por esta confianza derramará Él en su alma los tesoros de su Corazón Divino: “Consolata, tú no pones límite a tu confianza en Mí y Yo no pongo límites a las gracias que derramo en ti“. Y precisamente por lo que respecta a la confianza, hará de Sor Consolata, no sólo un apóstol en el mundo, sino el apóstol de los apóstoles.
Esta promesa le hizo Jesús por primera vez el 22 de octubre de 1935: ¡Consolata, te haré apóstol de los apóstoles! Más tarde, el 10 de diciembre de 1935, se lo confirma y explicaba diciéndole: Aquel Dios que se complació en elegir a una niña para hacer de ella un apóstol de apóstoles por la confianza que se debe tener en Dios, sabrá infundir a esta niña tal y tanta generosidad, que la hará superar las pruebas y conducirla vencedora a la cumbre deseada.
Y el 3 de noviembre de 1935, inspirándole seguridad para afrontar las pruebas que le esperaban: Consolata, nada temas. Nadie podrá ya detener tu vertiginosa carrera hacia el fin, nadie; porque Yo estoy en ti y tú te fías única, ciega, y totalmente de tu Jesús. ¡Me gozo en ello y verás qué sabré hacer de Consolata! No temas de nada ni de nadie: tienes contigo a Dios, que piensa por ti, que te protege como a las niñas de sus ojos. Te juro que corresponderás plenamente a los designios que Jesús ha formado sobre ti. “Del seno del que cree en Mí manarán los ríos de agua viva.” (Jn 7, 38).
¡Oh, confía, confía siempre en Jesús! ¡Si supieses cuánto me gozo en ello! ¡Dame este consuelo de que te fíes de Mí aún entre las tinieblas de la muerte! Jamás temas nada, confía en Jesús totalmente, solo y siempre; y aún cuando descendieran sobre tu alma las tinieblas para envolverte en ellas, oh entonces repite aún más intensamente: “Jesús, no te veo, no te siento, pero me fío de Ti!” Así en toda clase de pruebas.
Tu confianza en Mí es grande Consolata; trata de que sea heroica en los días de prueba. Heroica fue. En los ejercicios espirituales del 1942, cuando estaba ya subiendo su calvario estampaba en el diario esta página que merece ser reproducida enteramente: “…Alma mía ¿hasta hoy puedes decir delante de Dios que has siempre combatido? ¿Que has llegado a la perfección requerida? ¿Que te has mantenido fiel a los propósitos hechos?… Dios mío. ¡Qué confusión! ¡Qué vileza!… Pero, oh Jesús, no quiero ni envilecerme ni desanimarme, quiero que desde este instante con tu ayuda, levantarme, luchar, perseverar en la lucha para poder decir con San Pablo en el momento de la muerte: He combatido el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe (2 Tim 4, 7).
“Sé que me espera una lucha continua, enfurecida, tenaz, cotidiana, desde la mañana hasta la noche: la lucha de los pensamientos por conservar por Ti la mente, la lengua, el corazón inmaculados. Sé que me espera un esfuerzo supremo de todas las energías para darte un acto incesante de amor, para verte en todo, para ofrecer un “sí” generoso a toda inspiración y exigencia divina; y sé que el odio satánico se aprovechará de todas las coyunturas para impedirme, para detenerme en la amorosa ascensión hacia Ti.” “Por eso, va a entablarse la batalla de una manera decisiva contra mí misma, las criaturas y el enemigo. Jesús no quiero entrar en el paraíso un minuto antes del señalado por Ti mismo ni un minuto después por culpa mía. Si Tú estás en mí ¿quién estará contra mí?” (Cfr. Rom 8, 31).
“Jesús quiero, desde este momento hasta la muerte, no dar entrada a un pensamiento, a un desaliento, a una desconfianza. Jesús quiero comenzar el acto de amor así que me despierte y continuarlo, a pesar de todas las baterías enemigas, hasta el momento de dormirme por la noche. Jesús siempre con tu ayuda, quiero verte, hablarte, servirte en todo. Jesús quiero responder “sí” a toda exigencia directa o indirecta, a todo sacrificio, a todo acto de caridad, y hacerlo con todo amor y entre sonrisas. Jesús, quiero vivir el momento presente, este momento, en un acto de amor, de total entrega a tu divino querer, por Ti y por las almas.
¡Jesús, quiero con tu gracia permanecer en paz y sonriente siempre, sea cual fuere el estado de mi alma!” “¡Jesús, con tu ayuda, ya no se vuelve atrás! Y entonces, teniendo que avanzar ¿por qué arrastrarme? ¿Por qué hacer reír al enemigo con altos y paradas, con desalientos y desconfianzas? ¡No, ya no más! Quiero, con tu ayuda, ir adelante, siempre adelante; aún herida, ¡siempre adelante! Y cuando caiga a lo largo del camino, quiero – confiando en Ti-, levantarme inmediatamente, aunque fuese por milésima vez y en el último instante de la jornada, y volver enérgicamente a mi canto, como si nada hubiese pasado.
