Cuando los sacerdotes fundaron la economía científica – P. Gustavo Domenech

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Ha aparecido recientemente un interesante libro del historiador americano, Willian Slattery cuyo título es Heroism and Genius: How Catholic Priests Helped Build—and Can Help Rebuild—Western Civilization (Heroísmo y genios: como los sacerdotes católicos ayudaron a construir y pueden reconstruir la civilización occidental). Un capítulo me llamó particularmente la atención donde el autor habla sobre los teólogos de Salamanca, considerados por algunos economistas liberales como los fundadores de la economía de mercado.

El autor escribe este capítulo basado en estudios hechos por historiadores de la economía quienes, en el siglo pasado, se interesaron en la escolástica y sobre todo en la escuela de Salamanca. El gran representante de la escuela de Austria Frederick Hayek afirmó “que lo esencial estaba ya comprendido en estos remarcables precursores de la teoría económica que eran los escolásticos españoles del s. XVI”. Siguieron en la misma línea de estudios entre otros, Marjorie Grice Hutchinton discípula de Hayek y autora de numerosos libros sobre la doctrina económica de la Escuela de Salamanca, Raymon de Roover, Scholastic Economics: Survival and Lasting Influence from the Sixteenth Century to Adam Smith, (1955), Alejandro Chaufen, Christian for freedom, (1986).

Schumpeter, por su parte, en su Historia del Análisis económico, afirma que aquellos pensadores escolásticos, “incorporaron todos los fenómenos del capitalismo naciente y, por consiguiente, que de hecho sirvió de base a la obra analítica de sus sucesores y allí también comprendido Adam Smith”.

Cuando se habla de escolástica hay que entender por ello el método nacido en la Edad Media que consistía esencialmente en un análisis racional de todos los problemas, examinados desde puntos de vistas opuestos, para llegar a una solución inteligencia y científica compatibles con la razón y la fe. En esta presentación de puntos de vistas opuestos hacía que la universidad, campo propio de la Escolástica, se estableciera un dialogo con el único objeto de buscar y encontrar la verdad; pues no importaba quién lo había dicho sino qué había dicho, y ayudara, de esta manera,  al descubrimiento de la realidad. Una obra que muestra ese dialogo abierto es la Suma Teológica, pues las objeciones de los artículos no son otra cosa que una resonancia de las voces del claustro donde se presentaban distintas opiniones sobre un tema.

Cuando se habla de la relación de la escolástica y la economía hay que saber que tanto Santo Tomas como sus seguidores no tuvieron un interés directo en la economía, pues los temas de esa cultura universitaria eran las cuestiones más trascendentes del hombre como son los temas filosóficos y teológicos. Sin embargo, a partir de esos saberes, de sus principios podían iluminar todas las demás realidades que no escapan al campo del Ser, sea natural o sobrenatural.

Ciertamente les interesó de modo indirecto en cuanto esos temas tenían relación con las acciones morales de los hombres en sociedad, donde está en juego la salvación eterna, el fin trascendente. Pues para la cosmovisión clásico-cristiana, los bienes materiales de la economía en la vida del hombre son meros instrumentos (organa) de su felicidad como ya expresaba Aristóteles. Con una finalidad más humana, los escolásticos desarrollaron temas económicos tales como el precio justo, la usura, el trabajo, la propiedad privada, la legitimidad del beneficio, el libre cambio, etc.

Mas tardes, ya en el siglo XIV, los temas económicos, tomaron mayor importancia, a causa del desarrollo de la burguesía sobre todo en la católica Italia. Allí es donde nació el capitalismo como sostienen hoy la mayoría de los historiadores, objetando así la tesis de Max Weber quien sostuvo que el capitalismo nació en un ambiente protestante. Quizás lo llevó a realizar tal afirmación modelos abstractos, tales como asociar capitalismo; modernidad y protestantismo y, por el contrario; agrupar una economía estacionaria con la Edad Media y Catolicismo.

