PRIMERA LECTURA
Yo haré caer pan para ustedes
desde lo alto del cielo
Lectura del libro del Éxodo 16, 2-4.12-15
En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón. «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».
Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley.
Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: “A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que Yo, el Señor, soy su Dios”».
Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él. Cuando ésta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra. Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: «¿Qué es esto?» Porque no sabían lo que era.
Entonces Moisés les explicó: «Éste es el pan que el Señor les ha dado como alimento».
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial Sal 77
R. El Señor les dio como alimento un trigo celestial.
Lo que hemos oído y aprendido,
lo que nos contaron nuestros padres,
lo narraremos a la próxima generación:
son las glorias del Señor y su poder. R.
Mandó a las nubes en lo alto
y abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos el maná,
les dio como alimento un trigo celestial. R.
Todos comieron un pan de ángeles,
les dio comida hasta saciarlos.
Los llevó hasta su Tierra santa,
hasta la Montaña que adquirió con su mano. R.
SEGUNDA LECTURA
Revístanse del hombre nuevo,
creado a imagen de Dios
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 17.20-2
Hermanos:
Les digo y les recomiendo en nombre del Señor: no procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos.
Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de Él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús.
De Él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.
Palabra de Dios.
Aleluia Mt 4, 4b
Aleluia.
El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Aleluia.
EVANGELIO
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mi jamás tendrá sed
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafamaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que ustedes me buscan,
no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre;
porque es Él a quien Dios,
el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
“Les dio de comer el pan bajado del cielo”».
Jesús respondió:
«Les aseguro que no es Moisés
el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios
es el que desciende del cielo
y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió:
«Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed».
Palabra del Señor.
Raymond Brown
El pedido de un signo
(Jn.6,25-34)
Antes del texto de Jn.6,24-35, se encuentra la caminata de Jesús sobre las aguas del Mar de Galilea (6,16-24), que tiene algunas indicaciones muy importantes que iluminan tanto el precedente milagro de la multiplicación de los panes como el siguiente Discurso del Pan de Vida. Hagamos un brevísimo comentario a este hecho.
Como en Marcos y en Mateo, los discípulos están en dificultades, superados por una tempestad, cuando Jesús se acerca a ellos sobre el agua. Pero el punto central del relato en Juan no es Jesús que aplaca las olas del mar, sino más ben la afirmación majestuosa: “No temáis. YO SOY”. Este “Yo soy” puede ser considerado como una forma del nombre divino revelado a Moisés sobre el Sinaí, antes de la Pascua. (Algunos estudiosos en el camino sobre la superficie de las aguas llegan a entrever el tema del pasaje del Mar Rojo).
La muchedumbre sigue a Jesús hasta Carfanaúm y le pregunta: “¿Cómo has venido hasta aquí?”. Con un juego de palabras muy típico de San Juan, Jesús responde que él ha venido del cielo. (Es de notar cuánto se parece la conversación que sigue con la conversación con la samaritana en el capítulo 4. Y así se establece un paralelismo bastante cercano entre 6,27 con 4,13; 6,30-31 con 4,12; 6,33 con 4,14; 6,34 con 4,15).
Como siempre, las aspiraciones de la muchedumbre están sobre un plano material: los hombres ven el elemento milagroso del signo, pero no apresan su significado profundo. Jesús trata de elevarlos por sobre la perspectiva material, pero se encuentra con una persistente incapacidad para comprender. “Los judíos” introducen el argumento pascual del maná y del éxodo. (Según la literatura rabínica, el Mesías repetiría el milagro del maná). Pero estos galileos no se dan cuenta que el maná mesiánico es la Palabra de Dios: enseñanza divina y divina sabiduría (Deut.8,3; Prov.9,2-5). No se trata del pan del desierto, dado por Moisés, sino de Jesús, el pan dado y donado ahora por el Padre.
(BROWN, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve comentario, Ed. Queriniana, Brescia, 1994, p. 60 – 61; traducción del equipo de Homilética)
Manuel de Tuya
Discurso sobre la diferencia y necesidad de un alimento espiritual
(Jn.24-35)
El encuentro de Cristo con las turbas en la región de Cafarnaúm da lugar a este primer diálogo, tan del gusto de Jn.
La pregunta que le hacen con el título honorífico de “Rabí”: “¿cuándo has venido aquí?” lleva un contenido sobre el modo extraordinario como vino. Sabían que no se había embarcado ni venido a pie con ellos. ¿Cómo, pues, había venido? Era un volver a admitir el prodigio en su vida.
La respuesta de Cristo soslaya aparentemente la cuestión para ir directamente al fondo de su preocupación. No le buscan por el milagro como “signo” que habla de su grandeza y que postula, en consecuencia, obediencia a sus disposiciones, sino que sólo buscan el milagro como provecho: porque comieron el pan milagrosamente multiplicado. Que busquen, pues, el alimento no temporal, aun dado milagrosamente, sino el inmortal, el que permanece para la vida eterna 24, y éste es el que dispensa 25 el Hijo del hombre 26 — el Evangelio — , y cuya garantía es que el Padre, que es al que ellos “llaman Dios” (Jua_8:54), “selló” al Hijo.
Un legado lleva las credenciales del que lo envía. Y éstos son los milagros, los “signos.” Así les dice: pero “vosotros no habéis visto los signos” (v.26; Jua_3:2).
Hasta aquí las turbas, y sobre todo los directivos que intervienen, no tienen dificultad mayor en admitir lo que Cristo les dice, principalmente por la misma incomprensión del hondo pensamiento de Cristo. Por eso, no tienen inconveniente en admitir, como lo vieron en la multiplicación de los panes, que Cristo esté “sellado” por Dios para que enseñe ese verdadero y misterioso pan que les anuncia, y que es “alimento que permanece hasta la vida eterna.”
De ahí el preguntar qué “obras” han de practicar para “hacer obras de Dios,” es decir, para que Dios les retribuya con ese alimento maravilloso. Piensan, seguramente, que puedan ser determinadas formas de sacrificios, oraciones, ayunos, limosnas, que eran las grandes prácticas religiosas judías.
