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Después de haber visto en los dos artículos anteriores la crisis que sufre la cultura y la sociedad francesas, en esta última presentación, correspondiente a la tercera parte del libro, el autor nos presenta hechos salvíficos que han impedido la desaparición de Francia, en muchos de los cuales se hace visible la intervención divina. Entre estas vicisitudes el autor evoca el incendio de Notre Dame, algo que produjo un sentimiento de catástrofe final, pues ¿es posible pensar Francia sin Notre Dame? Pero también Francia tuvo la experiencia de su desaparición cuando el ejército alemán invadió Paris para transformarla en el gran imperio del Tercer Reich; unas décadas atrás, la guerra del 14 que diezmo la población masculina francesa; en el siglo anterior, la guerra contra Prusia llevo a Francia al peligro de su desaparición. Saltando algunos siglo atrás, Francia estuvo a punto de llegar a su fin, y que fue impedido por la acción de Juana de Arco; anterior a ello, bajo el reinado de Felipe Augusto, abuelo de san Luis,  por una coalición interna y externa contra la monarquía capeta Francia también estuvo a punto de ver el fin de sus días; no olvidemos la invasión de los hunos de Atila, quienes llegados a las puertas de Paris, fueron detenidos por la presencia majestuosa de santa Genoveva; finalmente, luego de las invasiones bárbaras, la desaparición de lo que restaba de la cultura romana, salvada gracias a la conversión de Clodoveo. En todos esos momentos hubo siempre un hombre y una mujer que salvaron la Francia.

Este libro nos lleva a hacer una pregunta más general ¿Qué es lo que hace que las civilizaciones, imperios, naciones decaigan y que a veces desaparezcan? Puede tener una respuesta a nivel político, filosófico y teológico. Según se miren las acciones libres de los hombres, o se observe la fisis de la sociedad o bien se considere su Causa Primera. Veamos, la naturaleza, la fisis de la sociedad.

Leonardo Castellani en un artículo titulado la Decadencia de las naciones[1], escrito  como presentación del libro de otro autor, reflexiona sobre las causas de la decadencia y de la restauración de las sociedades. Siguiendo en sustancia este artículo, trato tres puntos: las causas de la decadencia, la ambigüedad del término y el remedio a la decadencia.

Todo ser es tal, como afirmaba Aristóteles, por sus cuatro causas, es decir, la causa formal, final, eficiente y final. La consideración de las cuatro causas nos da un conocimiento científico (según el concepto clásico de ciencia), del objeto de estudio. En nuestro caso si hablamos de decadencia del ser de una nación, es preciso considerar la corrupción por estas cuatro causas.

Si los habitantes son la causa material pero también eficiente de una nación, la disminución y reemplazo de la misma es una causa de decadencia. Hoy el decrecimiento de la natalidad es un problema global que impacta en todos los órdenes de la vida. Una nación se construye con el potencial humano. Pero muchas naciones debida a las corrientes inmigratorias masivas, se está produciendo un reemplazo de población que con su consiguiente pérdida de identidad racial y cultural. Pero también se puede decir que la causa material sobre la que se asienta una nación es el espíritu del hombre. Es en su parte espiritual donde vive una nación. Los judíos no tuvieron por siglos un territorio, pero se mantuvieron como nación gracias a la preservación de sus hábitos espirituales. En este sentido una nación decae no solo por el número sino también por el espíritu.

La causa final de la decadencia de una sociedad es la ausencia de la directriz tradicional, la falta de una idea nacional. Esa directriz tiene que ser tradicional, es decir, la continuación de la trayectoria de su pasado. Una sociedad, por el contrario, decae cuando se reemplaza una idea distinta de nación extraña a su esencia propia.

