El Crossfit es una de las actividades deportivas más completas, ya que trabaja, de manera variada y no monótona, las diez grandes áreas físicas principales… bla, bla, bla. A pocas horas de entrar a hacer una tanda de Ejercicios Espirituales, según el método de San Ignacio, es que se me ocurrió pensar que iba a someter mi alma a algo así como el crossfit, esa actividad física tan de moda hoy en el mundo. Una actividad de altísima intensidad.
Los ejercicios ignacianos, que en la actualidad no son conocidos por la masa de los católicos, tienen tantos avales y recomendaciones, a lo largo de la historia, de Papas y de santos, que vale la pena detenerse a pensar el porqué de tanto crédito de tan autorizadas personas.
Pensé, entonces, en releer la carta encíclica “Mens Nostra”, de Pío XI.
Hoy en día hay una especie de rechazo o desvalorización de estos ejercicios por parte de algunos católicos que se creen con autoridad para poner en duda el valor de este verdadero tesoro con que cuenta la Iglesia.
El término “tesoro” con que los califico, no es mío. Veamos que nos dice Pío XI: “…por disposición de la divina Providencia y por obra de su insigne siervo Ignacio de Loyola nacieron los Ejercicios espirituales, propiamente dichos: Tesoro —como los llamaba aquel venerable varón de la ínclita Orden de San Benito, Ludovico Blosio, citado por San Alfonso María de Ligorio en cierta bellísima carta «Sobre los Ejercicios en la soledad»—, «tesoro que Dios ha manifestado a su Iglesia en estos últimos tiempos, por razón del cual se le deben dar muy rendidas acciones de gracias» (Mens Nostra, II, 10)
Este tesoro, nos dice el Papa, nació por disposición de la Divina Providencia, es decir que no es un método que se le ocurrió al pasar a San Ignacio.
Y Pío XI nos pone un ejemplo, sobradísimo, para que veamos la real eficacia de los Ejercicios: “De estos Ejercicios espirituales, cuya fama se extendió muy pronto por toda la Iglesia, sacó nuevos estímulos para correr más animosamente por el camino de la santidad, entre otros muchos, el venerable y por tantos títulos carísimo para Nos, San Carlos Borromeo,…”. (II, 11)
Nos está diciendo que un santo, del calibre de San Carlos Borromeo, se apoyó en ellos para correr más rápidamente a su fin último: ser santo. Y encima, el Papa nos dice que no solamente este santo, sino que también “otros muchos”.
Hoy en día, también, están muy de moda los ejercicios “abiertos”, fuera del silencio y con métodos diversos.
En la encíclica, el Papa, también nos dice, citando a la Imitación de Cristo, “En el silencio y la soledad aprovecha el alma devota” (IV, 20) y “recomendamos principalmente los Ejercicios espirituales practicados en secreto, los que llaman «cerrados», en los que el hombre se aparta con más facilidad del trato con las criaturas y recoge las distraídas facultades de su alma para dedicarse sólo a sí mismo y a Dios, por medio de la contemplación de las verdades eternas”. (Id. Ant.)
Y respecto del real valor de esta verdadera maravilla que son los Ejercicios ignacianos nos dice: “Y es cosa averiguada que, entre todos los métodos de Ejercicios espirituales que muy laudablemente se fundan en los principios de la sana ascética católica, uno principalmente ha obtenido siempre la primacía. El cual, adornado con plenas y reiteradas aprobaciones de la Santa Sede, y ensalzado con las alabanzas de varones preclaros en santidad y ciencia del espíritu, ha producido en el espacio de casi cuatro siglos grandes frutos de santidad. Nos referimos al método introducido por San Ignacio de Loyola, al que cumple llamar especial y principal Maestro de los Ejercicios espirituales, cuyo admirable libro de los Ejercicios, pequeño ciertamente en volumen, pero repleto de celestial sabiduría, desde que fue solemnemente aprobado, alabado y recomendado por nuestro predecesor, de feliz recordación, Paulo III, ya desde entonces, repetiremos las palabras empleadas en cierta ocasión por Nos, antes de que fuésemos elevado a la cátedra de Pedro, «sobresalió y resplandeció como código sapientísimo y completamente universal de normas para dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección; como fuente inexhausta de piedad muy eximia a la vez que muy sólida, y como fortísimo estímulo y peritísimo maestro para procurar la reforma de las costumbres y alcanzar la cima de la vida espiritual». (IV, 22)
Suficiente. No nos pueden quedar dudas del valor de lo que estamos hablando.
