PRIMERA LECTURA
El Espíritu Santo era derramado
también sobre los paganos
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-36.43-48
Cuando Pedro entró a la casa del centurión Cornelio, éste fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo soy más que un hombre».
Después Pedro agregó: «Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Todos los profetas dan testimonio de El, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre».
Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de Dios.
Pedro dijo: «¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que recibieron el Espíritu Santo como nosotros?» Y ordenó que fueran bautizados en el nombre del Señor Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedara con ellos algunos días.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 97, 1-4
R. El Señor reveló su victoria a las naciones.
O bien:
Aleluia
Canten al Señor un canto nuevo,
porque Él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria. R.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios es amor
Lectura de la primera carta de san Juan 4, 7-10
Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.
Palabra de Dios.
Aleluia Jn 14, 23
Aleluia.
«El que me ama será fiel a mi palabra,
y mi Padre lo amará e iremos a él», dice el Señor.
Aleluia.
EVANGELIO
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-17
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como Yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá. Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros.
Palabra del Señor.
P. José María Solé-Roma, C.F.M
Sobre la Primera lectura: (Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48)
A la discriminación entre judíos y gentiles sucede en la Nueva Alianza la integración de todos los hombres en Cristo:
– La Iglesia da un paso decisivo. Hasta ahora la componen ‘judíos’. Judíos de Palestina y judíos ‘Helenistas’. Llega el momento de abrir la puerta a los gentiles. Se la abre Pedro. En una visión (10, 9-20) se le enseña que se desprenda de prácticas legales caducadas, y sobre todo, que mire a todos los hombres como llamados por igual a formar el nuevo Pueblo de Dios. La Cruz de Cristo ha redimido y purificado a todos por igual. A nadie, pues, debe juzgar impuro o profano por prejuicios atávicos de raza. Con esto, la interpretación que Pedro da al Evangelio supera en mucho la visión de los Profetas del A. T. Estos, cierto, preanunciaron la universalidad de la Salvación Mesiánica (Is 49, 6; Ez 6, 9; Sof 3, 9; Zac 8, 20), pero siempre con unos derechos de privilegio o preeminencia para los judíos.
– En su discurso, Pedro fundamenta esta ‘igualdad’ de judíos y gentiles en el nuevo Israel de Dios:
- a) Dios no hace acepción de personas. Ante Él sólo se valoriza el amor, no la raza (vv 34. 35);
- b) Cristo es Señor y Redentor de todos por igual. Purificados por la fe en Él, carece ya de sentido la impureza ritual de la in circuncisión, a las que tanto valor dan a los hombres. Este diluvio del Espíritu Santo, este Pentecostés sobre la primera Comunidad cristiana compuesta de gentiles, funde en una sola Iglesia a todos los bautizados en la fe de Cristo (v 48);
─ En el corazón del hombre y en las agrupaciones humanas las fuerzas de disgregación (orgullo, egoísmos, racismos) serán siempre un peligro grave para la unidad cristiana. Esta, que se funda en la unidad de fe del Bautismo, se renueva, crece y se vigoriza en la celebración Eucarística: ‘Por cuanto uno es el Pan, un cuerpo somos toda la muchedumbre que de éste único Pan participamos’ (1Cor 10,17).
Sobre la Segunda lectura (1 Juan 4, 7-10)
Es un bello poemita que canta las excelencias de la Caridad. La Caridad, virtud teologal que es amor a Dios y al prójimo:
– a) La iniciativa del amor la tiene siempre Dios. Todo el amor deriva de Dios. El ama. El nos ama. El es siempre el primero en el amor. Debemos a la inspiración y al genio teológico de San Juan estas tres definiciones de Dios: ‘Dios es Espíritu’ (Jn. 4, 8), ‘Dios es Luz’ (1 Jn. 1, 5), ‘Dios es caridad’ (1 Jn. 4,8). Esta, sin duda, la más metafísica, cordial y existencial a la vez. b) Conocemos el amor sumo que nos ha tenido el Padre, en que nos ha enviado a su Unigénito para así llegar a nosotros la misma vida divina que el Padre da al Hijo (v 9). c) Pero el hombre sumido en pecado ni merece ni puede merecer el amor de Dios. ¿Cómo quitar de por medio el pecado? El amor sumo del Padre y del Hijo tiene otro latido infinito: El Unigénito se ofrece sacrificio expiatorio de todos los pecados de los hombres (v 10).
– También la Caridad, amor a los hermanos, es virtud teologal: a) Este amor procede del Padre: ‘Amémonos los unos a los otros; porque el amor de Dios procede’. b)La Caridad fraterna nos hace y nos manifiesta hijos de Dios: ‘Todo el que tiene caridad es hijo de Dios’ (v 7). c) La Caridad fraterna es equivalente al amor de Dios: ‘El que ama al (hermano) conoce (ama) a Dios’ (v 7). Es decir, al amar al hermano amamos a Dios en el hermano.
