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Ejemplos oportunos para oír todos los días la Santa Misa II – San Leonardo de Porto Maurizio

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📖 Ediciones Voz Católica

Ejemplos de grandes damas y señoras del mundo

Hay señoras que parece quieren convertir la iglesia en un teatro para su vanidad. Al entrar en ella atraen las miradas de todos con su brillante y acicalado traje. ¡Plegue a Dios que no usurpen o no estorben las adoraciones que debieran dirigirse hacia el altar! Como entre esta clase de personas se encuentran muchas bastante asiduas en la asistencia a los Oficios divinos, no nos detendremos tanto en exhortarlas a frecuentar el lugar santo, como en enseñarles la modestia y el respeto con que es preciso portarse en la casa de Dios, particularmente durante la celebración del Santo Sacrificio. En efecto, tan edificado como estoy de la conducta de un gran número de matronas romanas, y de las más distinguidas, que se presentan delante de nuestros altares con un exterior suma-mente sencillo, sin pompa alguna y sin adornos; tanto me escandaliza ver otras vanidosas, que con su ridículo peinado y su vestido de teatro tienen la necia pretensión de pasar por diosas en las iglesias. A fin de inspirar a estas desgraciadas un saludable y santo temor a nuestros tremendos misterios, voy a referir el siguiente ejemplo que se lee en la vida de la BEATA IVETA DE HUY, en el territorio de Lieja (Bolland, vita B. Ivetae). Oyen-do Misa esta santa viuda el día de Navidad, Dios le hizo ver un espectáculo espantoso. Estaba a su lado una persona distinguida que parecía tener los ojos fijos en el altar, pero no era con el objeto de prestar atención al Santo Sacrificio, o de adorar al Santísimo Sacramento que se disponía a recibir, sino que estaba la infeliz entretenida en satisfacer una pasión impura que había concebido por uno de los cantores que se hallaba en el coro, y cuando la desgraciada se levantó para acercarse a la Sagrada Mesa, la Bienaventurada Iveta vio una turba de demonios saltando y bailando alrededor de aquella mujer: unos le levantaban su vestido, otros le daban el brazo, y todos parecían emplearse con diligencia en servirla, aplaudiendo a la vez su acto sacrílego. Rodeada de este infernal cortejo fue a arrodillarse ante el altar de la Comunión: bajó el sacerdote, llevando en su mano la Sagrada Hostia, y la depositó sobre la lengua de aquella infeliz mujer; pero en el mismo instante la Santa viuda vio a Nuestro Señor volar al cielo, por no habitar en un alma que era guarida de los espíritus impuros. Con esta inmodestia sacrílega había atraído los demonios y ahuyentado al Divino Salvador, según la infalible sentencia del Espíritu Santo: La sabiduría encarnada no entrará en un alma depravada, ni habitará en un cuerpo esclavo del pecado. “In malevolam animam non introibit sapientia, nec habitabit in corpore subdito peccatis”. (Sab. 1, 4).

Quizás me dirás, al leer estas páginas, que tú no eres del número de las personas que no guardan moderación ni decencia. Me complazco en creerlo, digo más, ni aun lo dudo; pero cuando se nota que vas a la iglesia adornada y perfumada como para un baile, y vestida con tan poca modestia, ¿no hay derecho para dirigirte una censura severa? ¡Qué dolor! En verdad que así se hace de la casa de Dios una cueva de ladrones, puesto que, distrayendo a todo el mundo, se roba a Jesucristo el honor y atención que le son debidos.

Entra, pues, dentro de tu corazón, y toma la firme resolución de imitar a SANTA ISABEL DE HUNGRÍA[1]. Esta santa reina tenía el mayor anhelo por oír Misa, pero cuando llegaba el momento de asistir al Santo Sacrificio, dejaba su corona, quitaba las sortijas de sus dedos, y despojada de todo adorno, se conservaba en presencia de los altares cubierta con un velo y en actitud tan modesta, que jamás se la vio dirigir sus miradas a derecha ni izquierda. Esta sencillez y esta modestia agradaron tanto a Dios, que quiso manifestar su contento por medio de un brillante y ruidoso prodigio. Al tiempo de celebrarse la Misa, la Santa se vio rodeada de una luz tan resplandeciente, que los ojos de los demás asistentes quedaron deslumbrados: parecía un ángel bajado del cielo. Aprovéchate de tan bello ejemplo; y si lo haces, está segura de que así agradecerás a Dios y a los hombres, y de que tus sacrificios te acarrearán inmensas utilidades en esta vida y en la

Ejemplos de mujeres de humilde condición

En la primera instrucción se ha demostrado de una manera incontestable que la Santa Misa es de grandísima utilidad para toda clase de personas. Sin embargo, no es oportuno que mujeres de cierta condición, y a causa de los deberes que tienen que cumplir, asistan a ella todos los días de la semana. Si criáis niños, o si por un motivo de caridad o de justicia cuidáis enfermos; en fin, si un marido díscolo os prohíbe salir, no tenéis motivo para inquietaron y mucho menos para desobedecer; porque, aun cuando la asistencia a la Misa sea la cosa más santa y provechosa, sin embargo la obediencia y la mortificación de la propia voluntad siempre son preferibles. Para vuestro consuelo añadiré que obedeciendo dobláis vuestros méritos, en atención a que Dios, en este caso, no sólo recompensará vuestra obediencia, sino que además tomará en cuenta la buena voluntad que tenéis de asistir a la Misa, como si en realidad la hubieseis oído. Por el contrario, desobedeciendo, perderíais uno y otro mérito, demostrando con vuestra conducta que preferís satisfacer los deseos de vuestra propia voluntad a cumplir con la de Dios, de la cual se nos dice expresamente en las Santas Escrituras que “la obediencia es mejor que los sacrificios”, es decir, que prefiere una su-misión humilde a todas las Misas que no sean de precepto.

