Si en la zona comunista las esquelas sin cruz eran como fríos corrales de la desesperación, en la zona nacional, bajo el nombre de los muertos en combate se leía: «Murió por Dios y por España». Los muertos quedaban en los urgentes cementerios del frente o, también, eran llevados a sus pueblos. Jorge Vigón ha escrito en su biografía de Mola, este párrafo estremecedor:
«En cualquier carretera de la zona en que dominaban nuestras tropas ningún viajero dejaría aquellos días de encontrarse más de un taxi de la matrícula de Navarra, de Logroño, de Vitoria, de Burgos o de Zaragoza, en el que viajaban unas mujeres enlutadas y llorosas, y sobre el techo del coche un ataúd modesto con un jirón de bandera amarilla y roja prendida sobre la negra tabla».
Aquel «Murió por Dios y por España» era algo diferente de la esquela recogida por Agustín de Foxá en su Madrid de Corte a cheka, que decía: «Con motivo de la muerte de don Salvador Sánchez, la familia ha acordado hacer una donación al partido de Izquierda Republicana». Aquello –sigue Foxá– sustituía al «después de haber recibido los santos sacramentos y la bendición de Su Santidad»[1].
Se vieron esquelas con el por Dios, por la Patria y el Rey; por Dios, por España y la Falange. En Somosierra un amigo nos enseñó el documento que llevaba sobre sí para evitar ser un soldado desconocido. En un pliego había escrito: «El camarada Mario murió por la Patria, la Falange y José Antonio», y la dirección de su padre al dorso. Pero el por Dios y por España era el lema que cubría mejor tanta generosidad.
José María Pemán pronunció en Sevilla, con ocasión del primer Aniversario del Alzamiento Nacional, un estupendo discurso, como Consejero Nacional de la Falange. De él extraigo este ejemplar párrafo: «Y eso por una convicción, por una espontaneidad que es la que hacía que en los primeros días del Movimiento, cuando caían los primeros mártires, el padre de familia que tomaba la pluma para trazar la esquela mortuoria del hijo, eligiera lacónicamente aquella fórmula que en ningún país del mundo se ha escrito nunca en ningún movimiento: “Muerto por Dios y por España”, con lo cual el padre de familia creía que había escrito la esquela mortuoria de su hijo, cuando lo que había escrito en realidad era todo el programa político de Falange Española Tradicionalista de las J.O.N.S.».
Un amigo de Don Pedro Hambre, personaje recreado por Neville, se preparaba un epitafio que decía: «Murió por la Patria y porque le dio la gana». Gregorio Marañón cuenta que una vez recogió a «un soldado herido que se creía próximo a la muerte, aunque sólo tenía un sedal y curó en pocos días. Pero en aquel momento, aterrado, me pidió papel y pluma y me redactó la siguiente esquela para que ya la enviara a sus familiares y la publicaran en los periódicos: “Félix Rodríguez García murió en el frente de Madrid cuando buscaba un refugio. Murió, desde luego, por Dios y por su Patria. Félix Rodríguez García era el popularmente conocido en su pueblo por ‘alias el Chevalier’. Aunque tenía sus cosas, era un buen hombre. ¡Pobrecillo! ¡Presente!”».
Aterrado y todo, Félix, por lo que se ve, era un chungón de grueso calibre.
Un alférez a quien le toca operar en las últimas horas de la guerra se malhumora en Provisional: «¡Una cochina gracia! Ahora que todo está terminado, que te den un tirito y te archiven para la siembra arropado con las dichosas letras: “Por D. y por la P.”; y allá tiesecito con un lucero en la frente a esperar al tío de la trompeta».
Por Dios y por España proclamaban las esquelas de tanto y tanto mozo, y los derrotistas le encontraron la vuelta y también los egoístas que trataban de defender sus propias y bastardas limitaciones, y así algunos comentaban socarronamente: «Murió por Dios, por España y por primo», o «Por Dios por España y por tonto».
Por Dios y por España se hizo frase habitual y estaba en las conversaciones, en las arengas, en los artículos de fondo y en las crónicas. Estaba incluso en los chistes –por ese sentido confianzudo del humor negro que casi nunca abandona al español–, como aquel de un pater de batallón que interroga a un recluta bastante negado, de lo que él no tenía la culpa, y también el pobre escasamente instruido, de lo que todos éramos responsables, desde los primeros pobladores a Don José Ortega y Gasset. El pater quiso ver cómo andaba el hombre de catecismo y el muchacho andaba bastante pez. Le preguntó si sabía quién era Cristo, y dijo que el Hijo de Dios, pero ya no hubo quien le sacara más detalles. El pater, bondadosamente, le dio un pitillo para que con el humo se le disipase la timidez, elogió la respuesta y volvió a insistir:
–Bueno, hombre, muy bien. Cristo es el Hijo de Dios, exacto. Dime, y ¿sabrías decirme por quién murió?
Y el recluta, como el rayo, le contestó:
Eso sí, pater. ¡Por Dios y por España!
(Lo cual, mirando hacia el Cerro de los Ángeles, por ejemplo, tampoco era ningún extraordinario disparate).
* En «Diccionario para un macuto», Editora Nacional, Madrid – 1966, pp.378-380.