– Nacidos hijos de Dios debemos fructificar caridad: Amamos al Padre en Cristo; amor que nos da el conocimiento interno, la comunión personal, la experiencia gozosa, la posesión amorosa de Dios. Amamos en Cristo a los hermanos; con amor sincero, cálido, heroico, inmolado.
Sobre el Evangelio (Juan 15, 9-17)
Jesús, en su Discurso de la Ultima Cena, a la vez que se despide, nos promete su Presencia:
– Cesa su presencia visible, pero nos consuela con la reiterada promesa de su Permanencia y de su Presencia. Seguirá con nosotros: El Cristo Resucitado permanece y está presente en su Iglesia Presente y ‘nos restauras para la vida eterna, y multiplicas en nosotros el fruto del misterio Pascual, y vigorizas nuestra alma con el alimento del Pan salvador’ (Postc).
– Esta Presencia y Permanencia la realiza y la asegura el Amor. El Resucitado está presente en los que le aman (v 9). Amor, cuya demostración auténtica es la guarda de la voluntad de Cristo, especialmente el mandamiento de la caridad fraterna (10).
– De esta Presencia de Cristo en su Iglesia y en sus fieles deriva el gozo y la paz: ‘Esto os digo para que mi gozo esté en vosotros; y vuestro gozo sea colmado (v 11). En medio de las persecuciones vivimos en paz, confortados con la Presencia de Cristo: La Eucaristía.
San Juan (17, 11-19) nos guarda la oración sacerdotal de Cristo. La inicia al ir al Sacrificio; y la perpetúa en el cielo, donde ejerce su Sacerdocio eterno en favor nuestro: Pontífice y Abogado ante el Padre:
– Jesús pide para Sí (1-5); para los Apóstoles (6-19); para la Iglesia (20-26). Para Sí pide que, concluida su misión de dar con el sacrificio propio (4) vida divina (2) a cuantos creerán en El (3), se extienda a su naturaleza humana la Gloria que como Hijo tiene ab eterno en el regazo del Padre (5).
– Para sus Apóstoles, elegidos del Padre (6. 9), y dados por el Padre al Hijo para continuar su misión y su obra (6); aquellos fieles Apóstoles que han creído en el Padre y en su enviado (8), pide Jesús al Padre: Los guarde en su Nombre (11); los mantenga unidos en caridad perfecta (11); los preserve de los ataques que el Maligno y el Mundo desencadenarán contra ellos al desahogar en ellos el odio que tienen a Cristo (13-16); los anegue en el gozo del Hijo Glorificado (13); los consagre a la predicación de la verdad (17). ‘Consagrar’ en el sentido bíblico es ordenar a una misión u obra divina. Cristo es por antonomasia el ‘Consagrado’ del Padre (Jn 10, 36). Esa consagración es una realidad, una virtud divina. Los Apóstoles van a participar de la consagración de Cristo. El es el Consagrado del Padre, ‘el Cordero de Dios’, enviado como Pontífice y Víctima Con su entrega voluntaria al sacrificio se ‘consagra’ también El mismo Hostia de redención. Cristo con su oración sacerdotal deja a sus Apóstoles ordenados, ‘consagrados’: Sacerdotes y Víctimas como Jesús, Adoradores del Padre, Predicadores del Evangelio (La Verdad), Dispensadores o Ministros de la Gracia de la Redención.
– Para todos los que creerán en El pide el Sumo Pontífice en esta su Hora (17. 1): Sean ‘uno’, enlazados todos en Cristo (21-23); entren en la Vida y Comunión íntima de la Trinidad (22). Cristo nos comunica la Vida del Padre, nos hace partícipes de su divina Filiación. Tenemos, pues, por Cristo acceso a la Vida e intimidad del Padre. Y, por fin, pide también por sus fieles, para que sean coherederos de la Gloria del Hijo (23-24).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
San Alberto Hurtado
Amar
Grandeza del hombre: poderse dejar formar por el amor. El verdadero secreto de la grandeza: siempre avanzar y jamás retroceder en el amor. ¡Estar animado por un inmenso amor! ¡Guardar siempre intacto su amor! He aquí consignas fundamentales para un cristiano.
¿A quiénes amar?
A todos mis hermanos de humanidad. Sufrir con sus fracasos, con sus miserias, con la opresión de que son víctima. Alegrarme de sus alegrías.
