PRIMERA LECTURA
Con el castigo que infligiste a nuestros
adversarios,
Tú nos cubriste de gloria,
llamándonos a ti
Lectura del libro de la Sabiduría 18, 5-9
Como los egipcios habían resuelto hacer perecer a los hijos
pequeños de los santos —y de los niños expuestos al peligro, uno solo se
salvó—para castigarlos, Tú les arrebataste un gran número de sus hijos y los
hiciste perecer a todos juntos en las aguas impetuosas. Aquella noche fue dada a conocer de antemano a
nuestros padres, para que, sabiendo con seguridad en qué juramentos habían creído, se
sintieran reconfortados. Tu pueblo esperaba, a la vez, la salvación de los justos y la
perdición de sus enemigos; porque con el castigo que infligiste a nuestros adversarios, Tú nos
cubriste de gloria, llamándonos a ti. Por eso, los santos hijos de los justos ofrecieron sacrificios
en secreto, y establecieron de común acuerdo esta ley divina: que los santos compartirían
igualmente los mismos bienes y los mismos peligros; y ya entonces entonaron los cantos de los Padres.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 32, 1. 12. 18-20. 22
R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió
como herencia!
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos
alabarlo.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que Él se
eligió como herencia! R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus
fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la
muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor:
Él es nuestra ayuda y
nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza
que tenemos en ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Esperaba aquella ciudad
Cuyo
arquitecto y constructor es Dios
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-19
Hermanos:
La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de
las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación.
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el
lugar que iba a recibir en herencia, sin saber adonde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la
Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma
promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios.
También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de
su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo
hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del
cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas:
las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.
Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria; y si
hubieran pensado en aquélla de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de
regresar. Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial. Por eso, Dios no se
avergüenza de llamarse «su Dios» y, de hecho, les ha preparado una Ciudad.
Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como
ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquél de
quien se había anunciado: «De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu
nombre». Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aún para resucitar a
los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra de Dios.
O bien más breve:
Lectura de la carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-12
Hermanos:
La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de
las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación.
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en
herencia, sin saber adonde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en
carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba
aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesas de
su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo
hombre, y de un hombre ya cercana a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del
cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Palabra de Dios.
Aleluia Mt 24, 42a.
44
Aleluia.
Estén prevenidos y preparados,
porque el Hijo del hombre
vendrá
a la hora menos pensada.
Aleluia.
EVANGELIO
Ustedes también estén
preparados
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 32-48
Jesús dijo a sus discípulos:
«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha
querido darles el Reino.
Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se
desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la
polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las
lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una
boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su
llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa
y se pondrá a servirlos.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y
los encuentra así!
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora
va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre
llegará a la hora menos pensada».
Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta
parábola la dices para nosotros o para todos?»
El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y
previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración
de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquél a quien su señor, al llegar, encuentra
ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este
servidor piensa: “Mi señor tardará en llegar”, y se dedica a golpear a los servidores y a las
sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la
hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas
preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo
severo. Pero aquél que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos
severamente.
Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le
confió mucho, se le reclamará mucho más».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 12, 35-40
Jesús dijo a sus discípulos:
Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las
lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una
boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su
llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa
y se pondrá a servirlos.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y
los encuentra así!
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora
va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre
llegará a la hora menos pensada.
Palabra del Señor.
Alois Stöger
Vigilancia y
fidelidad
32 No temas, pequeño rebaño: que vuestro Padre ha tenido a bien daros el
reino.
El grupo de los discípulos es un pequeño rebaño. El pueblo
de Dios de los últimos tiempos se compara con un rebaño. A pesar de su pequeño
número, de su insignificancia, de su impotencia y de su pobreza, ha de recibir de Dios el reino, el
poder y el señorío sobre todos los reinos. Porque es el pueblo santo del Altísimo
(Dan_7:27). Este pequeño rebaño vive en el amor de Dios, que es su Padre. Por el designio de
Dios, que tiene su más profunda y única razón en el beneplácito de Dios, este
pequeño rebaño está llamado a lo más grande. Jesús dijo que el reino debe
ser la única preocupación del discípulo; pero tampoco esta preocupación ha de ser
angustiosa. No temas. El amor eterno del Padre asegura el reino a los discípulos.
«¿Qué me separará del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús?»
(Rom_8:39). La seguridad de la vida está en manos del Padre, en su beneplácito, en su amor: Paz
a los hombres, objeto del amor de Dios.
33 Vended vuestros bienes para darlos de limosna. Haceos de bolsas
que no se desgastan, de un tesoro inagotable en los cielos, donde no hay ladrón que se acerque ni
polilla que corroa. 34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón.
Ha quedado pendiente la cuestión de cómo han de atesorarse
riquezas con vistas a Dios (Lc.12:21). Vended vuestros bienes y con lo que obtengáis dad limosna, con
lo cual acumularéis un tesoro en el cielo. Este tesoro no se pierde. De él no se puede decir:
Todo lo que has preparado, ¿para quién va a ser? El arca no será agujereada ni agrietada,
el tesoro mismo no disminuye, no está expuesto a ladrones y a fuerzas destructoras. Lo que amenaza los
tesoros de la tierra, el dinero, los vestidos preciosos y cosas semejantes, no puede dañar al tesoro
del cielo. Lo que hace el hombre con vistas a Dios, no se pierde; una vida que se ha vivido con la mira puesta
en Dios se convierte en vida eterna.
El hombre tiene el corazón apegado a aquello por lo que ha aventurado
mucho. El que ha vivido con la mira puesta en Dios, tiene el corazón puesto en Dios; el que ha expuesto
mucho por el reino de Dios, piensa en el reino de Dios. El que tiene su tesoro y su riqueza en el cielo,
está en el cielo con su corazón y con sus anhelos. Para quien mediante limosnas se procura un
tesoro en el cielo, el reino de Dios representa el centro de su vida.
- d) Vigilancia y fidelidad (Lc/12/35-53)
El discípulo de Jesús tiene la mira puesta en la venida de su
Señor. En la época en que Lucas escribía su Evangelio, no esperaban ya los cristianos la
próxima venida de Jesús, sino que contaban ya con espacios más largos de tiempo. Entre el
tiempo de la acción salvífica de Jesús y su venida gloriosa transcurre el tiempo de la
Iglesia. Los cristianos que viven en este tiempo de la Iglesia miran retrospectivamente a la vida de
Jesús en la tierra, y prospectivamente a su futura manifestación. Las preocupaciones
fundamentales del tiempo final del cristiano que aguarda la pronta venida de Cristo, no deben faltar tampoco
al cristiano que vive en el tiempo de la Iglesia, puesto que nadie sabe cuándo vendrá el
Señor. Lucas habla de algunas de estas actitudes fundamentales: el cristiano debe ser vigilante
(Lc.12:35-40); en particular, los dirigentes de la Iglesia son exhortados a la fidelidad (Lc.12:41-48). Como
el tiempo de la primera venida de Cristo fue un tiempo de decisión, así también el
cristiano debe concebir su vida como decisión por la voluntad de Dios (Lc.12:49-53).