Cuando se habla de capitalismo hay que entender por tal, la sobreestimación del capital por encima de otros bienes mas humanos, tales como el trabajo, el consumo, los bienes honesto de justicia, de solidaridad, etc. Esto se comenzaba a dar en esa cultura burguesa que empezaba a desarrollarse. Ante el surgimiento de este movimiento en el marco de una libertad económica, aunque limitada por las costumbres, la moral, los escolásticos comenzaron a indagar sobre los la economía y los peligros de convertirse en la guía de la cultura. Así, los teólogos defendieron una economía humana y cristiana preocupándoles sobre todo que todas las transacciones comerciales estuvieran siempre regidas por la moral y por los fines trascendentes del hombre.

En ese marco, por lo tanto, hay que entender los estudios económicos de todos estos teólogos. Pongamos algunos ejemplos de estudios económicos realizados por estos escolásticos a los que el autor de marras hace referencia.

Después de Santo Tomas, Juan Duns Scoto (1265-1308), según Schumpeter, fue el inventor del equilibrio concurrencial, más tarde conocido como “ley de costos”. Su discípulo el padre Jean Buridán (1300-1358), rector de la universidad de Paris, hizo grandes aportes a la teoría moderna del dinero. También su sucesor, el obispo Nicolas Oresme (1325-1382), es considerado actualmente como fundador de la economía monetaria y pionero en el ver el problema del estatismo de la economía. Por su parte, San Bernardino de Siena (1389-1459) reconoció al burgués como una categoría social y aplicó el concepto de “deseo”, es decir, el gusto personal en el nacimiento del valor de las cosas. El padre Martin Apizcueta, primo de san Francisco Javier (1493-1586) es referido por los economistas modernos como el primero que formuló la teoría cuantitativa del dinero. El cardenal Cayetano (1468-1593 es considerado por el economista Murray Rothbard como el fundador de la “teoría de las expectativas económicas”. El fraile Pierre Jean de Olivi (1248-1298) fue el primero en postular una teoría del valor basado en la utilidad subjetiva y no en el esfuerzo. Demás está decir que con esta teoría ya está in nuce la crítica a la economía marxista que funda el valor en el trabajo acumulado. En esta misma línea del valor fundado en una apreciación subjetiva[1] tenemos a Juan de Lugo (1583-1660). Giovani Botero (1540-1617), sacerdote y secretario de san Carlos Borromeo es considerado el mejor economista italiano del s. XVI quien dio la formula colbertista insistiendo en una población numerosa como motor de la economía[2].  Destaca el historiador de la economía Schumpeter que Juan de Mariana fue uno de los más relevantes en el tema económico previo a la aparición de Salamanca. Este sacerdote fue un promotor de la reducción del gasto publico superfluo de la corona para así equilibrar el presupuesto; y habló también de la inmoralidad de los monopolios de empresas mixtas reales y privadas.

Todos ellos eran principalmente teólogos y si trataron temas de economía no fueron como cuestiones de escritorio o por puro diletantismo sino que su interés era el bien espiritual de los fieles y la sociedad. Ellos eran predicadores, consejeros de príncipes, de reyes y emperadores. Es decir, estaban inmersos en la vida practica de su época haciéndose eco de las preocupaciones de conciencia de la gente que se aproximaba a sus confesionarios y pedían consejos de la gerencia de sus negocios para que ellos estuvieran de acuerdo a sus prácticas cristianas. Su objetivo principal era resolver los problemas morales que aparejaba el mercantilismo cada vez más creciente.

El siglo XVI vio nacer la escuela de Salamanca en cuyo  claustro se daban cita filósofos y teólogos tomistas, dominicos y jesuitas, españoles y portugueses. El fundador de esta escuela fue Francisco de Vitoria (1486-1546) quien había hecho sus estudios en Paris, la madre de las universidades europeas. Este erudito, debido a la res novae (nuevos hechos) suscitados por el Descubrimiento de América y el mercantilismo, se puso a estudiar los temas sociales, políticos y económicos desde una perspectiva tomista.

