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Arrio, no eterno, pero siempre-vivo. Arrio no fue el primer hereje que asomó en el horizonte, pero sí el que montó una de las peores polvaredas. Hasta puso a la Iglesia al borde de un colapso (¡si no fuera por el Espíritu Santo!). Lo de Pelagio y su herejía moral quizá haya que ponerlo un escalón más abajo. El personaje del que hablamos se supone que nació en Libia entre el 250 y el 256, lo que quiere decir que en la época del Concilio frisaba los 70-75 años. A la edad en que tendría que prepararse a bien morir, los necios se dedican a revolverle el caldero al diablo. De hecho solo sobrevivió una década más, muriendo en 336. La teología arriana era muy alambicada, inspirada en principios neoplatónicos y gnósticos, y no fue Arrio su inventor ex ovo, ya que sus ideas principales tienen raíces en el adopcionismo de Pablo de Samosata, que admitía en Dios una sola persona, y en otros autores de los primeros tiempos muy influidos por ideas filosóficas todavía poco depuradas. José Antonio Sayés calificaba el pensamiento arriano de racionalismo y sintetizaba su principal afirmación en la siguiente: “no es el Verbo el que se hace hombre, sino el hombre el que, por gracia divina, queda divinizado”. Así dicha, la tesis es muy parecida a la de algunos teólogos de nuestro tiempo. Porque eso que sostenía el arrianismo vale para cualquier hombre como obra de la gracia, pero explicar así a Cristo es hacer de él una creatura. Y eso es lo que sostenía Arrio, para quien Jesucristo no es el Verbo encarnado, es decir una Persona divina que asume una naturaleza humana, sino una creatura que Dios crea como intermediador entre Él y la creación de todas las demás cosas. Porque Dios, para Arrio, no puede rebajarse a interactuar con las creaturas; ni siquiera para crearlas. Él es absolutamente (léase: adulteradamente) trascendente a la creación. Por tanto, la creación es mediada por el Verbo, que es la primera creatura de Dios. Lo que nunca pudo explicar el hereje —y se lo hicieron notar los campeones de la fe, como Atanasio— es por qué Dios sí puede crear al Verbo, si el problema es que no puede crear las demás cosas. Bueno, los herejes no explican todo sino que hacen como que explican; no le pidamos, entonces, coherencia a Arrio. Pero lo que sí logró Arrio es ofrecer al racionalismo mundano un Cristo aparentemente más comprensible a su mente. Porque todo intento de achicar el misterio no es más que eso: una reducción a ver si logramos que quepa en las pobres ideas de nuestra cabeza. Y su explicación, nada clara y premeditadamente enrevesada para que nadie entendiese si decía lo que decía o parecía que decía no lo que decía, o no decía lo que parecía… tuvo una enorme difusión, encontrando adeptos entre muchos obispos que venían ya tocados de otros errores como el adopcionismo y el modalismo, que son, todos, formas de gnosticismo. Pero también se topó con campeones de la fe, entre los que se contaron grandes obispos; incluso algunos personajes que, en el momento del mayor fragor, no eran más que mozuelos, como el diácono Atanasio de Alejandría, que sería el principal martillo de esta herejía, y que, en el momento del Concilio solo tenía 30 años.

En síntesis, el arrianismo, con sus muchos retorcimientos y sutilezas, sostenía que Jesucristo es una creatura. Una creatura excepcional, unida perfectamente a Dios, medio universal de la creación y de la salvación… pero siempre una creatura. Y consiguió adeptos. Algunos comulgaban totalmente con su doctrina; otros no tanto, pero no se animaban a jugarse por la doctrina ortodoxa. Son los que conocemos como filo-arrianos, algunos de los cuales oscilaron como el mejor de los péndulos de un lado para el otro.

El Concilio de Nicea condenó el error del libio, pero no consiguió erradicarlo. Atanasio, una vez hecho obispo de Alejandría, todavía tendría que sufrir cinco exilios por su causa, porque después de Constantino que avaló el concilio niceno, sus hijos no estuvieron a la altura y algunos de ellos favorecieron ampliamente la herejía. El mismo Constantino se rodeó en vida de obispos que eran, al menos, filo-arrianos, como los dos Eusebios, el de Nicomedia y el de Cesarea.