Comenzar por traer de nuevo a mi espíritu todos aquellos a quienes he encontrado en mi camino: Aquellos de quienes he recibido la vida, quienes me han dado la luz y el pan. Aquellos con los cuales he compartido techo y pan. Los que he conocido en mi barrio, en mi colegio, en la Universidad, en el cuartel, en mis años de estudio, en mi apostolado… Aquellos a quienes he combatido, a quienes he causado dolor, amargura, daño… A todos aquellos a quienes he socorrido, ayudado, sacado de un apuro… Los que me han contrastado, me han despreciado, me han hecho daño. Aquellos que he visto en los conventillos, en los ranchos, debajo de los puentes. Todos esos cuya desgracia he podido adivinar, vislumbrar su inquietud. Todos esos niños pálidos, de caritas hundidas… Esos tísicos de San José, los leprosos de Fontilles… Todos los jóvenes que he encontrado en un círculo de estudios… Aquellos que me han enseñado con los libros que han escrito, con la palabra que me han dirigido. Todos los de mi ciudad, los de mi país, los que he encontrado en Europa, en América… Todos los del mundo: son mis hermanos.
Encerrarlos en mi corazón, todos a la vez. Cada uno en su sitio, porque, naturalmente, hay sitios diferentes en el corazón del hombre. Ser plenamente consciente de mi inmenso tesoro, y con un ofrecimiento vigoroso y generoso, ofrecerlos a Dios.
Hacer en Cristo la unidad de mis amores: riqueza inmensa de las almas plenamente en la luz, y las de otras, como la mía, en luz y en tinieblas. Todo esto en mí como una ofrenda, como un don que revienta el pecho; movimiento de Cristo en mi interior que despierta y aviva mi caridad; movimiento de la humanidad, por mí, hacia Cristo. ¡Eso es ser sacerdote!.
Mi alma jamás se había sentido más rica, jamás había sido arrastrada por un viento tan fuerte, y que partía de lo más profundo de ella misma; jamás había reunido en sí misma tantos valores para elevarse con ellos hacia el Padre.
¿A quiénes más amar?
Pero, entre todos los hombres, hay algunos a quienes me ligan vínculos más particulares; son mis más próximos, prójimos, aquellos a quienes por voluntad divina he de consagrar más especialmente mi vida.
Mi primera misión, conocerlos exactamente, saber quiénes son. Me debo a todos, sí; pero hay quienes lo esperan todo, o mucho, de mí: el hijo para su madre, el discípulo para su maestro, el amigo para el amigo, el obrero para su patrón, el compañero para el compañero. ¿Cuál es el campo de trabajo que Dios me ha confiado? Delimitarlo en forma bien precisa; no para excluir a los demás, pero sí para saber la misión concreta que Dios me ha confiado, para ayudarlos a pensar su vida humana. En pleno sentido ellos serán mis hermanos y mis hijos.
¿Qué significa amar?
Amar no es vana palabra. Amar es salvar y expansionar al hombre. Todo el hombre y toda la humanidad.
Entregarme a esta empresa, empresa de misericordia, urgido por la justicia y animado por el amor. No tanto atacar los efectos, cuanto sus causas. ¿Qué sacamos con gemir y lamentarnos? Luchar contra el mal cuerpo a cuerpo.
Meditar y volver a meditar el evangelio del camino de Jericó (cf. Lc 10,30-32). El agonizante del camino, es el desgraciado que encuentro cada día, pero es también el proletariado oprimido, el rico materializado, el hombre sin grandeza, el poderoso sin horizonte, toda la humanidad de nuestro tiempo, en todos sus sectores.
La miseria, toda la miseria humana, toda la miseria de las habitaciones, de los vestidos, de los cuerpos, de la sangre, de las voluntades, de los espíritus; la miseria de los que están fuera de ambiente, de los proletarios, de los banqueros, de los ricos, de los nobles, de los príncipes, de las familias, de los sindicatos, del mundo…
Tomar en primer lugar la miseria del pueblo. Es la menos merecida, la más tenaz, la que más oprime, la más fatal. Y el pueblo no tiene a nadie para que lo preserve, para que lo saque de su estado. Algunos se compadecen de él, otros lamentan sus males, pero, ¿quién se consagra en cuerpo y alma a atacar las causas profundas de sus males? De aquí la ineficacia de la filantropía, de la mera asistencia, que es un parche a la herida, pero no el remedio profundo. La miseria del pueblo es de cuerpo y alma a la vez. Proveer a las necesidades inmediatas, es necesario, pero cambia poco su situación mientras no se abre las inteligencias, mientras no rectifica y afirma las voluntades, mientras no se anima a los mejores con un gran ideal, mientras que no se llega a suprimir o al menos a atenuar las opresiones y las injusticias, mientras no se asocia a los humildes a la conquista progresiva de su felicidad.