Pero la respuesta de Cristo es de otro tipo y terminante. En esta hora mesiánica es que “creáis en aquel que El ha enviado.” Fe que, en Jn, es con obras (Jua_2:21; cf. Jua_13:34). La turba comprendió muy bien que en estas palabras de Cristo no sólo se exigía reconocerle por legado de Dios, sino la plena entrega al mismo, lo cual Jn toca frecuentemente y es tema de su evangelio.
Los oyentes, ante esta pretensión de Cristo, vienen, por una lógica insolente, a pedirle un nuevo milagro. En todo ello late ahora la tipología del éxodo. El “desierto,” la multiplicación de los panes en él, contra el que evocará la turba el maná; la “murmuración” de estos judíos contra Cristo, como Israel en el desierto, y, por último, la Pascua próxima, es un nuevo vínculo al Israel en el desierto. Ya el solo hecho de destacarse así a Cristo es un modo de superponer planos para indicar con ello, una vez más, la presentación de Cristo como nuevo Moisés: Mesías.
Los judíos exigían fácilmente el milagro como garantía. San Pablo se hace eco de esta actitud judía (1Co_1:22). Y Godet, en su comentario a Jn, escribe: “El sobre naturalismo mágico era la característica de la piedad judía.” 27
La multiplicación de los panes les evocaba fácilmente, máxime en aquel lugar “desierto” en el que habían querido proclamarle Rey-Mesías, el milagro del maná. Y esto es a lo que aluden y alegan. Los padres en el desierto comieron el maná (Exo_16:4ss). La cita, tal como está aquí, evocaba, sobre todo, el relato del maná, pero magnificado en el Salterio, en el que se le llama “pan del cielo” (Sal_105:40; Neh_9:15; Sal_16:20). La cita era insidiosa. Pues era decirle: Si Moisés dio el maná cuarenta años, y que era “pan del cielo,” y a una multitud inmensamente mayor, pues era todo el pueblo sacado de Egipto, y, a pesar de todo, no se presentó con las exigencias de entrega a él, como tú te presentas, ¿cómo nos vamos a entregar a ti? Por lo que le dicen que, si tiene tal presunción, lo pruebe con un milagro proporcionado.
Estaba en el ambiente que en los días mesiánicos se renovarían los prodigios del éxodo (Miq_7:15). El Apocalipsis apócrifo de Baruc dice: “En aquel tiempo descenderá nuevamente de arriba el tesoro del maná, y comerán de él aquellos años.” 28 Y el rabino Berakhah decía, en síntesis, sobre 340: “El primer redentor (Moisés) hizo descender el maná. e igualmente el último redentor (el Mesías) hará descender el maná.”
Si el Mesías había de renovar los prodigios del éxodo, no pasaría con ello de ser otro Moisés. ¿Por quién se tenía Cristo? ¿Qué “señal” tenía que hacer para probar su pretensión?
Pero la respuesta de Cristo desbarata esta argumentación, al tiempo que el climax del discurso se dirige a su culmen.
En primer lugar, no fue Moisés el que dio el maná, puesto que Moisés no era más que un instrumento de Dios, sino “mi Padre”; ni aquel pan venía, en realidad, del cielo, sino de sólo el cielo atmosférico; ni era el pan verdadero, porque sólo alimentaba la vida temporal; pero el verdadero pan es el que da la vida eterna; ni el maná tenía universalidad: sólo alimentaba a aquel grupo de israelitas en el desierto, mientras que el “pan verdadero es el que desciende del cielo y da la vida al mundo.”
¿A quién se refiere este pan que “baja” del cielo y da la vida al mundo? Si directamente alude a la naturaleza del verdadero pan del cielo, no está al margen de él su identificación con Cristo Si la naturaleza del verdadero pan de Dios es el que “baja” del cielo y da “la vida al mundo,” éste es Cristo, que se identificará luego, explícitamente, con este pan (v.35).
Los judíos, impresionados o sorprendidos por esta respuesta, tan categórica y precisa, pero interpretada por ellos en sentido de su provecho material, le piden que él les de siempre de ese pan, como la Samaritana (Jua_4:15). Probablemente vuelve a ellos el pensamiento de ser Cristo el Mesías, y esperan de El nuevos prodigios. Pero ignoran en qué consistan, y no rebasan la esperanza de un provecho material. Pero ese “pan,” que aún no habían discernido lo que fuese, se les revela de pronto: “Yo soy el pan de vida” (v.35).
(…)
Respecto al versículo 6,35, es la evocación del banquete de la Sabiduría (Pro_9:5; Isa_55:1.2). La Sabiduría invita a los hombres a venir a ella, a incorporarse a su vida. Así Cristo se presenta aquí evocando la Sabiduría. Es Cristo la eterna Sabiduría (Jua_1:3.4.5), a la que hay que venir, incorporarse y vivir de El (Jua_15:5; Jua_7:37.38).
Por eso, “el que está creyendo” en El en un presente actual y habitual, como lo indica el participio de presente en que está expuesta la fe del creyente, éste está unido a Cristo, Sabiduría y Vida, por lo que, nutriéndose de El, no tendrá ni más hambre ni sed, de lo que es verdadera hambre y sed del espíritu (Isa_5:49.10; Isa_55:1-3; Pro_9:5).
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
San Agustín
“Buscadme a mí por mí mismo”
(Jn.6,24-35)
- Jesús a continuación del misterio o sacramento milagroso hace uso de la palabra con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante; pero es con la condición de que lo entiendan, y si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera. Que hable, pues, y oigamos con atención. Les contestó Jesús y dijo: en verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque habéis comido de los panes que yo os proporcioné. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio, y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él, y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito. En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los días la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús. Me buscáis, no por los milagros que habéis presenciado, sino porque os di de comer pan de lo mío. Trabajad por el pan que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Me buscáis por algo que no es lo que yo soy; buscadme a mí por mí mismo. Ya insinúa ser El este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue: Que el Hijo del hombre os lo dará. Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan, y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana: Si conocieras quién es el que te pide de beber, seguramente se lo pedirías tú a El, y te daría agua viva. Como le dijese la mujer: ¿Tú? ¡Pero si no tienes pozal y el pozo es profundo! Le responde Jesús: Si te dieses cuenta quién es el que te pide de beber, tú se lo pedirías a El, y te daría agua que quien la bebiere no tendrá ya jamás sed; mientras que el que bebe de esta agua, volverá a tener sed. Y la mujer se alegra y expresa el deseo de recibirla, como si así no hubiera de padecer ya más la sed del cuerpo, ella que se cansa con el trabajo de sacarla. Y así entre diálogos la lleva a la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo en absoluto.