Un poco más tarde, san Jerónimo iba a cifrar en una famosa frase el drama que se vivió en aquellos tiempos: “ingemuit totus orbis et arianum se esse miratus est”; el orbe entero gimió al descubrir que se había vuelto arriano. En Nicea la fe fue salvada, pero el arrianismo infectó una parte del orbe católico, y sus miasmas se extenderían por siglos. Penetró en el ejército imperial, y, por medio de este se derramó entre los pueblos paganos y lugares de frontera donde las tropas estaban asentadas. Muchos de los bárbaros que invadirían más tarde el Imperio no eran paganos sino arrianos, y esa es la razón por la que persiguieron tan encarnizadamente a los cristianos fieles a la fe de Nicea. En España hubo que esperar a que Recaredo I, rey de los visigodos, profesara la fe católica; y esto sería recién en el 587, en el III Concilio de Toledo.

Cada tanto el arrianismo asoma la nariz, de la mano de algunos teólogos. Hoy está de nuevo vigente, si atendemos a lo que no hace mucho ha sugerido el cardenal Koch, Prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, quien expresamente ha señalado que “en nuestra propia Iglesia ha vuelto a estar muy presente el espíritu de Arrio y se observa un fuerte despertar de las tendencias arrianas” (CNA Deutsch Nachrichtenredaktion, 20-12-2024). Y, como añade a continuación, “ya en los años 90, el cardenal Joseph Ratzinger reconoció el verdadero desafío al que se enfrenta el cristianismo actual en un «nuevo arrianismo» o, más suavemente, al menos en un «nuevo nestorianismo bastante pronunciado”. El P. Iraburu, en un capítulo de su opúsculo Gracia y libertad, hablando del “arrianismo actual”, señalaba que este ya no apela a las explicaciones especulativas semiplatónicas de Arrio, aunque sus epígonos caminan la misma huella: Cristo es hombre, no Dios. Sea que afirmen que la persona de Cristo no existe desde toda la eternidad, igual al Padre y al Espíritu Santo, sea que sostengan que Jesús puede decirse Dios solo en cierto modo, es decir, en cuanto que lo revela en plenitud. Y enumeraba entre los neo arrianos a Edward Schillebeeckx, O. P., Anthony De Mello, S. J., Roger Haigth, S. J., Jon Sobrino, S. J. La lista podría ser verdaderamente muy prolija si nos empeñamos.

En 1972, la Congregación para la Doctrina de la fe publicó Mysterium Filii Dei, una Declaración en la que denunciaba muchas afirmaciones erróneas que reeditaban los errores arrianos. Allí decía: “Son claramente opuestas a esta fe las opiniones según las cuales no nos habría sido revelado y manifestado que el Hijo de Dios subsiste desde la eternidad en el misterio de Dios, distinto del Padre y del Espíritu Santo; e igualmente, las opiniones según las cuales debería abandonarse la noción de la única persona de Jesucristo, nacida antes de todos los siglos del Padre, según la naturaleza divina, y en el tiempo de María Virgen, según la naturaleza humana; y, finalmente, la afirmación según la cual la humanidad de Jesucristo existiría, no como asumida en la persona eterna del Hijo de Dios, sino, más bien, en sí misma como persona humana, y, en consecuencia, el misterio de Jesucristo consistiría en el hecho de que Dios, al revelarse, estaría en grado sumo presente en la persona humana de Jesús”. Son nuevas variantes del arrianismo. A 50 años de esta declaración, la situación no ha cambiado para bien —a pesar de que el entretiempo hubo un gran respiro—. En todo caso quizá debería decir que ha empeorado y que los arrianos de este siglo XXI continúan proponiendo los mismos errores con ropajes a la moda de nuestro tiempo digital. Es el arrianismo “milenial”.

Pero cada domingo nosotros recitamos con fervor el Credo de Nicea y se nos va la acidez.

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Comentarios 1

  1. María Victoria Cano Roblero dice:

    Padre aumenta nuestra fé.

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