Tomar en su corazón y sobre sus espaldas la miseria del pueblo, pero no como un extraño, sino como uno de ellos, unido a ellos, todos juntos en el mismo combate de liberación.
Desde que no se lance seriamente, eficazmente, a preocuparse de la miseria, ella lloverá alrededor de uno; o bien, es como una marea que sube y lo sumerge. Quien quiera muchos amigos no tiene más que ponerse al servicio de los abandonados, de los oprimidos, y que no espere mucho reconocimiento. Lo contrario de la miseria no es la abundancia, sino el valor. La primera preocupación no es tanto producir riqueza cuanto valorar el hombre, la humanidad, el universo.
¿A quiénes consagrarme especialmente?
Amarlos a todos, al pueblo especialmente; pero mis fuerzas son tan limitadas, mi campo de influencias es estrecho. Si mi amor ha de ser eficaz, delimitar el campo –no de mi afecto– pero sí de mis influencias. Delimitarlo bien: tal sector, tal barrio, tal profesión, tal curso, tal obra, tales compañeros. Ellos serán mi parroquia, mi campo de acción, los hombres que Dios me ha confiado, para que los ayude a ver sus problemas, para que los ayude a desarrollarse como hombres.
Lo primero, amarlos
Amar el bien que se encuentra en ellos. Su simplicidad, su rudeza, su audacia, su fuerza, su franqueza, sus cualidades de luchador, sus cualidades humanas, su alegría, la misión que realizan ante sus familias…
Amarlos hasta no poder soportar sus desgracias… Prevenir las causas de sus desastres, alejar de sus hogares el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la tuberculosis. Mi misión no puede ser solamente consolarlos con hermosas palabras y dejarlos en su miseria, mientras yo como tranquilamente y mientras nada me falta. Su dolor debe hacerme mal: la falta de higiene de sus casas, su alimentación deficiente, la falta de educación de sus hijos, la tragedia de sus hijas: que todo lo que los disminuye, me desgarre a mí también.
Amarlos para hacerlos vivir, para que la vida humana se expansione en ellos, para que se abra su inteligencia y no queden retrasados; que sepan usar correctamente de su razón, discernir el bien del mal, rechazar la mentira, reconocer la grandeza de la obra de Dios, comprender la naturaleza, gozar de la belleza; para que sean hombres y no brutos.
Que los errores anclados en su corazón me pinchen continuamente. Que las mentiras o las ilusiones con que los embriagan, me atormenten; que los periódicos materialistas con que los ilustran, me irriten; que sus prejuicios me estimulen a mostrarles la verdad.
Y esto no es más que la traducción de la palabra “amor”. Los he puesto en mi corazón para que vivan como hombres en la luz, y la luz no es sino Cristo, verdadera luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9).
Toda luz de la razón natural es luz de Cristo; todo conocimiento, toda ciencia humana. Cristo es la ciencia suprema. Desde que los abrimos a la verdad, comienza a realizarse en ellos la imagen de Dios. Cuando desarrollan su inteligencia, cuando comprenden el universo, se acercan a Dios, se asemejan más a Él.
Pero Cristo les trae otra luz, una luz que orienta sus vidas hacia lo esencial, que les ofrece una respuesta a sus preguntas más angustiosas. ¿Por qué viven? ¿A qué destino han sido llamados? Sabemos que hay un gran llamamiento de Dios sobre cada uno de ellos, para hacerlos felices en la visión de Él mismo, cara a cara (1Cor 13,12). Sabemos que han sido llamados a ensanchar su mirada hasta saciarse del mismo Dios.
Y este llamamiento es para cada uno de ellos: para los más miserables, para los más ignorantes, para los más descuidados, para los más depravados entre ellos. La luz de Cristo brilla entre las tinieblas para ellos todos (cf. Jn 1,5). Necesitan de esta luz. Sin esta luz serán profundamente desgraciados.
Amarlos para que adquieran conciencia de su destino, para que se estimen en su valor de hombres llamados por Dios al más alto conocimiento, para que estimen a Dios en su valor divino, para que estimen cada cosa según su valor frente al plan de Dios.
Amarlos apasionadamente en Cristo, para que el parecido divino progrese en ellos, para que se rectifiquen en su interior, para que tengan horror de destruirse o de disminuirse, para que tengan respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda creatura humana, para que respeten el derecho y la verdad, para que todo su ser espiritual se expansione en Dios, para que encuentren a Cristo como la coronación de su actividad y de su amor, para que el sufrimiento de Cristo les sea útil, para que su sufrimiento complete el sufrimiento de Cristo (cf. Col 1,24).