35 Tened bien ceñida la cintura y encendidas las
lámparas 36 y sed como los que están esperando a que su señor regrese del banquete de
bodas, para abrirle inmediatamente cuando vuelva y llame. 37 Dichosos aquellos criados a quienes el
señor, al volver, los encuentre velando. Os lo aseguro: él también se
ceñirá la cintura, los hará ponerse a la mesa y se acercará a servirlos. 38 Y
aun si llega a la segunda o a la tercera vigilia de la noche, y los encuentra así, ¡dichosos
aquellos! 39 Entended bien esto: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el
ladrón, no dejaría perforar su casa. 40 Estad también vosotros preparados, que a la
hora en que menos lo penséis vendrá el Hijo del hombre.
Los discípulos deben estar en vela y preparados para la venida de
Jesús, cuya hora nadie conoce. Una imagen de tales disposiciones se halla en un criado que aguarda a su
señor, que ha de volver de un banquete de bodas a alguna hora de la noche. Cuando llame el
señor, deberá estar ya el criado a la puerta para abrir, dejar pasar y conducir al señor
a su casa. Para esto está allí el criado y lleva la túnica recogida; como cuando se
está de camino, se trabaja o se combate, tiene ceñida la cintura y sostiene en la mano una
lámpara encendida. Si no llevase la túnica recogida no podría ir prontamente a la puerta,
y si tuviera que ir primero a buscar la lámpara y encenderla, pondría de mal humor a su
señor. Esto, aplicado al discípulo, significa que a cada momento debe estar equipado moralmente
de tal forma que pueda inmediatamente acudir a la llamada del Señor cuando venga a juzgar, que debe ser
claro y luminoso como el sol y sin tropiezo moral, cargado de frutos de justicia por Jesucristo para gloria y
alabanza de Dios (Flp_1:10 s).
El discípulo que está pronto es felicitado, es llamado dichoso por
Jesús. Entre dos bienaventuranzas se expresan los bienes que aguardan al siervo que está siempre
en vela, incansable y fiel. El Señor le servirá a la mesa (Lc.22:27). Cambio completo de la
situación: el siervo es señor, y el Señor es siervo. Dios hace participar de su gloria a
los que velan. La gloria del reino de Dios se compara con frecuencia con un banquete de bodas, que Dios
prepara para los que acoge en su reino. Dios honra a los invitados sirviéndolos y les da
participación en su gloria.
Una tercera pareja de sentencias exhorta a estar prontos constantemente. El
ladrón cava un corredor debajo de las paredes de la casa que se levanta sobre la tierra sin cimientos.
Si el dueño de la casa supiera cuándo va a venir el ladrón, impediría la
perforación. Si el discípulo de Cristo supiera exactamente cuándo va a venir el
Señor, se prepararía para salirle al encuentro. Nosotros sabemos con seguridad que el
Señor ha de venir, pero no sabemos cuándo. ¿Qué se sigue de esto?
41 Dijo entonces Pedro: Señor, ¿a quién diriges
esta parábola a nosotros o a todos? 42 El Señor contestó: Quién es, pues, el
administrador fiel y sensato, a quien el Señor pondría al frente de sus criados, para darles
la ración de trigo a su debido tiempo? 43 Dichoso aquel criado a quien su señor, al volver,
lo encuentra haciéndolo así. 44 De verdad os digo: lo pondrá al frente de todos sus
bienes. 45 Pero si aquel criado dijera para sí: Mi señor está tardando en llegar, y
se pusiera a pegar a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a embriagarse, 46 llegará el
señor de ese criado el día que menos lo espera y a la hora en que menos lo piensa, lo
partirá en dos y le asignará la misma suerte que a los desleales. 47 Aquel criado que,
habiendo conocido la voluntad de su señor, no preparó o no actuó conforme a esa
voluntad, será castigado muy severamente. 48 En cambio, el que no la conoció, pero hizo
cosas dignas de castigo, será castigado con menos severidad. Pues a aquel a quien mucho se le dio,
mucho se le ha de exigir, y al que mucho se le ha confiado, mucho más se le ha de
pedir.
Pedro es portavoz del grupo de los discípulos. Como tal lleva
también su nombre de oficio, Pedro, piedra. Con su pregunta distingue entre los discípulos y el
pueblo. Los apóstoles tienen una posición particular en la casa de Jesús, en su
comunidad, pero también tienen una responsabilidad particular. La posición responsable de los
jefes en la Iglesia se considera con vistas a la venida del Señor como juez: «A los
presbíteros que están entre vosotros, exhorto yo, presbítero como ellos, con ellos
testigo de los padecimientos de Cristo y con ellos participante de la gloria que se ha de revelar: Apacentad
el rebaño de Dios que está entre vosotros… Y cuando se manifieste el jefe de los pastores,
conseguiréis la corona inmarchitable de la gloria» (1Pe_5:1-4).
Lo que se exige a los apóstoles se expresa con una parábola. EI
Señor de una casa está ausente, lejos. Durante el tiempo de su ausencia encarga a un capataz que
cuide de atender con justicia y puntualidad a la servidumbre. Para este cargo se requiere fidelidad y
sensatez: fidelidad porque el capataz sólo es administrador, no señor, por lo cual debe obrar
conforme la voluntad del señor; sensatez, porque no debe perder de vista que el señor puede
venir de repente y pedirle cuentas. Si este capataz obra con conciencia, es felicitado, pues el señor
quiere encomendarle la administración de todos sus bienes. Si, en cambio, obra sin conciencia e
indebidamente, maltrata a la servidumbre y explota su posición de manera egoísta para llevar una
vida sibarítica, le espera duro castigo. Según la usanza persa, se le parte el cuerpo con una
espada.
La interpretación de la parábola, tal como la entendía
Lucas, se desprende ya de la descripción del cuadro. El criado es administrador. Los apóstoles
están al frente de la casa del Señor y llevan las llaves (11,52). «Que los hombres vean en
nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1Co_4:1). En el administrador
se busca «que sea fiel» (1Co_4:2). Los apóstoles se comportarán con fidelidad y
prudencia si tienen presente la venida del Señor, si cuentan con que el Señor puede venir a cada
momento, si no olvidan que tienen que rendir cuentas al Señor.
La tentación puede consistir para el administrador en que se diga: El
Señor está tardando, todavía no viene. Los instintos egoístas y los impulsos del
capricho le seducen llevándolo a la infidelidad. (…) La venida del Señor en un plazo
próximo no se había cumplido. Entonces se pensaba: A lo mejor ni siquiera viene. El hecho de que
Jesús ha de venir es cierto. Cuándo ha de venir, es cosa que se ignora. Con la venida de
Jesús está asociado el juicio, en el que cada cual ha de rendir cuentas de su
administración. En comparación con la certeza de que ha de venir el Señor y de los bienes
que aportará su venida, pasa a segundo término el conocimiento de la fecha exacta de su venida.
Al Evangelio no le interesa precisamente la descripción de los hechos del tiempo final, sino la certeza
de que han de tener lugar. Los dirigentes de la comunidad no deben ceder a la tentación por el retraso
de la parusía.
Al siervo fiel y prudente se le pone al frente de todo lo que posee el
Señor. La gloria del tiempo final consiste en una actividad intensificada, en un reinar juntamente con
el Señor. En cambio, el siervo malo es castigado; se le asignará la misma suerte que a los
desleales: será entregado a las penas del infierno.
