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La sustancia del Credo de Nicea. Antes de presentar a algunos de los personajes de Nicea, digamos qué es Nicea. Es decir, comencemos por el final. Nicea o Nikaia era una antigua ciudad de Bitinia, en Asia Menor, muy cerca de Constantinopla. Hoy en día se llama Iznik (Turquía), y aquí convocó el emperador Constantino, en el 325, el concilio que la hizo célebre. Pero cuando nos preguntamos qué es Nicea, no nos interesan por el momento los detalles geográficos o históricos, sino la doctrina de su Credo o Símbolo. El llamado “Credo de Nicea” lo recitamos cada domingo dentro de la profesión de fe conocida entre nosotros como “Credo largo”. La liturgia nos ofrece la posibilidad de rezar uno de dos credos: el “corto”, o de los Apóstoles; y el “largo”, o Niceno-Constantinopolitano. En muchos lugares del mundo, solo se usa este segundo. Como indica su nombre, es el Credo o Símbolo de fe que une el Credo elaborado por los padres conciliares en Nicea, en el 325, y el que ampliaron medio siglo más tarde los padres del Concilio de Constantinopla, en el 381. La modificación de los Símbolos de fe se ha debido generalmente a la necesidad de aclarar algunos puntos concretos de la fe negados circunstancialmente por alguna herejía importante. No son cambios en la formulación sino añadidos aclaratorios. Lo que estos aditamentos agregan no es doctrina nueva, sino la fe de siempre, profesada por la Iglesia pacíficamente hasta el momento, pero que, debido a alguna herejía reinante o a confusiones divulgadas entre el pueblo por malos teólogos, urge dejar en claro.

En el caso de Nicea, según Sesboüé, no es más que el credo del concilio (regional) de Cesarea (de mediados del siglo III; cf. DS 40), ampliado para responder a la herejía arriana. Aquí lo tenemos indicando las aclaraciones en cursivas y mayúsculas:

Creemos en un solo Dios,

Padre omnipotente,

creador de todas las cosas visibles e invisibles; y

en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios,

engendrado unigénito del Padre,

ES DECIR, DE LA SUSTANCIA DEL PADRE, (toutestin ek tes ousias tou Patros),

Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,

ENGENDRADO, NO HECHO, (gennethenta ou poiethenta)

CONSUSTANCIAL AL PADRE, (homoousion to Patri),

POR QUIEN TODAS LAS COSAS FUERON HECHAS,

las que hay en el cielo y las que hay en la tierra,

el cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación

descendió y se encarnó, se hizo hombre,

padeció, y resucitó al tercer día,

[y] subió a los cielos,

y viene a juzgar a los vivos y a los muertos,

y en el Espíritu Santo (DS 125).

Las cuatro aclaraciones añadidas quieren subrayar la divinidad de Jesucristo y dejan bien a las claras las sutilezas del arrianismo; porque Arrio y sus defensores suscribían el anterior Símbolo, en el que ya leemos que Jesús es “Hijo de Dios, engendrado unigénito del Padre”, “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Cualquier creyente entendía que se proclamaba la divinidad de Jesucristo, pero Arrio matizaba el alcance de estas afirmaciones, haciendo de Cristo una creatura, la más excelsa que pueda imaginarse, pero siempre una creatura. Del problema de Arrio me ocuparé en otra oportunidad. Ahora solo quiero resaltar la contundencia de estas afirmaciones dogmáticas. Jesucristo es engendrado “de la sustancia del Padre”. No es una afirmación nueva sino una explicitación, como deja en claro la cláusula inicial “es decir” (toutestin); por tanto, esto está ya contenido en la frase anterior que habla de la generación del Hijo; y si Arrio la entendía en sentido rebajado, es porque diluía la fe para acomodarla a sus conceptos racionalistas. Arrio, como todos los gnósticos, reducía la fe a los límites de lo racional, al menos todo cuanto podía. Nicea le recuerda al novador que la verdadera generación, y por tanto, la verdadera filiación, implica que la generación divina, como la natural, es de la sustancia del generador.