Amarlos apasionadamente. Si los amamos, sabremos lo que tendremos que hacer por ellos. ¿Responderán ellos? Sí, en parte. Dios quiere sobre todo mi esfuerzo, y nada se pierde de lo que se hace en el amor.
(San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p. 59 – 63)
San Alberto Hurtado
Fundamento del amor al prójimo
Quisiera aprovechar estos breves momentos, mis queridos jóvenes, para señalarles el fundamento más íntimo de nuestra responsabilidad, que es nuestro carácter de católicos. Jóvenes: tienen que preocuparse de sus hermanos, de su Patria (que es el grupo de hermanos unidos por los vínculos de sangre, lengua, tierra), porque ser católicos equivale a ser sociales. No por miedo a algo que perder, no por temor de persecuciones, no por anti-algunos, sino que porque ustedes son católicos deben ser sociales, esto es, sentir en ustedes el dolor humano y procurar solucionarlo.
Un cristiano sin preocupación intensa de amar, es como un agricultor despreocupado de la tierra, un marinero desinteresado del mar, un músico que no se cuida de la armonía. ¡Si el cristianismo es la religión del amor!, como decía un poeta. Y ya lo había dicho Cristo Nuestro Señor: El primer mandamiento de la ley es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas; y añade inmediatamente: y el segundo, semejante al primero, es amarás a tu prójimo como a ti mismo por amor a Dios (cf. Mt 22,37-39).
Momentos antes de partir, la última lección que nos explicó, fue la repetición de la primera que nos dio sin palabras: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34). San Juan, en su epístola, nos resume los dos mandamientos en uno: “El mandamiento de Dios es que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos mutuamente” (1Jn 3,23). Y San Pablo no teme tampoco hacer igual resumen: “No tengáis otra deuda con nadie que la del amor que os debéis unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley. En efecto, estos mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás: y cualquier otro que haya están recopilados en esta expresión: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Rm 13,8-9).
En este amor a nuestros hermanos, que nos exige el Maestro, nos precedió Él mismo. Por amor nos creó; caídos en culpa, por amor, el Hijo de Dios se hizo hombre, para hacernos a nosotros hijos de Dios (lo que a muchos, aun ahora, les parece una inmensa locura). El Verbo, al encarnarse, se unió místicamente a toda la naturaleza humana.
Es necesario, pues, aceptar la Encarnación con todas sus consecuencias, extendiendo el don de nuestro amor no sólo a Jesucristo, sino también a todo su Cuerpo Místico. Y este es un punto básico del cristianismo: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Cuando hieren uno de mis miembros a mí me hieren; del mismo modo, tocar a uno de los hombres es tocar al mismo Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o todo el mal que hiciéramos al menor de los hombres a Él lo hacíamos.
Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo tal o cual forma: paciente en los enfermos, necesitado en los menesterosos, prisionero en los encarcelados, triste en los que lloran. Si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia. Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno. En Él no debe haber ni pobres ni ricos, ni judíos ni gentiles, afirmación categórica inmensamente superior al “Proletarios del mundo, unios”, o al grito de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Nuestro grito es: Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes, italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos, reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo. ¡Que se acaben en la familia cristiana los odios, prejuicios y luchas!, y que suceda un inmenso amor fundado en la gran virtud de la justicia: de la justicia primero, de la justicia enseguida, luego aún de la justicia, y sean superadas las asperezas del derecho por una inmensa efusión de caridad.
Pero esta comprensión, ¿se habrá borrado del alma de los cristianos? ¿Por qué se nos echa en cara que no practicamos la doctrina del Maestro, que tenemos magníficas encíclicas pero no las realizamos? Sin poder sino rozar este tema, me atrevería a decir lo siguiente: porque el cristianismo de muchos de nosotros es superficial. Estamos en el siglo de los récords, no de sabiduría, ni de bondad, sino de ligereza y superficialidad. Esta superficialidad ataca la formación cristiana seria y profunda sin la cual no hay abnegación. ¿Cómo va a sacrificarse alguien si no ve el motivo de su sacrificio? Si queremos, pues, un cristianismo de caridad, el único cristianismo auténtico, más formación, más formación seria se impone.
Los cristianos de este siglo no son menos buenos que los de otros siglos, y en algunos aspectos superiores, tanto más cuanto que las persecuciones mundanas van separando el trigo de la cizaña aun antes del Juicio; pero el mal endémico, no de ellos solos, sino de ellos menos que de otros, es el de la superficialidad, el de una horrible superficialidad. Sin formación sobrenatural, ¿por qué voy a negarme el bien de que disfruto a mis anchas, cuando la vida es corta? En cambio, cuando hay fe, el gesto cristiano es el gesto amplio que comienza por mirar la justicia, toda la justicia, y todavía la supera una inmensa caridad.