La causa eficiente son los agentes que la dirigen hacia el bien común, la eficiencia principal está en el adalid de la sociedad, el gobernante; pero también, como dijimos arriba, una causa eficiente subordinada son las acciones libres de los hombres pero aquellas que tienen una dirección al bien común. Por lo tanto, una nación decae cuando su régimen pierde el poder autónomo en relación a las potencias extranjeras o porque pierde su poder soberano hacia el interior a causa de fuerzas disolventes, como es el individualismo y egoísmo. Tanto el factor externo como el interno se sustraen a la  síntesis armonizadora que es el Estado.

Finalmente el elemento más importante la síntesis estructural que, en términos aristotélicos es la causa formal. El desorden estructural se produce cuando tal síntesis, comprendida por las relaciones de jerarquía y subordinación de  los distintos grupos societales, se quiebra. En otros términos, la desestructuración sucede cuando las personas son arrojadas de su propio lugar social y puestas donde no deben estar. Es la confusión de personas, como decía el Dante.

En su aspecto formal la sociedad se estructura según cuatro clases: los creadores, los realizadores, los asimiladores, los rudos. La vida de la sociedad por su fisis propia pide que hayan creadores. Ellos representan la actividad intelectual en su grado integro y desbordante. Es el elemento que unifica, según las palabras del Alfonso X en las partidas: “los sabios son aquellos por lo cual se conservan, se sustentan y se acrecen las naciones”. Por el contrario, como afirma Leonardo Castellani  “La raíz del mal en las naciones es que la contemplación ha sido puesta por debajo de la acción; que es como decir ha sido suprimida o pervertida.”[2] En la sagrada Escritura se llama matar a los profetas.

La cima de la actividad intelectual es la profecía. El profeta está por encima del metafísico. El profeta es a la vez profundo como el metafísico y concreto como el político. El metafísico es el hombre de lo universal, mientras que el hombre de acción es de lo concreto, de la experiencia; más el profeta conjuga en si las dos cosas. Hablamos aquí de profeta en sentido amplio, pues existen dos profetas, el que recibe la iluminación de Dios, y el profeta natural, que recibe la iluminación de la realidad. Consiste en una inmersión tan honda de la vida del profeta en lo presente que lo habilita a proyectar las líneas directrices actuales a lo futuro.

Los ejecutores, por su parte se ubican por debajo, y representan la actividad de los hombres de acción. No es el creador quien debe gobernar, sino que su función es iluminar al hombre de acción, el ejecutor. Solo en muy pocos casos puede encontrarse en la misma persona esa doble inteligencia, contemplativa y práctica, y esta escasez es debido a los límites de la naturaleza humana que impide la contemplación y la acción simultáneamente. El desorden estructural más profundo es el que se da en la cima de la naturaleza de la sociedad y es cuando los creadores desaparecen y son reemplazados por la acción “ciega” del hombre practico, del hombre de acción.

Pero el tema de la decadencia y prosperidad de una nación requiere también otro análisis. Es el enfoque desde el punto de vista de la vida feliz. Los términos decadencia y prosperidad son ambiguos y limitados si se lo toman solo desde el punto de vista político. ¿Cuáles son las son las naciones prosperas y felices? Ciertamente que feliz es una categoría que propiamente se aplica a un hombre individual, pero las naciones son felices análogamente, en cuanto que las acciones de los hombres están en la línea del bien común humano, que consiste en una moderada cantidad de bienes materiales, con un equilibrio social justo y que prosperidad en actividades espirituales, morales e intelectuales.

La palabra feliz tiene tres sentidos, según se pronuncie en el plano sentimental, en el plano ético o en el plano religioso. Hoy se limita la prosperidad a la riqueza material. Sin embargo, paradójicamente, un gran progreso material, y una atrofia del progreso espiritual, lleva gradualmente a la infelicidad de las naciones. Petit de Murat en un agudo análisis del apogeo y decadencia de las civilizaciones afirma que “la abundancia económica es la que ha matado toda cultura. Los pueblos se realizan en la pobreza (no miseria)”[3]. La comodidad envilece. Una manifestación de este envilecimiento, producto de la riqueza material, es la desaparición de la verdadera riqueza “material” de una nación que es la población. La preservación del bienestar material como fin, como es el caso de grupos en Inglaterra que consideran la llegada de nuevas vidas humanas como una amenaza a la integridad higiénica de la tierra.