Pero los arrianos y sus secuaces filo-arrianos eran maestros de las sutilezas y de las ambigüedades finas, en las que un “sí” está tan cerca de un “no” o de un “quizá sí, quizá no”, que los Padres conciliares fueron apretando la rosca con nuevas vueltas, porque realmente no estaban dispuestos a dejar que los herejes le colasen el veneno por un agujerito, por más insignificante que pareciese. Y por eso añadieron “engendrado, no hecho”. Porque el Cristo arriano es hechura del Padre. El de la fe católica no es hecho, sino engendrado. Es Hijo en sentido pleno, absoluto, total; no ahijado. Y como ajuste fino y definitivo viene la “palabra dogmática” de Nicea: “consubstancial” al Padre, «homoousios». Tan fina, exacta y precisa que los arrianos vieron que allí no tenían cabida sus gambetas, y presentaron todas sus armas para intentar desarmar lo que esto significaba. Hasta el día de hoy se discute quién propuso el término. Unos dicen que fue Osio, obispo de Córdoba, España, legado del Papa para este Concilio; otros que el joven diácono Atanasio, el gran campeón de Nicea (y que todavía debería sufrir tanto por la fe). En griego homoousion to Patri, quiere decir exactamente lo mismo que la versión latina consubstancial al PadreOusía no era una palabra nueva en las discusiones teológicas; pero se había desconfiado de ella —y hasta había sido condenada anteriormente— porque Pablo de Samosata la proponía en el sentido de “naturaleza” y con la intención de hablar de pluralidad de naturalezas en la Trinidad. En cambio, aquí indica sustancia y enfatiza “de la misma” que el Padre. Esto implica al mismo tiempo distinción de personas, porque, como diría san Basilio, nada se dice consustancial a sí mismo sino a otro. Por tanto, esta palabra era una patada en medio de los dientes arrianos. Algunas traducciones actuales vierten “de la misma naturaleza que el Padre”. La expresión no es feliz, aunque no sea un error estrictamente dicho, ya que se entiende por el contexto que la intención es tomar naturaleza en el sentido de sustancia, y, además, porque allí queda el referente latino (que san Pablo VI recomendaba, por otra parte, cantar en la Misa dominical en alguna de sus melodías gregorianas, lo que evitaría discusiones ociosas a quien guarde escrúpulos). Pero reconozcamos que no son totalmente equivalentes. Dos hombres somos de la misma naturaleza, pero no somos consustanciales. De todos modos, si se aclara el sentido, puede pasar (y de paso cañazo: da para un buen sermón del párroco); y el problema es más bien la imprecisión y no las ganas de introducir una herejía; porque hoy en día, las herejías se dicen con altavoces, así que el problema no viene por una traducción un poco genérica (aunque puede comenzar por allí). De todos modos, si se quiere decir lo que decía Nicea, sería bueno usar consubstancial, como, de hecho, decimos cuando lo recitamos en latín.

Tan certera era la palabra que algunos de los más lúcidos filo-arrianos buscaron una escapatoria aceptando el vocablo pero transcribiéndolo y rubricándolo con el añadido de una letra muy menuda del alfabeto griego: una iota (= ι). Así en vez de homoousios decían y escribían homoiousios. Esa iota hacía pasar el sentido de “consubstancial” a “semejante a”. ¡Lo que puede una sola letra! Y los maestros de la vaguedad lo sabían muy bien. Hoy en día hacen algo parecido, pero sin cambiar las palabras: cambian el sentido, o lo estiran para que quepa todo dentro, o para que no diga nada. Se ha perdido el amor a la palabra, y por eso muchos han perdido la fe en la Palabra, la revelada y la encarnada.

Pero Dios cada tanto manda algunos Osios y Atanasios que le arruinan el guiso a los más espabilados. Yo todos los días miro por la ventana a ver si aparece alguno. Y no pierdo la esperanza.

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

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Comentarios 1

  1. María Victoria Cano Roblero dice:

    Padre amado que tu Espíritu Santo guíe a tu esposa.

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