche, y que por la devoción que le tenían les había proveído de casa y hospedaje en aquel bosque; que continuasen sirviéndola y amándola, que Ella les recompensaría siempre con sus obsequios, y les socorrería en la vida y en la muerte. Y al pié de la carta leyeron la firma que decía: “Yo, María Virgen, Madre de Dios”.