¿Nos dices esta parábola a nosotros o a todos? Así
había preguntado Pedro, porque pensaba que los apóstoles tenían la promesa segura y que
no estaban en peligro. Había oído lo que había dicho el Maestro sobre el pequeño
rebaño, al que Dios se había complacido en dar el reino. También el apóstol debe
dar buena cuenta de sí con fidelidad y sensatez, si quiere tener participación en el reino.
También para él existe la posibilidad de castigo. La sentencia depende de la medida y gravedad
de la culpa, del conocimiento de la obligación, y de la responsabilidad. Los apóstoles han sido
dotados de mayor conocimiento que los otros, por lo cual también se les exige más y
también es mayor su castigo si se hacen culpables. El que no habiendo conocido la voluntad del
Señor hace algo que merece azotes, recibirá menos golpes. No estaba iniciado en los planes y
designios del Señor, y por ello no será tan severa la sentencia de castigo. Pero será
también alcanzado por el castigo, aunque menos, pues al fin y al cabo conocía cosas que hubiera
debido hacer, pero no las ha hecho. Todo hombre es considerado punible, pues nadie ha obrado completamente
conforme a su saber y a su conciencia. La medida de la exigencia de Dios a los hombres se regula conforme a la
medida de los dones que se han otorgado a cada uno. Todo lo que recibe el hombre es un capital que se le
confía para que trabaje con él.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San
Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
Xavier Léon – Dufour
Velar
Velar, en sentido propio, significa renunciar al *sueño de la
noche; se puede hacer para prolongar el trabajo (Sab 6,15) o para evitar ser sorprendido por el enemigo (Sal
127,1s). De ahí resulta un sentido metafórico: velar es ser vigilante, luchar contra el torpor y
la negligencia a fin de llegar al fin que se persigue (Prov 8, 34). Para el creyente el fin es estar pronto a
recibir al Señor cuando llegue su *día; por eso vela y es vigilante, a fin de vivir en la noche
sin ser de la *noche.
I. VELAR: ESTAR APERCIBIDOS PARA EL RETORNO DEL SEÑOR. 1. En los
evangelios sinópticos la exhortación a la vigilancia es la principal recomendación que
dirige Jesús a sus discípulos como conclusión del sermón sobre las
postrimerías y el advenimiento del Hijo del hombre (Mc 13, 33-37). “Velad, pues, porque no
sabéis qué día ha de venir vuestro Señor” (Mt 24,42). Jesús, para expresar
que su retorno es imprevisible, utiliza diferentes comparaciones y parábolas que dan origen al empleo
del verbo velar (abstenerse de dormir). La venida del Hijo del hombre será imprevista como la de un
ladrón nocturno (Mt 24,43s), como la de un amo que vuelve durante la noche sin haber avisado a sus
servidores (Mc 13,35s). El cristiano, al igual que el padre de familia avisado o que el buen servidor, no debe
dejarse vencer por el *sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y apercibido para recibir al
Señor. La vigilancia caracteriza por tanto la actitud del discípulo que *espera y aguarda el
retorno de Jesús; consiste ante todo en mantenerse en estado de alerta y por el hecho mismo exige
desapego de los placeres y de los bienes terrestres (Le 21,34ss). Como es imprevisible la hora de la
parusía, hay que tomar sus medidas para el caso en que se haga esperar: tal es la enseñanza de
la parábola de las vírgenes (Mt 25,1-13).
2. En las primeras epístolas paulinas, dominadas por la perspectiva
escatológicas, hallamos el eco de la exhortación evangélica a la vigilancia,
especialmente en ITes 5,1-7. “Nos-otros no somos de la noche ni de las tinieblas; no durmamos, pues, como los
otros; vigilemos más bien, seamos sobrios” (5,5s). El cristiano, habiéndose convertido a Dios,
es “hijo de *luz”, debe estar .despierto y resistir a las tinieblas, símbolo del mal: de lo contrario
se expone a verse sorprendido por la parusía. Esta actitud vigilante exige la sobriedad, es decir, la
renuncia a los excesos “nocturnos” y a todo lo que puede distraer de la espera del Señor; reclama al
mismo tiempo que uno se revista de las armas espirituales: “revistámonos de la coraza de la fe y de la
caridad, y del yelmo de la esperanza en la salvación” (5,8). En una carta posterior, temiendo san Pablo
que los cristianos abandonen el fervor primero, les invita a despertarse, a salir de su *sueño y a
prepararse para recibir la salud definitiva (Rom 13,11-14).
3. En el Apocalipsis, el mensaje que dirige el juez del fin de los tiempos a la
comunidad de Sardes es una exhortación apremiante a la vigilancia (3,lss). Esta Iglesia olvida que
Cristo ha de retornar; si no se despierta, la sorprenderá como un ladrón. Por el contrario,
bienaventurado “el que vela y guarda sus vestidos” (16,15), pues podrá participar en el cortejo
triunfal del Señor.
II. VELAR: ESTAR EN GUARDIA CONTRA LAS TENTACIONES COTIDIANAS. La vigilancia,
que es espera perseverante del retorno de Jesús, debe ejercerse a todo lo largo de la vida cristiana en
la lucha contra las tentaciones cotidianas que anticipan el gran combate escatológico.
1. Jesús, en el momento en que va a realizar la *voluntad
salvífica del Padre, debe sostener en Getsemaní un doloroso combate (agonia), que es una
anticipación del combate del fin de los tiempos. El relato sinóptico muestra en Jesús el
modelo de la vigilancia en el momento de la *tentación, modelo que resalta tanto más cuanto que
los discípulos, indóciles a la exhortación del maestro, sucumbieron. “Velad y orad para
que no entréis en la tentación” (Mt 26,41): la recomendación desborda el marco de
Getsemaní y se dirige a todos los cristianos. A ella corresponde la última petición del
padrenuestro: reclama el socorro divino, no sólo en el momento del combate escatológico, sino
también a todo lo largo del combate de la vida cristiana.
2. La exhortación a la vigilancia por razón de los peligros de la
vida presente se repite diversas veces en las epístolas apostólicas (lCor 16,13; Col 4,2; Ef
6,10-20); está formulada en manera particularmente expresiva en un pasaje que se lee todas las tardes
en completas: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, ronda
buscando a quién devorar” (1Pe 5,8). Aquí, como en Ef 6,10ss, se designa claramente al enemigo;
*Satán y sus adláteres, que con un odio implacable, acechan continuamente al discípulo
para inducirle a renegar a Cristo. Esté siempre en guardia el cristiano, ore con fe y evite con su
renuncia los lazos del adversario. Esta vigilancia se recomienda particularmente a los jefes que tienen
responsabilidad de la comunidad ; la deben defender contra los “temibles lobos” (Act 20,28-31).
III. VELAR: PASAR LA NOCHE EN ORACIÓN. En Ef 6,18 y Col 4,2 hace san
Pablo probablemente alusión a una práctica de las comunidades primitivas, las vigilias de
oración. “Haced en todo tiempo por el Espíritu oraciones y plegarias. Ocupad en ello vuestras
vigilias con una perseverancia infatigable” (Ef 6,18). La celebración de la vigilia es una
realización concreta de la vigilancia cristiana y una imitación de lo que había hecho
Jesús (Lc 6,12; Mc 14,38).