- Alimento es, pues, éste que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna; el que os dará el Hijo del hombre, porque Dios-Padre imprimió en El (en el Hijo del hombre) su sello. A este Hijo del hombre no le miréis como se mira a otros hijos de los hombres, de quienes se escribió: Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas. Este Hijo del hombre, elegido por singular gracia del Espíritu e Hijo del hombre según la carne, a pesar de ser una excepción entre los hombres, es Hijo del hombre. Este Hijo del hombre es también Hijo de Dios; este hombre es Dios también. En otro lugar hace a los discípulos esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestan: Unos dicen que Juan, otros que Elías, otros que Jeremías u otro de los antiguos profetas. Y sigue preguntando: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro da esta respuesta: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Él se llama Hijo del hombre, y Pedro le llama Hijo del Dios vivo. Él hablaba con mucha exactitud de lo que por misericordia era a vista de todo el mundo; Pedro hablaba de lo que sigue siendo en los resplandores de su gloria. El Verbo de Dios recomienda su humildad; el hombre se da cuenta de los resplandores de la gloria de su Señor. Y en verdad, hermanos, yo pienso que esto es justo. Él se humilló por nosotros, glorifiquémosle nosotros a El. No por Él es Hijo del hombre, sino por nosotros. Luego era Hijo del hombre en este sentido, pues el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Por eso, Dios-Padre le puso su sello. ¿Qué es sellar sino poner algo propio? Sellar es poner sobre una cosa una señal para que se distinga de las demás. Sellar es poner un signo en una cosa. A la cosa que pones tú una señal o signo, se la pones para que no se confunda con las demás y puedas tú reconocerla. El Padre, pues, lo selló. ¿Qué quiere decir que lo selló? Que le dio algo propio suyo para diferenciarle de los demás hombres. Por eso de Él se escribió: Te ungió Dios, tu Dios, con el óleo de la alegría más que a tus copartícipes. Luego ¿qué es sellar? Hacer con El una excepción; esto es, hacer una excepción entre sus copartícipes. Así que no me despreciéis, dice, porque soy Hijo del hombre; buscad en mí el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Porque de tal modo soy yo Hijo del hombre, que no soy uno de vosotros; de tal manera soy yo Hijo del hombre, que Dios-Padre me distingue con su sello. ¿Qué es distinguirme con su sello? Comunicarme algo suyo propio por lo que no pueda yo ser identificado con el género humano y pueda el género humano por mí ser redimido.
- Le hicieron, pues, esta pregunta: ¿Qué es lo que tenemos que hacer para realizar obras de Dios? El acaba de decirles: Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que permanece hasta la vida eterna. Y ahora le preguntan: ¿Qué es lo que tenemos que hacer, qué es lo que tenemos que observar para cumplir este precepto? Jesús les da esta respuesta: Obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado. Esto es, pues, comer el alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. ¿Con qué fin preparas los dientes y el estómago? Tú cree y lo comiste ya. La fe es cosa distinta de las obras, según testimonio del Apóstol, que dice que el hombre se justifica con la fe sin las obras de la ley. Hay obras que tienen apariencia de buenas sin la fe de Cristo; pero no lo son, porque no dicen referencia al fin que las hace buenas; el fin de la ley es Cristo, que es la justificación de todo el que cree. El Salvador no quiso distinguir la fe de las obras, sino que dijo que la fe misma es ya una obra: es la fe misma, que obra por la caridad. No dice: «Esto es obra vuestra», sino: Esto es obra de Dios; el que se gloríe tenga que gloriarse en el Señor. Y porque los invitaba a la fe, piden todavía ellos milagros para creer. Mira cómo es verdad que los judíos piden milagros. ¿Qué milagros haces tú para verlos y creer en ti? ¿Qué obras haces? ¿Era poco el haber comido hasta hartarse con sólo cinco panes? Esto lo sabían, pero estimaban más que esta comida el maná del cielo. Mas el Señor Jesús se presentaba de tal forma, que era como anteponerse a Moisés. Jamás tuvo Moisés la audacia de decir que él daba un alimento que no perece, sino un alimento que permanece hasta la vida eterna. Este prometía mucho más que Moisés. Moisés prometía, sí, un reino, una tierra con arroyos de leche y miel, una paz temporal, hijos numerosos, la salud corporal y todos los demás bienes temporales, es verdad, pero que eran figura de los espirituales. El Antiguo Testamento era eso lo que prometía al hombre viejo. Ponían sus ojos, pues, en promesas de Moisés y también en las promesas de Cristo. Moisés les prometía llenar su vientre en la tierra, pero de Manjares que perecen; Cristo prometía un manjar que no perece, sino que permanece eternamente. Observaban que prometía más, pero tenían los ojos vendados para no ver que hacía obras mayores. Fijaban su atención en las obras que había hecho Moisés, pero aún tenían ansias de que realizase obras mayores quien prometía tan excelsos bienes. ¿Qué obras, dicen, haces, para que te creamos? Y para que te des cuenta que ponían en parangón los milagros de Moisés con este de Jesús (lo que indica que, a su parecer, eran menores los que hacía Jesús), le dicen: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Pero ¿qué es el maná? Seguramente no hacéis de él aprecio. Así está escrito: Les dio a comer el maná. Por Moisés recibieron nuestros padres el maná del cielo, y, sin embargo, Moisés no les dijo: Trabajad por el manjar que no perece. Tú prometes un manjar que no perece, sino que dura hasta la vida eterna; y no realizas tales obras como las que realizó Moisés. No dio él panes de cebada, sino maná del cielo.