Y luego, jóvenes católicos, no puedo silenciarlo: en este momento falta formación, porque faltan sacerdotes. La crisis más honda, la más trágica en sus consecuencias, es la falta de sacerdotes que partan el pan de la verdad a los pequeños, que alienten a los tristes, que den un sentido de esperanza, de fuerza, de alegría, a esta vida. Ustedes, 10.000 jóvenes que aquí están, a quienes he visto con tan indecibles trabajos preparar esta reunión, ustedes jóvenes y familias católicas que me escuchan, sientan en sus corazones la responsabilidad de las almas, la responsabilidad del porvenir de nuestra Patria.
Si no hay sacerdotes, no hay sacramentos; si no hay sacramentos, no hay gracia; si no hay gracia, no hay Cielo; y, aun en esta vida, el odio será la amargura de un amor que no pudo orientarse, porque faltó el ministro del amor que es el sacerdote. Que nuestros jóvenes, conscientes de su fe, que es generosidad, conscientes de su amor a Cristo y a sus hermanos, no titubeen en decir que sí al Señor.
Y como cada momento tiene su característica ideológica, es sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustiosos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, para que cada día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quiere y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juventud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibidas, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!
(San Alberto Hurtado, Un fuego que enciende otro fuego, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2005, p. 177 – 180)
San Juan Crisóstomo
“Amaos los unos a los otros”
Todos los bienes entonces tienen su recompensa cuando han obtenido su finalidad; pero si se interceptan y estorban, sobreviene el naufragio. Así como la nave cargada de infinitas riquezas, si no llega al puerto, sino que en mitad de los mares naufraga, ningún provecho produce de su larga travesía, sino que tanto es mayor la desgracia cuanto mayores fueron los trabajos sufridos, así les sucede a las almas que descaecen antes de obtener el fin cuando se han lanzado en mitad de los certámenes. Por lo cual Pablo afirma que alcanzan gloria, honra y paz los que con paciencia ejercitan las buenas obras. Esto mismo deja ahora entender Cristo a los discípulos. Cristo los había acogido y de ello se alegraban; pero luego la Pasión y las conversaciones sobre cosas tristes tenían que interrumpir aquel gozo, y una vez que con muchas razones los había consolado, les dice: Esto os digo a fin de que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado. Es decir: no os apartéis de mí ni desistáis de la empresa. Os habéis alegrado en mí abundantemente, pero luego ha venido la tristeza. Yo ahora la echo fuera para que al fin venga el gozo. Les manifiesta así que los acontecimientos presentes no eran dignos de llanto, sino más bien de alegría.
Como si les dijera: Yo os he visto turbados, pero no por eso os desprecié ni os dije: ¿Por qué no permanecéis con ánimo noble y esforzado? Al contrario, os he hablado cosas que podían consolaros. Y deseo conservaros perpetuamente en este cariño. Oísteis acerca del reino y os alegrasteis. Pues bien, ahora os he dicho estas cosas para que vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros tal como Yo os he amado. Advierte cómo el amor de Dios está enlazado con el nuestro y como vinculado con una cadena. Por lo cual Jesús unas veces lo llama un solo precepto y otras dos. Es que quien ha abrazado el uno no puede no poseer el otro.
Unas veces dice: En esto se resumen la Ley y los profetas. Otras dice: Todo cuanto quisiereis que con vosotros hagan los hombres, hacedlo también vosotros con ellos. Porque esta es la Ley y los profetas. Y también: La plenitud de la Ley es la caridad. Es lo mismo que dice aquí Jesús. Si ese permanecer en Él depende de la caridad, y la caridad depende de la guarda de los mandamientos, y el mandamiento es que nos amemos los unos a los otros, entonces permanecer en Dios se consigue mediante el amor mutuo. Y no indica únicamente el amor, sino también el modo de amar, cuando dice: Como Yo os he amado. Les declara de nuevo que el apartarse de ellos no nace de repugnancia, sino de cariño. Como si les dijera: precisamente porque ese es el motivo, debía yo ser más admirado, pues entrego mi vida por vosotros. Sin embargo, en realidad, nada de eso les dice, sino que ya antes al describir al excelentísimo Pastor, y ahora aquí cuando los amonesta y les manifiesta la grandeza de su caridad, sencillamente se da a conocer tal como es.