Conclusión. – La vigilancia, exigida por la fe en el día del
Señor, caracteriza, pues, al cristiano que debe resistir a la apostasía de los últimos
días y estar apercibido para recibir a Cristo que viene. Por otra parte, dado que las tentaciones de la
vida presente anticipan la tribulación escatológica, la vigilancia cristiana debe ejercerse
día tras día en la lucha contra el maligno; exige al discípulo una oración y una
sobriedad continuas: “Velad, orad y sed sobrios.”
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica,
Herder, Barcelona, 2001
P. Alfredo Sáenz, S. J.
La esperanza
cristiana
Muchas veces en el Evangelio se nos habla del “reino de Dios”, es decir, del
dominio divino sobre el mundo creado, y especialmente sobre el hombre. Con la fuerza de su poder
sobrenatural, Dios derrama su amor sobre la tierra para salvar a los que lo reciben de buen grado y juzgar a
quienes lo rechazan. Este “reino” se predica a veces ya presente en la persona y en la obra de Cristo, como
nos lo dice San Lucas más adelante: “El reino de Dios ya está entre vosotros”. En otras
ocasiones se anuncia como algo futuro, pero cercano, que vendrá dentro de la presente
generación; se trata de una admirable expansión de la Iglesia, esposa de Cristo, y
prolongación a lo largo de los siglos de su acción salvadora. El “reino” también es el
advenimiento de la escatología con el triunfo total y absoluto de Jesús sobre sus adversarios,
y la confirmación en la gloria de los que fueron fieles. Cada hombre, al alcanzar el momento de su
muerte, comienza ya a insertarse en el misterio de la parusía, que quedará consumado cuando el
Hijo de Dios vuelva a la tierra sobre las nubes, como anunciaron los ángeles de la ascensión,
para tomar posesión definitiva de su reino y poner a todos los enemigos bajo sus pies. A este
último sentido parece referirse aquí San Lucas, y abarca tanto el aspecto más
particular de la muerte de cada hombre, como el universal, último y definitivo, de la segunda venida
de Cristo.
El texto evangélico que acabamos de leer pone ante los ojos de nuestra
fe “el tesoro inagotable en el cielo” que nos espera al final de la existencia, si somos capaces de vivir de
modo tal que merezcamos el premio eterno.
Jesucristo nos insiste ante todo el desprendimiento de los bienes de la
tierra, desprendimiento que es necesario para poder alcanzar las riquezas del cielo. Esa alternativa ya
aparece en el evangelio de San Lucas, en los versículos anteriores a la perícopa de hoy, donde
se nos previene contra “toda avaricia” y se nos exhorta a confiar en la providencia divina, como lo hacen
“los lirios del campo” y “las aves del cielo”. Ahora se la afirma con fuerza, al modo de una
condición para alcanzar el reino y ser felices junto a Dios. “Donde está tu tesoro
estará tu corazón”, dice el Señor. Si estás volcado con el afecto hacia las
cosas materiales, ellas serán tu tesoro, y quedarás inhibido para alcanzar el del cielo; si,
en cambio, deseas la gloria eterna, tendrás que aprender a desprenderte de la carga de las riquezas,
para que tu alma pueda volar junto a Dios, tu tesoro eterno.
Al desprendimiento se une la caridad –”vended vuestros bienes y dadlos
como limosna”–, la llave maestra, universal, que nos permitirá ingresar en el cielo. Cuando
Jesús nos adelanta lo que será el juicio, y nos dice las palabras que allí
dirigirá a los salvados: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…
tuve sed,… estaba desnudo”, nos enseña claramente que el ejercicio práctico de la caridad
será lo que se tendrá en cuenta para entrar en el gozo de Dios y, al contrario, la falta de
amor será la causa de reprobación. Hoy se nos aconseja preparamos para ese encuentro
definitivo, haciendo “bolsas que no se desgasten”, con nuestro amor a los pobres en el cuerpo y en el alma.
Porque la limosna no sólo ha de ser material, sino que también debe socorrer la necesidad
espiritual de los demás. Será preciso que brindemos gustosos nuestro tiempo para consolar al
triste, confortar al enfermo, visitar al preso, y sobre todo para ofrecer el bien insuperable de nuestra
caridad apostólica, ayudando al prójimo a encontrar a Dios y salvar su alma. Todo esto,
verdaderamente, es acumular un tesoro inagotable en el cielo, donde “no se acerca el ladrón ni la
polilla destruye”.
Es evidente que esta actitud de despojo de los bienes materiales, que tan
atractivos se presentan a nuestra sensibilidad, y de adhesión a los espirituales, que no podemos ver,
resultaría imposible sin la fe, que “es la garantía de los bienes que se esperan, la plena
certeza de las realidades que no se ven”, según escuchamos en la segunda lectura. También
nosotros, como Abraham, como Isaac, como Jacob, y como Sara, de quienes se nos ha hablado en la segunda
lectura, debemos consideramos “peregrinos en la tierra”, que vamos buscando “una patria mejor”, nada menos
que la ciudad “preparada” por Dios.
Precisamente la falta de fe que se advierte en nuestro tiempo es lo que
explica el materialismo inmanentista que domina hoy la vida de la humanidad.
Se rechaza al Dios que nos creó y nos redimió, y aparecen por
todos lados los ídolos modernos como el dinero, el poder, el sexo, la democracia absoluta, la
libertad ilimitada, falsos dioses actuales que, al igual que el verdadero y con la misma fuerza, exigen
culto, adoración, sacrificios, y la entrega incondicional del alma, del cuerpo y del corazón.
El hombre de hoy ha ahogado la fe recibida, y tras volver las espaldas al Padre celestial, consume sus
energías y dones en construir ídolos que luego adorará.
Podemos asimismo darle a las palabras de Jesucristo una aplicación
más universal, refiriéndolas a su parusía. Porque Él no solo juzgará a
cada hombre en particular sino que también vendrá al fin de los tiempos para juzgar a las
naciones. Esta segunda venida de Cristo, triunfante y gloriosa, va a requerir de todos los pueblos el
desprendimiento y sumisión que se exige a cada hombre en particular.
El llamado del evangelio de hoy parece especialmente dirigido al mundo actual,
que con su insolente autosuficiencia cree poder ser feliz sin Dios, disfrutando ilimitadamente de todos los
placeres, derramándose cada vez más hacia las realidades temporales, y negándose a
reconocer la soberanía suprema de Cristo Rey.
Junto al desprendimiento, el Señor nos exhorta a la vigilancia, “porque
el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Como los que esperan con lámparas el
regreso del Señor, como el dueño de casa que no quiere ser sorprendido por el ladrón,
también nosotros debemos estar alertas, porque no sabemos cuándo el Señor nos
pedirá cuenta de nuestra vida. Pocas cosas hay más seguras que la muerte y pocas
también más inciertas que el momento en que ella llegará. Es lo que quiere grabar
Jesús en nuestra alma con estas parábolas, a fin de que estemos siempre preparados. Recordemos
a este respecto la famosa poesía atribuida a Lope de Vega:
Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.
Que tengo
que morir, es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme,
triste cosa será
pero posible.
¡Posible! ¿Y río, y duermo, y quiero
holgarme?
¡Posible! ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?
¿En qué me ocupo? ¿En qué me encanto?
¡Loco debo de ser, pues no
soy santo!
ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida – Homilías
Dominicales y festivas ciclo C, Ed.Gladius, 1994, pp. 239-242.