Por su parte el dominico Domingo de Soto quien también abordó los temas económicos,  resolvió el tema de la inflación, flagelo en ese entonces producido, no por la maquina de hacer billetes sino por la afluencia de metal moneda de América. Afirmó este teólogo que, para evitar la inflación había que equilibrar la producción con el metal sonante.

El padre Antonio Serra (s. XVII) desarrolló la idea de la ventaja de la industria con respecto a la agricultura, es decir, de la “teoría del valor agregado”. Además motivó la importación de productos: “el tráfico grande comercial es también una fuente común de enriquecimiento; pero para que sea realmente provechosa ha de realizarse no solo con los productos del país, sino con los del extranjero; en una palabra: ha de tender a conquistar la supremacía de los transportes internacionales. Holanda y luego Inglaterra comprendieron la lección de Serra”[3].

El abad Ferdinando Galiani fue el creador de las teorías de la abundancia y escasez como factores determinantes del precio. Mas tarde estos principios se difundieron en Francia y a finales del s. XVIII, el abad Robert Jaques Turgot (1721-1781) continuó esos principios, influyendo así en los fisiócratas franceses, considerados por otros como los fundadores de la ciencia económica.

Dada la abundancia y la profundidad de los temas económicos tratados por estos teólogos Joseph Schumpeter en History of Economic Analysis (1954) afirma que “fueron ellos quienes merecen más que nadie el título de fundadores de la economía científica” [4].

Hasta aquí la exposición breve de este historiador americano que trae todos estos datos. Pero hay que tener cuidado en unir mentalmente realidades tales como economía científica-escolástica-capitalismo.

La economía moderna funda en gran parte sus raíces en la cultura cristiana, sobre todo en el concepto de libertad y de dignidad de la persona. Este aspecto incluso ha sido resaltado por pensadores liberales como Francis Fukuyama quien en su obra El fin de la historia, afirma que “dos de las instituciones fundamentales que han llegado a ser esenciales a la modernización económica – la libertad de elección individual en materia de relaciones sociales y el derecho a la propiedad y el ejercicio del poder político limitado por un derecho transparente y estable- han sido creados por una institución premoderna: la Iglesia de la Edad Media”[5]. También Hilaire Belloc resalta el influjo de la Iglesia en la libertad económica, así, en su obra El Estado servil afirma que el paso de la institución de la esclavitud con su intermedio del siervo hasta llegar al campesino libre ha sido obra de la Iglesia[6].

No obstante, esta libertad, principio de tragedias también, se transformó en liberalismo y en lo económico se llama capitalismo. Es uno de los “ismos” del mundo moderno, y como tal representa una deformación. El capitalismo es una desviación de uno de los elementos de la economía: el capital,  el dinero en detrimento del trabajo, de la producción y del consumo.

Esa libertad que tardo 1000 años en conseguirla el hombre común en occidente, se comenzó a desvirtuar en la modernidad. Calderón Bouchet afirma que “el proceso de laicización sufrido por la cultura, la independencia cada día más marcada de sus expresiones espirituales, no ha podido borrar totalmente el trasfondo religioso del cristianismo. Se puede afirmar, contra las apariencias, que si se rastrea bien se advierte, en los movimientos espirituales contemporáneos al capitalismo, el sello deformado de sus orígenes cristianos.[7]

Veamos en detalles el espíritu moderno en la economía y que se llama capitalismo.

El capitalismo es individualista. No es una economía en vistas al bien común político y, como dice santo Tomas: “No es recta la voluntad del que quiere algún bien particular, a no ser que lo refiera al Bien Común, como a fin” [8]. Unido a este concepto, el capitalismo es contractualista. Pues es la burguesía la creadora del Estado liberal moderno que no es otra cosa que garante de las libertades comerciales de los particulares. Unido a esto, el capitalismo es liberal. Por encima de todo es la libertad de mercado sin ninguna restricción ni moral ni política. Por eso mismo, es anarquista, pues considera al Estado como un mal necesario. En este sentido podemos decir que el protestantismo es padre del capitalismo, en lo que tiene de liberal y en eso estamos de acuerdo con Max Weber.