- Respuesta de Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés pan del cielo, sino mi Padre es quien os dio pan del cielo. El pan verdadero es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Aquél es, pues, el Verdadero pan que da la vida al mundo, y ése es el manjar del cual acabo de deciros: Trabajad por el manjar que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. El maná era signo de este pan. Signos de mi persona eran todas aquellas cosas. Vosotros os vais tras el amor de mis amigos y desestimáis al que era significado por ellos. No os dio Moisés pan del cielo. Dios es el que da pan. ¿Y qué pan es ése? ¿El maná tal vez? No; es el pan que el maná significó, esto es, el mismo Señor Jesús. Mi Padre es el que os da el verdadero pan. Porque pan de Dios es el que ha bajado del cielo y que da la vida al mundo. Dícenle ellos: Señor, danos siempre este pan. Lo mismo que aquella mujer de Samaria, a quien fue dicho: El que bebiere de esta agua no volverá a tener sed jamás, tomó las palabras en sentido material y, como quien quería verse libre de aquella necesidad, le dice en seguida: Señor, dame de esta agua, así éstos: Señor, danos de este pan para que nos repare las fuerzas y que no nos falte jamás.
- Respuesta de Jesús: Yo soy el pan de vida; el que llega a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás. El que llega a mí significa lo mismo que el que cree en mí; y esta locución: No tendrá hambre, tiene el mismo sentido que esta otra: No tendrá sed jamás. Ambas cosas significan la eterna hartura aquella donde no hay indigencia alguna. ¿No deseáis vosotros el pan del cielo? En vuestra presencia está y no lo queréis comer. Y os dije que me estáis viendo y no me creéis. Sin embargo, no por eso me he olvidado yo de mi pueblo. ¿Hará, por ventura, la infidelidad vuestra que desaparezca la fidelidad de Dios? Atiende, pues, lo que sigue: Todo lo que me da a mí el Padre, vendrá a mí, y al que a mí llegare no le echaré fuera. ¿Qué interioridad es esa de la que jamás se sale fuera? Interioridad muy íntima, interioridad dulcísima. ¡Oh retirada interioridad, que no hastía, exenta del repugnante amargor de los malos pensamientos y libre de la turbación de las tentaciones y de los dolores! ¿No es por ventura esa misma intimidad retirada en la que entrará aquel que como a siervo benemérito dirá el Señor: Entra en el gozo de tu Señor?
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 25, 10-14, o.c. (XIII), BAC Madrid 1968, pág. 558-65)
P. Ervens Mengelle, I.V.E.
PALABRA-FE-SACRAMENTO
Tal como lo señalamos el domingo pasado, queridos hermanos, comienza en este domingo la lectura del llamado “Sermón (o Discurso) del Pan de Vida). Nosotros lo iremos leyendo por pedazos durante cuatro domingos, incluyendo este, pero vale la pena que lo lean todo seguido en sus casas. Aquí haremos algunas consideraciones que se refieren a algunos aspectos del misterio eucarístico, o sea la Misa.
1 – El milagro que faltaba
El domingo pasado el evangelio nos contaba de la manera milagrosa con que Jesús alimentó la multitud. El de hoy empieza de una manera rara, si se quiere, ya que dice que cuando la gente vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Y luego hemos escuchado de Jesús: vosotros me buscáis, etc. ¿Qué pasó?
Sucede que, entre el milagro escuchado el domingo pasado y la escena de hoy, hay otro episodio que ha sido salteado. Este episodio salteado nos narra que mientras Jesús había huído al monte, los apóstoles se habían embarcado hacia Cafarnaúm y que, siendo ya noche y habiéndose comenzado a encrespar el mar, Jesús fue caminando hacia ellos por el agua. Y con este milagro complementa su enseñanza sobre la Eucaristía.
El anterior milagro de la multiplicación de los panes y este de andar sobre las aguas son como el preludio, dice S. Tomás, de la doctrina sobre el pan de la vida que pronto va a exponer el evangelista. Con el primero, demuestra su inagotable poder para dar alimento corporal, de donde se deduce que lo tiene asimismo para darlo espiritual. Con el segundo, hace evidente el hecho de que puede substraerse a las leyes de la materia y transformar su cuerpo espiritual. Por estos dos milagros podrá Jesús exigir la fe en la doctrina de la Eucaristía.
2 – Levantemos el corazón
Como hemos escuchado en el evangelio de hoy, Jesús comienza el diálogo de una manera abrupta con una respuesta si se quiere “descortés”: en verdad, en verdad os digo, vosotros me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido e los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre. Y concluye el fragmento de hoy diciendo: Yo soy el pan de vida, el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed.
Un aspecto de este sermón, que ya se empieza a percibir hoy y que se notará más claramente en los domingos próximos, es el estilo con que está desarrollado, o sea la manera con que están entrelazados diversos conceptos. Aquí hemos visto que Jesús habla de varios elementos: la fe, signos, el maná y Él mismo como pan de Vida. Este entrelazamiento podría crear cierta confusión. Para evitar esto tenemos que tener en cuenta que esta manera de expresarse de Jesús no hace otra cosa que reflejar la realidad. ¿A qué nos referimos? Nos referimos al hecho de que la Palabra de Dios transversaliza, cruza todo el proceso, es decir está al origen de nuestra fe, alimenta nuestra inteligencia iluminándola y nuestra voluntad fortificándola y está presente en la constitución misma del sacramento (así como en la creación, en el Génesis refiere el texto que Dios dijo… y fue… así también aquí, es el poder divino el que realiza el sacramento).
La relación es mucho más profunda de lo que puede parecer a primera vista. Recordemos que la Palabra de Dios o el Verbo de Dios es el mismo Jesucristo. Dice el catecismo: “En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas… A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien Él se dice en plenitud…” (101-102). Y concluye subrayando la íntima relación entre los dos momentos de la Misa: “Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (103), “Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas un solo acto de culto” (1346).