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de este XIX domingo del tiempo ordinario nos prepara, de
algún modo, a la solemnidad de la Asunción de María al cielo, que celebraremos el
próximo 15 de agosto. En efecto, está totalmente orientada al futuro, al cielo, donde la
Virgen santísima nos ha precedido en la alegría del paraíso. En particular, la
página evangélica, prosiguiendo el mensaje del domingo pasado, invita a los cristianos a
desapegarse de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a cumplir fielmente su deber tendiendo
siempre hacia lo alto.
El creyente permanece despierto y vigilante a fin de estar preparado para
acoger a Jesús cuando venga en su gloria. Con ejemplos tomados de la vida diaria, el Señor
exhorta a sus discípulos, es decir, a nosotros, a vivir con esta disposición interior, como
los criados de la parábola, que esperan la vuelta de su señor. “Dichosos los criados a quienes
el Señor, al llegar, encuentre en vela” (Lc 12, 37). Por tanto, debemos velar, orando y haciendo el
bien.
Es verdad, en la tierra todos estamos de paso, como oportunamente nos lo
recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy, tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Abraham,
vestido de peregrino, como un nómada que vive en una tienda y habita en una región extranjera.
Lo guía la fe. “Por fe — escribe el autor sagrado— obedeció Abraham a la llamada y
salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba” (Hb
11, 8). En efecto, su verdadera meta era “la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y
constructor es Dios” (Hb 11, 10). La ciudad a la que se alude no está en este mundo, sino que es la
Jerusalén celestial, el paraíso. Era muy consciente de ello la comunidad cristiana primitiva,
que se consideraba “forastera” en la tierra y llamaba a sus núcleos residentes en las ciudades
“parroquias”, que significa precisamente colonias de extranjeros (en griego, pàroikoi) (cf. 1 P 2,
11).
De este modo, los primeros cristianos expresaban la característica
más importante de la Iglesia, que es precisamente la tensión hacia el cielo. Por tanto, la
liturgia de la Palabra de hoy quiere invitarnos a pensar “en la vida del mundo futuro”, como repetimos cada
vez que con el Credo hacemos nuestra profesión de fe. Una invitación a gastar nuestra
existencia de modo sabio y previdente, a considerar atentamente nuestro destino, es decir, las realidades
que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso.
Precisamente así asumimos nuestra responsabilidad ante el mundo y construimos un mundo mejor.
La Virgen María, que desde el cielo vela sobre nosotros, nos ayude a no
olvidar que aquí, en la tierra, estamos sólo de paso, y nos enseñe a prepararnos para
encontrar a Jesús, que “está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso y desde
allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.
Angelus del Santo Padre, Benedicto XVI el Domingo 12 de agosto de 2007
P. José A. Marcone, I.V.E.
“Estad
preparados”
(Lc.12,32-48)
Introducción
El tema clave de las lecturas de hoy es la ausencia visible de Dios. La
ausencia visible de Dios hace que nuestra unión con Él se debilite. Nosotros debemos saltar
este obstáculo de la ausencia del Señor con la presencia del Señor, una presencia
intensa y muy cercana. “Nosotros los hombres tenemos necesidad de la presencia del Otro, del continuo
encuentro con Él, si queremos que nuestra relación permanezca fuerte y viva. El hecho que en
al parábola se exijan constante vigilancia y constante prontitud, indica la orientación
intensa y viva hacia el Señor. Aún cuando esté lejano de los ojos, debe estar en el
corazón; nuestro corazón debe estar lleno de Él”.
Para alcanzar este objetivo hacen falta tres cosas: la fe, la oración y
la vigilancia
- La fe
Lo primero que hace falta para vencer la ausencia de Dios es la fe, tal como
nos lo dice la carta a los Hebreos hoy: “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la
plena certeza, de las realidades que no se ven” (11,1). “Ojos que no ven corazón que no
siente”, dice el refrán. Nuestros ojos deben ‘ver’ a través de la fe;
así nuestro corazón sentirá, es decir, estará traspasado de amor por todo los
planes a favor nuestro, y traspasado de dolor por todo lo que el Señor sufrió por nosotros.
La fe nos dice que Dios es nuestro Creador y Padre y que está siempre
presente a través de su acción providente y bondadosa, llenándonos de bienes. Pero
además N. S. Jesucristo ha querido dejarnos ‘presencias’ suyas en esta tierra, presencias
reales, aunque siempre reconocibles solo por la fe: 1. La eucaristía, presencia real y sustancial de
Cristo, pero no visible: “En la cruz estaba escondida solo la divinidad; aquí está
escondida, además de la divinidad, también la humanidad. La vista, el gusto y el tacto fallan
si quieren conocerte; solo el oído nos ayuda, porque a través de él podemos
creer”. 2. La Palabra de Dios, la Biblia, la Sagrada Escritura. Por la fe creemos que es su Palabra,
que Él es su autor. 3. La comunidad cristiana, la Iglesia: “Cuando uno dos están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. 4. La cabeza de esa comunidad cristiana, el Papa, el
Vicario de Cristo, el que haces las veces de Cristo, “el dulce Cristo en la tierra”. 5. En los
pobres: “Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo
hicisteis”.
- La oración
La oración es la relación íntima con el que es Invisible,
con el que es nuestro Creador y Padre, nuestro Salvador y hermano. La oración dice relación
estrecha con la fe: sin fe no puede haber oración. Pero al mismo tiempo la oración fortalece
la fe. Por eso podemos decir que se retroalimentan, se alimentan mutuamente: la fe hace posible la
oración, y la oración hace que la fe no disminuya y la aumenta. Por eso es que la
oración tiene una relación especial con las cinco presencias del Señor en la tierra. 1.
La oración alcanza su objeto cuando se une al Señor en la Eucaristía. La oración
más hermosa es la oración de alabanza ante la presencia real y sustancial de Jesús
Eucaristía. 2. El contenido de la oración debe siempre tomarse de la misma Palabra de Dios,
para que sea auténtica. Los hechos de la vida de Cristo son el contenido esencial, la obra de nuestra
salvación. Los salmos interpretan muy bien los distintos sentimientos que brotan de nuestro
corazón, y los lanzan hacia Dios. Jesucristo mismo nos enseña a orar cuando nos enseña,
en su Palabra escrita, el Padre Nuestro. 3-4. La Iglesia, con el Papa a la cabeza, es la que nos interpreta
y explica correctamente la Palabra de Dios, para que podamos creer y orar con rectitud. 5. La oración
debe dar como fruto el crecimiento de amor hacia los pobres, que debe manifestarse en acciones concretas de
ayuda hacia ellos.
- La vigilancia
Es decir, vigilancia sobre nuestras propias acciones. También puede
decirse: prontitud, estar listos. Se refiere a no hacer obras malas y al cumplimiento de las buenas obras.
Por eso dice ‘vigilancia’, que quiere decir ‘estar despiertos’, ‘estar en
vigilia’.
¿Porqué, a veces, en nuestra vida hay peleas, asperezas,
disgustos, amarguras? Porque vivimos en la ausencia permanente de Dios y no sabemos hacerlo presente a
nosotros. Porque no vivimos en su presencia. ¡Cómo cambia una familia en la cual se reza y sus
miembros viven la presencia de Dios! ¡Cómo cambia una familia en la que sus miembros viven como
empapados de la presencia de Dios, impregnados de la presencia de Cristo! Porque la presencia de Dios para
el alma es la paz, es suave, es sabrosa, rica, de buen gusto; es dulce. Pero esta presencia de Dios
solamente puede darse cuando se vive de la fe, cuando se reza y cuando se es vigilante.