El capitalismo pone como centro a un hombre abstracto: es la humanidad como una entelequia, olvidándose del hombre concreto de carne y hueso. Influido por la idea de Progreso y de Evolucionismo, al capitalismo no le importa dejar en el camino a hombres concretos, pues su fin es llegar a conseguir su Idea de Progreso. Dice el p. Menvielle: “el capitalismo es esencialmente futurista. Puede afirmarse une economía liberadora de la vida humana, porque espera serlo para todo el mundo en el porvenir, aunque mientras tanto solo lo es en el provecho de unos pocos”[9].

El capitalismo es mundialista, pues no le interesa el bien de la patria. Hace suya la consigna: donde está el dinero está la patria. No tiene ningún compromiso con la sociedad donde sus empresas se construyen. Si no le conviene, desarma todo y se traslada a un lugar más “rentable”.

El capitalismo es mecanicista, es decir, que no le importa el fin de las realidades sino su funcionamiento. Considera la economía como una realidad con independencia casi absoluta de la libertad del hombre: es la mano invisible que soluciona todas las cosas. El capitalismo es racional, pero con una razón instrumental. Dice Calderón Bouchet: “Las ideologías nacieron con el burgués y aunque no todas tienen idéntica alcurnia intelectual, le han servido corno modelos para poder obrar sobre un mundo y una sociedad concebidos según la forma mental de las ciencias físico matemáticas. El conocimiento no es más la interpretación del lenguaje divino, ni el poder social el ejercicio de la acción paternal. Uno y otro nacen de una libido dominadora, ciega a todo otro valor que no sea su expansión desbordada y sin reconocer otros límites que aquéllos impuestos por la imposibilidad de los proyectos”[10].

El capitalismo hace del lucro su fin. Transforma las riquezas reales en riquezas monetarias para enriquecerse cada vez más. Invierte la relación de la economía, cuyo fin es el consumo, es decir, cubrir las necesidades humanas, haciendo su fin el lucro. El capitalismo funda  su dinamismo en la competencia egoísta. Su ley principal es la competencia darwiniana.

El capitalismo es monopolista. Por su misma dinámica tiende al acaparamiento del mercado y la gerencia privada del capital de la mayoría. La economía mundial capitalista va en esta dirección. Cada vez más se concentra el capital en pocas manos. Chesterton  en su obra Los limites de la cordura (the outline of sanity), que es una crítica profunda al capitalismo, asevera que “lo esencial de los trust es que no solamente tiene el poder de suprimir toda rivalidad militar o rebelión del pueblo, como lo tiene el Estado, sino que también tiene el poder de suprimir toda costumbre, o moda, u oficio, o empresa privada que no le agrade”[11].

Ciertamente que los escolásticos no fueron los padres de esta economía capitalista. Aquí vale la segunda aclaración: distinguir entre lo material de la economía y lo formal de la misma. El padre Menvielle en su obra Concepción católica de la economía, distingue muy bien lo que es el elemento material del capitalismo y el elemento formal. Él dice que “en toda construcción económica concreta p. ej. la Economía capitalista liberal, podemos distinguir dos elementos distintos, unidos substancialmente en un único ser; usando el lenguaje aristotélico-tomista, llamaremos materia al elemento pasivo e informe que recibe como un alma y conformación del otro elemento, que denominaremos forma” [12]. En el caso de la economía capista liberal donde se inscribe la Escuela de Austria que elogia a los escolásticos como sus predecesores, lo que podría concederse es más bien el elemento material, como son todos los temas que ellos abordaron: el justo precio, la inflación, la industria, la producción de moneda, el enriquecimiento, etc.