Este entrelazamiento está presente en nuestra misma liturgia. Normalmente nosotros ignoramos bastante el texto bíblico, pero si lo conociéramos veríamos que las palabras de la misa están tomadas, prácticamente en su totalidad, de la Biblia. Escuchemos de un conocido profesor universitario estadounidense que se convirtió del protestantismo al catolicismo, cuál fue su experiencia al escuchar la primera misa antes de su conversión: “Allí estaba yo, un hombre desconocido, un ministro Protestante con vestimenta común, deslizándome por el fondo de una capilla Católica en Milwaukee para presenciar mi primera Misa… A medida que la Misa progresaba, sin embargo, algo me shockeó. Mi Biblia ya no estaba junto a mí. Esta delante de mí –en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo. La experiencia fue sobrecogedora…”
3 – El Espíritu Santo recuerda el misterio de Cristo
La relación íntima entre estos tres elementos, palabra – fe – sacramento, alcanza una relación del todo especial cuando se celebra la Liturgia porque en la Liturgia se realiza el Memorial del Misterio de Cristo. Memorial no es un simple recuerdo sino la celebración del Misterio. En esta celebración interviene de manera decisiva el Espíritu Santo, quien trabaja, por así decirlo en esos tres distintos niveles interrelacionados entre sí:
- “La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida” (1100). Tenemos entonces la predicación, la proclamación de la palabra.
- “El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan incorporar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración” (1101). “La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación… Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad” (1102). En relación con este aspecto, las Sagradas Escrituras manifiestan el poder de la palabra divina: purifica y limpia (cf. Jn 15,3), vivifica (1Pe 1,23), etc. Dice Santo Tomás que, al ilustrar el entendimiento, “dulcifica el afecto, inflama el amor, rectifica los actos e incita al oyente a proclamarla a los demás” (In Is c. 49). De esta manera, dispone a participar de manera más plena en el misterio.
- “La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas;… las palabras proclaman las obras y explican su misterio… La Liturgia no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes…” (1103-1104). En la celebración de los sacramentos, es por la palabra que se hace, que se constituye el sacramento. Si yo simplemente derramo agua sobre la cabeza de una persona, sin decir nada, no existe el bautismo; pero si yo pronuncio las palabras correspondientes entonces se realiza el sacramento. Y de manera semejante con los demás sacramentos.
Como vemos, la relación es mucho más profunda porque se trata de la Palabra de Dios que, a diferencia de la nuestra, no es sólo un medio transmisor de conocimientos, sino también una palabra creadora y transmisora de gracia.
4 – Conclusión
En síntesis, queridos hermanos, recojamos la exhortación brindada por Jesús en el evangelio de hoy. Aprendamos a ver y comprender los signos y a obrar, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna… el pan de Dios el que baja del cielo y da la vida al mundo.
Consideremos el ejemplo de María, cómo ella contemplaba los misterios de su Hijo, cómo guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2,19)
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
P. Alfonso Torres, S.J.
Jesús busca corazones que le amen en el Santísimo Sacramento
Maestro, ¿cuándo has venido? Esa pregunta pareció al Señor una pregunta sin interés. Realmente lo es; muchas cosas extraordinarias habían presenciado y habían oído las muchedumbres el día anterior; parece que debían de tener ánimo lleno de aquellas cosas extraordinarias que habían visto y que habían oído, y, en vez de ocuparse de ellas, de insistir en ellas, se les va el corazón y el pensamiento en averiguar cuándo, y, aunque no lo digan, también por dónde y de qué manera ha pasado el Señor a la orilla occidental de lago. Contestó el Señor a esa pregunta atendiendo no a las palabras de aquellos hombres, sino a lo que ellos llevaban en el corazón. […] La vida interior, lo que está escondido en la almas, lo que hay en el corazón, es lo que importa; lo exterior es algo que no tiene importancia alguna cuando se compara con eso otro que se guarda en el secreto de la conciencia.
[…] El Señor les reprende, no como imaginaron algunos herejes, diciéndoles que no se ocupen para nada de las cosas temporales y que no trabajen para conseguir el alimento necesario, el pan de cada día, sino sencillamente les reprende haciéndoles notar el desorden de su propio corazón. La solicitud, el cuidado por las cosas temporales, era en ellos lo predominante, en vez de ser lo secundario y lo subordinado, y este desorden es lo que el Señor expresa cuando, de una manera que más bien parece un consejo que una reprensión, les dice; Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura para vida eterna.
A esa reprensión, con la que parece como que el Señor quiere desatar los corazones de su auditorio de aquellas ligaduras terrenas que los tenían cautivos, se añade una revelación. Les habla de una manera generalísima, vaga, imprecisa, de un alimento que dura para la vida eterna, es decir, un alimento que da vida eterna, que sustenta la vida eterna; y, aunque ellos quizá entonces, al oír estas palabras vida eterna, no entendieran lo que esas palabras contienen – quizá pensaron en una vida terrena más dilatada, quizá tuvieron un concepto demasiado temporal de la palabra vida-, todavía esas palabras se irán precisando en el decurso de esta oración, y por ahí, en esa vaguedad, en ese como enigma, quedará prendida la curiosidad de aquellas gentes, y con ello irá creciendo el interés de su corazón.
Trabajad, dice el Señor, no por el alimento o por la comida que perece, sino por el alimento que sirva para la vida eterna.
[…]Aquellos hombres, apenas oyeron la palabra del Señor que les hablaba de un alimento que sirve para la vida eterna, dijeron ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Es decir, ¿qué obras son ésas por las cuales conseguiremos el manjar que dura la vida eterna? A esa pregunta respondió el Señor con una palabra que principalmente significa el camino que lleva a ese alimento de eternidad, pero que al mismo tiempo comienza aclarar un poco las palabras vagas y generales que ha dicho en un principio. Les dice el Señor que las obras de Dios, es decir, las obras que han de hacer aquellos hombres para conseguir ese manjar de que Él les habla, han de ser, en primer término, creer. Entendamos bien esta palabra. No se trata aquí sencillamente de una aserción o de un asentimiento de la mente; si se entendiera así, todavía la palabra del evangelio podría interpretarse rectamente; el primer paso que se da para acercarse a la Eucaristía es ese asentimiento de la propia inteligencia que se hace por un acto de fe; pero la manera que tiene de hablar aquí el Señor da a entender que se habla o que Él quiere dar a entender otra cosa mucho mayor.