En otro plano, una nación oprimida económica y políticamente puede ser prospera, con prosperidad espiritual por mantener su grandeza moral. Es el caso del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, pueblo sufrido, pero que mantuvo una grandeza de acuerdo a su vocación. Incluso, una guerra intestina puede ser signo de grandeza moral.  ¿No fue el caso del movimiento de los hermanos Macabeos? Por el contrario, se puede vivir  en un pudrición tan pacifica como la paz de un cadáver. De esa situación dolorosa eventualmente puede surgir, como dice la Escritura, un “resto”, es decir, una minoría determinante que produzca la restauración. Sin embargo solo es posible donde todavía haya un fuego en el alma de ese resto, donde la mecha humeante no se haya extinguido totalmente.

La vida de las personas y de los pueblos, según Aristóteles, son tres: la vida pueril o superficial, la vida de acción o política y la vida intelectual. La misma formulación la hace el filósofo danés Soren Kierkegaard quien afirma que los tres planos de vida son el estético, el ético y el religioso. El hombre y los pueblos viven según los sentidos o según el intelecto; si lo primero tenemos la vida pueril; si lo segundo, el intelecto se divide en practico o especulativo; de allí una vida de acción, la política o una vida de contemplación, intelectual o más exactamente “espiritual”. La vida estética, de lo que hemos dicho algo más arriba, es la vida superficial, centrada en lo material.

La vida ética de un pueblo está constituida por los hombres de bien; por ese resto, por esa grandeza moral que existe aún en una minoría directiva. Pero hay que decir que la moral no es la mera corrección externa, una moral cívica. Es la moral del positivismo jurídico de los pueblos occidentales, Una sociedad “políticamente correcta” con una ética pura legitimada por la realidad del número y no legitimada por la realidad de la verdad.

La síntesis estructural de una sociedad se produce en un orden jerárquico de funciones de servicio. Leonardo Castellani expresa esta síntesis estructural: “el orden jurídico es un instrumento para el orden político; el orden político es un instrumento o máquina para la moral, la moral es máquina para la religión, la religión para la mística, aunque cada una de esas máquinas sea (diferentemente) viva; y normalmente todas se compenetren. Toda ruptura de una máquina viene en el fondo de una desconexión con el orden superior y se cura solo con una nueva información por él”.[4] Servicio mutuo, pero quien tiene la misión de informar, es decir, de dar sentido es la función superior. Y en el grado superior de las funciones, con su servicio de darle forma, de ahí in- formar, es la religión.

Pero no cualquier religión sino la única fundada por Jesucristo. Y esta no en lo que tiene de externo sino su parte más vital: la mística y todo lo que este término comprende. Es lo formal de la religión, pues, incluso la religión sin mística se osifica, no sirve como principio vital. La mística evita el peligro de que la religión pase al estado ético y estético, del que habla Kiergkegaard.

En la historia de las naciones el profeta, portador de la inspiración mística que viene de lo alto ha jugado un rol primordial. Profeta y místico fue Natán frente a David, es Juan Bautista frente a Herodes, es Catalina de Siena frente a los papas, es Bernardo de Claraval frente a los poderes terrenales. Del cual dice Rubén Calderón Bouchet: “Con la inteligencia puesta en la verdad paradigmática dirige la mirada a los asuntos de la tierra. Lo paradójico, y como paradójico fue muy medieval y cristiano, es que los poderes aceptaran la inmisión de este monje y generalmente trataron de conformar su conducta pública y privada a la lección dada por sus amonestaciones”[5].

La información de la vida de una sociedad comienza desde lo más alto. La reforma de la religión en primer lugar, por la mística. Solo una religión llena de espíritu puede ser factor de cambio en la sociedad. La Iglesia es fermento, levadura. Reforma política y reforma religiosa siempre se dan de consuno.