No obstante lo que arriba vimos, es común, que entre los católicos, seamos reacios a practicar estos ejercicios. No le damos el inmenso valor salvífico que pueden tener.
Muchos van al gimnasio o practican algún deporte como medio de recreación, pero, principalmente, como una eficaz ayuda para mantener la salud del cuerpo. ¿Creemos que el alma no tiene necesidad de lo mismo? ¿Creemos que el alma no pierde la virtud, la unión con Dios, que no se va anquilosando, si no se fortifica, si no solidifica las virtudes necesarias mediante las prácticas ascéticas?
Es cierto, los ejercicios ignacianos son para espíritus viriles, sean estos masculinos o femeninos, porque a través de ellos es que realmente podemos ver el estado de nuestra alma. Es una situación similar a quien va al gimnasio y se pone frente a un espejo para admirar la evolución de su apariencia física luego de su entrenamiento.
El alma, durante las meditaciones, va a ver, como en un espejo, su real estado. Es por eso que cuesta tanto aceptar someterse a este examen que nos muestra nuestra escualidez y raquitismo espiritual. Pero es que también, en la misma tanda de ejercicios, a la par que vemos nuestras miserias, se nos ofrecen los remedios a nuestros males, como si un médico nos diera las muestras gratis que tiene en su consultorio para curar nuestra anemia.
Solo se trata de dar el paso para olvidarse del mundo y de las vanas preocupaciones para quedar, algunos días, a solas, nuestra alma con Dios.
El pretexto habitual es la falta de tiempo. Pamplinas.
También es habitual el argumentar que son caros o que no tenemos plata. ¿No pagamos habitualmente una cuota por el gimnasio? ¿No pagamos la consulta al médico para una revisión de rutina o cuando algún mal nos aqueja? ¿Por qué menospreciamos la salud del alma, necesitada de remedios y especialistas, y nunca tenemos dinero para sus necesidades?
Siempre vamos a encontrar algún pretexto para no hacer los ejercicios.
El querido y recordado Padre Jorge Grasset, con su reciedumbre habitual, nos volvía a la realidad lacónicamente: “usted es un cobarde”. Y tenía razón. Y marchábamos, dóciles, a ejercitarnos.
Hay un último punto, especial, porque concierne a los padres respecto de autorizar a sus hijos a realizar los Ejercicios Ignacianos.
Uno ha escuchado, a veces, inexplicablemente, que no los autorizan por miedo “a que me los hagan curas” o frases similares.
Veamos.
San Roberto Belarmino encontró su vocación durante un retiro ignaciano. Pareciera que no le hizo ningún mal.
¿Qué nos dice Pío XI, en la carta encíclica, al respecto?
Refiriéndose a los jóvenes, en especial a los de la Acción Católica:
“…en ellos (en los ejercicios) no sólo hallan medios para imprimir en sí más perfectamente el sello de la vida cristiana, sino que tampoco es raro que oigan en su corazón la secreta voz de Dios, que los llama a los sagrados ministerios y a promover la salud de las almas”. (III, 17).
¿Tan mala le parece esta situación, a esos padres, que prefieren privar a sus hijos de esos verdaderos tesoros de los que nos habla la Iglesia?
¿Tan malo les parece a esos padres tener un hijo que pueda transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de NS Jesucristo, o que pueda perdonar los pecados?
Aprovechemos, todos, lo que la Providencia nos ha dado a través de San Ignacio de Loyola y hagamos como San Carlos Borromeo: corramos presurosos a la santidad.
Fuente: https://lamurallacatolica.com/2019/07/24/crossfit-para-el-alma/