La fe, cierto, es un acto del entendimiento, pero también, cuando se mira en toda su amplitud, es como un confiarse a Dios y como un entregarse a Dios para vivir de su palabra. Vivir de la fe es como vaciar toda nuestra vida en la fe, como volcar toda nuestra vida interior y exterior en la fe; es como entregarse a Dios para no dejarse guiar sino por la luz de su divina enseñanza y para hacer todo cuanto esas enseñanzas exigen o recomiendan. El Señor les dice que, para conseguir ese alimento extraordinario que sirve para la vida eterna, ellos han de comenzar por entregarse a la fe, y, una vez que se hayan entregado a la fe, la fe, como un camino derecho, les llevará a la Eucaristía.
[…] A estas palabras respondieron aquellos hombres con una suerte de prudencia humana diciéndole al Señor: “¿Qué argumentos nos das para que nos entreguemos así a una vida de fe? ¿Qué obras haces tú para que de esa manera nos consagremos a lo que tú nos enseñas, y vaciemos ahí todo nuestro corazón, moldeemos nuestra vida, vivamos según tú quieres? Y como si temieran que el Señor les fuera a decir: Las obras que yo hago son las que visteis ayer, aquella multiplicación milagrosa de los panes y de los peces, ellos quisieron quitar importancia a ese milagro y dijeron; Mayor que ese milagro lo había hecho Moisés, sin exigirles tanto; porque Moisés no sólo había multiplicado unos panes y unos peces, como hizo Jesús por una vez y para una ocasión, sino que durante muchos años, cuarenta años, había alimentado al pueblo milagrosamente en el desierto con una pan que bajaba del cielo, según la frase del salmo, o sea, el maná.
A estas palabras responde el Señor, diciéndoles que lo que ellos hacían al rebajar el milagro que habían visto anteriormente al compararlo con el milagro de Moisés, ahora no tenía sentido, porque mucho mayor que aquel milagro que había hecho permanente Dios por medio de Moisés era el milagro de que Él estaba hablando; mucho más excelso era ese alimento espiritual y eterno de que Él comenzaba a hablarles que el maná que dio Moisés en el desierto.
No respondió el Señor de una manera directa a la petición de aquellos hombres, que recordaban un milagro; había respondido antes, porque anteriormente había dicho, al comienzo del discurso, que el Hijo del hombre debía darles un pan del cielo, y para que creyeran en el Hijo del hombre añadió estas palabras: A éste, al Hijo del hombre, lo selló el Padre Dios. Al emplear esta palabra lo selló, daba a entender toda una muchedumbre de ideas; selló el Padre celestial a Jesucristo con el sello de sus milagros para que todos se rindieran a sus palabras, a sus enseñanzas, lo selló con el sello de la divinidad, pero no era Jesús un puro hombre, era Hombre Dios, y la divinidad podía llamarse el sello divino, que estaba impreso en la humanidad santísima de Jesús, lo selló Dios como se sella una vida íntima, la cual se señala para segregarla de todas las demás cosas terrenas y ofrecerla inmaculada al Padre celestial; en estas palabras, lo selló el Padre Dios, daba Jesús a entender los argumentos que pedían aquellos hombres y las razones que ellos deseaban para creerle.
El procedimiento de Jesús va despertando las almas […] Él ha ido poco a poco insinuando una idea nueva, ha ido poco a poco insinuándoles este misterio de la Eucaristía, que es el misterio de su amor; y lo ha llevado a un punto que no descubre todavía propiamente lo que es ese misterio, sino que lo contiene con la idea vaga de que es algo que baja del cielo, más grande que el maná; de que es algo que puede llamarse alimento de eternidad, y de que a ese algo se va por el camino de una fe completa, de una entrega a la palabra suya, que es palabra divina. Solamente con esto les enciende en deseos el corazón.
Hay para nosotros gravísimas enseñanzas.
Primero nos enseña el Señor cómo va buscando el amor de las almas al sacramento de la Eucaristía, esa suavidad divina, esa condescendencia celestial, ese cuidado y celo con que Jesús va insinuando el misterio de su amor, es como un buscar corazones que le amen en el Santísimo Sacramento.
Al mismo tiempo nos dice el Señor por dónde se llega a poseer ese pan del cielo y a gozar de la abundancia que en ese sacramento se esconde; es el camino de la fe; mas no de la fe que consiste simplemente en una acto intelectual. De ese asentimiento de nuestra propia inteligencia, debe surgir, como surge de la semilla la planta, una vida nueva, y esa vida nueva es la vida que se llama vida de la fe.
Pues, el camino para la Eucaristía es la vida de fe. No es una vida gobernada por los criterios humanos o por los criterios del mundo; no es una vida que va por las senadas de la comodidad, de la inmortificación, de las vanidades humanas, de lo que el mundo ofrece, sino es una vida que va por sendas de fe.
Nosotros que ya conocemos ese misterio de amor, nosotros a quienes Jesús se ha revelado por entero, no solamente en la revelación que hay en las Sagradas Escrituras, sino esas comunicaciones secretas que por la Eucaristía Él hace a las almas, purificando los corazones y preparándolos para que reciban la luz; nosotros que tanto debemos ya a la Eucaristía, ¿cómo es posible que no vivamos abrasándonos en deseos de recibir a Jesús con frecuencia y de vivir una vida que sea digna de ese sacramento de su amor?
(Alfonso Torres, Lecciones Sacras, XXII, BAC, Madrid, 1978, pag. 260-267)
San Juan Crisóstomo
“Yo soy el pan de vida”
Nada hay peor que la gula, nada ‘más vergonzoso. Esta es la que cierra el entendimiento y lo hace rudo y vuelve carnal al alma. Esta ciega y no deja ver. Observa cómo fue eso lo que obró en los judíos. Porque ansiando ellos los placeres del vientre y no pensando en nada espiritual, sino únicamente lo de este siglo, Cristo los excitó con abundantes discursos, llenos unas veces de acritud, otras de suavidad y perdón. Pero ni aun así se levantaron a lo alto sino que permanecieron por tierra.
