Ushetu, Tanzania, 13 de noviembre de 2019
No sé si será que estoy esquivando escribir sobre la creación de la nueva parroquia o qué, pero al sentarme a escribir se me ha venido al recuerdo la visita que hicimos a una aldea a la que hacía casi tres años que no iba. Me he puesto a mirar las fotos de ese día, y pienso que sería bueno escribir algo sobre ello… son fotos muy hermosas, como podrán ver. Son fotos que dicen mucho, o al menos a mí me gusta ver detalles escondidos en esas tomas. Creo que a veces nos pasa como con todas las cosas de la vida, que tenemos una mirada muy superficial, y no sabemos “leer” lo que nos dicen unos rostros alegres en medio de una inmensa pobreza, nos sabemos leer lo que significan unos vestidos dorados radiantes en medio de un paisaje austero, lo que significa una iglesia del mismo color de la tierra, un techo de pajas, sillas de palos, bancos de barro, en medio de un mundo pagano, apartado de todo. Dejo definitivamente de lado la idea de la crónica sobre la nueva parroquia.
Esta aldea de Busubi comenzó hace tres años, si mal no recuerdo. La crónica debe estar por allí. Está en la parte sur de la parroquia, mucha pobreza, y muchos, muchísimos paganos. Vinieron con una lista de cristianos de ese lugar, Busubi, que significa “leopardo” en sukuma, digo una lista de unas ochenta personas. Será verdad o no, pero el que vengan ellos a pedir que se comience una aldea, es algo a tener en cuenta. El catequista se presentó, y viendo que estaban lejos de todo, pensamos que sería bueno que comiencen. Así lo hicieron, un feligrés donó un poco de terreno, y levantaron en poco tiempo una iglesia de barro.
Me pidieron que vaya a celebrar misa, y aparecí por esos lados por primera vez, mirado con mucha admiración por los niños, y con mucho susto también. En esa oportunidad se juntó gente, celebré la misa dentro de la iglesia, que sólo contaba con paredes y a guisa de techo habían atado lonas. Vino un coro de una aldea vecina, y varios “invitados”. La iglesia estaba llena. Al terminar la misa quisieron juntar dinero para comprar chapas y techar. Pero les dije que con lo recaudado no llegaban ni a comprar dos, y que además el tiempo de lluvias se avecinaba. Que mejor si techaban con paja, y así cuando la aldea haya tomado más fuerza, bueno, se verá de hacer algo más durable. Así lo hicieron.
En el ínterin, sucedió que el catequista, muy influenciado por el ambiente pagano donde viven, tomó una segunda mujer. Es decir, comenzó a vivir en poligamia. Es muy común para la gente de esa zona, que si se tiene un poco más de capacidad económica, lo mejor es tomar otra mujer, y así llegar a tener hasta tres o cuatro. No se piensa de otra manera, y el catequista cayó en lo mismo. Como se imaginarán, automáticamente dejó de ser catequista, y como efecto inmediato, la capilla perdió todo el envión que venía trayendo. Una gran lástima. Al tiempo fueron los catequistas de las aldeas vecinas a visitarlo y tratar de que regrese al buen camino. Luego llamé al catequista a la oficina parroquial, y vino, gracias a Dios. Allí tuvimos una conversación, que sobre todo versó en el destino eterno… le dije que piense en la vida que le esperaba después de la muerte. Allí me prometió que cambiaría, y cambió. Vino al poco tiempo a confesarse, y luego le dimos el permiso de retomar con su trabajo de catequista. Se perdió mucho de todo lo hecho, por muchos meses. Ese año no hubieron niños de catecismo, y muchos que estaban preparándose para bautizarse, dejaron de asistir.
Así que se imaginan que cuando el mes pasado estaba viajando hacia esa aldea, me preguntaba qué iba a encontrar. Gracias a Dios encontré una aldea, y feligreses. Encontré aquella iglesia, techada con paja. Pero con un techo pronto a sucumbir, no creo que soporte las lluvias de este año. Sin embargo, había gente, estaba el catequista y algunos adultos. Los niños miraban con algo de recelo, pero cuando sacamos las pelotas de futbol y vóley, me llamó la atención el fervor y la alegría que mostraron. Se pusieron a jugar ahí mismo, casi sin espacio, entre los surcos del campo arado. De un lado de la iglesia los varones y del otro las niñas, y hasta se comenzaron a sumar jóvenes y señoras mayores. Son muy sencillos, y les encanta jugar, no tienen nada de respeto humano, y muestran que son totalmente normales.
Trajeron el té, como es costumbre, y lo tomamos dentro de la capilla, mientras afuera seguían jugando. Algunos niños se asomaban de vez en cuando y se me quedaban mirando. Me llamó la atención al ver tres niñas vestidas iguales, y claro, son hermanas, pero todas eran de la misma edad… trillizas, y estaban vestidas con unos hermosos vestidos dorados. Verán en la foto que tienen la misma sonrisa las tres. Luego vinieron más chicos a participar de la misa, venían de la escuela, y eran todos paganos. Celebré la misa, pero antes confesé dos personas durante el rosario. El sermón de la misa, se imaginan, catequesis pura. Luego de la misa, otra vez juegos, mientras esperábamos la comida.
Busubi para mí es sinónimo de tierra de misión. Es sólo una aldea. Hay muy pocos cristianos, tal vez allí ni llegan al 10%. Pero en ese lugar me encontré con esas sonrisas, que me hicieron divertir cuando nos mirábamos en la pantallita del teléfono y nos reíamos todos juntos, casi gratis. Me alegré de ver esos poquitos cristianos, pero que se ponen lo mejor que tienen para ir a la iglesia. Y muestran cuánto les importa la fe. Y así como brillan esos rostros y esos vestidos y esas camisas, pienso que brilla la fe en medio de la oscuridad… oscuridad del paganismo, del alcohol, de la mentira y el robo, de la poligamia, y en definitiva, de la tristeza de no tener a Dios.
Gracias a Dios por ser portadores indignos de esa luz.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.