Conclusión
La reacción del patrón es descripta de un modo inaudito.
Él mismo se va a ceñir la cintura y va a tomar el lugar del esclavo. Y el esclavo va a tomar
el lugar del patrón. Y el patrón se va a alegrar enormemente que sus siervos sean servidos por
él mismo. ¿Cómo no recordar aquí lo que Jesucristo hizo en la última
cena? Me refiero al lavatorio de los pies. ¡Ese es Dios para nosotros! Pero no me refiero solamente a
ese acontecimiento, ya que no solamente se hizo servidor del banquete de sus esclavos, sino también
se hizo banquete mismo de sus esclavos, cuando se escondió detrás de las especies del pan para
que sea comido por nosotros. Y esto que en la tierra, en la Eucaristía sucede en la fe, en el cielo
sucederá en la visión directa, gozando de Dios tal como Él se goza en el interior de la
Trinidad. Por eso, estar en el cielo será como comer permanentemente a Dios sin saciarnos nunca.
¿Acaso no dijo Jesucristo “el que come mi sangre y bebe mi sangre tiene vida eterna”?
¿Acaso podemos pensar que ese “comer y beber” era solo para la tierra? Era para la
tierra, pero para preparar el del cielo. ¿Acaso no dijo Jesucristo “si alguno tiene sed, venga
a mi, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de
agua viva” (Jn.7,37-38)?
Pedro hace una pregunta y Jesucristo no responde directamente, pero sin
embargo su respuesta es clara: “Sí, la digo por ustedes especialmente, aunque no
únicamente”.
“Todos los siervos deben estar despiertos y vigilantes cuando viene el
patrón. Sin embargo, como será aclarado después de la pregunta de Pedro, hay siervos
que tienen una particular responsabilidad”.
Se refiere a los que han sido constituidos en autoridad, es decir, obispos y
sacerdotes. En ellos hay una particular obligación de llevar una vida de fe, de oración y
vigilancia. El castigo será mayor, como también el premio, si son fieles.
Los que no cumplan con el deber de la fe, de la oración y de la
vigilancia por culpa de los capataces, tendrán menos culpa y serán castigados menos
gravemente. Son los fieles que, a causa de las faltas de la jerarquía, de obra o de omisión,
no cumplen con estos compromisos.
Pidámosle a la Virgen María la gracia de esperar anhelantes la
venida de Jesucristo a través de la fe, de la oración y la vigilancia. Que siempre podamos
repetir con gozo “¡Ven Señor Jesús!”.
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
“Donde esté tu tesoro allí estará tu
corazón”
(Lc 12, 32-48)
“Porque donde esté tu tesoro, allí estará
también tu corazón”.
El corazón se va tras lo que ama y primeramente sobre lo que ama
más. ¿En qué pienso durante el día? ¿De qué hablo?
¿Qué hago?
El tesoro escondido es Jesús. Es el tesoro, único y verdadero,
que tenemos que adquirir para que nuestro corazón este con Él.
El tesoro de nuestro corazón debe ser Jesús y no sólo
debemos esperarlo preparados porque nos castigará si nos encuentra desobedeciendo su mandato sino que
el que lo tiene por tesoro, el que tiene su corazón en Él, lo espera con ansias sin cansarse
de esperar. Anhelante quiere encontrarse con Él.
El que tiene a Jesús por tesoro tiene su corazón en
Él porque lo ve a cada momento, lo contempla y esto lo hace feliz. La felicidad consiste en poseer,
de alguna manera, nuestro tesoro. Si el tesoro es verdadero, como lo es Jesús, nuestra felicidad
aunque imperfecta es plena.
Lo primero es buscar el verdadero tesoro y una vez encontrado aceptarlo con
todo lo que ello implica. Adecuarnos a las exigencias que lleva consigo la posesión de este tesoro,
esto es, la renuncia a todo lo demás. El hombre que encontró el tesoro vendió todo lo
demás para adquirir el tesoro.
San Pablo en la carta a los Colosenses dice “Así pues, si
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la
diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra”. El que tiene a Jesús
por tesoro piensa en las cosas del cielo, su corazón se dirige allí y se olvida de las cosas
de la tierra, “buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura”.
Pero es más fácil amar lo que se ve que lo que no se ve.
Ojos que no ven corazón que no siente y las cosas de la tierra son visibles y por
tanto son más fáciles de amar. Las cosas del cielo no se ven y por tanto es más
difícil amarlas. A Jesús no lo vemos por la vista de nuestros ojos pero sí con una
vista mejor que es la visión de la fe.
“La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se
ve”. La fe es la que nos hace ver a Jesús como alguien real que está junto a nosotros y
que podemos poseer y amar. Con el cual podemos compartir nuestro tiempo, nuestros problemas y
alegrías, alguien, al cual, nuestro corazón puede unirse. La unión con Jesús
desde esta vida nos anticipa la vida eterna. Estando unidos desde ya a Jesús tenemos seguridad de
alcanzar la vida eterna esperada.
A Jesús lo tenemos presente en el Sacramento y allí lo podemos
contemplar y con Él nos podemos unir al recibirlo, pero también, lo tenemos presente al lado
nuestro a cada instante y debe ser nuestro mejor amigo, nuestro amigo íntimo.
La carta a los Hebreos alaba a los antiguos patriarcas por haber dejado las
cosas de la tierra y llevados de la fe haber buscado las cosas del cielo. Dejaron hasta sus patrias
queridas, la tierra de sus padres, con la fe puesta en la patria celestial y también por la fe
creyeron en las promesas futuras, en especial en Jesús, el Mesías, aunque tampoco lo vieron,
fundados en la promesa que Dios les hacía, fundados en el mismo Dios y entregados sin reservas a
Él.
El pensamiento de nuestro encuentro con Jesús nos debe hacer vivir una
vida santa, nos debe hacer fieles servidores suyos. Es de temer un encuentro con Jesús Juez si no
estamos preparados, por lo cual, debemos prepararnos. Si estamos fallando en la fidelidad hay que comenzar a
ser fieles y cumplir la voluntad de Jesús. Y si estamos preparados ser constantes en su servicio,
añorando cada día más ese encuentro por el que late el corazón que tiene su
tesoro en Jesús.
Cuando lleguemos a la presencia de Dios, se nos preguntarán dos cosas:
si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la Iglesia. Todo lo demás no tiene
valor. Si hemos sido ricos o pobres, si nos hemos ilustrado o no, si hemos sido dichosos o desgraciados, si
hemos estado enfermos o sanos, si hemos tenido buen nombre o malo. Todo esto estará lejos del asunto
de ese día. La única pregunta será: ¿Sois católicos y buenos
católicos? Si no lo hemos sido no valdrá nada que hayamos tenido aquí tantos honores,
tanto éxito, que hayamos tenido siempre tan buen nombre. No importará nada que hayamos sido
siempre tan despreciados, siempre tan pobres, siempre tan duramente oprimidos, siempre tan atribulados y tan
abandonados. Cristo nos compensará de todo si le hemos sido fieles y nos lo quitará todo si
hemos vivido para el mundo.