La misma diferencia establecía Juan Pablo II: “Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa”[13].

Por lo tanto, el capitalismo se nutre de todo el espíritu de la modernidad que ha permeado el mundo económico, distinto del espíritu que informaba a los escolásticos que eran sobre todo teólogos y filósofos y ponían como fines del hombre estos y no los meramente económicos, como hace el capitalismo moderno.

En conclusión, podemos decir que estamos de acuerdo y alabamos esta puesta en valor de los sacerdotes como fundadores de la economía científica, que son más bien los aspectos materiales, y que mejor llamarlos elementos de un “mercado libre” pero estamos en desacuerdo de aplicarles el mote de fundadores del capitalismo. Para ellos la economía no era la ciencia panoplia de todas las soluciones políticas y humanas.

Pero también hay que volver a los escolásticos no en lo que no solo tienen de técnico sino también en lo que tienen de humano. Afirmaba Marcel de Corte: “aportar una solución al problema económico, comenzar por el principio, ubicar el problema en toda su amplitud y reconocer lo que es el hombre.”[14] Y en este campo, Santo Tomás, tiene mucho para decirnos.

En este mismo sentido decía el padre Menvielle: “Siendo la económica una ciencia de la actividad humana en procuración de las riquezas materiales, tiene que estar especialmente vinculada con todas las ciencias que estudian los comportamientos humanos (…) se halla vinculada con los problemas morales y psicológicos de la conducta humana en sociedad”[15].

En esto estamos de acuerdo en el autor de marras, en que los sacerdotes también pueden reconstruir la economía con la iluminación desde la totalidad de la vida humana, ellos “can rebuild the western society” como muy bien titula el libro el autor americano.

Por ello, hacemos valoración de los escolásticos no solo por sus aportes propios de la economía sino también de todos los demás saberes por encima de ellos que convierten a la economía no en algo monstruoso sino en una realidad humana.

 

P. Gustavo Domenech

[1] La apreciación subjetiva del valor tiene como fundamento el principio aristotélico de la economía que funda el hecho económico en la necesidad humana. No es el trabajo, como sostenía Marx y antes que él, el padre del liberalismo económico, Adam Smith, como hace ver Emil Kauder. Concluyendo así, que Adam influyó en Marx. La tesis del trabajo versus necesidad como fundadora del valor esta muy bien presentada en la critica del marxismo que hace el celebre teólogo argentino Julio Meinvielle en su obra “El poder destructivo de la dialéctica comunista”.

[2] Rene Gonard, Historia de las doctrinas económicas, (Aguilar, Madrid 1967), 71.

[3] Ibidem, 73

[4] Joseph A. Schumpeter, History of Economie Analysis, Oxford University, Press, Nueva York, 1954, p. 97, citado por Thomas Woods, Como la Iglesia construyo la civilización occidental, pág. 193.

[5] Francis Fukuyama, Le début de l´histoire.  Des origines de la politique à nos jours, Paris, Saint-Simon, 2012. Citado por el autor que seguimos.

[6] Cf. Hillaire Belloc, El Estado servil, (La espiga de oro, Buenos Aires 1945), 64

[7] Rubén Calderón Bouchet, El espíritu del capitalismo, (Ed. Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2008), 15

[8] Santo Tomas, Suma teológica, I-II, 19, 10

[9] Julio Menvielle, La concepción católica…, 7

[10] Rubén Calderón Bouchet,  El espíritu…, 30

[11] G. K. Chesterton, Los limites de la cordura, (el buey mudo, Madrid 2010), 216

[12] Cf. Julio Menvielle, Concepción católica de la economía, (Cursos de Cultura católica, Buenos Aires 1938), 3

[13] Cf. Juan Pablo II, Centesimus annus, 42

[14] Marcel de Corte, El Humanismo económico, (Forum, Buenos Aires 1975), 15

[15] Julio Menvielle, Conceptos fundamentales,… 52

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