¡Jesús bueno bendice y conserva esta tu voluntad en mí!” ¡Cuánta buena voluntad, cuánta generosidad y confianza en esta almita! Confianza que ella en la íntima convicción de la propia nada, en la cotidiana experiencia de la propia debilidad, apoyaba sobre esta divina realidad: el amor, la omnipotencia, la fidelidad del Corazón de Jesús.
En efecto, escribe: “…Una mañana de un día de retiro (creo que en el verano de 1931), no habiendo podido hacer la visita a Jesús sacramentado con las hermanas del noviciado, me encaminé sola hasta la puertecita del Santo tabernáculo. Abro el libro del retiro y leo: “¡Te creo omnipotente!” Esta frase me impresionó. Cierro el libro y recibo de lleno la luz divina. ¡La omnipotencia divina! Y comprendí que a pesar de todas mis extremas debilidades y miserias, Dios podía hacerme santa. Y con la luz sentí una nueva y fuerte esperanza: la confianza en Dios Si era omnipotente, si lo podía todo, podía también realizar mis inmensos deseos. Y desde aquel momento creí que todo se llevaría a cabo. Oh Jesús, si esta noche tu débil criatura con voluntad resuelta puede decirte: “¡Estoy pronta a todo!”. ¿A quién lo debo, sino a la omnipotencia misericordiosa que ha obrado el milagro de la transformación, que a mi innata debilidad ha sustituido tu fuerza divina?”
Habla de deseos inmensos. Cuáles sean éstos y cuáles las estupendas promesas divinas, puede verse en el tomo de la Vida. Aquí diremos, que a nuestro juicio, dio con el vértice de la confianza manteniendo siempre solidísima en el corazón, a pesar de todo, la fe en la realización: Sea de sus deshechos deseos de amor, de dolor y de almas, sea de las divinas promesas. Baste una cita tomada de una carta suya al Padre espiritual (10 de septiembre de 1942): “…hoy mi plegaria más ardiente es para obtener de Jesús la gracia de amarle como nadie le ha amado y para salvarle tantas almas como nadie se las ha salvado; y se lo repito en cada estación del Vía Crucis, hasta cansarle. Qué quiere, Padre, mi única esperanza de poder obtenerlo descansa en la plegaria insistente. Sé que soy miseria, inconstancia, vileza, pero sé también que Él es omnipotente, que a Él nada le es imposible; por eso, entre esta pequeñísima y Dios Nuestro Señor se ha tendido el puente de la confianza y, en mi suprema vileza, creo que Jesús me concederá lo que deseo.”
“No temo ya el dolor, la lucha, el anonadamiento: Jesús me hace la gracia de amarle, y me sorprendería y me afligiría sobremanera si yo no me encontrase en este estado. Con gran audacia pido sufrir como nadie jamás ha sufrido, porque no me apoyo en mí, vil por naturaleza, sino que cuento exclusivamente con Él, el Omnipotente, que todo lo puede, hasta el concederme que soporte con alegría tanto dolor. Lo pido, lo anhelo inmensamente y creo que me será concedido. A veces, le digo como en broma, que si no me concede el dolor y la fuerza de soportarlo bien, no sería omnipotente: “¡Y yo te creo Omnipotente!” Me parece poder asegurar, Padre, que ha comenzado la carrera hacia el dolor, como ya se ha iniciado la carrera hacia el amor. “A veces, por las noches, al hacer el Vía Crucis, con la vista en las estrellas, pienso: ¿qué dirán los santos de mi insistente plegaria de amor, de dolor y de almas en grado tan altísimo?… Si partiese de un corazón inocente, fiel, pero ¡de Consolata!… Ello, no obstante, ya se ha lanzado el desafío de audaz confianza, que todo lo espera obtener. Todo es posible al que cree; ¡y Consolata cree, cree!… Oh Padre, me parece que se hace en mí la fe tan grande, tan grande… ¡Y me aferro tenazmente a la plegaria para conservarla y, si es posible, acrecentarla cada vez más. Repito que se ha tendido el puente entre esta niñita y el Corazón de Dios: confianza sin límites!” Tal arrojo de amorosa confianza no necesita comentarios, él por sí mismo explica la promesa tantas veces hecha por Jesús, a esta alma amada: ¡Consolata, en el regazo de la Iglesia serás la confianza!
Una conclusión podemos sacar aquí anticipando lo que se explicará en las páginas siguientes sobre dicho fin, a saber: que el amor, la vida de amor, lleva realmente al alma al heroísmo de todas las virtudes, venciendo todas las debilidades de la naturaleza humana. Bien comprendió esto Sor Consolata y por lo tanto jamás se perdió a lo largo del arduo camino tendido hacia la cumbre. Una noche, en los Maitines, se leían estas palabras: “Bienaventurada eres Tú, oh Virgen María, porque creíste al Señor”, y Jesús le susurró en el fondo de su corazón: “¡Consolata, un día lo dirán de ti!” ¡Oh Jesús, yo soy ya bienaventurada! –¿Eres feliz porque tienes a Jesús? – Oh Jesús, ¿se puede desear algo más cuando se te posee? -¡No, querida, no se puede desear nada más!-.