Siempre tuve el sueño de adentrarme en la cultura africana durante un tiempo, no solo para observarla, sino también para ayudar y aprender.
A mis 23 años, en julio de 2024, finalmente se me presentó la oportunidad. El padre David, encargado de la Fundación PAR en Chile y, a la vez, miembro de la congregación del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), me comentó que su congregación tenía una misión establecida en Tanzania desde hace más de 10 años y que recibían misioneros por períodos determinados. Obviamente, esto me llamó mucho la atención, así que le pedí el contacto de la persona encargada.
Un tiempo después, me envió el contacto del padre Diego Cano, quien está a cargo de la misión. Él me explicó todo lo que hacen allí y me introdujo en el trabajo de los voluntarios. La verdad es que no se necesitaron muchas conversaciones para convencerme.
La fecha acordada de llegada fue el 15 de enero de 2025. La misión se desarrolla en las parroquias de Kangeme y Ushetu, pertenecientes a la diócesis de Kahama. Para llegar allí desde Chile se requieren más de dos días de viaje. Sin embargo, mirando hacia atrás, confirmo que valió la pena.
Mi llegada a Kahama fue como un aterrizaje forzoso. Mi maleta no llegó en el avión en el que viajaba, la temperatura rondaba los 30 grados y la ciudad parecía no regirse por ningún orden. La única regla: no enojarse. Estuvimos un rato haciendo algunos trámites que tenía que hacer el padre Pablo en la ciudad (quien se encargó de recogerme) y, luego, partimos hacia Ushetu.
El camino era de tierra y muy irregular, pero para mí sirvió para darme cuenta de que realmente estaba en África. A los lados del camino se extendían cultivos de maíz, arroz y tabaco; la tierra había adquirido un tono rojizo; se veían mujeres cargando agua y otras cosas sobre sus cabezas, niños pastoreando y vacas transportando la cosecha. Escenas que hasta entonces solo había visto en películas.
Ese día descansé en Ushetu, y al día siguiente el padre Diego me recogió para partir a Kangeme. Lo primero que noté en él fue su sonrisa y, lo segundo, su sotana. Mientras yo apenas podía mantenerme de pie por el calor, él, como es característico de los religiosos del IVE, lucía con orgullo su vestimenta religiosa.
Mi trabajo en Kangeme consistió principalmente en pintar unos baños que se habían construido recientemente. Era una estructura de aproximadamente 50 m², que había tomado tres años en completarse. Desde el inicio, para mí fue un honor y una alegría, pero también una enorme responsabilidad saber que mi trabajo iba a quedar incluso después de mi partida (o eso espero!).
Los días transcurrieron entre charlas de sobremesa, pintura, el saludo alegre de los niños de la escuela Nuestra Señora de Luján, fútbol y visitas a las aldeas. Estas últimas fueron, realmente, actividades que me llenaron el alma.
Cada cierto tiempo, el padre Diego debe visitar alguna de las 24 aldeas asociadas a la parroquia de Kangeme, y tuve el honor de acompañarlo a cuatro de ellas. El espectáculo en esos lugares es realmente impresionante. La gente recibe al Padre como si estuviera recibiendo a un rey. Los niños comienzan a cantar en cuanto ven acercarse el característico auto rojo del padre Diego, lo siguen y solo dejan de cantar cuando él se lo indica. Todos los adultos se agolpan para saludarlo y las mujeres hacen una pequeña reverencia junto al clásico “Tumsifu Yesu Kristo” (Alabado sea Jesucristo).
La mañana transcurre entre confesiones, rosario y misa. Y, como siempre, después de la misa lo invitan a almorzar, con comida cosechada y preparada por ellos. Se coloca una mesa en medio de ese pacífico paisaje, y la comunidad se encarga de cada detalle con mucho cariño. Una experiencia única.
Como podrán imaginar, en mi viaje no faltaron los bailes y cantos. El sonido del tambor resonaba en todas las misas y celebraciones, y en la misa dominical hay desfiles de baile en la entrada, salida y durante las ofrendas. Y, por supuesto, el coro, siempre perfectamente coordinado, exhibe su talento artístico a la comunidad.
Así transcurrieron mis primeras dos semanas. Cuando finalmente terminé de pintar los baños, me dirigí a Ushetu. Allí tuve la suerte de hacer en dos trabajos distintos: por un lado, como estudiante de medicina, acompañaba y ayudaba a la hermana Inmaculada durante las mañanas en el dispensario (centro de salud administrado por las hermanas) y, por las tardes, colaboraba con el hermano Emmanuel y Antonio en el hogar de niños con discapacidad.
El trabajo en el dispensario me expuso a una de las realidades más crudas de este país. Los servicios básicos y públicos son casi inexistentes. Las urgencias médicas son prácticamente intratables; a pesar de que el dispensario es el mejor centro de salud de la zona, dispone de exámenes, medicamentos y procedimientos muy limitados, y el centro resolutivo más cercano se encuentra a ocho horas de distancia, dos horas por camino de tierra. Que, dicho sea de paso, es un traslado que prácticamente nadie en la comunidad puede costear.