Tener a Cristo por tesoro implica tratar de imitarlo y eso es responder a
nuestra vocación sublime de hijos de Dios. Somos hijos de Dios porque Jesús nos ha redimido y
lo hizo por amor “Él nos amó primero” y debemos corresponder porque amor con
amor se paga. Nuestra vida debe consistir en un acercamiento continuo al modelo de hijo de Dios,
Jesús. Él es la imagen del hombre nuevo, del hombre resucitado y en imitarlo consiste nuestra
felicidad. Tener a Jesús por tesoro implica agradecer y vivir nuestra vocación de hijos de
Dios.
San Agustín
Paralelo entre Lc.12,35-36 y
Sal.33,13-15
- Nuestro Señor Jesucristo vino a los hombres, se alejó de ellos y a ellos ha de volver. Con
todo, aquí estaba cuando vino y no se alejó cuando se retiró, y ha de volver a aquellos
a quienes dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.
Según la forma de siervo que tomó por nosotros, en un determinado tiempo, nació,
murió y resucitó y ya no morirá ni la muerte se enseñoreará en adelante
de él. Pero según la divinidad por la que es igual al Padre, estaba en este mundo, el mundo
fue hecho por él y el mundo no le conoció. Sobre esto acabáis de oír lo que nos
advierte el Evangelio precaviéndonos y queriendo que estemos dispuestos y preparados en la espera del
último día. De forma que, después de este último día que ha de temerse en
este mundo, llegue el descanso que no tiene fin. Bienaventurados quienes los consigan. Entonces
estarán seguros quienes ahora carecen de seguridad, y entonces temerán quienes ahora no
quieren temer. Este deseo y esta esperanza es lo que nos hace cristianos. ¿Acaso nuestra esperanza es
una esperanza mundana? No amemos el mundo. Del amor de este siglo fuimos llamados para amar y esperar otro
siglo. En éste debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir, debemos
ceñir nuestros lomos y hervir y brillar en buenas obras, que equivale a tener encendidas las
lámparas. Pues en otro lugar del Evangelio dijo el Señor a sus discípulos: Nadie
enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre
a todos los que están en la casa. Y para indicar por qué lo decía,
añadió estas palabras: Luzca así vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
- Por tanto, quiso que tuviésemos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas.
¿Qué significa ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué
significa lucir? ¿Qué tener encendidas las lámparas? Y haz el bien. ¿Y
qué significa lo añadido: Y vosotros sed semejantes a los hombres que esperan a su
Señor cuando regrese de las bodas, sino lo que se consigna en el salmo: Busca la paz y
persíguela Estas tres cosas, a saber: el abstenerse del mal, el obrar el bien y el esperar el
premio eterno se mencionan en los Hechos de los Apóstoles, donde se escribe que San Pablo les
enseñaba la continencia, la justicia y la esperanza de la vida eterna. A la continencia
corresponde tener los lomos ceñidos; a la justicia, las lámparas encendidas
y a la expectación del Señor la esperanza de la vida eterna. Luego,
apártate del mal es la continencia, es decir, tener los lomos ceñidos. Haz el
bien es la justicia, o sea, tener las lámparas encendidas. Busca la paz y
persigúela es la expectación del siglo futuro. Por tanto, sed semejantes a los
hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas.
- Teniendo estos mandatos y promesas, ¿por qué buscamos días buenos en la tierra donde
no podemos encontrarlos?
Sé que los buscáis al menos cuando estáis enfermos u os
halláis en medio de las tribulaciones que abundan en este mundo. Porque cuando la edad toca a su fin,
el anciano está lleno de achaques y sin gozo alguno. En medio de las tribulaciones que torturan al
género humano, los hombres no hacen otra cosa que buscar días buenos y desear una vida larga que
no pueden conseguir aquí. La vida larga del hombre, en efecto, es tan corta en comparación con
la duración de aquel siglo universal como una gota de agua lo es en comparación con la
inmensidad del mar. Pues ¿qué es la vida del hombre, incluso la que se denomina larga? Llaman
vida larga a la que ya en este siglo es breve y a la que, como dije, está llena de gemidos hasta la
decrépita vejez. Aquí todo es corto y breve y, sin embargo, ¿con qué afán
la buscan los hombres? ¡Con cuánto esmero, con cuánto trabajo, con cuántos cuidados
y desvelos, con cuántos esfuerzos buscan los hombres vivir largos años y llegar a viejos! Y el
mismo vivir largo tiempo, ¿qué es sino correr hacia el fin de la vida? Viviste el día de
ayer y quieres vivir el de mañana. Pero al pasar el de hoy y el de mañana, ésos
tendrás de menos. De aquí que cuando deseas que brille un día nuevo, deseas al mismo
tiempo que se acerque aquel otro al que no quieres llegar. Invitas a tus amigos a un alegre aniversario y a
quienes te felicitan les oyes decir: «Que vivas muchos años». Y tú deseas que
acontezca según ellos dijeron. Pero ¿qué deseas? Que se sucedan unos a otros y que, sin
embargo, no llegue el último. Tus deseos se contradicen: quieres andar y no quieres llegar.
- Si, como dije, a pesar de las fatigas diarias, perpetuas y gigantescas, ponen los hombres tanto cuidado en
morir lo más tarde posible, ¿cuánto mayor no debe ser el esmero para no morir nunca?
Más en esto nadie quiere pensar. A diario se buscan días buenos en este siglo en que no los
hay y nadie quiere vivir de modo adecuado para llegar a donde se encuentran. Por ello nos amonesta la
Escritura con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días
buenos? La pregunta la hizo la Escritura, que sabía ya lo que se iba a responder. Sabe, en
efecto, que todos los hombres buscan la vida y los días buenos. De la misma manera, vosotros, al
hablaros y decir: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos?,
todos respondisteis en vuestro corazón: «Yo». Porque también yo que os hablo
amo la vida y los días buenos. Lo que buscáis vosotros, eso busco yo también.
- Si todos necesitáramos oro y yo quisiera conseguirlo en vuestra compañía; si se
hallare en cualquier sitio de vuestro campo, en cualquier posesión vuestra y viéndoos buscarlo
os preguntase: «¿Qué buscáis?», me responderíais: «Oro».
«Yo también, os diría: ¿Buscáis oro? También yo lo busco. Lo que
vosotros buscáis también yo lo busco, pero advertid que no lo buscáis donde podemos
encontrarlo. Por tanto, escuchad de mi boca dónde podemos hallarle. Yo no os lo quito; os muestro el
yacimiento; más aún, sigamos todos a quien conoce dónde se encuentra lo que
buscamos». Así también ahora, puesto que deseáis la vida y los días
buenos, no os podemos decir: «No deseéis la vida y los días buenos», sino que os
decimos: «No busquéis la vida y los días buenos aquí en este siglo en el que no
pueden ser buenos». ¿Por ventura no es semejante esta vida a la muerte? Estos días pasan
corriendo, porque el día de hoy echó fuera al de ayer; el de mañana nace para excluir
al de hoy; es más, si ni los días permanecen, ¿por qué, entonces, quieres
tú permanecer con ellos? Por tanto, no sólo no coarto vuestro deseo de vida y días
buenos, sino que lo excito con mayor vehemencia. Buscad, pues, la vida; buscad los días buenos, pero
buscadlos donde pueden encontrarse.