En esto me quiero detener un poco. La reforma de la religión no puede tener como fuente primera la política. Es el problema del conservadorismo americano, que ha permeado varios movimientos actuales, que se dicen de derecha: se invoca a Dios, se nombra a Jesus, se apela a volver a las raíces cristianas de occidente. Es loable, pero no puede ser el político el predicador. La característica de la sociedad americana de tradición protestante, a diferencia de la cristiandad del continente viejo, no ha tenido la experiencia del profetismo de la Religión, distinta a la política. El protestantismo fusiona la religión y la política. Por lo tanto, en ese esquema es el Rey o el presidente, el ministro principal de la religión.

El peligro del conservadorismo es instrumentalizar la religión con fines meramente políticos. Cuando la relación debe ser inversa: la sociedad política es un medio para alcanzar la vida eterna. La religión no tiene como fin conservar las naciones. El fin de la religión es buscar primero el Reino de los cielos y el florecimiento de la cultura es solo su añadidura. El concilio vaticano II establece la prelacía de fines de la Iglesia: “Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no solo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos”[6].

En este mismo sentido el pensador argentino, Rubén Calderón Bouchet en su crítica al conservadorismo americano sostiene que “en la predicación del Reino de Dios hay un objetivo sobrenatural y una de las fuerzas más importantes de esta finalidad es que todos los otros propósitos se llamen a silencio para dar lugar a la única iniciativa. Si la naturaleza humana es restaurada por la influencia de la Gracia y la sociedad se compone en el camino mejor para ellas, pero no podemos olvidar que son solamente añadiduras”[7].

Tener cuidado cuando la política reemplaza el oficio del creador y adquiere ribetes mesiánicos. Los que deberían predicar han callado y la política ha tomado el oficio de la predica episcopal. El gran pensador Alberto Ezcurra Medrano veía el peligro en ciertos nacionalismos de colocar dentro del Estado lo que está por encima del Estado[8]. La religión, no puede ser una cuestión política. La religión es una cuestión religiosa.

Solo la religión que por su naturaleza se pone por encima de la política y no se confunde es la Iglesia de Cristo, fiel al principio de su fundador: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ni el cristianismo ortodoxo, ni el protestante, menos el judaísmo y el islamismo, puesto que sus intereses religiosos se han confundido de una manera u otra con el orden político, pueden lograrlo. La Iglesia, buscando primero el Reino de los cielos, puede llegar a construir una civilización adecuada al hombre.

La segunda cautela frente al conservadorismo cristiano es, sin negar su buena intención, la mezcla que hace de principios de orden natural con principios revolucionarios. El conservadorismo quiere poner orden, pero no se puede desde un liberalismo y economicismo. El conservadorismo, en su predica  cristiano, en su práctica revolucionario. El conservadorismo americano produce no un ligamen político, es decir, de hombre a hombre, sino económico, de hombres a cosas[9].

Hemos querido con estos artículos dar una mirada sobre Francia, país al que siempre la ciencia política ha considerado ser la madre de la política moderna en gran parte de sus componentes. Hemos visto el análisis fino del autor que, partiendo de hechos concretos, contingentes, los ha considerado a la luz de principios más altos. Y finalmente, como una reflexión (no totalmente personal), sino, como un enano sobre los hombros de gigantes he intentado arrojar un poco de luz sobre temas que nos acucian como cristianos insertos en el mundo.

 

[1] Leonardo Castellani, Seis ensayos y tres cartas, Ed. Dictio, Buenos Aires 1978, 107-145

[2] Leonardo Castellani, Reflexiones políticas

[3] Fray Mario Petit de Murat, Una sabiduría de los tiempos

[4] Leoardo Castellani, Decíamos ayer.

[5] Rubén Calderón Bouchet, Apogeo de la ciudad cristiana

[6] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 40

[7] Rubén Calderón Bouchet, El conservadorismo anglosajón

[8] Alberto Ezcurra Medrano, Catolicismo y nacionalismo

[9] Julio Meinvielle, El comunismo en la revolución anticristiana.

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