Atiende, te ruego. Les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Los punzó arguyéndoles; les mostró cuál es el pan que se ha de buscar al decirles: Haceos no del alimento que perece; y aun les añadió el premio diciendo: sino el pan para la vida eterna. Y enseguida sale al encuentro de la objeción de ellos con decirles que ha sido enviado por el Padre. ¿Qué hacen ellos? Como si nada hubieran oído, le dicen: ¿Qué debemos hacer para lograr la merced de Dios? No lo preguntaban para aprender y ponerlo por obra, como se ve por lo que sigue, sino queriendo inducirlo a que de nuevo les suministre pan para volver a saturarse. ¿Qué les responde Cristo?: Esta es la obra que quiere Dios: que creáis en el que Él envió. Instan ellos: ¿Qué señal nos das para que la veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto.
¡No hay cosa más necia y más estulta que eso! Cuando el milagro estaba aún delante de sus ojos, como si nada se hubiera realizado le decían: ¿Qué señal nos das? Y ni siquiera le dan opción a escoger, sino que piensan que acabarán por obligarlo a hacer otro milagro, como el que se verificó en tiempo de sus ancestros. Por eso le dicen: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Creían que por este camino lo excitarían a realizar ese mismo milagro que los alimentaría corporalmente. Porque ¿por cuál otro motivo no citan sino ése, de entre los muchos verificados antiguamente; puesto que muchos tuvieron lugar en Egipto, en el mar, en el desierto? Pero sólo le proponen el del maná. ¿No es acaso esto porque aún estaban reciamente bajo la tiranía del vientre? Pero, oh judíos: ¿cómo es esto que aquel a quien vosotros llamasteis profeta y lo quisisteis hacer rey por el milagro que visteis, ahora, como si nada se hubiera realizado, os le mostráis tan ingratos y pérfidos, que aun le pedís una señal, lanzando voces dignas de parásitos y de canes famélicos? ¿De modo que ahora, cuando vuestra alma está hambreada, venís a recordar el maná?
Y advierte bien la ironía. No le dijeron: Moisés hizo este milagro; y tú ¿cuál haces? porque no querían volvérselo contrario. Sino que emplean una forma sumamente honorífica en espera del alimento. No le dijeron: Dios hizo aquel prodigio; y tú ¿cuál haces? porque no querían parecer como si lo igualaran a Dios. Tampoco nombran a Moisés, para no parecer, que lo hacen inferior a Cristo. Sino que invocaron el hecho simple y dijeron: Nuestros padres comieron el maná en el desierto. Podía Cristo haberles respondido: Mayor milagro he hecho yo que no Moisés. Yo no necesito de vara ni de súplicas, sino que todo lo he hecho por mi propio poder. Si traéis al medio el maná, yo os di pan. Pero no era entonces ocasión propicia para hablarles así, pues el único anhelo de Cristo era llevarlos al alimento espiritual.
Observa con cuán eximia prudencia les responde: No fue Moisés quien os dio pan bajado del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan que viene del cielo. ¿Por qué no dijo: ‘No fue Moisés, sino soy yo’, sino que sustituyó a Moisés con Dios y al maná consigo mismo? Fue porque aún era grande la rudeza de los oyentes, como se ve por lo que sigue. Puesto que con tales palabras no los cohibió. Y eso que al principio ya les había dicho: Me buscáis no porque hayáis comprendido las señales, sino porque comisteis de los panes y os habéis saturado. Y como esto era lo que buscaban, en lo que sigue también los corrige. Pero ellos no desistieron.
Cuando prometió a la mujer samaritana que le daría aquella agua, no hizo mención del Padre, sino que dijo: Si supieras quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le pedirías, y te daría agua viva. Y en seguida: El agua que yo daré; y tampoco hace referencia al Padre. Aquí, en cambio, sí la hace. Pues bien, fue para que entiendas cuán grande era la fe de la samaritana y cuán grande la rudeza de los judíos. En cuanto al maná, en realidad no venía del Cielo. Entonces ¿cómo se dice ser del cielo? Pues es al modo como las Escrituras hablan de: Las aves del cielo; y también: Tronó desde el cielo Dios.
Y dice del pan verdadero, no porque el milagro del maná fuera falso, sino porque era sólo figura y no la realidad. Y al recordar a Moisés se antepuso a éste, ya que ellos no lo anteponían; más aún, tenían por más grande a Moisés. Por lo cual, habiendo dicho: No fue Moisés quien os dio, no añadió: Yo soy el que os doy, sino dijo que el Padre lo daba. Ellos le respondieron: Danos de ese pan para comer, pues aún pensaban que sería una cosa sensible y material y esperaban repletar sus vientres. Y tal era el motivo de que tan pronto acudieran a él. ¿Qué dice Cristo? Poco a poco los va levantando a lo alto; y así les dice: El pan de Dios es el que desciende del cielo y da la vida al mundo. No a solos los judíos sino a todo el mundo.
Y no habla simplemente de alimento, sino de otra vida diversa. Y dice vida porque todos ellos estaban muertos. Pero ellos siguen apegados a lo terreno y le dicen: Danos ese pan. Los reprochaba de una mesa sensible; pero en cuanto supieron que se trataba de una mesa espiritual, ya no se le acercan. Les dice: Yo soy el pan de vida. El que a mí viene jamás tendrá hambre y el que cree en mí jamás padecerá sed. Pero yo os tengo dicho que aunque habéis visto mis señales, no creéis.