- ¿Queréis oír conmigo el consejo de quien conoce dónde se hallan los
días buenos y la vida? Oídlo, no de mi boca, sino en mi compañía. Hay alguien
que nos dice: Venid, hijos, oídme. Acudamos juntos, plantémonos en pie, prestemos
atención y con el corazón comprendamos lo que dice el Padre: Venid, hijos, oídme;
os enseñaré el temor de Dios. Qué pretende enseñarnos y a quién es
útil el temor de Dios, lo explica a continuación con estas palabras: ¿Quién
es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? Todos respondemos:
«Nosotros». Pero oigamos lo que sigue: Reprime tu lengua del mal y no hablen tus labios
mentira. Di ahora: «Yo». Nada más preguntar: ¿Quién es el hombre
que ama la vida y quiere ver días buenos?, respondíamos todos al instante:
«Yo». ¡Ea, pues!; que alguien me diga ahora: «Yo». Por tanto, Reprime tu
lengua del mal y no digan mentira tus labios. Y ahora di: «Yo». Luego, ¿amas la
vida y los días buenos y no quieres reprimir tu lengua del mal y tus labios para que no hablen
mentira? ¡Qué diligente eres para el premio y cuan perezoso para el trabajo! ¿A
quién se le da el salario sin haber trabajado? ¡Ojalá pagues el jornal a quien trabaja
en tu casa! Pues estoy seguro de que a quien no trabaja no se lo pagas. ¿Por qué? Porque al
que no trabaja nada le debes. También Dios prometió un salario. ¿Cuál? La
vida y los días buenos, que todos deseamos y a los que todos intentamos llegar. Y nos
dará la recompensa prometida. ¿Qué recompensa? La vida y los días buenos.
¿Qué son los días buenos? La vida sin fin y el descanso sin trabajo.
- Prometió un salario altísimo. Veamos lo que exige para conseguirlo. Inflamados de amor por
tal promesa dispongamos ya nuestras fuerzas, nuestros hombros y nuestros brazos para cumplir su mandato.
Pero ¿qué?, ¿nos ha de mandar llevar una gran carga, quizá tomar pico y pala, o,
tal vez, levantar un edificio? Nada difícil te mandó; sólo que reprimas el miembro que
entre todos mueves con más rapidez; éste es el que te manda reprimir: Reprime tu lengua
del mal. No es trabajo levantar un edificio, y ¿lo es contener la lengua? Reprime tu
lengua del mal. No digas mentiras, no recrimines, no calumnies, no profieras falsos testimonios, no
blasfemes. Reprime tu lengua del mal. Considera tu enojo cuando alguien habla mal de ti. Como te
enojas contra quien habló mal de ti, enójate así contigo mismo cuando hables mal de
otro. No hablen mentira tus labios. Lo que hay dentro de tu corazón, eso dígase
fuera. Que no se oculte una cosa en el corazón y profiera otra la lengua. Apártate del mal
y obra el bien. Pues ¿cómo he de decir «Viste al desnudo» a quien
todavía quiere desnudar al vestido? ¿Cómo es posible que reciba a un peregrino quien
oprime a un conciudadano? Luego, siguiendo el orden, ante todo apártate del mal y haz el bien;
primero ciñe tus lomos y luego enciende la lámpara. Y cuando hayas hecho esto, espera
tranquilo la vida y los días buenos. Busca la paz y persigúela y entonces, con la
frente levantada, dirás al Señor: «Hice lo que ordenaste; dame lo que prometiste».
SAN AGUSTÍN, Sermones (X), Sermón 108, 1-7,
BAC Madrid 1983, pág. 770-77
Guion Domingo XIX del Tiempo Ordinario
CICLO
C
Entrada:
Este Domingo, el Evangelio, nos invita a examinar nuestra vigilancia para
excluir de nuestro corazón cualquier posesión que no nos lleve directamente a Jesucristo.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Sabiduría 18, 5- 9
El cumplimiento del mandato divino libró a los justos del castigo de Dios
y los unió en la acción de gracias.
Salmo Responsorial: 32, 1. 12. 18- 20. 22
2° Lectura: Hebreos 11, 1- 2. 8- 19 o
bien 11, 1- 2. 8- 12
Como Abraham estamos llamados a buscar en la fe la patria celestial que Dios ha
preparado para los que confían en su promesa.
Evangelio: Lucas 12, 32- 48 o
bien 12, 35- 40
Cristo nos invita a estar preparados, a disponer siempre nuestros corazones a su
inminente venida.
Preces Domingo XIX
A Cristo, autor y consumador de nuestra fe, nos dirigimos con confianza
para que interceda ante el Padre por todos los hombres.
A cada intención respondemos cantando…
*Por el Santo Padre, y por todo el pueblo de Dios para que experimente la
cercanía espiritual de toda la Iglesia que no cesa de orar por él y acompañarlo en su
misión apostólica de confirmar en la fe a sus hermanos. Oremos…
*Para que se acreciente la comunión entre los Institutos Misioneros, los
obispos y las Iglesias particulares, con un constante diálogo animado por la caridad, fortaleciendo
así la obra de la nueva evangelización de los pueblos. Oremos…
*Por los enfermos y por quienes participan del misterio del dolor, para que
lleven con fortaleza y perseverancia la cruz que es capaz de salvar al mundo y configurarnos con Cristo
Paciente. Oremos.
*Por todos nosotros para que renovemos en nuestro corazón la radicalidad
de nuestra entrega a Cristo, único Fin Supremo de toda vida humana, único camino de
salvación. Oremos…
Señor, mira compasivo las necesidades de tu pueblo, y ya que nos
has prometido tu Reino, concédenos aguardar su venida con fe y caridad ardientes. Tu que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
* Junto con el pan y el vino, nos ofrecemos a nosotros mismos,
para poder participar del banquete de su Cuerpo y su Sangre.
Comunión:
Jesús, Buen Pastor, tu que nos alimentas en la tierra, conduce a tus
hermanos a la mesa del cielo en la alegría de los santos.
Salida:
María, la Virgen Fiel, nos conceda permanecer siempre en el amor de Dios,
preparados para vivir ya desde ahora como verdaderos moradores de los Cielos.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes”
(SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
A la última
hora
Acababan de dar las doce de la noche cuando un monje ya anciano oyó que
daban golpes a la puerta de su celda. Una voz lastimera le llama, pero el monje vacila y no se atreve a abrir.
Levántase al fin y abre la puerta. Es un peregrino que pide hospitalidad.
El monje ofrece una cama al huésped, y vuelve a acostarse en la suya. Mas
apenas había cerrado los ojos, ve al peregrino al pie de su lecho diciéndole por señas
que le siga. Salen juntos y se dirigen a la Iglesia. La puerta se abre y vuelve a cerrarse detrás de
ellos. Un sacerdote estaba celebrando los divinos oficios. Llegados al pie del altar se quita el peregrino la
capucha, y enseña al monje su rostro: era una calavera.
- Tú me has dado un lugar a tu lado; yo te doy otro en mi lecho de ceniza y tierra.
¿Esperamos así, mis hermanos, la visita de la muerte?
Vendrá y dichosos nosotros si nos dice: Tú has vivido conmigo en tu pensamiento y has ajustado a
mis lecciones tu conducta; ven a recibir el premio que merecen tus obras en el cielo.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal
Terrae, Santander, 1959, p. 412)