¿Por qué continuamente ensalza la caridad? Por ser ella el sello de sus discípulos y la que alimenta la virtud. Pablo, que la había experimentado como verdadero discípulo de Cristo, habla del mismo modo de ella: Vosotros sois mis amigos. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe los secretos de su señor. A vosotros os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me confió. Pero entonces ¿por qué dice: Tengo todavía muchas cosas que deciros, pero no podéis ahora comprenderlas? Cuando dice: todo lo que he oído sólo quiere decir que no ha tomado nada ajeno, sino únicamente lo que oyó del Padre. Y como sobre todo se tiene por muy íntima amistad la comunicación de los secretos arcanos, también, les dice, se os ha concedido esta gracia. Al decir todo, entiende todo lo que convenía que ellos oyeran.
Pone luego otra señal no vulgar de amistad. ¿Cuál es? Les dice: No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros. Yo ardientemente he buscado vuestra amistad. Y no se contentó con eso, sino que añadió: Y os puse, es decir, os planté (usando la metáfora de la vid), para que recorráis la tierra y deis fruto, un fruto que permanezca. Y si el fruto ha de permanecer, mucho más vosotros. Como si les dijera: No me he contentado con amaros en modo tan alto, sino que os he concedido grandes beneficios para que se propaguen por todo el mundo vuestros sarmientos.
¿Adviertes de cuántas maneras les manifiesta su amor? Les da a conocer sus arcanos secretos, es el primero en buscar la amistad de ellos, les hace grandes beneficios; y todo lo que padeció, por ellos lo padeció. Por este modo les declara que permanecerá perpetuamente con ellos y que también ellos perpetuamente fructificarán. Porque para fructificar necesitan de su auxilio. De suerte que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo otorgue. A aquel a quien se le pide le toca hacer lo que se le pide. Entonces, si es al Padre a quien se le pide ¿por qué es el Hijo quien lo hace? Para que conozcas que el Hijo no es menor que el Padre.
Esto os ordeno: Amaos los unos a los otros: Como si les dijera: Esto no os lo digo por reprenderos; o sea, lo de que Yo daré mi vida, pues fui el primero en buscar vuestra amistad; sino para atraeros a la amistad. Luego, como resultaba duro y no tolerable el sufrir de muchos persecuciones y reprimendas, aparte de que esto podía echar por tierra aun a un hombre magnánimo, Jesús, tras de haber expuesto primero bastantes razones, finalmente acomete también ésta. Y eso después de haberles suavizado el ánimo y haberles abundantemente demostrado que todo era para su bien, lo mismo que las demás cosas que ya les había manifestado.
Pues así como les dijo no ser motivo de pena, sino incluso de gozo, que El fuera a su Padre, ya que no lo hacía por abandonarlos, sino porque mucho los amaba, así ahora les declara que no hay por qué dolerse sino alegrarse. Advierte en qué forma lo demuestra. Pues no les dijo: Ya sé yo que eso de sufrir es cosa molesta, pero soportadlo por amor a Mí, pues por Mí lo sufrís. En aquellos momentos, esto no los habría consolado suficientemente. Por lo cual Jesús deja ese motivo y les propone otro. ¿Cuál es? Que semejante cosa sería señal y prueba de la anterior virtud; de modo que, al contrario, sería cosa de dolerse, no el que ahora fuerais motivo de odio, sino el que fuerais amados.
Esto es lo que deja entender cuando dice: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo que es suyo. Es decir: si fuerais amados del mundo daríais testimonio de perversidad. Pero como con aquellas palabras aún nada aprovecharan, prosigue: No es el siervo mayor que su Señor. Si a MÍ me han perseguido, también os perseguirán a vosotros. Con lo que sobre todo da a entender que ellos serán sus imitadores. Mientras Cristo vivió en carne mortal, peleaban contra El; pero una vez que fue llevado al Cielo, hicieron la guerra contra sus discípulos.
Y como ellos se perturbaran pensando tener que luchar con un pueblo tan numeroso, siendo ellos tan pocos, les levanta el ánimo diciéndoles que esa es sobre todo la causa de alegrarse: el que todos los otros los aborrezcan. Como si les dijera: Así seréis compañeros míos en los sufrimientos. De modo que conviene que no os conturbéis, ya que no sois mejores que Yo; pues como dije: No es el siervo de mejor condición que su Señor.
Guión VI Domingo de Pascua
5 de mayo 2024 – CICLO B
Entrada:
Toda la vida del cristiano se resume en dejarse amar por Dios. Dios nos amó primero. Nos entregó a su Hijo como víctima por nuestros pecados. Y el secreto del cristiano es descubrir este amor y permanecer en él, vivir de él. En cada celebración eucarística podemos exclamar: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.