Ya el evangelista se había adelantado a decir: Habla de lo que sabe y da testimonio de lo que vio y nadie acepta su testimonio. Y Cristo a su vez: Hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto, pero no aceptáis nuestro testimonio. Va procurando amonestarlos de antemano y manifestarles que nada de eso lo conturba, ni busca la gloria humana, ni ignora lo secreto de los pensamientos de ellos, así presentes como futuros. Yo soy el pan de vida. Ya se acerca el tiempo de confiar los misterios. Mas primeramente habla de su divinidad y dice: Yo soy el pan de vida. Porque esto no lo dijo acerca de su cuerpo, ya que de éste habla al fin, cuando declara: El pan que yo daré es mi carne. Habla pues todavía de su divinidad. Su carne, por estar unida a Dios Verbo, es pan; así como este pan, por el Espíritu Santo que desciende, es pan del cielo.
Pero aquí no usa ya de testigos, como en el discurso anterior, pues allá tenía como testigos los panes del milagro y los oyentes aún simulaban creerle. Acá en cambio aún lo contradecían y le argumentaban. Por lo cual finalmente ahora expone plenamente su sentencia. Ellos siguen esperando el alimento corporal y no se perturban hasta el momento en que pierden la esperanza de obtenerlo. Mas ni aun así calló Cristo, sino que los increpa con vehemencia. Los que allá mientras comían lo llamaron profeta, ahora se escandalizan y lo llaman hijo de artesano. No lo trataban así cuando estaban comiendo, sino que decían: Este es el Profeta. Y aun lo querían hacer rey. Ahora hasta se indignan al oírlo decir que ha venido del Cielo. Mas no era ése el motivo verdadero de su indignación, sino el haber perdido la esperanza de volver a disfrutar de la mesa corporal. Si su indignación fuera verdadera, debían investigar cómo era pan de vida, cómo había bajado del Cielo. Pero no lo hacen, sino que solamente murmuran.
Y que no sea aquélla la causa verdadera de su indignación se ve porque cuando Jesús les dijo: Mi Padre os da el pan, no le dijeron: Pídele que nos dé, sino ¿qué?: Danos ese pan. Jesús no les había dicho: Yo os daré, sino: Mi Padre os da. Pero ellos, por la gula, pensaban que él podía dárselo. Pues bien, quienes esto creían ¿en qué forma debieron escandalizarse cuando lo oyeron decir que era el Padre quien se lo daría?
¿Cuál es pues el motivo verdadero? Que en cuanto oyeron que ya no comerían, ya no creyeron; y ponen como motivo el que Jesús les hable de cosas elevadas. Por eso les dice: Me habéis visto y no creéis, dándoles a entender así los milagros como el testimonio de las Escrituras. Pues dice: Ellas dan testimonio de Mí; y también: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía XLV (XLIV), Tradición México 1981, p. 5-9)
Guión Domingo XVIII del Tiempo Ordinario
4 de agosto 2024 – CICLO B
Entrada:
El Pan que el Padre nos da es su propio Hijo; un Pan bajado del cielo, pues es Dios como el Padre; un Pan que perdura y comunica Vida eterna, es decir Vida divina; un pan que es la carne de Jesucristo. Y precisamente porque es divino es el único alimento capaz de saciarnos plenamente.
Primera lectura: Ex 16,2-4. 12-15
Dios alimenta a su pueblo en el desierto con el maná.
Segunda lectura: Ef 4,17. 20-24
San Pablo exhorta a los cristianos de Éfeso a revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios.
Evangelio: Jn 6,24-35
Cristo se ha quedado en la Eucaristía para darnos Vida, de modo que nunca más sintamos hambre o sed.
Preces:
Elevemos nuestras preces a Dios Todopoderoso y con entera confianza pidámosle lo que nos hace falta, sabiendo que en su infinita bondad seremos atendidos.
A cada intención respondemos…
* Pidamos por el Santo Padre y sus intenciones, para que a los cristianos perseguidos se les reconozcan los derechos humanos y la igualdad y libertad religiosa. Oremos…
* Por todos los misioneros, para que el empeño por salvar las almas para Cristo sea recompensado con abundantes frutos y que los infieles sean iluminados por la gracia de Dios. Oremos…
* Por los sacerdotes, para que hagan del Sacrificio eucarístico el verdadero centro de su vida y de su ministerio, y encuentren en él la fortaleza necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Oremos…
* Por los pobres y por todos los que sufren, para que la Palabra del Señor los conforte, y que nosotros seamos solícitos en prestarles ayuda testimoniando que somos hijos del Padre Celestial. Oremos…
* Por los jóvenes llamados al seguimiento de Cristo, para que proclamen y den testimonio del Evangelio hasta los confines de la tierra. Oremos…
Padre eterno, te pedimos que escuches nuestras súplicas y nos asistas en todas nuestras empresas. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Ofertorio:
Cristo es el Sacerdote y la Víctima, Él se ofrece al Padre para borrar nuestras culpas. Presentémosle nuestros dones:
*Incienso, y con él nuestras humildes oraciones que se elevan por los más necesitados.
*Pan y vino, que por la virtud del Sacerdote se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Comunión:
Recibamos a nuestro Señor, presente en la Sagrada Eucaristía, verdadero Pan bajado del cielo que contiene en sí todo deleite.
Salida:
María nuestra Madre nos auxilia con el alimento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo, sólo debemos creer en la absoluta eficacia de su salvación y obrar conforme a la Voluntad de Dios.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Como la yedra
¿Han visto, mis hermanos, muchos hombres que se arriman a los grandes, y los halagan, y los siguen y parecen estar todo dispuesto a su servicio? ¿Por qué lo hacen? ¿Por servir a los grandes? No, porque los grandes les sirvan a ellos.
¿Vieron alguna vez una torre en ruinas en medio de un campo desierto? La yedra se arrima a ella; la abraza con sus tentáculos; sube con ella hasta la altura. ¿Por qué lo hace? ¿Por amor a la torre? No, por amor a sí misma. No pretende dar a la torre hermosura y coronarla de verde. Es que sin la torre no puede crecer ni subir.
Así se arriman éstos a los grandes. Para crecer y subir. Por eso vemos tan crecidos y tan subidos a los que tal vez antes de llegar a este amparo apenas se arrastraban por la tierra. Debemos huir de la adulación y de los aduladores como de la peste.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 225)