¿Y qué sería si, después de ir a la Santa Misa, volvieseis con las manos vacías, efecto de vuestra charlatanería, de vuestra curiosidad y distracciones voluntarias? Escuchad el caso que voy a referir. Una buena mujer que habitaba en un pueblito a cierta distancia de la iglesia, resolvió y prometió a Dios oír un gran número de Misas durante un año, a fin de alcanzar una gracia que deseaba vivamente. Por esta razón, en el momento en que sonaba la campana de una ermita, interrumpía de repente sus ocupaciones, y se dirigía con prontitud a la iglesia a pesar de la lluvia, de la nieve y de todas las intemperies de la estación. Cuando volvía a su casa procuraba apuntar las Misas oídas, con el fin de tener la seguridad de que era puntual en el cumplimiento de su promesa, a cuyo efecto colocaba por cada Misa un haba en una cajita que cerraba con todo cuidado. Pasado el año, y no abrigando la menor duda de haber satisfecho con exceso lo que había prometido, alcanzado muchos méritos y proporcionado mucha gloria a Dios Nuestro Señor, abrió su caja: pero ¡cuál sería su sorpresa al encontrar una sola haba, de tantas como había depositado! En vista de tan esperado suceso, entregóse a una profunda pena, y vertiendo lágrimas, fue a quejarse a Dios con las siguientes palabras: ¡Oh Señor! ¿Cómo es posible que de tantas Misas como he oído sólo encuentre la señal de una? Yo jamás he faltado a ella, a pesar de los obstáculos de toda clase, a pesar de la lluvia, del hielo y del calor. . . ¿Cómo, pues, ¡Dios mío! me explico este suceso? Entonces el Señor le inspiró el pensamiento de que fuese a consultar a un sabio y virtuoso sacerdote. Preguntóle éste por las disposiciones con que acostumbraba dirigirse a la iglesia y por la devoción con que asistía al Santo Sacrificio. A esta pregunta contestó la pobre mujer, diciendo con toda verdad, que durante el tiempo que empleaba en ir de casa a la iglesia, no se ocupaba más que en negocios y baga-telas; y que mientras se celebraba la Santa Misa, estaba constantemente preocupada con los cuidados de la casa, o con los trabajos del campo y aún charlando con otras. He aquí, le dijo el sacerdote, la causa de que se hayan perdido todas estas Misas: los discursos inútiles e impertinentes, la disipación y las distracciones voluntarias os quitaron todo el mérito. El demonio se aprovechó de esto, y vuestro Ángel bueno llevó todas las habas que servían de señales, para daros a entender que el fruto de las buenas obras se pierde cuando no se practican bien. Por consiguiente, dad gracias a Dios porque a lo menos hay una que fue oída con gran provecho vuestro.

Ahora entra dentro de ti mismo y di: De tantas Misas como he oído en el curso de mi vida, ¿cuántas habrá que Dios haya tomado en cuenta? ¿Qué te dice la conciencia? Si te parece que serán pocas las que hayan sido favorablemente recibidas del Señor, observa otro método en lo sucesivo. Y a fin de que jamás seas del número de aquellas desgraciadas que sirven de ministros al demonio, aun en las iglesias, para arrastrar almas al infierno, escucha el ejemplo siguiente, muy a propósito para hacerte temblar.

Se lee, en el Sermonario llamado Dormisicuro, que una mujer reducida a extrema necesidad andaba errante cierto día por lugares solitarios, y tentada de la desesperación, cuando de repente se le apareció el demonio y le ofreció cuantiosas riquezas, con tal que ella quisiera ocuparse en distraer a los fieles durante la Misa, entreteniéndolos con discursos inútiles. La infeliz aceptó esta proposición, según ella dijo; y habiendo comenzado a ejercer su oficio diabólico, lo desempeñó tan maravillosamente, que a cualquiera persona que estuviese cerca de ella le era imposible prestar atención a los Oficios divinos, ni oír devotamente la Santa Misa. Pero no pasó mucho tiempo sin que aquella mujer desgraciada se viese herida por la mano de Dios. En una mañana de violenta tempestad un rayo cayó sobre ella sola y la redujo a cenizas. Aprende por cuenta ajena y evita en todo lugar, y especialmente en la iglesia, el estar al lado de aquéllos que con sus chanzas, con sus conversaciones impertinentes y con sus irreverencias de toda clase, se convierten en instrumentos del demonio: de otra manera te expondrías a incurrir como ellos en el desagrado de Dios.

 

El tesoro escondido de La Santa Misa – San Leonardo de Porto Maurizio

[1] Santa ISABEL DE HUNGRÍA (1207-1231): Hija del rey Andrés II de Hungría. Esposa del landgrave Ludwig IV de Turingia. Canonizada en 1235. Festividad: el 19 de noviembre. Patrona de la Tercera Orden Franciscana. (N. del E.),

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