Sin embargo, esto me ayudó a comprender una faceta de los tanzanos que me llamó la atención desde mi llegada: la paz y alegría con las que viven a pesar de las adversidades. Y quizás es precisamente por ello. Ellos, a diferencia de muchos otros lugares en el mundo, son conscientes de que la vida puede terminar en un abrir y cerrar de ojos. Como me comentó en una ocasión el padre Diego, mientras observábamos los rayos nocturnos de una de las múltiples tormentas que nos tocaron, la gente tiene muy presente que esta no es nuestra única vida. Creo que eso les lleva a ver la muerte, la enfermedad y la escasez no tanto como desgracias, sino solo como problemas.
Como mencioné anteriormente, por las tardes me dirigía al Hogar de Misericordia, donde se encuentran Pascale, Simón, Daniel, Johnny y Johannes, cuidados por Emmanuel y Antonio. A diferencia de lo que muchos podrían imaginar, es un lugar impregnado de alegría, calidez y, sobre todo, de Cristo. La manera en que Emmanuel y Antonio cuidan a cada uno de los niños a su cargo es admirable, casi como si fueran sus propios hijos. Básicamente, mi labor allí consistía en acompañar, entretener, limpiar, ayudar en la preparación de la merienda y servir la comida. Al principio fue difícil, pero a medida que fue creciendo el cariño por los niños, todo se volvió más ameno. Al final, reíamos juntos y, aunque las interacciones pudieran parecer limitadas, se notaba que se había formado un vínculo especial.
Para concluir el día, solía unirme a la misa de las 19:00 que celebraba el Padre Pablo en la parroquia de Ushetu, a pocos pasos del lugar donde dormía. Durante estas últimas dos semanas, me tocó caminar mucho por las calles de la aldea, y me di cuenta cómo uno se convierte en un imán de miradas. Pero siempre de manera positiva. Los niños te saludan amistosamente (los mas extrovertidos se atreven a lanzarte un “how are you”) y los adultos tienden a saludarte con una sonrisa y, como mencioné antes, un “Tumsifu Yesu Kristo”. Tal como me dijeron cuando llegué, y como pude comprobar, la hospitalidad forma parte del ADN de la cultura local.
Quisiera destacar, como mención especial, la amabilidad de los hermanos y las hermanas durante mi estadía. Ambos grupos siempre me recibieron con sonrisas, preocupación, curiosidad por mí y mi país, y un gran respeto, sin mencionar el excelente ambiente que se respira en la casa de formación, el noviciado y aspirantado.
Me gustaría resaltar también a Cristina (en Kangeme) y a las hermanas Aurora, Inmaculada y Sacro Cuore (en Ushetu), quienes no solo se aseguraban de que tuviera comida todos los días (buena y abundante), sino que también siempre me daban buenas conversaciones y risas.
Para concluir, solo quiero destacar la tremenda obra que hacen los padres, hermanos y las hermanas allá. No solo han fundado escuelas, construido casas y mejorado los sistemas de acceso al agua en la comunidad, sino que, poco a poco, han logrado inculcar en la cultura los valores más nobles de nuestra sociedad: la amabilidad, la generosidad, el esfuerzo y el respeto. Y todo basado en el ejemplo. Pero, lo más importante, han conseguido hacer crecer y fortalecer la fe en Cristo. Estoy seguro de que esto no solo ha transformado miles de vidas, sino también miles de almas durante estos más de 10 años de misión.
Infinitamente agradecido y con el corazón lleno, tocó el momento de despedirse.
Espero que esto sirva para motivar a quienes tienen la duda sobre si lanzarse a esta experiencia. No se van a arrepentir.
Asante Sana, Tanzania. (Muchas gracias, Tanzania)
Santiago Vial
PD del P. Diego: Agradezco mucho a Santiago por el tiempo que estuvo con nosotros, y le agradezco por la atención de haber escrito sobre su experiencia en estos días en Tanzania.
PD2: Aprovecho a contarles que ya hemos cumplido el 42% de la campaña para la CONSTRUCCIÓN DE LA SACRISTÍA de Kangeme.
Les pido, por favor, que me ayuden a seguir difundiendo. Cuando lleguemos a la mitad de la campaña, ya podremos comenzar con algunos de los trabajos enumerados dentro de la campaña.
Mil gracias. Dios los bendiga.
Aquí abajo copio el link para ayudar
https://gofund.me/c6641fb6
Comentarios 1
Gracias padre por ésta nueva crónica, me alegró mucho saber que recibieron un voluntario, es una actividad realmente maravillosa, solo hay que animarse .
Es muy bueno también que se conozca la gran labor que se realiza en las misiones y lo importante que son , también el gran sacrificio y entrega que se requiere y amor mucho amor para tan ardua tarea, nuevamente gracias padre Dios los continúe bendiciendo, y puedan seguir recibiendo muchos voluntarios más, hasta la próxima.