Primera Lectura: El don del Espíritu divino derramado en los paganos, nos revela, la universalidad del Amor salvífico de Dios. Hch. 10, 25-26. 34-36. 43-48
Segunda Lectura: Por medio de Cristo se nos ha revelado que Dios es el Amor Substancial.
1Jn. 4, 7-10
Evangelio: Cristo nos ama como el Padre lo ama a Él. Para permanecer en su Amor debemos amarnos los unos a los otros. Jn. 15, 9-17
Preces
Hermanos, Dios nos eligió y sabe lo que nos hace falta, sin embargo quiere escuchar nuestras oraciones.
A cada intención respondemos:..
+ Señor de la vida, te rogamos por la persona e intenciones del Papa Francisco y por la Iglesia a él encomendada, para que la riqueza de dones que el Espíritu Santo le dispensa contribuya al crecimiento de la paz y de la justicia en el mundo. Oremos…
+ Padre Santo, te pedimos por la promoción y defensa de la vida humana, para que los responsables de las Instituciones públicas promuevan y defiendan con leyes oportunas la vida humana desde la concepción hasta su término natural. Oremos…
+ Dios eterno, te rogamos por todos los que trabajan en las instituciones caritativas de la Iglesia para que se distingan por su dedicación al otro con una atención delicada y sincera, para que el prójimo experimente su caridad y su riqueza de humanidad. Oremos…
+ Concede, Padre omnipotente, a todos los consagrados vivir los votos religiosos dóciles a la voz del Espíritu y fieles en el seguimiento de Jesucristo, para manifestar al mundo las insondables riquezas del Misterio de Cristo. Oremos…
+ Padre Nuestro, escucha la oración que te dirigimos por nuestra Patria, los que la gobiernan y por sus ciudadanos, para que fieles a las exigencias del Evangelio sepamos conducirnos según los valores cristianos. Oremos…
Que los confines de la tierra conozcan tu obra Señor y te glorifiquen al descubrir lo que haces por tus hijos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofrendas
Nosotros mismos somos la ofrenda que unida a Cristo quiere entregarse al Padre.
Presentamos:
* Incienso y con él nuestros deseos de vivir en una continua acción de gracias.
* Llevamos para el sacrificio, Pan y Vino, que serán transformados en el Sacramento del Amor.
Comunión: La comunión nos hace salir de nosotros mismos para ir hacia Cristo, y por tanto también, hacia la unidad con todos los cristianos.
Salida: María es fuente de bondad que mana de Dios mismo. Ella nos guía hacia Cristo y nos enseña a conocerlo y a amarlo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
El mártir desconocido
Sólo el cristianismo engendra los verdaderos héroes que no son los que pasan por el mundo derramando la sangre de los demás, sino los que derraman la propia para la salvación del mundo. ¡Qué ejemplos de heroísmo en la historia de la Iglesia, y sobre todo en las vidas ocultas de esos hombres que lo abandonaron todo por buscar las pobres almas perdidas que en los países lejanos desconocen a Dios. Voy a referirles un hecho que no dejará de conmoverlos.
Es en África. El Padre Antonio recorre bosques, vadea ríos y consume la vida en una labor de apostolado sacrificado y mártir.
Un día un pobre enfermo, tendido en una choza de la selva le llama a su lado porque se va a morir. Es un catecúmeno que ha abierto los ojos a la luz, y quiere los sacramentos antes de entregar su alma a Dios. Es muy de mañana. El Padre Antonio no titubea. Lleva a un niño de 14 años que le sirve de acólito y emprende el viaje. Es un negrito, Nyanco, que sueña con ser sacerdote como el Padre Antonio para llevar al cielo a todos los suyos.
Apenas han andado unos kilómetros, oyen el espantoso rugido de un tigre. Se detienen un instante y al poco tiempo divisan a la fiera que cautelosamente se acerca. Ellos, sin otra defensa se suben a un árbol. La fiera se arroja al árbol de un salto, y haciendo esfuerzos por subir, se convence de que no puede alcanzarlos, y se sienta tranquilamente al pie del árbol esperando a sus víctimas. Están perdidos. Nyanko miraba al Padre en silencio. ¡Qué cosas pasaban por su alma enamorada del sacerdote de Cristo! Él pensó que si él se dejaba matar el tigre se contentaría con una víctima, huiría, y el misionero podría llegar a la choza del enfermo. Pidió sin decir nada al sacerdote la absolución, y antes de que el Padre Antonio pudiera darse cuenta de su propósito, se dejó caes. El tigre se levantó de un salto, y contento con su presa se alejó. El sacerdote bajó del árbol y continuó su camino.
Los hombres no supieron nada de ello, pero Dios encendió en el cielo otra estrella para ponerla en la corona del niño mártir en la selva ignorada.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 182)